El Viaje: Capítulo II: Pablo

Esta novela explora el viaje (en todo sentido) del protagonista, un muchacho sumiso e incapaz de satisfacer a una mujer, en su descenso a los mismísimos avernos del morbo y la degradación. Después de este viaje de ida, ya no volverá a ser el mismo nunca más.

PABLO

II

Conocí a Pablo cuando Verónica me consiguió trabajo en la empresa de su padre. Desde el comienzo me había dado mala espina que su ex novio me hubiera dado trabajo a mí.

  • Es buen chico, además la empresa es del padre, no de él

Me había dicho mi novia para convencerme de que aceptara, y si bien no me agradaba en lo más mínimo, ya era demasiado ser un novio sexualmente incompetente como para sumarle el mote de “desempleado”; y la paga era buena.

Pablo tenía varios años menos que yo, rondando los veinticortos, y era sumamente pedante y engreído. Tenía facha, plata y carisma, digamos que podía darse el lujo de ser así. Al principio nuestra relación era cordial y se resumía a algunos saludos en los pasillos y acotadas charlas en las que siempre me hablaba de Verónica y soltaba unas molestas risitas nostálgicas, pero con el correr de los días y las semanas esas charlas subieron de tono. Pablo ya se sentía libre de contarme anécdotas de cuando salían, y algunas rozaban el terreno prohibido.

  • Le voy a escribir para ir a tomar algo - me dijo un día - vamos los tres - añadió cuando vio mi gesto de disgusto.

Pero el mismo día de aquella cita, casualmente, me dio varias tareas que me obligaron a quedarme después de hora. Aquella tarde la pasé en la oficina, sólo, pensando sin parar en cómo Pablo estaría coqueteando con mi novia.

Llegué a mi casa entrada la noche y Vero aún no estaba ahí. Pensé en escribirle, pero temí su reacción, o tal vez su respuesta, así que me acosté. Llegó entrada la madrugada chocándose todo lo que encontraba a su paso, visiblemente borracha. Cuando la vi entrar a la habitación mi pito se puso duro instantáneamente: iba vestida con un ceñido vestido rojo semitransparente y bien cortito, unos tacos que hacían sus piernas aún más increíbles, y una diminuta campera de cuero. Yo la miré embobado mientras ella, así como estaba, se subía a la cama y con su mano me empujaba contra el colchón. A continuación colocó sus piernas a los costados de mi cabeza y se levantó el vestido (como si realmente hiciera falta); no llevaba ropa interior.

  • Saludala bebé - me dijo con una risa ebria, y se sentó sobre mi cara.

Yo lamí sin dudarlo y sin parar, disfrutando aquel hermoso manjar que la vida me había prestado. Por suerte no tiene gusto a leche, pensaba mientras lamía su interior mojado con mi lengua. Si está así de caliente es porque no tuvo sexo con Pablo, pensé después mientras la escuchaba gemir y sentía sus flujos invadir mi cara. Me di cuenta que cada día era más patético, pero eso sólo me excitaba más y me hacía lamer con más fuerza.

Después de masturbarse frenéticamente contra mi cara mientras me tiraba del pelo, Vero cayó rendida a mi lado. Se sacó el vestido como pudo, quedando completamente desnuda y casi al instante se durmió. Yo permanecí inmóvil, acostado boca arriba, despeinado y con la cara llena de sus flujos, con el pitito duro como piedra pero sin animarme a moverme. Su cuerpito dorado y suave yacía a mi lado, como Dios lo trajo al mundo, despedía un aroma mezcla de perfume y alcohol que era embriagador. Contemplé su espalda sensual, contemplé su monumental cola, sus bellas piernas interminables, su cabello castaño lacio y largo, el costado de su pecho, firme y apetecible… aquel cuerpo era el de una diosa griega, pero aunque estaba a mi lado, desnudo y entregado, no era mío, no me pertenecía y cada día era más ajeno a mi, más inalcanzable. Esa noche me dormí con el pito duro.

Con el correr de los días y las semanas mi relación con Pablo fue evolucionando. Él cada vez se mostraba más confianzudo conmigo, y yo por mi parte me sentía cada vez más incómodo con su presencia. Intentaba no demostrárselo, pero cada día que pasaba me sentía más y más inferior a él; no sólo era mi jefe, además era el ex (¿ex?) de mi novia.

Una noche de viernes al regresar a casa me encontré con mi novia en el baño, maquillándose frente al espejo. La contemplé desde la puerta, con su cintura quebrada para acercar la cara al espejo, dejando su hermosa colita completamente expuesta. Su pelo recién planchado caía sobre su espalda. Realmente le estaba poniendo dedicación a su maquillaje, estaba increíblemente hermosa. Sus labios parecían la fruta más dulce del mundo. Cuando me vio comenzó a mover la cola despacito, provocándome. Fijé mi atención en esos movimientos hipnóticos, esas nalgas firmes y redondas meneándose para mí. Cualquier otro hombre se hubiera acercado y la hubiera apoyado de inmediato, respondiendo a aquel llamado de apareamiento, pero yo no, yo permanecí en el marco de la puerta, contemplando frustrado aquel manjar que sabía no me podía comer.

  • ¿Te gusta mi tanguita, amor? - dijo con voz sensual y juguetona.

Miré su bombachita y me di cuenta que no la conocía. Era de encaje, negra, con tres tiras cruzadas de cada lado que se abrazaban a su cintura de una manera increíblemente sensual. El pequeño triángulo de tela suave y semitransparente se perdía entre aquellos impresionantes cachetes, dándole al combo una forma bestialmente sensual… y sexual.

  • Me la regaló Pablo…

Mi interior se rompió como una ventana que recibe un piedrazo y un rayo de humillación me partió el pecho y el estómago.

  • ¿Y?¿Te gusta o no? - insistió Vero, moviendo su culo y quebrando aún más la espalda.
  • Si… si, me gusta Vero - dije resignado.
  • Dale un besito que ya me voy - agregó con total tranquilidad.

Con el pito duro estrellándose contra mis jeans me agaché detrás de mi novia, tomé aquel culazo entre mis manos, acerqué mi cara y le di un beso de despedida, pero no la despedida de aquella noche, esa despedida de “andá y divertite”, sino una mucho más profunda. Era la despedida definitiva de aquella belleza inaccesible; ya no era mía, nunca lo había sido.

Aquella noche Vero volvió borracha, como solía hacerlo cuando salía con Pablo. Desde la cama vi como desfilaba por la casa con sus pantalones de cuero negro brillante, moviendo sensualmente las piernas y la cola. su cinturita quedaba expuesta gracias a su camisa corta, que de frente dejaba a la vista un sensual piercing en el ombligo y su tatuaje en el costado. La miré embobado mientras meneaba ese culazo enfundado en los pantalones que más me gustaban y más justicia le hacían. La miré mientras, a los pies de la cama, se desvestía sensualmente, abriendo su camisa botón por botón hasta dejar libres sus preciosas tetas de tamaño mediano pero bien firmes y redondeadas. La miré bajar sus pantalones lentamente, de espaldas a mí, liberando poco a poco aquella manzana de oro apenas cubierta con la tanga más pornográfica que había visto hasta aquel día. La miré subirse a la cama, resguardado por la oscuridad. Cerré los ojos para disimular.

  • ¿Estás despierto?

Abrí los ojos despacito y me encontré con sus pies a los costados de mi cabeza. Se había parado sobre el colchón. Cuando vio mis ojos abiertos sonrió con una sensual malicia y dejó caer su tanguita sobre mi cara. La tela era increíblemente suave y estaba impregnada con su olor más íntimo. No me moví, no la quité de mi rostro, permanecí inmóvil aceptando mi papel en la relación. Ella se arrodilló con sus piernas trabando mis brazos, acercó mucho su cara a la mía y sonrió, luego me metió su bombachita negra en la boca y me besó los labios. A continuación, como de costumbre, se arrodilló sobre mi cara, sólo que esta vez su conchita no entró en contacto con mi boca. Permaneció a la distancia suficiente como para permitirme contemplarla con detalle sin llegar siquiera a rozarla. Sus delicados dedos abrieron sus labios vaginales y comenzaron a jugar en el interior hasta acabar. Luego me quitó la tanga y metió sus dedos en mi boca; aquella noche el sabor era distinto, aquella noche la conchita de mi novia tenía otros condimentos.

  • Besala - me dijo, acercándola a mi boca.

Sumisamente le di un sentido beso. Ella metió sus dedos nuevamente en mi boca, luego en su vagina y luego los refregó en mi rostro. A continuación me dio un simpático besito en los labios, se relamió y se acostó a mi lado. El sabor y el olor a sexo y a semen se quedó conmigo toda la noche.

Después de aquella humillante despedida, mi relación con Pablo en la oficina cambió mucho, y no pude hacer nada al respecto.