El Vecino Ruidoso Cap. III

Después del polvazo con el vecino en compañía del policía, la vida de Jaime continua... Algo empieza a cambiar en este macho, algo que ni el mismo consigue entender.

Os dejo el tercer capítulo de mi primera novela. Si deseáis conocer su final y colaborar en que esta aventura no se quede aquí, os invitó a leerla a través de “Kindle unlimited” o conseguirla en Amazon.

El libro está publicado a con este mismo título, por lo que es facil de localizar. Si tenéis algún problema, duda o comentario podéis poneros en contacto conmigo en el correo: cachopowriter@gmail.com

Gracias a todos por los comentarios y los mails... y disfrutarlo.

Cap. III

JAIME

Me desperté por los lloros del niño.

Mire el reloj y ya eran las ocho de la mañana, s

eguro que tenía hambre. Mi mujer seguía dormida entre mis brazos, era la primera vez en

cinco

meses que yo me despertaba antes que ella

si el niño lloraba. Me levanté con un

empalme mañanero

mucho más duro que el habitual. Seguro que había soñado con la tarde anterior tan llena de emociones y excitación

. Cuando vi al mi pequeño Carlos llorando histérico, me dio algo de pena. El pobre buscaba mi pecho

insistentemente

, debía estar muerto de hambre. “Tranquilo, ya sé que está muy rica la leche de mamá”, le decía con una sonrisa. Carla seguía durmiendo profundament

e. Tuve que sacudirla suavemente para despertarla y que pudiese alimentar a nuestro desconsolado hijo

. Ella se sobresaltó mucho

al verme con el

pequeño Carlos llorando

en mis brazos

.

Al instante pude ver el

sentimiento de culpa

que la inundó

.

M

e lo arrancó de los brazos y el pobre niño se

agarró al pecho y empezó a mamar sollozando todavía

. Yo mir

aba la imagen con ternura hasta que per

cibí

l

a mirada de odio de mi mujer. Se fue de la habitación con el niño en brazos y yo me tiré en la cama ocupándola totalmente. “

nunca te cansas”

hable con mi polla que seguía pidiendo

atención.

Aquel espejismo

de alegría

momentánea se esfumó cuando mi mujer apareció en la puerta de la habitación,

ya

peinada y

tapándose hasta el cuello

con una bata.

  • No vuelvas a tratarme así. – Fueron sus primeras

y únicas

palabras del día. Me sorprendió tanto que no supe

que

responder.

Volvía a mirarme com

o los últimos meses. Es

a cara de arpía amargada

que solo le abandonaba al mirar al pequeño Carlos

. Mi pene se desinfló como un globo que se te escapa de las manos.

Yo me levanté y la miré con cierto desprecio. Pasé a su lado totalmente desnudo y fui al baño a soltar una potente meada. Fui a

su

baño

del

que me había echado como si fuera un invitado en mi propia casa

, relegándome al pequeño baño de invitados. N

i me esforcé en apuntar o sacudir las

últimas

gotas. Dejé el váter hecho un asco. No sé si lo hice por fastidiar o por marcar el que durante un tiempo fue mi territorio.

Si la actitud de mi mujer fue un espejismo, la mía algo parecido. Esa misma mañana ya me sentía culpable. Prácticamente la había forzado, aunque ella disfrutó más que nunca. Simplemente la traté como la zorra que es

, me repetía para sentirme mejor

. Descubrí que

tras la arpía hay una zorra que le gusta que la traten como esa noche. La palabra zorra hablando de mi mujer resultaba rara. Yo siempre la había respetado tanto, la tenía en un pedestal. Pero

la realidad es que

ella había disfrutado más que nunca. Lo vi en sus ojos. Ni cuando hacíamos el amor de novios tenía esa mirada de vicio. Todo hay que decirlo, ella se corrió dos veces y yo solo una. Aunque

si teníamos en cuenta

la descarga de la tarde en el culo del vecino estábamos en paz.

El resto del día estuve muy

inquieto.

Y no por el inmenso cabreo de mi mujer. Sino porque e

l pol

icía había dicho que vendría esa tarde

a por sus gayumbos. Yo no estaba seguro de que hacer. Mi cabeza decía que me fuera a comer fuera y no apareciese

por casa

en toda la tarde

para no caer en la enorme tentación de repetir la locura del día anterior

. Pero mi polla, que no bajaba de un estado de inherente alegría, decía lo contrario.

Como los minutos no pasaban y para evitar a mi mujer

,

d

ecidí bajar a la piscina un

rato

. Al ser domingo, muchos vecinos hacían planes y solo estaban un par de familias con sus hijos. Los saludé

con un gesto y una falsa sonrisa

, y vi como el socorrista me miraba de arriba abajo

disimulando tras sus gafas de sol. A ese pobre chico

se le iban los ojos a mi cuerpo

sin poder

evitarlo

. Me resultaba algo incómodo pillarle mirándome el paquete y el culo constantemente. Sobre

todo

se le notaba cuando

yo

salía del agua y el bañador de medio muslo

que usaba

se pegaba a mi cuerpo y marcaba mi abultado miembro.

Pero esa

mañana

mi comportamiento

fue distinto. Salí varias veces del agua y estiraba mi cuerpo antes de lanzarme de cabeza, exhibiendo mi cuerpo sin ningún pudor.

Me

sentía orgulloso de mi físico

y de mi pollón. Finalmente, m

e di por satisfecho cuando vi al chico ponerse un pantalón corto, para disimular el empalme que su

speedo

casi no podía contener.

Como supondréis, estas urbanizaciones son un sumidero de cotilleos. No puedes c

ambiar de coche

o salir un día de noche sin que s

e entere todo el mundo. Tras hacer

unos largos, me puse en una de las esquinas de la piscina a relajarme. El sol ya pegaba de pleno, aunque solo eran principios de

junio

, y resultaba agradable en contraste de temperatura con el agua. Al poco rato, una mano me revolvió el pelo. Era Juan, uno de mis camaradas del club de Calzonazos Anónimos.

  • ¿Qué pasa cabronazo? Se te ve muy relajado esta mañana. – Dijo lanzando la toalla al suelo y saltando a la piscina, mientras una de las madres de la urbanización le recriminaba que había que ducharse antes. – Que sí pesada. Mójate tu otra cosa, amargada. – Farfulló ante la indignada mujer que llegó a escucharlo.
  • Eso te va a costar caro, jajaja. – Dije riéndome.
  • Estoy harto de estas amargadas. Todo lo tienen que controlar. Bueno que… no tienes nada que contarme.

  • Vaya, veo que no son so

lo esas amargadas las que lo controlan todo. – Dije sacando pecho. * La Paqui vive debajo de ti, y ya sabes que es muy amiga de mi Mari. Vaya escandalo debisteis montar anoche, cabrón. Dice que hasta se unió a la fiesta y folló con su marido. * Jajaja, vaya me alegro. Espero que se contagie y follemos más todos. * Eso le dije yo a Mari, que lleva dos semanas sin dejar que me

acerque

. Me ha prometido polvete esta noche. – Me dijo, dándome un suave codazo en las costillas. – A ver si follas más así con tu mujer y le quitas la cara de amargada.

Justo en ese momento mi mujer salió con el cochecito por el portal, y la mirada que me echó reflejaba de todo menos cariño.

  • Algo me he perdido,

jojojo

. – Dijo socarrón. - ¿Que fue un

polvazo

de esos que echas después de una bronca bestial? Cuenta algo tío. * No hay nada que contar. Tengo que irme. Ya hablamos Juan. – Y me fui ignorando sus quejas

,

al ver

que el

piso

se quedaba vacío

.

No me fui porque me incomodase la presencia de Juan. Era un tipo muy divertido que estaba siempre de cachondeo, pero aquel día necesitaba estar relajado. L

a mirada

de odio

de mi mu

jer me ayudo a tomar la decisión en la dicotomía en la que me encontraba

. Por la manera que iba vestida, casi con toda seguridad iría a misa con sus padres y se quedaría con ellos toda la tarde.

Su enfado me libró

de

otra de

esas interminables tardes de postureo

en casa de mis suegros

. Aunque no os lo creías la parte de la misa, a la que ya solo íbamos con mis

suegros a pesar de que ambos

nos

declarábamos

católicos, apostólicos y romanos, era lo más divertido del día. Las charlas con mi suegro, que me miraba por encima del hombro y que seguía echándome en cara no haber aceptado un puesto en su bufete de abogados, eran soporíferas. La otra opción era escuchar a mi suegra criticar a todas y cada una de sus “mejores amigas”, no lo mejoraba. Pero lo que más de fastidiaba

sin duda

era escuchar a mi mujer hablar de l

o felices que éramos. Incluso su

tono de voz y la for

ma de hablar eran distintas, tom

ando un tono más

agudo que me perforaba los

tímpanos

.

Por supuesto, ser de

familia humilde no me ayudaba a digerir esas falsas reuniones en que aparentar era lo más importante. A

todo aquel paripé nunca me había importado

y se me notaba por más que intentase disimular

.

Gracias a Dios, esa tarde podría estar

toda la tarde solo en casa. Pasé

la mayoría del tiempo leyendo en la

incómoda

silla de la cocina. Bueno intentando leer, porque cada vez que escuchaba un ruido iba a

la puerta a

mirar si era el atractivo policía. Cada poco iba a la habitación

contigua a la casa de mi vecino

para compro

bar si había algún ruido

. Pero nada. Mi espera fue en balde, no apareció.

Solo sonó el timbre de mi vecino una vez en todo el día.

Los dos

fuimos corriendo hacia la puerta. A través de la mirilla, pude ver su cara de decepción al comprobar que no era

el policía. Vestido solo con el

suspensorio negro

,

que tenía la marca de la corrida del día anterior, miró a los dos chicos evangelistas del local de la esquina. Dos

pobres

chicos sudamericanos de camisa blanca y corbata que nos daban el coñazo todas las semanas. El portazo de mi vecino se escuchó en todo

el portal.

Tras reírse un rato, una vez calmados s

e dirigieron a mi puerta. Pensé en hacer como si no hubiese nadie, pero al final abrí.

  • Buen

as tardes señor, venimos a mostrarle

la palabra del Señor. – Dijo uno sonriente, mientras el otro admiraba mi cuerpo. Iba

como siempre,

sin camiseta y con un

pantalón de deporte sin ropa interior

y marcando todo mi pollón. * No,

lo que queréis es dar el coñazo

como todas las putas semanas. –

El que no habló seguía

embobado mirando mi polla

mientras el otro tiraba de su camisa

.

Imponerme ante aquellos dos adolescentes me hizo sentir extrañamente bien

. Me tiré en el sofá

y noté como mi miembro empezaba a crecer. M

e quité el pantalón corto mirando mi cuerpo desnudo reflejado en la pantalla de televisión. Mi rabo morcillón descansaba sobre mi muslo derecho y dio un pequeño bote pidiendo atención, pero lo ignoré. Me puse a pensar en el socorrista y el chico evangelista. En

cómo me miraron

y en

cómo

me

enorgulleció que lo hici

esen

, una sensación muy distinta a la

que sentía

hace solo un par de días

. Có

mo me exhibí ante aquel adolescente imberbe lanzándome varias veces a la piscina, estirando mi cuerpo mojado para que viese cada uno de mis definidos músculos. Antes me daba vergüenza, evitaba sus miradas e intentaba pasar desapercibido. Siempre dejaba la toalla junto al agua para poder envolverme con ella en cuanto salía del agua y que no se marcase mi miembro en el

bañador mojado. No sabía qué

, pero algo había cambiado en mi forma de ser desde ayer. Y todo era culpa de ese policía.

Decidí hacer ejercicio en casa el resto de la tarde

para matar el tiempo

. Lo hice desnudo, aunque era molesto por razones obvias. Mi pene chocaba contra el suelo mucho antes de terminar de hacer cada fondo, lo sentía golpearme los muslos y el vientre en cada

burpee

. Hice flexiones, abdominales de todo t

ipo, sentadillas… durante

horas, ignorando el cansancio y el charco de sudor que había en el parqué del salón.

Cuando mi mujer

llegó a casa solo me dio tiempo a ponerme el pantalón corto.

Seguía sin hablarme

,

me miró con desprecio y posteriormente con asco al ver el charco de sudor en el suelo.

Esta vez no me importó. N

o estaba de humor después de la decepción de no

ver al policía y me dirigí a la ducha. Antes de meterme bajo el agua me olí los sobacos y recogí sudor de mi pecho y lo lamí. Nada. Solo me supo a agua salada. Antes de hacerme la cena, fregué el suelo del salón. Pude ver como mi mujer me miró y sonrió antes de irse a dormir tras

acostar al niño y

cenar una ensalada. Mientras cenaba solo, miraba a través de la ventana la cocina de mi vecino. La luz estaba apagada, no apareció en ningún momento. Cuando aclaré el plato en el fregadero volví a mirar, me pareció ver que algo se

movía,

pero solo pude distinguir mi reflejo en su ventana. Me hubiese gustado ver a mi atractivo vecino y poder compartir nuestra decepción.

Los siguientes días

volví a la rutina del trabajo intentando olvidar el encuentro con el policía y mi vecino. Aunque era algo imposible. Me hacía pajas como un quinceañero pensan

do en el

polvazo

que echamos, incluso en alguna ocasión

pensando en el polvo con mi mujer. Tras una semana

de calma

, mi mujer estaba esp

ecialmente insoportable. E

l vecino había vuelto a follar a cualquier hora haciendo el consabido escándalo. Y como consecuencia, mi mujer había sustituido su mutismo

de esos días

por la bronca continua

.

Aquel día

sin tiempo de soltar el maletín y aflojarme la c

orbata la observaba con estupor al oírla gritarme tras una semana de silencio.

  • Es un escándalo. Mira como gime la muy zorra. No le dará vergüenza que se entere todo el vecindario que le están rompiendo el culo. Y

no haces nada. Seguro que estuviste de charleta con esos policías inútiles

,

en lugar de poner a ese niñato en su sitio. Putos maricones, hay que ser muy poco hombre para follarse un culo peludo.

  • Pues

b

ien

que gemías

como una puta hace una semana. – No pude callarme. No porque me insultase a mi indirectamente, eso ella no lo sabía, sino porque llamó inútil y poco hombre al policía. No iba a tolerar que dijese esa

s

burrada

s

del tío más macho que había conocido. * ¿Qué has dicho? – Dijo girando su cabeza para mirarme con odio.

Mi mujer me retaba con la mirada mientras fregaba los platos con rabia. Dejé caer el maletín y sin darle tiempo a reaccionar

la rodeé con mi cuerpo encerrándola contra el fregadero. Mi polla se había puesto dura al instante, y el gayumbo me molestaba, por la que tuve que recolocarla.

  • Que te corriste dos veces, gimiendo como una zorra.

Se enteró toda la jodida urbanización.

– Mi mujer estaba tensa, mirándome en el reflejo de la ventana, situada frente al fregadero. – Y seguro que empiezas a estar mojada ahora, porque te gusta que te traten como una puta.

Mi mujer

sorprendida por mi actitud dominante

no se movió cuando sintió mi enorme rabo apoyarse en

su culito. Mi mano se introduzco en

sus mallas

bajo su vientre

y apartando las bragas comprobé que empezaba a estar mojada. La muy zorra se había depilado el coñito, seguro que esperando este momento.

  • Jaime, vamos al cuarto, nos pueden ver. – Dijo mirando a la cocina del vecino, el único cuarto que daba al mismo patio.
  • Al vecino le están destrozando el culo. ¿No lo escuchas? Vamos a ver quién gime más de los dos.

Le baje las mayas y

sin decirle nada

arqueó la espalda para que su coño empezase a aparecer entre las piernas. Con parsimonia, y controlando la situación, me desabroché el cinturón y bajé mis pantalones. Cuando sintió la cabeza de mi polla muy húmeda rozar sus glúteos, soltó un gemido. Esta vez se la clavé despacio para que sintiese cada centímetro de carne que le iba a destrozar el coño. Sentí como mi capullo golpeaba el final de su vagina y se quejó. Esa tranquilidad duró poco. Empecé a bombear sa

cándola casi entera y clavándola

de golpe. Ella gemía a lo bestia, mientras se masturbaba sin haberse quitado los guante

s

de fregar. Cerraba los ojos disfrutando de mi pollón, y no vio apare

cer a un hombre negro en

la cocina d

el vecino y totalmente desnudo. El tío

se bebía

tranquilo

un vaso de agua mirándome a los ojos. Su sonrisa socarrona resaltaba en su tez oscura. Yo lo miraba orgulloso de mi estatus en ese momento. Follando a mi mujer, que disfrutaba como nunca

sin darse cuenta de su presencia

,

y

de

que los gemidos del vecino había

n

cesado

.

S

orprendentemente me excitó

aún

más

tener a aquel macho observándonos

. El cabrón debía

medir casi dos

metros. Era puro musculo, y su polla colgaba llena de restos de lefa. Aunque lo que más me gustó fueron sus labios. Me turbó que fuera eso lo que más me llamase la atención,

sobre todo cuando

me imaginé mordiéndoselos mientras nos follábamos juntos al vecino.

No sé porque, supongo

que

por chuler

ía, cogí la melena de mi mujer

y haciendo una coleta tiré de su cabeza hacia atrás. Soltó un gemido y

por fin abrió los ojos. Su

gritó

resonó en toda la casa

al descubrir al enorme afri

cano que la miraba acariciando

su rabo duro. Un rabo que, por cierto, nada tenía que envidiar al mío. Salió corriendo, dejá

ndome empalmado

mientras yo y el negro nos descojonábamos

de la risa.

Y es que la situación era muy cómica.

Yo allí con el pantalón en las rodillas y el rabo duro a más no poder. Decidí desnudarme

allí mismo antes de

ir a buscar a mi mujer. Mirándole a los ojos, me desprendí de cada una de

mis prendas. Me sentía superior

viendo como él seguía igual de excitado sobando su duro miembro. Sonreí cuando me saludó cuadrándose y tocando una gorra invisible con dos dedos

,

como si me dirigiese al frente de batalla.

Al verme aparecer desnudo y con el rabo mirando al techo, mi mujer no reaccionó muy bien. Tapada con las sabanas me miraba con odio.

  • Vamos cariño, no es para tanto. – Le dije intentando suavizar las cosas.
  • ¿Que no es para tanto? Claro, como tú no vas al supermercado

,

no tienes ni idea de quién es ese hombre. – Dijo muy cabreada. * ¿Lo conoces? – Dije sonriendo, lo que la cabreó más todavía. * ¡Pues sí! E

s el chico que ayuda a las señoras con la compra en el super

mercado

de la esquina. * Es verdad. ¿Jamil…?

  • ¡

Khalid

!

, se llama

Khalid

. – Me gritó. * Bueno, seguro que es discreto, estaba en casa del vecino… No creo que vaya contando lo que hace por ahí, ni que cuente lo que ha visto. – Dije acercándome a la cama. * Ni se te ocurra tocarme… Vete al cuarto de invitados.

En ese momento s

e me pasó por la cabeza sacar mi lado cabrón rec

ién descubierto, aunque entendí

que

no hubiese funcionado

en su estado de

histeria

y desistí. Sería mejor hacerle caso por hoy. Me fui al

cuarto de invitados que

era el contiguo a

l piso de

mi vecino

, el que debería ser el cuarto del niño

. Los escuché reírse a carcajadas, supongo que

aquel gigante de ébano

lo

estaba contando la escena que habíamos vivido e

n la cocina

unos instantes antes

.

Lo siguiente que escuche fue una arcada y una hostia. Mi polla dio un bote y esta vez

decidí prestarle atención. Me la sobaba despacio, imaginando lo que le estaría haciendo el

negrazo

a mi v

ecino. Al rato los gemidos de ambos eran evidentes

junto al sonido

tan característico

de sus nalgas golpeadas por los muslos del negro. Seguro que lo tenía a cuatro patas

destrozándolo

. Empecé a pajearme siguiendo su ritmo

, con golpes duros y secos

, imaginando que era yo el que taladraba su prieto culo. Cuando sentí el gemido contenido

del negro, exploté en una corrid

a bestial. Uno de los chorros me llegó a la cara, y limpiándola con un dedo la llevé a mi boca para saborearla.

Nada, su sabor ni se acercaba al que recuerdo del

policía.

Al abrir los ojos después de aquel tremendo orgasmo, descubrí a mi mujer con el niño en bra

zos. Me miraba con cara de asco

y yo la reté cogiendo más lefa de mi pecho sabore

ándola con gusto. Carla se fuera indignada y y

o no pude evitar s

onreír. Esa noche

dormí lleno de semen

y pensando en el policía.

El siguiente mes la dinámica

fue parecida,

polvazos

impresionantes con la arpía de mi mujer

, alternada

con épocas de continuos cabreos y malos modos.

Yo lo llevaba bastante bien, sabía que por mucho que aguantase sus broncas en algún momento acabaríamos follando en plan bestia.

Al menos pasé a ser el miembro más orgulloso y admirado de

mi pequeña asociación de

Calzonazos Anónimos. Mis camaradas tenían noticias

prácticamente

en tiempo real

de cada uno de mis ruidosos actos sexuales a través de la cotilla de Paqui, mi vecina de abajo. Siempre me pedían detalles cuando coincidíamos en la piscina. Detalles que yo intentaba obviar

, pero

daba

a cuentagotas

para mantener su interés

. Aquel día estaba nublado y no había casi nadie en la piscina. Esos días eran los mejores, sin niños

y sobre todo sin

madres insoportables gritándoles cada vez que movían un dedo.

  • Venga tío, ¿Cómo haces para que grite tanto? Cuéntanos algún truquito. –

Preguntab

a José

,

el tercer miembro del club, que

tenía dudas

de si su mujer había tenido

algún

orgasmo con él o los fingía.

  • Pues que truco va a ser,

le has visto el paquete a este cabrón. – Decía Juan que bromeaba intentando agarrarme el paquete dentro del agua. * Joder, tan grande no la tendrás. Yo

creo que

no voy mal. – Decía un José dubitativo. - ¿Cuánto te mide?

– Me preguntó. * Yo que sé. Nunca me la he medido. – Intenté escurrir el bulto, nunca mejor dicho. * Eso no se lo cree ni Dios. Todos nos la hemos medido. Incluso intentado chupar. Es una ley no escrita. – Dijo Juan riéndose de sus propias ocurrencias, contagiándonos su risa. * Veinticuatro.

– Solté a bocajarro.

  • ¡

Queee

! – Gritó José,

haciendo los pocos vecinos que dormitaban a esas horas en la piscina nos mirasen. – No jodas, estas de coña. * Os queréis callar, nos está mirando todo Dios. No es para tanto. * Como puedes decir eso. Ni un caballo tiene eso

, como mucho

los actores porno.

Nos estas vacilando.

– Intentaba razonar José. * Pues yo creo que es verdad. Un camarada no miente a sus compañeros. – Dijo solemne Juan. – Además,

has visto que paquetazo tiene. No me extraña que

tu mujer

grite, la abres en canal cabrón. * Queréis dejar de mirarme el paquete. Esto es muy raro. – Dije incómodo.

  • Sigo sin creérmelo. Vamos a me

dírtela. – Dijo

Jose

algo indignado

. * ¿Pero qué dices? Se te va la olla. - Y me empecé a reír. * Tiene razón. No se puede afirmar que a uno le mide

veinticuatro

centímetros

y no presentar pruebas

fehacientes

. – Continuó Juan en

un enfatizado

tono solemne. – Chaval, ¿no tendrás un metro por ahí?

El socorrista giró la cabeza hacía nosotros, aunque las gafas de sol en un día nublado delataban que estaba atento

a nuestra conversación

desde que llegamos

. Se acercó a donde estábamos para lo cual necesitó acomodarse

ligeramente la polla en

aquel incomodo

bañador de nadador.

  • Y para que necesitáis un metro. – Se interesó quitándose la

s

gafas.

  • Es que nuestro amigo Jaime, se ha echado aquí un farol y tenemos que realizar unas comprobaciones. – Dijo

Juan

poniendo su mano en mi hombro. * Hay una caja de herramientas en el cuarto del almacén. Igual ahí hay uno.

– Contestó el intrigado chaval.

Seguimos todos al chaval, y pude observar su espalda en V y un culo que prometía bastante. Se notaba que era nadador.

  • Tenéis suerte. Aquí tienen uno. ¿Qué queréis medir?
  • Cuanto le mide el rabo al colega. –

Juan

se había envalentonado tanto que incluso me cogió

inesperadamente el paquete, antes de que le quitase la mano de una hostia.

  • ¿Pero qué haces? No voy a medirme la polla aquí para que os quedéis tranquilos. Parecéis unos niñatos.
  • Vamos, que ni de coña te mide eso. – Me intentó picar

Jose

. * Ok, me la mido si os la medís vosotros. * Ni de coña. – Dijo

raudo

Jose

,

visiblemente

avergonzaba de su miembro. * No seas crio, ya sabemos que la tienes pequeña. ¿Que más te da? – Le pico Juan, ante la sorprendida mirada del socorrista.

  • Bueno, yo tengo que irme. Que está la piscina sola. – Dijo intentando disimular el empalme. Algo imposible con ese bañador.
  • No. – Dije rotundo y todos mi miraron sorprendidos. – Si me la mido

tiene que ser

alguien neutral

, para que no digáis después que hago trampas

. Me vas a medir la polla a mí y a mis colegas antes de irte. – No le di tiempo a contestar y me bajé el bañador a medio muslo.

Me hubiese gustado tener grab

ada la cara de cada uno

. Juan y

Jose

sorprendidos al ver las dimensiones de mi rabo, a pesar de no estar ni

morcillón. Y el socorrista miraba rojo como un tomate y con los ojos abiertos como platos.

  • Hostia puta, es más grande relajada que la mía dura. – Dijo apenado

Jose

. * Ala, venga, fuera bañadores. - Juan ni se lo pensó, pero

Jose

se paró antes de descubrir su miembro.

  • Que no tío. Paso, me da vergüenza.
  • Venga joder, que el chaval se lo quita también. Encima parece que le da morbillo la cosa. – Dije ante su más que notable erección.
  • Mídesela r

elajada, a ver cuánto crece.

Juan estaba totalmente desinhibido

desde el principio de aquella chiquillada que se nos estaba yendo de las manos. S

e tocaba el rabo distraídamente

y sonreía constantemente

. Seguro que se había hecho muchas pajas con sus colegas de joven.

El socorrista

inclinándose

fue a poner el metro próximo a mi rabo, mientras

Jose

se quitaba el bañador y se tapaba su pequeño pene rodeado de una maraña de pelaje negro.

  • No, no. Así no.

Ponla horizontal y mídela bien, a

poyando el metro en mi vientre. – Le dije llevando su mano a mi polla. * Eso, y tú el bañador fuera también. – Dijo Juan bajándoselos de golpe, tras lo cual el rabo del chaval salió disparado totalmente duro. – Veo que tú no tienes que animarte. Tu tranquilo, que yo ya la tengo totalmente dura también.

Juan balanceo su rabo duro golpeando el muslo del chaval, que inmóvil me agarraba el rabo sin moverse.

  • ¡

Buah

tío

!, que

morbazo

, jajaja. – Juan se reían mientras

Jose

se afanaba para empalmar algo su pequeño rabo.

A parte de su

ridículo rabo,

Jose

era claramente el menos atractivo de los cuatro. Mientras Juan seguía manteniendo un cuerpo atlético que no tenía nada que envidiar al del socorrista, el de

Jose

era algo fondón y con un poco de tripilla. Se notaba que nunca había hecho mucho deporte a pesar de no estar gordo. Sumado a que el pelo empezaba a clarear en su cabeza hacía que pareciese bastante mayor que nosotros, a pesar de ser de la misma quinta.

  • Hostia, trece centímetros y creciendo. – Narraba Juan que se pajeaba y pellizcaba un pezón totalmente cachondo.

Mi polla empezó a crecer en la mano del socorrista

que la agarraba como un perrito caliente que fuese a

devorar

. Aproveche su mano para balancearme y pajearme ligeramente con su mano, lo cual le ánimo para que empezase a moverla casi acariciándomela.

  • Catorce,

quince

… Ya te supera fijo

Jose

.

El chaval estaba bien bueno, moreno de ojos muy oscuros y un cuerpo que cada vez me gustaba más. Su piel curtida por el sol de sus cientos de horas de piscina contrastaba con la blanca piel de su lampiño trasero. Aunque no tenía nada que ver con la blancura de la piel de Alejandro

,

que tanto me había atraído cuando me lo follé con el policía. Acordarme del rosado ojete de mi vecino hizo que mi polla diese el primer bote y empezase a coger la verticalidad.

  • Diecinueve, veinte… Hostia cógesela bien que se le pone chula la polla. – Animó Juan al socorrista con una nalgada en su sabroso culo. Y el chaval obedeció evitando que mi polla mirase al techo.

  • Acércate a mirar

Jose

, ¿no decías que no te lo creías? * Hostia tío, es enorme. Eso no le entra a mi mujer. Y que huevazos… -

Jose

admiraba mi polla mientras

la suya

alcanzaba

una triste plenitud. * ¿Ya está a tope? Joder, voy a correrme. –

Decía Juan que

sacudía su polla

:

larga, delgada y bastante torcida.

Sin

ser un experto ni mucho menos

me parecía una polla muy fea. Y se le sumaba una fea cicatriz debido a una circuncisión bastante mal hecha. El socorrista tenía una polla de unos quince

centímetros,

pero proporcionada y recta, mucho más apetecible que la

de

mis amigos.

El análisis que estaba haciendo de sus miembros era totalmente objetivo,

mi atracción hacia los penes ajenos era algo casi residual. De momento solo uno había llamado mi atención.

  • Todavía le falta un poco.

  • Dije cuando pasaba de

veinticuatro

centímetros

y u

na gota de

precum

empezó a asomar de mi rabo. – Bueno, creo que me debéis una disculpa.

  • Es increíble. - Decía Juan, con esa mirada de pillo que su rostro imberbe acrecentaba.
  • Mídesela a ellos ahora. – Ordené al socorrista.

El cual

se hizo el tonto y tuve que dar dos pasos hacia atrás para que soltase mi polla que no dejaba de acariciar.

La de Juan medía

entre dieciocho y diecinueve

centímetros

,

tuvimos que prorratear la longitud para compensar lo torcida que

era. La de

Jose

costó más medírsela ya que no conseguía empalmarse del todo y la mata de pelo era exagerada.

  • Déjame a mí. – Habló el socorrista por primera vez desde que nos desnudamos. Y se la empezó a masajear con arte, acarician

do su capullo con el dedo gordo, consiguiendo el objetivo deseado en pocos segundos.

– Trece, no es tan pequeña. * Ves tío. Si te cortases esa mata de pelo se vería mejor.

-

Le animo Juan.

  • Hostia que me corro. – Dijo

Jose

, que soltó

un

par de chorros de lefa bastante licuada en la mano del chaval, que no hizo amago de quitarla. – Perdona tío. – Se disculpó al socorrista, que le sonrió dando a entender que no le había molestado. * Yo me quiero correr también. – Juan no tardó un segundo en soltar tres chorros mucho más espesos de manera escandalosa. Como le gusta armar el cante a este tío. –

Bufff

,

lo necesitaba. Q

ue relajado se queda uno. Voy a refrescarme al agua, que vaya sudada

llevo

.

Juan salió de aquel cuarto lleno de trastos subiéndose el bañador tan tranquilo, dejando un reguero de lefa en el suelo y sacudiendo lo que había quedado en su mano. A mí me faltaba muchísimo para correrme y la situac

ión dejó de ser morbosa para mí. U

n adolescente con el rabo duro y la mano llena semen de un treintañero fondón con la mirada perdida y la respiración todavía agitada

no era la mejor de las imágenes para llegar al

clímax

.

  • Jose

ayuda al chaval con esto

,

anda. – Dije guardándome el rabo y saliendo de allí.

Me di el último chapuzón para quitarme el sudor del cuerpo

y perder el empalme del todo. Al salir del

agua

cogí mi

toalla dispuesto

a irme a casa

. Juan totalmente relajado en su toalla solo abrió un ojo cuando sintió que yo retiraba la

mía

.

  • ¿Ya te vas? – Dijo sonriente.
  • Si tío, tengo que bañar al peque.
  • Ok. Nos vemos. Joder que relajadito me quedé. – Dijo guiñándome el ojo.

Antes de entrar en mi portal, vi salir a

Jose

algo aturdido por lo que había pasado.

Al ver

cómo se olía la mano y miraba a todos lado

s como si hubiese cometido un delito

, supe que

había ayudado al socorrista a

algo más que a limpiar. “Parece que no soy el único que descubre cosas nuevas superados los treinta” pensé recordando al policía y a mi vecino.

Tardé en abrir la puerta de casa para escuchar los

ya típicos gemidos acompañados de

m

úsica, gritos y risas

que venían del piso de Alejandro.

Durante ese tiempo continuaba montando orgías casi a diario.

Incluso se podría decir que la situación había empeorado

no solo en asiduidad sino en decadencia, a

tenor del número y aspecto de los hombres que llegaban. Parecía que ni seleccionaba a los tíos que le follaban. Algunos eran realmente asquerosos, tíos gordos y mayores.

Aunque tenía prácticamente la certeza de que era imposible

,

viendo la calaña que solía entrar en su piso, había días que dudaba sobre

si el policía iba a follárselo sin avisarme

. Esos días

me veía con la oreja pegada a la pared intentando escucharlos hablar o espiando por la mirilla cuando salía o entraba gente en su casa. Sentía alivio al no verlo, pero también cierta decepción.

Por suerte, e

n todo ese tiempo nunca coincidí con Alejandro. Hasta que un

día al volver de correr totalmente sudado, me encontré con Alejandro en el ascensor…