El Vampiro (II)
Ana continúa rememorando sus pasadas fantasías con vampiros, mientras espera que un auténtico vampiro entre en su vida...
Silvia fue mi segundo ligue. Me sorprendió lo poco que me costó enrrollármela. Fue en una fiesta de fin de semana. Y fue mucho mejor que con Alfonso. Más directa, más fácil, más interesante... le estuve lanzando miraditas toda la noche. Era alta y rubia, con muy poco pecho, pero unas caderas muy torneadas. Me imaginaba a mi misma estando sobre ella, dominándola, bebiéndola. Dos horas después estaba encima de ella, en la parte de atrás del local. Fue un polvo rápido, furtivo. Quizá fue la emoción del peligro, de que en cualquier momento nos podían pillar, o a lo mejor, la experiencia nueva, pero el caso es que me corrí mucho mejor que con mi exnovio. Silvia también era novata en aquello de follar con otra chica, pero nos enseñamos mucho. Al día siguiente volvimos a quedar, por la tarde. Estuvimos tomando algo antes de meternos en su casa, que estaba vacía.
-Estuvo muy bien... anoche-me dijo.
-Pues si. Cuando me he despertado aún me temblaban un poco las piernas-confesé, un poco tímida. Ninguna de las dos sabía muy bien qué decir, así que no hablamos mucho.
En su casa, fue genial, comiéndonos los coños la una a la otra, metiéndonos dedos, explorando... yo seguía fantaseando con aquella idea, que yo era una vampira, y ella mi víctima. Yo la estaba obligando a hacer todas esas cosas, bajo mi voluntad. La había hechizado, era mía. Una parte de mi sabía que solo era una inofensiva fantasía, pero la otra parte le mordisqueaba los pechos, pequeñitos pero firmes. Le cubrí el cuello y el pecho de chupetones, succionando su piel. Ella se reía. No entendía porqué yo lo hacía, pero le gustaba.
Empezamos a salir juntas después de aquello. Nunca se lo dije a mis padres abiertamente, simplemente yo les decía que Silvia era mi amiga, y cuando estábamos con otras personas, nunca nos mostrábamos muy cariñosas... pero mis padres no eran tontos, y estoy segura de que adivinaron lo mío con Silvia desde el principio. Siempre estábamos juntas. Cuando mis padres salían por la noche, Silvia y yo dormíamos juntas, y probablemente, mi madre encontró alguna prueba de ello; una mancha en las sábanas, carmín en alguna de mis prendas... estoy casi segura de que una mañana, ella probó y vio la cinta de vídeo que yo había puesto la noche anterior, y que era una porno de vampiras lesbianas.
Porque lo más fantástico de Silvia es que pronto entendió mi "fantasía" como ella lo llamaba, y le gustó. Veíamos juntas ese porno de lesbianas, pajeándonos mientras tanto. Ahora, si yo veía las mismas escenas de Drácula por enésima vez, lo hacía con Silvia comiéndome el coño. Incluso ella se dejaba mordisquear, y me mordisqueaba. Las dos íbamos llenas de chupetones, especialmente en el cuello, los pechos y los muslos. Seguro que nuestras madres lo notaron, pero la mía, al menos, era demasiado anticuada como para plantearme aquello directamente. Sé que a los padres de Silvia no les gustaba demasiado verme por su casa, ni que siempre estuviéramos juntas. Las dos comenzamos en el Instituto juntas, las dos vestíamos siempre de negro, o de rojo.Las dos tratábamos de cultivar una apariencia extraterrena, sobrenatural. Cuando salíamos de fiesta, incluso nos maquillábamos para estar más pálidas.
Mi amiga, mi confidente, mi víctima. Si, ella se prestaba a ese juego de sumisión, ese peligroso juego. Yo la ataba a la cama, a veces, y le vendaba los ojos. Nunca le hacía daño, como mucho le mordisqueaba los pezones, pero tenerla así, a mi disposición, bajo mi dominio , me ponía indeciblemente cachonda. Disfrutaba paseándome desnuda a su alrededor mientras la tenía atada, darle unos cachetes en las nalgas a veces, sentarme sobre su cara, teniéndola totalmente indefensa... fueron grandes tiempos, para los dos.
En el instituto, la adolescencia nos volvió mucho más sexuales, y salvajes. Se corrían rumores tontos sobre nosotras: desde los más acertados, que éramos lesbianas, tortilleras , como oí decir a una compañera cuando no sabía que yo escuchaba, a que éramos brujas y hacíamos hechizos, ouija, magia negra... no era cierto, pero nos daba un aura oscura que a las dos nos encantaba. Disfrutábamos con ello.
A los 16 años, planeamos nuestra mayor hazaña. Estábamos excitadísimas cuando se nos ocurrió, una noche tonta, tiradas en un bosquecillo, desnudas sobre una manta, y después de habernos fumado un porro. La idea era que uniríamos a alguien más a nuestro juego. A un chico. Un chico al que seduciríamos, un chico al que haríamos nuestro, nuestra víctima. Pasamos semanas eligiendo una "víctima": yo quería que fuera alguien especial. No uno de esos machotes forzudos que me miraban con cara de asco porque sabían que me gustaba comer coños y no pollas, sino a alguien más sensible, a alguno que todavía fuera virgen, uno de esos chicos tímidos que andan por cualquier instituto, de cualquier país. Juan fue, desde el principio, mi primera elección.
No era feo, ni tenía mal cuerpo, pero era muy tímido, y ya con 16 años se notaba que iba a quedarse calvo. Las chicas no le hacían ni puto caso, por lo que sabíamos, era virgen. A veces se reían de él, porque era un patoso de campeonato jugando a fútbol. Bien, nosotras nos encargaríamos de que tuviese al menos, una noche de las que no se olvidan fácilmente. Yo, que era más lanzada y atrevida que Silvia, le entré un viernes por la tarde, al salir de las clases, y le pregunté si quería venir conmigo al cine. Estaba nervioso, pero se notaba que yo le ponía, y aceptó. Quedé en pasar a por él en mi moto.
Silvia y yo estuvimos preparándonos para él a conciencia. Queríamos parecer ángeles, y a la vez demonios, pero sobre todo, queríamos ser la fantasía de cualquier chico. Nos vestimos con ropa negra, muy ajustada, y nos pintamos pálidas, pero con los labios extra rojos y sombra por debajo de los ojos. Yo recogería a Juan, pero en vez de llevarlo al cine, lo llevaría al bosquecillo abandonado donde Silvia y yo solíamos follar los fines de semana. Ella nos esperaría allí.
Juan también se había arreglado para mi. Mejor peinado de lo que solía estarlo, se había vestido fino. La verdad es que casi demasiado. Pero me gustó lo bastante, le subí a mi moto y le dije que antes del cine, iríamos a otro sitio. Así lo llevé al bosque. Silvia había tenido una hora para dejarlo todo arreglado: una docena de velas encendidas que mostraban el camino hasta lo que llamábamos "la cama nupcial" un colchón tirado en el suelo, sobre el que habíamos puesto sábanas rojas, e incluso una colcha gruesa de piel de leopardo que habiamos comprado aposta para la ocasión. Juan se quedó mirando a Silvia, allí tumbada, toda provocación y sexualidad. En un primer momento, quiso irse. Demasiado asustado, y demasiado inseguro. pero yo le empujé suavemente hasta el lecho, hasta Silvia, que le recogió sonriendo como un espectro, y le desabotonó la camisa. Yo me desnudé para él, lentamente, a la luz de las velas, hasta estar totalmente en cueros. Entonces, él ya estaba totalmente desnudo, excepto los calzoncillos. Estos dejaban ver una erección que sin duda no podía evitar. Me hice cargo de él mientras Silvia se desnudaba, besándole acariciándole. Nunca le habían acariciado como lo hice yo. Le quité los calzoncillos y comencé a manejar su polla, sintiéndola dura y gruesa, aunque no muy larga, toda en mi mano. Silvia le besuqueaba por detrás, el cuello, la nuca, la espalda. Me tumbé sobre él, como una sacerdotisa, dejando que me penetrara. Hacía tiempo que no me metía un pene, pero no había olvidado lo que hacer. Silvia, mientras tanto, se hacía un dedo delante de él, desnuda y excitante. Me incliné todavía más para poder comerle las tetas.
En toda la noche, le dejamos seco, y no de sangre. Ninguno de los tres dijo nada. Cuando una de nosotras estaba exhausta, la otra ocupaba su lugar. Cuando él no podía más, nos dábamos placer entre nosotras. Al final, cuando ya no podíamos sacarle más semen, hartas ya de restregarnos, nos miramos, como dós cómplices, nos inclinamos sobre él y le mordimos.
Yo le mordí el cuello, y Silvia la pierna. Mordí con fuerza, hasta hacer saltar sangre, y me la tragué. Juan luchaba por levantarse, y cuando lo consiguió salió corriendo, totalmente desnudo, sin calzoncillos ni nada. Fuimos tras él, desnudas como dos ninfas, riéndonos. Mi risa sonaba sobrenatural en mis oídos, le perseguíamos, sin querer en realidad hacerle daño. Al final, le lanzamos su ropa, él se paró a cogerla, y caímos sobre él, sin dejar de reír. Pero estaba demasiado asustado, así que lo amansamos con besos y caricias, susurrándole que había sido una broma, le dejamos vestirse, y le dejamos irse. Jamás, jamás, he vuelto a correrme como aquella vez, cuando Juan se fue y Silvia y yo nos pajeamos la una a la otra, besándonos, con sangre en nuestras bocas. Y no era sangre de mentira.
Llevábamos saliendo dos años en total, cuando Silvia y yo rompimos. Fue por mi culpa, supongo. Yo era ya toda una lolita, intrigante y viciosa. Después de Juan hubo otros, ya no me importaba para nada la imagen que daba. A algunos los llevábamos al bosque y los compartíamos, a otros simplemente me los cepillaba a toda pastilla en cualquier rincón, sin que Silvia lo supiera. Y una noche, solas en mi casa, jugamos a nuestro juego de sumisión, y yo fui demasiado lejos.
-Ven conmigo-le susurré, y la llevé al baño con los ojos cerrados. Allí, busqué una de las hojas de afeitar de recambio de mi padre, y con una de ellas le hice un tajo a Silvia en la muñeca y bebí de su herida.
En cuanto ella se dio cuenta de lo sucedido, se echó a gemir y a llorar, intentando separarse de mi. En realidad, el sabor de la sangre no me gustaba, pero el acto de chuparla me excitaba tanto... Silvia consiguió apartame de su muñeca y salió llorando y gritando de mi casa. Yo me quedé en el baño, temblando y sollozando, aunque no lloré. La hoja manchada de sangre estaba todavía entre mis dedos. La sangre brotaba de mi boca, mucha más que en ninguno de nuestros juegos anteriores. Lamentaba lo que le había hecho a mi compañera, pero no podía hacer nada para impedir la excitación que brotó de mi al mirarme así en el espejo, desnuda y con sangre en la boca. Saqué del cajón el cepillo para el pelo de mi madre y me masturbé con él allí mismo, mientras relamía la sangre.
Nunca volví a ver a mi Silvia. Sus padres la cambiaron de instituto. En los años siguientes hubo muchos amantes para mi, hombres, mujeres...pero nunca volví a tener una compañía como la de Silvia...
CONTINUARA