El Viaje Descontrolado (3)
Sigue el viaje sexual en casa de los italianos.
El viaje III
Dos días después de llegar, visito la ciudad por primera vez. La encuentro aburrida, sosa e incapaz de sorprenderme. No puedo de dejar de pensar con mi coño.
Dos horas después de salir, vuelvo a estar en casa, de rodillas y con la boca bien ocupada.
Él , del que sigo sin saber el nombre, se mantiene de pie, mientras se fuma un cigarro.
Yo también me fumo el mío, pero ahora mismo, preferiría el puro de Francesco.
Acompaño el vaivén de su culo con mis manos. "Mira mamá, me la como sin manos"- pienso.
Intercambio profundas lamidas con leves lengüetazos a la punta. Recorro el tronco desde los huevos hasta el capullo. Repito el camino hasta sabérmelo de memoria. No es difícil, es bastante corto. Ancho pero corto. Ideal para coños, pero poca cosa para mi boca.
Él se separa de mí para apagar su cigarro.
Me estiro boca arriba y empiezo a fregarme los pechos y el sexo.
Él me mira.
Se me acerca. Pone sus pies a ambos lados de mi cara.
Se agacha.
Sus huevos me dejan sin respiración. Su polla, sin vista.
Lamo lo que puedo y como puedo.
Enseguida se vuelve a levantar.
Cambia un pie por el otro, dándose la vuelta.
Vuelve a bajar,
Ahora es su oscuro amigo lo que cae sobre mi boca.
Sudor. Oscuridad. Suciedad. Todo eso es lo que se encuentra mi lengua al salir de paseo.
Mi nariz clavada en el fondo de la raja de su culo y mi lengua en los inicios de su intestino.
La muevo en círculos y mis manos pasan por delante de su vientre, dedicándole una fuerte paja. Noto sus huevos vibrar sobre mi pecho, su sangre invadiéndole la polla y llenando mis dedos de carne.
En mis manos el miembro resbala arriba y abajo, caliente y lleno de vida. Por debajo mi lengua hace de tornillo y su culo de tuerca.
Cinco minutos de prospección anal bastan para que mi vientre se llene de leche.
Me quedo, de nuevo, sola, estirada en el suelo boca arriba, mi barriga bañada en lefa y mi autoestima por debajo.
Me meto en mi habitación y vuelvo a dormir. Esta noche no oigo nada.
Me despierto. Noto mi cuerpo pegajoso y mi alma sucia.
Salgo en pelotas, ya nada me importa, y me meto en el baño.
Me limpio enterita. Prosigo la limpieza con cremas faciales y exfoliantes. Ya esfoliada me rasuro las axilas, demasiado pobladas ya para mi gusto, completamente desnuda ante el espejo, , , Luego continúo con las piernas.
Me siento en el borde de la bañera. Pongo una toalla entre mis nalgas y la fría porcelana me envuelvo con ella la cintura, apoyo una pierna en el inodoro sobre el que el otro día me comí una polla y empiezo a mandar pelos al fondo del retrete.
Al acabar con la otra pierna me siento una mujer nueva, renovada. Me paso las manos sobre mis suaves extremidades disfrutando de mis dedos resbalando sobre la impoluta piel.
Oigo el chirriar de la puerta tras la que aparece la polla de Francesco seguida de su cuerpo. Sin mirarme ataca al inodoro a punta de pistola.
Llega apurado, a duras penas me ha dado tiempo de apartar la pierna. Casi me mea encima.
Jadea y suspira mientras mira al techo y dice cosas en italiano, supongo que agradeciendo a alguien de más arriba el alivio que siente en sus pelotas. Al minuto de estar meando es cuando repara en mi presencia. Me recibe con la misma sonrisa que a su meada.
Sus ojos se van hacia la oscuridad de la toalla que rodea mi cintura.
Sin dejar de mirarme se sacude rítmicamente la polla. Ahora soy yo la que mira fijamente con mis pupilas subiendo y bajando tan rápidamente como su capullo.
Los dos sonreímos y nuestras mentes se conectan con una imagen idéntica en ambas.
Francesco se acerca. Sin dejar de mirarme me toca una pierna. Lo hace decidido, sin miedo, seguro de cuál será mi respuesta: un separar de muslos lento y firme.
Me fundo a medida que su mano se cuela dentro de la toalla. Cierro los ojos cuando sus dedos llegan a tocar mi vello púbico. Enseguida salen al exterior.
Maldigo a su madre para mis adentros sin perderme ni uno de sus movimientos. Le veo girarse y abrir el espejo, recogiendo algunos botes y utensilios guardados en su interior. Finalmente, se queda con un bote largo y una cuchilla de afeitar.
La gira nerviosamente. El acero brilla alternamente al ritmo de sus dedos.
Me mira
Sonríe.
Cambia la cuchilla por una nueva.
Llena su mano con una bola blanca que desaparece dentro de la toalla.
Mis músculos se tensan al notar la bola adaptándose a mi pubis, a mis muslos, a mi raja. Durante unos breves instantes, la punta de uno de sus dedos se cuela entre mis labios, haciéndome emitir un gritito, tanto de sorpresa como de deseo de más. Mucho más.
Recoge la cuchilla y me mira.
Abro más las piernas. En el fondo aparece mi coño cubierto de blanco.
Me despoja de la toalla que me cubre las piernas con el cuidado que se abriría el regalo más esperado del mundo. Lo hace, concentrado y en silencio, sin quitarme un ojo de encima.
Yo también callo al notar el frío metal en tan sensible piel. Me entran ganas de salir corriendo, pero me mantengo como una estatua.
El primer paso de cuchilla me hace gritar. Ha sido un dolor efímero y soportable, pero la sorpresa me ha podido.
Él me mira y sonríe.
Continúa afeitando.
Poniendo los dedos en pinza me cierra el coño, protegiendo mis labios de la implacable cuchilla.
En un acto reflejo, contraigo instintivamente mi ano intentando cerrar mi chocho.
Unos escasos minutos después tengo el coño como cuando nací, bueno, al menos por fuera.
Francesco deja la herramienta sobre la pica y observa su obra de arte.
Se acerca y se agacha. Alarga un brazo y me palpa. Su mano corre libre sobre mi desnuda piel. Me gusta esa nueva sensación y la disfruto con la bañera y el inodoro como únicos testigos.
Me encharco sólo de pensar en que sea su lengua la que recorra ese despejado camino.
Como leyéndome el pensamiento, Francesco se arrodilla. Mis rodillas se separan, leyendo el suyo.
Pasa una eternidad y todo sigue igual.
Mis manos se cansan y aferran su cabeza. La incrusto hacia mis entrañas pero parándole por las orejas con mis rodillas.
El resultado es que su cara queda escasos cm. de mi conejo. Él intenta llegar a mi gruta sacando su lengua todo lo que puede. Los esfuerzos son en vano. Lo tengo bien pillado.
Sigue apretando con fuerza.
Yo le pregunto: "¿Puedes olerme desde ahí?" .Me mira con cara rara. Claro, no me entiende. Decido aprovecharme un poco más:
-"Te gustaría comerme toda esta almeja rasurada, eh?"
Continúa con cara de pescao. Ahora pone sus labios formando una gran O y empieza a soplar.
Que gustito y que alivio, pero yo prosigo con mi declaración de intenciones:
-"Pues, tío, te lo vas a comer enterito. Y después quiero que me metas esa peazo de polla que tienes hasta el fondo."
Sigue sonriendo y soplando sin pillar nada.
-"Necesito notar tus huevos rebotando contra mis labios. Necesito que me hagas gritar, que me hagas correr hasta dejar el suelo empapado. Después quiero que me alicates las paredes del chocho con tu leche caliente. Y luego me meteré tu polla goteante de semen en la boca hasta dejarla impoluta. Y te lameré las pelotas, y tu ingles, y tus pezones, y tus lóbulos, y después nos comeremos el culo el uno al otro, y me volveré a correr sobre tu cara, para que sepas a que sabe el paraíso."
Nos miramos.
Él asiente. Mi importa un huevo si no ha entendido nada.
Aflojo la presión de mis rodillas.
Su cara se empotra contra mi despellejado conejito.
No tarda ni un segundo en sacar su lengua de paseo y encontrar el camino: vertical, rajado y húmedo.
Dios mío, por qué no me habré depilado hace siglos. Siento su lengua mil veces más. Es un contacto directo, sin impedimentos. Siento mis labios separarse, casi solos, ante el paso de su lengua. Noto como me abro y el néctar de mi fruta cae, gota a gota, sobre su ávida lengua. Tan poca cosa que parecían esos pelillos y ahora parece que hayan quitado un cinturón de castidad que he llevado toda la vida.
Poso mis manos sobre su cabeza, levanto los pies y dirijo mi mirada al techo.
Su nariz se me clava en el clítoris, sus manos se alzan hasta aferrarse a mis tetas con fuerza y decisión. Me las magrea y me pinza los pezones haciéndome gemir como un cachorro hambriento.
Levanto un pie y lo dejo sobre la taza del wáter. Vuelve a taladrarme con fuerza las entrañas. Los dedos de los pies se me tesan y estiran. Me agarro al borde de la bañera. Me muerdo el labio superior. Miro al techo.
Se aparta de mí, alzándose con su majestuosa lanza apuntándome.
Me agarra de la cintura y me levanta con pasmosa facilidad.
Mi cuerpo vuela hacia atrás hasta chocar contra la pared. Siento el frío alicatado tipo piscina en mi espalda y el caliente palpitar de su sexo entre mis piernas.
Me cuelgo de él agarrándome con mis manos a sus hombros y con mis pies a su culo.
Trabaja rápido con sus manos dirigiendo su trabuco al objetivo.
Ya siento la punta entre mis labios vaginales. Un doloroso y agudo calor se concentra en mi hueco.
Acerca su culo hacia mí. El calor me va abriendo el cuello uterino haciéndome gemir, gritar y arañarle la espalda.
Una vez empalada sus manos pasan a sujetarme bajo los glúteos subiéndome y bajándome a lo largo del enorme falo.
Mi coño responde bien al descomunal diámetro follador abriéndose y lubricando lo necesario. Siento las paredes vaginales bien prietas y separadas como nunca. Un húmedo y ardiente escozor me sube y baja dentro del coño. Cuando caigo con todo mi peso, me muero de gusto al notar su pubis chocando contra el mío.
La follada sube de ritmo y el pelo empieza a taparme la cara. Él se agacha un poco y vuelve a lamerme las tetas. Disfruto de cada lametón, de cada mordisco y de cada succión. Ahora ya tengo tan mojados los pechos como la entrepierna. Soy toda humedad. Y placer.
Una furiosa empitonada me permite sentir sus pelotas rebotar en mi chocho. A la tercera embestida mi coño empieza a temblar. Mi cuerpo se vuelve inerte, dejo de escuchar nada y todo parece ralentizase a mi alrededor.
Él saca su polla de mí y me mira, sonriendo. Yo, a las puertas del orgasmo más anhelado de mi vida, no le encuentro la gracia. Sería capaz de ponerme a llorar, de implorarle que me empotre con todas sus fuerzas a cambio de lo que quiera. Desesperada, le vuelvo a empujar los glúteos hacia mí. Él se resiste manteniendo su culo firme y quieto, haciéndome sufrir del escozor que me llena los bajos. Aprieto de nuevo pero no se mueve ni un milímetro. Así consigue que me moje aún más y que el aumento de mi excitación discurra paralelo a la desesperación. La espera se vuelve agónica. Cada segundo parece un año, cada ruego suena a llanto.
Como un relámpago, su cintura su junta a la mía. Cada milímetro que mi coño dilata parece un kilómetro, cada uno de mis jadeos un grito.
De repente, mi chocho explota, todo se acelera, mi cuerpo se tensa y mis ojos se quedan en blanco.
-"Diiiooooos!!!!!!"- grito con todas mis ganas.
Degusto los instantes finales del orgasmo con todos sus centímetros engullidos por mi coño.
Lentamente, la polla vuelve a coger ritmo. Nuestras carnes componen una música de PLAFFS i PLOOFS. Yo me mantengo inerte, inmovilizada por la intensidad de la sacudida de mis sentidos. Francesco me folla rápido, con prisa para correrse e inundarme con su leche ardiente. Sus manos se cuelan en mis nalgas, su lengua viaja por mi cuello. Un dedo urga en mi ano. Me muevo ligeramente incómoda por la naciente sensación en mi culito. Él, en cambio, aprieta con todas sus fuerzas con su verga y su dedo sodomizador hasta conseguir profanarme los dos agujeros. Mi culo no tiene las tablas que sí posee mi coño, por lo que me quejo inútilmente de la introducción anal.
El pistón de mi coño alcanza el ritmo máximo, la mano que no está en mi culo me pinza los labios, cerrándome el conejo alrededor de su verga. Con esa maniobra puedo sentir cada uno de sus pliegues, de sus venas entrando y saliendo.
La polla se endurece aún más y se mete hasta llegarme al cuello del útero, donde empieza a escupir copiosamente.
Llueve en mi coño. Llueve en mis ingles. Llueve en mi culo. La corrida me deja los bajos encharcados mientras la verga tiembla espasmódicamente en mi interior y Francesco gruñe y tiembla sin poderlo evitar.
Mis pies tocan suelo. Mi coño se vacía de polla sin quererlo. Mis piernas se convierten en un torrente de semen. Siento la caliente esencia llegar a mis rodillas.
Sin mediar palabra, me arrodillo. Bajo mi gruta, un charco blanco, ante mi boca un monumento a la carne, aún con restos espesos y blanquecinos, que no tardan en pasar a mi lengua y, después, a mi estómago.
Sin dudas ni ascos, me agencio los 23cm. del italiano, no sin problemas. Los labios me crujen ante tanto esfuerzo. Mi lengua se aparta para dejar paso y mi garganta rechina al abultarse para acoger la verga en su interior. Me entra complejo de boa constrictor, adaptándome al alimento que voy a ingerir, sin importarme la diferencia de diámetros. Voy engullendo centímetro a centímetro, hasta que sus huevos chocan con mi barbilla. Él grita algo que no entiendo, pero capto a la perfección el mensaje que su polla me manda al estar, de nuevo, dura como una roca.
Con ritmo voy retornando al típico vaivén de una mamada. Mi mano derecha se encarga de su duro tronco mientras mi lengua marea al desconcertado capullo. Espero que no me vuelva a vomitar. Aún no. Me separo dando descanso a mi molida boca pero manteniendo el ritmo con una mano y, luego, con las dos. Es genial poder hacer una paja con dos manos.
Y es genial continuar haciéndolo mientras te comes sus pelotas. Como notas el torrente de sangre fluyendo entre tus manos y en tus labios una contradicción de duros y blandos amoldándose a tu boca. La suave pero gruesa piel se mete en tu boca y unas cosas duras chocan con los labios.
Me ladeo un poco e incrusto mi cara en las profundidades de sus ingles, donde la humedad es infinita y el olor a sudado se convierte, en mi cerebro, en puro sexo.
Y voy subiendo hasta llegar a sus pezones sin separarme ni un segundo de su piel. Mi lengua lucha con sus rosados adversarios en una desigual batalla. Ellos, sin poderse mover, sucumben al poder de mi juguetona lengua.
Entonces me levanto y me giro. Sin mediar palabra me separo las nalgas.
Sus ojos se abren tanto como mis glúteos. Sin darle tiempo a nada, atrapo su cara entre la pared y mis abiertas posaderas. Por la sorpresa su lengua se retuerce espasmódicamente dejando placer a su paso por tan inhóspitos parajes.
Retomado el poder sobre su apéndice bucal empieza a moverlo con sentido. Yendo al sur me hace gritar. Yendo al Norte me hace pedirle más.
Su lengua viaja por esa "I" que forma mi raja y mi culo, recorriendo una y otra vez el palo y metiéndose continuamente dentro del punto de esta maravillosa letra que la Naturaleza nos ha dado a las mujeres.
Sin pedirle la opinión voy describiendo círculos con mis caderas, aprisionando su cara contra la pared aún más, y clavándome su nariz y su lengua todo lo que puedo. Su cara resigue mi trayectoria sin poderse oponer a tanta carne en movimiento.
Noto mi esfínter deformarse y dilatarse al paso que la lengua lo va traspasando. Noto como el ano se deforma, ajustándose como un guante a la suave introducción.
Con la situación en el punto que yo quiero, me voy doblando hacia delante hasta volver a quedar cerca de su polla, pero sin mover mi culo ni un milímetro. Él sigue bebiendo de mí, y yo sigo bajando pasando de largo de su polla, que acaba chocando con mi hombro izquierdo. Con una mano le abro las nalgas que él separa del suelo tanto como puede.
Con el objetivo claro me incrusto entre sus nalgas, contactando con mi frente en el suelo. El frío del gres contrasta con el húmedo calor de mi barbilla.
Cortando el aire con mi afilada lengua, le enculo degustando su sabrosa guinda. La postura no facilita la tarea, pero me entrego con toda mi alma a lamerle el ojete.
Ambos nos introducimos las lenguas sin parar llenando nuestros bajos de saliva. El me la puede meter mejor y mas adentro que yo, debe ser por eso que yo grito mas que el y me corro antes.
Ya satisfecha libero su cara de la prisión de mis nalgas. Su cara aparece bañada con el rocío de mi orgasmo brillando bajo la luz de los focos del baño.
Cambiamos de postura y el se pone a cuatro patas con la polla colgando y su culo enfocándome.
Incrusto mi jeta en sus posaderas y le ordeño la polla a dos manos.
No tardo ni tres minutos en sacar lo mejor de el. la prueba es una pequeña mancha transparente en el suelo. El pobre está casi seco.
Los dos respiramos profundamente estirados en el suelo. Parecemos dos heridos tirados en el campo de guerra. La batalla ha acabado en empate: dos corridas por banda.
Esa noche duermo placidamente entre nubes de colores y pájaros parlanchines.
Por primera vez desde que estoy en la casa me despiertan los rayos del Sol en vez de los gritos de la alemana.
Parece que Francesco no estaba para demasiados juegos.
me voy a la cocina y me sirvo un vaso de leche. Al ver m reflejo en una ventana me doy cuenta de lo desnuda que voy.
Bebiendo del vaso entro en el comedor. Parece que no soy la única que se ha levantado con ganas de lácteos. La alemana estirada sobre el otro y moviendo su cabeza arriba y abajo busca con afán su dosis de leche recién ordeñada.
Estoy hipnotizada viendo el badajo entrando y saliendo de la boca de la alemana. Sin quitarles ojo me siento en el sofá que tienen a su lado. La tía me mira sin vaciar su boca. Él, en cambio, no ha abierto los ojos ni un segundo. Los mantiene bien apretados como si algo le doliese.
Mis piernas se separan.
En mi mano derecha el vaso de leche. En mi izquierda una piel recién depilada.
En mis dedos derechos algo frío. En los izquierdos algo caliente.
La alemana descansa de mamar y se dedica a reseguir la polla con su lengua extendida manteniéndola recta con su mano derecha. Mi mano imita el desplazamiento de su cabeza: arriba, abajo, arriba abajo.
Todo muy lento.
Todo muy suave.
Todo muy ardiente.
Mi dedo se va humedeciendo con paciencia. Sabedor de que no hay prisa ni pausa.
Cuando la alemana le vuelve a meter caña ya tengo una falange perdida entre mis labios inferiores.
Veo movimiento por el pasillo. Es Francesco que va al baño, ajeno a lo que pasa en la sala ... no tardará en darse cuenta.
Me levanto como si tuviera un resorte en el culo. La alemana me sigue con su mirada asomando por encima de la polla.
Me sitúo a la altura de la cabeza del italiano con esta entre mis pies.
Elevo el vaso de leche hasta la altura de mis tetas.
Lo volteo.
El blanco líquido rebosa sobre mis tetas. Miles de ríos blancos recorren mis mamas acumulándose en mis pezones y goteando desde ellos hasta la cara del italiano.
Muevo el vaso ubicándolo entre las tetas. El canalillo se convierte en un torrente de leche que recorre mi cuerpo hasta llegar a mi raja vertical, de donde va cayendo, gota a gota, sobre la cara del italiano.
Él abre sus ojos viendo mi coño rezumando blanco y se dispone a almorzar el vasito de leche más delicioso que ninguna mujer le podría preparar jamás. Ni siquiera su madre podría.
Viendo como el uno se alimenta, gota a gota, no veo venir al otro y a su gran amiguito. Francesco ni se inmuta al ver a su alemana tan ocupada y me coge una de las galletas de la mano.
Sin mirarme dice algo en italiano al desconocido bebedor de leche mientras mete la galleta en mi coño y, acto seguido, se la zampa en un par de mordiscos.
Otra galleta desaparece de mis dedos y en mi vagina. Siento como la caliente leche y mis fluidos la deshacen primero en mi coño y, luego, en la boca del hambriento italiano.
Cuando ya no me quedan más galletas tengo que buscar algo que almorzar y, claro, lo encuentro. Francesco, como buen compañero de piso, me ofrece su galleta de venas, que me zampo gustosa bien sentada sobre la cara del otro.
Le debe gustar mucho la leche al innombrable porque me lo come como nunca, con unas ganas desconocidas y un acierto desconcertante.
Después de almorzar, toca comer y me giro, sin sacar la lengua de mi coño y me pego un atracón de polla italiana y conejo teutón mientras Francesco visita mi único hueco libre.
Aúllo como una perra con su enorme polla intentando entrar en mi culo mientras el sin nombre ha dejado de lamerme al ver las bolas de su amigo peligrosamente cerca de su cara. Amigos pero no tanto.
Todo y su persistencia sólo consigue meterme la punta. No hay manera. No paro de aullar de dolor y él, finalmente, se decide a ir a lo seguro. Subiendo mis caderas un poco me la mete bien adentro del coño. ¡Que diferencia!. ¡Como entra!. Todo suavidad y humedad. El de abajo ya se ha apartado por completo incapaz de soportar un fusil enemigo tan cerca y se aleja de nosotros llevándose a la otra chica al sofá. Me los miro como puedo mientras mi cuerpo va de delante a atrás. Me gustaría que siguieran a mi alcance, pudiéndolos chupar por todas partes, pero el italiano me tiene bien "cogida".
La alemana cabalga al potrillo italiano mientras mi semental me la clava hasta el fondo bien agarrado a mis tetas.
Él parece entender mis deseos y me va acercando a ellos, sin sacarla, y a golpes de cadera.
Llego a su lado aullando como una perra pero consigo encontrar un hueco justo donde sus cuerpos se unen. Mi lengua contacta con sus sexos saboreando su polla y su coño bien abierto, rezumando fluidos sin parar. Es un manjar que disfruto como una loca, casi tanto como los empujones del potro italiano. Subo un poco y juego con el clítoris alemán, del tamaño de un garbanzo, haciéndola aullar sin control. Mis lengüetazos pasan de la polla al coño una y otra vez, luego a sus cojones que aspiro con fuerza metiéndolos, de uno en uno, dentro de mi boca.
Entonces aparece una mano y saca con prisas la polla de la guarida, y la suelta ahí, apuntándome directamente a los ojos. Empieza a temblar un poco, como si fuera un pez boqueando fuera del agua y, de repente, explota con una violencia inaudita, impactando en mi cara, mis mejillas, mi boca... Yo me lanzo instintivamente sobre ella convirtiendo la ducha de leche caliente en un sabroso sorbete. Los borbotones van llenando mi boca y yo voy tragando sin desperdiciar ni una gota. Me siento totalmente colmada con dos hombres para mí y disfruto de las últimas gotas de leche mientras sigo siendo zarandeada desde mis posaderas. La follada ya no tiene vuelta atrás. La polla hace arder mis paredes vaginales con cada roce, con cada penetración y yo grito con cada uno de ellos. El semen me cae un poco por la comisura de mis labios abiertos. No puedo evitarlo... Y la alemana tampoco: arrodillada a mi derecha empieza a lamerme la cara, los labios... Ante semejante espectáculo el que no me está follando vuelve a recuperarse antes de que la alemana acabe. Separando sus nalgas empuja con fuerza penetrándola con violencia. Nuestras bocas se unen y entre nuestras lenguas flota el semen. Parece que ante mí haya un espejo: veo mi ceño fruncido, mi boca entreabierta, mis labios brillantes de semen... Y entonces mi coño se vacía. Me quedo perpleja y mosqueada pero me dura poco. Al girarme veo el trabuco acercándose a mi boca y cómo empieza a sacudirlo con prisas. Las dos abrimos la boca y recibimos el primer borbotón en nuestras caras. Es violento como un perdigonazo pero después el torrente se estabiliza y ambas disfrutamos de una corrida de caballo de sabor dulzón.
La alemana me arranca el trofeo y se lo queda para ella y su ávida boca. Yo decido buscar otra cosa y la encuentro detrás, entre las nalgas de Francesco. Se las abro enseguida, desesperada por llegar al fondo y ahí aparece de nuevo su ojete y me lo como con la punta de la lengua. Sabe a sudado, pero sólo por unos instantes. Él jadea bien alto completamente complacido por el trabajo de nuestras lenguas.
No sé de quién es la culpa, pero el trabuco vuelve a recuperar la dureza de inmediato, cosa que aprovecha la alemana sin ningún tipo de miramientos: se traga la punta, aparta el prepucio con su lengua, la resigue por un costado y vuelve al principio por el otro. Yo sigo con su ojete en mi objetivo pero no puedo reprimir una punzada de envidia al verla tragar semejante monumento.
El almuerzo llega a su fin con una tanteo histórico:
Hombres 2 orgasmos cada uno
Mujeres 3 para la alemana y cinco para la española.
Por fin parece que hemos pasado de cuartos y aún estamos almorzando, cuando lleguemos a la comida esto va a ser la hostia!!!!!