El verano con tía Luisa y su amiga Gema
Me quedo solo en la casa familiar con tía Luisa y su amiga Gema. Un baño en el jacuzzi va a ser el detonante para que vayamos tomando confianza los tres...
Esta es la historia de mi primera experiencia sexual con una madurita. Todo ocurrió hace unos cuantos años, en un verano de principios de la década pasada. Yo tenía 20 años y hasta entonces había follado, pero solo con un par de novias que había tenido. No se puede decir que tuviera demasiada experiencia. Los veranos los suelo pasar en el pueblo de mi madre, como dijo Cervantes, en algún lugar de la Mancha, aunque en este caso, del que sí quiero acordarme, pero que por discreción omitiré el nombre. Pero, vaya, que es el típico pueblecito manchego de dos mil y pico habitantes, de antiquísimas viviendas unifamiliares y un calor abrasador en el mes de agosto. La casa de mi familia, tras la muerte de mi abuela, la compartían mi madre y su hermana, la tía Luisa. El mes de julio solía ir con mis padres, y el mes de agosto se lo dejábamos a mi tía, que era viuda y no tenía hijos, pero que le gustaba ir sola… o con algún noviete. Era una casa de tres plantas que mi padre, arquitecto, reformó dejándola como un hotel de cinco estrellas.
Aquel mes de julio pensaba dedicármelo a ir en bici (mi hobbie nº2) e irme de fiesta (mi hobbie nº1), pero mi madre convenció al alcalde (primo segundo, inevitablemente en un pueblo de aquellas dimensiones), para que me pusiera a trabajar como sustituto de algún concejal o lo que fuera, aprovechando que yo estaba a punto de terminar la carrera de Derecho. Acepté por que el suelo era descomunal para lo que se me exigía, siendo un cómodo horario de 10 a 1. Ello me permitía salir en bici por las tardes, pero me tenía que cortar a la hora de trasnochar: lo cierto es que le cogí gustillo al trabajo, que me acabó gustando.
A finales de julio, el alcalde me ofreció renovarme para agosto. Las dos partes estábamos mutuamente satisfechas, así que lo único que teníamos que conseguir es que a mi tía no le importase quedarse conmigo. Mi madre la llamó. Mi tía respondió que iba a ir con una amiga suya recién divorciada, que estaba triste y deprimida, y que si a mí no me importaba la presencia de dos “vejestorias”, que por ella encantada. Acepté de inmediato. Ya tenía una media novia en el pueblo, así que contaba con la discreción de mi tía para podérmela llevar a casa de vez en cuando.
El 31 de julio se fueron mis padres y el 1 de agosto llegó la tía Luisa con su amiga Gema. A mi tía ya la conocía de sobras, por aquel entonces una mujer de 55 años, rubia, media melena, bastante delgada (mucho gimnasio, mucha dieta), de 1,65 de altura. Gema era muy guapa de cara, aunque estaba más rellenita que mi tía. Debía pesar unos 75 kilos, para su 1,65 (aprox.) de altura. Pero también tenía unos melones considerablemente mayores que los de mi tía. De hecho, era difícil apartar la vista de ellos, especialmente por que tampoco se preocupaba demasiado en taparlos, como veréis a continuación. Gema era morena y tenía el pelo corto.
Como ya he comentado, la casa tenía tres plantas. La planta baja: cocina y baño; la primera planta: tres habitaciones y el cuatro de baño grande (con jacuzzi); y la tercera planta, un desván, que lo teníamos como sala de estar, habitación de juegos, sofá y tele de plasma. De pequeño, era una especie de cuarto de juegos y me tiraba allí gran parte del verano. De mayor, también, era como mi rincón de recreo. Mi tía ocupó la habitación donde duermen mis padres, Gema se quedó al de invitados y yo mantuve la mía.
- No te preocupes, que no te vamos a dar mucho la lata- me tranquilizó mi tía-. Tú haz tu vida que nosotras ya iremos a nuestro aire.
Y, la verdad, es que así fue. Al menos durante los primeros días. Apenas si coincidíamos para desayunar y, algunos días, cenar. Nos solíamos levantar entre las ocho y media y las nueve. Charlábamos los tres en la cocina entre zumos de naranja, fruta y cafés y yo me iba corriendo al Ayuntamiento. Ellas se iban de excursión o se pasaban el día en la piscina municipal. Yo solía comer en algún bar del pueblo con mis compañeros del consistorio. El calorazo de las primeras horas de la tarde, lo solía pasar en la sala de juegos, mientras que, si estaban en casa, Luisa y Gema dormitaban ante la tele del comedor de la planta baja. Y, más tarde, o bien yo salía con la bici o me ibas de cervezas con mis colegas del pueblo. Raramente coincidíamos para cenar. En cualquier caso, las conversaciones siempre eran tan triviales como entretenidas.
Si tengo que pensar en el día que empezó a cambiar todo, lo tengo muy claro: fue al quinto día de su llegada. Era viernes. Aquella mañana, tía Luisa me dijo que se iban a pasar el día a Toledo, ya que Gema había conocido un tipo de allí por una aplicación y, según palabras textuales, “la pobre va loca por mojar”. Así que yo me hice mis planes e invité a comer a casa a una compañera del Ayuntamiento, Susana, que estaba buenísima y quería le explicase algunos temas legales. Aunque yo lo que quería era follármela, ni que decir tiene.
Todo salió según lo previsto. Almorzamos tranquilamente, nos terminamos una botella de vino y subimos a mi “cuarto de juego”, que es donde tengo una pequeña biblioteca de libros de Derecho. Pero, para mi sorpresa, todo se torció cuando, al lanzarme y besarla, ella me hizo la cobra: que tenía novio, que no lo quería traicionar follándose a otro chico… menudo planchazo. Sin embargo, como yo le gustaba y había sido muy paciente con ella, me dijo que me haría una mamada, pero que su coño se lo reservaba a su novio. A mi me pareció bien, así que nos fuimos al sofá y nos empezamos a besar y yo le empecé a magrear sus tetazas. Los dos estábamos cachondisimos. Noté sus duros pezones en mi lengua, entre mis dientes, aunque la tía no cedió y se fue directa a mi polla. Susana demostró ser una verdadera experta en mamadas. Me empezó dando tremendos lametones al tronco, jugaba con su lengua alrededor de mi glande, mientras me masajeaba los huevos con suavidad. El placer era inmenso. Notaba que me iba a correr, cuando me pareció oír que alguien subía por las escaleras. No podía ser. Gema y Luisa iban a estar toda la tarde fuera. Me seguí concentrando en disfrutar de la mamada, cuando por la rajita de la puerta, que había dejado despreocupadamente abierta, me apreció estar siendo observado. Aquello, lejos de asustarme, me excitó aún más. Susana lo debió notar, por que se tragó toda mi polla y empezó a mover su cabeza de arriba para abajo, pajeándome con sus labios, mientras con la lengua seguía jugueteando con mi polla. Aparte su pelo para que nuestra espectadora pudiera disfrutar del espectáculo… en toda su extensión. No tardé en correrme. Avisé a Susana. Quería que mi público viese como me corría en la cara de mi amiga. Susana se apartó justo para que le dejase la cara llena de mi semen, que salió a borbotones.
- Joder, menuda corrida. Me has dejado perdida- admiró mi amante.
Se levantó con cuidado de no mancharse la camiseta y fue a buscar unas toallitas húmedas de su bolso. Miré hacia la puerta, pero solo me pareció oír que los pasos se alejaban. Susana me acercó una toallita para que me limpiara la polla y me volvió a besar.
Me encanta tu polla y me encantas tú, pero esto no puede volver a pasar. Lo entiendes, ¿verdad?
Claro. No te preocupes. Me hubiera encantado haberte comido el coño, pero tú decides.
Me dijo que se tenía que ir y la acompañé a la puerta. Al pasar al lado de la cocina vi que Luisa y Gema charlaban despreocupadamente. Sabía que una de ellas nos había espiado, pero ¿cuál de las dos había sido?
Los días siguientes pasaron sin grandes cambios. Los dos más significativos fueron que las mamadas de Susana se trasladaron a mi despacho en el Ayuntamiento, aunque ella seguía siendo reacia a pasar de aquel nivel; y que, en casa, una ola de calor provocó que todos empezásemos a ir más ligeros de ropa. Así, por ejemplo, durante el desayuno, tía Luisa y Gema desayunaban conmigo con una simple camiseta larga, pero sin sujetadores, lo que, especialmente en el caso de Gema, se les marcaban perfectamente las tetas. Yo empecé a bajar con los pantalones de pijama, tipo chándal, cortos y de color gris claro, por supuesto sin calzoncillos, que marcaban perfectamente mi polla. El intercambio de miradas fue cada vez más descarado, lo que aumentaba día a día mi excitación, que Susana aliviaba con su experimentada boca horas más tarde.
El siguiente sábado, durante el desayuno, tía Luisa y Gema me dijeron que se iban a pasar la mañana fuera, invitándome a acompañarlas. Decliné su sugerencia y pensé en invitar a casa a Susana. Pero mi amiga me dijo que iba a pasar el día con su novio, así que, aburrido, me fui con la bici a recorrer unos cuántos kilómetros. Regresé al mediodía. Como no había nadie en casa y estaba sudadísimo, decidí darme un buen baño en el jacuzzi que teníamos en el baño de la primera planta (la de las habitaciones). Eché sales, jabón y puse en marcha la máquina de burbujas. En un momento, la bañera se llenó de espuma. Con el agua caliente me relajé. Estaba en la gloria. De hecho, pensando en Susana, me dieron ganas de pajearme. De pronto, se abrió la puerta del baño. Era mi tía Luisa.
- Uy, perdona, no sabía que estabas aquí dentro- se disculpó-. Me voy al baño de abajo no te preocupes.
Pero acto seguido apareció Gema que añadió:
- Anda, el jacuzzi, ¡qué ganas tengo de probarlo! Haces una cara de estar en la gloria.
Y a mí no se me ocurrió otra cosa que responder:
Pues aquí te espero, si te quieres meter- pensando en que buscaría una excusa para no entrar.
No me lo digas dos veces, que me meto de cabeza- me retó.
Saqué las manos del agua, extendiendo las palmas de las manos y rematé:
- Pues voy a estar un rato más, así que tú misma si quieres aprovechar.
Acto seguido, Gema exclamó:
- Luisi, que tu sobri nos invita a meternos en el jacuzzi con él. ¡Voy a por el bikini!
En ese momento, me entró un ataque de pánico, la verdad. No contaba con que se fuera a meter y, menos aún, que invitase a mi tía. Y yo en pelotas, aunque la gran cantidad de espuma lo disimulaba y, además, era un jacuzzi para cuatro personas (¿para qué diablos mi padre metería un jacuzzi tan grande?) por lo que confiaba en poder disimular mi desnudez. Un par de minutos más tarde tenía ante mí a Gema y a tía Luisa en bikini. El de Gema era más recatado. Era de color negro y con una braguita bastante ancha, supongo que, al estar más rellenita, era la manera que lo disimulaba. Eso sí, sus tetorras se salían de la parte de arriba. El de tía Luisa era más atrevido, de color amarillo, hasta permitía intuir su bello púbico. Me incorporé para que se pudieran sentar. Mi tía había traído su móvil con un altavoz de bluetooth y puso música de chill out y apagó la luz, por lo que nos quedamos en la penumbra. Una ténue luz entraba por la pequeña ventana del baño.
Pobre, sobri- dijo mi tía- con lo agustito que estaba aquí él solo.
Que va, si cabemos todos la mar de bien- acerté a mascullar con mala disimulada incomodidad.
Junté mis piernas y ellas se pusieron a cada lado de una de ellas. Obviamente se dieron cuenta de que estaba desnudo, ya que sus pies se colocaron a la altura de mis caderas. No dijeron nada. Colocaron sus nucas en el reposa-cabezas y cerraron os ojos. Yo me tranquilicé y abrí un poco las piernas, teníamos espacio de sobras. Mi tía susurró que se estaba relajando mucho y que se iba a quedar frita, que se habían pasado la mañana andando por la montaña. Gema respiraba profundamente, a lo mejor ya se había quedado dormida. Apoyé mi nuca en el reposa-cabezas y cerré los ojos. Sin embargo, al cabo de unos instantes, noté como las piernas de mis acompañantes empezaban a moverse. Buscaban una mayor comodidad. Abrí mis piernas y, de pronto, noté como uno de los pies rozaba mis huevos. Mi tía susurró: perdona, sobri. No pasa nada, respondí. Pero al cabo de un instante otro pie (¿o el mismo?), volvía a rozarme los huevos y mi polla. Yo no me podía mover y pensé que si, quien fiera, notaba que eran mis genitales apartaría el pie. Pero lejos de ello, lo que empezó fue a acariciármelos lentamente, jugueteando con ellos. Levanté la cabeza, pero las dos mujeres parecían estar dormidas. Ahora pienso que pude haber removido la espuma y ver de quién era el travieso pie, pero me quedé inmóvil, dejando que mi polla se pusiera como el mástil de un buque o, en este caso, como el periscopio de un submarino. El agua caliente, el suave burbujeo y el pie revoltoso me habían excitado incontrolablemente. En ese momento, evidentemente, no me podía levantar el irme, así que la única salida que encontré fue la de pajearme con discreción… y con la ayuda del misterioso pie, que recorría mi polla con total descaro. Cuando me empecé a acariciar la polla, el pie desapareció, pero al cabo de un instante regresó para restregarse con mis huevos. El placer era tremendo y no tardé en correrme como un salvaje. De pronto, me di cuenta que mi semen estaba danzando por el jacuzzi nadando entre los cuerpos de mi tía Luisa y Gema y aquello no hizo más que aumentar mi morbo y excitación. El pie travieso se detuvo y la tranquilidad regresó al jacuzzi. Mis dos acompañantes parecían muy relajadas. Así que, al cabo de unos minutos, les dije que me iba, que ellas se podían quedar un rato más y que podían seguir relajadas con los ojos cerrados. Sin embargo, las dos se incorporaron para ver como me levantaba. La verdad es que esperaba una mirada furtiva de Gema, pero que las dos, incluyendo mi tía, esperasen a verme la polla, con la excitación que aún llevaba encima hizo que se me volviera a poner dura. En ese momento la tenía morcillona. Esperaba, la verdad, que con la gran cantidad de espuma pudiera disimular un poco, pero, qué va, la espuma dejó poco espacio a la imaginación. Las dos abrieron los ojos como platos y Gema acertó a comentar:
Anda, como va tu sobri, bien sobradito.
En eso ha salido a su padre- respondió tía Luisa con una carcajada. Lo que no dejó de turbarme ya que tía Luisa y mi padre eran cuñados, así que ¿cómo diablos iba a saber como tiene la polla mi padre?
Me cubrí con una toalla y las dejé cuchicheando en el baño. Ni que decir tiene que al llegar a mi habitación me tuve que hacer otra paja. Estaba muy caliente.
Al cabo de una hora, estábamos los tres almorzando en el comedor. No salió el tema del jacuzzi, y la conversación derivó en los últimos rumores que corrían por el pueblo. Por la tarde, nos separamos y, después de la siesta yo me fui con mis amigos. Con ellos, nos animamos a cenar fuera e irnos de copas. No regresé a casa hasta las tres de la mañana. Eran las fiestas del pueblo y había habido baile. Suponía que tía Luisa y Gema ya estarían en casa y, efectivamente, pude comprobar que, al menos, mi tía sí, ya que desde su habitación salían unos quejidos que, claramente, indicaban que estaba follando. ¡Vaya con mi tía! Iba un poco mareado por el alcohol, así que me acosté de inmediato.
Como no soy de despertarme tarde, a la mañana siguiente a eso de las 10 ya estaba en la cocina. Eso sí, medio dormido, resacoso y aguantándome de pie gracias al cargadísimo café que me acababa de preparar. Llevaba tan solo una camiseta y unos bóxers, que aparecían claramente por debajo de la camiseta. De pronto, en la cocina apareció Gema:
- Buenos días, señor madrugador.
Me dio un poco de corte estar en calzoncillos ante ella, pero de pronto recordé que al día siguiente ella ya me había visto la polla, así que no me moví del sitio. Ella llevaba una de sus camisetas que, si bien no eran ajustadas, sus tetas y pezones quedaban perfectamente marcados. Además, se agachó buscando la cafetera, lo que dejó a la vista su increíble culo con su tanguita. ¡Aquello era toda una declaración de guerra!
¿Dónde está la cafetera?
En el fuego.
¡Anda, que tonta! Y yo buscándola aquí abajo. Estoy dormidísima.
Caballerosamente le serví un café y le pregunté por como le había ido la noche. Me contó que a ella fatal, pero que a mi tía muy bien. Habían ido al baile de las fiestas de pueblo y que las dos habían conocido a dos tipos de un pueblo de al lado. Como se gustaban y tenían ganas de guerra, se los habían llevado a casa, pero el que le había tocado a ella sufrió un gatillazo y, avergonzado, se fue a toda prisa. Además, le costó conciliar el sueño, ya que el que le había tocado a mi tía al parecer era una máquina. Nos reímos. Me atreví a preguntarle si se había quedado con las ganas y, con toda naturalidad, me respondió que no. Que se había aliviado sola. Evidentemente, aquella conversación me estaba poniendo a mil. Y noté como mis bóxers empezaban a hincharse al ritmo que mi polla se ponía morcillona, lo que no pasó desapercibido a Gema que, sentada frente a mí, se quedó mirando mi paquete sin ningún recato.
De pronto, oíamos pasos y voces de alguien que bajaba las escaleras. Me senté en una silla frente a Gema y en la cocina sacó la cabeza un hombre al que no conocía.
- Hola, chaval- me saludó dándome un golpecito de colegueo en el hombro, mientras se despidió de Gema dándole dos besos-. Me tengo que ir volando que mi mujer se va a mosquear.
Y salió corriendo con un casco de moto el mano. Detrás de él se despidió tía Luisa en el quicio de la puerta. Oímos como una moto arrancaba y mi tía entró en la cocina. Mi polla volvía a estar calmada. Luisa se sirvió un café y susurró: vaya nochecita. Las dos mujeres, ignorando mi presencia, estuvieron comentando sus respectivos amantes: lo desastroso que había sido el de Gema y lo bueno que había sido el de tía Luisa. Oye, sobri, me advirtió, de esto ni una palabra a tus padres, eh. Sonreí y me fui a vestir.
Los domingos por la tarde, tocaba partidillo de fútbol, con los colegas. Era divertido vernos a todos jugar medio resacosos. Aquel día, además, jugábamos con el equipo de un pueblo de al lado, que eran muy buenos, además de ser bastante agresivos. Vaya, una mezcla de garrulos y jugones que nos ganaron 2 a 5. Y eso que tuvimos suerte. Pero jugábamos para divertirnos y nos divertimos. Cuando llegué a casa, destrozado por el cansancio y el calor, me fui directo a la ducha. Aún vestido, entré en el baño y allí me encontré a tía Luisa y a Gema: en el jacuzzi.
¡Hola, sobri!- me saludaron al unísono levantando cada una de ellas una copa de cava-. Ya ves, has despertado al monstruo, ahora vamos a estar metidas aquí cada día. Ya verás la factura del agua- terminó mi tía.
¿Te metes con nosotras? - añadió Gema.
Me di cuenta que, a pesar de la espuma, ambas estaban sin la parte de arriba del bikini… como mínimo.
- No sé yo si es el momento- intervino mi tía.
La verdad es que una cosa era flirtear con Gema y la otra meterme en el jacuzzi con ellas dos (posiblemente) en bolas. Así que les dije que solo quería ducharme. Que había quedado con mis colegas dentro de un rato.
- Tú te lo pierdes- terció Gema-. Pero vaya, que si te quieres duchar, por nosotras no es un problema.
La ducha estaba al lado del jacuzzi. La mampara era un cristal totalmente transparente, así que, si me duchaba, me iban a ver totalmente desnudo. Me pareció que despelotarme ante ellas era pasarse de la raya (de no haber estado mi tía, creo que me hubiera metido en el jacuzzi, para qué negarlo), así que me quité la toda la ropa, excepto los bóxers. Las dos no se perdieron detalle de mi casi-strip-tease, mientras saboreaban el cava. De hecho, se notaba que estaban un poco bebidas. Iban “contentillas”. Al entrar en la ducha, quedaba perfectamente a la vista de mi tía, pero vi como Gema se ponía a su lado, para no perderse detalle de lo que fuera a hacer. Entré en la ducha y me empecé a enjabonar con los bóxers puestos. La verdad es que me daba tanto corte como morbo estar ante mi tía. De pronto, Gema exclamó:
¿Así te duchas? ¿Como un niño pequeño?
Deja al sobri, que es tímido- respondió mi tía.
Pues el otro día en el jacuzzi no era tan tímido…- zanjó Gema, entre risotadas.
Aceptando el reto, me di la vuelta y, frente a ellas, me bajé los bóxers, dejando mi morcillona polla ante sus ojos. En ese momento, las carcajadas terminaron y las dos mujeres se quedaron mirando mi polla con descaro. Evidentemente me estaba empalmando. Y en un alarde de atrevimiento las desafié:
- A ver si ahora alguna de vosotras se atreve a enjabonarme la espalda.
Pero qué dije. De pronto, Gema se levantó del jacuzzi y, con sus tetazas bamboleando, se dirigió ante la ducha:
- ¡Gema!- gritó mi tía.
Y entró en la ducha. Quedamos frente a frente. Yo, en ese momento, de espaldas a mi tía, pero con la polla dura como un ariete que apuntaba hacia su coño, cubierto por la braguita de su traje de baño. Se colocó detrás de mí y empezó a enjabonarme la espalda y el culo:
¿Así está bien? – me preguntó.
Seguro que lo puedes hacer mejor- respondí.
¡Sobri! – me reprendió mi tía desde el jacuzzi, sin perderse detalle de lo que ocurría en la ducha.
Gema se agachó y empezó a enjabonarme las piernas. Por delante y por detrás. Subiendo muy despacio, llegó hasta el perineo y, allí, suavemente, tapando con su cuerpo la visión a mi tía Luisa, me empezó a acariciar los huevos y el culo, mientras yo, ya pasando de todo, me empecé a pajear. Estaba tan cachondo que notaba que me iba a correr en pocos segundos.
Oye, ¿se puede saber qué hacéis tanto rato? A ver si voy a tener que salir…- se quejó mi tía.
Yo ya he terminado, Luisi. Si se pensaba tu sobri que no iba a enjabonarle es que no nos conoce… Juventud…
Dicho esto, se salió de la ducha, rozándome con sus espectaculares tetas, en el momento en el que mi polla empezó a escupir semen como si no me hubiera corrido en un mes, ante la atenta mirada de la amiga de mi tía. Tan discretamente como pude, me enjuagué y me limpié la polla. Ahora tenia que salir de la ducha. Sin darme cuenta, Gema me había puesto los bóxers a escurrir en la pica del baño, mientras que la toalla estaba al lado del jacuzzi. Tenía que salir y tenía que salir en bolas hacia donde estaba mi tía. Joder, pensé. Al menos mi polla ya no estaba erecta, aunque sí seguía hinchadísima después de la corrida.
Luisi, ahora que ya se ha duchado, ¿por qué no le dices a tu sobri que entre en el jacuzzi?
Ay, pobre, déjalo tranquilo ya, que seguro que lo has puesto a mil con tanto toqueteo. Que ya te vale, como te has pasado con el crío, que luego le van a doler los cataplines.
Ven, guapote, que ya te alivio yo – dijo Gema, mientras se tomaba otra copa de cava, dando muestras que ya estaba perdiendo el control, ya fuera con el cava o con la calentura.
Salí de la ducha, pero no entré en el jacuzzi. Eso sí, me sequé con la toalla ante ellas, ya sin ningún pudor. Saboreando sus miradas en mi polla, que se volvía a calentar pensando en que estarían haciendo las manos de mis espectadores debajo del agua.
Joder, ¡que había quedado con mis amigos! Tras vestirme, salí disparado hacia la plaza Mayor. Me despedí de ellas rápidamente. A la mañana siguiente, lunes, cuando me fui a trabajar, tía Luisa y Gema seguían durmiendo o, al menos, encerradas en sus habitaciones. Por la tarde, cuando regresé, las dos mujeres me pillaron por banda y se disculparon por su comportamiento el día anterior, totalmente fuera de lugar. El fin de semana se les había ido un poco la olla, entre la fiesta del sábado y el cava del domingo. Reconocían que se habían pasado de la raya y se disculparon. Yo les dije que no se preocuparan, que me había divertido, aunque también había pasado un poco de vergüenza, pero que al fin y al cabo no había pasado nada malo. Que tan solo me habían visto desnudo y que “seguramente” no seria el primer hombre desnudo que habían visto en su vida. Las risas destensaron el ambiente y cada uno nos fuimos a lo nuestro.
Nada más en especial ocurrió hasta el jueves por la tarde. Por la tarde, había estado currando en el Ayuntamiento hasta eso de las seis, mucho más tarde de lo habitual, pero el alcalde tenía un problemilla con una subvención y no salimos hasta dejar los documentos enviados a la Diputación. Agradecido, me invitó a tomar una cerveza, que se acabaron convirtiendo en media docena. Nos llevábamos bien y nos encontrábamos a gusto. Regresé un poco antes de cenar. Y al entrar a casa nadie respondió a mi saludo. Al subir a la primera planta, oí música en el baño. Vaya, estas dos se han vuelto a meter en el jacuzzi. Así que me hice el encontradizo y entré. Me había equivocado: solo estaba Gema.
Hola, bombón. Me pillas solita, que tú tía se ha ido con su rollete.
¿Con quién?
El tío de la moto, el del pueblo de al lado, que su mujer se ha ido no sé donde y van a pasar la tarde juntos. Ya ves, unas tanto y otras tan poco – se quejó bebiéndose de golpe una copa de cava. Al incorporarse para rellenarse la copa, vi que volvía estar desnuda de cintura para arriba, una de sus enormes tetas se salió del jacuzzi -. Pero, vaya, que tu tía estará al caer. Me ha dicho que cenaría en casa.
Pues nada, te dejo que disfrutes del jacuzzi.
Oye, que si te tienes que usar el baño, por mí no te cortes. Total, ya he visto todo lo que tenía que ver y, al menos así, me doy una alegría para la vista.
Si Gema quería jugar, le iba a dar jueguecito. La verdad es que con tanta cerveza me estaba meando encima. Así que le dije que no me corté y me puse a mear, bien es cierto que el inodoro le daba la espalda y que no me pudo ver la polla. Pero con el pantalón aún desabrochado me giré hacia ella y le dije:
Gracias, Gema. La verdad es que iba un poco apurado.
¿Por qué no te pillas una copa y me haces un poco de compañía? Esto del jacuzzi es un poco aburrido si estás sola.
Vale, ahora vuelvo.
Y me fui a la cocina. La verdad es que la situación me daba un cierto morbo, pero tampoco pensaba que la cosa fuera a ir a mayores. Cuando llegué, Gema se volvió a incorporar para llenar su copa y la mía. Al hacerlo, en esta ocasión, le salieron las dos tetazas del jacuzzi, cubiertas de espuma, lo que aún las hacía más apetitosas. Me senté al borde de la inmensa bañera, pero Gema se quejó:
- ¡Venga, métete! No te voy a comer… si no me lo pides.
Instintivamente, miré el reloj. Seguro que mi tía nos pillaría en un momento u otro, pero no iba a hacer nada que no hubiéramos hecho antes, así que me empecé a desnudar, hasta quedarme en bóxers. Y me metí en el agua.
¡Oh, vaya, pensaba que te lo ibas a quitar todo! Qué modosito.
Ja, ja, ja… qué mala. ¡Si tu siempre te metes con el bañador! Qué morro tienes.
Ah, ¿sí?
Y me cogió la mano y la llevó hasta su pubis. Pude tocar su coño perfectamente. Estaba totalmente desnuda.
- Vaya, pues en ese caso, no me queda más remedio…
Y me quité los bóxers, dejándolos debajo del agua por si, de pronto, llegaba mi tía.
¿Te los has quitado ya?
Pues, claro.
No te creo.
Y entonces fue ella la que alargó su brazo hasta alcanzar mi polla.
- Comprueba, comprueba – solté entre risas, mientras Gema no dejaba de sobármela.
Evidentemente, mi polla se me puso durísima. Pero Gema, lejos de retirar la mano, empezó a masajearla de arriba abajo. Vaya, que me estaba haciendo una paja como dios manda.
- Oye, no te habrás puesto tú ahora el bañador, ¿verdad?
Y, entonces, fueron mis dedos los que empezaron a juguetear con su coño que ya estaba abierto esperándolos. Nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado, salvaje y mi mano libre se apoderó de sus tetas. Iba de una a otra.
- Vámonos a la cama – sugerí.
Sin dejar de besarnos, sin dejar de acariciar nuestros cuerpos, nos secamos como pudimos y nos fuimos a mi habitación. Por el camino, Gema me confesó:
- Qué ganas tenía de probar tu polla desde que te vi en el desván con la putilla del Ayuntamiento.
Así que había sido ella la que me había estado espiando.
Y seguro que fue tu pie el que jugueteó con mi polla en el jacuzzi.
¿Ahora te das cuenta?
Al llegar a mi habitación, me echó sobre la cama y se lanzó sobre mi polla engulléndola con voracidad. Si las mamadas de Susana eran fantásticas, la de Gema era aún mejor. Su lengua recorría desde el perineo hasta el glande dando excitantes vueltecitas, mientras que al llegar al glande lo succionaba, llevándome al paraíso. Cuando estuve a punto de correrme, nos cambiamos de posición y le empecé a comer el coño. Era delicioso. Lo tenia totalmente depilado, estaba abierto y chorreaba de lo cachonda que estaba Gema. No me fui difícil localizar su clítoris, tremendamente hinchado. Cada vez que mi lengua lo recorría, Gema gemía, ah, ah, ah, mientras me agarraba la cabeza y me pedía que no parase. Le metí dos dedos por la vagina, mientras me ocupaba del clítoris con la lengua. Sus gritos aumentaron de volumen, así como el temblor de sus piernas. Me corro, me corro, me corro, empezó a gritar que lo debió oír medio pueblo. Y se corrió entre tremendos gemidos.
Entonces, la volteé y la puse a cuatro patas. Al perrito es una de mis posturas preferidas. Le empecé a lamer por detrás, tanto el coño como el ano y cuando le fui a petar el coño, Gema se giró y, con verdadera cara de miedo me pidió:
- Por el culo no, por favor, que es demasiado grande y me vas a reventar.
Siempre me ha llamado la atención que mis amantes digan que mi polla es grande. A ver, que mide 18 cm, pero nunca me he considerado especialmente bien dotado. A pesar de que me hubiera encantado petarle el culo, obedecí y, siguiendo mi idea inicial, embestí su coño. Uagh, gritó cuando entró el glande de golpe, siguiendo el resto del tronco. No paré hasta que noté que mis huevos chocaban con su carne. Y empecé a bombear, primero lentamente, después a mayor velocidad. Veía como sus tetas colaban descontroladas de un lado para el otro. De nuevo note que me iba a correr. Le saqué la polla, ella se dio la vuelta y me pidió ponerse encima de mí. La avisé que yo ya estaba a punto de correrme. Ella me dijo que también. Pero insistió en ponerse encima. Me la voy a clavar toda otra vez, me advirtió y cumplió con su promesa. Esta vez, si que pude agarrarle aquellas tetazas. Pellizcarle los durísimos pezones. Los dos nos pusimos a jadear como locos. Esta vez fui yo el que avisé que me iba a correr. Pero lejos de apartarse, se movió cada vez más rápido. Me respondió que ella también. Nos corrimos los dos a la vez. Noté como mi semen le inundaba el coño en el momento en el que se puso a gritar descontrolada, desplomándose sobre mi pecho, mientras que su cadera no dejaba de moverse, más despacio, para exprimirme hasta la ultima gota.
Sin sacar mi polla de su coño, le di la vuelta y, con la polla aún dura (yo seguía excitadísimo), empecé a follármela de nuevo. ¡¿Más?!, preguntó. ¿Te piensas que hemos terminado aquí? Tras follármela unos instantes, cambié de posición y la puse de lado. Seguí petándole el coño, chorreando por sus corridas. Haberme corrido dentro de ella me había dado tanto morbo que sabía que no tardaría en correrme de nuevo. Estaba tan cachondo que la puse de nuevo a cuatro patas. Volví a lamerle el coño. Mientras le puse un dedo en el culo. Esta vez, no dijo nada. Como yo tenía la polla lubricadísima por las corridas mutuas, sin pensármelo dos veces, empecé a pasarle la polla por el exterior de sus dos agujeros. No dejes de follarme, me suplicó. Y yo no pude contenerme más y encaré mi glande en dirección a su culo. Apreté un poco y entró como un cuchillo caliente en mantequilla. ¡No, por favor, por el culo no! Pero era demasiado tarde, yo estaba demasiado cachondo. Su culo me daba demasiado morbo. Y ya tenía media polla dentro. Ua, ua, ua… empezó a gritar. ¿Te duele?, pregunté. ¡Me encanta!, respondió. La penetración era lenta. Mis embistes iban despacio, mientras Gema, rota de placer, mordía la almohada, qué pasada, no pares, susurraba, mientras una de mis manos le acariciaba el coño. No tardó en correrse. Yo tampoco iba a tardar. Me quería correr en su culo, pero también en sus tetas, en su cara… la quería dejar llena de mi leche. Mis bombeos eran cada vez más rápidos. Sus gritos más agudos. Se había vuelto a correr. Y yo no iba a tardar. Así que saqué la polla, la estiré en la cama y me la puse entre sus tetas. Entonces, me corrí yo. Los primeros chorros le embadurnaron la cara, el resto fueron por su cuello y sus tetazas. El placer fue extremo. Caí exhausto a su lado.
¡Qué pasada! Nunca me habían follado como tú – acertó a decir Gema aún jadeante, mientras no dejaba de acariciarme la polla, hinchada, enrojecida, aún expulsando las últimas gotas de leche.
A mí también me ha encantado. Ha sido genial.
Pasé un brazo por debajo de su cuello, mientras ella, de lado, me acariciaba el pecho, la barriga el pubis y se entretenía con la polla.
De pronto, por la puerta, apareció mi tía. Tal vez debí decir: no es lo que parece, pero me quedé mudo. Fue tía Luisa la que habló:
- ¡Sobri! ¡Gema! ¿Pero se puede saber que hacéis?
Nos levantamos de la cama como por un resorte. A Gema, la leche que aún tenía en su cara, le empezó a caer sobre las tetas. Mi tía, sucesivamente, la miraba a ella y después a mí… bueno, a mi polla, aún hinchada y palpitante.
- Joder, id a limpiaros – y soltó una carcajada.
Con una risa nerviosa, Gema y yo nos fuimos a la ducha. Nos enjabonamos mutuamente y, después de vestirnos, bajamos a la cocina. Tía Luisa había llamado a un restaurante para que nos trajeran pizzas para cenar. Nos echamos unas buenas risas. Por suerte, no le importó que me follara a su mejor amiga. Pero el verano aún no había terminado. Y esta historia aún tiene un giro inesperado.