El viaje

Una larga carretera, un coche y una madre con su hija y su hijo. ¿Se les pinchará una rueda? ¿LLevarán de repuesto? Vale, lo mismo también salen... ¡tetas!

El viaje

por Noara, en 2009

El maletero estaba ya a punto de reventar, pero aun quedaban unas cuantas bolsas por meter y algunas cajas por llevar hasta el coche. El sol hacía un rato que había salido con fuerza, y el cielo aparecía de un suave azul claro que anticipaba un día ideal de verano. Despejado y caluroso. Lo mejor para un viaje por el medio de la nada.

  • Mete esto aquí, eso allí y lo otro delante.

La que hablaba era mi madre, quien si no, que a pesar de no haber pasado nunca por el ejercito mandaba como el general más curtido.

  • Voy, voy... Pero aquí no coge nada más - respondí con desgana mientras intentaba meter a presión una caja que llevaba escrita la palabra "Frágil" con rotulador.

  • Como no va a coger, ¡con lo grande que es el coche!

  • Es grande si, pero no es un saco sin fondo. A este paso después no nos podremos meter nosotros...

Con un empujón y tras un extraño ruido de cristales rotos que intenté camuflar bajo el sonido de un inoportuno ataque de tos, conseguí encajar la caja entre los demás bultos y cerrar el maletero. Por fin el trabajo estaba hecho, al fin podía descansar.

-¿Por qué cierras? Aun faltan estas mías.

Me giré lentamente, y me llevé un leve susto al observar mi reflejo en las oscuras gafas de sol modelo abejorro que portaba mi hermana. Aunque el verdadero terror llegó cuando vi en sus manos otras dos enormes maletas.

  • Ah no, no. Aquí no coge nada más.

  • ¿Como que no coge? Pues tienen que coger.

  • Que no, que ya no queda un sólo hueco.

  • Anda, quita que no tienes ni idea.

Me separé un poco hacia atrás, para dejarla pasar y en parte por si salía algún bártulo disparado y me llevaba por delante, y esperé a ver como mi hermana se daba de frente contra la compacta realidad. Sus finas piernas pasaron a mi lado con delicadeza, y sus brazos surgidos de una ceñida camiseta sin mangas abrieron el maletero que soltó un chirrido de queja.

  • ¡Mi madre! - exclamó mi hermana ante el panorama dantesco que se abría ante sus ojos. Las bolsas amontonadas, las cajas de cartón, las maletas apiñadas formando un solo ente.

  • ¿Qué quieres?- exclamó a su vez mi santa madre mientras cerraba la puerta de casa.

  • Que no, que nada. ¿Pero se puede saber que habéis metido aquí?

  • A mi no me digas nada.- protesté yo- Preguntale a mama si quieres, que yo sólo ejercí de mozo de almacén.

Mi hermana aguanto unos segundos con el maletero abierto mirando, hasta que con un fuerte impulso lo cerró. Sin embargo era obvio que no se iba a rendir tan fácilmente. Cogió de nuevo sus dos maletas y abrió una de las puertas de atrás del coche.

  • Pues la meto aquí.

Desde fuera no podía ver más que a mi hermana espatarrada sobre el asiento de atrás, colocando a saber como las maletas. Durante ese instante mis ojos adquirieron vida propia y se posaron en su trasero, que a pesar de estar cubierto por un corto pantaloncito rosa no podía disimular su redondez y contundencia. Sus muslos lisos y sus pantorrillas morenas y torneadas eran toda una delicia.

  • Bueno, ¿todos listos?- preguntó mi madre mientras agitaba las llaves del coche como un sonajero y me sacaba del trance.- ¡Venga que nos vamos!

Aunque la idea de recorrer tantos kilómetros por aquella carretera perdida no me entusiasmaba, lo cierto es que notaba en el estómago un leve cosquilleo de impaciencia. Esperé a que mi hermana se acomodase, y a continuación entré yo también en el asiento trasero, toda vez que el del copiloto estaba ocupado por una gran nevera portátil a la que sin duda mi madre consideraba en primer lugar en su categoría de seres queridos.

Con sus maletas pegadas a la ventanilla, a mi hermana no le quedaba otra que sentarse en el centro del asiento, sin dejarme demasiado espacio para mi. Y aunque tuve un primer impulso de protestar ante la estrecha situación, un leve vistazo a aquel coche cargado hasta los topes me hizo declinar y acomodarme yo también en el sitio que quedaba.

Me dejé caer como un peso muerto, hasta que noté en mi brazo el suave calor del de mi hermana, en mi muslo ligeramente peludo la suavidad del suyo.

  • ¡Eeey! ¡Que me aplastas!

  • ¡Pues déjame sitio!

  • ¡Si tienes de sobra ahí!

Cerré la puerta como pude, y aunque una vez cerrada pude separarme un poco más de mi hermana, su cuerpo y el mio estaban todavía tan cerca que con cualquier movimiento el roce era inevitable.

  • ¡Vamos que nos vamos!- saltó entonces mi madre, al tiempo que encendía el coche y aceleraba.

Los primeros kilómetros de ruta lo cierto es que no estuvieron mal. El calor del día aun no era demasiado, y con las ventanillas abiertas entraba una brisa suave que parecía traer más oxigeno del normal. Tanto mi hermana como yo nos habíamos acostumbrado a estar pegados como siameses, y la música de la radio convertía aquel viaje en un auténtico paseo. Pero era sólo el principio.

Las horas empezaron a caer más y más lentas, toda vez que el sol parecía irradiar a cada momento un calor más pegajoso. La brisa antes fresca comenzó a tornarse cálida y bochornosa, haciendo que mi camiseta comenzase a pegárseme a la piel donde las gotas de sudor cada vez aparecían con mayor frecuencia. El calor humano que antes sentía en mi costado al estar en contacto con el de mi hermana se había transformador casi en ardor.

  • Por Dios, que calor hace. - exclamó mi madre.- ¿No tenéis calor ahí atrás?

  • Tu que crees, mama...- respondió mi hermana.- Esto parece una sauna.

  • Chica, pero quítate la camiseta si eso.

  • ¡Mamá! Qué dices.

  • Qué pasa, ¿no llevas nada debajo?- sin duda mi madre no se andaba con rodeos.

  • ¡Pero bueno, me quieres dejar tranquila! ¡Quítatela tú si quieres!

  • Si no os importa...

  • Pero mamá, por Dios, ¡qué dices!

Yo asistía como espectador a la conversación, a la espera de ver como acababa. Aunque nunca (bueno, vale, alguna vez si) había mirado a mi hermana con "esos" ojos, y a pesar de que la había podido ver en bikini muchas veces, la idea de que se quitase la camiseta en aquel cubículo tan estrecho comenzó a surtir un leve efecto en mi pene, que por fortuna estaba a buen recaudo dentro de mis pantalones cortos vaqueros.

  • ¿Que pasa? Yo si que llevó algo debajo, eh...-volvió mi madre, con una leve sonrisa.

  • ¡Y yo!-contestó mi hermana que se encendía por momentos.- Pero que más da, como vas a ir conduciendo por ahí en sujetador.

  • Si hace como cien kilómetros que no nos cruzamos con nadie... Además, Ra, ¿a ti no te importa, verdad?

Tardé unos segundos en darme cuenta que se refería a mi, ya que en mi mente la imagen de mi hermana dejando caer la camiseta con movimientos ondulantes se llevaba toda mi atención.

  • ¿A que no? Y tu también te la puedes quitar, que seguro que estamos más frescos. Tu hermana si se quiere asar como un pollo pues que lo haga.

  • Bu..bueno.- me atreví a decir.

  • Estáis de broma, ¿no?

  • Hija, que hay confianza.

Y acto seguido mi madre soltó el volante, y llevó sus manos a la parte baja de su camiseta para agarrarla y sacársela no sin dificultad. Por fortuna el coche no acabó en la cuneta durante el crítico instante y pudo volver a coger el volante, eso sí, ahora ya mucho mas fresca. Sus grandes pechos, cubiertos por un sujetador blanco con unos dibujos en el costado, salieron entonces en todo su esplendor. Desde mi posición podía verlos desde un lateral en toda su redondez, y lo cierto es que me sorprendió lo bonitos y perfectos que eran. Si con mi hermana nunca había tenido demasiados pensamientos de "ese" tipo, mi madre había sido totalmente ignorada por mi libido durante toda mi vida. Algo que sin duda había sido un error, como pronto se apresuró a corroborar mi amigo aumentando de tamaño dentro de mis pantalones.

  • Vale, mamá, ya está.- refunfuño mi hermana- ahora por ahí con las tetas al fresco.

  • Pues si-contestó mi madre guiñándole un ojo a través del espejo retrovisor.- ¿Y tú, Ra?, ¿no te animas?

No es que yo tuviese muchos problemas en andar por ahí sin camiseta normalmente, de hecho me pasaba casi todos los veranos sin ella incluso dentro de casa. Pero aquel apelotonamiento, aquella cercanía física con mi hermana me inquietaba por momentos y hacía que hasta quedarme con el torso al aire me produjese cierto nerviosismo. Mi hermana por su parte giró su cabeza levemente, supongo que para ver si al final me unía al club de los frescos o continuaba viviendo en el país del calor abrasador, y cuando finalmente me estiré levemente arqueó una ceja para soltar mentalmente un "Ahí va el otro..." que hasta yo mismo percibí.

Desenrollé la camiseta con dificultad, toda vez que se me quedaba pegada al cuerpo y hacía el proceso de sacársela muy difícil. Por un momento incluso llegué a temer morir asfixiado, ya que la cabeza se me quedó en mala posición y no era capaz de quitarla por el agujero, pero por fortuna la cosa no llegó a más y acabé por desprenderme de la diabólica prenda. La tiré al suelo y volví a mirar hacia delante, donde mi mirada se cruzó con la de mi madre a través del espejo mientras sonreía.

  • Así mejor, ¿no?

  • Si, más fresco.- respondí yo también con un sonrisa.

  • Vaya dos...- protesto mi hermana finalmente.

El tiempo seguía pasando mientras atravesábamos la solitaria carretera. Pasaban muchos minutos sin que nos cruzásemos con ningún coche, y cuando alguna vez lo hacíamos las bocinas comenzaban a sonar en cuanto los otros conductores veían a mi madre, o más bien a sus dos amigas, tras el volante. El sol seguía calentando mientras el paisaje cada vez se iba volviendo más agreste, más desértico. Cada vez menos vegetación, cada vez mas piedras y arena.

  • ¿Que os parece si paramos a comer algo?

  • ¿Hay un restaurante cerca?-pregunté entonces, iluso de mi.

  • No, pero traigo algo en la nevera-respondió mi madre al tiempo que le daba dos palmadas como si fuese su otra hija.

  • Por mi si- intervino entonces mi hermana- que además yo tengo que hacer pis.

Aparcamos al lado de la carretera, a la sombra de quizás el único árbol en diez kilómetros a la redonda. Parecía seco como un estropajo, pero aun conservaba unas cuantas ramas y hojas que paraban lo suficiente el sol como para no morirse durante unos minutos a su sombra. Mi madre sacó la nevera del coche, y todos buscamos una roca sobre la que sentarnos a comer.

Los bocadillos entraron rápido a pesar del calor, aunque sin duda los refrescos y el agua se llevaron el premio a mejor amigo del viajero en aquel momento. Mientras comíamos no pude evitar mirar en un par de ocasiones las tetas de mi madre, que de frente eran todavía más impactantes que de lado. Los finos tirantes del sujetador parecían aguantar el peso de los dos pechos, y durante un instante me imaginé qué pasaría si se rompiesen. Sonreí.

  • Bueno, yo voy a hacer pis que ya no aguanto más.- intervino mi hermana con total elegancia, justo antes de levantarse y empezar a andar.

  • Bueno, no te vayas muy lejos tampoco.

  • Bueno.

Seguí a mi hermana con la mirada hasta que su figura se perdió tras unas rocas. Mi madre me preguntó si quería comer más y le dije que no, así que se puso a recoger las cosas para meterlas en el coche.

De pronto, un grito en la distancia. Un grito de mi hermana.

Mi madre y yo salimos a la carrera hacía las piedras, y tras unos agónicos segundos llegamos a donde estaba mi hermana. Estaba de pie aunque encogida, aguantando su pantalón con una mano cerca de la ingle sin acabar de ponérselo del todo, como si se lo hubiese subido con prisas

  • ¡Qué pasa, qué pasa?-preguntó mi madre alarmada.

  • Me ha picado algo, ahí!-gritó mi hermana.

  • ¿Que te ha picado el qué? ¿donde te ha picado?

  • Aquí, atrás! Me ha picado!- gritaba mi hermana sin atender a razones.

  • ¿Pero qué ha sido?

  • No se, se ha metido ahí!-dijo señalando una piedra.

  • Raúl, ¿tu no estudiaste el libro ese de los bichos? Mira a ver que es con cuidado-dijo mi madre.

Era cierto que había estudiado el "libro de los bichos", para una de mis asignaturas, y sobre todo porque me gustaba el tema. Que yo recordase aquella no era zona de especie venenosas, pero por si las moscas agarré un palo reseco para mover la piedra.

El palo se me rompió antes de mover un milímetro la roca, ante lo que mi madre me dijo que cogiese un palo mas gordo y mi hermana grito de nuevo. Armado con un nuevo palo, moví esta vez sí la piedra. Y al hacerlo pude ver el culpable de la picadura: una pequeña araña totalmente inofensiva que tan sólo provocaba un pequeño escozor al morder, pero nada más.

Y entonces no se que pasó. La mente se me nubla al recordar aquel momento, y no puedo explicar lo que me sucedió. Cuando giré la cabeza dispuesto a comunicar mi feliz hallazgo observé de perfil el culo desnudo de mi hermana, que todavía no se había colocado el pantalón en la cintura y lo seguía aguantando delante con su mano derecha. La redondez de la nalga que tenía a la vista me obnubiló la mente, o que se yo. Pero lo cierto es que aun no me puedo creer que lo dijese...

  • ¿Qué? ¿Qué, es? Raúl, por Dios, di algo.

  • Es...-bajé la cabeza.

-

  • ¿Es qué? ¿quieres decirlo ya?- preguntaba mi madre cada vez con la voz más aguda.

  • ...una víbora.

  • Que, ¿qué? Por Dios! ¿Pero tu estás seguro de lo dices?.

  • Y hay que chuparle el veneno.- seguía mirando para el suelo todavía sin creerme del todo en donde me estaba metiendo. La sangre comenzaba a llegar a mi cabeza. A las dos.

  • Ahhhh- gritó entonces mi hermana.

  • ¡Ay por favor!

  • Ahhhhh-volvió mi hermana que parecía emitir la llamada de cortejo de una oca.

  • A ver, tranquila, ¿y tu sabes como se hace eso, Raúl?-preguntó mi madre de nuevo. Y yo asentí.

  • Pues venga vamos. A ver, Laura, ¿donde te picó?

  • Mamá, aquiií!- respondió mi hermana mientras se giraba para enseñarle el culo a mi madre y agarrarse una nalga con la mano que tenía libre para apartarla.

  • Ya veo, ya veo, que tienes rojo.- y era lo más que iba a tener, pensé para mi.- venga, vamos para el coche y te tumbas allí.

Salieron las dos a la carrera hacia el coche, mi hermana todavía agarrando sus pantalones con una mano mientras mi madre la llevaba casi en volandas hasta el coche. Yo iba detrás a poca distancia, sin atreverme aun a mirar el trasero de mi hermana que iba unos metros por delante.

  • Venga, tumbate en el asiento y echa el culo para atrás- ordenó mi madre. Mi hermana hizo lo que le mandaba y se tiró entonces sobre el asiento, dejando sus piernas fuera del coche. Entonces mi madre agarró los pantalones que tenía medio subidos y se los acabó de bajar hasta los tobillos.- Vamos Raúl, a que esperas, chúpale eso.

Creí marearme ante aquellas palabras y la visión directa del culo en pompa de mi hermana sobre el asiento. Sus nalgas eran perfectas, jugosas. Me incorporé un poco sin saber como seguir, ya que estaba claro que había montado aquel paripé para poder llegar a una situación como aquella pero tampoco me apetecía chupar una picadura de araña, por muy inofensiva que fuera. De pronto mi madre se acercó por mi derecha y llevando su mano al trasero de mi hermana tiró de su nalga derecha hacia a un lado.

  • Ves, ahí está la picadura.-me indicó.

Y efectivamente allí estaba, un pequeño punto rojo. A tan solo un par de centímetros de otro punto mayor y mas oscuro, redondo. El ano de mi hermana aparecía ante mi totalmente expuesto, lo mismo que el comienzo de su vagina, el principio de sus labios apretados entre sus muslos. Todo un panorama en el que la picadura desde luego era lo de menos. Notaba el pene a punto de reventar bajo los pantalones, aprisionado por la dura tela vaquera y los botones metálicos. Aquella visión era superior a mis fuerzas, más excitante de lo que nunca habría pensado. Y entonces decidí continuar con la farsa.

Poco a poco me fui agachando, hasta que comencé a notar el calor de mi hermana. Su olor, la sensación de humedad sobre su piel. Acerqué los labios cada vez más hacia la zona que mi madre exponía a mi boca, y en un instante finalmente toqué su piel. Un poco más arriba de la picadura, creo, pero cerca de todo lo demás. Seguí con mi show particular y comencé a chupar la zona con avidez, cada vez con mayor intensidad como si fuese una bomba de succión. Notaba como la suave piel de la nalga de mi hermana entraba entre mis labios, su esponjosidad.

No se cuanto rato estuve así, hasta que decidí ponerle fin a aquello. Sobre todo porque tenía la polla tan apretujada que comenzaba a dolerme.

  • Bueno, ya está. -dije -Problema resuelto. No hay nada de que preocuparse. - dije mientras volvía a incorporarme como alguien recién nominado al premio Príncipe de Asturias.

  • ¿Pero no se supone que tenias que escupir el veneno, hijo?

  • Ehhh..-terror-..eheeee...-pavor-...eehhhh..nno, no.. en esta especie no hace falta.- empecé a decir casi tartamudeando.

  • Pues eso esperemos...-respondió mi madre con una mirada de cierta desconfianza.

  • ¡Eh!- intervino entonces mi hermana- ¿está ya?

  • Si, ya está.-comencé yo una vez recompuesto de la acertada observación de mi madre- aunque sería conveniente que la zona no estuviese demasiado tapada durante unas horas, por lo de la reacción. - mentí como un bellaco.

  • ¿Reacción? ¿qué reacción?

  • La reacción del veneno nuclear.- and the oscar goes to...

  • ¿el qué? ¿pero de que hablas?- preguntó mi hermana, todavía echada sobre el asiento con todo el culo a la vista.

  • Que es mejor que durante un tiempo no tapes demasiado la picadura, para que no te haga reacción.

  • ¿pero que dices? ¿Quieres que vaya por ahí sin bragas??- se notaba la tensión en la voz de mi hermana, en mayor grado aun que cuando pensaba haber sido picada por una víbora asesina.

  • Bueno, ya está, hija. Que no es para tanto. Te metes en el coche que nadie te ve y ya está. Cuando lleguemos a la otra casa ya iremos a un médico o lo que sea.

  • No me lo puedo creer...- siguió murmurando mi hermana, mientras se metía dentro del coche. Yo hice lo propio cuando mi madre dijo que nos íbamos, y al entrar me encontré a mi hermana de cuclillas sobre el asiento con las piernas juntas. No es que pudiese verle mucho así, es cierto, pero al menos el lateral de su pierna hasta la cintura era una delicia.

Desde luego, que malo soy.

A todo esto mi madre seguía en sujetador y yo a lo Lorenzo Lamas sin camiseta, algo que sin embargo no se podía comparar con el exhibicionismo de mi hermana. Durante muchos kilómetros las preguntas tipo "¿estás bien?" o "¿te sigue doliendo" se sucedieron, cada vez con respuestas más negativas hasta que finalmente la molestia de la picadura se pasó (gracias a mi brillante chupeteo, todo sea dicho) y mi hermana dijo que ya no le dolía. Sin embargo seguía sin ponerse el pantalón, algo que mi madre le prohibió "por si acaso."

Las horas iban pasando lentamente, y el calor continuaba. Yo de vez en cuando lanzaba alguna pequeña mirada hacia mi hermana, pero estando casi pegados y ella hecha un ovillo apenas veía cacho. Lo que a la larga dio un respiro a mi entrepierna, que poco a poco volvió a su estado de habitual recogimiento espiritual. Aunque no sería por mucho tiempo.

  • Hija, ¿no te cansas de ir así de encogida todo el rato?- preguntó de pronto mi madre.

  • Pues algo, pero que quieres... Si no puedo ponerme los pantalones, no voy a ir por ahí enseñándolo todo.

  • Pero mira que eres... ¿Pero tanta vergüenza tienes con tu hermano y conmigo? Si estoy cansada de verte el agujerito desde que naciste...- respondió mi madre cerrando la boca más de la cuenta al decir la palabra "agujerito".

  • Mamá, que ya soy mayorcita para ir enseñando el "agujerito".

  • Bueno, chica, parece mentira... Prefieres coger una contractura antes que sentarte bien aquí que no te ve nadie.

La conversación pareció acabar ahí, pero desde luego el calor parecía haber afectado en demasiá a mi madre. Aunque yo por supuesto me mantenía atento por si acaso al final podía alegrarme la vista en lo que quedaba de viaje, no podía esperar que aquello pudiese degenerar tanto.

  • Oye, hija, y si yo también me quitase lo de abajo, ¿qué?

  • ¿Qué dices, mamá?

  • Ya que te da vergüenza que te vea, me quito yo lo mio y vergüenzas fueras.

  • ¿Pero estás loca o qué?

  • Y por qué no. Tampoco creo que sea para tanto, ¿no?

Yo mientras seguía aquello cada vez con mayor interés, y de echo cuando me di cuenta estaba sonriendo. Aquello era increíble, excitante.

  • Y Ra también se quita el pantalón sin problema, ¿verdad?

La sonrisa se me quitó de golpe. La cara terrible de la depresión acudió pronto a mi rostro petrificado mientras la sangré que llenaba mi pene se concentró en el corazón para aumentar el ritmo de sus latidos. Los ojos a punto estuvieron de salírseme de las órbitas ante aquella pregunta atroz.

  • Bueno...-dijo de pronto mi hermana con media sonrisa, mientras giraba la cabeza para mirarme- si Raúl se atreve también....

  • Claro que se atreve, ¿verdad hijo?

  • N..no se, yo no..-intenté hablar, pero parecía haber sufrido una lobotomía que me impedía conectar las ideas.

  • Claro que si.- sentenció entonces mi madre de golpe. Y de igual forma dio un volantazo que a punto estuvo de volcar el coche, pero que acabó con él aparcado en el arcén.

Se desabrochó entonces el cinturón, y agachó su cabeza entre sus piernas. Mi hermana y yo nos miramos el uno al otro con una expresión de total incredulidad, mientras que mi madre seguía haciendo Dios sabe que. De pronto arqueó la espalda quedando casi con la cara tocando el techo, y desde mi posición pude ver como operaba con el cierre de su pantalón hasta que de un golpe lo bajaba. Fugazmente me dio tiempo a ver de lado sus nalgas, sus piernas. Y mi pene se puso de nuevo en pie de guerra.

Mamá se volvió a sentar en el asiento, y de nuevo agachó la cabeza debajo del volante.

  • Pantalones fuera- dijo entonces. Y una prenda verde cayó encima de la nevera portátil adoptada.- y ahora... ahí va eso.

Lo que sin duda eran las bragas de mi madre salieron despedidas hacia el asiento de atrás, donde nos encontrábamos mi hermana y yo. En una fantástica parábola, la prenda íntima realizó un vuelo perfecto, movida por una fuerza mágica que la parecía hacer levitar. De pronto, mi hermana se vio sorprendida por la cercanía braguil, y como si fuese el ataqué de un murciélago rabioso comenzó a dar manotazos en el aire para sacarse de encima aquel trozo de tela demoníaco, algo que consiguió justo antes de que este impactase en su cara.

Las bragas de mi madre cayeron inertes en el suelo del coche, y en el espejo retrovisor sus ojos aparecieron divertidos.

  • Pues listo. Hala, hija, ya no tienes que ir ahí encogida, puede cambiar de posición.

  • Ah, no, no. Aquí falta uno.- respondió mi hermana, que de nuevo mirando hacia mi no conseguía disimular la sonrisa.

  • Pues venga, Ra, no me digas que te vas a cortar tu ahora, ¿no? Si me acuerdo cuando andabas por la casa en pelotas que tenía que pararte para que no salieses a la calle así.

  • Mamá, que cuando hacía eso tenía tres años.- contesté indignado.

  • Bueno, es igual, que estamos en familia, no se para que le das tantas vueltas.

  • Eso, no se para que le das tantas vueltas-apuntilló mi hermana que se notaba que disfrutaba cada vez más con mi situación.

  • Pero es que no se si...-intenté escapar- la situación es un poco...y a lo mejor...-aquello era un infierno.

  • Nada, mamá, que tiene miedo que se le ponga dura delante de nosotras.- rió entonces mi hermana, la que por cierto ya parecía más relajada que antes.

  • Venga, que dices- empezó entonces mi madre- No me digas que es eso, ¿si? Pero si es normal hombre. Pareces tonto a veces.

  • No, si no es..-estaba claro que no podía escapar de aquello. Además el coche estaba parado, y tirándome por la ventanilla sólo habría aumentado el grado de ridículo hecho.-..bueno..va..-dije, resignado a lo inevitable.

  • A ver, a ver.- continuó mi hermana mientras volvía a poner las piernas en el suelo y se giraba un poco hacia mi, de forma que tuve una visión clara de la parte inferior de su vientre y como unos pelillos se perdían entre sus muslos. Justo, lo que necesitaba en ese momento.

Armado de valor, y sabedor de que no había otra, me agaché hasta desabrochar mis zapatos y dejarlos bajo el asiento delantero. Volví a sentarme y comencé a desabrochar los botones del pantalón, cosa bastante complicada toda vez que la tienda de campaña era notoria y la elasticidad de la prenda limitada. Cuando el último botón se soltó levanté la cabeza, y pude ver como mi madre se había girado en su asiento y ahora me miraba directamente. Y no precisamente a los ojos.

No había vuelta atrás, así que levanté el culo y agarré la cintura del pantalón junto con los calzoncillos. Y tras ahuecarlos un poco para que mi pene quedase liberado, los bajé hasta los tobillos. Volví a sentarme en el asiento y acabé de quitarme el pantalón por los pies y lo dejé al lado. Estaba desnudo, por completo, en el coche con mi hermana al lado y mi madre mirándome. Y mi polla parecía tomar aquello como lo más excitante del mundo.

  • Alaa- habló mi hermana, la primera en reaccionar- Pues si que estás tu en buena situación...- rió.

  • La verdad es que sí, Ra. Tienes a tu amigo un poco contento, ¿eh?-siguió mi madre.- Pero bueno, ya se tranquilizará.-dijo mientras giraba y de nuevo aceleraba.- Ahora todos más fresquitos.

El coche volvió a la carretera dando un pequeño bote. Mi hermana ahora estaba sentada perfectamente, aunque seguía con las piernas juntas. Tenía sus brazos cruzados sobre el vientre, y no se cortaba en mirarme fijamente el pene todavía erguido.

  • Hija, tampoco tienes que estar mirándosela continuamente- rió mi madre mientras miraba por el retrovisor- que cualquiera diría que nunca has visto una.

  • Bueno, no se la estaba mirando continuamente- protesto mi hermana, aunque ligeramente ruborizada- pero es que es difícil no fijarse con eso ahí tan colorado y tan erguido.

Yo por mi parte intentaba no pensar en nada, dejar la mente en blanco para ver si se me bajaba la erección que cada vez era más insufrible. Tanto tiempo con ella dura sin poder hacer nada era más una tortura que un placer, y no veía como salir de aquella situación sin un parte médico de gangrena.

  • Se está haciendo tarde.- interrumpió de pronto mi madre.

  • Y cuanto falta para llegar- preguntó mi hermana.

  • Pues creo que aun bastante...oye, ¿os apetece una aventura?

Mi hermana y yo nos miramos de nuevo sorprendidos, e incluso mi pene hizo un leve movimiento de cabeza como preguntándose de que iba aquello.

  • Que os parece si hoy dormimos de acampada. Total, por aquí no pasa nadie, meto el coche ahí un poco fuera de la carretera y cenamos a la luz de una hoguera. ¿que decís?

  • Pero..-hablaba mi hermana- y donde se supone que dormimos. Creo que los sacos de dormir los mandamos en el camión.

  • Pues dormimos aquí. Quitamos las cosas del maletero y doblamos los asientos. Con lo grande que es este coche os da para estiraros los dos aquí, y yo duermo perfectamente reclinando el de delante.

Mi hermana y yo lo pensamos durante unos instantes, antes de asentir. Mi amigo cabezón hizo lo propio.

Salimos de la carretera en una zona que parecía bastante despejada, y tras atravesar campo a través unos cientos de metros aparcamos el coche detrás de una enorme piedra que nos impedía ver la carretera, de la misma forma que cualquiera que circulase por ella no nos podría ver a nosotros. Mi madre apagó el coche, y quitó la llave. Mi hermana se agachó para recoger sus bragas y dárselas, pero mamá abrió la puerta sin girarse y se bajó.

A través de la puerta abierta podía ver a contraluz el cuerpo de mi madre, que se desperezaba entre la tenue luz del atardecer. Llevaba puestas las deportivas y su sujetador de tirante finos, pero nada más la cubría. Sus caderas se perfilaban redondeadas, su culo se adivinaba todavía jugoso.

De pronto volvió a asomarse dentro del coche, mirándonos a mi hermana y a mí desde delante. En esa posición semiagachada sus grandes tetas se balanceaban burlándose de la gravedad, y entre sus piernas aparecía un pequeño triángulo sombreado.

  • Venga, todos abajo- dijo con una sonrisa.

  • Pero mamá, ¿no te vistes?-preguntó mi hermana.

  • ¿con el calor que hace? No hace falta. Y vosotros tampoco tenéis que poneros nada que se está perfectamente así.

Mi madre volvió a abandonar el coche con dirección al maletero, donde empezó a quitar cosas. Mi hermana y yo nos quedamos solos, junto con mi pene quizás un poco menos tenso. Mi hermana comenzó entonces a ponerse las zapatillas.

  • ¿Tu tampoco te vas a poner nada?-pregunté asombrado.

  • Pues como dice mamá, ¿que más da?. Si total ya nos hemos visto todos en pelotas.

Acepté el razonamiento, y yo también me puse las zapatillas, y solo eso, antes de abrir la puerta del coche y bajarme. El sol naranja oscuro estaba ya ocultándose por el horizonte, pero el calor del día aun continuaba en el ambiente. Desde luego, ni estando desnudo por completo se podía sentir frío en aquel lugar.

Di un par de pasos sintiendo la brisa calidad en mi piel, en toda la piel de mi cuerpo. Aunque seguía teniendo el pene apuntando al cielo ya no me importaba, aquella sensación de tranquilidad equilibraba mi ya perdida vergüenza. De pronto una palmada en mi culo me hizo soltar un ridículo "¡oy!".

  • Venga hermanito, que estás pasmado- rió mi hermana mientras abría la puerta de delante para coger la nevera-hija.

Aunque todavía llevaba su camiseta blanca sin mangas que casi le llegaba a la cintura, desde allí hasta los tobillos no llevaba nada más, lo significaba que ante mí tenía su precioso coño. Unos finos pelos rizados lo coronaban, y cada vez que daba un paso todo el conjunto se movía dejando a la vista el comienzo de aquella divina abertura. Mi pene de nuevo (si es que alguna vez lo había dejado de estar) volvió a ponerse totalmente erecto, algo que cada vez era menos soportable.

  • Venga Ra, ayudame a bajar esto y quitar las mantas.- escuché de pronto a mi madre en la parte de atrás del coche.

Fui hacia allí y nada más girar me encontré de frente con el culo de mi madre saludándome, mientras su dueña estaba agachada colocando unas cajas en el suelo. Estaba también ligeramente morena como mi hermana, y su figura seguía siendo deliciosa y apetecible. Durante un segundo me sentí culpable por mirarla de aquella forma, y desviando la mirada comencé a bajar cajas.

  • Bueno, aquí tengo las mantas-dijo mi madre- tu sigue bajando las cosas mientras yo preparo para cenar.

Y eso fue lo que hice. El trabajo que horas antes había empleado en cargar las cajas ahora lo debía emplear en descargarlas, algo que lo cierto es que en aquel momento tampoco me importaba, ni siquiera al pensar que al día siguiente debería volver a repetir la operación. Y aunque el esfuerzo era relativo, lo cierto es que el trabajo me sirvió para no pensar en nada durante un rato, lo suficiente para que mi polla se tomase un respiro y se quedase en un estado de semierección más soportable. Además, la noche cada vez traía un mayor frescor que contribuía también a tranquilizar a mi amigo.

Una vez descargado todo, cerré el maletero y me dirigí hacia donde mi madre y mi hermana se encontraban. Habían limpiado una zona de piedras (seguramente por si había alguna víbora, por supuesto) y tirado un par de mantas a cada lado de un pequeño fuego que comenzaba a arder. Pronto me dí cuenta que el combustible no era otro que el cartón de una de las cajas, unido a un arbusto reseco que chisporroteaba continuamente.

  • Venga, vamos que esto ya está.

Me tumbé en una de las mantas, como si de un romano en el diván se tratase, y esperé a que mi madre y mi hermana hiciesen lo propio. La primera en sentarse fue mi hermana, que con delicadeza lo hizo a mi lado juntando sus piernas como una sirena. Mi madre nos acercó los bocadillos y las bebidas, y se sentó enfrente de nosotros sentada como un indio.

Comenzamos a comer con una sensación un tanto extraña, allí en pelotas en medio de la nada, pero poco a poco la cosa se fue relajando y las risas acudieron, y los bocadillos desaparecieron. Bebimos y mi madre se atrevió a contar una historia de terror una vez que se hizo de noche, pero a mi hermana y a mi nos fió la risa y mamá no quiso contar el final. Yo estaba feliz. A mi lado dos hermosas mujeres, casi desnudas por completo. A mi alrededor, la naturaleza. En mis bajos, un pene ahora adormilado pero expectante. ¿Acaso se puede pedir más?

Tras un par de horas, el fuego se acabó diluyendo y mi madre sugirió que nos fuésemos a acostar. Quitando los asientos traseros de su posición logramos convertir el coche en toda una suerte de mini-caravana, con toda la parte de atrás cubierta por una manta que la verdad es que invitaba a dejarse caer en los brazos de Morfeo. Con algunas otras dobladas a modo de almohada, pronto tuvimos el dormitorio listo.

  • Bueno, pues para dentro todos, dijo entonces mi madre.

Esta vez fui yo el primero en entrar, y me tumbé mirando al cielo. O al techo del coche, mejor dicho. El reloj de la radio estaba encendido, y su suave luz azulada bañaba toda la estancia perfilando el contorno de los asientos, de las ventanillas. Yo seguía estando totalmente desnudo, algo de lo que casi me había olvidado hasta que mi hermana entro también y se sentó a mi lado. Y sin que yo me lo esperase, agarró su camiseta con las manos y de un sólo golpe se la quitó.

La luz del reloj la iluminaba tenuemente, sólo podía ver algunas lineas, algunas curvas difusas. Pero de pronto mi madre abrió la puerta del coche y la luz del interior se encendió. Y mi hermana, la muy mentirosa, no llevaba sujetador.

Sus pechos redondos se elevaban firmes y desafiantes, con dos aureolas pequeñas y sonrosadas que rodeaban dos pezones erectos. Y como quiera que allí hacía más bien poco frío, aquello tenía que significar otra cosa. Mi hermana acabó de tumbarse a mi lado, girándose hasta quedar de lado apoyando su cabeza en su brazo izquierdo.

  • Mamá, ¿pero seguro que tu vas a poder dormir ahí?-le preguntó entonces a mi madre, mientras yo no podía apartar la vista de sus dos tetas.

  • Si, tranquila. Que reclino un poco el asiento y ya está.

La luz del techo volvió a apagarse tras unos segundos, y de nuevo sólo el brillo azulado que provenía de la radio iluminó la estancia. Mi madre se revolvía en el asiento, y aunque desde mi posición no podía ver nada, el ruido característico de una goma al soltarse me indicó que ella también se había liberado del sujetador. Y mi pobre pene ya no sabía por donde salir.

Notaba la humedad y el calor del ambiente, y aunque no me atrevía a mirar directamente a mi hermana, el saber que estaba a mi lado desnuda bastaba para excitarme más allá de toda medida. A pesar de esto, y haciendo un acto de meditación profundo, me giré dándole la espalda con la débil esperanza de conseguir conciliar el sueño. No es que el espectáculo no estuviese bien, pero antes que tener que acabar en urgencias con el miembro morado prefería dormirme hasta el día siguiente.

Apenas llevaba unos minutos así, intentando no pensar en nada, cuando mi voluntad estalló en mil pedazos. Lentamente comencé a notar una presión a mi espalda, y pronto comprendí que era mi hermana. Ella también se había girado dándome la espalda a mi, pero se me había pegado tanto que ahora podía sentirla y, especialmente, podía sentir sus nalgas tocando directamente la parte de arriba de las mías.

El espacio desde luego no era tan estrecho como para tener que estar tan pegados, pero por supuesto no iba a ser yo el que se separase. ¡Eso, nunca! Su trasero era suave, acolchado, esfericamente perfecto. Durante unos instantes eternos aquel roce continuó, adquiriendo mi pene su máximo esplendor de nuevo.

  • Mamá, aquí hay sitio de sobra- dijo mi hermana de pronto. Era curioso que dijese que había sitio de sobra cuando se me había pegado por completo, pero...- ¿por qué no te vienes?

  • Hija, estoy bien aquí, es igual. Que además así estáis cómodos ahí.

  • Que no, que hay sitio de sobra para los tres. Vente anda, que no se que me da verte ahí tan incómoda.

Y aunque mi madre parecía querer defender su posición como si fuese un castillo asediado, finalmente abrió la puerta del conductor y se bajó del coche, para acto seguido abrir la de atrás justo hacia donde yo, y mi polla, estábamos mirando. Cuando la vi aparecer, y medio cegado por la luz que se encendía en el techo, me dí cuenta que estaba en medio de las dos. Y no sabía como colocarme.

Boja abajo lo descarté rápidamente por doloroso. Boca arriba con el mango apuntando al techo con mi madre mirando tampoco parecía... Y de lado mirando hacia mi madre me hacía desde luego sentir incómodo, por mucho que aquello fuese un despelote tanto literal como figurado. Así que girando lentamente me coloque acostado de costado, mirado la dulce espalda de mi hermana.

Cuando mi madre cerró la puerta, y la luz de nuevo se apagó, el silencio volvió a dominarlo todo. Tan sólo roto por las respiraciones de todos, por los pequeños roces sobre las mantas, por los lentos cambios de posición. Yo seguía estando tremendamente excitado, y era incapaz de ni siquiera cerrar los ojos. Mediante el azulado fulgor que venía de los números de la radio podía ver los hombros de mi hermana, sus caderas, el contorno de sus muslos.

De pronto, como si se tratase de un hierro al rojo vivo, sentí la mano de mi madre caer despacio sobre mi cintura. Sus dedos parecían quemarme la piel, erizar cada vello de mi cuerpo a su paso. No entendía que se proponía, o quizás sí, pero en cualquier caso me limitaba a disfrutar de aquellas caricias impregnadas de humedad. Sus manos seguían recorriendo mi cintura, y de ahí a mis brazos desde donde comenzaba de nuevo el movimiento en sentido inverso.

Despacio, lentamente, los dedos de mi madre acabaron bajando más allá de mi cintura, hasta que noté su presión en el contorno de mis nalgas. El movimiento se restringió entonces a esa zona, y los dedos dejaron paso a toda la mano que sin pudor amasaba mi nalga izquierda. Aquello me estaba poniendo a cien, o a doscientos, o a mil.

Y entonces sentí a mi hermana inquieta, agitada. Parecía estar incómoda, buscando una posición mejor. Hasta que de pronto, en un movimiento lento y enérgico a la vez, arqueó un poco su espalda y su trasero impactó con mi sorprendido pene. Los cachetes de su trasero se amoldaron a mi amigo, como el pan que envuelve a un perrito caliente.

El tiempo pareció detenerse mientras yo seguía rozando a mi hermana y mi madre me seguía rozando a mi el trasero. El calor era cada vez mayor dentro del coche, y yo comenzaba a notar el sudor en mi frente. Aunque no me movía todo mi cuerpo estaba en tensión, todos mis músculos contraídos.

Un aliento en mi nuca. Un susurro.

-...tranquilo...

Un chispazo al notar un pezón erecto en mi espalda, unos pechos apretándose contra mi cuerpo.

Mi madre se me había pegado por completo, y podía sentirla como si formase parte de mi propio ser. Sus pechos jugosos se apretaban contra mí mientras su mano izquierda entraba estirada entre mis muslos y comenzaba a subir. Poco a poco, centímetro a centímetro, avanzando hacia mi entrepierna.

-...ábrelas un poco...

Hice lo que mi madre ordenaba, como un general que nunca hubiese pasado por el ejército, y comencé a flexionar mi pierna izquierda hasta apoyar el pie sobre la otra rodilla. En esa posición, mi madre acercó entonces sus dedos diabólicos y suavemente rozó el espacio que separaba mi ano de mis testículos, un roce ligero y suave, totalmente erótico.

Notaba como mi pene comenzaba a gotear de pura excitación, y como ese fluido viscosos resbalaba hasta las nalgas aprisionadoras de mi hermana. Sabía que me iba a correr allí mismo, sin mayor estímulo que los dedos de mi madre y la piel del redondo culo de mi hermana. Pero de pronto los dedos de mamá me abandonaron. Desaparecieron con un rápido movimiento, dejándome huérfano de sus caricias, inquieto ante el siguiente movimiento.

Un ruido característico. Un "chop" húmedo. Un olor penetrante y denso en el aire.

Y de nuevo mi madre volvió a ocuparse de mi. Lo que parecía un dedo mojado se abría paso lentamente bajando por entre mis nalgas, hasta pararse en mi ano. Comprendí entonces el ruido, el olor, la humedad en su dedo. Pequeños círculos sobre mi ano, lentos, un poco la punta dentro.

-....disfruta....

El dedo invasor comenzaba a entrar, a penetrar mi ano sorprendido ante tamaña ofensa. Cada vez más profundo, cada vez mas adentro. Siempre con movimientos ondulantes, parsimoniosos, dulces. Hasta que sentí la mano en la entrada, el dedo entero dentro de mi. Mi madre comenzó a moverlo entonces de otra forma, a doblarlo en mi interior como si se tratase de un garfio, a presionar las paredes internas de mi abertura más oculta. Y el placer comenzó a aumentar, más aun, demasiado, hasta que un leve quejido se escapó de mi boca.

Tenía los ojos cerrados, la boca seca. Todo mi cuerpo parecía haberse convertido en un receptor de placer, e incluso mi polla parecía asistir como espectadora a las sensaciones profundas que me invadían.

Otro suspiro. Una respiración profunda. De mi hermana.

Abrí los ojos ante el movimiento de mi hermana, que a través de su trasero llegaba a mi pene y por tanto a mi. A la luz azulada pude ver como toda ella se movía, y su pierna izquierda, como la mía, comenzaba a doblarse y elevarse. Y de pronto, electricidad. Un rayo de luz en mi espina dorsal. Mi hermana, pasando su mano entre sus piernas me había agarrado el pene, el inicio de su tronco. Lo tenía atrapado, capturado, y tiraba de él hacia delante como si le perteneciese.

Giro un poco su cabeza hacia delante, haciendo que su culo subiese unos centímetros, lo justo para llevar mi polla entre sus muslos. Me iba a correr, lo notaba, ya no podía más, sólo quería gritar. Mi hermana movió mi polla un poco más, hasta que la gorda cabeza se apoyó en la entrada de su vagina. Podía notar la humedad, el viscoso saludo de su agujero. Durante unos segundos me dejó así, quieto, con mi pequeño amigo dormitando en la mejor de las almohadas.

Mi madre seguía moviendo aquel dedo en mi interior, aplastando sus pezones cada vez más erectos contra mi espalda. No sabría decir si se daba cuenta de lo que pasaba por delante, pero en cualquier caso dudo que le importase demasiado. A fin de cuentas ella misma estaba penetrando el culo de su hijo.

Mi hermana movió mi polla de nuevo. Y esta vez la cabeza si entró. El calor era delicioso, la sensación celestial. Pero cuando más disfrutaba de nuevo la volvió a quitar, y de nuevo también se la volvió a introducir, esta vez un poco más adentró, un poco más profundo. Otra vez, y otra más. Hasta que mi polla perforó la vagina de mi hermana todo lo físicamente posible en aquella posición. No habría termómetro en este mundo capaz de medir la temperatura que en aquel momento existía dentro del pequeño coño de mi hermana. Ni siquiera con uno capaz de medir los grados dentro de los altos hornos de fundido del acero se podría medir.

Mi hermana soltó mi polla una vez que la tuvo dentro. No se movía, y tampoco sabía si yo debía hacerlo. Pero de pronto las dudas se me aclararon.

-Házmelo.

A pesar de seguir dándome la espalda, aquella palabra fue clara como ninguna otra. Y aunque iba dirigida a mi, mi madre reaccionó también al oírla y comenzó a penetrarme con mayor brío, con una intensidad desatada.

Comencé a mover mi pelvis con pequeños movimientos, simplemente eso, sin atreverme a abrazar a mi hermana o a agarrarla de alguna forma. Tan sólo moviendo mi pene poco a poco, arriba y abajo, no más de un par de centímetros de vaivén. Era una penetración lenta, tranquila, profunda. Un suspiro de mi hermana me indicó que iba por el buen camino, y cuando vi (o mas bien intuí) que había llevado su mano a su entrepierna y la movía ritmicamente supe que estaba disfrutando.

Sabía que mi final estaba cerca, es obvio, pero como cualquiera en mi situación me resistía como podía al desenlace que deseaba pero al mismo tiempo odiaba. Al final feliz por el que todo mi cuerpo ansiaba y que mi cerebro rechazaba, sabedor de que el placer acabaría tras el orgasmo.

Pero no pude más. Dando el enésimo empujón noté que entraba en la fase de meseta, la previa a la eyaculación, y todo mi ser se tensó. Hasta el último músculo, hasta la última fibra, hasta mis propios pulmones se contrajeron durante los segundos interminables de la pequeña muerte. Y empecé a correrme. Los chorros de esperma comenzaron a surgir de mi pene para llenar el coño de mi hermana que los recibía sin rechistar. Con cada impulso notaba el dedo de mi madre dentro de mi, apretado, como un intruso al que se quisiese estrangular. Un intruso especial, especialista en tocar una tecla clave que conectaba directamente los genitales con el cerebro animal. Una y otra vez el semen salió siguiendo el ritmo de mi corazón, desatado, sin control, en medio de mis quejidos suplicantes.

Respiré profundamente cuando aquel orgasmo eterno llegó a su fin. Un cansancio repentino invadió todo mi cuerpo, mis brazos parecieron quedarse sin fuerza y mis piernas cayeron dejando todavía el dedo dentro de mi, acariciándome internamente como tan sólo un madre sabe hacer. A su vez, yo también seguía dentro de mi hermana. Mi pene aun seguía dentro de ella, resistiéndose a abandonar un hogar tan confortable.

Y entonces fue mi hermana la que soltó un grito ahogado. Los ojos se me abrieron como platos cuando empecé a notar la presión, las contracciones, la succión a la que mi polla se vio de pronto sometida. Tras haberme corrido aun no había perdido del todo la erección, y con aquellos golpes internos pensé que nunca la perdería. Mi hermana respiraba profundamente, por la nariz, expulsando el aire con fuerza. Su vagina parecía querer acabar con mi pobre amigo igual que antes mi cuerpo había querido acabar con el dedo de mi madre, a base de apretujones, de abrazos del tipo más íntimo posible. Las contracciones comenzaron a bajar en intensidad, hasta desaparecer en un mar de fluido que lo empapó todo. Notaba mi pene casi flotando en aquel líquido caliente, que se escurría a través del tronco mezclándose con mi propio semen para acabar mojándome los testículos.

Tras acabar de correrse mi hermana de nuevo llevó sus manos entre sus piernas, para agarrar mi pene y sacárselo en medio otro nuevo "chop". Tras esto cerro aquellas magnificas y torneadas extremidades y mi polla quedó de nuevo, ahora ya en semierección y totalmente pringada, sobre el culo de mi hermana.

Mi madre poco a poco fue a retirando el dedo, y justo en el momento de sacarlo me dio un beso en el cuello que hizo que no me diese cuenta de que ya volvía a estar yo sólo, si nadie dentro de mi. Ni yo dentro de nadie, claro. Mi madre entonces se movió y note que se giraba, para darme ella también la espalda. Yo hice lo mismo y me quedé boca arriba, baje un poco la mirada y a contra luz (¿he dicho ya que era azulada?) vi mi pene dormitando, extenuado. Y aunque no sabría decir si fue mi propia imaginación jugándome una mala pasada, o en realidad sucedió de verdad, creí ver una sonrisa en la pequeña boquita de piñón de mi amigo cabezón. Casi tan grande como la que yo mismo tenía.

Posiblemente, FIN.