El viaje de fin de curso
Una noche de locura adolescente durante el viaje de fin de curso. El tonteo entre Cristina y yo se vuelve en algo más. Esos pechos no serán fáciles de olvidar.
Tenía 18 años y por esa época, como cualquier adolescente, iba más salido que el pico de un portaaviones. Sólo hacia falta un escote con unas tetas apretadas para que mi mente empezara a divagar en fantasías varias y que mi polla se pusiera más dura que los bordes de las pizzas Tarradellas. Y entre todos esos escotes, había uno en especial que era el objeto de mis pensamientos diarios.
Cristina tenía el pelo rubio teñido y, aunque su cara no destacara especialmente entre las demás compañeras de curso, su cuerpo desprendía esa sensualidad que hacía subir la temperatura de mi miembro cada vez que lo miraba. Sus más de 1,70m de altura se complementaban con unos pechos grandes y redondos que quitaban el hipo, acompañados con diferentes tipos de blusas y escotes para mi deleite y el de mis compañeros. De cintura para abajo, su apretado culo parecía que iba a hacer explotar los ajustados pantalones que llevaba. De tanto en tanto un tanga rojo hacía volar la imaginación de los compañeros que se sentaban detrás de ella.
Aunque nunca había llegado a mayores, Cristina y yo habíamos tonteado más de una, dos y tres veces. Mi intuición me decía que ese jugueteo era lo que más le gustaba, y dar un paso más sería como quitar esa excitante experiencia para ella. La posibilidad que me daba que algún día pudiera follarme a esa increíble chica y la imagen de esos pechos en mi cabeza había hecho que me corriera más de una vez en varias de mis muchas masturbaciones adolescentes.
Marqué en mi calendario la fecha donde, si tenía suerte, sería capaz de descubrir qué mundo me esperaba debajo de ese sujetador de encaje que asomaba a la vista. Llevábamos semanas esperando ese ansiado viaje de fin de curso, ese último viaje con los amigos de toda la vida que predecía a la vida universitaria. Y allí estábamos, en una habitación de un hotel céntrico de Roma, apurando los últimos momentos de esa ruta por el país de la pasta.
Era la última noche y no demasiada gente tenía planeado dormir. Se había esparcido la voz sobre el evento nocturno en nuestra habitación del hotel entre unos pocos amigos y varias chicas. Íbamos bien equipados, con nuestra cerveza, el Ipod cargado de música indie y la baraja de cartas. Cristina me había insinuado esa misma mañana que quería jugar al strip poker, momento en el que yo me quedé sin respiración y no supe qué contestar. Aún así, su iniciativa no fue acompañada por el resto del grupo.
No era la primera vez que Cristina y yo tonteábamos en ese viaje. Y tampoco la primera vez que me quedaba sin habla. Esa chica de pelo rubio era capaz de dominar mis sentidos de tal manera, solo con unas pocas palabras. Y así me quede, sin habla, cuando abrí la puerta de la habitación y me encontré a Cristina con unos pantaloncitos de pijama y una camiseta de tirantes que habría escandalizado a la directora del colegio. Se había adelantado y había llegado a nuestra habitación antes de la hora acordada, pero no iba a ser yo quien pusiera pegas a su presencia.
Marcos y José estaban tirados en la cama hablando de los mejores momentos del viaje, mientras Fran se duchaba. Cuando Cristina entró en la habitación, los dos pusieron cara de sorpresa al ver que ya teníamos invitados. Esas mismas caras pasaron a ser de alegría cuando Cristina sacó de una bolsa una botella con ese nombre ruso que tantas veces habíamos comprado en el paki de la esquina del colegio. Una pequeña risita salió de su boca al sacar la botella, y en ese momento supe que esa noche acabaría cumpliendo mi ansiada fantasía.
Marcos nos pasó un quinto de cerveza a cada uno y empezamos la fiesta por nuestra cuenta. Por los altavoces sonaban los Strokes y José hacía ver que tocaba la batería cada vez que venía el estribillo. Fran salió de la ducha y acompañó el momento con un guitarreo al aire, sin nada más con la toalla que le tapase. Fue al cabo de un minuto que se dio cuenta que teníamos compañía y se volvió al baño entre las risas de mis amigos.
Empezó a llegar la gente y empezó a amontonarse el alcohol. Teníamos planeado ser unos 12, pero al final acabó viniendo más gente. Eso podía ser un problema para nuestros recursos de brebajes, así que empezamos a beber con el objetivo de emborracharnos antes de que se vaciaran todas las botellas. Aunque a esa edad mis amigos y yo ya estábamos curtidos con el alcohol, las chicas no parecían tolerarlo de la misma manera. O eso hacían ver.
Estaba yo con mi cerveza, moviendo la cabeza al ritmo de esa canción de The Killers, cuando Cristina se acercó a mi posición acompañada de una manta. Me dijo si quería taparme también, y no sería hoy el día en el que rechazara sus propuestas. Los dos nos tapamos y ella se acercó a mi, hasta el punto que nuestros muslos se pusieron en contacto. Subió un escalofrío por mi cuerpo y de repente mi brazo empezó a temblar. Era el momento perfecto para dar el primer paso, y eso me aterrorizaba.
Por suerte, no hizo falta pensar demasiado en qué debía hacer. Cristina puso su mano en mi pierna, por debajo de la manta, y yo la cogí y la empecé a llevar hacia arriba. No tardó mucho en llegar a mi polla, y Cristina puso cara de sorpresa al ver lo dura que estaba. Sin dudarlo, metió su mano dentro de mis pantalones y empezó a masturbarme. Mientras, la gente en la habitación reía y bebía, sin saber lo que pasaba debajo de esa manta. Puse yo entonces mi mano en su pierna, subiendo por esos pantaloncitos hasta que llegué a ese ansiado coño. Cristina soltó un pequeño gemido ahogado, que hizo que me pusiera más nervioso por si nos descubrían. Nunca había experimentado una situación igual y nunca había pensado lo que podía llegar a excitarme ese momento.
Dado que nos estábamos calentando demasiado, propuse a Cristina ir a los lavabos del hotel para tener más privacidad. Accedió sin dudarlo. Esperé unos largos minutos para que se bajara mi erección y solté la excusa de ir a ver si había alcohol en la recepción del hotel para así poder salir de la habitación. Cristina salió detrás de mi y, solo cerrar la puerta, acerqué su cuerpo al mío y nos besamos con pasión. Ese largo beso duró varios segundos, en los que tuve la oportunidad de apretar ese dulce culo, lo que hizo que mi erección volviera a su estado anterior.
Llegamos a los baños y fue entonces cuando me percaté de lo roja que estaba Cristina y lo cachonda que parecía estar. Eso hizo incrementar mi deseo sexual aún más. Solo cerrar la puerta del baño, Cristina se arrodilló y me bajó los pantalones, poniendo mi mástil delante de su cara. Con una facilidad y maestría increíble, empezó a lamer mi miembro de arriba a bajo, mientras cubría de saliva toda su superficie. En un momento dado, subió la mirada hacia mis ojos y, manteniendo el contacto visual, introdujo mi pene en su boca. Recuerdo como levanté la cabeza de placer y varios escalofríos recorrieron mi cuerpo. Cristina empezó a chupar con diligencia, moviendo la cabeza arriba y abajo con cada vez más velocidad. Predije que si seguía así mucho tiempo más no iba a poder contener mi corrida. Fue entonces cuando dio descanso a esa mamada y empezó a lamer mis testículos.
No lograba entender la suerte que tenía de estar recibiendo tal placer de una tía que estaba tan buena como Cristina. La levanté de su posición y empecé a acariciar esas increíbles tetas, a lo que Cristina respondió con pequeños gemidos y una respiración acelerada. Oímos que bajaba gente a esa planta, pero no nos importó lo más mínimo. Levanté su camiseta y descubrí un bonito sujetador de color negro que supe que no iba a durar mucho puesto. Sin yo hacer nada, ella lo desabrochó y mostró esos enormes pechos que, aunque eran de gran tamaño, se mantenían bien firmes. Llevé mi boca a uno de sus rosados pezones, mientras mi mano derecha acariciaba el otro. Ella llevó su mano a mi pelo y me apretó hacia ella. Respondí a su invitación chupando y apretando con más fuerza, a lo que ella gimió aún más.
El ruido fuera del lavabo se incrementaba, pero no nos importaba lo más mínimo, y menos cuando Cristina me soltó un esperado "FÓLLAME". Llevé mi mano a su vulva y empecé a acariciarla, con mi polla aun erguida. Introduje mi mano por debajo de sus pantalones y descubrí lo mojada que estaba. Llevé entonces uno de mis dedos ya empapados a su clítoris, a lo que Cristina respondío apretando su mano contra mi cuello y dándome un húmedo beso. Seguí masturbando a Cristina hasta que ella misma se bajó los pantalones. La llevé hacia la taza del váter y abrí sus piernas para descubrir ese increíble coño sin depilar. Acerqué mi boca a ese monte de Venus, pero decidí entretenerme en sus muslos, sin dejar de apretar sus pechos. Fui dando besos por toda la zona alrededor de su vulva, tentando a Cristina hasta la desesperación. Notaba como empujaba con su mano para que llevara mi lengua a su clítoris, pero no iba a darle ese placer aún.
Después de unos segundos y viendo que Cristina no iba a aguantar más, acerqué mi cara a su clítoris y di un pequeño lametón, a lo que ella respondió con un gemido que hizo subir mi excitación. Empecé entonces a lamer ese coño con velocidad ascendente, dando círculos con la lengua por ese bello clítoris. Cristina empezó a gemir con intensidad y sabía que no tardaría en correrse. Esperé lo necesario hasta que introduje un dedo en su vagina y empujé hacia arriba, lo que hizo que Cristina soltara un gran chillido. Acompañe esa masturbación con los lametones hasta que Cristina se corrió y chilló de tal manera que aún hoy pienso que la directora del colegio nos oyó desde su habitación.
Después de eso, sin dudarlo ni un momento, Cristina se giró y puso su culo delante de mi. Tal espectáculo no podía ser desaprovechado, así que saqué un condón que había traído conmigo y lo puse en mi miembro. Al introducir mi polla en su vagina, Cristina empezó a moverse con ansia y yo acompañé ese movimiento con mis embestidas. Nunca antes me había follado a una tía en un lavabo, y el hecho de estar dando a Cristina por detrás y saber que fuera había gente me hacía consciente que no duraría mucho antes de correrme. Aún así, Cristina estaba tan cachonda y la embestía de tal manera que mi polla hizo que se corriera otra vez, provocando que sus piernas temblaran y que por poco se cayera al suelo de bruces.
Viendo mi cara, Cristina supo al momento lo que tenía que hacer. Me sacó al condón y se llevó mi polla a su boca. Esta vez no fue un ritmo ascendente. Empezó a chupar como si no hubiera mañana hasta que en pocos minutos me corrí. Apreté su cabeza hacia mi polla y solté tal corrida en su boca que creía que me iba a desmayar. Al quitar mi pene, vi como Cristina se tragaba todo mi semen mientras soltaba una sonrisa. Esa sonrisa que no olvidaré nunca y que aún a día de hoy patrocina alguno de mis momentos de masturbación.
La noche transcurrió sin más, de risas con mis amigos a los que les acabaría contando el increíble momento que había vivido. El momento culmen de ese gran viaje de fin de curso. Años más tarde me volvería a encontrar con Cristina, pero eso ya es otra historia que algún día contaré...