El ventilador
Satisfacción sexual
Se despierta sobresaltada, jadeando suavemente. Desliza su mano caliente por su escote. Suda. Le estorban las sábanas enrolladas por sus piernas, le estorba todo.
Sin querer, como un acto inconsciente, empieza a acariciar sus muslos en un intento de relajarse, y olvidar el calor que, como un intruso se ha introducido en ella. Su piel suave le invita a seguir, seguir y no puede parar. Se mueve suavemente, jadea de nuevo y se estremece como una felina que necesita que la acaricien. Sin más, empieza a ejercitar sus músculos genitales interiores. Sabe que eso nunca falla. Empieza, y con cada apretón vaginal, siente cómo los demás músculos de esa zona se estimulan. Curva su espalda, mojada de sudor y deseo. Cuando nota que la curva de la montaña rusa está a punto de llegar, se prepara lentamente, deseando que ese momento se eternice. Coge su sábana negra. Abre sus suaves, húmedos y tersos muslos y la pasa entre ellos. Muerde la punta y, con la mano tira hacia atrás, dejando que su clítoris sea rozado a placer, sin olvidar, algún que otro apretón vaginal….eso es...así…nota la excitación, su clítoris palpita y cada vez más, se va hundiendo en el placer.
Es irresistible la sensación de placer, y los dedos de la otra mano, se van introduciendo en su cueva. Oscura, suave, húmeda, muy húmeda. Solloza de placer. Su mente viaja libre, curiosa y ansiosa de encontrar su “objetivo”.
Y ahí está. Lejos. Borroso. A cámara lenta se mueve…”Ohhhh qué alegría verte” se dice. “Aquí me tienes, preparada para ti. Házmelo”. Él la coge firmemente del cuello (siempre le encantaba que la sometiera) y sus lenguas chocaron con tanta intensidad que allí mismo se corrió. Pero su “objetivo” la conoce bien y sabe que habrá más, mucho más.
Su mente le recuerda fotogramas en blanco y negro, fogonazos en sepia y de fondo, una luz roja. No puede reprimir el deseo de abrir sus piernas y que, él introduzca su dedo tan maestro en estas faenas y acaricie sus paredes, su vientre desde dentro. Eso le vuelve loca. Unas palabras sucias salen y, ardiendo, entran en sus oídos como antorchas. Uno, dos, tres, cuatro…ya están dentro. Su respiración se dispara y el placer le invade. Él sabe que se lo va a pedir en breve. Se lo va a pedir. Y ahí está ella, entregada por completo, sin reparos ni consciencia y lo grita. Lo grita desde lo más profundo de sus entrañas sexuales. “Fóllame. Fóllame ahora”.
Ella siente como la introduce pero, importante, despacio. Dura, firme, tensa y caliente. Se derrite de placer. Despacito, porque es lo que más le puede gustar en la primera embestida, pues ahí va su segunda eyaculación. Intenso, rozando sus paredes, su miembro está grande, late y ella sigue rozándose despacio para correrse. Apura cada movimiento de cadera, apretando sus músculos genitales, él le agarra firme de las caderas para que se sirva a gusto en sus movimientos, lentos pero, decididos hacia el culmen. De nuevo. Otra vez.
Ella respira profundamente. Se estremece gustosa y satisfecha. Abre los ojos, como si despertara por primera vez. Se retira la sábana negra que tanto le ha dado esta noche calurosa. Relajada sonríe, y para darle una solución al pesado calor que le ha despertado, enciende el ventilador.