El vengador erótico
Un hombre solitario dispuesto a salvar a las mujeres insatisfechas del mundo.
Cualquiera que lo viese por la calle no repararía en él: entre 30 y 40 años, con menos cabello del que le gustaba admitir y muy lejos de los cánones de belleza masculina. Lo que se dice un tipo vulgar No era de extrañar que siguiera soltero y sin esperanzas de dejar de serlo.
Sin embargo, Manolo había hecho felices a más mujeres en los últimos dos años de las que podía recordar. Fue hace dos años cuando descubrió las virtudes de lo que él llamaba "su aroma".
Siempre le había gustado juguetear con plantas y hierbas. Suponía que le venía de tradición familiar, porque su abuelo era un experto en preparar aguardientes de hierbas caseros, y su madre siempre lo curaba todo con infusiones. La verdad es que el pueblo donde vivía era un paraíso para encontrar plantas de todo tipo. El típico bosque mediterráneo lleno de aromas.
Hace dos veranos empezó a recoger plantas para preparar un buen aguardiente, que durante el invierno alcanzaría embotellado todo su sabor. Le llamaron la atención unas plantas con flores azules que crecían cerca del río, y cogió un pequeño ramo.
Junto al resto de hierbas habituales (tomillo, melisa, espliego) volvió a casa y las puso a hervir en una pequeña olla. Pronto empezó a encontrarse terriblemente mareado, la vista le bailaba y sobre todo algo empezó a despertar en él: estaba más cachondo de lo que había estado nunca.
Ya estaba acostumbrado a los calentones de un hombre de su edad soltero, pero esto era distinto. El mismo roce del aire, los sonidos que llegaban desde la calle, todo parecía causarle placer. Intentó darse una ducha fría, pero fue peor. Los chorros de agua en su cuerpo eran como dedos helados que buscaban sus puntos erógenos. Como último recurso empezó a masturbarse furiosamente bajo el chorro. Su imaginación se llenó de imágenes de mujer, de todos tipos: rubias y morenas, voluptuosas y delgadas, ardientes y distantes. Era como tener una película de las buenas en su cabeza.
Finalmente se corrió y soltó grandes chorros de esperma (hasta entonces no practicaba mucho el vicio solitario). Cuando las piernas volvieron a tener fuerza se lavó y salió de la ducha.
Mientras se secaba se dio cuenta de algo más: su erección no desaparecía ni siquiera después de aliviarse. Se vistió disimulándola como pudo y abrió la ventana. Sacando la cabeza fuera empezó a volver a ser él mismo. Y entonces de pronto, lo entendió: lo que le pasaba tenía que ver con las hierbas que seguían soltando sus esencias al fuego. Y lo único distinto esta vez eran las flores azules.
Empezó a pensar en un plan. Al día siguiente volvió al río y recogió más plantas de todas clases, pero fundamentalmente, todas las flores azules que pudo encontrar. De vuelta a casa continuó con el siguiente paso: probar con otra persona, un sujeto experimental. Para salir del todo de dudas escogió a alguien poco sospechoso de dejarse vencer por sus instintos.
Mezcló un chupito de esencia preparada el día anterior en un litro de agua y esperó que sonase el timbre: cada mañana Pili, la cartera del pueblo repartía el correo. Su casa era una parada habitual, con las suscripciones a revistas, facturas del banco y publicidad varia.
La chica no era nada del otro mundo: bajo el uniforme amarillo y azul no parecía haber grandes curvas en esa mujer, que tendría unos treinta y tantos. Sus ojos azules sí eran bonitos, pero su pelo recogido y las prisas con que hacía sus entregas le quitaban el poco encanto que pudiese tener.
Sonó el timbre, fue a abrir y allí estaba ella sin quitar la vista de las cartas, que le alargó con una mano sudorosa. También su cara estaba roja y húmeda por el calor que apretaba en la calle y el ritmo de su trabajo.
Pero, Pili. Te va a dar un ataque. Ven, pasa que te doy un vaso de agua.
No, gracias Manolo. Tengo que acabar antes de mediodía y voy con retraso.
Déjame por lo menos que te saque el vaso a la puerta. Serán diez segundos.
Sin esperar respuesta entró y sirvió un vaso de su "preparado". Pili le dio las gracias y se lo bebió de dos rápidos tragos. Por un momento Manolo pensó que su experimento sería un fracaso y Pili se iría hasta su siguiente parada. Incluso si funcionaba, puede que la alegría se la diera a su vecino Así que improvisó:
Oye, no he visto que me hayas dado ninguna carta de mi banco. Mira a ver porque estaba esperando algo urgente.
Ella se volvió (ya se estaba alejando) y rebuscó en el montón que llevaba en su bolsa. Iba a decir algo, pero se detuvo en seco, levantó la cabeza y miró a Manolo con la boca abierta. Supo que había funcionado: ninguna mujer le había mirado nunca así.
Esto Manolo. ¿Estás solo ahora? dijo ella.
Sí, claro, pasa.
La cartera pasó, cerró la puerta y tiró la bolsa al suelo. Inmediatamente fue detrás ella misma, arrodillándose delante de Manolo:
Déjame ver qué tienes ahí, gran hombre.
Le bajó la cremallera y sacó su polla totalmente caída. No le había dado tiempo ni de empalmarse A ella le dio igual y empezó a meneársela y a chuparla con grandes lametones. Su mano izquierda iba como loca por encima del uniforme, sobándose sus tetas, bajando a su entrepierna, y de nuevo a sus tetas. Era muy brusca y a Manolo le dio miedo que le hiciera polvo la polla que cogía con la mano derecha para mamar. Anotó mentalmente rebajar la dosis, porque aquel brebaje era muy potente.
Consiguió quitar la polla, ya medio dura, de su boca con esfuerzo. Y le dijo:
A ver, Pili. Pórtate bien y hazme caso, o si no te abro la puerta y te vas con el calentón a otro lado
Vio miedo en sus ojos:
No, no. Lo siento. Haré lo que quieras. Déjame al menos que me haga un dedo aquí dentro.
Y se desabrochó el cinturón del pantalón. En menos de dos segundos se lo había bajado junto con sus bragas deportivas blancas, dejando a la vista un matojo de pelo oscuro que hacía mucho que no veía una maquinilla de afeitar. Metió sus dedos índice y corazón derechos en ese bosque y empezó un mete saca frenético.
Quieta te he dicho, joder. Contrólate, Pili. le gritó Manolo.
Ella la miró como una niña a la que regañan y paró lentamente su masturbación. A él le supo mal y le dijo:
Ven, apóyate en el sofá.
Le puso el culo en pompa y le separó ligeramente las piernas. Ahora era él el que le masajeaba el coño, que estaba ardiendo y chorreando. Le introdujo un dedo mientras ella movía como loca las caderas:
La polla, la polla méteme la polla, cabrón gritaba como una posesa.
No que me la partes, loca. Primero tienes que correrte para calmarte un poco.
Le metió dos dedos más girando un poco la mano y aumentó el ritmo de su brazo. Ella empezaba a emitir pequeños gritos, señal de que no tardaría mucho. Los líquidos le chorreaban a Manolo hasta el antebrazo, y de pronto notó que los músculos de Pili apretaban los tres dedos con fuerza. Se tensó como un arco sobre el brazo del sofá y empezó a correrse entre gritos:
Ah, ah mierdaaaaaaaaaa. Más, más, más ..
Su voz fue apagándose al cabo de medio minuto más o menos y se dejó caer en el sofá. Manolo se acercó al baño a lavarse el brazo pegajoso y cuando volvió la encontró con los ojos entrecerrados, sentada en el sofá donde estaba dejando una mancha de humedad bajo su culo. Pili abrió los ojos poco a poco y le dijo:
Lo siento. No sé lo que me ha pasado. Siento haber sido tan impulsiva.
Manolo pensó: bueno, a las mujeres les dura menos el efecto que a los hombres. Pero su espíritu científico estaba equivocado
Quiero decir siguió ella que no suelo ser tan egoísta. Normalmente pienso más en el placer de los demás.
Cogió la mano de Manolo, que se había quedado de piedra, y le obligó a sentarse en el sofá. Ella se arrodilló delante de él, todavía con los pantalones por los tobillos y le bajó a él los pantalones. Su polla todavía no había bajado del todo, pero ella le dijo:
Vamos a ver si esto te acaba de motivar Y se quitó la parte de arriba del uniforme. Debajo apareció el sostén a juego con las bragas deportivas, que ella también se quitó. Sus pezones marrones estaban de punta y sus pechos pequeños se estremecieron al estrujárselos ella misma. Él se quedó embobado, pero ella no le dejó disfrutar más con la vista. Inclinó la cabeza y empezó a lamer la polla como si fuera una piruleta.
En cuanto se aseguró de que estaba bastante ensalivada empezó a tragarla como si le fuera la vida en ello. Era increíble, pero Manolo observó como Pili bajaba su mano libre hasta el coño y empezaba a frotar allí otra vez.
Cuando Manolo sintió que se corría, ella la apoyó en el borde de su boca y empezó a tragar respirando entre cada uno de sus chorros. Manolo quedó exhausto y se reclinó en el sofá. No sabría decir cuánto tiempo más tarde, el roce de una mano en su pene flácido le sacó de su relax. Era Pili que intentaba sacarle más jugo.
Decidió que ya estaba bien y le dijo que se vistiera. A ella no le gustó mucho la idea: empezó a decirle si eso era todo lo que sabía hacer y se puso a insultarle:
Vaya picha floja. Resulta que no sabes satisfacer a una mujer.
No hizo caso y le obligó a vestirse. Tenía que pensar algo para cortar el efecto de las flores, o la situación podía ponerse peligrosa en otras ocasiones.
Casi a empujones consiguió que saliera de su casa. Se quedaba sin saber cuánto duraban los efectos. Por lo menos pensó que a su vecino le iba a gustar la idea de recibir correo hoy