El verano de las separadas I.
El verano pasado viví una aventura sexual con tres maduras, entre ellas mi madre.
El verano de las separadas.
Este sería el título que le pondría al verano pasado en el que mi vida cambió de modo radical, no sólo descubrí el sexo, además fue con mujeres maduras… entre ellas con mi madre.
Me llamo Paco, tenía diecinueve años, recién cumplidos, tan recientes como que los cumplí el mismo día que empezamos nuestras vacaciones en aquel apartamento en el que pasamos los anteriores cinco veranos. El año pasado por mayo ya estábamos viendo que no habría posibilidad de volver a alquilar el mismo apartamento, el dinero no daba para tanto y además los costes de mis estudios no nos permitían repetir aquel año. Pero todo cambió una tarde en la que mi madre se reunió con sus amigas de siempre, una tarde de finales de mayo.
Aquella tarde, como casi todas las tardes, se reunieron a tomar café aquellas tres amigas. Por un lado mi madre que se llama Marta, madre soltera de treinta y siete años. Otra era Maribel, separada desde hacía diez años, de cuarenta años. Y la última Matilde de treinta y cinco años, una solterona que más bien era una monja frustrada pues pasó unos años de su juventud en un convento y que descubrió que verdaderamente la vida religiosa no era todo lo que le habían contado.
Entre cafés y charla las tres decidieron que ya que la situación económica no era buena, alquilarían juntas el apartamento y los cuatro pasaríamos el mes de julio en aquella playa.
Sin entrar en más explicaciones de cómo se planificó aquel mes, me encontré el mismo día en que cumplía los diecinueve años cargando en nuestro coche las maletas de todos para marchar a nuestro lugar de descanso.
Hacía muchos años que ellas tres eran amigas, creo que unos cinco o seis la que más, y siempre me trataron como a un hijo. Maribel nunca pudo tener hijos, esa fue una de las causas de su separación. Durante muchos años su exmarido y ella intentaron tener uno pero nunca lo consiguieron y tras varios meses de peleas, llegaron al acuerdo de que mejor sería vivir por separado.
Matilde, Mati como le gustaba que la llamáramos, dada su convicción religiosa nunca mantuvo una relación con un hombre y si bien ya sus creencias eran las mismas que cualquier persona normal, nunca buscó ni necesitó tener una relación amorosa con hombre alguno.
Yo por mi lado, tal vez por la excesiva protección que me daba mi madre, aún no había tenido relaciones sexuales con ninguna chica, si bien había tenido alguna “novia”, nunca pasé más allá de besos y caricias. Eso sí, más de una vez me masturbé utilizando la imagen de alguna de aquellas mujeres que iban en el coche, incluido mi madre. Aquel mes de julio me sirvió para saber realmente que era lo que me gustaba en cuanto al sexo, mi lujuria se despertaba cuando pensaba en las maduras.
Aquel mes iba a tener la oportunidad de convivir con las tres y la verdad es que aquella idea empezaba a producirme cierto cosquilleo en la barriga. Y más después de mostrarme su cariño antes de entrar en el coche, con aquellos abrazos que me dieron al saber que aquel día era mi cumpleaños, pude sentir sus cuerpos entre mis brazos como nunca antes los había sentido, tan cerca…
Tras varias horas de viaje llegamos a nuestro destino. Después de un buen rato nos acomodamos en el apartamento. Mi madre y yo dormiríamos en una habitación mientras Maribel y Mati estarían en la otra. Mi suerte fue que allí sólo había dos habitaciones y para colmo con dos camas de matrimonio, con lo que tendría que dormir junto a mi madre con la que hacía varios años que no lo hacía.
Y aquí he de contar la razón por la que varios años atrás ella empezó a hacer que durmiera todas las noches en mi habitación. Desde que recuerdo dormía con ella en la misma cama y sin mayor problema, pero creo que fue con diez años que mi madre empezó a despertarme ciertas sensaciones que siendo niño no comprendía. Recuerdo que una noche en que dormíamos, tuve un sueño muy excitante, no recuerdo bien que fue lo que soñé, pero cuando desperté mi pene estaba erecto y sentía una extraña y para mí nueva sensación. Mi madre estaba junto a mí, dormida boca arriba. Podía verla por la leve luz que entraba por la ventana de aquel sábado en el que ninguno tenía que hacer nada y que solíamos estar hasta tarde en la cama. Me acerqué a ella para abrazarla y ella me tendió su brazo para que yo apoyara mi cabeza. La rodeé con mis brazos sintiendo su calido cuerpo. La acaricié y podía sentir su deliciosa cintura. Aquello y el sueño turbador que había tenido hicieron que mi pene mantuviera su dureza por más tiempo. Sentía la necesidad de pegar mi sexo a ella, no sabía la razón, pero puse una pierna sobre ella para rodear más su cuerpo y acercarme más. Mientras seguía acariciando su cuerpo delicadamente y atento a que no se despertara, subí mi pierna por sus muslos hasta que sentí en mi rodilla el tacto de sus bragas. Aquello hizo que mi joven e inexperta lujuria me desbordara y sentía un extraño y nuevo placer al hacer aquello. Durante varios meses se repetía aquellos “abrazos de hijo” cuando notaba que ella estaba dormida. Pero un día en que ella quedó dormida de lado, dándome su espalda y teniendo su redondo y hermoso culo hacia mí, me acerqué a ella, la abracé por la cintura y me pegué a ella. Desde aquella noche todos los días me pedía que durmiera en mi habitación, que ya era grande y tenía que empezar a dormir solo. Imagino que aquella última noche ella no estaba tan dormida y notó mi endurecido pene en su culo, mientras me movía levemente para frotarme contra ella y volver a sentir aquel inocente placer que encontraba en el cuerpo de mi madre.
Desde entonces creo que mi debilidad eran las mujeres maduras, en especial mi madre. Pero ya habían pasado varios años y yo había crecido, ya no volvería a repetir aquellas noches, aunque he de reconocer que al enterarme que dormiría con ella hizo renacer aquellas sensaciones de niño y me sentí excitado.
Después de descansar un buen rato tras la comida, decidimos ir a la playa para dar una vuelta y si nos apetecía, tomar un baño. Las tres se metieron en la habitación de Maribel y Mati para ponerse los bañadores, mientras yo me cambié de ropa en la otra habitación. Me senté en el salón viendo la tele para esperar que salieran las tres mujeres. Las escuché por el pasillo cuando se acercaban al salón, hablando y riendo. No lo pude evitar, el recuerdo de las sensaciones que mi madre me despertaba siendo niño unido a la visión de aquellas tres mujeres, despertaron mi sexo que se endureció bajo el bañador.
Mi madre traía un bañador que le cubría todo el cuerpo y le marcaba sus deliciosos y generosos pechos. Maribel era algo más rellenita y también traía un bañador que le cubría el cuerpo casi por completo, además llevaba un pareo medio transparente que ocultaba en parte su figura. Y la “beata” de Mati fue la que más me sorprendió. Con sus treinta y cinco años tenía una figura excitante, no sabría como describirla, pero ella salió en bikini y colocándose otro pareo, por lo que pude admirar su hermosa figura. Mi madre se colocó una camiseta que le dejaba ver parte de su redondo culo tapado por aquel bañador. La visión de aquellas tres maduras me excitó y tuve que pedirles que se marcharan ellas y que yo entraría al servicio y después iría a buscarlas a la playa.
No tardé más de media hora en masturbarme pensando en mis tres acompañantes, imaginándolas en todo tipo de postura y haciendo con ellas todo lo que mi calenturienta mente imaginó. Caminé por la playa en busca de mis tres deseadas compañeras y las piernas me temblaban después de haber tenido tan grandioso orgasmo en honor a ellas.
Y allí estaban, Marta y Maribel estaban sentadas en sillas mientras Mati, tumbada boca abajo en una toalla, aprovechaba los rayos del sol de aquella tarde para empezar a broncearse y descansar del largo viaje. ¡Qué hermoso culo tenía la “beata”! Ningún hombre que pasaba o estaba junto a ellas podía resistir sin mirar a la “beata”.
-¡Buenas! – Las saludé. - ¿No se bañáis? – Les pregunté.
-No hijo. – Dijo mi madre. – Hemos metido los pies en el agua y está algo fría… Yo por lo menos no tengo ganas de bañarme… ¿Ustedes se vais a bañar? – Le preguntó a sus amigas.
-¡Conmigo no contéis que estoy muy a gusto al sol! – Dijo Mati.
-¡Pues a ver si tomas a algún hombre que los tienes a todos con dolor de cuello para mirarte el culo! – Le dijo Maribel. – Paco. ¿Te bañas conmigo? – Le ofrecí mi mano para que se levantara y nos marchamos a la orilla.
-¡Tu hijo se ha convertido en todo un hombre! – Le dijo Mati a Marta.
-¡Si no te conociera, diría que mi hijo te pone! – Le contestó su amiga.
-¡Nunca he tenido ninguna relación amorosa o sexual con ningún hombre, no creo que busque ahora a un joven hijo de una amiga…! – Levantó la cabeza y miró a su amiga para guiñarle un ojo. - ¡Pero la verdad es que tu hijo está muy bueno!
-¡Eres una monja pervertida! – Dijo Marta.
- Ex… Ex monja desde hace muchos años… - Y volvió a bajar la cabeza.
Maribel y yo entrábamos en el agua, si bien al principio parecía gélida, poco a poco el cuerpo se acostumbraba a la temperatura e incluso se volvía agradable. Ella era una mujer de un metro sesenta y cuando le llegó el agua casi por sus pechos decidió que ya no entraba más en el agua, se sumergió para mojarse la cabeza. Yo que mido cerca del metro noventa, le pedí que fuéramos más adentro.
-¡Hijo, tú tendrás pie, pero yo no puedo pasar todo el tiempo nadando!
-¡Pues agárrate a mí! – Le comenté y ella quedó como pensando unos segundos.
-¡Vale! – Dijo. – Pero no vayas a hacer tonterías en el agua que a mí me causa mucho respeto. – Me sumergí en el agua y caminé hasta que el agua me llegó al cuello, a unos tres metros de ella.
-¿Le parece bien a la señora aquí? – Ella empezó a nadar hasta mí y alargué la mano para agarrarla cuando estuvo cerca.
-Aquí no tengo pie… - Dijo y se sumergió levantando un brazo para ver hasta donde le llegaba. - ¡Qué grande eres! – Me dijo. – ¡A mí me cubre bastante y tú estás ahí de pie!
Le ofrecí un brazo y ella se agarró hasta colocarse detrás de mí y abrazarme con sus brazos por los hombros.
-La verdad es que ahora el agua no está tan fría. – Me dijo y no sabía si ella sentía el mismo calor que yo podía sentir al contacto de sus pechos en mi espalda.
-¡Pues en la superficie está más caliente! – Le dije. – ¿Te aguanto la cabeza para que hagas el “muerto”?
-¡Vale! – Dijo sin pensar y me soltó para colocarse delante y empezar a sacar su cuerpo del agua.
Puse una mano en su cuello para que su cabeza quedara a flote. Su cuerpo estaba semihundido y me deleitaba en contemplar su maduro cuerpo. Tenía algo de barriguita, pero por la gravedad apenas se le notaba. Lo que si podía apreciar perfectamente eran sus enormes pezones que se marcaban en la tela que los cubría, el frío del agua se los mantenía totalmente erectos. Sus piernas se hundían y le costaba trabajo que se mantuvieran a flote.
-¡Qué mierda que se me hunden las piernas! – Protestó.
-¡Por favor señora! – Le dije en tono de broma. - ¡No tiene más que pedirlo!
Sin soltar su cabeza la fui girando hasta que estuvo de lado. Con el brazo libre le sujeté las piernas por sus muslos de forma que mi cabeza quedó junto a sus caderas. Intentaba imaginar que sería lo que le producía que su sexo fuera tan abultado y se marcara tanto en el bañador. O bien tenía unos labios vaginales enormes o tendría mucho bello en su pubis, fuera lo que fuera me calentaba y mi pene empezó a endurecerse sin importarle la temperatura del agua.
-¡Qué a gusto se está así! – Disfrutaba de aquel descanso y yo disfrutaba al tenerla de tal forma. - Ya llevo un rato, llévame hasta donde tenga pie y te sujeto yo a ti. – Pensé que no podía al tener mi pene erecto, pero un extraño morbo me invadió al querer saber que haría si viera mi erección. - ¡Vamos, ahora te toca a ti!
Ella hacía pie y yo me dejé flotar en el agua. Una de sus manos me sujetó la cabeza y con otra me agarró por los muslos. Empujó hacia arriba y mi pelvis emergió, con el bañador totalmente pegado a mi cuerpo y mostrando la forma de mi pene a todo lo largo y erecta como estaba. No dijo nada, pero le costaba trabajo apartar sus ojos de mi sexo.
Después de aquel baño, los cuatro decidimos volver al apartamento. Yo no podía apartar los ojos del cuerpo de Mati, nunca imaginé con su forma de vestir que pudiera tener tal cuerpo oculto de la vista de los hombres.
Tras ducharnos y cenar, ellas estaban sentadas en la mesa jugando a las cartas y charlando. Yo estaba en un sillón y casi estaba dormido. Las escuchaba hablar de fondo y no mostraba mucha atención a lo que decían hasta que escuché…
-¡Está dormido! – Dijo mi madre. - ¡Estará cansado… después del espectáculo que le has mostrado, Mati! – Aquellas palabras hicieron que pusiera atención a lo que decían aparentando estar dormido.
-¡Qué dices! – Replicó su amiga. - ¡Si tu hijo es joven y está caliente qué quieres que le haga!
-¡Si yo no digo que no! – Dijo mi madre. – El pobre no paraba de mirarte y es normal, yo no sabía que tenías ese cuerpo y vas y se lo muestras con ese pequeño bikini… Si todos los tíos de la playa no dejaban de mirarte.
-¡Qué quieres que les haga si están todos salidos! – Mati protestó orgullosa de levantar tantas cosas con su cuerpo.
-¡Seguro que le provocaste una erección a mi pequeño! – Dijo mi madre.
-¡Y vaya que tenía una buena erección! – Dijo Maribel casi sin pensar.
-¡Cómo! – Dijo mi madre. - ¿De qué estás hablando tú?
-Que estando en el agua se puso a hacer el muerto y espero que lo que vi fuera con la cosa erecta, pues si estaba en reposo allí había por lo menos veinte centímetros… y bastantes gruesos los veinte… - Con las manos indicó el tamaño que ella había visto y con el pulgar y el índice de una indicó lo gruesa que le había parecido.
-¡Estoy con dos pervertidas! – Protestó mi madre. - ¡Espero que no le hagáis nada a mi pobre niño!
-¡Pues ya quisiera yo un pobre así en mi vida para darle de comer! – Dijo Maribel. – ¿O es que tú lo quieres sólo para ti?
-¡Cállate pervertida! – Dijo mi madre y las tres rieron. – Creo que las tres estamos falta de cariño…
Estuvieron como una hora más hablando. Yo las escuchaba desde el sillón simulando estar dormido. Las tres se levantaron y mi madre me despertó para que me fuera a la cama. Y allí me metí. Con la conversación que habían tenido, yo estaba demasiado caliente como para dormir. Necesitaba sentir a mi madre de nuevo junto a mí.
Estaba boca arriba en la cama cuando mi madre entró en la habitación y se acostó junto a mí, separada por unos poco centímetros. Deseé girarme, abrazarla y poseerla. El cuerpo de Mati y el baño con Maribel me habían puesto demasiado caliente para aguantar toda la noche sin poder disfrutar de los añorados abrazos que le daba años atrás a mi madre.
No podía dormir y con los ojos cerrados esperaba a que ella se durmiera. Estábamos tapados por una sábana. Ella se movió y la miré de reojo, se había colocado como aquella última noche que dormí con ella, de espalda y dándome su redondo culo.
Me moví como si aún estuviera dormido y me coloqué detrás de ella poniendo un brazo sobre su cintura, sin abrazarla, de forma descuidada. Para mi sorpresa ella no me apartó de su lado, agarró mi mano y la levantó, moviéndose para pegarse más a mí.
Aproveché para moverme como si estuviera dormido y ella se colocó entre mis brazos, apoyando su cabeza en el otro brazo y agarrando la otra mano la colocó sobre su barriga, aproveché y me pegué a ella.
Era evidente que ella necesitaba tenerme cerca, pero lo que no sabía yo era si me necesitaba como hijo o como hombre. Mi pene estaba totalmente erecto y más endurecido de lo que nunca había estado. Me pegué todo lo posible a ella hasta que mi sexo estuvo apoyado en su redondo culo.
Aquella erección no podía pasar desapercibida y ella sabía lo que la estaba tocando, pero se mantuvo pegada a mí. Intenté mover la mano que apoyaba en su barriga para poder acariciarla, pero ella la sujetaba con la suya y no me dejó moverla. Hasta que quedé dormido disfruté de su perfume y de la calidez de su cuerpo, excitándome con el tacto de su hermoso culo en mi pene.
Cuando desperté eran las doce de la mañana. Me levanté con el dulce recuerdo del cuerpo de mi madre. Después de entrar en el baño las llamé por todo el apartamento, pero no estaban. Entré en la cocina para buscar algo para desayunar y mientras cogía una y otra cosa vi que en la boca del bombo de la lavadora había colgando unas bragas. Las cogí y no sabía de quien serían. Las olí y tenían un olor extraño que me excitó. Miré dentro y allí había dos más. Todas habían dejado allí sus bragas y yo podía olerlas a placer. Mientras aspiraba los aromas íntimos de aquellas tres maduras, imaginaba sus coños, aquellos que habían reposado sobre esas telas y habían dejado aquellos aromas para mí. Escuché la puerta que empezaba a abrirse, tiré las tres bragas dentro de la lavadora y seguí haciéndome el desayuno.
-¡Hola hijo! – Me dijo mi madre.
-¡Hola Paco! – Me dijeron las otras. Las tres dejaron unas bolsas por allí encima con comida y se movían de un lado para otro.
-Marta es verdad lo que dijiste. – Dijo Maribel. – Lo primero que ha hecho al levantarse es buscar comida…
-Ya os lo dije… - Contestó mi madre. – ¡Éste lo que quiere es comernos todo lo nuestro!
Con los nervios de no ser pillado mientras olía las bragas de ellas, no me di cuenta de la expresión que había utilizado mi madre. Ellas siguieron haciendo cosas en la casa y cuando acabé de desayunar las ayudé. Me fui a la habitación para hacer la cama y allí estaba mi madre.
-Paco, ayúdame a hacer la cama. – Me dijo. – Espera que me cambie de ropa…
Se quitó el vestido que llevaba y quedó en bragas, no tenía sujetador. Hacía mucho tiempo que no se desnudaba en mi presencia, pero ese día lo hizo sin ningún pudor, girándose y mostrándome todo su cuerpo. Yo la miraba, sus redondos pechos con aquellos oscuros pezones que estaban erectos. Bajo el encaje blanco de sus bragas se apreciaba los bellos negros que cubrían su sexo.
-¡Pásame ese vestido! – Me pidió señalando para la silla que había tras de mí. - ¡Vamos niño! – Me dijo. - ¡Me has visto muchas veces desnuda! ¿Te avergüenza verme así?
-No mamá… - Le dije mientras me giraba y cogía el vestido. – Es que hace mucho que no te veía y no recordaba lo bonita que eres.
-¡Gracias! – Me dijo con una gran sonrisa y colocando los brazos en jarra se giró. – Pues mira a tu madre si eso te gusta.
Vi como aquel vestido cayó por todo su cuerpo hasta cubrirlo por completo. Después hicimos la cama y todo lo que pudimos. Estaba yo en el salón, preparado para ir a la playa y entonces me llamaron desde la habitación de Maribel y Mati.
-¡Paco, ven un momento que necesitamos la opinión de un hombre! – Me llamó mi madre.
Caminé hasta entrar en la habitación. Allí estaban las tres. Mati tenía un bañador completo que le marcaba sus estupendas curvas. Mi madre otra vez se exhibía ante mí con sus pechos al aire y sólo llevaba puesto las bragas del bikini que se estaba probando.
-¿Qué te parece este bikini? – Me dijo poniéndose la parte superior y tapando sus pezones. - ¿Me queda bien? – Empezó a girarse para que yo la pudiera ver.
-¡Sí, te queda muy bien! – Mientras hablaba no dejaba de mirarla y mi pene empezó a sentirse excitado.
-¡Y a mí, me queda este bien! – Me dijo Maribel que estaba en otro lado de la habitación con otro bikini y también se giraba para que le diera mi opinión. - ¿Me hace gorda? – “Gorda se me está poniendo” pensé yo al ver a las tres. - ¿Te gusta este más? – Sin esperar a que le diera mi opinión, se quitó la parte de arriba y me mostró sus pechos mientras se colocaba otro. - ¿Te gusta?
Aquello ya no era normal. Que mi madre me mostrara su cuerpo podía comprenderse algo, pero que su amiga se desnudara delante de mí era que algo raro estaban tramando. Mi madre sin decirme nada se desnudó por completo y pude ver su sexo que apenas tenía pelos. Maribel se acabó de colocar la parte de arriba y comenzó a quitarse la parte inferior del otro bañador. Pude comprobar lo abultado que era su sexo, no tenía ni un pelo, sus labios formaban un gran bulto.
-¡Creo que ya lo habéis conseguido! – Dijo Mati. – Mirad la tienda que se le ha formado en el bañador…
-¡Uf, parece que mamá y sus amigas te excitan! – Me dijo mi madre y se quedó desnuda como estaba.
-¡Veis como ha crecido nuestro Paco! – Dijo Maribel.
-¡Lo que queráis, pero como no le deis un alivio al pobre…! – Mati añadió.
Mi madre se acercó a mí y me agarró de la mano, me llevó junto a la cama y ella se sentó en el filo. Maribel sin bragas y sólo cubierta por el sujetador del bikini, se sentó junto a mi madre. Mati la “beata” se colocó al otro lado de mi madre para ver lo que iba a pasar, no se había desnudado, pero se excitaba con aquella situación.
-¡Veamos que le pasa a mi niño aquí! – Mi madre me colocó delante de ella que estaba sentada con sus piernas abiertas, mostrándome su sexo del que no podía apartar la vista.
Quitó el nudo de la cinta que sujetaba el bañador a mi cintura y agarrándolo por el filo empezó a bajarlo. Mi pene quedó enganchado en la tela mientras ella seguía bajando. Tiró y tiró hasta que la fuerza de la erección hizo que mi sexo botara delante de los ojos de las tres maduras, duro, prieto y deseando lanzar el contenido de mis testículos donde fuera.
-¡Dios, cómo ha crecido mi niño! – Dijo mi madre.
-¡Ya te dije que por lo menos tenía veinte! – Maribel la midió con su mano abierta. – Veis, más de una cuarta…
-¿Qué… qué estáis haciendo? – Les dije.
-¡Vamos Paco! – Dijo Mati. – Esta mañana te hemos dejado una trampa para ver si te excitaban las maduras como nosotras… ¿No has estado jugando con nuestras bragas?
Me puse colorado. Estaba allí, delante de mi madre y sus amigas, con una gran erección producto de la visión de los sexos de ellas y sabían que había estado oliendo sus bragas.
-Cariño. – Dijo mi madre acariciando mis muslos. - ¿Las has estado oliendo? ¿Te ha gustado? – Yo las miraba sin saber que decir. – Tranquilo, eso es normal. A muchos hombres les gusta el olor de las bragas usadas… ¿Te excitaste?
Pese a todo lo que me decían, a aquella sensación de excitación y vergüenza, mi pene no dejaba de estar duro, cada vez más duro.
-Toma, aquí tienes las bragas que nos acabamos de quitar… ¿A ver si adivinas de quién cada una? – Mi madre me ofreció tres bragas.
Cogí una y empecé a olerlas. El olor era más intenso que en las que había olido unas horas antes. Mi pene palpitaba de excitación y sentía mareos y un gran deseo de correrme con lo que las tres me hacían.
-Éstas son tuyas… - Le dije.
-No, no, así no… - Me contestó Maribel. – Has de oler las bragas y nuestros coños para que sepas de quién es cada una. – Se recostó en la cama y abrió sus piernas ofreciéndome su sexo. Con dos dedos se separó sus labios y me mostró el interior de su vagina.
Aquella visión me producía la sensación de estar en un sueño y me sentía mareado. No me pude ni mover, de mi pene empezó a salir chorros de semen que cayeron sobre la cara de mi madre y la cama…
Abrí los ojos de golpe. Aún estaba en la cama y todo había sido un sueño, un sueño tan excitante que me había provocado una eyaculación, tenía todo el calzoncillo mojado. Eran las doce y estaba solo en la cama. Me levanté y con cuidado fui al baño para limpiarme y ponerme el bañador. Cuando salí estaba solo en la casa, busqué a las mujeres pero no estaban. Entré en la cocina y busqué algo para desayunar. Recordé el sueño y miré a la lavadora, allí estaban las bragas de mis maduras compañeras de verano. No me atreví a tocarlas y entonces escuché la puerta que empezaba a abrirse.