El viaje fue duro...

... y llegamos a mi apartamento de la playa bien entrada la madrugada.

EL VIAJE FUE DURO...

... y llegamos a mi apartamento de la playa bien entrada la madrugada. Exhaustos, decidimos que no era buen momento de salir de copas por la zona como habíamos planeado y el plan más sabio sería quedarnos a ver la tele charlando de nuestras cosas. Ella, Lucía, era una preciosa madrileña que había conocido en la Red y aquella situación de amistad veraniega no parecía incitar a nada más que a eso...

El camino había sido caluroso en aquel autobús de línea y Lucía decidió darse una ducha mientras yo hacía la cena y preparaba la mesa. En pocos minutos salió del cuarto de baño con una toalla como única protección visible... su pelo estaba empapado e iba dejando sus huellas mientras andaba... me parecía todavía más hermosa que cuando estaba seca. Se dirigió a su maleta, cogió una camiseta de fino algodón blanco y se la empezó a poner a la vez que se desprendía de la toalla. A pesar de que me parecía que iba a quedar desnuda, ella ya se había puesto unas braguitas, también blancas, bajo la toalla. La idea me turbó al instante porque yo ya había empezado a notar el hinchazón que se estaba produciendo en mi paquete... daba igual, se ocultarían tras la mesa tanto sus bragas, como mi bulto. Terminamos de cenar y sobrevino el cansancio... “yo me pido dormir en la terraza”, dijo ella, que al estar acristalada y disponer de una cortina, ofrecía mayor intimidad. “De acuerdo”, yo dormiría en el salón... como siempre hago.

Con los primeros rayos del alba me desperecé y descubrí que Lucía ya se había levantado... ¡horror!, mi pene estaba completamente erecto y había dormido destapado. Supuse que ella sabría que en ocasiones es normal, por otra parte dije...”¡qué coño!, ya somos mayorcitos”. Por aquella época yo tenía 21 años y ella alguno más... yo sin compromiso y ella con un novio hacía varios años, con el que había convivido, aunque él ahora trabajaba fuera de Madrid y apenas se veían.

La mañana transcurrió con cierta normalidad. Llegamos a la playa tarde, como me pasa todos los días y fuimos a comer a un kiosco cercano. Ya recién almorzados volvimos a la playa para bañamos antes de empezar la digestión. Entre chapoteos y juegos me pareció que mi percepción de Lucía estaba cambiando radicalmente... Era guapísima... todo lo que un hombre podía desear... y su cuerpo... cada poro de su piel estaba allí para ser amado. Tomando el sol, en más de una ocasión, me incorporé de la esterilla para poder observarla mejor. Una de las veces la parte inferior del bikini se había ahuecado dejando ver la oscuridad de su vello púbico... me excité. Pero no podía enamorarme... ¿o quizá ya lo había hecho?. Más tarde hicimos el cabra con la arena, cantamos alguna canción y todas esas cosas que se hacen al nivel del mar cuando pega el sol.

La tarde empezaba a amenazar y nos fuimos para casa. “Yo me ducho primero” dije, y tras una breve discusión amistosa, accedió. Tengo la manía de quedarme con la toalla un largo periodo de tiempo tras la ducha, el tiempo que tardo en fumarme un par de cigarros y beberme una Coca Cola. Y así lo hice. También el tiempo suficiente para darle tiempo a ella a salir de su correspondiente aclarado de sal bajo el agua. Allí estabamos los dos... sentados en el sofá, “entoallados”, y viendo correr las manecillas del reloj mientras un estúpido presentador hacía su trabajo en la televisión. De repente...

  • Esta mañana te has levantado algo chachondón, ¿verdad?...

Abrí tanto los ojos por la sorpresa que casi se me salen de las cuencas...

  • No, pero quién sabe lo que abré soñado.

El silencio posterior a mi respuesta se me hizo eterno.

  • Anda, tonto...

Se levantó y se fue hacia el armario que queda a la vista desde el sillón. Al agacharse de espaldas para alcanzar el cajón inferior la toalla se deslizó maravillosamente hacia arriba dejándome ver lo que por ley me estaba vetado. Precioso...

Obviamente, aquella revelación hizo que de nuevo el bulto bajo la toalla creciera... Al darse la vuelta se percató del cambio de volumen, solo me dedicó una sonrisa y se fue hacia el baño. A su vuelta, se había cambiado de atuendo. Esta vez la suave tela que cubría su cuerpo era todavía más pequeña. La delicada turgencia de sus senos se adivinaba por entre los dobleces y al sentarse a mi lado sus piernas quedaron totalmente descubiertas y tan solo unos centímetros me impedían vislumbrar de nuevo aquella quimera de deseo. Mi bulto era escandaloso y yo cada vez estaba más rojo... a punto de estallar. Una mezcla de vergüenza y excitación sobrevolaba mi cabeza... Lucía, a la vez que veía la tele, escudriñaba lo que ya abarcaba gran parte de mi barriga... yo hacía lo mismo con su entrepierna.

  • Ya estás como esta mañana, ¿eh?...

  • Ya ves – contesté yo con voz ronca y temerosa.

Sin dejar de mirarla a los ojos apoyé mi mano derecha sobre su muslo izquierdo y comencé la ascensión. Ella dio un ligero respingo y abrió un poco sus piernas. Pronto llegué a donde quería... con toda la mano abarqué su sexo... estaba caliente... era suave... acaricié su vello, desenredándolo con mis dedos... Acercando mi rostro al suyo besé amorosamente sus carnosos labios... ella no correspondía, solo me miraba los ojos.... Alargando su mano por entre mi toalla llego a mi pene, y la retiró, dejándolo al aire. Estaba ardiendo y su mano fría estaba a punto de hacerme enloquecer. Comenzó a moverla, despacio, sugerente, cariñosa.... El siguiente beso fue suyo... en mis labios. Comenzamos a masturbarnos el uno al otro. Elegí dos dedos de mi mano izquierda, el índice y el corazón, y los introduje lentamente en su coño húmedo, rezumante de fluidos y haciendo ya ese monótono ruidillo viscoso propio de mi penetración rítmica. Mi pene empezó a lubricar a pasos agigantados y con ello, el también monótono ruidillo producto de sus movimientos.

  • Te quiero... – Mi inconsciente hablo por si mismo.

  • ¿Cómo dices?, preguntó.

  • Te amo...

Ella paró un instante, se separó y clavó sus ojos en los míos... sonrió y tras acercarse para volver a besarme... “yo también...”. Aquellas palabras hicieron más efecto en mí que aquella majestuosa paja.

  • Espera – dije al levantarme a por los condones que llevaba en la maleta para imprevistos. A la vuelta, ella se había tumbado en el tresillo, se había despojado de la toalla y me mostraba sensual todo su esplendor. Me acerqué arrodillándome ante ella... sin apartar la mirada de sus ojos. Ante mí ya quedaba su maravilloso cuerpo desnudo y empecé a pasear mi lengua por sus piernas mientras una mano masajeaba uno de sus senos. Sus pezones eran preciosos. Estaban duros y arrugados por la excitación. Empecé a subir por sus piernas, besando en cada centímetro que avanzaba, lamiendo cada trozo de piel que conquistaba.

Habiendo llegado a la parte interna de su muslo, me frené, lo chupé, lo besé y empecé a hacer dibujos con la punta de mi lengua, como si el óleo fuera mi saliva y su entrepierna un lienzo. Acaricié mi cara con su arbusto, cepillé mis labios sobre su raja, sin presionar. Ella, a estas alturas, estaba moviéndose y tratando de forzar para que me acercara más a ella, entonces comencé a besar suavemente... y después más fuerte. Con mi lengua pasé a separar sus carnosos labios, húmedos, ardiendo, y me deslicé arriba y abajo entre las capas de carne del coño. Suavemente separé más sus piernas con mis manos. La penetré con mi laboriosa lengua tanto como pude y con mi nariz pude descubrir como su clítoris se había vuelto lo suficientemente duro como para sobresalir de su cubierta. Lo chupé presionando toda la sensible piel que lo rodea y lo esconde... de repente, aceleré, provocando que sus piernas se estremecieran. Lucía estaba a punto de correrse. Formando una circunferencia con mi boca tomé su perla. Su rostro había cambiado y aquello me dio la sensación de que era lo mejor que la habían hecho en mucho tiempo... quizá lo mejor de toda su vida. Empezó a levantar su pelvis en el aire con la tensión del orgasmo... yo, con la boca templada por el contacto, no dejé escapar en ningún momento lo que con paciencia había tomado... ella gemía y me pareció entender algo entremezclado con sus roncos gritos... “¡no pares!, ¡sigue!... ¡sigue, por favor!...”... y así lo hice. Con dos dedos comencé la exploración de la sagrada cavidad. Los deslicé hacia adentro, al principio despacio y después más rápido, rítmicamente, al compás de sus jadeos... Con la lengua de nuevo sobre su sexo, ella comenzó a tener el segundo... presioné contra el lado inferior del clítoris dejando que mis labios cubrieran la parte superior. Empezó a arquear su espalda sobre el sofá... Grandes cantidades de fluido blanco translucido y viscoso dejaban empapada mi perilla. Saqué cuidadosamente los dedos y me tumbé a su lado... besándola los pechos, restregando su corrida por los pezones erectos, mordisqueando su cuello... abrazándola.

Tras unos segundos de silencio, Lucía se incorporó no sin antes darme otro beso... “Ahora me toca a mi”, dijo. Yo seguía tumbado... chorreando sudor igual que ella... Se incorporó y comenzó la mejor felación que he recibido en mi vida. Comenzó masajeando mi escroto con una mano mientras con la otra se abarcaba su propio sexo. Empuño mi pene con gran maestría y comenzó a rozarlo... primero despacio... desenvainando el capullo de la piel que lo rodea. Me miraba a los ojos mientras comenzó el descenso de su cabeza... Pasó la lengua por la punta con movimientos circulares, descendiendo hasta la base... se metió un huevo en la boca, como saboreándolo... luego el otro. A mi me parecía estar más cerca del cielo que nunca... Tras dos o tres lametones a la bolsa que los recubre comenzó de nuevo la ascensión... esta vez con sus labios... mirándome a los ojos. En la primera succión llegó a tragársela hasta donde le llegaba la garganta... Posó sus manos en mi cuerpo, cerca de la base y chupaba rítmicamente, arriba y abajo... presionando hacia los carrillos por dentro. Decidió cogerla con una mano para masturbarme mientras arqueó su boca lo justo para abrazar el prepucio... su mano al compás de sus labios... De vez en cuando, se la tragaba hasta el fondo y con ella dentro movía la lengua... estaba a punto de correrme... y si seguía así nada podría evitarlo.

Dando un pequeño salto... “Basta, no quiero hacerlo en tu boca...”. Si me hubiera dedicado más sonrisas de esas me hubiera matado. Recogió el condón del suelo a donde lo había mandado despedido producto de emoción de la mamada y lo abrió. Era uno de esos rositas con estrías... los que siempre llevo. Lo apoyó delicadamente sobre mi polla y comenzó a desenroscarlo, lentamente. Una vez sobrepasado el umbral del capullo terminó de bajarlo con la boca, apartando con una mano los enredados pelos de mi pelvis. Mi pene estaba más grande e hinchado que nunca y me pareció sentir que por poco el preservativo no llegaba a cubrirlo entero.

Se tumbó a mi lado y comenzamos a besarnos lentamente. Besé su cuello, sus pezones, los lóbulos de sus orejas y el sabor de nuestros sexos terminó mezclándose en la saliva de ambos... un sabor exquisito. Entre besos y algún “te quiero” me dispuse a subirme sobre ella. Jugueteaba con mi verga tiesa, dura y caliente en las puertas de su coño... subiéndolo y bajándolo... entre risas y suspiros. Al final, ella lo tomó con una mano y lo dejó encarando su orificio mientras culeaba para acercarse más a él. Definitivamente se la clavé hasta el fondo. Ambos soltamos un quejido de placer y mantuvimos mi pene dentro, mirándonos, hasta haber asimilado tanta pasión. Comencé a moverme entre espasmos de placer. Parecíamos estar fundidos en otro mundo... su tercer orgasmo por esa noche llegó pronto... Sin embargo no dijo nada, solo dejó los ojos en blanco mientras se arqueaba y deceleraba el ritmo. Mordiendo sus labios sensualmente miró los míos y me dedicó un abrazo... y un gracias con los suyos.

  • Quiero que me lo hagas tú ahora... – le dije mientras la sacaba y me sentaba en el sillón. Se puso de pie y mientras me daba la espalda se rozó el coño con una mano manchándola por completo con sus fluidos... tomé su mano empapada y la introduje como pude en mi boca para saborear una vez más el delicado jugo de su cuerpo... De nuevo se volteó para dejarme ver su magnífico culo, terso y duro... sencillamente especial... comenzó a sentarse sobre mi polla temblorosa y con la mano la dirigió de nuevo a donde quería penetrar. Sus movimientos para hacerla entrar y salir eran rápidos y constantes aunque pronto sus piernas se cansaron y acabó sentándose totalmente sobre mi, de espaldas, para que yo hiciera el trabajo con mis caderas. Sus hermosas tetas quedaban ahora estratégicamente colocadas para que las sobara con ganas, haciendo círculos, estrujando dulcemente sus pezones y besando su cuello recostado sobre mí... De repente, un estremecimiento... sin duda alguna mis roces a sus pechos, mis mordisquitos en las orejas y los movimientos de mi cuerpo la estaban haciendo llegar al deseado cuarto orgasmo... efectivamente ella dio un parón, dejándose caer exhausta sobre mi y clavándose mi pene hasta el fondo y moviendo suavemente su culo hacia mi pelvis... echó la cabeza para atrás y con un leve giro empezó a comerme la boca llena de pasión, rápido, sin mucho orden... metiendo su lengua hasta el fondo de mi boca sin yo poder reaccionar a tan repentino ataque. Mi polla seguía dentro de ella y la pausa me ayudó en gran medida a relajar la situación y evitar que me corriera a destiempo.

Lucía se levantó y sin mediar palabra me empujó de espaldas hacia el sillón en un gesto claro de que quería seguir haciéndomelo ella. Estaba alocada, despeinada y sudorosa. En sus ojos se adivinaba el calentón y sin mucha más dilación se sentó a caballo encima de mi y empezaron sus vaivenes... sus pechos quedaban ahora a la altura de mi boca y tan delicioso bocado no se podía negar. Sus pezones olían a miel y sus cabellos caían sobre mi cara haciendo que el calor animara todavía más si cabe la situación. Yo, no dispuesto a que ella hiciera todo y comencé a darle ligeros caderazos que hacían que mi pene se introdujera violentamente en ella... parecía gustarle y ayudaba dichos movimientos con empujones de su culo hacia abajo. Me sujetó las manos con las suyas por encima de mi cabeza, bajando la cara para besarnos. Yo estaba a punto de correrme y adivinaba que ella también... Al soltarme las manos se dejó caer sobre mí, aplastándome con sus tetas y rodeándome con sus brazos... Comenzó a gemir... casi sollozaba... eran pequeños gritos que me acercaban a la gran corrida. Empezaron los espasmos de nuestros sudorosos cuerpos al son de un mismo movimiento... Ella comenzó a correrse... no sé cuanto duró aquello... quizá treinta o cuarenta segundos de acelerón bastaron para que yo, arqueando mi cuerpo me corriera salvajemente dentro de ella a la vez que un “te amo” sostenido se escapó de mi boca... En el transcurso de mi orgasmo, Lucía debió de tener el sexto, seguido al quinto... casi como un continuo desde que empezáramos a acelerar...

Nos quedamos callados... abrazados... con mi pene aun dentro de ella pero disminuyendo poco a poco el grotesco tamaño que había alcanzado. Ella hizo ademán de separarse... me miró a los ojos y de nuevo nos fundimos, en silencio, con un beso enamorado...

Nos tumbamos uno al lado del otro sobre el sillón empapado de sudor, mirando el techo, cogidos de la mano... amándonos. Un apretón de mi mano iba seguido al instante de uno de ella... Se incorporó... “¿Dónde has aprendido a hacerlo así, niño?...”, dijo con cara de asombro... Yo solo levanté los hombros en señal de duda y le dije... “Así es como se hace cuando amas a una persona”. Entonces... la besé...