El Vecino Ruidoso Cap. IV (parte II)

Alejandro tiene un encuentro muy excitante con un nuevo amigo, Khalid un nigeriano que ayuda a las señoras con las bolsas de la compra. Un nuevo encuentro con su vecino Jaime hace que su vida vuelva a dar un vuelco.

Os dejo la seguna parte del capítulo IV de mi primera novela. Si deseáis leerla completa y colaborar en que esta aventura no se quede aquí, os invitó a leerla a través de “Kindle unlimited” o conseguirla en Amazon.

El libro está publicado a con este mismo título, por lo que es facil de localizar. Si tenéis algún problema, duda o comentario podéis poneros en contacto conmigo en el correo: cachopowriter@gmail.com

Gracias a todos por los comentarios y los mails... y disfrutarlo.

Cap. IV (parte II)

ALEJANDRO

Los siguientes días fueron similares. La rutina era clara: llegar del trabajo, desnudarme y encender el ordenador. Me alimentaba prácticamente de lefa, el salón olía a sexo y orina. Algunos de los que venía a follarme se quejaban del olor, pero solo un par de ellos llegaron a irse. El sábado por la mañana, con la lefa chorreando por mis piernas fui a la nevera. Estaba totalmente vacía. Un capullo había escrito con rotulador “Compra cerveza, puta”. Tenía razón, necesitaba birra para mis machos preñadores.

Fui al supermercado, y vi al negro que estaba en el kebab la noche que me atacaron y usaron aquellos dos niñatos. Pasé a su lado mirando hacia otro lado mientras me abría la puerta y me saludaba. Yo, ni caso. Al salir me di cuenta enseguida de que me había pasado comprando birras, a los veinte metros tuve que parar para repartir el peso y recuperar la circulación de los dedos de las manos. Con que coño hacían las putas bolsas de plástico, ¿con el alambre de las concertinas?

Deja que te ayude. – El negro se había acercado y se disponía a coger parte de las bolsas.

No tengo dinero para darte. – Dije en un tono muy borde.

No hace falta, ahora no haber casi gente, puedo ayudar sin pagar. – Dijo sin perder su sonrisa. Teniéndolo tan cerca parecía un gigante y yo a su lado un niño.

No es necesario, de verdad. – Aunque claramente necesitaba ayuda.

El me ignoró y se puso a caminar hacía mi portal. No hablamos. Él llevaba lo más pesado, aunque en sus enormes y callosas manos parecía muy ligero. Se paró junto al portal y esperó a que abriese. El portero lo saludo amigablemente, mucho más que a mí, dedicándome una mirada entre el asco y el desprecio. Teniendo en cuenta que llevaba toda la semana entrando tíos de lo más variopinto a mi casa, no me extrañaba. Es la putada de las urbanizaciones, que no tienes intimidad.

Muchas gracias. Ya puedo yo solo. – Le dije en la portería.

Te lo llevo hasta casa, no problema para mí.

Ya, pero no quiero que me lo lleves a casa. – La sonrisa de aquel hombre enorme, que parecía tener buen corazón, se esfumó y me miró con tristeza. Podría decirse que con decepción. – Es que la casa está echa un asco, y no quiero que la vea nadie. – Dije justificando mi respuesta.

Ok, no preocupar. Te entiendo. Por cierto, Jasim me dio esto para ti, el otro día no esperar por la vuelta. – Me dio el dinero que había sobrado de mi agitada cena en el kebak. Y la sensación de culpa por como lo había tratado creció exponencialmente.

Perdona, … - Le grité cuando ya salía del portal, ofreciéndole cinco euros del dinero que me acababa de dar.

Khalid, me llamo Khalid. – Me dijo sonriendo de nuevo. – No es necesario.

Pues déjame invitarte a cenar. – Mi propuesta le sorprendió tanto a mí como a él. Y tardó un rato en contestar.

Ok, ¿a qué hora vengo a tu casa? – Yo la verdad es que pensaba invitarle a un kebab, pero no supe decir que no.

A las diez… tengo que limpiar la casa. – Él sonrió y se fue.

Cogí las bolsas mientras veía al portero farfullar, seguro que nada bueno. Cuando pasé a su lado, solté un buen lapo en el pulido suelo bien cerca de sus pies y lo miré con desprecio. Este capullo había pasado a ser mi enemigo.

Khalid llegó puntual, por lo que me pilló con la cena a medio hacer y las ventanas abiertas de par en par para ventilar el olor a sexo y meos. Aunque era literalmente imposible después de la paliza que me había dado limpiando, yo seguía notándolo.

Khalid resultó ser un Sol de tío y me ayudó a terminar la cena mientras tomábamos unas cervezas. Bueno, él se había traído sus cervezas 0,0% ya que es musulmán. Resultó ser una persona muy interesante con una vida muy dura. Su familia había sido asesinada en una de las múltiples guerras que sufría su país, aunque no quiso contarme mucho más de su infancia. Era de Nigeria, pero se había ido del país con quince años. Tras un par de años viviendo en Nador, consiguió saltar la valla de Melilla y acabó en Madrid. No le pregunte, pero supuse que las cicatrices de sus manos eran debidas a aquel peligroso episodio. Me sorprendió saber que solo tenía veintidós años. Supongo que una vida tan dura te hace madurar mucho antes y también deja huellas en el físico. Hablaba un español muy aceptable, solo le patinaban los tiempos verbales, y a parte hablaba inglés, francés y árabe. Siempre envidié a la gente que tiene como afición estudiar idiomas. Me parecía imposible que, un hombre con mayúsculas como él estuviese desperdiciado llevando bolsas de la compra.

Tras la agradable cena continuamos la sobremesa en el salón hablando amigablemente. La verdad es que me sentía muy cómodo con él, sobre todo porque se interesaba por mi casi más que yo por su vida. Me halagaba la atención que me prestaba y su sonrisa era perenne en su rostro.

¿Y tú vives cerca de aquí?

Sí, tengo un piso alquilado a diez minutos de aquí. Vivo con varios emigrantes como yo. Pero solo ser cinco, no vivimos muchos como otros amigos. Yo tengo mi habitación con baño. – Dijo con orgullo.

No sabía que el negocio de ayudar a las señoras con las bolsas fuera tan lucrativo. – Le dije sorprendido.

Hago otras ayudas mejor pagadas. – Dijo riéndose y agarrándose el paquete.

Yo lo miré ojiplático. La verdad es que había venido bien vestido, no como suele estar normalmente en su “trabajo”. Se notaba que tenía más dinero del que quería aparentar. Pero me molesto mucho su insinuación. ¿Se pensaba que yo era un putero? En mi vida había pagado por follar.

Creo que te has equivocado conmigo. No soy de esos. – El me miró extrañado.

Yo ver muchos hombres venir aquí, hombres feos y gordos, y salir sonriendo. Soy muy observador, no creo que me equivocado. – Me dijo más serio.

Entran los hombres que a mí me da la gana, pero no pienso pagar por follar por muy bueno que estés. – Dije muy serio levantándome como clara invitación a que se fuera. Él también se levantó acercándose tanto a mí que me empequeñeció y me seguridad se esfumó.

No tener miedo, yo no querer dinero. Tú invitarme a cena y yo traer el postre. – Dijo sacando su enorme polla negra del pantalón.

Su mano me ayudo a arrodillarme delante de aquel monumento. El Karma por fin era bueno conmigo. No tuve que pensar mucho antes de engullir su polla hasta la base. Dentro de la boca noté como crecía más y se endurecía hasta clavarse en mi garganta. El gemido del subsahariano no se hizo esperar.

Lo siguiente que sentí fue un líquido caliente inundándome la garganta. Al no esperarlo me atraganté, y el cortó su meada, dejándome tosiendo y con su pollón apuntando a mi cara. Cuando me calme, volvió a acomodar su rosado capullo en mis labios. Su polla era impresionante, enorme y muy oscura excepto el capullo; circuncidada y muy recta, sin venas prominentes. Era tan grande como la de mi vecino, pero no tan dura. Él me sonreía, meciendo sus caderas restregándomela por los labios. Era un puto dios de ébano, con la piel tan oscura, que parecía que sus dientes brillasen. Abrí la boca y engullí aquel rabazo. Khalid empezó a mear lentamente, no había ido al baño en toda la noche y ya sabía por qué.

Así puta, ¿gusta verdad? – Yo solo asentí sin apartar la mirada de su precioso y varonil rostro. – Yo oler en el kebak tu ropa, vi baño y vi tu polla dura en los pantalones. Soy muy observador, sé que tu ser una puta muy sucia.

Todo lo decía acariciándome la cara, no como los bestias de los niñatos. Me trataba con cariño, pero nunca se me hubiese ocurrido desobedecer. No suelo tragar meos a las primeras de cambio, tengo que estar muy cachondo y que un cabronazo me obligue. Con Khalid lo tragué todo sin rechistar y os aseguro que fue la meada más larga que he visto en mi vida. Tras limpiarle las últimas gotas, me cogió y me morreo con sus gruesos labios. ¡Dios que labios! No volvimos a hablar en las siguientes dos horas. Me folló muy duro, contra la pared, a cuatro patas, bote en su polla mientras descansaba en el sofá. Gemí como una zorra sin control, hacía mucho que no sentía tanto gusto con nadie. Mis gemidos solo eran silenciados por sus intensos morreos tan húmedos que podía tragar su saliva, y cuando aquel miembro atravesaba mi garganta como si hubiese practicado toda la vida con ella. Lo veía sudar como un animal, pero seguía dándome caña constantemente. Y solo se corrió después de que yo me hubiese corrido tres veces. Se corrió en mi boca, llenándomela de una espesa y sabrosa lefa que compartimos como dos amantes cómplices. Tras descansar un rato abrazados, donde seguíamos sudando como cabrones, me puse a lamerle el pecho.

¿Quieres más? – me dijo levantando el brazo para que lamiese su sobaco lleno de pelo muy rizado.

Tengo sed. – Dije con lujuria.

Tengo reponer líquido si quieres más meos. – Me dijo divertido.

Tranquilo, estoy lleno de meos. Pero quiero lamerte entero. – Khalid era un amante considerado, aunque follase como un león. Y esa mezcla me gustaba.

Me dejó lamerle un rato, su sudor sabía muy fuerte y me encantaba. Lo que más disfruté fue su culo enorme, muy duro, sin bello… Dios, me recordaba a un caballo pura sangre. Se marcaban todas las fibras de sus músculos cuando se tensaba, y así sudado parecía un semental después de ganar una carrera. Cuando se cansó, me cogió como si no pesase y me lanzó al sofá. El pobre debía estar deshidratado. Volvió al rato con un vaso de agua y un empalme impresionante.

¿Te ha excitado mi cocina? – Bromeé.

Yo ver a tu vecino follarse a su mujer. Muy bestia, muy macho… Y ver el primer pollón blanco más grande que el mío. – Dijo agitando su polla.

Me sorprendió lo que me dijo… y me jodió, aunque intenté disimular mi disgusto. Puede sonar absurdo después de follar como un loco en las últimas horas, pero me dolió que Jaime se follase a su mujer. Y esa sensación me frustró mucho. Tomé consciencia de que por más que follase no iba a olvidar a mi vecino. Por suerte, los gritos de cabreo de su mujer me sacaron de mi bucle de pensamientos pesimistas.

¿Te han visto? – Pregunté curioso.

Sí. – Dijo empezando a reírse. – No sé porque ella pagarme si tiene ese pollón en casa.

¿Que esa arpía te ha pagado por follarla? - Dije todo sorprendido.

Un par de veces, antes de tener bebe. Le gusta sexo muy duro. Yo tengo mucho negocio en esta urbanización. Pero tú gratis.

Mi cara de sorpresa le hizo mucha gracia al negraco, que encima tenía una risa muy contagiosa. No le pegaba a un tío de casi dos metros, parecía la de un niño pequeño. Encima me halagó en demasía que a mí me hubiese follado por gusto, y no por dinero.

Esa noche follamos hasta que mi culo aguantó. No fue mucho más. No me hubiese importado que me violase a la fuerza, pero en cuanto Khalid vio que me dolía mucho no quiso seguir. Nos dormimos en el salón. A él le salían los pies del sofá, pero enseguida empezó a roncar.

Me desperté en la cama solo. Me decepcionó un poco que no se hubiese quedado toda la noche. O al menos que se hubiese despedido. Me fui directo al trabajo tras una ducha rápida. Llevaba toda la semana llegando tarde y ese día no fue la excepción. Como siempre tenía mucho sueño e incluso agujetas en todo el cuerpo, sobre todo en las mandíbulas, pero iba más sonriente que nunca. La suerte de pasar desapercibido en la vida, es que mis compañeros ni se preocupaban porque llegase tarde casi a diario y con aquella cara de cansancio.

Al volver del trabajo no me pude aguantar y fui a invitar a Khalid a “cenar” otra vez. Aprovecharía a comprar un pescado en el supermercado y le invitaría a venir cuando cerrase. En mi cabeza aquella velada perfecta estaba planeada desde hacía horas. Pero me dijo que no. Lo cual sorprendió, pero lo peor fueron las formas. Había sido tan cariñoso conmigo, me había follado tan bien, que su respuesta de “no soy maricón” me cabreo muchísimo. Además de ser ofensivo, nadie besa así si no le gustan los hombres. El me intentó convencer, me explicó que le gustaba follar con hombres, pero solo de vez en cuando. Se justificaba por los dos años que había estado en Marruecos en los que pasó mucha hambre en todos los sentidos, y probó el sexo con hombres. Y como todos sabemos eso no se olvida. Yo repliqué que me había besado con pasión, eso no lo hace un hetero. Pero él me dijo que no, que Alah no lo veía bien. Que una cosa es jugar de vez en cuando, y otra es dos días seguidos. Un absurdo razonamiento, como si su Dios llevase la cuenta de sus polvos. Se cerró en banda, incluso se molestó por estar discutiendo tanto tiempo en la puerta del supermercado.

No me lo podía creer. Era la excusa que me faltaba para que pasasen de mí. Ahora era el mismísimo Alah quien venía a joderme y humillarme. Otro tío al que incluir en mi lista de cabronazos. Y podéis imaginar cómo intenté quitarme el cabreo… con más pollas. Denigrándome follando con cualquiera. Dejándome usar, mear y maltratar por cualquier viejo, gordo o niñato. Si todo el mundo pensaba que era una escoria, que no merecía más que desprecio, no iba a quitarles la razón. Y lo que es más importante, iba a disfrutarlo.

Era tal mi sensación de vacío que al día siguiente fui a buscar al viejo conserje que me follaba en el instituto. Creo que aquel momento de locura transitoria era una forma de volver a los orígenes. Volver a sentir el instante en que descubrí que era un mero objeto. Por desgracia, abrió la puerta un hombre mucho más joven. Un tío bastante grimoso, de esos calvos que no lo han admitido y se peinaban hacia delante, con barriga cervecera. Llevaba una camiseta interior llena de lamparones y un pantalón de chándal tan desgastado como aquel cuarentón al que vestían. Pero lo que más asco me dio fueron sus dientes. Unos dientes tan amarillentos que parecía que se romperían en cualquier momento.

¿Qué quieres? El colegio está cerrado. – dijo mientras se abrochaba los pantalones. Fue escuchar su voz, y viajé diecisiete años atrás.

¿Isaac?

¿Quién coño eres tú? – Dijo con desprecio.

Alejandro…

¿Qué Alejandro? – Aquel tío asqueroso, que hace años había sido el guaperas del colegio, me miraba intentando recordar. – Hostias, mi putita del insti. – Dijo sonriendo.

Me tengo que ir… - Dije avergonzado.

¡Espera! – Dijo evitando que me fuese agarrándome del brazo. - Qué pena que hallas crecido, si hasta te tienes que afeitar. – Me dijo cogiéndome la barbilla con su asquerosa mano, que olía a rabo. – ¿Venías a ver al viejo? Ha muerto hace años. Ya tendrás que estar desesperado para buscar a ese asco de tío.

Una voz de niño que salía del interior de su apartamento interrumpió sus carcajadas, y me echó de allí visiblemente nervioso. ¡Puto cerdo! No se daba cuenta de que él se había convertido en aquel viejo pederasta, al que ahora tanto despreciaba. Mi cabreo fue tal que cogí la primera piedra que vi y la lancé contra la ventana, rompiendo el cristal biselado de la puerta. Cuando vi que la puerta se abría, empecé a correr como un loco escuchando los gritos de Isaac insultándome. Me sentí vivo de nuevo, como si volviese a tener quince años.

Yo seguí con aquella vida, que mis psicólogos catalogarían como autodestructiva, durante un tiempo. Me tomaba algún día de descanso, pero pocos. Y gracias a que teníamos horarios distintos no coincidía con Jaime, y era raro el día que lo espiaba mientras leía o cenaba en la cocina. Pero estaba claro que algún día tenía que pasar. Solo fueron unos segundos, los pocos que tarda una puerta del ascensor en cerrase. Un segundo más rápido y aquella mano no hubiese evitado que la puerta se cerrase.

Al verme su cara fue de incomodidad total. Seguro que se arrepentía de no haber subido andando como solía hacer, o haber dejado que la puerta se cerrase del todo. Venía de hacer ejercicio, todo sudado. El cabrón estaba tan guapo que casi se me olvida que debía odiarlo, aunque me fuera casi imposible. Entró en el ascensor mirando al suelo y se puso detrás de mí. Supongo que para no tener que mirarme la cara. El silencio fue muy incómodo y continuó durante el pasillo hasta nuestras puertas. Parecía que alguien había decidido alejarlas aquella tarde… se me hizo eterno el pequeño rellano. Cuando ya teníamos abiertas las puertas, Jaime rompió el silencio con un susurro.

¿Por qué? – Yo me giré, sin entender a qué se refería. – ¿Porque te dejas follar por tíos tan despreciables?

Y ¿qué coño te importa? – Quien se creía ese tío, que me había ignorado después de llevarme al cielo, para juzgar mi vida.

Tú vales mucho más. – Dijo mirando al suelo.

No lo bastante para ti y tu amigo el policía. – Dije entrando en casa.

Cuando me disponía a cerrar le pedí que esperase. Fui rápido a por algo que no quería más tiempo en mi casa. Sabía perfectamente donde estaba, debajo de mi almohada. Cuando llegué a la puerta lo vi nervioso. Putos heteros, nos tratan como putas y luego se ponen nerviosos en cuanto nos ven con pantalones.

Devuélveselos a tu colega. – Dije lanzándole a la cara los gayumbos usados por el policía antes de terminar aquel incómodo encuentro con un portazo.

Cap. V

JAIME

Allí me encontraba, sentado en el sofá a las dos de la mañana. Llevaba puestos aquellos gayumbos blancos que habían pertenecido al policía que me había cambiado la vida. Puede sonar exagerado, pensareis que soy el típico melodramático que hace una enorme bola de un copo de nieve. Pero la realidad es que aquella tarde follando a mi vecino con aquel poli, del cual no sabía ni su nombre, me había cambiado. Y si no era así, que hago aquí sentado sin poder pegar ojo y con unos gayumbos sucios que ni siquiera me pertenecían. Olían realmente mal, a saber que había hecho mi vecino con ellos, porque ni de cerca olían como yo me lo esperaba. Tampoco me había planteado en mi vida como olería el semen después de un mes. Y la realidad es que no tiene un olor agradable. Pero allí estaba yo con ellos puestos, y con el rabo duro por el mero hecho de saber a quién habían pertenecido...

Este es el último capitulo que compartiré en la página. Si te gusta la historia, quieres conocer mejor a los distintos personajes y los giros que darán sus vidas, busca la novela en Amazon o Kindle Unlimited. Te aseguro que no te arrepentiras.

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Os deseo una grata lectura, y recordar que es una novela para leer con una sola mano.