El verano de mi vida
Mi fisio Rocío me enseña lo que es capaz de hacer
Hace unos meses me atropelló una moto, rompiéndome varios huesos del brazo y la cadera. Después de pasar un mes atado a una cama de hospital y otro mes en una silla de ruedas, por fin empecé a ir a rehabilitación para volver a aprender a andar. En todo ese tiempo he contado con el apoyo de familiares y amigos y, especialmente, de mi novia, que desde el momento de accidente se dedicó a cuidarme y acompañarme en todo momento salvo cuando tenía que trabajar.
Ir a rehabilitación supuso un gran cambio y pasó a ser el centro de mi vida social: Había muy buen rollo y los pacientes, sobre todo los veteranos, bromeábamos entre nosotros y con las fisioterapeutas, a veces con comentarios subidos de tono. Sin embargo, cuando llegó agosto las dos fisios que nos trataban se fueron de vacaciones y entraron dos sustitutas, novatas recién salidas de la carrera. Aunque eran majas y de buen trato, se notaba su juventud ya que trataban de ser muy profesionales en todo lo que hacían: No seguían las bromas, estaban siempre centradas en los ejercicios y apenas hablaban de otra cosa que no fuesen los tratamientos. Eso, unido a varias altas de algunos de los veteranos, hizo que la sala de rehabilitación perdiese su aire festivo y el ambiente decayó bastante, así que empecé a llevarme un libro y deje de prestar atención al resto de pacientes nuevos.
En esas estábamos cuando una de las fisios se cayó y se rompió el hombro, por lo que entró una nueva sustituta: Rocío. También era joven e incluso más callada que la otra así que, como no era mi fisio, tampoco me interesé demasiado y seguí a lo mío, centrado en mis ejercicios y mis libros. Sin embargo, a lo largo de su primera semana no pude dejar de notar que Rocío tenía una actitud un poco extraña: Me miraba bastante, acercaba a sus pacientes a mi camilla aunque no fuera en necesario, se ofrecía a conectarme a las máquinas sin ser mi fisio… Incluso después de varios años con novia, una actitud tan evidente hace que salte hasta el radar más oxidado, así que me decidí a comprobar por mi mismo si mis suposiciones eran ciertas: Pedí a mi fisio entrar un poco más tarde con una excusa tonta, de esa manera terminaría mis ejercicios cuando mi ella ya se hubiera ido, por lo que me quedaría media hora con el último paciente de Rocío hasta que ella cerrase la sala. Fue lo máximo a lo que me atreví, pero resultó que mi corazonada era correcta.
La oportunidad llegó unos días más tarde, cuando el último paciente no acudió a su sesión. En verano los fisios suelen hacer la vista gorda cuando los accidentados se toman unos “días libres de rehabilitación” aunque vaya en contra de las normas, pero yo creo que Rocío tuvo algo que ver porque la note especialmente nerviosa desde que llegué. Sin dejar que supiera que lo había notado, me fui a un rincón de la sala, que es en forma de L con un gran espejo por toda la pared, de manera que los que hacemos ejercicios de hombro y brazo podamos estar semidesnudos sin que se nos vea desde la puerta.
Cuando su último paciente se fue, se acercó a dónde estaba y me dijo que no me preocupara, que ella tenía que revisar unos expedientes en el ordenador y que si tenía algún problema, la llamara. Noté como me miraba, fijándose en mi cuerpo sin camiseta, pero continué con mis ejercicios, dudando entre llamarla o no y haciéndome mil preguntas acerca de mis sentimientos en ese momento.
Al final no fue necesario que yo hiciese nada: Unos minutos después de haberse ido, volvió donde yo estaba y se quedó mirando como estiraba, sin hacer nada más. Yo podía verla reflejada en el espejo y al cabo de un tiempo prudencial, y viendo que no decía nada, hablé yo:
- ¿Te gusta lo que ves? – le pregunté.
- Pues sí, estás tremendo – respondió.
Me sorprendió que se lanzase así, sin previo aviso y confieso que me dejó un poco descolocado, así que dudando que hacer, decidí seguirle un poco el juego.
- ¡Ja! Si piensas eso ahora, deberías haberme visto antes del accidente. Ahora estoy gordo y seboso después de tanto tiempo sin hacer deporte. – Yo intentaba no perder el ritmo de los ejercicios, pero me estaba siendo francamente difícil, no suelo ponerme nervioso pero Rocío tenía algo que me hacía parecer un chiquillo inexperto.
- ¿Gordo y seboso? Más de uno quisiera estar como estas tú. Pero mira, si se te marcan los hombros que dan ganas de comérselos – dijo al tiempo que se mordía los labios.
- ¿Ah, sí? Tú sí que esta para comerte, pero un pobre inválido como yo ahora mismo no podría hacerte sufrir como te mereces. Sólo un trocito de panceta, dispuesto para que me hinquen el diente. ¿Quieres que me unte en salsa barbacoa o te gusta más al natural? – Yo ya me había lanzado a decir burradas y la verdad es que Rocío era una morena de bandera, quizás un poco delgada pero muy fibrosa gracias a su trabajo.
Ella no dijo nada, simplemente se acercó por mi espalda y mirándome fijamente a través del espejo, me rodeó los hombros y me mordió en el cuello al mismo tiempo que me acariciaba los pectorales. Para hacer eso tuvo que ponerse de un poco de puntillas, lo que hizo que su culito resaltara respingón, enfundado en el pijama casi transparente que típico del personal médico. Yo me dejé hacer y disfrute de las sensaciones, al tiempo que mi erección iba creciendo.
- A mí me gusta más al natural – me susurró Rocío mientras me mordía el lóbulo de la oreja. – Nos quedan 20 minutos hasta que cierren el edificio, si eres bueno, tu fisio preferida te va a enseñar unos ejercicios que van a ayudar mucho en tu recuperación.
Yo estaba que no me lo creía, así que no puse resistencia cuando Rocío me tumbó en una de las camillas y me ató las manos al cabecero utilizando una de las vendas de algodón que había por allí. Después me quitó los pantalones cortos que llevaba y se alejó unos pasos, admirando su obra.
- Igual si que me animo a echar salsa… pero eso tendrá que esperar a otra ocasión.
Rocío se quitó su pijama médico, quedando a la vista todo su cuerpo, tapado sólo por un conjunto de lencería negra en el que primaba más la comodidad que la lujuria. Aún así, sus pequeñas tetas recogidas en el sujetador deportivo se veían redondas y jugosas, adivinándose un par de pezones incluso a través de la tela y su culo, tapado por un cullotte también negro, parecía duro y terso, con dos nalgas que pedían a gritos ser azotadas hasta que cambiaran de color.
Por supuesto, a esas alturas mi polla estaba dura y luchando por librarse de su prisión en mis calzoncillos, pero Rocío no tenía ganas ni tiempo para torturarme demasiado. A tirones, me quitó la única prenda que me quedaba mientras acariciaba mis huevos con una mano. Tenía las uñas cortas, y alternaba las caricias con pequeños arañazos, de una manera que nunca antes había sentido y que me estaba volviendo completamente loco. Empezó a pasar su mano por mi polla, muy lentamente, como jugando a retirar la piel pero sin llegar a hacerlo y se inclinó sobre mí, dándome una vista espectacular de sus tetas recogidas en el top deportivo.
- Buff… No sabes cómo me tienes. Da gracias de que tenemos poco tiempo, si no, estarías aquí atado durante horas – me susurró Roció al tiempo que me mordía la oreja.
Las caricias en la polla habían pasado a ser una paja en toda regla, pero no contenta con eso, Rocío acercó su boca a mi miembro y sin pensárselo dos veces, lo engulló hasta el fondo. Yo no podía hacer nada, porque seguía atado pero notaba mi polla hinchada siendo devorada hasta el final.
Rocío no se demoró mucho en lo que estaba haciendo, después de metérsela hasta el fondo dos o tres veces, la cubrió abundantemente con saliva mientras me miraba lascivamente y se quitaba el cullotte. En un fluido movimiento, se colocó a horcajadas cobre la camilla y procedió a incrustarse mi rabo, primero sólo la puntita, tanteando, pero cuando ésta ya estaba dentro, se dejó caer hasta que rebotó con mis pelotas.
No mentiría si dijera que la follada a la que me sometió fue la más intensa de mi vida, se movía como una loca a toda velocidad, usando mi erección como si de una palanca de cambios se tratara. Entraba y salía hasta el final y movía en círculos la cadera, dándome más placer del que nunca había sentido. Enseguida se le pusieron los ojos en blanco y empezó a convulsionar al tiempo que gemía suavemente. Después me miró, sonrió y, en la misma postura de amazona, procedió a tocarme los testículos con la mano al tiempo que se movía en círculos de nuevo. Entre eso y las contracciones de su vagina, fue como si tocaran un interruptor dentro de mí y me corrí abundantemente, llenándola toda de semen por dentro. Todo el proceso duró menos de dos minutos.
Roció se levantó, dejando que el semen le escurriera por las piernas y, muy diligentemente, se secó y me limpió con varias toallitas de papel. Me dio un beso, me desató y se fue a cerrar la sala. – Hasta el lunes – me dijo. – No te olvides que tendremos una sesión especial para que te recuperes antes. Te espero a última hora en el despacho del médico.
Yo todavía no podía creer lo que había pasado, pero todavía me quedaba un verano entero de rehabilitación por delante.
Se agradecen los comentarios y las críticas (constructivas). Mi correo está en el perfil