El valor extra de lo prohibido: mi primera vez
Era increíble cómo la inocencia de mis 18 añitos me había hecho conocer de un modo particular, una sensación totalmente novedosa hasta ese momento, y que me había brotado por los poros en aquel instante, tan solo ante la posibilidad de cometer ese pecado.
EL VALOR EXTRA DE LO PROHIBIDO:
MI PRIMERA VEZ.
Era increíble cómo la inocencia de mis 18 añitos me había hecho conocer de un modo particular, una sensación totalmente novedosa hasta ese momento, y que me había brotado por los poros en aquel instante, tan solo ante la posibilidad de cometer ese pecado.
El hecho aconteció el día en que era todo un acontecimiento en mi propia casa, ya que ésa era la primera vez que iba a hacerle un mandado a mi madre yo solito.
La tarea era por demás simple: debía ir al almacén de la esquina y volver a mi hogar con un paquete de azúcar.
Nada más.
Sin desviarme del camino.
Sin detenerme en el trayecto.
Sin distraerme del objetivo encomendado, para lo cual llevaba únicamente el dinero justo.
Una tarea tan simple y sumamente fácil de lograr.
Pero cuando pasé por el frente del local recién inaugurado de la cuadra y vi al gordote detrás del mostrador, me vi obligado a contener la respiración y los latidos de mi corazón se aceleraron como dispuestos a batir un récord.
No lo pensé dos veces, aunque era consciente de que eso que estaba a punto de realizar, no estaba bien. Me sentía muy nervioso por estar ante la posibilidad de hacer algo no permitido, o quizás también por imaginarme la probabilidad posterior de ser descubierto por mis padres.
Cual sería el castigo de semejante acción?
No quería imaginármelo, ni siquiera podría saberlo con exactitud, ya que por lo general siempre se me perdonaban las picardías o travesuras, y nunca antes se me había ocurrido hacer algo de semejante magnitud.
Esta era la primera vez!
Y no me estoy refiriendo exactamente a la desobediencia.
De todos modos, no me importaría en absoluto el futuro, y mi único objetivo en ese momento sería el de disfrutar del presente.
Estuve en duda durante dos segundos, pero la tentación era demasiado grande como para no dejarme seducir, y una vez que el último cliente dejó el local, me introduje dispuesto a no retirarme del lugar sin haber saciado mi antojo.
Los acontecimientos se sucedieron de una manera tan vertiginosa que ya todo fue imposible de detener.
Más rápido que un rayo y sin tener la real consciencia de lo acontecido previamente, aunque tal vez fui víctima de una ceguera en primer lugar, seguido por una amnesia causada por la excitación, sin siquiera darme cuenta ya lo tenía encerrado en mi manito derecha. Era tan grande que tuve que pedir también ayuda a la izquierda, y entre las dos lo apretaron en forma delicada, para evitar romperlo. Más que sostenerlo, parecía como que lo acariciaba. Por supuesto que era firme, pero mi ignorancia era total y tenía el temor de dañarlo.
Miraba asombrado lo apetecible que se veía, y toqué la punta con la lengua. Se veía muy duro, bastante húmedo y extremadamente sabroso, y ante la imposibilidad de metérmelo todo en la boquita, ya que era groseramente inmenso, comencé a pasarle la lengua y a chuparlo en forma intermitente. Despacio primero y más rápido después, pues en forma paulatina me inundó una desesperación por seguir sintiendo el delicioso sabor que degustaba mi paladar.
A medida que mis lamidas se sucedieron, caí como víctima de un trance y todo a mi alrededor se esfumó.
Para mí, lo único que existía en el planeta entero en ese preciso momento, era lo que tenía encerrado dentro de mis puños apretados y lo que estaba lamiendo en forma por demás salvaje.
Cada pasada de lengua me hacía temblar de placer, y mucho más aún cuando de repente comenzó un goteo de líquido blancuzco que se deslizó cuesta abajo por entre mis dedos. Tras la primera gota vino una nueva, luego otra y otra más, y fui consciente en forma fehaciente de que mis lamidas no las podrían contener por más rápido que las diera.
Me vi completamente incapaz de frenar lo inevitable.
El pequeño hilo blanquecino dio paso rápidamente a un chorro impresionante que inició su descenso cual catarata caudalosa para bañarme completamente ambas manitos, las cuales comenzaron a temblar en primer lugar y luego, preso de mi propia desesperación que tenía como único culpable a mi sistema nervioso completamente alterado, provocaron sacudidas en mis brazos en forma descontrolada, que lograron finalmente que el caudaloso río efectuara una estampida que lo obligó a saltar al vacío para darse de lleno contra mi indumentaria y terminara estrellándose contra mis pantaloncitos cortos y mi camisa nueva.
Cómo iba a hacer ahora para que no se dieran cuenta en mi casa de lo que había estado haciendo?
Cómo podría disfrazar lo imposible?
Todas mis prendas, brazos, piernas, medias y hasta mis zapatos negros bien lustrados, fueron salpicados por el mismo líquido blanco y pegajoso.
Qué desastre! Qué espanto! Qué vergüenza!
Me era imposible siquiera el intentar buscar una excusa para poder zafar del castigo que inevitablemente me correspondería.
Pero ya era tarde para arrepentimientos.
Aunque en realidad y pensándolo bien, qué me importaba? Quién me podría quitar lo vivido?
Qué castigo sería capaz de hacerme olvidar la agradable experiencia que me había tenido como protagonista?
Todo estuvo bien, hasta el momento en que sentí la voz del gordo quien había permanecido en todo momento detrás del mostrador, sin haberme quitado nunca los ojos de encima y que me hizo volver a la realidad:
"Hey, niño estúpido! Por qué no te vas a tomar el helado a tu casa que me estás ensuciando todo el piso de la heladería?"
FIN DE ESTE RELATO REAL.