El Vecino Ruidoso Cap. I

Jaime tiene un vecino adicto al sexo que le crea muchos problemas en su matrimonio. Una llamada a la policía hace que su vida de un giro hacía un mundo desconocido para él.

Vuelvo a publicar mi relato “El vecino ruidoso” es esta categoría para dar visibilidad a la novela, ya que la temática bisexual sería la más adecuada. El contenido de la novela es bastante mayor al relato que llegué a publicar, y la trama tiene varios giros nuevos. He trabajo bastante en darle la mayor calidad y profesionalidad, a pesar de ser mi primera novela. Si deseáis conocer su final y colaborar en que esta aventura no se quede aquí, os invitó a leerlo a través de “Kindle unlimited”

El libro está publicado a nivel mundial. Si deseáis leer la novela y no la localizáis, o tenéis algún problema, duda o comentario podéis poneros en contacto conmigo en el correo: cachopowriter@gmail.com

Gracias a todos y disfrutarlo.

Cap. I

JAIME

Aquí me encuentro, sentado en una de las malditas sillas de la mesa de la cocina. Nunca he entendido porque pasaba tanto tiempo sentado en esa silla. Una silla moderna y que conjuntaba totalmente con el resto de los muebles… según mi mujer. Lo que ella no había tenido en cuenta es lo incomoda que resulta cuando llevas más de cinco minutos sentado. Como se te clava el respaldo poco a poco, y tienes que echarte ligeramente hacia delante para evitar que la molestia pase a ser dolor. A pesar de ello, allí me pasaba horas leyendo, como si fuese un martirio que me autoimponía. Pero ir al cómodo sofá del salón, lo único que yo había escogido de la casa, implicaba tener que pasar más tiempo con la histérica de mi mujer.

Y es que la relación con mi mujer había muerto tan rápidamente, que no me había dado cuenta de cómo había pasado. He intentado recordar que pasó. Qué fue lo que hicimos mal. Pero nunca encuentro respuesta alguna. Y la primera consecuencia de la decadencia de una relación de pareja es tu vida sexual. Sobre todo, si eres el típico pringado que sigue pensando en que la fidelidad tiene su razón de ser.

Mi padre siempre decía que una vez te casas y te han cazado, tu vida sexual se reducía a lo que tu mujer quería. Y eso significaba “menos sexo a cada año que pasaba”. Otra frase que repetía constantemente cada vez que nos quedábamos solos era: “El primer hijo es la muerte sexual de un matrimonio”. La recordaba perfectamente, ya que yo era su único hijo. En definitiva, yo era la causa de su poca actividad sexual con mi madre y de los problemas que existían en el matrimonio de mis padres. Hasta hace unos meses, nunca pensé que aquellas palabras fueran tan ciertas. Si te dicen que tu vida sexual se iba a acabar a los treinta y un años no te lo creerías ni de broma.

Mi padre no tenía sexo con mi madre, pero eso no era un impedimento para desahogarse. Era un mujeriego que se follaba todo lo que podía. Y su especialidad eran las mujeres casadas. Yo mismo lo pillé un par de veces saliendo de casa de la vecina de abajo. Lo gracioso es que era yo el que se ponía rojo ante aquel incomodo encuentro. Él se hinchaba como un pavo, y se colocaba los huevos que acababa de vaciar. La verdad es que era un secreto a voces, y él tampoco se preocupaba en ocultarlo. Yo siempre lo odie por eso… pero desde hace unos meses lo empezaba a entender. Ahora me arrepiento de haber dejado de hablarle cuando se fue con aquella chavalita de mi edad con pinta de zorra. Hoy en día, con lo salido que estoy hasta le propondría un trío. Aunque esa idea no deja de ser una incestuosa fantasía producto de la calentura.

Mi padre se murió hace unos años, después de pegarse los últimos cuatro años de vida de juerga en juerga con el dinero de la prejubilación. Mi madre dijo que fue lo mejor que nos podía haber pasado. Al menos teníamos su pensión y no tendríamos que malvivir con su sueldo de limpiadora. Y yo me pude centrar en mis estudios de Derecho y dejar los trabajillos que encontraba para ayudar en casa. En cambio, ahora extrañaba que no estuviese vivo para poder pedirle consejo en esta situación. Supongo que ser infiel sería su respuesta, aunque estoy seguro que él no utilizaría esas palabras.

Por cierto, me llamo Jaime y hace catorce meses que no follo. Parece una presentación de alcohólicos anónimos ahora que lo balbuceo bajo la ducha, mi otro sitio de remanso en esta casa. Debería existir una asociación de Calzonazos Anónimos. Podría ser una gran idea con la que hacerme rico. Lo curioso es que para el resto del mundo mi matrimonio es ideal. Pero para mí es un engaño… me siento un hombre estafado. Crear la asociación y poner una demanda colectiva empezaba a rondar mis fantasías. Aunque lo más seguro es que la asociación de Mujeres Tiranas nos dejaría hasta sin testículos en una confrontación directa. Yo me casé con una chica fantástica: inteligente, guapa, un verdadero cuerpazo que seguía manteniendo, graciosa, interesante, con conversación… Tras tres años de matrimonio vivo con una loca del control, obsesionada con nuestro hijo de cinco meses. Siempre hablamos de que nosotros nos seríamos esas parejas obsesionadas con los hijos, y que seguiríamos siendo la misma pareja que al principio. Debería haberlo puesto por contrato.

La realidad es que mi padre acertó en todo. Después del matrimonio nuestra vida sexual decayó. Antes éramos como leones, yo siempre he sido muy sexual, y nos podíamos pasar el día follando. Después de casarnos todo le molestaba: no le gustaba follar si no estaba duchado, sudaba mucho, mi polla le hacía daño, mi semen era muy abundante y le daba asco, besaba con mucha lengua… Algo cambió en su cabeza, porque os aseguro que a mí la polla no me creció a los veintiocho años. Y no es que no tenga un buen miembro. La mayoría diría que es demasiado grande. Pero a Carla nunca le había molestado, incluso le gustaba. Fue con la única chica que he podido tener sexo durante horas. Y por supuesto, ella acababa dolorida después de esas sesiones maratonianas, pero siempre lo había disfrutado.

Cuando se quedó embarazada todo empeoró. Un embarazo de riesgo fue el fin de mi vida sexual. En los tres primeros meses el médico nos prohibió tener sexo. Los otros seis meses fueron prescripción de mi esposa. Yo lo llevaba como podía, estaba ilusionado con el niño y entendía los miedos de mi mujer. El problema es que sigue en el mismo plan, con escusas y más escusas que no tienen fin. Y cuando se le acabaron, empezó la táctica que mi padre me advirtió cuando todavía era muy joven para entenderlo. Recuerdo perfectamente aquel día.

Yo estaba sentado en la cocina terminando el desayuno. Tendría unos trece años. Mi padre se levantó cachondo y empezó a tontear con mi madre que lo apartó de malas formas y le empezó a echar cosas en cara: que siempre pensaba en lo mismo, que todavía olía a whisky, que tenía que arreglar el desagüe del fregadero, que se pasaba el día durmiendo… Yo decidí coger mi taza de ColaCao e irme al salón. La discusión siguió un rato, desde hacía tiempo era lo normal el poco tiempo que pasaban juntos. Aquellas riñas eran diarias y retrasmitidas a gritos para el resto de vecinos, incluso para la zorra de la vecina de abajo y su marido calzonazos.

Mi padre llegó al salón todavía en gayumbos, su empalme había bajado un poco, pero se le marcaba perfectamente en los holgados Abanderado blancos que siempre llevaba. Tras poner el partido de baloncesto en la televisión, se giró y me dijo:

  • Hijo, ¿sabes porque las mujeres discuten tanto con sus maridos? – No le respondí, solo miré como se rascaba los huevos y se olía la mano con naturalidad. Puso cierta cara de placer al recibir ese estimulo olfativo. – Para no follar… así de simple. Tú te preguntarás en su momento ¿qué ha pasado?, ¿por qué discutimos tanto?... Pero la respuesta es muy fácil. Para no follar. – Casi deletreó.

Yo no respondí y el me ignoró al no recibir respuesta. La comunicación nunca fue fluida entre nosotros. Y es que mi padre no fue nunca de conversaciones, era más bien de afirmaciones. Creo que él pensaba que yo lo ignoraba, pero recordaba cada una de sus palabras, casi a diario desde que nació mi hijo. En cierto modo extrañaba a ese padre putero que odié durante años.

Como podéis ver me casé joven, para lo que es habitual en la actualidad, empujado por el conservadurismo de la familia de mi mujer y fomentado por escapar de la casa de mi amargada madre. Ahora vivo en la típica urbanización de nueva construcción de las afueras de Madrid, con su piscina y parque infantil dentro de las instalaciones comunes. Una urbanización preparada para tener dos o tres hijos, en el que todas las parejas parecemos clones. Todos rondamos la treintena, con uno o varios hijos pequeños o en camino de tenerlos. Un sitio que cada vez me deprimía más. Aunque todo pareciese genial, yo cada día era más infeliz.

Mi matrimonio no es el único que funciona mal en aquel extraño ecosistema en el que nos habíamos recluido voluntariamente. No era un consuelo, pero allí encontré la solidaridad de un par de vecinos camaradas en la misma situación que yo. Nos llamamos camaradas porque el racionamiento de sexo une más que el ideario comunista. Ellos están casi tan amargados como yo, los tres nos matándonos a pajas como quinceañeros. Aunque yo creo que soy el caso más extremo, ellos al menos follan de vez en cuando. Yo les miento por vergüenza, y creen que algún polvo he echado en los últimos meses.

El único que no encaja en el perfil de parejas clónicas de la urbanización es mi vecino de enfrente. La urbanización está formada por diez pequeños edificios unidos en forma de manzana. Cada edificio es de tres alturas y solo dos vecinos por planta. El chico con el que compartimos rellano es un tío de unos treinta años, aunque aparenta ser más joven ya que es casi imberbe y bastante menudo. Pasaría desapercibido en cualquier sitio… si su casa no fuera como un cuarto oscuro. Desde que se mudó hace dos meses no dejan de llegar tíos a follárselo. La verdad es que el tío no tiene ningún tipo de filtro. Vienen hombres jóvenes, mayores, cachas, gordos, delgados, en traje, en ropa deportiva… Mi mujer anda de los nervios, porque el chaval no se corta un pelo, y ya sabéis como son las construcciones actuales. Se escucha todo.

Nuestro vecino se ha convertido en uno de los temas preferidos de discusión de mi mujer. A parte de encargarse de que toda la urbanización se entere de lo que pasa en su piso, constantemente me increpa para que llame a la policía y lo denuncie por prostitución. Yo tengo bastante claro que el tío no es… escort o puto o como se diga. Se levanta todas las mañanas para ir a trabajar, aunque haya estado toda la noche follando. Si fuera escort, por poco que cobrase, con todo lo que folla podría vivir en una mansión. Yo le digo a mi mujer que es su vida, y puede tener todo el sexo que le dé la gana. Follar no es delito me encantaría gritarle, pero siempre me callo la boca. No tengo el valor ni para hacer un mínimo comentario. En cierto modo me alegro de tenerlo de vecino. Creo que es el Karma que viene a castigarla por el celibato que ha autoimpuesto en nuestro matrimonio.

A pesar de que me había planteado no ceder en esta loca idea de denunciar a un vecino por tener una vida sexual activa. La guerra de desgaste en que se había convertido mi matrimonio, y en la que yo me sentía como Palestina contra Israel, acabo surtiendo su efecto. Aquella noche, tras la enésima bronca con mi mujer, que acabó con el niño llorando y yo durmiendo en el sofá, decidí contentarla muy a mi pesar.

Al día siguiente, vi llegar a dos chavales de veinte años que tenían pinta de venir a darle caña de la buena. Era los típicos chicos de barrio que no cuidaban especialmente las apariencias… ni la higiene. Seguro que olían a sudor desde el portal. No tardaron en confirmar lo que esperaba. Se escuchaba todo desde la habitación que iba a ser del niño (que tuvimos que reubicar ante la insistencia de mi mujer) y el baño de invitados, al que yo había sido relegado como si lo fuera en mi propia casa. Estuve un rato allí para confirmar mis sospechas. Inicialmente fueron risas y al poco ya fueron insultos, tortas, nalgadas… Mi vecino tardó poco en empezar a gemir como la puta que era. Al final lo juzgaba igual que mi mujer, pero en mi mente alguien que se deja usar por cualquiera no tenía otra definición que puta barata. Mi mujer apareció con el teléfono, y no hubo escapatoria. Llamé a la policía, y expliqué que mi vecino ejercía la prostitución y poco más. Soy abogado, y sabía que tenía que exagerar o no vendría nadie. Por suerte, mandaron una patrulla y no se rieron de mí a la cara.

A los veinte minutos aparecieron dos policías, que rondarían en un primer vistazo los cuarenta y cinco y treinta y cinco años, respectivamente. Yo abrí la puerta y les hice pasar, para que el vecino no viese que había sido yo el denunciante. Aunque no creo que estuviera libre para mirar por la mirilla, dado los gemidos que estaba metiendo en ese instante.

  • Bueno, ¿es usted quien nos ha llamado? – Yo estaba muerto de la vergüenza, en mi vida hubiese llamado para un tema como ese. Iba a quedar como un homófobo.
  • Si, hemos sido nosotros. –Dijo, mi mujer apareció en el hall con el carrito. - Me voy a pasear al niño. ¡Esto es insoportable, una vergüenza, agentes! Espero que metan en la cárcel a ese maricón de una vez. – Y se fue dando un portazo que despertó a mi pobre hijo al cual sentimos llorar al otro lado de la puerta.

  • Joder vaya genio. – Dijo el más joven de los policías, poniendo una cara muy cómica.

  • Ni que lo diga. Bueno, ahora que se ha ido les cuento lo que pasa. – Dije mientras me dirigía a la habitación donde se escuchaba todo lo que pasaba en el piso de mi vecino. – Como ven mi vecino tiene una vida sexual muy activa y muy escandalosa.
  • ¿Pero ejerce la prostitución o no? – Preguntó el mayor de los dos agentes, mientras se podía escuchar todo tipo de improperios, nalgadas, sonido de arcadas y gemidos.
  • Pues no tengo ni idea. Mi mujer dice que sí, pero no tenemos pruebas.
  • Y entonces para que nos ha llamado. – Dijo el agente visiblemente enfadado.

  • Pues ya ha conocido a mi mujer… yo he pensado que podrían asustarle un poco a ver si al menos baja la actividad o el volumen. – Evitaba en todo momento la agresiva mirada del policía de más edad y que llevaba la iniciativa hasta el momento.

  • Jajajaja… la verdad es que es una zorra de cojones. – Dijo el más joven tocándose su abultado paquete.
  • Mire señor, yo no estoy aquí para decir a la gente que tenga una vida sexual aburrida. Ese es su problema. Y la policía no está para estas gilipoll… - Dijo el mayor al que interrumpió el joven antes de terminar la frase.
  • Venga Antonio, que más te da. Ya que estamos aquí, vamos a hacer el favor a este hombre. Fijo que después nos reímos con esto. – Le guiñó el ojo a su compañero con cara de cabrón.
  • Se lo agradecería mucho, agentes. – Rogué, pude respirar con tranquilidad cuando vi que el mayor cambiaba el gesto y sonreía a su compañero.

Los acompañe hasta la puerta y ellos llamaron a la del vecino. Yo me quede observando por la mirilla. Tras mucho insistir el vecino abrió visiblemente cabreado. Solo llevaba un pantalón corto que marcaba una buena polla. No sé por qué, pero me fije en eso. Tenía rojos e hinchados los pezones y manos marcadas por todo su blanco y fibrado cuerpo. No escuchaba bien lo que decían, pero el vecino se puso muy serio y dejó pasar a los agentes. Al minuto salieron los dos veinteañeros, uno de ellos poniéndose la camiseta, con cara de estar bastante cabreados.

Yo intenté oír algo desde la habitación que compartía pared, pero solo escuchaba susurros inaudibles. De repente escuché una sonora bofetada. Yo flipaba, la policía cada vez está peor. Viendo sus sonrisas al principio, supuse que irían a reírse y humillar al pobre vecino, pero nunca que llegarían a la agresión. Se sentía fatal por haber cedido a los caprichos de mi mujer. Mi sorpresa fue mayor cuando, a los pocos minutos, sonó el timbre de mi casa. Al abrir me encontré al más joven de los agentes, que venía con esa sonrisa de chulito que me resultaba extrañamente atractiva.

  • Mire señor…
  • Jaime García.
  • Ok Jaime, creemos que lo mejor en estos casos es realizar una labor de mediación, ¿puede venir al apartamento de su vecino?

Aquello me descolocó totalmente, no tenía ninguna intención de enfrentarme a mi vecino. Lo seguí sin discutir, dada mi tendencia natural de evitar los conflictos y lo que imponía aquel hombre de uniforme. La actitud chulesca del policía era ciertamente extraña, y no dejaba de mirarme de arriba debajo con una intención que mi cerebro no era capaz de catalogar.

  • Ok, de acuerdo… Bueno yo pensaba… - El agente ya estaba entrando en el piso del vecino, por lo que no escuchó mis tristes balbuceos. Cogí las llaves de mi piso y lo seguí.

Lo que vi en aquel salón me dejó flipando. El otro agente estaba espatarrado en el sofá con la camisa abierta y los pantalones en los tobillos mientras le taladraba la boca a mi vecino. Este ya no tenía el pantalón de deporte puesto, y llevaba solo un suspensorio que dejaba ver su trasero. El tío tenía pose de prostituta profesional, arqueando la espalda exhibiendo un culo sin un solo vello, muy blanco… lleno de manos rojas en ese momento, y un precioso ojete rosado que se podía ver palpitar.

  • Mira Jaime, como puedes ver, tu vecino es una zorra. Hemos intentado hablar con ella, pero no creo que entre en razón. Va a seguir follando a todas horas, ¿verdad putita?
  • ¡Contesta puta! – El otro agente le sacó la polla de la boca y mi vecino asintió mientras abría la boca hacía el corto pero gordo rabo del agente. – Como la mama esta zorra… parece que no comió en años.

  • Como ves, esto no se soluciona con una bronca. El tío no se prostituye. Y lo de denunciarle por ruidos… lo veo jodido, aunque es muy ruidosa la zorra.

  • Joder estoy flipando… - Fue lo único que supe contestar.
  • Jajaja, ya lo veo… y tu polla está muy contenta. – Yo solo llevaba un pantalón de deporte sin ropa interior, algo usual en mí, y la tienda de campaña era más que apreciable. – Siéntate ahí mientras te explico cómo solucionar esto. – El agente señaló un sillón mientras empezaba a desnudarse. No sé por qué, pero le hice sin rechistar.

El agente se desnudó tranquilamente mientras veía como su compañero le follaba la boca a mi vecino sin compasión. Tenía un cuerpazo, fuerte sin llegar a tener los abdominales marcados… pero era todo un macho. Me sorprendí admirando a ese macho sin prejuicios, que iba a destrozar a la puta de mi vecino. Tenía mucho pelo en el pecho, potenciando sus pectorales. Incluso algún pelo se le escapaba de los poblados sobacos a pesar de sus voluminosos brazos. El vello seguía bajando en “V” por su abdomen rodeando su ombligo y llegando a la buena mata de pelo que rodeaba un cipote de unos veinte centímetros muy gordos y con un capullo muy grande. Las piernas, muy potentes, estaban totalmente cubiertas de pelo que subía hasta su culo donde se ennegrecía según se internaba en la unión de sus duras nalgas. A pesar de que mi atención estaba únicamente centrada en él en ese momento, él no se sintió observado y seguía actuando con total naturalidad en aquella extrañísima situación.

  • Mira tío, con estas putas hay dos opciones: las revientas a pollazos tú o escuchas como lo hacen otros. – Sin más aclaración se acuclilló detrás de mi vecino y le clavó aquel pollón hasta los huevos. Mi vecino solo gimió y paró de mamar un segundo, hasta que el otro poli le cogió la cabeza y siguió con la follada a mayor ritmo.

  • Bufff joder… vas a tragártelo todo, ¿verdad puta? – Alejando, así se llama el famoso vecino, miraba al atractivo cuarentón con cara de auténtica zorra. Este empezó a gemir como un cabrón y empezó a convulsionar en un orgasmo bestial. No pude comprobar la abundancia de la descarga, porque a mi vecino no se le escapó ni una gota.

Cuando se recuperó del orgasmo, el agenté apartó a mi vecino de malas formas, se subió los pantalones y se abrochó la camisa con total tranquilidad.

  • Bueno, te dejo con esta zorra. Que a mi ver estas mariconadas después de correrme me da bastante asco. Por mucho que digas que un agujero es un agujero, no sé cómo puedes follarte a un tío. Al final vas a ser maricón. – Se rio dando una palmada a su compañero en su fuerte pectoral. – Te espero en el bar de la esquina.

A mí me ignoró por completo. Yo seguía sentado tocándome el rabo viendo como el otro policía bombeaba el culo a mi vecino en plan bestia. Miraba la cara de esfuerzo del policía, y como el sudor empezaba a empapar el vello que cubría todo su cuerpo. Era principios Junio y el aire acondicionado no estaba puesto. Los que hayan vivido en Madrid saben lo que implica eso. Incluso yo mismo, sentado en el sofá, sudaba abundantemente. Ahora que no tenía una polla en la boca, Alejandro gemía a lo bestia. Y es que las embestidas del policía no eran para menos. Parecía que quería romperlo en dos. Al míralo solo vi una cara de gozo total que se alternaban con gestos de dolor cuando los huevos peludos del policía golpeaban en su culo con fuerza. Esa cara, una cara de auténtico placer me atraía y me excitaba. Aunque no tanto como ver la cara de esfuerzo del policía cuyo único objetivo era destrozar el culo de mi vecino.

  • Tu ven aquí, que al final nos escucha tu mujer. – Ordenó el policía y yo obedecí sin dudarlo. No sé qué tenía ese tío, pero estaba hipnotizado. – Desnúdate y dale rabo a esta zorra.

No tardé ni un segundo en quitarme el pantalón de deporte y la camiseta, quedándome totalmente en bolas. Caminé hacia ellos con la polla mirando al techo, prácticamente pegada a mi vientre y un hilo de precum colgando.

  • Joder cabrón… Vaya suerte que tienes puta. ¿Has visto ese rabazo? Le pasa del ombligo. – Dijo agarrando por el pelo a Alejandro para que se girase hacia mí. Sus palabras me dieron algo de vergüenza. La verdad es que tengo una polla muy grande y siempre me ha dado algo de palo que la halaguen. Medirá unos veinticuatro o veinticinco centímetros y es muy gorda, aunque no tanto como la del cabrón del poli. – Venga come puta.
  • ¡Jodeeeerrr! - El poli le clavó mi polla hasta los huevos. Nunca nadie se la había tragado entera. Mi mujer la mamaba bien, pero solo el capullo y un poco del tronco. Bueno en realidad, hacía mucho tiempo que no me la mamaba más de dos minutos. – Hostia como traga.
  • Fóllale la boca a esta zorra.

El poli levantó a mi vecino en volandas. Ya llevaba un rato dándole caña de cuclillas y sudaba copiosamente. Lo puso en medió del amplio sofá, y se arrodilló detrás de él clavándosela hasta el fondo de nuevo. Yo ocupé mi sitio delante de su boca y empecé a taladrarla como solo había visto en películas pornográficas. Mi vecino tenía arcadas, pero aguantaba de lujo mi pollón, que podía sentir atravesando su garganta. Sentía su baba caliente cayendo por mis huevos colgones. Tengo los típicos huevos que cuelgan bastante, sin nada de vello. En el cuerpo tampoco tengo mucho vello, y lo poco que tengo me lo depilo. Desde joven hacía natación y ciclismo y cogí esa costumbre. Además, tengo muy buen cuerpo y me gusta verlo así. Desde que no follo me mato a hacer ejercicio, ya he probado crossfit, boxeo y mil cosas para intentar descargar la tensión debida a la falta de sexo, por lo que tengo definido cada uno de mis músculos.

  • Ven para acá. – El tío me cogió por el cuello y juntamos las frentes. El agente sudaba mucho, tanto como yo, pero me dio morbo sentir el calor que desprendía. – ¿Te gusta como la mama esta zorra?
  • Si tío… pufff, en mi vida me la habían comido así. – Más que mamar me follaba su garganta. Sentía los gorgoteos y arcadas que tenía mi vecino, pero me daba igual.
  • Jajaja… esto solo lo saben hacer las putas con rabo como esta, una tía nunca lo hará igual. Déjala respirar un poco que todavía te pota encima. – Yo obedecí, como siempre, y se la saqué. Mi polla estaba llena de babas muy espesas. El policía también la sacó y se acercó a mí. Me la agarró y empezó a restregar las babas por mi polla. – Joder es la polla más grande que he visto en mi vida.
  • Ya, pero la tuya es más gorda. – Susurré mirando su polla sin tomar ninguna iniciativa.
  • Cógela. Así, apriétala. Ufff… está caliente ¿verdad? – El hacía lo mismo que me ordenaba y los dos experimentábamos el mismo placer con nuestras frentes juntas y las respiraciones mezclándose.

En esos momentos ignorábamos totalmente a la puta de mi vecino, que solo jadeaba intentado recuperar el aliento y se tocaba el culo suavemente, como comprobando que no estuviera roto. Estuvimos un rato así, en una extraña intimidad, frente con frente tocándonos el pecho, los rabos... Él recogió el sudor de mi pecho, lo olió antes de lamerlo. Le copié y la sensación fue indescriptible. Él puso esa sonrisa de cabrón que tanto me turbaba cuando vio como mi pollón daba un bote y soltaba una gran gota de precum, la cual recogió y me dio a lamer de su dedo. El sonido de la puerta de mi casa nos sacó de ese trance de puro morbo.

  • Bueno parece que hay que ir terminando la fiesta por hoy. – Se giró y piso la cabeza de mi vecino contra el sofá, dejándole con el culo en pompa. Se lo abrió con las dos manazas y empezó a darle hostias y a sobarlo. Mi vecino gemía y se retorcía de gusto y dolor… No sabía que podía dar tanto gusto recibir una hostia en el ojete.
  • Quiero follármelo. – Fue la primera frase que dije algo por iniciativa propia.
  • ¿Qué has dicho? – El poli me miró con cara de vicio.
  • Que quiero destrozarle el culo a esa zorra. – No era una expresión… Deseaba hacerle daño con mi polla, nunca había tenido ese sentimiento. Siempre he tenido cuidado follando porque sé que lo que tengo entre las piernas no es normal, pero ahora mi deseo era totalmente el contrario. Quería destrozarlo. Reventarlo. Que gimiese mucho más que con los niñatos chandaleros.

  • ¿Tú crees que le entrarán las dos? – Dijo el policía abriendo el culo todo lo posible con sus pulgares. Mi vecino intentó revolverse y quejarse, pero tenía la cabeza inmovilizada por el pie del agente. - Túmbate en el sofá.

Lo cogió del cuello y lo levantó como si no pesase. Alejandro estaba rojo de la presión que había sufrido contra el sofá, aunque pude ver como su polla intentaba escapar del suspensorio. Para ser tan pasivo tenía un buen rabo, pensé.  Una vez tumbado, puse mi polla recta, separándola de mis marcados abdominales, y lo clavó de golpe. La cara de gusto que puso Alejandro fue indescriptible. Me asombré que le entrase de una vez, aunque claro, estaba abierto al máximo por el gordo rabo del policía. El poli cogió su calzoncillo del suelo y se lo metió en la boca.

  • No queremos que tu mujercita se entere, y esta zorra va a gritar mucho. – Se rio de su propia gracia, y se puso detrás de mi vecino apuntando su pollón al ano que ya estaba lleno de mi rabo. Me parecía imposible que entrase. – Joder, que estrechito está con tu polla dentro. ¡Dios, que gusto!
  • ¡Hostia como se nota tu rabo… vaya caliente que está! – Alucinaba por lo que estábamos haciendo.
  • A que si tío… ya entra… Agárralo que no escape. - Mi vecino gemía con el gayumbo en la boca. Parecía que le iban a reventar las venas de la frente. Yo lo apretaba contra mí y sentía sus gemidos contra mi pecho. Me miraba a los ojos, con una sumisión total, sin intentar huir. El gusto para mí era indescriptible. Finalmente, sentí los huevos peludos del agente sobre los míos. – Venga, empieza a bombear.

Nos empezamos a mover, aunque mis movimientos estaban muy limitados con dos tíos encima. Pero el que se movía de lujo era el agente, le daba caña a saco y a mí me producía un roce en la polla que no tenía comparación con todo lo que había hecho hasta ese momento. El vecino, vencido sobre mí, apretado por mis fuertes brazos, gemía extasiado. No duramos mucho. Yo me corrí a lo bestia… tenía mucho acumulado. El policía se corrió cuando sintió que yo empezaba a soltar semen a borbotones. Me dio la impresión que decidió correrse cuando le dio la gana.

Tras recuperarnos unos segundos el policía se puso de pie y me hizo un gesto para que me levantase. Empuje a mi vecino como si no importase una mierda. En ese momento, a mí tampoco me importaba nada más que el macho que me había descubierto un nuevo mundo. Teníamos las pollas todavía duras, la mía mirando al techo. La suya recta, luchando contra la gravedad al ser un rabo tan gordo. Estaban llenas de lefa, sobre todo mis huevos que había recibido la leche que se escurrió del culo abierto de mi vecino. Con su dedo índice limpio mi polla desde los huevos hasta la punta, lo que dejó el dedo cubierto de espesa lefa. La olió un segundo y la limpió con la boca… Repitió la operación en su pollón, pero esta vez me lo dio a mí. No dudé en dejarle el dedo bien limpio. Me supo raro, pero me excitó su sabor, muy amargo… pero era lo más delicioso que había tomado nunca. Cuando le dejé el dedo bien limpio acercó otra vez nuestras frentes, pero esta vez acabamos en un morreo bestial, en el que tocamos todo lo que estaba a nuestro alcance. Su gran espalda, su duro y peludo culo… Sentía nuestras pollas aprisionadas entre nuestros cuerpos. Dos machos, uno velludo, otro totalmente depilado, pero dos machos.

  • ¡Joder! Tío vamos para la ducha que así no puedes volver a casa ni yo al trabajo. – Nos duchamos juntos, pero no hubo más sexo. Solo mirándonos con complicidad. Me flipaba su cuerpo peludo lleno de espuma, igual que a él parecía impresionarle mi cuerpo cincelado al milímetro.
  • Nunca había hecho nada parecido. – Rompí el silencio mientras nos secábamos, sin acabar de creerme lo que había pasado.
  • Pues se te da de lujo, y creo que te ha gustado. – Su sonrisa de cabrón me descomponía, volvía a tener el rabo duro… si en algún momento se me bajó.

  • Ha sido la hostia.

  • Ya te digo, yo lo descubrí hace un par de años… después de ser padre y cansado de hacerme pajas.
  • Yo estoy igual, llevaba meses sin follar.
  • Ya se nota, no se te baja. – Y se rio mirando mi polla pegada al ombligo. La situación se había convertido en una conversación entre colegas, perdiendo un poco la vergüenza del momento.
  • ¡Pufff! Es que me has puesto muy caliente.

  • ¿Yo o la puta? – Me dijo mirándome a los ojos, midiendo su masculinidad.

  • Tú, pero no te creas que me has vuelto marica ni nada de eso. – Dije algo avergonzado, como si tuviese quince años.
  • Tranqui macho… no creo que seas de los que prueba con un tío y se vuelve una zorra. – Los dos guardamos silencio, mi contestación había roto un poco la magia y el morbo del momento. Y me arrepentí por ello. – ¿Sabes que eres el primer tío que beso?
  • Tú también. – Mi respuesta era una obviedad, la suya me sorprendió y me enorgulleció ver un atisbo de timidez en ese macho que me había dominado desde que entré en el piso.

Salimos al salón a vestirnos, donde mi vecino seguía tirado en el sofá sin moverse. Un charco de lefa con un ligero tono rojizo salía de su culo. El policía vio mi cara algo asustada al ver la sangre.

  • Tranqui, será un capilar roto… nada grave, ¿verdad puta? – Le dio un par de cachetes a mi vecino que asintió con una sonrisa de medio lado.
  • Hostia si se ha corrido sin tocarse. – me fijé en una mancha de lefa en su suspensorio negro.
  • Jajajaja… suele pasar con las putas como esta. – El agente cogió su gayumbo lleno de babas y se lo lanzó a la cara. – Mañana vendré a por ellos a la misma hora. Los quiero limpios. – Mi vecino asintió sonriendo, esta vez abiertamente.

Nos acabamos de vestir y salimos del piso. Ya en el rellano no sabía cómo despedirme. El me dio la mano bien fuerte.

  • ¿Mañana te veo?

  • Claro… - Dije mirando al suelo.

  • Tengo muchas más cosas que enseñarte. – El morbo de su mirada me dejó intrigado.
  • Creo que nos vamos a llevar muy bien. – Contesté.

Él me guiño un ojo y se fue. Se iba marcando pollón. Sin gayumbos se definía su capullo perfectamente en su apretado uniforme. Me quedé mirándole hasta que llegó el ascensor. Yo llevaba un empalme de la hostia, que tuve que disimular atrapando el pollón con la goma del pantalón corto. No entre en casa hasta que vi su potente cuerpo desaparecer en el ascensor. Todavía estaba en sock, no me creía lo que había pasado. Mi mujer vino a mi encuentro a ver qué había pasado.

  • Bueno, ¿le habéis dado una lección a ese degenerado? – Como siempre el tono era más imperativo que de pregunta.

  • No lo sabes tú bien. No creo que nos dé más problemas. – Dije con una gran sonrisa.

  • Ese es mi hombre. – Me dijo agarrándome del cuello para darme un ligero beso. Al abrazarse notó mi polla que seguía dura. – Veo que todavía te caliento con solo tocarte… igual esta noche te llevas una alegría. – Dijo zalamera mi mujer, que estaba por un día contenta.
  • Creo que a partir de ahora todo irá mejor cariño… - La sonrisa no se iba a quitar de mi cara en muchos meses. O al menos, eso pensaba en ese momento.

Tras resolver el “problema” con mi vecino mi mujer se puso especialmente cariñosa. La pobre pensaba que el empalme que tenía desde hacía una hora era por su culpa. Mientras ella se contoneaba por casa, contenta de manipularme hasta esos extremos, yo pensaba en la pareja de policías que había conocido esa misma tarde. En realidad, pensaba en el poli joven que me había excitado de tal manera que había olvidado todos mis límites y tabús.

Mientras pensaba en él traté de recordar su nombre, pero me fue imposible. Al mayor lo llamó Antonio, pero no recuerdo que dijese el suyo en ningún momento. Lo que recordaba con claridad era su pecho peludo, como sudaba cuando se follaba a mi vecino de cuclillas, como caían gotas de sudor de su recta nariz, quizás algo grande, pero que le daba un aspecto muy masculino. Me imagine lamiendo esas gotas de sudor, mientras me miraba con aquellos ojos llenos de vicio.

  • Cariño, no puedes esperar al postre. – Miré extrañado a mi mujer mordiéndose un dedo intentando ser sexy. Hacía tiempo que no la veía de ese modo, y ya no le salía natural. Yo miré hacia mi polla, dura y con una gran mancha de precum que oscurecía mi pantalón corto.
  • Perdona… - Yo estaba ensimismado en mis pensamientos y me costó volver a la realidad más tiempo de lo normal.
  • No te hagas el tonto. – Dijo sobando mi rabazo por encima de la tela. – Venga, vamos a la cama.

  • No… - Dije bajo.

  • ¿Qué? – Se indignó mi mujer.  Yo me levanté despacio y cogiéndola del cuello, me acerqué a su oído muy despacio.
  • Me la vas a comer aquí… - Me miró sorprendida. Iba a rechistar, pero mi dedo índice en sus labios lo evité. Con la otra mano presioné su hombro mirándola con tal seguridad que sorprendentemente obedeció.

Al bajar el pantalón mi polla dura le golpeó en la mejilla. Hacía tanto que no me la mamaba que debía haber olvidado sus dimensiones. Aquello la puso más cachonda. Nunca lo hubiese imaginado. Aunque habíamos tenido sexo apasionado de novios, siempre fui muy cariñoso con ella. Se puso a mamar el capullo, muy lentamente, torpemente siendo sincero. Recordé a mi vecino, tragando mi polla entera, teniendo arcadas hasta casi vomitar; y luego miré a mi mujer, que con los ojos cerrados lamiendo mi rabo como si fuera una mojigata.

Después de follar la boca a un tío a lo bestia, a quien le iban a poner cachondo esas memeces. Ahora mismo me resultaba insulso, aunque esa misma mañana hubiese rezado para que mi mujer hiciese eso con mi polla. La vida es muy irónica. Pensé en que haría el policía en esa situación, seguro que no se contentaría con esas lamidas de quinceañera inexperta.

  • ¡Chupa con ganas, joder! – Mi voz sonó segura, y mi mujer se quedó quieta mirándome con la boca abierta. Hasta que no le di con mi pollón en la boca, no reaccionó. Por fin empezó a chupar con ganas. Como cuando éramos novios. – Así joder… si al final te gusta.

Ella no contestaba, solo ponía toda su energía en chupar y subir y bajar sus manos por un pollón. A pesar de mis intentos de que tragase más que el capullo. Estos siempre acababan en toses y lágrimas. Al final me aburrí de la mamada y la subí en brazos. Mi mujer se mantenía delgada y la manejaba con facilidad. Y rodeándome el cuerpo con sus piernas, se quedó sentada en mi rabo, llenándole los pantaloncitos del pijama de sus propias babas y mi precum. Me besó y el sabor a mi propia polla me volvió loco, recordándome el pollón peludo del policía. Apoyándola contra la pared para liberar mis manos, le empecé a romper el pantalón.

  • Jaime… ¿qué haces? – Dijo asustada.
  • ¡Cállate joder! – Dije metiendo mi lengua en su boca. Tras romperle el pijama y apartar el tanga le clavé mi polla de golpe. Noté lo mojada que estaba y como la polla entró casi entera.
  • Jaime, me haces daño, no me entra toda.

  • En el culo te entraría entera, si no quieres que te lo desvirgue es mejor que te calles. – Otra vez no me reconocía hablándole así. Parecía que el encuentro con el policía me había recordado que tengo cojones.

Me la estuve follando un rato contra la pared, hasta que la llevé al cuarto en volandas y con mi rabo bien dentro. Había soltado a mi mujer, que se agarraba a mi cuello como podía para no verse atravesada por mi rabo. Me vi en el gran espejo que teníamos en el pasillo, en bolas, con mi mujer colgada como un koala, ensartada en mi rabo, y los girones de su pantalón del pijama colgando. Estuve así unos segundos y me sentí orgulloso por primera vez en mucho tiempo.

La tiré en la cama, como si fuera una muñeca. Seguía estando buena la cabrona. Desde que tuvo al niño ella se quejaba de los kilos que había cogido, pero a mí me parecía que la hacían más atractiva. La coloqué a cuatro patas y pude ver esas caderas, y su estrechísima cintura. Carla es tan blanca que, al darle una nalgada, mis dedos quedaron perfectamente marcados en su piel. Pensé en mi vecino, Alejandro, como su piel igual de blanca estaba llena de marcas similares. Le follé duro, escuchaba sus gemidos, y se corrió en cuanto le empecé a masturbar su hinchado clítoris. Me puse de cuclillas, tal como había hecho el policía con mi vecino haciendo que su cabeza se apoyase en el colchón. Empecé a sudar, la posición era incomoda, y mi mujer se quejaba mucho, a pesar de su disfrute. Tuve que decirle que mordiese la almohada, aunque en seguida cambié de idea. Quería que mi vecino nos escuchase y agarré su pelo haciendo que levantase la cabeza. Ya sabía porque molaba follar así, mi polla parecía que iba a romper el coño de mi mujer, me sentí el puto amo del mundo, el dueño de su coño.

Le seguí dando un buen rato, hasta que pensé en sus pechos, que debían moverse en mil direcciones. La giré y allí estaban, hinchados, llenos de leche, con los pezones más abultados, y decidí probar ese manjar que me había negado todo este tiempo. Su leche sabía dulce, pero me dio mucho morbo, y los tenía tan sensibles que se volvió a correr la muy zorra. La folle duro, levantado sobre mis brazos para hacer más fuerza. El cabecero de la cama chocaba contra la pared haciendo mucho ruido, y la cara descompuesta de mi mujer, despeinada, con los pechos rojos marcados por mis manos y mis dientes me pusieron muy cachondo. No pude aguantar más y solté toda mi leche en su coño, gruñendo como una bestia y pensando en el policía. Pensando en que estaría orgulloso de mí.

Caí a un lado, muy sudado, aquel día hacía mucho calor. Miré al techo un rato y luego vi a mi mujer como ida, tumbada a mi lado. Tenía el coño rebosando leche, y el pantaloncito hecho jirones enredado en las piernas. Me vio y se puso de lado dándome la espalda, como avergonzada. La abracé por detrás y le clavé mi rabo morcillón. Debido al tamaño que tenía, podía dormir toda la noche penetrándola, aunque no estuviese dura. Se resistió un poco, pero no la dejé moverse. Y al final caímos rendidos en esa posición.