El verano en el que me enamoré

Hola a todos, me llamo Eduardo, tengo 21 años y desde hace un par trabajo en un hotel de lujo de la costa de Mallorca. Soy barman y también camarero, aunque realmente hago de chico para todo: cuando hace falta ayudo un poco en cocina y, a veces, también subo desayunos a las habitaciones. Lo que os voy a contar fue algo casi increíble que me sucedió el verano del año pasado. Gracias a mi trabajo pude tener la oportunidad de conocer a esa clase de hombres que sólo crees que pueden existir en las películas. Y es que, aunque me considero un chico bastante guapo, nunca antes había pensado que pudiera conocer a alguien así. Para que os hagáis una idea de cómo soy, me describiré un poco: mido 1,76 cm, tengo los ojos de color verde claro, mi pelo es oscuro, corto y lo llevo casi siempre engominado de punta. Mi piel también es morena, sobre todo en verano, porque me gusta escaparme a hacer nudismo en alguna cala solitaria. Me encanta el deporte (sobre todo practico la natación y juego en un equipo de fútbol amateur), así que tengo un cuerpo bastante bien definido, pero nada exagerado. Aparte de cuidarme físicamente, también me gusta cuidarme estéticamente, y como tengo algo de vello por el cuerpo y no me gusta, me depilo las piernas y el pecho. Bueno, también tengo que deciros, y no me importa confesároslo (porque en esta historia os contaré cosas que considero más íntimas sin ningún pudor), que estoy bastante bien dotado en cierto aspecto. No, no penséis que os voy a vender la típica polla enorme de 23 cm., pero la verdad es que no me puedo quejar, pues la mía llega a los 19. En fin, no voy a enrollarme más... a lo que vamos:

La historia comienza un jueves de mediados de julio. En aquellos días apenas quedaba una decena de habitaciones libres en el hotel. La temporada alta ya había comenzado y el trabajo comenzaba a hacerse pesado. Andábamos escasos de personal, así que muchos de nosotros teníamos que repartir nuestras tareas y, aún así, había algunos días que no dábamos abasto. Aquella mañana estábamos bastante atareados y Marcel, mi jefe, comenzaba a acusar el estrés y el mal humor. Ya se había servido el desayuno y en toda la mañana ya había tenido que aguantar dos broncas suyas...

Eduardo, sube este desayuno para la 106!

Voy!

Pasaba la una del mediodía y la simple idea de tener que complacer los caprichos de algún tío impertinente que podía haberse pasado la noche bebiendo y tirándose a alguna fulana, me ponía de mal humor. Pero, como en cualquier otro trabajo, algunas veces uno ha de tragarse la mala leche y hacer aquello que se le pide. Además, allí donde trabajaba yo, pagan muy bien, así que tampoco podía ponerme a rechistar por tener que subir un desayuno aunque fuera ya la hora del almuerzo y un montón de trabajo acumulado me estuviese esperando.

Cogí pues la bandeja con el desayuno preparado, la puse encima del carrito y me dirigí al ascensor para subir al primer piso. Tenía en la cabeza mil cosas y estaba malhumorado por las constantes broncas de mi jefe. Era un buen tío, pero con el estrés de tanto trabajo a menudo se le cruzaban los cables y se lo hacía pagar a sus subordinados. Esta vez me había tocado a mi.

El ascensor se acababa de parar y su puerta se abrió ante mi, dejándome libre el paso. Empujé el carrito con el desayuno hacia el interior y pulsé el botón del primer piso. Una vez fuera, conduje el carrito hasta donde se encontraba la habitación 106 (justo al final del pasillo a mano izquierda) y llamé a la puerta.

Buenos días, le traigo el desayuno que pidió¾ , dije en voz alta.

Nadie contestaba, así que volví a llamar a la puerta. Entonces, se escuchó una voz grave, sin duda de hombre, decir:

Un momento, enseguida voy! ¾

Al instante, pude escuchar el ruido de una puerta al abrirse, que debía ser la del baño, y unos pasos hacia la puerta de entrada. Entonces ésta se abrió y ante mi apareció el cuerpo semidesnudo de un hombre. Estaba cubierto tan sólo por una toalla blanca que le cubría la parte de la cintura. Llevaba el pelo algo mojado, así que supuse que había interrumpido su ducha.

Por su aspecto, debía de tener unos treinta y pocos años y físicamente estaba muy bien. Con gesto serio me miró de arriba abajo y, tras observar mi reacción algo desconcertada, se mordió el labio inferior y esbozó seguidamente una sonrisa:

Pasa y déjalo por ahí. ¾ Dijo.

Desea que le traiga alguna cosa más?¾ Le contesté.

Mmm... no, no, muchas gracias. (silencio). Ah, espera!¾ Dijo él, al tiempo que se dirigía hacia la enorme cama de matrimonio de su habitación y, del bolsillo trasero de unos vaqueros que había tendidos sobre la misma, extraía una cartera marrón de piel, de la que sacó un billete de 10 euros que puso sobre mi mano:

Toma, siento haberte hecho subir el desayuno a esta hora.

No se preocupe, no es ninguna molestia. Muchas gracias,¾ dije mientras cogía el billete y me lo guardaba después en el bolsillo de mis pantalones. ¾ Hasta luego.

Y, tras desearle un buen día, cerré la puerta. Cerré los ojos y suspiré profundamente. Todavía mi cara mostraba una expresión de sorpresa. Acababa de sufrir una especie de shock que había borrado de mi cabeza las mil preocupaciones que en ella daban vueltas. Está buenísimo, pensé. En el pasillo de camino al ascensor, me crucé con otros clientes del hotel y traté de serenarme y desearles unos buenos días de la forma más cortés que pude. Pero mi mente seguía en aquella habitación. La imagen de aquel tío semidesnudo ante mi y observándome con mirada curiosa de arriba abajo, se había grabado en mi cabeza con fuego, y trataba de memorizar cada detalle de su anatomía, intentando incluso imaginar aquello que no había podido ver, que había quedado oculto baja aquella toalla. Muy pronto noté que una tremenda excitación me recorría todo el cuerpo y mi polla comenzó a despertar de su letargo hasta quedar bien dura.

Andé hacia el ascensor y rápidamente me metí dentro para que nadie pudiera advertir mi estado de excitación. Mientras bajaba, no podía borrar su imagen de mis pensamientos, que ya habían asimilado la escena anterior en su conjunto y se recreaban en el retrato de aquel tiarrón de treinta y pocos, más o menos de mi altura, moreno, con el pelo no muy largo y ligeramente ondulado, ojos de igual color oscuro y pecho y abdomen perfectamente definidos y cubiertos de un oscuro y espeso vello que debía haberse rebajado.

Continué como pude con mi trabajo, aunque mi cabeza seguía en la habitación 106. Seguimos sirviendo mesas en el restaurante hasta casi las cuatro de esa tarde y, cuando finalmente nos dieron un respiro, nos dispusimos a comer algo todos los miembros del personal del restaurante.

Después del almuerzo, mucha gente salía a la terraza del hotel a leer o simplemente a disfrutar del sol de la tarde. Era éste un sitio realmente espectacular, pues colgaba de un impresionante acantilado una gran piscina, junto a la que estaba la terraza, una pequeña explanada contigua con tumbonas ideal para tomar el sol y broncearse. Así que, poco a poco, aquel sitio fue llenándose de clientes ansiosos por una tumbona, que no paraban de pedir bebidas.

La tarde fue pasando y el sol se acercaba a su punto más bajo, antes de dejar paso a una noche que se avecinaba calurosa. Mis compañeros habían comenzado ya a recoger las copas vacías y los ceniceros llenos de colillas. Yo me encontraba cerrando las pocas sombrillas que todavía estaban extendidas, cuando apareció él. Tan sólo llevaba un bañador rojo de slip y estaba impresionante. Acababa de pedir una toalla a uno de mis compañeros, que llevaba sobre el hombro izquierdo. Unas gafas de sol de grandes cristales negros y montura de pasta del mismo color, de Dolce & Gabbana, impedían que la luz de la tarde se reflejara en sus ojos. Con paso decidido se acercó hasta donde me encontraba yo. Le miré de reojo mientras me daba la espalda. Estaba colocando su toalla sobre una tumbona colocada justo detrás de donde me encontraba recogiendo una sombrilla. Me acababa de ofrecer una visión estupenda de su trasero. Tenía unas nalgas redondas que llenaban el slip, de forma que le marcaban un perfecto y trabajado culo, fruto probablemente de largas horas en algún gimnasio caro. El vello de sus fuertes piernas subía, oscuro pero no demasiado espeso, hasta perderse bajo las costuras de aquel diminuto bañador, que ahora había convertido en mi fetiche.

Una vez hubo colocado a su gusto la toalla sobre la tumbona, se giró hacia mi. Entonces yo me dispuse a hacer ver que estaba acabando de recoger y limpiar una mesa que quedaba junto a la sombrilla que acababa de cerrar. En aquel momento, el espléndido ejemplar de hombre que tenía a mi lado, se sentó en la tumbona y abriendo uno de sus puños, depositó sobre la mesita que tenía al lado un paquete de tabaco. Seguidamente sacó un cigarrillo y miró hacia donde estaba yo sin quitarse sus gafas de sol:

Oye, perdona chico ¿Tienes fuego?

Claro señor! ¾ Dije yo, al tiempo que sacaba del bolsillo de mi camisa una caja de cerillas con el logotipo del hotel y me dispuse a arrancar una. La froté contra el borde de la caja y la encendí, ofreciéndole la llama para que pudiera encender el cigarrillo. Acercó su cara con el cigarrillo en la boca y puso su mano derecha sobre la que le ofrecía fuego para evitar que el aire apagara la llama. En ese instante, el roce de su mano con la mía me provocó una rápida erección.

Gracias, chico¾ Dijo.

No pude contestarle, me había quedado sin habla. Aquel tío me acababa de poner la polla tiesa y tan solo había rozado mi mano con la suya.

Procuré girarme rápidamente y hacer ver que continuaba con mi trabajo para evitar que el impresionante bulto de mi pantalón delatara mi estado. Pero antes de que pudiera volver a la faena, su reacción me detuvo por un instante: bajó las gafas de sol con su mano derecha, me miró por encima de ellas con los ojos medio cerrados por la claridad que aún desprendía el sol, sonrió y dijo:

Oye, tú eres el chico que ha subido esta mañana a traerme el desayuno, ¿verdad?

(Algo avergonzado) Sí, jeje, creo que he sido yo.

Soy Ernesto y... bueno, ya sabes donde me hospedo, jajaja...

Jejeje.

Voy a estar por aquí hasta el próximo domingo... esto... ¿fumas?

Sí... bueno, la verdad es que he intentado dejarlo, pero soy incapaz.

Anda, deja por un momento el trabajo. Siéntate aquí conmigo y fúmate uno, me harás compañía durante la puesta de sol.

Sacó entonces otro cigarrillo de la cajetilla y me lo ofreció. Al principio hice un gesto como de rechazar la oferta, ya que si me pillaba el jefe allí sentado, fumando y sin hacer nada, me caería otra bronca, pero finalmente acepté. Cogí el cigarro, me senté en una tumbona a su lado y lo encendí. Cuando levanté la vista, observé que me estaba mirando mientras su cara esbozaba una leve sonrisa, pero enseguida levantó la vista, se colocó sus gafas y se tumbó en la hamaca.

Ahora podía contemplar en todo su esplendor la parte delantera de aquel imponente macho. Disimuladamente, y mientras aspiraba sucesivas caladas de mi cigarrillo, fui recorriendo con la mirada todo su cuerpo, hasta detenerme en su pecho. Tenía unas espléndidas piernas, ligeramente cubiertas de vello, que comenzaban un poco más arriba de lo que me permitía observar aquel deseado bañador rojo. Éste ocultaba debajo lo que parecía ser un impresionante miembro que caía hacia su lado izquierdo, abultando de forma más que evidente dicha parte del bañador, como si tratara inútilmente de escurrirse y salir de su diminuta prisión. Por encima del bañador, un hilo de oscuro vello llegaba a su ombligo y se desbordaba cubriéndole todo el pecho. Pero no se trataba de un bosque impenetrable de vello, pues al llevarlo rebajado, éste delimitaba y daba forma a unos pectorales bien definidos y rodeaba de forma curiosa y sensual sus dos pequeños pezones.

La verdad es que nunca me habían atraído demasiado los tíos velludos, pero aquel chico no podía decir que tuviera demasiado vello y el que tenía le daba un aire muy sensual que seguramente habría perdido de haber estado depilado. Nuevamente me sobrevino una tremenda erección, esta vez algo disimulada por estar sentado y con las piernas casi juntas.

¿Cómo te llamas? No me has dicho tu nombre¾ dijo.

Tiene usted razón, lo siento, me llamo Eduardo.

Encantado Eduardo. Como te decía, voy a estar aquí hasta el domingo. Vengo de Madrid y quería salir de aquel infierno para pasar unos cuantos días de relax en algún sitio tranquilo.

Pues creo que ha elegido bien viniendo aquí, esto está alejado del bullicio de la isla y las vistas son estupendas.

Sí, la verdad es que este sitio es increíble.

Hubo un instante de silencio, en el que aprovechamos para apurar las últimas caladas a nuestros respectivos cigarrillos.

Pronto se pondrá el sol. Desde aquí se puede disfrutar de una bella puesta¾ dije.

Sí, ya me habían informado de eso y he bajado para comprobarlo. Pero veo que va a ser más espectacular de lo que imaginaba. Las vistas desde aquí son impresionantes.

Sí, la verdad... Bueno, tendré que dejarle, mis compañeros no tardarán en echar en falta mis servicios, jejeje.

De acuerdo Eduardo.

Ya había recogido un par de copas vacías y me disponía a llevarlas dentro, cuando su voz me detuvo otra vez por un instante.

Ah, por cierto, ¿podrías traerme un dry martini, por favor? Y otra cosa, no me trates de usted, me hace sentir mayor.

De acuerdo, enseguida se lo traigo... quiero decir que te lo traigo, jejeje.

Cargado con las copas vacías y los ceniceros llenos de colillas que había recogido de las mesas de la terraza, me dirigí hacia el bar. Deposité todo aquello encima de la barra y le pedí a mi compañero que me preparara un dry martini. Mientras esperaba en la barra a que terminara de preparar el cóctel, mi mirada se quedó inmóvil, perdida en aquel cuerpo que comenzaba a hacérseme obsesivo.

Aquí tienes el dry martini que pediste¾ dijo mi compañero.

Cogí la bandeja y me dirigí hacia el final de la terraza, junto al acantilado, donde se encontraba él. Observé que se había quitado sus gafas de sol y tenía el teléfono móvil pegado al oído. Parecía estarse despidiendo de alguien. Me dispuse entonces a dejarle sobre la mesa la bebida que me había pedido. Cuando advirtió mi presencia, levantó la cabeza y giró su cara hacia mi. Tapó el auricular con la mano derecha y con voz suave me dio las gracias y me guiñó un ojo. Yo le sonreí y luego me dirigí nuevamente hacia el bar. Enseguida dejó el móvil encima de la mesa y continuó tumbado contemplando el mar bajo un cielo cada vez más oscuro.

Acabé mi turno pero, por primera vez en mucho tiempo, habría deseado quedarme allí para seguir contemplándole. Cogí mis cosas me dispuse a marcharme a casa. Estaba cansado de todo un día de trabajo, pero no podía quitarme de la cabeza la imagen de aquel tío. De camino a casa, no paré de fantasear con él mi polla no bajó la guardia en todo el trayecto. Nada más llegar a casa, pude observar que mis compañeros de piso no estaban, seguramente les habría tocado hoy turno de noche a los dos. Rápidamente me dirigí al baño para darme una ducha y comencé a quitarme la ropa.

Entonces me miré al espejo. Llevaba ya solamente unos bóxers blancos y mi paquete, duro como estaba, se marcaba exageradamente a través de ellos. Me sentí muy excitado y comencé a imaginarle detrás de mí apoyando en mi trasero aquel impresionante rabo liberado de su pequeña prisión. Con sus manos me acariciaba el pecho y con la boca me comenzaba a besar el cuello, mientras yo comenzaba a jadear ahogando todo lo que podía el placer que sentía. Imaginaba que su polla iba creciendo entre mis nalgas, buscando un rincón húmedo y caliente donde poderse alojar. Me puse tan cachondo que comencé a acariciarme el pecho con mi mano derecha, pellizcando un pezón, mientras con la otra mano empezaba a sobarme la polla por encima del bóxer. Recorría toda su longitud con la palma de mi mano entrecerrada y, cuando ya no lo pude resistir más, la introduje por encima del elástico hasta alcanzarla. La agarré bien fuerte y la liberé de su celda. Me la comencé a menear, mientras con mi otra mano no dejaba de acariciar mi cuerpo. Sin poder evitarlo, comencé a gemir todavía suave pero cada vez con más fuerza.

Entonces pensé que sería mejor entrar en la ducha y ponerme debajo del chorro del agua caliente. Abrí el grifo y la dejé caer hasta que comprobé que salía bien caliente. Mojé bien mi cuerpo y puse abundante jabón en la esponja. Con ella me dispuse a recorrer toda mi piel. Me sentí hermoso junto a él, imaginando que me estaba sobando aquel chico que era el objeto de mis fantasías. Enjaboné mis piernas y froté bien mi trasero con la esponja. Notaba cada uno de mis músculos firmes y en tensión. Me daba cuenta de que me apetecía disfrutar de mi cuerpo. Realmente sentía que eran sus manos las que me poseían, las que acariciaban mi piel. Y creí que eran sus dedos y no los míos los que jugaban por abrirse paso en mi estrecho culito. No pude callarme un agudo gemido. Me había introducido tres dedos sin la mayor dificultad. Después de un lento y rítmico meter y sacar, notaba que mi esfínter iba cediendo más a medida que iba subiendo mi excitación y con mi rabo bien duro, continué enjabonando mi cuerpo. Continué recorriendo con la esponja mi piel mientras el agua humeante caía sobre ella. Mi abdomen y mi pecho, perfectamente depilados, también se habían tensado y daban forma a un cuerpo bien definido. Entonces dejé caer la esponja y, en un arrebato de impaciente excitación, agarré fuertemente otra vez mi polla y la comencé a sacudir de forma firme y apresurada. Mi otra mano la deslicé suavemente entre mis nalgas y con el dedo corazón comencé a jugar a introducirlo por mi hambriento culito. Sin dejar de imaginar que el chico de mis fantasías estaba detrás de mí, de forma instintiva mi tronco fue bajando hasta ponerse mi cabeza a la altura de mi cintura. Mientras el dedo de mi mano izquierda continuaba hurgando en la entrada de mi culito, con la mano derecha seguía pajeando mi polla, ahora casi de forma violenta. Con mi ojete más que dilatado y sin parar de imaginar una escena de sexo a tope con aquel chulazo en la ducha, coloqué los tres dedos centrales de mi mano izquierda en triángulo y de una embestida me los introduje hasta el fondo. Otro gemido me salió de dentro. Comencé un vaivén cada vez más rápido con una mano en la polla y otra trabajando mi esfínter y los gemidos se comenzaron a suceder de manera cada vez más fuerte. No podía parar, y hasta me resultaba difícil mantener los ojos abiertos con tanto placer como me estaba dando. Yo seguía soñando con mi macho y el agua caliente, humeante, seguía escurriéndose por todos los extremos de mi piel. Necesitaba saciarme de polla, necesitaba que aquel hombre me cogiera hasta hacerme desvanecer. Y entre tanto pensamiento, y con el ritmo de mi paja más acelerado, un escalofrío recorrió de repente mi cuerpo y todos los músculos se tensaron. Mis dedos se clavaron buscando el fondo de mi agujero y se quedaron inmóviles chocando contra la paredes de mis entrañas. De repente solté un largo y sonoro gemido, al tiempo que comenzaba a disparar varios trallazos de caliente y espeso esperma, que se perdía entre el agua y el jabón que salían por el desagüe. Un par de chorros más, cada vez con menos energía, fueron siguiendo a mis sacudidas cada vez más espaciadas. Hasta que me vacié por completo. Entonces saqué los dedos de mi trasero, me incorporé y me dispuse a acabar de enjabonarme, aclararme y salir de la ducha.

Aquella noche dormí de un tirón. Me encontraba totalmente relajado y tuve un sueño maravilloso nuevamente con mi chico deseado.

A la mañana siguiente me levanté pronto para ir al gimnasio. Todos los tíos musculados que días atrás había ansiado, aquel día se me antojaban sin atractivo. Sólo pensaba en una persona. Era algo casi obsesivo, enfermizo. Después de ducharme, paré a comer algo en un restaurante de camino al trabajo. Entraba a las 5 y no saldría hasta la una o más. Me tocaba estar en el bar. Era lo malo de trabajar en aquel hotel, que tanto podías estar sirviendo mesas, como subiendo desayunos, como detrás detrás de la barra del bar. Pero precisamente, esta ambivalencia era la que me había permitido conocer al chico de mis deseos, así que, al menos esos días no me quejaba.

Me cambié y me puse el uniforme tan pronto como llegué al hotel y me dispuse a limpiar un poco la barra y preparar un par de cosas. Aquella tarde se pasó muy lentamente. Hacía un día de sol estupendo y la mayoría de la gente había optado por salir del hotel y buscar una bonita playa en la que tostarse y tomar un baño marino. Al caer el sol, la terraza se fue llenando de gente y mi trabajo se fue acumulando en la barra. Tenía que preparar un montón de cócteles, aperitivos y demás. La gente venía a relajarse a la terraza, disfrutar de las vistas desde el impresionante acantilado donde colgaba el hotel y ver la puesta de sol. Aunque tenía mucho trabajo, de vez en cuando iba echando algún vistazo a la gente que había en la terraza para ver si veía aparecer a Ernesto. Pero se puso el sol, cayó la noche y no apareció por la terraza.

Debían ser cerca de las nueve y media de la noche, cuando por las escaleras que bajaban desde las habitaciones del primer piso, comencé a escuchar el ruido de alguien que descendía rápidamente. Era él. Estaba imponente. Vestía una camisa blanca con un fino rayado oscuro de arriba abajo ceñida al cuerpo que insinuaba unos impresionantes pectorales y aprisionaba unos brazos fuertes. La llevaba por fuera del pantalón, de unos vaqueros gastados y con agujeros a la altura de las rodillas, y desabrochada hasta el segundo botón, con lo que dejaba asomar el pelo rebajado de la parte alta de su pecho. El conjunto le daba un aire desenfadado a la vez que elegante. Calzaba unos zapatos marrones de punta y sin cordones. Llevaba su pelo corto y ondulado, algo revuelto y como mojado por la gomina. Su rostro con barba de un día, desprendía luz, en definitiva estaba radiante y no puedo decir otra cosa sino que se veía guapo, muy guapo.

Pasó por cerca de la barra del bar y un compañero que se cruzó con él, le saludó con un "buenas noches, señor". Continuó andando hacia la salida y al pasar frente al bar se giró hacia donde estaba yo y dedicándome una sonrisa me saludo diciendo:

Hola, cómo estás?

Hola, buenas noches, ¾ respondí yo.

Parecía ir apresurado y salió por la puerta que conducía al hall del hotel. Después mi compañero me dijo que le había preguntado por la hora de cierre del bar.

Tras una noche bastante ajetreada, la gente fue abandonando la sala del bar para dirigirse a sus habitaciones a descansar. Era cerca de la una de la noche y sólo quedaban una pareja mayor que todavía charlaban de manera distendida en una mesa del fondo de la sala y un señor inglés de unos cuarenta y pico que ya iba por su quinta cerveza y comenzaba a ponerse algo pesado con sus anécdotas y sus preguntas absurdas. Al poco rato, el señor del fondo apagó su cigarrillo en el cenicero y se levantaron él y su esposa. Se dirigieron hacia la barra en la que yo me encontraba, me pidieron que les apuntara la consumición en la cuenta de su habitación, me dieron las buenas noches y subieron las escaleras al primer piso.

Para entonces, ya me encontraba solo en la barra, pues mi compañero me había ayudado a limpiar las copas y vasos sucios y, después de traer unas cajas de bebida desde el almacén, le dije que podía marcharse, que ya me encargaba yo de cerrar el bar. Mi último cliente, el inglés de la barra, comenzaba a ir más que bebido y se estaba quedando dormido. Le dije que en pocos minutos me dispondría a cerrar y entonces levantó la cabeza y, con los ojos medio cerrados, me miró y luego sacó un billete de 50 euros de su cartera, lo dejó encima de la mesa y me pidió que me cobrara. Cuando le quise devolver la vuelta, me puso su mano sobre el cambio en señal de rechazo. Le agradecí la propina. Luego se levantó y, arrastrando los pies y con la cabeza baja, se dirigió hacia el ascensor, al final de un pasillo, justo saliendo del bar.

Estaba agotado. Pensé que ya había acabado otra dura jornada laboral. Me dispuse a limpiar la barra, secar un par de copas y unos cubiertos y apagué la música. Cuando me disponía a hacer caja y marcharme, la puerta de entrada a la sala del bar se abrió y apareció él. Venía hablando en un tono elevado por el móvil y reía con carcajadas bastante sonoras. Se dirigió hacia la barra, se sentó en un taburete y continuó con la animada charla telefónica por un momento. Luego se despidió, colgó y dejó el móvil encima de la barra.

Mientras, yo le observaba. Él dirigió su mirada hacia mi y me regaló su preciosa sonrisa. De repente hizo un gesto con la cara, frunció el cejo y sin quitarse la sonrisa de la boca, dijo:

Uy, tal vez he llegado un poco tarde. Me da la impresión de que ya estabas cerrando.

No se preocupe, aún me quedaban por hacer unas cuantas cosas antes de marcharme, así que puede pedir tranquilamente una copa.

¿Seguro? Bueno, ponme un Bourbon con hielo. Ah, y por favor, como ya te dije, puedes tutearme.

De acuerdo, perdona.

Mientras le servía la copa, siguió la conversación:

¿Hace mucho que trabajas aquí, Eduardo?

Es el segundo año que estoy aquí.

Yo es la primera vez que vengo a Mallorca y de momento no tengo queja ninguna. Al contrario, tiene rincones maravillosos. Hoy mismo he estado con unos amigos en una playa del norte de la isla, que ahora no recuerdo cómo se llamaba pero que me ha encantado: sus aguas eran cristalinas, había poquita gente y el entorno es estupendo.

Dejé lo que estaba haciendo y me continuamos con la conversación de forma animada. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya eran casi las dos y media de la noche:

Uy, creo que te he liado aquí con mis historias y se nos ha hecho tarde¾ dijo.

No te preocupes, me gusta charlar y conocer un poco más a los clientes que pasan por aquí.

Oye, eres muy simpático y me has tratado muy bien estos días, a pesar de que te esté quitando horas de sueño, jajaja. Porqué no acabas de cerrar el bar y luego te subes a mi habitación a tomarte una copa antes de marcharte. Me he animado aquí con la charla que hemos tenido y no tengo sueño. Además, no conozco a mucha gente de la isla y así me recomiendas algún sitio para visitar mañana: alguna playa... no se. Les pediría consejo a los amigos con los que he estado hoy, pero han salido de marcha esta noche y no creo que estén mañana para excursiones.

Y sin dejar tiempo para que le contestara, prosiguió:

bueno, si tienes que trabajar mañana pronto o no te apetece subir, no te preocupes...

Bueno, mañana comienzo a primera hora de la tarde.... aunque debería ir a dormir porque estoy reventado y además no nos permiten subir a las habitaciones...

Bueno, pero ya habrás terminado tu turno de trabajo. Subirás como invitado mío. Venga, ¿qué me dices?

De acuerdo. Acabo de hacer un par de cosillas que me quedan y enseguida subo, ¿ok?

Vale. Yo aprovecharé para ordenar un poco la habitación y ver qué es lo que tengo en el mueble-bar. Y si no tengo nada, con la excusa, te hago subir algo de bebida y hielo.

Una vez terminé de hacer caja, barrer un poco y colocar un par de cosas, cerré el bar y apagué las luces, no sin antes haber cogido una botella de buen ron y haberla metido en la mochila con la ropa que llevaba para cambiarme. Me dirigí a las escaleras que llevaban a las habitaciones del primer piso, recorrí todo el pasillo y una vez delante de su puerta, respiré profundamente y luego llamé a la puerta. La mera idea de pasar la velada a solas con aquel tío me ponía a mil y mi rabo comenzaba a crecer por la excitación.

Escuché pasos dirigiéndose hacia la puerta y la llave girar hasta que se abrió la puerta. Todavía no se había cambiado y llevaba la misma ropa que cuando había bajado hacía unas horas al bar. Su imagen delante mío y el suave y agradable olor personal que desprendía, me encendieron aún más y mi erección se disparó sin que pudiera hacer nada por evitarlo, al tiempo que con una sonrisa en la boca, el tío que más deseaba me invitaba a pasar. Con aquel sofoco se me habían subido los colores y él pareció notarlo. Me dio la impresión de que me daba un rapidísimo vistazo de arriba abajo y me preocupó la idea de que se hubiera percatado de mi excitación. Pero entonces me dijo:

Vaya, todavía no has tenido tiempo de cambiarte de ropa.

No, espero que no te importe. Como no estaré mucho rato, pensaba ducharme y cambiarme luego, ya en casa.

Como prefieras, si vas a estar más cómodo puedes usar mi ducha y cambiarte aquí.

No, de verdad, estoy bien. Gracias.

Entonces, cogí la mochila y tras abrirla, saqué la botella de ron de la que me había apropiado:

¿Te gusta el ron? No sabía que bebida tenías aquí y he pensado que tal vez te gustara. Es lo que suelo beber yo.

Bueno, la verdad es que tan sólo tenía una botella de cava y ni siquiera estaba en fresco. Tampoco he pensado en decirte que subieras hielo, pero sí tengo refrescos en la nevera, así que podremos mezclar.

Ok, a mi ya me va bien.

Entonces te preparo una copa y vamos a la terraza, ¿te parece?

Claro.

Y mientras esperaba a que acabase de servir las copas, salí a la terraza y apoyado en la barandilla me puse a contemplar las estrellas.

Es estupendo, ¿verdad? Desde aquí se pueden ver muy bien las estrellas, al estar completamente a oscuras. Incluso puede verse bien la vía láctea, ¿ves?- Dijo, señalando al cielo.

Sí, la verdad es que es estupendo. Y con esta brisa se está muy bien aquí.

Me ofreció la copa y levantó la suya para brindar:

Por estas vacaciones fantásticas y.... por el buen servicio de este hotel, jajaja.

Estuvimos charlando largo rato sobre sus vacaciones, sobre mi trabajo, sobre rincones que valía la pena conocer de la isla, etc. Entre frase y frase, entre temas de conversación, íbamos bebiendo de nuestras copas y poco a poco nos fuimos terminando el ron. Para entonces yo ya iba algo borracho, aunque él parecía estar tan fresco como al principio de la noche. Me costaba controlar mis impulsos y por eso me resultaba difícil no mirarle. Mi verga volvía a estar bien tiesa, mezcla de excitación y de que comenzaba a tener unas ganas terribles de mear.

No queda más ron, pero tengo una botella de cava, aunque no estará muy fresca porque la puse en la nevera antes de servirte la última copa.

Bueno, yo debería irme pronto, son casi las 4.

¿Vas a rechazar una copa de cava? Venga, será la última. Luego te vas si quieres, ¿te parece?

Está bien.

Después de que él entrara para llenarme la copa, volví a ponerme junto a la barandilla de la terraza, apoyé mis codos en ella y me quedé mirando fijamente a la lejanía. La noche era clara y una ligera brisa hacía ondular las copas de los árboles que se divisaban a lo lejos. El ruido de las olas del mar golpeando contra las rocas contrastaban con el del roce del viento con las hojas de los pinos. Mi mirada se perdía entre ellas, pero mi pensamiento estaba en otra parte, con él. De repente su voz me devolvió al mundo real:

Hace una noche estupenda y me la pasaría entera contemplando las estrellas y el mar desde aquí arriba. Y más estando en buena compañía.

Entonces, antes de que me diera tiempo a girarme hacia él o a decir una palabra, noté el roce de su paquete con mi trasero y una mano que se acercaba a mi cara con una copa llena de cava. La cogí y me giré dispuesto a brindar:

Por esta noche y porque tengas unas estupendas vacaciones en la isla,¾ dije.

Sí, eso. Aunque no se porqué presiento que van a ser unas vacaciones inolvidables.

Chin chin

Chin chin.

Después de brindar, ambos bebimos un buen trago de nuestras respectivas copas y mientras tragábamos el sorbo de cava, como instintivamente, nuestras miradas se quedaron clavadas, la mía en sus ojos y la suya en los míos. Y me regaló otra de sus sensuales sonrisas. Mi polla se puso aún más tiesa si cabe, de nada servía ya disimular. Nuestros ojos delataban nuestros sentimientos y deseos. Pero no podía evitar estar más nervioso. Decidí que era momento de ir al baño:

¿Me sujetas la copa? Debería ir al baño.

Claro.

Dejé la copa en su mano y en su cara una mirada maliciosa esperando. Me dirigí al baño y abrí la puerta. Me encontraba algo mareado, pero me superaba el nerviosismo y la excitación de saber correspondido mi deseo. Como pude desabroché uno a uno los botones de mi pantalón y agarrándola con toda la palma de mi mano, saqué mi verga bien tiesa del bóxer. Levanté la tapa del váter e intenté atinar el chorro.

Entonces noté el tacto de una mano que agarraba fuertemente mi tieso rabo, al tiempo que un cuerpo se pegaba al mío. Era él. Pude notar sobre el pantalón su paquete rozando mi trasero. Ciertamente estaba también excitado:

¿Te ayudo?- Dijo susurrando a mi oído con una voz muy masculina, al tiempo que agarraba fuertemente mi pene y dirigía el chorro hacia el interior de la taza.

Se me hizo un nudo en la garganta y no pude decir nada. Me limité a cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, buscando su hombro. Entonces comenzó a besarme el cuello, al tiempo que su mano derecha sujetaba más fuertemente mi polla a cada instante, para evitar que mi orina salpicara todo el suelo. Mientras, su mano izquierda comenzó a deslizarse por debajo de mi camisa, buscando mi pecho y mi vientre. Sus caricias me estaban poniendo muy cachondo y de mi boca comenzó a salir algún leve gemido, que su labios se encargaron de ahogar con un beso apasionado.

Y cuando de mi pene salieron por fin las últimas gotas de orina, mi bello Ernesto abandonó sus besos y sus caricias, pero su mano derecha no soltó mi durísima verga. Se puso a mi lado, y con su otra mano me volteó, con lo que ambos quedamos cara a cara. Entonces mis ojos quedaron fijamente clavados en los suyos y, cuando me disponía a besarlo con deseo... se hincó de rodillas ante mi y sin soltarme la polla, se la metió toda de una vez en su boca. Luego la sacó rápidamente y, con la boca abierta, la puso sobre su lengua. Cerró los ojos y muy suavemente subió y bajó la piel de mi prepucio. Buscaba con ansia las últimas gotas de mi orina, que fueron cayendo una a una sobre su lengua y escurriéndose por ella hasta perderse en su garganta. Luego abrió los ojos y dirigió su mirada hacia arriba buscando los míos. Y, entonces, su lengua comenzó a dibujar rápidos círculos sobre mi capullo y volvió a tragarse toda mi polla de una sola vez. No pude sino sucumbir al placer, cerré mis ojos, eché mi cabeza hacia atrás y un gemido, esta vez alto y sonoro, se escapó de mi garganta. Mis manos buscaron su nuca, como intentando evitar que su boca dejara escapar a su presa. Comenzó un placentero mete y saca de mi rabo en su boca. Se lo metía entero cada vez, de forma que podía notar sus labios en mis pelotas y pronto un hilo de saliva comenzó a caer por entre ellas. Me la estaba chupando con ganas y con la borrachera que llevaba y la excitación que acumulaba, pensé que no tardaría en correrme. Así que con mis manos cogí su cara por los costados y la retiré de mi polla. Seguidamente le indiqué que se incorporara. Así que se levantó y, entonces, sus labios quedaron a escasos centímetros de los míos, de forma que no tardaron en chocar entre sí de forma apasionada, con las bocas entreabiertas dejando escapar nuestras lenguas, que buscaron con afán y lucharon entre sí intentando llegar a todos los rincones de nuestras bocas. Nos separamos luego por un instante, y con nuestras miradas cegadas por el deseo, le cogí de la mano y le conduje fuera del baño.

No sabes cuánto te he deseado¾ , me dijo.

Vamos a la terraza, desde allí podremos oír el ruido del mar y hacer el amor bajo las estrellas. Además, estoy algo mareado y me gustaría que me diera un poco el aire.

Así, con mi mano derecha cogí su mano izquierda y lo conduje a la terraza. Enseguida su cuerpo se pegó al mío y su mano derecha fue a buscar mi polla, que no había guardado en mi calzoncillo y llevaba bien tiesa al aire. Como pude lo llevé a la terraza. Una vez allí, empujó mi cuerpo hasta que me hizo sentar en una especie de butaca de cojines negros. Se arrodilló nuevamente ante mi y me separó las piernas.

¡Eres tan bello! Me gustas desde la primera vez que te vi. Me moría de ganas de follarte¾ , dijo.

Yo también te he deseado desde el primer momento¾ , contesté.

Y ya no medió más palabra. Mi polla se fue perdiendo en su boca, que engullía con rapidez toda su longitud. Tardó poco en desabrochar mi cinturón, levantarme las piernas y tirar del pantalón para bajármelo. Le facilité el trabajo y también me bajé calzoncillo, luego tiró de él y, una vez me lo hubo quitado, pasó su nariz por la parte interior delantera y lo olió con ansia mientras me miraba con lascivia. Lo olió y luego pasó su lengua por él, buscando los restos del líquido preseminal acumulados, y que todavía lo humedecían. Tras dedicarme este breve espectáculo, volvió a dedicar su atención y su boca a mi rabo, que tenía a punto de explotar.

Por ello, volví a coger su cabeza, lo aparté como pude y me incorporé. Lo cogí por la cintura mientras devoraba mi cuello con sus besos y lo hice sentar en aquella butaca.

Ahora me toca a mi. El servicio está para hacer más placentera su estancia en este hotel. –Le dije pícaramente con una sonrisa maliciosa dibujada en mi cara.

Y eso fue suficiente para conseguir que se desabrochara cada uno de los botones de su pantalón y sacara su aprisionada polla de aquel pantalón que tenía a punto de reventar. La sacó con su mano derecha y comenzó a acariciarla suavemente. Era impresionante.

Al fin tenía ante mi aquel pedazo de carne que debía medir más de 20 cm. No era demasiado gruesa, pero tendría suficiente trabajo para tragármela entera. Me moría de ganas de saborearla, pero más incluso porque me la clavara hasta notar sus pelotas en mis nalgas. Deseoso por probar aquel manjar, me apresuré en meterla en la boca. Pero, por más que lo intenté, no podía llegar a tenerla dentro toda entera. Mi lengua jugaba con su maravillosa punta rosada. Paladeaba y tragaba todo el lúbrico manjar que me ofrecía. Tenía un sabor delicioso. Finalmente colocó sus manos en mi nuca y empujó mi cabeza, al tiempo que levantaba el cuerpo y hacía leves movimientos pélvicos que hicieron que entrara toda su polla en mi boca. Pensé que iba a vomitar, pero fue acelerando el ritmo con el que me follaba la boca y al poco tiempo me acostumbré al golpear de su capullo con mi garganta. Así estuve un rato, hasta que noté como comenzaba a embestir con toda su energía y tiraba de mi pelo con fuerza de forma que casi me hacía daño. Pero aquello me excitaba aún más. Era un macho en pleno celo. Sus gemidos comenzaron a ser más seguidos, prolongados y sonoros, de forma que casi gritaba. Entonces, noté una especie de espasmo en mi boca e intuí que se iba a correr. Traté de apartar mi boca de aquel inmenso rabo a punto de estallar, pero no pude. Sus manos me aprisionaron de tal forma, que mis labios casi tragaban sus testículos y sus embestidas se tornaron más violentas si cabe. Luego vinieron un mar de trallazos de esperma caliente que pensaba me iban a ahogar, pues los sentía en lo profundo de mi garganta y me costaba respirar. Luego aflojó el ritmo, hasta parar en sus arremetidas, dejando toda su polla dentro de mi al tiempo que prolongaba un largo alarido y finalmente me soltó. Saqué su rabo poco a poco de mi boca, con mis labios pegados a él para poder llevarme todo el delicioso jugo que me había ofrecido y, cuando la tuve totalmente fuera, tragué cuanto pude. Pero él parecía querer probar también el sabor de su semen mezclado con mi saliva y, acercando sus labios a los míos, me dio un largo beso y con su lengua recorrió toda mi boca, tratando de recuperar todo el jugo que había depositado en ella.

Me moría de ganas de más, pero pensando que mi Ernesto ya habría tenido suficiente con aquello, comencé a meneármela para correrme y acabar. Entonces él me cogió del brazo y me paró:

¿tienes prisa por acabar? Antes te tenía preparada una pequeña sorpresa, si me dejas, claro,¾ dijo con una sonrisa maliciosa dibujada en la cara.

En ese instante me cogió del brazo y me condujo al interior de la habitación. Antes de entrar, se colocó detrás de mí y me susurró al oído:

... pero para que sea una sorpresa no debes ver lo que te tengo preparado... – y entonces, del puño de una de sus manos, sacó un venda y comenzó a colocármela en el rostro.

No se si es buena idea... yo....- Estaba nervioso y, mientras trataba de acabar la frase, puse una mano sobre las suyas intentando evitar que me tapara los ojos. Me costaba acertar las palabras, aquello me pareció algo extraño, pues, aunque aquel tío me atrajera mucho, no dejaba de ser un desconocido para mi. Ssssshhhh, confía en mi, no sería capaz de hacerte daño. Ya verás como esto te gusta. – Dijo susurrándome para intentar calmarme.

Y no me resistí. Confié en él, al fin y al cabo si había subido a aquella habitación había sido para disfrutar de una maravillosa noche junto al tío de mis sueños, que para mi fortuna se había fijado en mi. No quería echar a perder la situación por mis temores. Además continuaba con el mástil bien tieso y mi culo hambriento de rabo, así que la excitación acabó de decidirme.

Cuando vio que bajaba la mano y me tranquilizaba, continuó con su juego. Acabó de ponerme la venda, me cogió de la mano y me dirigió hacia el interior.

Una vez dentro, fue guiándome para que me subiera encima de la cama e hizo que me pusiera a cuatro patas. Y así quedé mientras él seguía urdiendo su plan.

Al cabo de un instante, noté como se situaba detrás de mí y muy pronto su húmeda y puntiaguda lengua comenzó a recorrer despacio la raja de mi culo. Un escalofrío me sobrevino y mis músculos se tensaron. A pesar de que mi polla no se había relajado un solo instante, comenzó a chocar contra mi vientre movida por una serie de espasmos que humedecieron de líquido preseminal todo mi abdomen y ombligo, al tiempo que un hilo del mismo comenzaba a caer por el tronco de mi rabo y mojaba mis pelotas.

No tardó mucho su lengua en centrar sus esfuerzos en mi rosado agujero. Enterró su cara entre mis nalgas y su boca comenzó a comerme literalmente el ojete. Así, mientras sus labios chupaban mi culo, su lengua afilada exploraba la entrada a mis entrañas con rápidas penetraciones que no hacían sino distender los músculos que cerraban la puerta a las deseadas profundidades.

Y cuando su lengua hubo abierto el paso, le tocó el turno a otros curiosos que ansiaban adentrarse aún más en mi. Tres dedos de una de sus manos se metieron hasta el fondo de mi casi sin avisar, de una sola vez, lo que me hizo lanzar un sonoro gemido, pero no de dolor, pues no encontraron apenas resistencia a su paso, sino de un placer indescriptible. La sensación de algo frío y humedecido por la saliva entrando y saliendo de mi culo era una sensación maravillosa y pronto comencé a culear buscando ensartarme al compás de sus arremetidas. Jadeaba cada vez con más intensidad, como un animal en celo. Pero no tenía suficiente, si hubiera podido me hubiera metido la mano entera, aunque tal vez no lo hubiera resistido. Mientras sus dedos follaban con fuerza mi trasero, mi rabo engarrotado seguía golpeando mi vientre, fruto ahora de las fuertes embestidas de mi chulo y del movimiento de mi cuerpo por sentirlas más fuerte. Era como si solicitara mi atención. Así que mi mano derecha pronto buscó consolar sus ansias, la agarró fuertemente y comenzó a darle caña. No podría aguantar mucho antes de correrme.

Mi compañero se dio cuenta de ello por mis gemidos cada vez más largos y sonoros y mi culeo cada vez más rápido y violento, al igual que la forma de cascarme la polla. Así que, muy a pesar mío, sacó sus dedos de mi culo y apartó la mano que tenía en mi verga, se tumbó debajo de mi y se la metió entera en su boca. Creía que me iba a correr en ese mismo instante, pero enseguida la sacó, le dio un par de lametones golosos, aprisionando mi glande con sus carnosos labios, y luego la dejó libre. Estaba extasiado, pero ansioso porque esa tortura de placer constante desembocara ya en un orgasmo, no lo resistiría mucho más. A pesar de todo, todavía no sabía que lo mejor estaba por llegar.

Después de otro par de lenguetazos en mi agujero, noté que se levantaba y se alejaba de mi por un instante, aunque enseguida volví a sentir el calor de su cuerpo muy cerca de mi y, casi susurrando, me pidió que me pusiera de pie sobre la cama. Luego me volteó, de manera que quedé dando la espalda a la cabecera de la cama. Y, tras hacerme retroceder unos pasos, noté que algo rozaba mi espalda.

En ese instante noté como se sentaba delante de mi y, casi sin darme tiempo a buscar con mis manos aquel cuerpo que notaba apuntándome detrás, nuevamente su boca se tragó entera mi polla. De mis adentros dejé escapar un sonoro y profundo gemido, casi un grito. Al mismo tiempo, sentí que una de sus manos exploraba mi raja tratando de encontrar mi agujero y luego, tras humedecerse completamente la palma con su saliva, lo lubricó de forma abundante. Entonces mis manos buscaron otra vez el contacto de aquel cuerpo que luchaba ahora por meterse entre mis nalgas. Por la forma que tenía de punzarme, había adivinado ya que se trataba de una polla y mi culo estaba hambriento por tragarse una desde hacía un buen rato. Así que no lo pensé y traté de conducirla en dirección a mi ojete.

Mi asombro fue absoluto cuando conseguí cogerla con una de mis manos. Se trataba de un rabo increíble, pues mi mano hacía esfuerzos por rodearlo por completo. Su tacto era viscoso, fruto, sin duda, de algún tipo de lubricación. Movido por la curiosidad y el deseo, mis manos buscaron deslizarse por toda su longitud y entonces mi sorpresa fue aún mayor, pues debía medir más de veinte centímetros. Fue en ese instante cuando sentí que la mano inquieta de mi chulo se esforzaba por introducir la punta de aquel coloso en mi estrecho trasero. Aunque el jugueteo de su lengua y, sobre todo, de sus dedos habían allanado el terreno a la entrada de un posible nuevo invitado de mayores dimensiones, pensé que aquel miembro superaba todo lo que podía dar de si mi esfínter. Pero con una boca comiéndome de manera incesante el rabo, poco podía resistirme al deseo de sentir aquel cañón en mis entrañas. Así que en uno de los movimientos pélvicos que trataban de evitar que mi polla se saliera de la húmeda y caliente boca de mi amante, noté como la punta de aquel gigante comenzaba a abrirse paso entre mis dos cachetes

Fue entonces cuando mi polla salió de la boca de Ernesto. Al cabo de un instante, sus manos liberaron mis ojos de la venda que me impedía disfrutar visualmente de toda la escena.

A pesar de que desde un principio había sospechado que el cacharro que trataba de abrirse paso en mi culo no era de carne y hueso, no fue hasta ese instante que pude corroborar mis sospechas. En efecto se trataba de un espectacular juguete de látex, que imitaba con gran realismo una polla de verdad, con sus venas, sus enormes testículos colgando y un grandioso capullo rosado que trataba de perforarme el trasero. Se encontraba pegado a la cabecera de la cama con una ventosa y sus dimensiones, como ya había deducido por el tacto, eran impresionantes. Debía medir más de veinte centímetros, tal vez veintidós o veintitrés, y tenía un grosor considerable, posiblemente más de cuatro centímetros. Me preocupó pensar que tuviera que meterme aquello por el culo, pero era mayor el deseo de sentir un rabocomo jamás había visto llenándome por completo que el miedo a que me partiera en dos.

Espero que te guste. Me gustaría que te metieras enterito mi juguete y verte disfrutar con él,¾ dijo Ernesto encendido por el deseo, al tiempo que se tumbaba en la cama preparándose para disfrutar del espectáculo.

Así que, sin pensarlo más, agarré aquel imponente juguete con mi mano izquierda y con la derecha separé un poco mis nalgas para darle entrada de lleno. Arqueé un poco mi cuerpo y comencé con esfuerzo a introducirme la punta muy despacio. Mi cara desencajada debía reflejar en aquel momento una mezcla del morboso deseo por sentir enteramente dentro de mi aquel dildo y del dolor que me estaba produciendo abrirle mi estrecha retaguardia a tan magno invitado.

El espectáculo acababa de comenzar y mi único invitado a él comenzó a calentar motores: escupió en la palma de su mano derecha y luego agarró fuertemente su porra con la misma y comenzó a subir y a bajar su pellejo de forma lenta y pausada. Estaba claro que verme disfrutar con su juguete le había encendido y ahora trataba de provocarme. Su mirada reflejaba la lascivia y el deseo lejos de ser satisfechos y de su boca comenzaban a brotar algunos gemidos que intercalaba con palabras que me excitaban todavía más:

Vamos, clávatela, quiero ver como mi juguete se mete entero en tu culo.

Sin duda aquella escena le había puesto a mil, estaba cegado totalmente por el deseo y había sucumbido a los instintos más primarios. En nada se parecía el hombre que tenía delante de mí meneando su rabo cada vez más rápido, al apuesto chulazo que yo había conocido en la terraza del hotel. Pero lejos de intimidarme, aquella situación me ponía cada vez más cachondo. Me imaginaba que aquel inmenso pedazo de polla que estaba alojando en mi era el suyo y que quería follarme con todas sus fuerzas hasta partir en dos mi culo. De hecho, aunque no era realmente su verga la que me estaba penetrando, yo sabía que él sentía que lo era, que quería ser espectador de su propia follada. Todos esos pensamientos no hacían sino encender mi pasión y borrar de mi mente el dolor que estaba sintiendo en mis entrañas. Mi esfínter iba cediendo poco a poco, no sin resistencia, y mi cara seguía reflejando aquella mezcla del dolor y el placer que estaba sintiendo. Poco a poco me fui introduciendo más de la mitad de aquel rabo, mientras sentía como el tacto rugoso de sus fingidas pero casi reales venas, se deslizaban por mis intestinos. Cuando sentí que el dolor superaba mis ansias de placer, me detuve. Observé que buena parte de aquel juguete ya se había alojado dentro de mi. Me sentía lleno, pero no había saciado mis ganas de más. Esperaba el momento en que el dolor pasara levemente para meterme por completo esa polla. Y cuando sentí que ya se iba asentando y mi esfínter se acostumbraba a su grosor, así lo hice. Con mis manos agarré mis nalgas para intentar abrir aún más mi culo, que ya estaba al límite y, de un solo empujón, aquel pedazo de látex se hundió en mi trasero, hasta quedar con sus bolas pegadas a las mías, al mismo tiempo que mi cara dibujaba un gesto de dolor y un leve gemido salía de mi boca.

Así... Veo que te gusta sentirla toda dentro¾ , dijo Ernesto mientras aumentaba el ritmo de su masturbación.

Aaaaaaah, sí, me encanta¾ , contesté yo mientras comenzaba a culear despacio, una vez que el dolor ya había dejado paso a una sensación de placer total.

Muévete más rápido, quiero ver cómo entra y sale de ti.

Aah, sí, ooohh, mmmmm.

Mis movimientos comenzaron a ser más rápidos y poco a poco fui sacando toda la longitud de aquel juguete de mi trasero hasta quedar solo la punta del glande dentro de mi. Y a medida que iba saliendo, quedaba impregnada de una mezcla de lubricante con un hilillo de sangre algo sucía por salir de mis intestinos. Y cuando estuvo así, de una sola embestida me la metí toda entera dentro nuevamente, hasta sentir que mis pelotas volvían a golpear con aquellas de látex. Mis gemidos eran casi gritos de placer, una necesidad de expresar que quería saciarme, que estaba cegado por el celo. Comencé a culear de forma rápida y casi violenta para clavarme aquel mástil. Quería aprovechar cada centímetro dentro de mi. Pronto sentí que me iba a venir y mis gemidos se volvieron más intensos aún, casi alaridos. Entonces nuestras miradas se cruzaron y se quedaron fijas la una en la otra. Pedían más, querían que aquello no acabara así, follar hasta acabar exhaustos.

En aquel momento, mi amante se levantó, abandonando su posición de espectador de aquella follada, y se puso de pie delante de mi, inclinó mi cuerpo y metió su polla en mi boca. Con sus manos sujetó mi cabeza y comenzó a embestir de manera muy rápida y agresiva, de forma que aunque intentaba gemir, mis sonidos quedaban ahogados por aquel pedazo de carne, que aunque menor en tamaño que el que me estaba enculando, no tenía mucho que envidiarle. Su glande chocaba en mi garganta y por un momento pensé que me haría vomitar, pero pronto mi garganta se abrió y alojó a su polla en sus embestidas. Mi lengua y mi paladar trataban de aprisionarla, de sentir todo su tacto y su sabor, de extraer el ansiado néctar de sus adentros. Sentía que aquellas embestidas por delante y por detrás iban a poder conmigo y me faltaba el aire. Mi nabo estaba hinchado golpeando en todas direcciones con mi cuerpo y sentía que iba a estallar en decenas de trallazos de espesa y caliente leche, capaces de atravesar cualquier barrera que se les pusiera delante.

No podía aguantar mucho más. Me dolían las pelotas de tan cargadas como estaban de lefa, pero sentía también que mi trasero me quemaba, como si aquel impresionante cacharro me lo hubiera roto. Y entonces di el primer aviso, estaba a punto de correrme y mi cuerpo comenzó a moverse de forma espasmódica al tiempo que mi rabo se hinchaba. Y supe que mi amante lo había previsto. Su boca quedó pegada a mi estaca, sus labios habían sellado cualquier escape, eran como un anillo que aprisionaba mi miembro desde su base. Podía sentirlos rozar con mis testículos. Y entonces me vine. El placer que me invadía era tan intenso que casi me sentía desvanecer. Cerré los ojos para vencerme al más intenso de los sentidos y dejé escapar de mi verga todo el semen que guardaba para mi amado, que fue saliendo, escupido con fuerza, en multitud de disparos. No podría decir cuántos, pero me parecieron muchos y el instante de aquel orgasmo me pareció eterno. Me pareció que había tenido tiempo de descubrir el paraíso. Y poco a poco esos trallazos fueron haciéndose más pausados y menos violentos, mis arremetidas en la boca de mi amante más suaves y los alaridos que salían de mi boca, como si fuera a salirme el alma por ella, dejaron paso, a suaves gemidos. Entonces, mis ojos se abrieron para ver como mi esperma se escapaba en finos hilillos por las comisuras de la boca que seguía aprisionando mi pene y que ya comenzaba a mostrar los primeros signos de flacidez.

Con ojos de deseo, Ernesto me miró, al tiempo que se esforzaba en tragar cuánto semen podía. No quería dejar escapar nada. Luego soltó finalmente la presa que aprisionaba entre sus labios y, sacando su lengua, lamió todo el líquido que había intentado escapar de su boca.

Sentí entonces el deseo de que me dejara probar mi propia semilla de su boca y, acercando mis labios, le besé con ansia. Mi lengua intentó robarle cuánto pudo, mientras luchaba con la suya hasta casi quedarnos sin aliento. Luego me separé de él y le miré con deseo. Aquel desenfreno, aquella pasión desbocada, salvaje, me había despertado una sensación de necesidad de él. Era como si necesitara sentirle, tenerle dentro de mi, sentir sus besos y sus caricias. Parecía un deseo egoísta de saciarme de él que no paraba de crecer. Pero a la vez sentía ternura por la imagen que yo tenía de aquel hombre apuesto, que me había demostrado con sus palabras inteligencia y sensibilidad. Tenía ganas de sentir su calor, fuera ya de lo meramente sexual, dormir abrazado junto a él y recorrer cada centímetro de su piel con las yemas de mis dedos. Sin duda aquella noche había despertado en mi toda una mezcla de sentimientos y deseos.

Pero pronto regresé del viaje en el que se había embarcado mi mente, para percatarme de que su erección continuaba presente. Y sus ojos me miraban con lujuria. En aquel momento, con el dedo índice y una sonrisa pícara en la cara, me hizo notar que la noche todavía no había acabado y que alguien pedía más. Con su mirada señaló su rabo erecto y luego me miró a mi, en clara señal de que esperaba que lo chupara hasta vaciarlo de todo contenido. Mi boca fue directa a meterse aquel manjar y lo tragó entero, mientras él me sujetaba la cabeza con sus manos y aceleraba el ritmo de la mamada. Yo jugaba con aquel sabroso capullo, hacía girar mi lengua alrededor y buscaba con ella cada milímetro de su sensible piel, le daba leves mordiscos con mis dientes y aprisionaba el tronco con mis labios para sentir el tacto de su carne surcada por numerosas venas, que le daban aquella apariencia rugosa. Tenía un sabor maravilloso y pensaba que nunca podría satisfacer las ganas de comerme aquella polla.

Ernesto permanecía sentado en la cama, con las piernas abiertas invitando a que mi cabeza se perdiera entre ellas. Su cara dibujaba el intenso placer que estaba sintiendo en numerosas muecas, en sus ojos cerrados y en los gemidos que se escapaban por su boca. Y entonces dejó escapar un...

Quiero follarte, necesito que me sientas dentro.

Casi al tiempo, saqué su tranca de mi boca y le miré fijamente con cara servil. Mi trasero me dolía horrores, todavía me quemaba después de haber metido en él aquel impresionante miembro que ahora era un simple espectador de la escena. Pero no lo pensé dos veces, quería que me follara mi dolorido culo, que llenara el camino abierto por aquel ser inerte con su caliente y espesa leche. Me levanté, me puse de pie delante suyo y muy despacio me fui sentando sobre su tiesa estaca. Ésta se me fue clavando como un aguijón y acabó por desaparecer de una sola vez, enterrada dentro de mi. Entonces mi amado se estiró sobre la cama y dejó que lo cabalgara. Mi cuerpo se fue arqueando y mis nalgas saltaban sobre su vientre, de forma que podía ver como su verga se perdía en mi caliente orificio y volvía a salir. Aquello me estaba poniendo otra vez muy cachondo y mi flácido pene no tardó en volver a enderezarse. La excitación de mi amante fue en aumento y pronto sus manos se posaron en mis nalgas, intentando abrirlas más, como si quisiera clavar su miembro hasta el fondo de mis entrañas. Así mismo, su pelvis comenzó a levantarse de la cama y arremeter contra mi trasero, dibujando algunas veces círculos que hacían que pudiera sentir su carne dando vueltas dentro de mi. Me agarraba cada vez con más fuerza de las cachas y su vaivén se fue volviendo más rápido. Sus muecas expresaban intenso placer, como también sus cada vez más sonoros suspiros. Comencé a pajear mi rabo con fuerza hasta que sentí que me venía y comencé a soltar intensos gemidos, poseído por aquella sensación de éxtasis. Mis trallazos de leche fueron a para a su cara y pecho, aunque estaba tan caliente que pensaba que podrían haber llegado al techo de haber apuntado hacia arriba. Poco a poco fui reduciendo el ritmo, hasta que fueron saliendo las últimas gotas de mi lefa. Entonces fue cuando el aceleró el ritmo de sus embestidas. Ahora si me dolía de veras el culo, podía sentir que me lo iba a romper. En ese momento sus manos dejaron mis ya sonrojadas nalgas y se posaron en mis pectorales. Dio con su pelvis una intensa embestida que dejó su polla clavada toda entera en mi y sentí como intensos chorros de un líquido caliente chocaban contra mis intestinos y resbalaban por sus paredes hasta salir por mi agujero. Saqué su miembro de mi y lo chupé buscando paladear todo el sabor de su semilla mezclada con el de mis entrañas. Luego acerqué mi boca a la suya y nos fundimos en un apasionado beso.

Nos quedamos abrazados por un rato, con mi cara sobre su pecho. Sus fuertes brazos me rodeaban y me hacían sentir seguro. Me encontraba relajado, satisfecho por haber pasado aquella sensacional noche de sexo con el hombre al que había deseado. Pero, después de toda aquella excitación, de aquella pasión desbocada que nos había conducido a copular como inducidos por nuestros instintos más primarios, sentía que mi corazón no dejaba de latir a toda velocidad. Permanecer desnudo y abrazado junto a él me llenaba de una sensación que jamás antes había sentido. Deseaba que aquella noche no terminara nunca, quedarme acostado junto a aquel cuerpo desnudo, recorrer toda su piel con mis manos, besarla, olerla...

Supongo que me había enamorado, porque algo tan fuerte no lo había sentido por otra persona. Con esa sensación en mi mente, sentía sus besos y sus manos acariciar mi pelo. No tardé en quedarme dormido. Hasta que se escuchó como alguien llamaba a la puerta. Era el servicio de habitaciones. Me incorporé de forma repentina:

Dios! Son casi las once!

Tranquilo, hoy no trabajas hasta esta tarde, ¿verdad? He pedido que nos suban algo de desayuno. Pero tu sigue en la cama y no te preocupes, que ya voy a la puerta y lo traigo yo.

Entonces, desnudo como iba, se levantó de la silla junto a la cama en la que estaba sentado, cogió un albornoz del baño y se lo abrochó de manera torpe, de forma que la abertura que le quedaba delante dejaba entrever todo su vello púbico. Abrió la puerta, cogió la bandeja con el desayuno, le dijo a mi compañero que ya estaba bien, le dio algo de propina y luego cerró la puerta.

He pedido unas tostadas y un par de zumos de naranja, porque no se lo que sueles desayunar¾ , dijo.

Está muy bien, gracias.

Pero no te levantes.

Me dispuse a coger una tostada y untarla con mantequilla.

Lo de anoche fue fantástico. Si no fuera porque tendrás que ir a trabajar te pediría que pasaras el resto del día conmigo. De hecho, no te habría despertado. Me habría pasado horas enteras sentado en esta silla observando como dormías ¿Te han dicho alguna vez que cuando duermes tienes cara de ángel?¾ , dijo con tono de voz de tonto enamorado.

Eres maravilloso, lo de esta noche ha sido increíble. Te parecerá una tontería, pero todavía no consigo creer que esto me haya sucedido. He soñado tantas veces que hacía el amor contigo... ¾ Le dije con gesto algo avergonzado y la cara sonrojada.

Yo también había soñado contigo. Fue algo extraño, porque en cuanto te vi la primera vez, tuve una sensación muy rara. Como si algo me empujara a atraerte hacia mi. No quisiera que te tomaras esto como algo demasiado serio, pero... me gustaría seguir viéndote...

A mi también, estando a tu lado me siento muy a gusto.

Entonces, cuando acabes tu turno esta noche, si quieres, puedes venir a verme. Estaré aquí esperándote.

Claro que quiero.

Entonces, se acercó a mi y nos fundimos en un beso apasionado que hizo que mi polla volviera a ponerse firme:

Uy, veo que no tuviste suficiente con lo de anoche, jajaja. Pero será mejor que lo dejemos para más tarde. Ahora acaba de desayunar, que todavía tendrás que pasar por tu casa y no quiero que por mi culpa llegues tarde al trabajo.

Si os ha gustado esta historia os recomiendo que leáis la anterior, "Descubriendo el amor en una biblioteca". Un saludo.