El viaje de mi padre

Con la muerte repentina de mi madre, las cosas cambiaron como yo jamás pude imaginar.

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El viaje de mi padre

0 – Prólogo

Llamaron a casa a la hora del almuerzo. Mamá había salido a alguna cosa y papá y yo la esperábamos para comer… ¡No hubo almuerzo! Mi madre había sido atropellada por un coche y su cadáver estaba en el depósito.

1 – Después del funeral

Los dos días siguientes fueron muy malos. Tanto mi padre como yo adorábamos a mi madre y tuvimos que aguantar muchas caras tristes, muchos llantos… y el mal rato de la espera de la incineración. Mi padre no podía contener su llanto y yo me tragaba las lágrimas para que él se sintiese un poco mejor. Cuando llegamos los dos solos a casa, nos sentamos en silencio mirando a la pared: nos habíamos quedado solos.

  • ¡La quería demasiado, hijo! – comentó papá -, pero, como sea, nuestras vidas tienen que seguir adelante. Yo no puedo abandonar mi trabajo; es lo que nos da de comer y lo que nos permite pagar todas nuestras necesidades. Te estoy pagando una carrera muy buena. Un día, cuando la termines, serás uno de los mejores médicos y te ganarás la vida por ti mismo. Tal vez ganes más que yo.

  • Lo sé papá – le dije -; sé que vamos a pasar unos días muy malos, pero también sé que llegará el momento en que nos acostumbremos a vivir si ella. La echaremos de menos, claro, pero no será todo tan triste como ahora ¡Te tengo a ti! No me siento tan solo.

2 – Dos semanas después

Nos sentamos a almorzar. Papá y yo nos habíamos amoldado a nuestra nueva vida. Unos días cocinaba yo y otros días él. Eso de poner la lavadora no se me daba muy bien. Estropeé mucha ropa. Pero papá la ponía por la mañana antes de salir a trabajar. Todo era cuestión de organizarse… y empezábamos a organizarnos.

  • ¡Papá! – le pregunté - ¿Has pensado en casarte otra vez? Quizá conozcas a una buena mujer que sea tu esposa. A mí no me importa.

  • A mí sí me importa, hijo – contestó serio -; ninguna mujer va a poder sustituir a mamá. De momento, sigamos los dos adelante ¡Por cierto! ¿No tienes novia?

  • ¡No! – agaché la vista -; sólo tengo buenos amigos.

  • ¡Perfecto! – me dijo -; lo interesante es que no estés solo. Nosotros nos acompañamos aquí en casa, pero ahí afuera – señaló a la calle -, tenemos que tener amigos.

  • ¿Y tú tienes amigos? – le pregunté - ¡Nunca nos has dicho nada de eso!

Mi padre se sintió un poco nervioso, me miró y siguió hablándome:

  • ¡Nunca os he dicho nada porque no me parecía importante! – dijo -, pero ahora que estamos los dos solos te voy a contar algunas cosas. Mi trabajo, en realidad, lo hago en Madrid, ya lo sabes, pero a veces me envían a alguna otra ciudad. Me consideran un buen representante de cosméticos. Cuando voy a una ciudad, cliente que visito, cliente que nos compra.

  • Tanto viaje – pensé en voz alta - no te favorece para hacer amigos.

  • ¡Te equivocas, hijo! – me sonrió -; voy a contarte algo que no podría habérselo contado a mamá. Me enviaron a Salamanca cuatro días y visité a muchos clientes. Todos nos compran cosméticos ahora. Me dieron una buena comisión ¿sabes? Pero un cliente muy amable me invitó un día a un buen restaurante. Hablamos mucho y nos hicimos muy buenos amigos.

  • ¡Ah, claro! – lo miré con picardía - ¡Por eso seguías yendo a Salamanca unos días de vez en cuando!

  • ¡Eres un tío listo! – dijo - ¡Me siento orgulloso de ti!

  • ¡Cuéntame! – me entusiasmé - ¿Qué hacíais?

  • Pues pasear – dijo -, hablar, ir al cine o de compras

  • Y… - me lo pensé un poco - ¿Os acostaríais juntos, no?

  • Sí – agachó la cabeza -. Aquello que había empezado como una amistad… ¡Bueno, ya sabes que esas cosas pasan!

  • ¿Eres gay, papá? – le dije – ¡No es que me importe demasiado! He visto cómo querías a mamá y, si no la hubieras querido de verdad, no estaría yo aquí.

  • ¡Exacto! – me dijo más tranquilo - ¡No soy gay, hijo! No me importa que haya hombres gay; al revés, los admiro. Yo tenía que esconderme en esos viajes para poder estar con mi «amigo» unos días; de vez en cuando. Pero o se quedaba en Salamanca sin trabajo o se iba a Argentina, a Buenos Aires, con un trabajo muy bueno. Me dijo que se iba a quedar… ¡pero lo convencí para que se fuera! Por eso dejé de ir a Salamanca.

  • Mamá me lo insinuó ¿sabes? – le confesé -; un día me dijo que le resultaba raro que fueses tanto a Salamanca. Yo lo pensé un poco y me imaginé algunas cosas; incluso pensé que eras bisexual

  • ¡No! – dijo -; yo amaba demasiado a mamá y pensé que aconsejándole a mi amigo que se fuese a Argentina, le hacía un favor y me hacía yo otro.

  • ¡Eres sincero, papá! – le dije -; no te mereces que te oculte mis sentimientos. Yo sí soy gay. Tengo un amigo, Rafa, que dice que me quiere mucho. Yo también lo quiero. Tanto lo quiero, que no he querido que venga a casa; sabía que mamá se daría cuenta.

  • ¡Vaya! – me acarició la mejilla -; tengo un hijo gay, sensible, cariñoso, educado y… que piensa en los demás. Otro tío como tú, hubiera ya llevado a su novio a casa ¡Has hecho bien, pero lo estaréis pasando mal!

  • ¡Sí, claro que sí! – le dije -; no tenemos ningún sitio donde estar juntos. Tenemos que andar besándonos a escondidas ¡No me parece justo!

  • ¡No! ¡No lo es! – me dijo -; invítalo a almorzar con nosotros un día. Es tu pareja. Iremos a un restaurante, pero le ofreces tu habitación para estar juntos. Cuando yo sepa que estáis ahí, ni siquiera me acercaré a tu puerta.

  • ¡Joder, papá! – exclamé - ¡Tampoco quiero que te sientas incómodo en casa!

3 – Aquella misma noche

Estaba terminando de estudiar en mi dormitorio y pensaba acostarme, así que salí a darle las buenas noches a mi padre. Estaba el pobre medio dormido en el sofá viendo una película en la tele.

  • Es muy mala, hijo – me dijo -; además ya va por la mitad. No te aconsejo que la sigas

  • ¡Vale, papá! – contesté -, pero venía a darte las buenas noches; quiero acostarme ya.

  • ¡Siéntate un poco aquí conmigo! – me dijo -; yo me voy a ir a la cama ya también.

Me senté a la altura de su vientre. Los dos estábamos en calzonas por el calor que hacía y me cogió por la cintura.

  • He estado pensando muchas cosas ¿sabes? – dijo contento -. Entre ellas, se me ocurre que para qué coño nos tenemos que tapar con las calzonas cuando estemos solos ¿Nos las quitamos? ¡Hace calor!

  • ¡Claro! – le dije también contento - ¡Me estorban!

Cuando papá se incorporó y tiró de sus calzonas hacia abajo para quitárselas, me di cuenta de que estaba casi empalmado, pero no dije nada. Volví a sentarme en el mismo sitio y su polla grande, dura y caliente me estaba rozando las nalgas. Comencé a empalmarme.

  • ¡Hijo! – me comentó papá - ¿Recuerdas cuando eras más pequeño y yo te lavaba o te duchaba por las noches?

  • ¡Sí, claro! – me reí - ¡Me encantaba! Me contabas cosas y me dijiste que un día me saldrían pelos como a ti y que dejaría de ser un niño y me convertiría en un hombre.

  • ¡Sí, recuerdo aquello! – se rió también - ¡En realidad lo pasábamos muy bien!

  • ¡Y tanto! – le dije pellizcándole la nariz -; tú me enseñaste las partes de mi cuerpo. El pito también ¿recuerdas? Me decías para qué me serviría cada cosa en el futuro y, un día, me dijiste lo que era hacerse una paja o masturbarse. Me hizo mucha gracia. Yo disimulé, pero ya lo sabía por los compañeros del colegio.

  • La tenías mucho más pequeña – miró la mía -, pero ¡es que hace ocho años! Te ha crecido mucho. Seguramente será tan grande como la mía.

  • ¡Yo creo que ya son iguales! – miré la mía y miré la suya -; ya soy prácticamente un hombre, aunque sea gay.

  • Eso es lo de menos, hijo – me acarició la cabeza -, lo importante es quererse.

  • ¡Sí! – le dije -; yo te quiero, papá, ya lo sabes. Te quiero tanto como quería a mamá.

  • ¡Bueno! – dijo incorporándose - ¡Será mejor que nos acostemos! Mañana hay que trabajar. Lo peor es que dormir ahora solo en una cama tan grande… ¡Me agobio!

  • ¿Quieres que me acueste contigo? – lo miré fijamente - ¡No me importa! ¡Me gustaría!

  • ¡Gracias, hijo! – me besó -; insisto en que eres un encanto. Ojalá un día conozcas a alguien tan encantador como tú ¡Vente a mi cama!

Nos levantamos los dos en pelotas y empalmados y me fui detrás de papá hasta su dormitorio. Para ser un hombre maduro, tenía un cuerpazo y un culo… Sólo tenía puestas las sábanas en la cama porque hacía calor, así que nos echamos desnudos encima. Estábamos muy juntos y seguimos contándonos cosas del pasado.

  • Recuerdo una cosa que me gustó mucho, papá – le dije -. Un día, cuando me explicabas todo sobre el glande y el prepucio y cómo hacerlo bajar, comenzaste a tocarme y me empalmé ¿Lo recuerdas?

  • ¡Sí, ya empezabas a ser un hombre! – dijo mirándome la polla -; tenía que enseñarte esas cosas que no te enseñan en el colegio.

  • ¡Pues me la enseñaste muy bien! – me reí - ¡Me hiciste una paja!

  • ¡Sí! – se rió - ¡No lo tomé como un acto sexual, ¿sabes?, sino como un «ejercicio práctico».

  • ¡Pues me enseñaste muy bien! – repetí -; desde entonces me hago pajas cuando estoy caliente.

  • Lo mejor – se acercó más -, es que te las hagan; pero no siempre hay una mano caritativa cerca.

  • ¡Oye, papá! – bajé la voz - ¿Te has dado cuenta de que los dos estamos empalmados?

  • ¡Pues claro! – dijo seguro - ¡Aunque seas mi hijo, tienes un cuerpo y una polla muy deseables!

  • ¡Y tú! Mmmmm… - pensé un poco - ¿Nos hacemos una paja? ¡Así no tenemos que pajearnos cada uno escondido del otro!

  • ¡Bueno! – contestó indiferente - ¡A mí no me importaría!

  • ¿Me la acaricias un poco? – le dije cortado -; es que todavía me parece que no está empalmada del todo.

Echó su mano hacia mí y me la agarró delicadamente, como aquellos días en que me enseñaba lo que era la picha o el pito, pero comenzó a darme placer, así que mi mano se fue a coger la suya y nos pegamos aún más para pajearnos. Nos corrimos brutalmente. Mi padre hacía unas pajas excelentes.

  • ¡Hemos llenado las sábanas! – dijo -; levántate para ducharnos y las cambiaré.

Lo besé en los labios. No sabía si se iba a disgustar, pero me sonrió. Luego, pasamos a la ducha y él me enjabonó como cuando tenía 11 años y yo lo enjaboné como lo que era: mi querido padre.

Nos secamos bien y nos fuimos a dormir.

4 – La noche siguiente

  • ¡Oye, papá! – le dije -; la tele está muy pesada ¡Vamos a acostarnos!

  • ¿A dormir? – preguntó sonriendo - ¿No será que te gustó lo que pasó anoche? ¿Qué le vas a decir a tu novio Rafa?

  • ¡No, no! – me asusté - ¡Yo no voy a decirle nada! ¡Tú tampoco le digas nada!

  • ¡Claro que no, hombre! – me besó en los labios - ¿Cómo le voy a decir esto a tu novio? ¡Venga, vamos a la cama!

Recorrimos el pasillo como la noche anterior y saltamos riéndonos al colchón, pero caímos de tal forma, que me quedé echado sobre él. Los dos nos quedamos muy serios al principio, pero fui acercando mi boca a la suya poco a poco hasta que me agarró por el cuello, abrió sus labios y nos besamos mientras nos rozábamos. Nos dimos mucho placer, pero acabé echándome a un lado y, bajando la cabeza con cuidado, fui besando su cuello, su pecho de pelo sedoso, sus pezones, su ombligo y llegué al bosque de pelos que tenía al pie de su polla de gran envergadura.

Me estuvo acariciando la cabeza y la cara todo el tiempo y aspiró profundamente cuando comencé a chuparle los huevos; se encogió. Luego, viendo que le gustaba y no me decía que parase, fui lamiendo su polla lentamente hasta limpiar con mi lengua todo su líquido, que caía por un lado de su capullo rojo. Por sorpresa, me metí el capullo en la boca.

  • ¡Ay, hijo! – exclamó suspirando - ¡Qué placer me das! ¡Haz lo que quieras!

Me fui metiendo aquel viaje de mi padre cada vez más en la boca masajeándoselo con la lengua, pero no me cabía entero. Entonces, comencé a mamársela y se aferró a mis cabellos:

  • ¡Hijo! ¡Qué gustazo! ¡Qué bien la mamas! ¡Sigue, sigue, por favor! ¡Luego te la comeré yo! ¡Estoy deseando! ¡Chupa, chupa! ¡No me esperaba esto!

Seguí mamando con todo mi cariño hacia mi padre y sintiendo el placer de tener su polla casi entera dentro de mi boca. Después de un buen rato de saborear a mi padre, me avisó de que iba a correrse y le hice un gesto con la mano para que supiera que iba a seguir hasta el final. Su semen llenó mi boca en varios disparos fuertes y lo saboreé untando el interior de mi boca con aquella leche que un día me permitió nacer. Pronto me di cuenta de que me acercaba un pañuelo de papel para echarla. La dejé caer allí con cuidado y lo miré sonriéndole. Se incorporó y volvimos a besarnos durante un rato.

Me eché a su lado y seguí jugando con su polla (que se iba poniendo flácida) hasta que se incorporó de un salto y me la cogió. Acercó su cabeza a la punta de mi polla empalmada, la miró contento, quizá de que su hijo tuviese un carajo como el suyo, y comenzó a lamérmela bajando hasta los huevos. Me encogí de placer. Volvió a subir despacio y comenzó la mamada que esperaba: la de un experto. No pude aguantar tanto como él y el placer me hacía temblar desde los cabellos hasta los dedos de los pies. Levanté mis piernas y las puse alrededor de su cuerpo. En pocos segundos, me corrí. Tomó un pañuelo y echó allí mi leche. No habíamos manchado nada, así que nos abrazamos comiéndonos a besos hasta que nos quedamos dormidos.

5 – Mi futuro

Todas las noches me acostaba con mi padre y todas las noches hacíamos algo de sexo, pero lo que más recuerdo como algo impactante, fue la noche que se echó con cuidado sobre mí y tomó mis piernas levantándolas. Las puse sobre sus hombros y cerré los ojos. Sentí su polla dura tocar mi agujero del culo y me relajé. Quería tenerlo dentro y así fue. Comenzó a apretar con mucho cuidado (nuestras pollas eras bastante gruesas) hasta que me la metió entera. Me sentí feliz como nunca. Sus huevos golpeaban con los míos cada vez que empujaba con fuerzas. Hubiera deseado que no se corriera nunca, pero comenzó a jadear y a gemir de placer, se agachó a comerme la boca con ansias y noté cómo se corría dentro de mí.

Se echó a mi lado acariciándome la cara y sonriéndome, pero pensé que después de correrse así, no iba a querer seguir; pensé que me haría una paja para que yo también me corriera. Me equivoqué. Vi que seguía empalmado y tiró de mí para ponerme sobre él. Me sentí muy a gusto al rozarlo. Su polla se clavó en mis huevos, pero me empujó con delicadeza hacia abajo y levantó sus piernas cogiéndoselas con los brazos. Apunté a su agujero y comencé a apretar con cuidado, pero entraba sin problemas. Cuando llegó al fondo, comencé a follarlo y me agachaba para besarlo y mis manos se fueron a acariciarle los huevos y la polla. Me quedé asombrado. Cuando me corrí entre temblores dentro de él, salieron unos potentes chorros de leche de su polla que llegaron a la pared de la cabecera de la cama.

Se la saqué mientras nos reíamos y limpiamos entre los dos lo que se había manchado. Cada noche, se repetía alguna escena de sexo entre nosotros y así seguimos bastante tiempo.

Un día, almorzando, le dije que me gustaría invitar a Rafa a comer. Entonces le noté cierta seriedad. No se había enfadado, sino que, seguramente, estaba pensando que había perdido a su hijo como amante. Vi, como en una película, todo lo que le había pasado. Quería a mi padre demasiado para abandonarlo o, incluso, para que al llegar a casa viera mi puerta cerrada y supiera que estaba follando con Rafa ¿Qué podía hacer? Mi padre sufrió demasiado cuando tuvo que abandonar a su amigo de Salamanca; lo sufrió en silencio por el amor que le tenía a mi madre. Mi madre se nos fue para siempre y él se sentía más solo que nunca. No lo pensé. Después de decirle aquello, le dije lo contrario:

  • ¡Lo siento, papá! – dije - ¡Te quiero tanto, que no puedo dejarte! Me da lástima de Rafa, de verdad, pero seguiré con él como amigo. Yo prefiero seguir queriéndote, amándote, acariciándote cada día y cada noche. Como me dijiste un día: sigamos juntos nuestras vidas.