El vecino de abajo (1)

...Marta, sin mirarle a los ojos, acarició su pecho. Pasó sus manos, acariciando los pezones con los dedos. A Pedro se le endurecieron. Marta miró hacia abajo y vió que los pezones no eran lo único que se le endurecía a Pedro. Fue bajando sus manos, poco a poco, hasta que llegó al pantalón. Pedro aspiraba el olor de Marta...

- El vecino de abajo – capítulo 1

Marta vivía en el cuarto piso, sola. Lo había estado compartiendo con otra estudiante durante unos meses, pero Zaida se había marchado y ahora estaba sola.

Solía caerle bien a todo el mundo, y había hecho amistado con sus vecinos de abajo. Pedro y Sara. Una pareja algo mayor que ella. Ella tenía veintiseis años, mientras que Sara tenía treinta y Pedro treinta y dos.

Marta era una chica normalita, de las llamadas del montón, y aunque no era especialmente guapa, estaba orgullosa de sus curvas. Medía un metro y sesenta y seis centímetros, gasta una talla ochenta de sujetador. El culo quizás un poco grande, pero no demasiado. El pelo castaño le caía en rizos hasta los hombros y tenía una sonrisa preciosa.

No tardó mucho en ganarse a sus vecinos. Durante el verano solía bajar a la piscina comunitaria a la misma hora que ellos, y pronto se contaba con Sara muchas de sus cosas. Con Pedro se llevaba bien, pero él solía mantener las distancias. Aunque Marta se había fijado, en varias ocasiones, cómo él le miraba disimuladamente las tetas o el culo cuando le daba la espalda. Sara también se había dado cuenta, y bromeaba con Marta sobre ello.

-¿Te has dado cuenta de cómo te mira? -preguntó Sara.

-Claro. Intenta disimular el pobre, pero lo hace fatal, jajaja.

-Sí, es verdad.

-No te molesta, ¿verdad?

Sara sonrió.

-Claro que no, no seas boba. A veces le gasto la broma de ponerme celosa, pero sé que es algo que los hombres no pueden evitar. Y Pedro es muy hombre, te lo aseguro, jajaja.

Marta asentía sonriendo también.

-Además está muy bueno, seguro que te has dado cuenta de que otras también le miran a él.

-Pues sí -contestó Sara-, a ti, por ejemplo.

-Qué va... -dijo Marta haciendo un gesto con la mano.

Sara se colocó las gafas y se sentó en la hamaca.

-No me mientas. Yo también te he visto a ti mirándole, alguna que otra vez.

Las dos se giraron a mirar a Pedro, que seguía nadando en la piscina, ignorante a la conversación que las dos chicas mantenían sobre él.

-Marta... -dijo Sara poniéndose seria de repente-, ¿puedo hacerte una confesión?

-Claro -contestó Marta.

-Tengo una fantasía desde hace tiempo que aún no he podido cumplir. Y creo que he encontrado con quién cumplirla.

Marta también se puso seria, sin saber exactamente lo que le iba a decir Sara, pero intuyendo por dónde iba la conversación.

-Cuéntame, Sara.

-Verás, siempre he tenido ganas de hacer un trío con Pedro y otra mujer -dijo Sara mirando fijamente a Marta-. Y me gustaría que fueras tú.

-¿Qué? Debes estar de broma..., yo no...

-Va, piénsatelo chica. ¿No te parece excitante? -dijo Sara, de nuevo con una sonrisa en los labios.

Las dos se tumbaron sobre la hamaca. Sara no dijo nada más en los siguientes minutos, dejando que Marta asimilara lo que acababa de decirle.

Marta empezó a pensar, convirtiendo su mente en un hervidero de ideas. Para empezar, era cierto que Pedro la atraía. Se había descubierto a sí misma, en ocasiones, mirándole también su trasero. A veces incluso mirando la forma de su verga en el bañador, imaginando cómo sería tenerla entre sus piernas. Otra cosa era Sara. La forma en la que se lo había dicho..., ella no había tenido nunca una experiéncia lésbica, y no sabía si eso la iba a gustar. Pero pensarlo hacía que un ormigueo de curiosidad, y las cosquillas del deseo hicieron aparición en su sexo. Con fuerza, de imaginarse a Sara, la chica boom del vecindario, con la cabeza hundida entre sus piernas.

Las cerró involuntariamente, dándose cuenta de que empezaba a mojarse de pensarlo. Así que se le ocurrió una idea. Lo haría con los dos, pero primero por separado con cada uno de ellos. Cuando quería podía ser muy mala, y así lo haría esta vez.

-Sara -dijo Marta.

-Qué.

-Lo haré. Pero con una condición.

-Tú dirás -dijo Sara mirándo a Marta a los ojos.

-Primero lo haré con él, los dos a solas. Luego contigo, las dos solas. Y luego los tres juntos.

-Me parece bien.

-Una cosa más -dijo Marta sonriendo.

-Tú dirás.

-Tú me organizarás la cita, sin que él lo sepa. Tengo que conseguir que lo haga creyendo que te pone los cuernos.

-Jajaja, mira que eres morbosa, Marta, pero muy divertida.

Estaban los tres solos en la piscina. Sara se levantó, y asegurándose de que Pedro no las miraba, se levantó. Acariciándole un pecho a Marta por encima del bikini, le dio un beso en los labios.

-Vete a casa, ahora te lo mando cielo -le dijo Sara al oído.

A Marta le recorrió un escalofrío, y se dio cuenta de que estaba empapada sólo de pensar que se iba a follar a Pedro antes de que acabara el día.

Recorgió sus cosas y se marchó a casa, no sin antes ver cómo Pedro y Sara recogían sus cosas para marcharse también.

Al llegar a casa, Marta se duchó y se puso cómoda. Un top rosa muy ajustado, dejaba ver perfectamente la forma de sus pechos. Un pantalón azul le cubría hasta medio muslo. Se recogió el pelo en una coleta y se miró al espejo. Pensó en la conversación que había tenido con Sara, y sintió los pezones endurecerse debajo del top. El espejo le devolvió la imagen de los pezones endurecidos a través de la tela rosa y se sonrió.

Al cabo de un rato, sonó el timbre de la puerta. Se acercó y miró por la mirilla. Era Pedro. Sara estaba cumpliendo su parte del trato. Él venía con un pantalón de deporte blanco y una camisa de flores desabrochada. Le abrió la puerta.

-Hola Marta -dijo él-, Sara me ha enviado a pedirte sal. Está preparando la comida y dice que la va a necesitar para la ensalada.

-Claro, pasa. Ahora te la doy.

Marta cerró la puerta y se dirigió a la cocina. Tuvo que pensar rápidamente en cómo actuar para seducirle.

Mientras se acercaba a la puerta de la cocina, vio por el espejo del pasillo que Pedro le estaba mirando las nalgas. Se dijo que no le costaría demasiado. Abrió la puerta del armario y colocó la sal en un lugar más alto.

-Pedro -le llamó-, tendrás que ayudarme. Yo no llego.

-Claro -contestó él, acercándose a la cocina.

Lo había puesto muy alto, y cuando él fue a coger la sal, ella se acercó intentándolo también. Rozó con sus tetas la espalda de él, y metió sus manos en su camisa abierta.

-Perdóname Pedro -dijo azorada, actuando-, te he visto con la camisa así abierta, y se me ha ocurrido que no podía dejarte ir sin acariciarte el pecho. Es que me encanta cómo lo llevas de afeitado.

-No te preocupes, tócalo si quieres -dijo él abriéndose un poco más la camisa.

Marta, sin mirarle a los ojos, acarició su pecho. Pasó sus manos, acariciando los pezones con los dedos. A Pedro se le endurecieron. Marta miró hacia abajo y vió que los pezones no eran lo único que se le endurecía a Pedro. Fue bajando sus manos, poco a poco, hasta que llegó al pantalón. Pedro aspiraba el olor de Marta.

Ella siguió bajando su mano, hasta que acarició la verga de Pedro por encima del pantalón. Pedro ahogó un gemido. Ella ya no acariciaba, sino que apretaba, notando la dureza de la polla de Pedro en su mano. Él se acercó, inclinándose, para besarla, y sus labios se encontraron en un beso. Pedro mordiqueó el labio inferior de Marta. Marta abrió la boca deslizando su lengua entre los dientes, buscando la de él. Pedro se apretó entonces contra ella, y ella pudo sentir la dureza de su miembro contra su estómago. Su sexo se empapó.

Pedro cogió las tetas de Marta por encima del top, y luego fue bajando hasta cogerlo por debajo. Se lo sacó, liberando las tetas de Marta, que apuntaban hacia cielo. Sus pezones, también endurecidos, rozaron el pecho de Pedro, y este se apretó aún más contra ella, ahora utilizando su lengua para lamer la barbilla de Marta. Descendió por su cuello y se inclinó más para lamer las tetas de Marta, que respiraba y gemía cuando Pedro atrapaba cada pezón entre sus labios, succionando con fuerza.

Las manos de Marta se afanaban en desabrochar el nudo del pantalón de Pedro.

-Pedro..., quiero comértela, quiero sentirla en mi boca.

Pedro se separó ligeramente de ella, y sin dejar de mirarla, se desató el nudo de los pantalones y se los quitó. Su verga, dura como un mástil, apuntaba al cielo. Marta la agarró con las manos. Se arrodilló ante él y empezó a chuparla. Él se apoyó contra la mesa de la cocina, y ella enguyó aquel trozo de carne, pasando la lengua desde los huevos hasta la punta para engullirla de nuevo.

A los pocos minutos, Pedro la apartó. Le quitó los pantalones a Marta y la sentó encima del lavavajillas. Metió la cabeza entre sus piernas y empezó a lamerla como nunca lo habían hecho. Metía su lengua en su sexo, golpeando el clítoris con fuerza o con suavidad, según los gemidos de ella.

-Pedro, fóllame ya, necesito que me folles ya.

Pedro se puso de pie y alojó su verga entre los labios de ella. Empezó a penetrarla con suavidad, pero se dió cuenta de que ella estaba bien lubricada, así que la hundió de golpe, arrancando un gemido de placer de la garganta de Marta.

-Mmm, así... -gemía Marta.

-¿Te gusta? -le decia Pedro- ¿Te gusta cómo te follo?¿Te gusta mi verga?

-Sí, fóllame asíiiiiii -el orgasmo de Marta llegó casi de repente. Pedro no pudo más, y su leche inundó a borbotones el interior de Marta. Apretando fuerte sus nalgas, se dejó caer encima de ella.

Pasaron así unos minutos.

-Gracias Pedro. Coge la sal y vete.

-Pero...

-Pedro, me ha gustado mucho y volveremos a follar. Pero ahora coge la sal y vete.

Marta le sonrió. Pedro se compuso y se fue con la sal.

Marta pensó que se lavaría, y luego llamaría a Sara. Tenía cosas que hablar con ella, y dos polvos más que planear.