El viaje (I)

Hubiese deseado morir en ese momento y guardar ese recuerdo para toda la eternidad.

Sábado tarde, un viaje fortuito perfectamente planeado, me acercaba a Él.

Tenía que recogerle en la ciudad, a más de ochenta kilómetros de mi domicilio.

Estaba nerviosa, iba perfectamente arreglada para resultar deseable, me sentía con una excitación impropia de una mujer de mi edad, pero esa sensación era la sal de la vida (pensaba yo).

Mi dificultad para orientarme me llevaron a tener que activar el GPS, y aún así me costó encontrar el lugar. Los aparatos no siempre son fiables al cien por cien.

Los nervios eran tan evidentes que sentía cómo me temblaban las piernas en multitud de ocasiones.

Después de varias vueltas me encontré en el lugar de la cita, un lugar conocido por casi todo el mundo que visitaba la ciudad.

Le llamé por teléfono al llegar, me preguntó por el color y la marca del vehículo, y me dijo que esperase donde estaba, que no me moviese.

Sudaba y no hacía demasiado calor. Deseaba conocerle. A Él. A mi Dueño.

Pasaban muchos transeúntes, algunos chicos con móvil. Yo no le conocía ni por fotografía, pero habíamos mantenido grandes conversaciones durante largos periodos de tiempo.

Miraba hacia detrás, hacía delante, en todas direcciones, y no veía a nadie que se dirigiese a mí.

Al fin, una figura, un hombre joven de detuvo frente al vehículo, venía por detrás, se agachó un poco y dijo: -"esclava, soy tu AMO"-.

Quité el seguro que había dejado puesto, y se abrieron las puertas.

Dejó una mochila en el asiento de atrás y se sentó a mi lado.

Me besó en los labios, me besó en la boca apretando Su cara contra la mía, y dijo: -¡vamos!- .

Yo le obedecí, me indicó la dirección a seguir y dos o tres calles después me dijo que intentase aparcar.

Aparqué con facilidad, aunque los nervios me traicionaron y lo hice al segundo intento.

Bajamos del coche, lo cerré y me dirigí a Él. Me besó nuevamente en medio de la calle, y me indicó cómo debía cogerle del brazo, entrelazándonos los dos.

Yo casi no me atrevía a mirarle.

Era condenadamente guapo y joven. Me llamó la atención la espesura de Su cabello y Su ausencia de canas.

Vestía con un jersey polo color verde y unos pantalones vaqueros ajustados.

Me miraba y sonreía. Yo casi no podía articular palabra. Paseamos por la calle, él me miraba y me volvía a mirar de reojo, sabiéndome de su propiedad.

Nos dirigimos a un centro comercial, -allí hay cines-, me dijo. Subimos al piso correspondiente y me dijo que intentase adivinar qué película íbamos a ver.

Había muchas. Pensé en una de acción, le dije cual y me dijo: -te doy otra oportunidad.

Le fui diciendo una tras otra, y a la sexta me dijo: -no eres una esclava muy lista, no prestas mucha atención a lo que te dice tu Amo-.

Recuerdas lo que hablamos ayer de no dejar morir a nuestro niño interior? -le contesté sí-.

Me dijo: -iremos a ver ésta, indicándome una de dibujos animados-.

Yo sonreí, nunca hubiese imaginado que ese tipo de películas le gustasen, pero en el fondo me alegré porque a mí también me agradaban.

Nos dirigimos a la ventanilla, pidió entradas y las pagó. Allí abrió la cartera y pude leer su nombre en el D.N.I. mientras pagaba. Así supe cómo se llamaba, ya que no me lo quería confesar.

La película empezaba cuarenta minutos después y decidió esperar.

Yo tenía la vejiga a punto de estallar y se lo dije. Me miró y dijo: -lo primero es lo primero-,  y buscamos el baño.

Yo me sentí aliviada, era demasiada tensión. Vacié mi líquido, me limpié bien y salí.

Cuál no sería mi sorpresa cuando le vi, apoyándose con las dos manos contra el marco de la puerta de entrada del baño de señoras y al verme salir de una de las portezuelas entró sin decoro.

Hizo que me metiese de nuevo en el estrecho servicio, Él iba tras de mí. Cerró la puerta tras nosotros.

Cogió mi cabello y tirando de él echó mi cabeza hacia atrás. Me obligó a mirarle a los ojos.

Mientras le miraba oí un ruido semejante a la apertura de una cremallera.

Luego me soltó el pelo y recuperé mi postura cómoda, entonces vi cómo tenía la bragueta abierta, y tras una indicación de sus manos acerqué mi cara a ella.

Soltó su cinturón.

Dejó que fuese yo la que adivinase lo que deseaba que hiciese. Le miré y asintió.

Bajé suavemente su calzoncillo y emergió su pene grande y duro.

Fui acariciándolo con la lengua poco a poco, dando paso a los labios, y luego al interior de la boca.

Deseaba que fuese una felación inolvidable para Él e iba despacio, poniendo todo el saber del que era capaz a la par que todo mi cariño. Mi lengua jugaba con su rojo glande, ensalivando todo el conjunto de sus atributos; deslizaba su prepucio primorosamente con mis labios una y otra vez; rozaba delicadamente con mis dientes toda su envergadura; subía y bajaba su piel, suave aunque firmemente con mi mano, pareciendo que el tiempo quisiese detenerse, no teniendo prisa alguna; acariciaba sus testículos, duros de tanta excitación, los lamía, los besaba, los sopesaba, los oprimía cuidadosamente, sintiéndolos temblar de estremecimiento y deseosos de descargar toda su munición.

-Más, más, más, más, más, más- Me decía.

Era grande su pene, sentía arcadas cuando me lo introducía completamente en el interior de mi garganta, intentando entrar en lo más íntimo de mi tubo digestivo, (yo llegué a pensar que estaba justo a las puertas del estómago haciéndome cosquillas) pero aguantaba estoicamente sin vomitar.

Tras un sonoro gruñido Se corrió en mi boca y tragué su semen. Me sentí feliz viendo cómo elegía mi boca para su placer en ese momento.

Le miré y me sonrió.

Le ayudé a recomponer su vestimenta y nos dispusimos a salir cuando de pronto entraron dos señoras al recinto. Las oímos hablar. Nuestro silencio era obligado.

Esperamos, nos miramos divertidos. La puerta de nuestro baño se abría espontáneamente, sin que le sirviese de nada el pestillo, lo que nos obligaba a querer sujetarla con los pies para evitar que se abriese.

Él me miraba indicándome que ya la sujetaba Él solo, aunque cada vez que alguien entraba, un golpe de aire hacía vencer la resistencia y obligaba a afianzar el pie.

Salieron y tras ellas entraron otras dos mujeres, con sus retoños incluidos.

Yo levantaba los pies, intentando evitar la posibilidad de estupor y la comprensible reacción de algún tierno infante al vislumbrar tres zapatos.

Así un desfile interminable de doce personas, o más.

Parecía eterna la espera, yo sentada en el baño y Él de pie aguardando, mirándonos con rostros sonrientes, pero con cara de desconcierto.

De vez en cuando me acercaba de nuevo la cara con sus manos a su continuo e incansable abultamiento en su pantalón. Le gustaba restregarme mi cara sobre él para que lo pudiese constatar fehacientemente.

Al fin se fueron todos y salimos con premura. La tortura había terminado. Aunque fue sólo por un breve lapso de tiempo, -con un Amo,  el tormento nunca puedes darlo por finalizado-, pensé.

Yo me detuve a lavarme las manos mientras él esperaba fuera de la zona.

Al salir de allí reímos como dos niños, como habiendo hecho una travesura impropia de dicha edad.

Luego Él compró palomitas y bebidas, y subimos hasta la última planta.

Allí nos acomodamos en el mejor sitio que le pareció a Mi Amo.

Nos sentamos y empezó el filme.

Él me daba palomitas directamente a la boca de vez en cuando, así como agua de la botella cuando se la pedía yo.

De vez en cuando Él cogía mi cabeza y la apoyaba en su pecho, yo me sentía su niña, me sentía Suya.

En uno de sus arrebatos de hombre en celo se quitó completamente el polo de su torso y me acercó la cabeza directamente a su pecho.

Aquello era gloria bendita.

Oler su piel, sentir su calor en mi cara.

Hubiese deseado morir en ese momento y guardar ese recuerdo para toda la eternidad.

Era el calor y el olor de mi AMO.

Reímos como no recordaba haber reído en mucho tiempo.

La película fue divertida. Yo era feliz.

Terminó el film y salimos en dirección al coche. Paseábamos por la calle cogidos del brazo, como una pareja convencional. Él me había aleccionado sobre cómo pasar mi brazo por encima del Suyo para ir cómodos.

Yo estaba muy cómoda e iba como flotando a un palmo sobre el nivel de la calle.

No deseaba perder detalle de mis cosas con Él. Le miraba, le olía, le escuchaba, le tocaba, le besaba. En mi interior no quería despertar, quería que ese paseo durase eternamente. El paseo del brazo de mi Amo era delicioso a más no poder, la temperatura ambiente perfecta, el aroma que se desprendía de los árboles de la ciudad, contrariamente a lo que era habitual, tenían un no sé qué de bucólico que embriagaba. Si la felicidad existía se parecía mucho a aquello.

Él me miraba y sonreía, yo Le miraba y me brillaban los ojos, al tiempo que sentía reír mi corazón.