El vengador erótico (2)
Continuan las andanzas de nuestro héroe, perfeccionando sus nuevos poderes.
Manolo decidió probar la siguiente vez con la cuarta parte de la dosis, y buscar un método alternativo para hacerlo probar a la siguiente "víctima". Se le ocurrió utilizar un vaporizador de perfume y pensó que sería buena idea cambiar al día siguiente de aires.
A la mañana siguiente cogió su pequeño coche utilitario y se dirigió a la capital de la provincia. No era una ciudad grande, pero allí sería más fácil probar su siguiente fase del plan. El anonimato de una ciudad podía ser una ventaja.
Iba vestido con un mono azul de obrero y llevaba una mascarilla de las de chapista en un bolsillo. Espero hasta media mañana (habría más amas de casa solas en sus domicilios), y tocó a varios timbres de uno de los bloques de una calle cualquiera. En el cuarto timbre le respondieron:
Dígame la voz era de edad indefinida, pero eso sí de mujer.
Señora, el butanero - solo esperaba que no tuvieran gas ciudad.
Ya estoy harta de vosotros. Aquí no queremos publicidad y colgó.
Empezaba bien su plan Tres timbres más arriba tuvo más suerte y la estrategia funcionó: una voz de mujer le abrió la puerta con un zumbido y se dirigió al quinto piso, puerta 17. En el ascensor se colocó la mascarilla sobre la boca y la nariz y preparó el pulverizador cogiéndolo en el otro bolsillo con una mano.
Tocó al timbre y desde dentro respondió la misma voz:
¿Sí? Señora soy el bucanero. ¿Ha notado olor a gas en su casa? Creo que tenemos un escape en el edificio.
La verdad es que no pero notó un poco de indecisión y duda en su voz.
Esperó mientras le echaba un vistazo por la mirilla. Sin duda el detalle de la mascarilla le decidió a abrir pero sin retirar la cadenilla de la puerta. Solo su cara apareció por los 15 cm de espacio que quedaban: bueno era mejor que nada, entre 30 y 40 años, con cara de haberse levantado hace un rato de la cama.
He recibido un aviso y estoy revisando puerta por puerta. Si me permite voy a hacer una prueba con un producto para que el olor a gas se haga más notable.
La mujer observó mientras Manolo sacaba el pulverizador y le decía como toque drámatico:
Apártase un poco, señora, no sea que le salpique.
Su cara desapareció y Manolo apretó el pulverizador, dirigiéndolo hacia la rendija. Una generosa cantidad de disolución voló hacia el interior, mientras la mujer decía hacia el interior de la casa:
Pepi, hija. Ven a ver si notas olor a gas.
Ya era demasiado tarde para echarse atrás por el cambio en los acontecimientos, así que Manolo deseó que al menos la hija fuera mayor de edad
Se oyeron pasos en el interior hacia la puerta, con desgana. Y durante varios segundos escuchó como la mujer olfateaba el ambiente. Prontó una segunda persona se unió a las ruidosas aspiraciones, y una voz joven (no demasiado, gracias a Dios) empezó a decir:
Mamá, yo no huelo nada raro. ¿Quién ha llamado a la pu ?
La voz de la hija se detuvo en mitad de la frase, y durante medio minuto no se oyó nada más. Después con un pequeño estruendo la cadenilla se retiró y la puerta se abrió rápidamente. Aparecieron la mujer, envuelta en una bata ligera de color rosa pálido. Un metro sesenta, cuerpo amorcillado y vulgar como su cara, con el cabello teñido de rubio forma descuidada. A su lado estaba su hija. Manolo le calculó entre 15 y 20 años (a esa edad era difícil saberlo, porque algunas se desarrollaban muy pronto). Era más alta que su madre y que el propio Manolo. Vestía ropa deportiva (un chándal desteñido) y tenía el pelo recogido en una coleta.
La expresión en las dos caras era la misma: sorpresa, pero sobre todo deseo. Era un poco distinto de lo que reflejó la cartera en su casa el día anterior. Anotó mentalmente el detalle del distinto efecto del aerosol y entró.
Si no les importa pasaré para revisar el resto de la casa.
La chica tiró de su brazo derecho y le obligó a apoyar la espalda en una de las paredes del recibidor. Cerró la puerta de un golpe y se puso a besarle con grandes lametones. Su lengua se le metía en la boca, la nariz y le repasaba la barbilla con saña. Su madre la miró sorprendida, pero no porque su hija se comportara así, sino porque se le había adelantado. Con un codazo se hizo hueco y se arrodilló delante de Manolo manoseándole el cipote y los huevos a través del mono de trabajo. La hija no soltó la presa y siguió lamiéndole la cara mientras se abría la parte de arriba del chándal, se la quitaba y la tiraba al suelo. Una camiseta blanca y gastada no evitaba que se marcaran dos pequeños pezones puntiaguados a través de ella. Sus tetas eran pequeñas y Manolo calculó a ojo que le sobraría mano para cogerlas. Pronto lo comprobó porque con un gruñido de animal la chica le tomó la mano derecha y la llevó hasta su pecho, por encima de la camiseta, sobándose con fuerza con ella.
Mientras, la madre había encontrado la bragueta del mono y sacó la polla de Manolo, dándole tirones y frotándola. Pronto empezó a chupársela con más ganas que acierto. Se notaba que a diferencia de Pili no había practicado muchas veces aquello
Manolo decidió tomar la iniciativa y levantó a la madre, separando sus manos de la niña. Apoyó a la mujer con la cara contra la pared de enfrente, y le empezó a quitar la bata a tirones. La hija miraba la situación mientras se quitaba los pantalones y aparecía un tanga de las Supernenas debajo.
La madre llevaba bragas y sujetador bajo la bata. Eran horribles, del tipo que no se suele enseñar a un hombre. Su carne de la espalda era floja y suelta, comparada con la del pecho de su hija, pero a Manolo fue ese tacto el que le terminó de poner la polla como un hierro. Tironeó del cierre de su sujetador y se lo sacó por los brazos. Dio un tirón a la parte de atrás de sus bragas, de forma que se rasgaron con un sonido seco y bajaron un poco por sus piernas robustas. La mujer respiraba ruidosamente con la mejilla apretada contra la pared y sacaba hacia fuera el culo ya desnudo, intentando adelantar el placer del contacto con Manolo.
Con fuerza metió dos dedos entre los muslos de la madre, forzándolos a que se abrieran paso hasta el coño. Los muslos estaban secos, pero conforme avanzaba notó menor resistencia. Su chumino era pura humedad entre muchos pelos ensortijados. Los dos dedos se perdieron dentro con facilidad, mientras de reojo veía como la mano derecha de la hija se perdía dentro de su propio tanga, iniciando movimientos bruscos de arriba abajo.
Embadurnó los muslos de la mujer con su propia humedad y le dio un par de golpecitos en los pies a la mujer, como si fuera a cachearla. Acercó su miembro al culo de la señora y lo guió, empujando. La mujer bufaba como un tren de mercancías y Manolo empezó a dar golpes de culo, estrujando las tetas de la madre entre la pared y sus manos. Le dijo a la chica entrecortadamente:
Y tú deja de masturbarte como una mona, y acércate.
La chica, sin sacar la mano del tanga, pero deteniendo su movimiento, se acercó a Manolo y a su madre.
Venga, ¿a qué esperas? Bájate el tanga y ponte igual que tu madre.
Sí, claro- balbuceó, mientras se ponía de cara a la pared.
Manolo con la mano izquierda empezó a explorar el chochito de la hija. Después de haber tenido los dedos en su madre, era como ponerse un guante dos tallas más pequeño pero eso sí, bien lubricado. La sacó del interior de su madre y se colocó detrás de la hija. Empezó a morderle en la nuca y le dijo:
Solo dime que no eres virgen.
No, yo el mes pasado, con el Chirla - dijo después de un poco de duda.
Manolo no necesitó más y llevó su pene chorreante hasta el coñito de ella, desde detrás. Empujó y notó que su estrechez le apretaba la sangre dentro de su polla. Para amortiguar la molestia de la chica, dirigió su mano derecha a la parte superior de su coño y buscó su clítoris prominente. La chica cuidaba más su vello púbico y no le costó encontrarlo.
Ahora sí empezó a mover rápido el culo hasta que notó que su propio orgasmo se acercaba. La sacó de golpe y le dijo a la madre:
Ven, que seguro que esto no lo has probado aún.
La obligó a arrodillarse mientras su hija protestaba:
No me dejes así, cabrón. No es justo.
Su madre abrió la boca y se dispuso a mamársela. Él le apartó la cara, diciéndole:
¿Dónde crees que vas? Lo único que quiero es no mancharte el suelo y empezó a meneársela con fuerza delante de su cara.
Al cuarto o quinto movimiento saltó el primer chorro de semen, que le cruzó literalmente a su "anfitriona" la cara desde la barbilla a la frente. La hija miraba con los ojos como platos mientras los siguientes golpes de riñón de Manolo cubrían la cara de su madre hasta convertirla en una máscara facial blanquecina.
Una vez se recuperó un poco, Manolo decidió apiadarse de la hijita y le dijo:
Ven, túmbate en el suelo ella obedeció rápidamente, pensando que al menos no tendría que acabar haciéndose un dedo, como solía ocurrir por las noches bajo sus sábanas. Sin indicarle nada se acomodó en el estrecho recibidor, tumbada boca arriba y con las piernas bien abiertas.
Manolo entonces le dijo a su madre:
Seguro que no querrás dejar así a tu hija, ¿verdad? ni tampoco a ti misma. Siéntate en su cara y prueba lo que es un buen 69, que ya te va tocando.
Pero si es mi hija - empezó a protestar ella.
Vaya, un momento de lucidez. Es interesante, pensó él. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que usé el pulverizador, 10, 15 minutos? Y parece que los efectos se empiezan a acabar. No obstante, tenía que comprobarlo:
Va, no te hagas la estrecha, que lo estás deseando.
Ella se sentó sobre la cara de su hija sin estar muy convencida. A su chiquitina el efecto parecía durarle sin tantos problemas, porque empezó a chupar torpemente el conejo abierto y mojado de su madre. Y ahí se acabaron todas las dudas: la madre empezó a jadear como una perra y a mover el culo de delante a atrás.
Manolo empujó un poco la cabeza de la madre, para recordarle que cumpliera con su parte, y ésta se inclinó para abrazar los muslos de su hija con los brazos y enterrar su cara en el joven chichi. Solo movía la cara contra el coño, así que Manolo le dio su última instrucción:
Va, mujer, saca la lengua. Que te vas a quedar con la duda de cómo sabe una mujer
Ella obedeció y su niña empezó a mover también el culo sobre las baldosas del recibidor.
Manolo pensó que había acabado su experimento y que era un buen momento para dejar la escena del "crimen". Abrió con cuidado la puerta y salió tranquilamente al rellano, pensando en próximas ocasiones para demostrar las cualidades de la sustancia.