El vendimiador
Los emigrantes que van a Francia a la vendimia, no solo van a trabajar.
El vendimiador
Como suele ser habitual, me presento lo primero. Me llamo Marta, mujer española de 22 años. Estoy soltera, con novio y resido en un pueblecito de una provincia interior española.
Mi físico se corresponde con el de una mujer de mi edad: complexión normal, ni alta ni baja, ni gruesa ni delgada. Digamos que vistosa. De rostro agradable, curvas buenas de mujer. Creo que gusto a los hombres, sin que tampoco me considere una miss. Pero soy también simpática, extrovertida, algo coqueta, y sí, he traigo de cabeza a unos cuántos.
Mi vida sexual hasta los acontecimientos que voy a relatar ha sido sencilla: una o dos veces por semana con el novio, sexo clásico, o sea, mucha postura del misionero. Él espera que yo termine, se corre como un bebito y a dormir. Yo pensé (pobre de mí), que mi vida sexual de esta forma era lo normal.
La economía en mi zona de residencia se basa mucho en la agricultura y ganadería. Economía un poco de subsistencia, vamos tirando pero con sacrificios. Por ello, muchas personas de mi entorno emigran a Francia en la época de la vendimia. En unas pocas semanas te puedes traer un buen sueldo, aunque con mucho esfuerzo. Unas vecinas del pueblo me animaron y para allá me fui con ellas hace ahora un par de años, yo tenía por tanto entonces solo 20. Yo tengo algunos estudios de hostelería y por ello afortunadamente conseguí un empleo de ayudante de cocina que al menos era más llevadero que las agotadoras jornadas cargando cajas de uva.
El destino era una gran empresa vinícola de la zona de Burdeos. Una empresa productora fuerte. Muchas hectáreas de plantación, muchos edificios con bodegas, almacenes, dormitorios, cocina, etc.
La gran hacienda se convertía por esas semanas en un mundo variopinto: había españoles, bastantes portugueses y también marroquíes.
Mi trabajo como dije era ayudante de cocina, al mando de una Sra. portuguesa, Lucía, ya experta en el tema pues llevaba muchos años haciéndose cargo de este trabajo. Entre las dos se preparaba el menú diario en la cocina del edificio y con un vehículo adecuado se llevaba la comida al campo, para servirla a los trabajadores. Luego la cena se servía ya en una nave del edificio principal acondicionada como comedor.
Lucía es mujer de unos 50 años. Algo gordita, con esa pinta típica de pueblerina sanota, pero muy lista. Simpática con todo el mundo, muy apreciada por todos, aparte de excelente cocinera. Pero muy mujer, muy calentorra siempre. Su conversación favorita es siempre el sexo.
Nos hicimos buenas amigas. Yo le conté mis circunstancias y ella a mí sus intimidades. Como la mayoría de emigrantes Lucía procede de un pequeño pueblo portugués cercano a Castelo Blanco. Su marido tuvo un accidente hace algunos años se quedó inválido para trabajar. Ella se viene todos los años a Francia y con eso remedia en buena parte a la familia.
- Se quedó inválido para trabajar, el pobre…. Y para otras cosas también….ajajajajaaa.
Lucía ríe con risa alegre y cuando lo hace saltan sus pechos arriba y abajo.
- ¿Y cómo te arreglas, Lucía, sin sexo?…Porque te veo muy calentorra…
- Pues claro, soy muy mujer, Martita. Pues te diré, soy de pueblo pero no tonta…ajajaaa. Si no hay ocasión de tener un hombre, me hago un dedo. Pero si hay ocasión y me gusta… pues me lo llevo a la cama.
Yo estaba algo sorprendida. No imaginaba que también en los pueblos hubiera tanto putiferio. Seguro que en el mío también lo había, pero yo no me enteraba.
- ¿Y donde quedas con esos hombres?.
- Pues mira. Mi pueblo está cerquita de Castelo Blanco. Las mujeres nos vamos por lo menos una vez al mes de compras. Solemos pasar por allí el día. Si has conocido a alguien de confianza, ya sea por Internet o por otro medio, quedas en un hotel y andando.
Yo seguía asombrada, sin acabar de creerme aquello. Pero ella me daba pistas seguras y parecía muy sincera.
- ¿Sabes, Marta?...Un día estuve con dos…
- ¿No me digas que haces también tríos?
- No, eso no. No es que me de miedo hacerlo, no sería la primera ni la última. Solo fue que había quedado con un chico en Castelo Blanco unos días antes y que casualidad me salió otro que solo podía acudir ese mismo día… Así que antes de comer en un hotel con uno, y después de despedirlo, con el otro….ajajaja. Me fui contentísima aquel día para casa, que gustazo, hija.
Con estas historias, que estoy segura que no eran inventadas, porque me daba todo tipo de detalles, me daba cuenta que yo era un niña inocente.
- Te lo digo de verdad, Marta. No seas tonta. No dependas solo de un hombre, que luego ellos nada agradecen. Ellos si pueden, te ponen siempre el cuerno, así que tú aprovecha y adelántate, eso que te llevas.
- ¿Con cuántos hombres te has acostado, Lucía?.
- Uffffff…. No llevo bien la cuenta, pero al menos dos docenas en estos años.
- ¿Son de tu edad?.
- A veces. Pero casi siempre los prefiero más jóvenes…Ya para vieja, estoy yo….ajajajajaa.
Lucía tiene ahora nuevo amante aquí en la hacienda. Es un joven francés, Jean, de unos 30 años. Ella presume que el chico tiene el pollón más grande que nunca le han metido, así que está tan feliz. Nosotras nos quedamos a dormir en la zona de la cocina, allí hay dos habitaciones para la cocinera y su ayudante, aparte de baño y almacén. Ella cuando termina por la noche, sigilosamente, sale y queda en un lugar convenido con su joven marroquí. Viene agotada, pero contenta.
- Marta, tienes que buscarte algo para estos días aquí en Francia. No solo es trabajar, hija.
- No sé, Lucía, no me preocupa eso. No soy tan calentorra como tú. Puedo esperar a la vuelta.
- Todas las mujeres somos calentorras, cariño. Solo hace falta que llegue un hombre que nos sepa despertar y creo que en tú caso ese hombre no ha llegado.
La verdad es que yo iba aprendiendo mucho, y poco a poco me comunicaba de forma más intima con la cocinera.
Entre el personal que venía todos los años había otro portugués, Manuel, del mismo pueblo que Lucía y algo de familia. Ella, que era veterana, lo había recomendado y hacía años que trabajaba en la finca y como era hombre fuerte, trabajador y responsable, había conseguido un puesto de encargado de uno de los grupos de trabajo. Es hombre alto, muy corpulento, bien parecido y también simpático, aunque algo tímido. Por su condición de encargado y también por ser paisano de Lucía, se pasa muchas veces por la cocina, para dar instrucciones a Lucía, sobre el número de trabajadores, el lugar donde se sitúan cada día, retirar material, etc. Tiene unos 45 años.
Manuel me gasta algunas bromas a pesar de su timidez: que guapa es tu nueva ayudante, Lucía; procura que venga todos los años….¿no te sientes sola aquí?,,,,etc, etc.
Lucía, que es bien picarona y descarada lo anima.
- Está sola, Manuel. Y aunque tiene novio, necesita cosas nuevas…ajajajaa. Aquí se aburre un poco por las noches.
No solo es Manuel, también otros trabajadores de la explotación me dicen cosas y algunas fuertes. Es muy habitual en estas situaciones. Hombres y mujeres lejos de casa, que tienen una ocasión excepcional para salir de la rutina, de una forma discreta, sin riesgos. Una canita al aire y adiós, sin compromisos. En la explotación, por tanto, son habituales las relaciones íntimas, no importando para nada el estado civil, cada cual se las arregla como puede.
Yo acepto los cumplidos y las insinuaciones de buen grado. Soy chica de pueblo, no he visto mucho mundo, pero bueno, tampoco soy ñoña, ya tengo mi novio y algo de experiencia. Así que coqueteo con algunos y sobre todo con Manuel que me cae bien. Le sigo la corriente.
Aprovechando sus visitas a la cocina, estando las dos solas, Manolón (así lo llamamos en plan cariñoso por lo grande que es), se permite alguna licencia, como una carantoña, agarrarme por la cintura, incluso una palmada en el trasero.
- Pero que buena que estas, hija….
Yo acepto sus bromas, pero no me planteaba en serio tener una aventura, aunque reconozco que alguna noche que me encontraba excitada me hice un dedo, como dice Lucía, pensando en aquel gigante.
Fueron pasando los días, que a pesar del mucho trabajo acabaron siendo muy entretenidos para mí. Me lo pasaba bien en aquel ambiente. Y ya a punto de regresar, la penúltima noche, sucedió lo inesperado.
Por la noche, tras servir la cena, Lucía y yo recogíamos la cocina, se dejaba todo colocado y limpio, nos dábamos una ducha y sobre las once de la noche nos íbamos a dormir. Ella dos o tres veces por semana se ausentaba a esa hora de forma discreta para pasar un buen ratito con su amigo Jean, que le daba un repaso y la quedaba como nueva.
Pues aquella noche, habíamos terminado con nuestro trabajo, yo me había quitado el uniforme de trabajo, me había dado la correspondiente ducha y me quedé vestida con la ropa interior y una camiseta larga a medio muslo. Lucía se había puesto ropa para salir con el fin de pasar un rato con Jean.
- Marta, que me voy un ratito donde tú sabes… Ahora ha quedado en venir Manuel, que necesita alguna cosa, dásela y te acuestas.
Lucía estaba saliendo cuando oí en la entrada la voz de Manuel.
- Pasa Manuel -escuché decir a Lucía-. Ahí en el almacén está Marta, que te dará lo que necesites, yo voy a salir.
Entró Manolón donde me encontraba, con la excusa de que tenía un trabajador algo indispuesto que no había podido venir al comedor. Necesita alguna cosa, algún flan, yogurt, fruta, para llevarle.
- Vale, Manuel, ven que busquemos alguna cosa.
Comencé a buscar por las estanterías. El hombretón me seguía. Yo con esa cierta inocencia que siempre he mantenido, no imaginaba nada que pudiera ocurrir. Por eso fue una tremenda sorpresa que me abrazara por atrás y comenzara a decirme cosas. Me daba besos en el cuello y me olía el pelo diciéndome que le gustaba mi perfume. El hombre también olía a limpio, seguro que se había cuidado de venir bien aseado para la ocasión. Porque la ocasión, aunque en aquel momento yo no la captara, era clara: venía a follarme, y según ya me enteraría después, todo bien preparado de acuerdo con la zorrona de Lucía.
Yo intentaba zafarme de aquellos enormes brazos. Daba yo manotazos hacia atrás intentando apartarlo y protestaba diciendo que aquello no estaba bien. El hombrachón me seguía teniendo bien sujeta, imposible escapar.
Me tenía rodeada con sus brazos, desde atrás, apretándome fuerte contra él, casi me tenía en volandas. Noté perfectamente la dureza de su miembro contra mi cuerpo y me asusté un poco.
- ¡¡ Joderrrrrr..…. como viene este tío, totalmente empalmado…De aquí no salgo hoy viva…¡¡
Manolón estaba como un macho cabrío fuera de sí. Notaba su fuerte respiración, su hablar entrecortado, aunque hablar, la verdad no lo hacía mucho. El deseo parecía salirle por todos sus poros. Yo para era él debía ser un manjar exquisito.
El hombre se impacientaba, no podía esperar más. Sujetándome con su fuerte brazo por mi estómago, me agarró con la otra mano por la nuca, empujándome hacía abajo y obligándome a doblarme. Sujeta de esta forma me arrastró hasta unas cajas cercanas que estaban en el suelo llenas de mercancías, de un metro aproximadamente de alto. Con toda su fuerza me inclinó sobre ellas, quedándome así apoyada con la cabeza baja y el culo expuesto. Seguía yo intentando escabullirme, aunque cada vez más convencida de que sería imposible. Me hacía daño con su manaza en mi nuca, presionando tan fuerte hacia abajo, así que protesté de nuevo:
- ¡ No seas bruto, joder, me haces daño….¡. Despaciooo… despaciooo….¡
Se me escapó la frase sin darme cuenta, pero ya era tarde para arrepentirme. El subsconciente me traicionó, lo que probaba que en el fondo la mujer que había en mí no era de piedra. Ciertamente si una mujer le dice a un hombre que vaya despacio… es una clara invitación, es decir, le está diciendo: continúa, pero con cuidado…
Ceo que Manolón lo entendió muy bien. De inmediato me subió la camiseta hasta el cuello y me bajó las bragas a media pierna. Recorrió con sus manos mi piel suave; yo sentía sobre mí aquellas manazas como palas, algo ásperas, pero que sin embargo me transmitían una sensación agradable. No me desabrochó el sujetador, sino que metiendo sus manos por debajo de mí, tiró de las copas hacia atrás sacando los pechos fuera de la prenda. Tengo buenas tetas, grandecitas, pero aquellas manos las abarcaban en su totalidad. Las manoseó con entusiasmo mientras me colgaban libres.
Noté que el hombre manipulaba en su pantalón, para desabrocharlo. Y al momento sentí algo entre mis nalgas: la punta del duro miembro. Y ya se sabe que si el nabo duro de un hombre hurga entre las nalgas de una mujer es claro lo que quiere: entrar en ella. Y Manuel lo hizo y pronto. Encontró mi orificio, venció sin mucha resistencia el esfínter vaginal y de una vez, sin brusquedad, pero sin detenerse, me fue metiendo toda su estaca hasta el fondo. Noté como hacía todo el recorrido completo, desde la entrada al final, rozando cada milímetro de mi interior, separando mis paredes vaginales para abrirse paso. Cuando lo tuvo toda dentro separó con una manó una de mis nalgas para abrirme del todo, con la otra me agarró de un hombro y tiró hacia atrás con fuerza, al tiempo que empujaba con sus caderas hacia adelante. Me la encajó del todo. Y se quedó allí quieto un rato. Su polla era como una sonda que quisiera captar las sensaciones de lo más profundo de mí. Noté su peludo pubis apretado contra mi zona anal. Tuve algo de miedo, al pensar que en aquella posición se le ocurriese darme un puntazo por el agujero de atrás. Pero afortunadamente no sucedió. Por ahí era todavía virgen.
Permaneció así un buen rato. Luego comenzó a bombear, sin prisas.
Yo estaba en una situación intermedia. No me molestaba la penetración que me estaban efectuando, ya he dicho que Manolón me gustaba y que incluso había sido objeto de mis fantasías. No había un rechazom pero tampoco un entusiasmo lo suficiente como para imaginar que me iba a correr. El acto no estaba preparado por mi parte y me había cogido de improviso. Mi postura era un poco la típica de la esposa aburrida, la que se abre, deja que el marido la monte, no le disgusta, pero tampoco se corre. Espera a que él acabe y punto. Y eso pensaba yo. Me decía que Manuel se entretendría un ratito, se pondría super cachondo mientras me follaba, que se pegaría la corrida y todo terminado.
En estos pensamientos, con la cabeza de lado sobre el cartón de la caja, fue cuando me fijé en la vitrina.
Era una vitrina refrigeradora de alimentos, grande, tipo armario, con dos puertas de cristal. Estaba a unos tres metros de nosotros, en un lateral. Las puertas eran como un espejo y allí se reflejaban nuestros cuerpos. Quedé un poco impactada con la escena, me sorprendió mucho. La imagen era tremenda, yo allí agachada, la camiseta muy arremangada, los pechos colgando. La espalda algo arqueada, hacía sobresalir aún más mis caderas y mi culo respingón. Mis curvas me parecieron muy bellas, me sentí realmente hermosa. Era como una de las películas porno que veía con mi novio alguna vez para animarnos, pero en este caso era yo la protagonista.
Me sorprendió aún más la imagen del hombre. Tan grande, allí detrás de mí, agarrándome por la cintura para sujetarme, mientras entraba y salía de mi cuerpo con su miembro tan rígido. Al ser tan alto tenía las piernas algo flexionadas para quedar a mi altura. La cabeza levantada, como mirando al techo, concentrado en el placer que recibía, que según la expresión de su rostro debía ser muy grande. Me disfrutaba como hombre total y yo me sentía afortunada.
Me sentí muy halagada, muy mujer. Me dije que yo estaba haciendo feliz a aquella persona, tan sencilla, tan noble, como si yo fuese un poco la reina del cuento a la que tiene la suerte de disfrutar el humilde lacayo.
Y mi cuerpo se despertó de pronto, pasando de esa cierta indiferencia a una excitación terrible. Mi lubricación que hasta entonces era solo la suficiente para facilitar el acto, se multiplicó de golpe, empezando a manar fluidos como nunca me acordaba que hubiese sucedido. Los sentí perfectamente correr por todo mi sexo y mojar mi vientre, hasta caer incluso al suelo. La polla de Manuel comenzó a chapotear en aquella fuente. Aumentó sus ataques y lo oí gruñir como un perrito, empujando como un poseso, haciéndome golpear contra la caja.
Mis músculos se comenzaron a contraer, sobre todo los del coño, ya abierto hasta el límite. Tensé las piernas, me agarré con fuerza a la caja y gemí desesperada. Me vino un orgasmo brutal; en aquella postura, con el miembro totalmente encajado, fue algo muy distinto a lo que hasta entonces estaba acostumbrada con mi novio. Nada que ver. El pobre Alberto (mi novio), había bajado en un momento muchos puntos como amante.
Cuando terminé me quede inmóvil, como mareada. Manolón comprendió que me había corrido y se retiró dejándome por fin incorporarme. Intenté arreglarme un poco el pelo y la ropa y siguiendo un instinto curioso que tenemos todas las mujeres cuando nos follan, eché de reojo un vistazo a su miembro. Estaba totalmente levantado, como el mástil de una bandera, duro como piedra y noté con ese vistazo que no tenía en la punta las típicas gotas de semen tras haber eyaculado, a pesar de su excitación había sabido controlarse.
- Joder….¡. No se ha corrido este tío… ¿y ahora qué, querrá quizás que se la chupe…?.
No me dio tiempo a pensar en más. Me vi de momento levantada por los aires, en brazos de aquel hércules. Me cogió en volandas y recorrió conmigo en sus brazos los quince o veinte metros hasta mi dormitorio. Me dejé llevar y no pude evitar una sonrisa al verme, allí en brazos del hombretón, recién follada, la camiseta levantada, las bragas a medio muslo. Vaya escena, si me vieran mi novio o mis papás, me dije.
Me depositó sobre la cama y me despojó de la ropa salvo el sujetador, que siguió puesto pero con las tetas fuera; seguro que le gustaba la prenda, era blanca y de media copa, me hacía más erótica. El se desnudó al completo y entonces pude comprobar la tremenda envergadura del hombre. Debía medir más o menos 1,90 y pesar unos 95 kilos.
Me asusté algo pensando que me abriría de piernas y se tiraría encima de mí, dejándome asfixiada. Pero no. Se tumbó a mi lado boca arriba, me agarro por los hombros y me colocó encima de él a horcajadas.
Así que ahora estaba sentada y abierta sobre Manolón. Y de inmediato con su verga otra vez hasta el fondo. Pero ahora mandaba yo en el acto.
Me propuse disfrutar a tope del momento y que también el hombre no olvidase nunca el encuentro. Un poco como gata en celo, subí y bajé, entrando y sacándome aquella estaca. Manuel estaba como en otro mundo, como si no se lo creyese. Se dejaba hacer y su expresión era de un goce infinito. Yo me dejaba caer con todo mi peso, logrando así una penetración profunda, no me explico como no me perforé el fondo del coño.
Recurrí a un juego que a Alberto le gustaba también mucho. En aquella postura, de vez en cuando me la sacaba para relajar mi sexo y sin metérmela, me sentaba sobre el miembro, encajándolo entero en mi raja húmeda. Luego iniciaba un lento movimiento adelante y atrás, frotándome bien sobre el nabo rígido.
Noté que Manuel se podía correr en cualquier momento. Así que de vez en cuando me detenía para enfriarlo. Él, como decía antes, estaba como en una nube. El rostro desencajado de deseo y placer, sin decir nada. Con sus manazas me recorría la espalda, las nalgas y los senos. Era su noche y yo estaba dispuesta a darle todo de mí.
La sesión duró mucho, no recuerdo cuánto, perdí la noción del tiempo. No cambiamos para nada de postura, estábamos a gusto los dos y otra diferente, con su peso, hubiese sido complicada.
Al final ya no aguantamos más. Me di vuenta que aúnque no quisiese la llegada del segundo orgasmo, venía de camino de forma inevitabley decidí no retrasarlo más. Se lo dije…
- Manolito… me voy a correr….¿no te importa, cielo?. Estoy ya agotada…
- Claro, claro…hazlo….yo también terminaré contigo.
Dicho y hecho. Comencé a rozarme con más entusiasmo en esa postura de antes, sin la penetración. Nuevas contracciones, nuevos suspiros, sudando. Manuel me agarró fuerte los pechos mientras me venía la corrida. Era delicioso. Eché la cabeza hacia atrás, abriendo la boca como si me faltase el aire. Apreté fuerte los muslos sobre su corpachón y comencé a orgasmar. Un orgasmo lento, largo, que iba creciendo de menos a más hasta volverme como idiota.
Y entonces sentí también su corrida. En esa posición de nuestros genitales, con su miembro encajado a lo largo en mi abertura, la cabeza del pollón quedaba en mi clítoris. Y allí sentí el tremendo chorro de esperma, caliente, espeso y muy abundante. Fue una sensación tan fuerte, que mi orgasmo, que se estaba terminando, lo encadené con un segundo que me vino de improviso. No lo esperaba y me volví como loca… Comencé a dar fuertes palmadas en los hombros y el pecho de Manuel, y a decirle burradas.
- Cabrónnnnn, cabronazo…. ¡me vas a matar de gusto, joder, que ricoooooo…¡
Al final pude terminar, exhausta. Me incorporé un poco sobre él y entonces se desprendieron de mi coño gruesas gotas de semen, mezcladas con mi flujo, que cayeron sobre su vientre. No puede evitar una exclamación:
- Ohhhhhhh…¡¡. Pero que huevos tienes macho.. Me has echado un litro….¡¡
Él por primera vez se rió de mi ocurrencia. .
Me dejé caer un rato totalmente encima del hombre, que pacientemente esperó a que me recuperara del trance. Luego me acomodé en la cama a un lado suyo. Me rodeó los hombros con un brazo, apoyé la cabeza en su pecho y me relajé. Le dije que me contara algo de él.
Manolón me fue hablando, con su timidez, de su vida. Su infancia pobre, llena de sacrificios. Su mujer y sus dos hijos adolescentes, a los que con gran trabajo les está dando estudios, quiere que superen a su padre, que tengan otro tipo de vida.
Con aquel susurro de la voz del hombre como fondo me quedé profundamente dormida. Me despertó ya Lucía, con las primeras luces del alba. Manuel se había marchado de madrugada, sin que yo me enterase.
- Martaaaaaa…. Cariño…¿qué te ha pasado, hoy?....jajajajaaj……Te has quedado dormida.
Bien sabía ella lo que me había pasado. Yo estaba totalmente desnuda sobre la cama, agotada.
Me dio una fuerte palmada en el trasero para ayudar a despertarme. Me senté en la cama un momento para irme desperezando. Ella se sentó a mi lado.
- Caray, Martita. No te había visto nunca desnuda, estás buenísima. Vaya suerte que ha tenido el Manolón….uffffff.
Me agarró también un pecho para comprobar su firmeza.
- Que envidia de tetas, hija mía…
- Oye, Lucía… No serás bisexual, no me jodas….
- Jajajaajajaa, no, no, tranquila. Pero hay que saber apreciar las cosas y tú eres una gran mujer, me alegro por mi primo, al que quiero mucho.
- Dime, Lucía… ¿tú has preparado todo esto, dime la verdad?.
- Sí, cariño. Lo he preparado. Manuel no se decidía, es tímido. Y te quiere mucho, creo que se ha enamorado de ti. Tengo mucho que agradecerle, ha sido muy bueno conmigo y mi familia. Quería hacerle este regalo. Por eso preparé su visita y me fui. Le animé mucho, que no tuviese miedo, que insistiese contigo, que aunque te resistieras algo era cuestión de tabú, que en el fondo a ti también te gustaba él y también necesitabas una aventurita que poner en tu vida…
- Mira que eres puta, Lucía…Menuda Celestina estás hecha….ajajajaa.
- Dime Marta…¿ha salido bien?.
- Ha sido delicioso, no lo olvidaré nunca… Gracias….
- De nada, cariño.. ha sido un placer…y ahora arriba, tenemos que trabajar.
Era el último día… Servimos una comida más rápida y sencilla que las demás jornadas. Los trabajadores se dedicaron a recoger los utensilios y a colocar los almacenes. Por la noche ya como despedida a cargo de la empresa, una gran cena con orquesta, hasta el amanecer. Ni que decir tiene que el buen vino estaba en todas partes. Todos bien alegres. Las maletas estaban ya hechas. Nada más terminar la fiesta, los autobuses nos esperaban para volver a nuestros lugares de origen.
Montamos con la primera luces del día. El viaje pasaba por Zaragoza, luego parte de Castilla, Extremadura, donde los iría a recoger un hijo de Lucía desde Castelo Blanco, y por fin, Andalucía. Los pasajeros iban bajando según su residencia. En Zaragoza paramos a comer algo. Nos sentamos a comer juntos los tres. En un momento en que Lucía se fue al baño, Manuel me agarró la mano y venciendo su timidez me dijo:
- Gracias por todo, Marta. No te olvidaré nunca…
- Yo tampoco, Manuel, yo tampoco.
Los otros compañeros en las mesas cercanas nos miraban cotilleando. No me importó, estaba segura que nunca los vería más y así fue.
Yo me despedí de ellos en una capital de Castilla, donde me buscaba mi novio. Recogí mi maleta y antes de salir del andén de la estación volví los ojos al autocar. Por la ventanilla, Manuel, me tiró un beso con la mano. Yo le devolví una sonrisa sabiendo que era el final.
No volví a la vendimia, ya que encontré trabajo en España. Sigo con Alberto. Mantengo algún contacto por teléfono con Lucía, que siempre me envía recuerdos de Manuel y yo se los devuelvo.
Fue mi noche, mi gran noche. Mi aventura. Todos deberíamos tener una, que sirviera de dulce recuerdo para nuestras fantasías. Por favor, no se lo digáis a mi novio, pero cuántas veces, mientras me folla, me imagino que estoy agachada y apoyada sobre aquella caja en el almacén, y a Manolón penetrándome. Así consigo orgasmos fuertísimos.