El verano de las separadas II.
Segundo día de este verano que promete ser caliente para todos.
El verano de las separadas. 2 de julio.
Entraron las tres en el apartamento, a cual más guapa. Sería fruto del sueño libidinoso que había tenido unos minutos antes, pero en aquel momento me sentí atraído por aquellas tres mujeres. Incluso mi madre me producía una extraña sensación. No era el puro deseo sexual de poseerlas, pero tampoco era estar enamorado de ellas. No podía explicarlo… Tal vez era todo a la vez, sexo y amor pero con la excitación de ser mujeres inalcanzables por la diferencia de edad, ya que cualquier insinuación por mi parte en tema amoroso o sexual sería tomada a mofa por ellas. Y más aún si llegara a insinuar algo a mi propia madre, algo de hacerle el amor, ella se llevaría las manos a la cabeza y Mati me llevaría de la mano hasta el propio infierno para que quedara allí condenado para toda la eternidad… Pero aquellas tres maduras tenían para mí un halo especial aquella mañana, tal vez fruto de mi calenturienta imaginación, no lo sé.
-¡Vaya, nuestro hombre está levantado! – Maribel fue la primera que me vio en la cocina después de haber dejado unas bolsas en el salón. – Te hemos traído algo para que desayunes si aún no lo has hecho. – Se acercaba a mí y me dio un beso en la mejilla, un beso de madre que me supo a gloria.
-Vale, pues entonces le daremos su regalo ahora. – Dijo mi madre ofreciéndome una bolsa, abrazándome y dándome dos besos. - ¡Felicidades por tu cumpleaños! Ayer no caímos en celebrarlo y te hemos comprado un detalle hoy.
Saqué de la bolsa una camiseta negra con letras y algún dibujo. Estaba un poco abrumado con el cariño que me mostraban mis mujeres.
-¿Te gusta? – Dijo Mati. – Te ayudo a ponértela. – Me rodeo por detrás con sus brazos para agarrar el filo de la camiseta que tenía puesta, giré la cara para mirarla y ella me besó en la mejilla. - ¡Felicidades Paco! – Tiró de la camiseta y empezó a desnudarme.
Cuando Mati acabó de colocarme la nueva camiseta, las tres estaban alrededor de mí, mirándome de arriba abajo, tirando de aquí o de allá para comprobar como me quedaba.
-Yo creo que un número más le iba a quedar demasiado grande, creo que hemos acertado. – Dijo mi madre.
-Sí, además se le ajusta muy bien al cuerpo y lo marca… - Maribel me cogió por el mentón para que la mirara. - ¡Hijo, tienes que lucir ese cuerpo!
-¡Ay, quién pudiera volver a tener diecinueve años…! – Dijo Mati con un suspiro.
-¡Bueno señoras! – Dijo mi madre. - ¡Ya está bien de agasajar a mi pequeño! Ahora todos a preparar la casa y la comida y después nos iremos a la playa.
Y eso hicimos. Cada una se encargó de una cosa y yo tras desayunar algo, me dediqué a obedecer las órdenes de ellas. Primero mi madre me llamó para que la ayudara a hacer nuestra cama.
-Ven Paco, hagamos la cama. – Me dijo mi madre y entramos en la habitación. – Dame aquel vestido que me voy a cambiar de ropa para estar más a gusto. – Se lo alcancé y quedé mirándola. Ella estaba parada. - ¡Vamos, sal fuera un momento mientras me cambio y ahora te aviso!
-¡Oh, perdona mamá! – Me ruboricé, aquello no era el sueño que había tenido y ella no se desnudaría en mi presencia.
Mientras hacíamos una y otra cosa, pasaron muchos minutos. En aquel tiempo ayudé a las tres a hacer varias cosas y pude apreciar con más detalle sus cuerpos y sus movimientos, esos que tan encendido me tenían. De Maribel me gustaba verla moverse. Seguramente no tenía sujetador pues en cada movimiento que hacía podía ver como sus pechos se bamboleaban de un lado para otro.
Mati era muy femenina en sus movimientos y me gustaba verla andar de un lado a otro, moviendo ese bonito y bien formado culo que tenía. Yo también hubiera dado lo que fuera por que tuviera diecinueve años y poder cortejarla hasta tenerla metida en mi cama…
Con mi madre era diferente. Con ella se mezclaba mis sentimientos de hijo, respetándola, obedeciéndola, pero el recuerdo de aquella noche en que dormí abrazado a ella me hacía desearla como mujer de una forma que nunca antes lo había sentido. Cuando pequeño era un sentimiento de descubrir mi sexualidad, aunque fuera con mi madre. Ahora era un deseo carnal hacia mi progenitora, algo que no estaba bien pero que no conseguía quitarme de la cabeza cuando la veía.
Ya estaba todo listo, ya eran la una y cuarenta y cinco minutos. Iríamos un rato a darnos un baño a la playa y después almorzaríamos.
-¿Estamos todas preparadas? – Dijo Mati. – Bueno, y tú también. – Me miró con sus hermosos ojos azules y una bonita sonrisa. – ¡Vámonos!
Los cuatro andábamos por la arena hacia la orilla. Ellas tres delante y yo detrás llevando algunas cosas para estar allí. Las escuchaba pero no entendía con claridad lo que decían. Lo que sí apreciaba claramente eran sus cuerpos caminando, sobre todo los contoneos del culo de Mati que me encantaba. Maribel tenía el culo más grande de todos y era la que más celulitis padecía. Mi madre tenía un grado intermedio entre sus amigas, ni mucha celulitis ni tan poca como Mati. ¡Qué me gustó aquella caminata hasta la orilla en la que las tres apenas tenían sus cuerpos cubiertos con ropas y pude apreciarlas a placer!
Soltamos las pocas cosas que llevábamos y nos quitamos la ropa para quedar en bañador y bañarnos directamente. Ellas empezaron a untarse crema protectora para el sol. Los hombres que había alrededor no les quitaban ojo, sobre todo a Mati que desde que se quedó con aquel bikini fue el centro de todas las miradas de ellos.
-¡Ven Paco, ahora te toca a ti! – Me dijo mi madre.
-No, no te preocupes. – Le dije.
-¡No seas tonto! – Me dijo Maribel que me agarró por un brazo y me coloco entre ellas. – Si no te echas crema te vas a quemar… Además cuando las tres empecemos a untarte crema más de un tío de esos que nos miran se va a tener que ir a hacerse una pa…
-¡Calla guarra! – Protestó mi madre.
-Paco tiene ya diecinueve años, creo que ya habrá escuchado muchas veces la palabra paja… y se habrá hecho más de una. – Maribel me miró con una mirada de enfermiza lujuria. - ¿Aún eres virgen?
Yo permanecí en silencio y las tres empezaron a untarme la crema por todo el cuerpo. Maribel lo hacía de forma sensual y Mati intentaba copiar su manera sin demasiado éxito mientras mi madre protestaba llamándolas guarras y ella se preocupaba más por las partes en donde no tenía crema para que no me quemara, como una buena madre que era.
-¡Ya se acabó! – Mi madre cerró el bote de crema y lo metió en la pequeña bolsa que teníamos. - ¡Vamos al agua! – Dijo y caminó.
Maribel me dio una cachetada en el culo y ella y Mati me agarraron cada una de una mano y comenzamos a caminar. Mi madre iba delante y no quería mirar las tonterías y botes que daban las dos a mi lado, divertidas y simulando ser unas jovencitas para calentar a los tíos que nos miraban y que sin duda me envidiaban.
Mi madre ya estaba con el agua por la cintura cuando a nosotros el agua nos mojaba apenas los pies, agitaba la cabeza en desaprobación de lo que las dos hacían. Me soltaron y comenzaron a salpicarme con la fría agua con los pies.
-¡Traidoras! – Les grité.
Corrí hacia Maribel y ella intentó girarse para huir. No tuvo tiempo de correr, cuando llegué a ella estaba de espaldas a mí. Me frené y le devolví la cachetada en el culo que me había dado antes.
-¡Y ahora a meterse en el agua! – Corrí sin dejar de mirarla hasta que salté al agua y me sumergí.
Maribel en el momento de sentir mi mano en su culo se había girado y había puesto cara de sorpresa, después simuló enfado por sentir aquella sonora bofetada en su redondo cachete.
-¡Donde las dan, las toman! – Le dijo entre risas Mati.
Nadé hasta colocarme junto a mi madre. Al momento las otras ya estaban junto a nosotros.
-Déjame que me agarre a ti. – Dijo Maribel y apoyó sus manos en mis hombros aunque tenía pie. - ¡Qué suerte tener un hijo tan grande!
-Pues no lo monopolices que yo también me quiero agarrar a él. – Mi madre se apoyó en mí y las dos flotaban a mi lado.
-¿Y para mí? – Dijo Mati.
Alargué las manos y ella me agarró. La atraje hacia mí y la giré. Puse una mano en su cuello y empujé su espalda para que se dejara flotar boca arriba. Así lo hizo y podía apreciar el bulto de sus pezones en la fina tela del bikini.
Las tres charlaban un poco de todo, nada transcendental, de sus vidas y yo me enteraba de sus cosas más mundanas. Las tres protestaban por la situación económica, un poco por la política… Después de un rato, Maribel quiso jugar un poco, puso una mano en cada hombro e intentó hundirme en el agua gritando “al agua patos”. Yo tenía bastante pie allí donde estábamos y me levanté sin esfuerzo, elevando un palmo a la que me intentaba hundir.
-¡Húndete, húndete maldito! – Se reía y yo sentía sus pechos apoyados en mi espalda. Mati se giró y se puso en pie al ver que yo me había movido.
-¡A este no lo hundes por mucho que quieras! – Le dijo a su amiga. Mi madre se separó de nosotros.
-¡Húndete ya! – Seguía repitiendo.
La agarré por los brazo y me doblé hacia adelante a la vez que me giraba un poco para que cayera por un lado. Maribel se hundía en el agua y sus amigas se reían al ver que ella era la victima de su propia gracia.
-¡Eres un maldito! – Salió del agua, apartándose los pelos y el agua de sus ojos. – ¡Ya me la pagarás! – Me amenazó.
-¡Paco, aprovecha que aún no se ha dado cuenta! – Dijo Mati mientras mi madre se reía a carcajadas.
No se había dado cuenta, pero en el giro que había dado en el agua se le había salido un pecho y podía ver su oscura y pequeña aureola coronada por un erecto y largo pezón. Lo miraba descaradamente y ella se miró.
-¿Los tengo bonitos aún? – Me dijo descarada y se descubrió el otro pecho para que pudiera contemplarlos bien. - ¿Te gustan?
-¡No seas guarra! – Dijo mi madre y le subió ella la tela para que ocultara sus pechos. - ¿Estás loca aquí en medio?
-No hay nadie alrededor y estoy de espalda a la orilla, nadie me puede ver, sólo Paco. – Dijo Maribel.
-Pero hija, vas a excitarlo y después que hará el pobre… - Dijo Mati.
-¡Seguro que con eso tiene para hacerse una buena paja! – Dijo Maribel acercándose a mí y me dio un beso sensual en la mejilla. – ¡Disfrútala con lo que has visto!
-¡Bueno, pues ya es hora de ir a comer! – Dijo mi madre. – Salgamos y vamos a casa.
La imagen de los pechos de Maribel se repetían en mi memoria, no quería olvidarlo, necesitaba aquella imagen para entrar en el baño y hacerme una paja, como ella había dicho. Ese día me estaba trayendo demasiadas cosas excitantes, el sueño, el juego de Maribel y Mati… Tenía que desfogarme de alguna manera.
Después de comer y recogerlo todo, pensé en ir al baño y tener mi encuentro solitario con el sexo, pero el cansancio hizo que me durmiera en el sillón mientras mis mujeres descansaban en las habitaciones.
-¡Vamos Paco, levántate! – La dulce voz de mi madre me despertó. – ¡Vamos a ir a una playa que hay a dos kilómetros que dicen que está muy bien!
Abrí los ojos y las tres habían preparado todo para irnos. Tenían una sombrilla y el bolso en el que llevaban todo lo necesario para irnos. Y varios minutos después de que yo me despertara y me aseara un poco, marchamos con el coche.
No tenía ni idea a donde íbamos y tras varios minutos de viaje paramos y bajamos por una pendiente de arena hasta llegar a una playa en la que apenas había gente, todos lejos de donde nosotros estábamos colocando la sombrilla y nuestras cosas.
-¡Aquí es! – Dijo Maribel. - ¿Os gusta el sitio?
-No está mal. – Respondió Mati. – Parece bastante solitario para lo que tú quieres.
-A mí me da vergüenza, la verdad. – Dijo mi madre.
-¡Vamos, que la beata en Mati! – Dijo riendo Maribel. Yo no entendía de qué hablaban y se reflejaba en mi cara. – Paco, mientras dormías hemos pensado venir aquí para hacer nudismo, cuando menos topless… ¿Te importa? – Yo no sabía que contestar. - ¡Podrás vernos desnudas! ¿Te gusta eso? – Sólo asentí con la cabeza pues no pensaba en lo que me preguntaba, pero mi deseo era verlas desnudas.
-Yo creo que no lo haré… - Mi madre ponía pegas.
-¡A ver Marta! – El tono de Maribel era autoritario. – Paco te habrá visto muchas veces desnuda cuando era más niño ¿no? – Mi madre asintió pero no lo veía claro. - ¡No seas tonta! Nosotras nos vamos a desnudar y si él quiere puede tomar el sol también totalmente desnudo pues aquí no hay nadie que nos moleste y todos los que están vienen a lo mismo.
Maribel y Mati empezaron a quitarse la ropa, toda la ropa hasta quedar desnudas. Nos miraban y nos invitaban a que nos quitáramos la ropa. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no empalmarme cuando comenzaron a untarse la crema bronceadora.
-Paco. – Me llamó Maribel. - ¿Me pones crema en la espalda?
Miré a mi madre como pidiendo permiso y ella se encogió de hombros como diciéndome que hiciera lo que yo quisiera.
-Sí. – Contesté y ella se tumbó al sol en una toalla boca abajo.
Caminé mirando su cuerpo desnudo. Su redondo culo con aquella raja que separaba sus hermosos cachetes. Por los costados sobresalía un poco de cada pecho aprisionados contra la toalla. Me arrodillé junto a ella y empecé a untarle aquella pringue. Cubrí toda su espalda y cerré el bote.
-¡No! – Me dijo. - ¡Dame crema por el culo que si no se me va a achicharrar!
-¡Paco, cuando acabes con ella, sigue conmigo! – Me dijo Mati. - ¡Date prisa antes de que me queme!
Acabé con la primera y me dirigí a la otra. Allí estaba Mati, con su hermoso y sensual cuerpo maduro esperando que le echara crema. Empecé por la espalda y notaba que ella tenía una piel suave. Me deleitaba en untarle la crema y saborear el tacto de su piel y aquellas maravillosas curvas. Ahora le tocaba a su maravilloso culo. Empecé por la parte alta de los cachetes y bajaba hasta los muslos. Ella abrió un poco las piernas para facilitarme el trabajo. Miré furtivamente y podía ver su vello púbico que asomaba.
-¡Bueno, pues habrá que hacerlo! – Escuché la voz de mi madre. - ¡Vamos a quitarnos la ropa!
Mi madre se desnudó. Estaba allí de pie, desnuda y podía verla perfectamente. Sus redondos pechos y su sexo cubierto por aquellos ordenados pelos, sin duda se depilaba de alguna manera. Era un monumento, que si bien no tenía mejor cuerpo que Mati, era la que más me excitaba por ser mi madre y estar desnuda ante mí. Empezó a untarse crema por su cuerpo.
-¿Te ayudo? – Le dije.
-Siempre me has dicho que te da coraje el tacto de la crema en tus manos. – Me contestó. - ¿Hoy no te da coraje o es que quieres tocar a tu madre? ¿No te ha bastado tocar el culo de estas dos pervertidas?
-¡Vamos Marta! – Dijo Mati. – Puede que se haya excitado al untarnos crema, pero tal vez le hubiera sentado peor ver a dos mujeres tocándose. – Reía a carcajadas.
-Si se desnuda él ten por seguro que yo seré la primera en untarle la crema para que no se queme nuestro hombre… - Maribel bromeaba echada de costado en su toalla.
No lo pensé, me quité el bañador en un momento y la camiseta. Mi pene no estaba erecto, pero empezaba a estarlo y se notaba algo hinchado.
-¿Quién me unta crema? – Les pregunté.
-¡Yo! – Dijo Maribel que empezaba a levantarse de su toalla.
-¡Y yo! – Mati también se apuntaba.
-¡Estaros quietas! – Dijo mi madre. - ¡Soy unas pervertidas, a saber lo que le haréis!
-No más de lo que tú le hagas… - Le dijo Maribel.
-Échame crema en la espalda y después te unto yo a ti. – Mi madre estaba de pie, desnuda, con aquel cuerpo que me estaba volviendo loco. Tuve que esforzarme más aún para que no se me levantara el pene. Le di el bote de crema y me tumbé en mi toalla boca abajo. - ¿Ya has acabado?
-Sí. – Le contesté desde mi toalla. – Échame ahora a mí.
Ella trajo su toalla y la colocó junto a la mía. Se puso de rodillas y empezó a echarme la crema en la espalda y a extenderla. Miraba hacia ella y podía ver su muslo y la curva que formaba su culo. En su barriga se formaban pliegues de piel, estaba algo rellenita, pero más excitación me producía verla desnuda. Mi pene crecía bajo mi cuerpo. La erección no podía ser frenada. Allí estaba con aquellas tres maduras desnudas, ofreciéndome un espectáculo con el que había soñado muchas veces… aquella misma mañana y que ahora se hacía realidad. Sentí las manos de mi madre deslizarse por mi culo. Lo endurecí inconscientemente.
-No pongas el culo duro. – Me dijo mi madre y me dio una cachetada.
-Hazlo otra vez Paco. – Me pidió Maribel. La complací y lo puse duro. - ¡Dios, qué culo más bueno! ¡Hacía tiempo que no veía una cosa tan buena!
-Paco, te he dicho que no hagas eso, no ves que estas dos se calientas. – Mi madre aparentaba estar enfadada. - ¡Son unas viejas calientes!
-¡Sí claro, nosotras! – Dijo Mati. - ¡Por eso tú tienes los pezones duros!
-¡Eso es envidia por el hijo que tengo! – Dijo mi madre. - ¡Vamos Paco, date la vuelta que te voy a untar crema por el pecho!
-Después. – Le contesté.
-¡Vamos niño, que quiero quitarme la crema de las manos!
Sin que me lo esperara tiró de mí y me giró. Mi pene erecto apuntó al cielo y todas pudieron verlo. Me tapé con las manos como pude, pero aquello era difícil de ocultar.
-¡Por Dios, hijo! – Dijo mi madre y en su tono se apreciaba agrado por lo que había descubierto
-Os lo dije ayer, que Paco calzaba un buen rabo. – Dijo Maribel.
-¡Quién tuviera diecinueve años otra vez! – Dijo Mati.
-Con esa edad tú estabas en el convento. – Apostilló Maribel.
-Sí, pero hoy estaría en otro lugar que no sería precisamente un convento… Eso sí, estaría viendo el cielo seguro.
-Pues aunque estés así, - Me dijo mi madre. – he de untarte la crema para que te quemes.
Me coloqué en la toalla boca arriba y ella empezó a untarme en la cara primero. Se inclinaba hacia mí y podía ver sus redondos pechos acercarse, y moverse con el ritmo que le imprimía a las manos. Bajó por el cuello y el pecho. No dejaba de mirar a mi madre, sus pezones endurecidos… ¿Sería verdad que estaba excitada al tocar a su propio hijo? ¿Sería capaz de mantener relaciones sexuales conmigo, con su hijo? Mi pene no bajaba de tamaño ni dureza, verla allí, de rodillas, desnuda y acariciándome me excitaba más y más.
-¿Te ayudamos alguna? – Dijo Maribel cuando empezó a untar crema por mi pelvis. - ¿Mejor sería que te ayudáramos las dos? Lo digo por el tamaño.
-¡Cállate! – Fue lo único que dijo mi madre.
Siguió bajando por los muslos y acabó de ponerme crema en las dos piernas. Cerró el bote y se sentó sobre su toalla.
-¡Marta, úntale crema en el pene que como se le queme le va a doler mucho! – Maribel le rogó a mi madre. – Paco, si quieres te la unto yo… - El tono de aquellas palabras mostraban un gran deseo.
Miré a mi madre pidiéndole permiso para que su amiga me tocara el pene. Ella parecía enojada por aquello, pero descubrió el deseo en mis ojos y le lanzó el bote a su amiga. Maribel se levantó y puso su toalla pegada a la mía, se arrodilló y abrió el bote de crema. Mati me abrió las piernas y se arrodilló entre ellas.
-¡Úntale crema en los testículos para que tampoco se le quemen! – Dijo la “beata”.
Maribel se echó crema en su mano derecha y empezó a acariciar mis testículos. Mi polla se endureció más y botaba deseando lanzar la carga contenida que guardaba en aquellos jóvenes testículos. Poco a poco fue subiendo y acariciando mi pene, suavemente, extendiendo la crema por toda su piel. Subía desde los testículos hasta que mi glande se perdía de vista en su mano. Para bajar tiraba un poco de la piel para que el prepucio bajara un poco y asomara mi enrojecido glande, mostrando el orificio de mi pene por el que todos esperábamos que saliera el fluido blanquecino que se acumulaba en mi interior.
Las tres tenían los ojos fijos en mi pene, casi ni pestañeaban para no perderse el espectáculo de una joven corrida. Maribel pasaba su lengua por sus labios imaginando lamer aquel joven y endurecido pene. Mati pasaba suavemente su mano entre sus piernas tocándose su sexo, masturbándose disimuladamente. Mi madre la miraba y en su interior se sentía más excitada que nunca, nunca había sentido tanto deseo de sexo como el que le producía su hijo, pasaba su mano por su barriga deseosa de acariciase el sexo y tener un deseado orgasmo.
Maribel miró a mi madre y ella le devolvió la mirada. Maribel sacó su lengua indicándole a su amiga que deseaba lamer la polla de su hijo. Yo estaba a punto de estallar, demasiado deseo contenido durante todo el día y ahora una masturbación en medio de una playa medio vacía, no podía más. Mi madre asintió con la cabeza y Maribel bajó hasta tener su boca junto a mi glande. Sacó un poco la lengua y acarició la tersa piel jugando con el agujero.
No pude resistirlo, no pude decir nada. Me tensé un segundo y un primer chorro de mi semen salió lanzado contra la cara de Maribel, cayendo en su pelo, en un ojo, en la nariz y algo dentro de su boca. Se separó y su mano siguió acariciando suavemente mi pene. Otro chorro de semen saltó y las tres miraban como se elevaba y caía sobre mi vientre. Mati empezó a lanzar pequeños gemidos de placer al sentir el orgasmo que tenía a la vez que yo. Mi madre abrió las piernas un poco y empezó a tocarse su endurecido y mojado clítoris; al momento se corrió mientras yo seguía lanzando las últimas gotas de semen. Maribel disfrutaba de mi polla, de las convulsiones que daba entre sus dedos mientras iba menguando y lanzando cada vez menos semen. Alargué una mano y acaricié el culo de mi madre. En ese mismo momento tuvo el clímax de su orgasmo, mientras veía como su hijo se corría y sentía la joven mano que le acariciaba su culo.
Los cuatro estábamos allí en medio de la playa, con mi semen, con el aliento entrecortado por los orgasmos que habíamos sentido. Nos miramos y reíamos.
-¡Nunca había sentido algo así! – Les dije.
-¡Yo tampoco! – Dijo mi madre.
-¡Si tuviera diecinueve años! – Dijo Mati.
-¡Esto sólo es el principio! – Dijo Maribel y me dio un beso en el glande.
Después de descansar un poco, los cuatro nos fuimos a bañarnos en el agua para refrescarnos tras el calentón que habíamos tenido… y no precisamente por el sol.