El veinte de febrero

Todavía no estoy segura del porque lo hice, pero es una de esas decisiones de las que estoy segura de que jamás me arrepentiré de haber tomado. En los últimos días me había sentido como con mucho “calor”, llena de júbilo cuando algo me excitaba y cierto mareo al pensar en el sexo. Supongo que a muchos les pasará y comprenderán de que hablo.

Todavía no estoy segura del porque lo hice, pero es una de esas decisiones de las que estoy segura de que jamás me arrepentiré de haber tomado. En los últimos días me había sentido como con mucho "calor", llena de júbilo cuando algo me excitaba y cierto mareo al pensar en el sexo. Supongo que a muchos les pasará y comprenderán de que hablo.

Y luego nos fuimos a bailar, bebimos y al calor del baile me besó y toco tantas partes de mi cuerpo que no podría esperar otra cosa sino lo que pasó. Cuando me fue a dejar me fajó bien rico en su coche. Me besó, acarició mis piernas, mis pechos y metió una mano bajo mi falda... Nos contuvimos de subir a mi recámara y se fue dejándome soñar con su aliento e imaginando nuestros cuerpos sudando.

Era cuestión de tiempo para que nos entregáramos a las delicias que nuestros besos prometían y por eso, cuando el lunes fuimos a cenar, comimos entre insinuaciones y mordidas lascivas a la fruta cortada en esferas; nos besábamos despacio y casi podía sentir otra vez sus manos recorriendo la piel desnuda de mi pierna, pero ahora llevaba pantalón y no podía ser.

Salimos abrazados y mareados por nuestros propios licores intercambiados en cada beso; envueltos en el sopor que resulta de la falta de aire y el incremento en la frecuencia cardiaca.

Cuando estuvimos en el auto y me preguntó a dónde iríamos, la lujuria pudo más que todo y lo volví a besar; esta vez casi subiéndome sobre él y le susurré un "a donde tu quieras" y todavía estuvimos unos minutos más besándonos; como si no pudiéramos despegar nuestras bocas por la misma presión que imponíamos a cada ósculo.

Pasamos a comprar unas cervezas y nos llenamos de mimos mientras él elegía el lugar más apropiado. Cuando lo encontró un chico nos guió a la habitación y bajamos tomados de la mano, un poco apenados por la presencia del chico que se apresuró a bajar la cortina y nos dejó solos.

El lugar era común: una amplia cama, iluminación difusa, ducha con puertas transparentes, espejos en las paredes y techo, un televisor que seguramente tendría un canal porno, dos botellas de agua, un condón y toallas blancas con logotipos.

Se colocó detrás de mi y metió la mano bajo mi blusa buscando mi pezón mientras cerraba mis ojos y me aferraba a su mano libre suspirando, disfrutando el momento.

-¿Estas segura? –Preguntó y asentí con la cabeza.

Avanzamos hacia la cama y me senté ahorcajas sobre él; nos besamos mientras desabotonaba mi blusa y en unos instantes estaba besando mis pechos, acariciando mi espalda baja. Tenía mucho tiempo que no sentía unos labios sobre mis nenas y estaba al borde del delirio –he de comentar que son mi área más vulnerable-. Las llenó de mimos al tiempo que yo acariciaba su cabello con los ojos cerrados.

Por vez primera no tuve control sobre mi placer; no pude abalanzarme como desesperada sobre el primer orgasmo y me envolvió una sensación extraña, desesperante, casi demencial de dependencia.

Cuando me hinqué para adorar al dios Fellatio me quedé absorta unos segundos admirando aquel ejemplar. Me pareció en extremo hermoso: un glande rojizo, con forma de esfera; su orificio grande, en proporción a la anchura del miembro. Sus testículos colgaban llenos de vitalidad y enmarcaban perfectamente aquel cuadro. El cuadro del dueño de mi futuro más inmediato.

Quizá por la emoción que me embargaba puse el máximo empeño en dicha tarea y mi lengua disfrutaba tanto como la vara que en unos minutos me poseería. Lo cubrí de besos, chupé y lamí con tanta devoción que pareciera que la vida se me fuera por la saliva.

Me tiró sobre la cama y ahora era su lengua la que buscaba mi placer. Pero mi mente seguía en un universo paralelo auspiciado por la imagen que veía en el espejo del techo. Venían a mi mente recuerdos de películas pornográficas y me sentía tan hembra, tan adorada, tan sublime.

Su boca fue subiendo hasta que encontró la mía y nuestros sexos se emparejaron. El momento llegó y luego de poner lubricante se hundió en mí despacio, preguntando sobre mi sensación a cada centímetro que avanzaba. Yo no podía articular palabra y me limitaba a besarlo, asentir con la cabeza y empujar mis caderas hacia él.

Algún suspiro supongo que escapaba mientras él se movía sobre mi aunque yo me sentía perdida, como si su miembro fuera un desconocido incontrolable e ineficaz que solo busca su propio placer. Por momentos, mi mirada se perdía en el reflejo del tocador y los cuerpos que ahí veía me parecían una ensoñación, un pedacito de cielo. El oasis que había buscado.

Sus nalgas apretadas y su cuerpo sobre el mío apenas me dejaban ver mi cabellera y mis piernas, que abiertas gozaban de sus caricias y en ocasiones servían para atraerlo hacia mí.

Supongo que por el misticismo que me envolvía estuve un poco ausente, determinada a recordar aquellos momentos; grabando las emociones a fuego en mi alma, para que no se me olvidara un solo detalle.

Me puso en cuatro y cerré los ojos dejándolo guiar nuestro camino a la dicha. Ahora sus embestidas eran un poco mas fuertes y entraba y salía con mas facilidad de mi cuerpo.

¿El orgasmo?, mucho me temo que no se consumó por mi parte pero el haber sentido sus manos en mis caderas atrayéndome; sus vellos pubicos rozando los míos y su descarga sobre mi espalda valieron la pena.

Por eso lo repetimos al siguiente día...

Nidia Berenice nidia.berenice@gmail.com