El vagabundo (8)

Después del patinazo con Gero intenté disculparme, escogí mal momento porque el clima nos puso a prueba, pero eso facilitó una serie de confidencias inesperadas.

Nunca había estado una noche en vela, estaba abrumado por lo que pasó en casa de Gero, no se me iba de la cabeza el apuro que pasé por haber confundido a aquel muchacho y no haberme dado cuenta de que realmente  era una chica, estuve repasando mentalmente cualquier detalle que me exculpara, lo cierto es que ella no me dio ninguna pista al respecto de su feminidad, era todo lo contrario de la imagen que tenía de una chica, era talmente como su padre, en la forma de vestir, de andar, de sentarse, lo único si quería buscar un fallo podría ser la voz, no era femenina como la de su madre, pero un poco aflautada sí que era y a mi edad muchos chicos la tenían así.

Además, al no haber cenado, las tripas me rugían y me hacían volver a pensar en Gero, no sabía cómo excusarme al día siguiente, seguro que estarían burlándose todavía, de eso estaba seguro pero la verdad no sospeché nunca que se llamara Gerónima, ¡vaya nombre para una chica!

También reflexioné sobre cuando salí de casa de mi tía huyendo del círculo familiar, convencido de que no me convenía estar tan “mimado”, conocí a Pilar con la que pasé unas Navidades completas, aunque en lo personal no avancé en mis estudios, ahora en la Bodega esperaba centrarme en mi sueño de elaborar buenos vinos y parecía que el sitio era ideal, estaba decidido a centrarme en ellos dejando a un lado todo lo demás. Pilar me trató bien pero comprendí que ella seguía su extraña vida y yo me vi envuelto en ella, hasta que Pedro me proporcionó esta oportunidad.

No sé qué hora sería cuando me venció el sueño pero si sé que apenas quedé un poco “traspuesto” sonaron unos golpes en mi puerta. Era Ana que con una sonrisa de oreja a oreja me apremiaba.

  • Buenos días Paco, ¿todavía en la cama? Se nota que has dormido bien.
  • Buenos días Ana, de dormir, la verdad no mucho, pero…  ¿Qué hora es, todavía no ha amanecido?
  • Ya es tarde, el desayuno está en la mesa y a lo mejor tienes hambre, en el campo se madruga, ¿no lo sabías?
  • Sí, pero no tanto… vale, ya me levanto.

Nunca dejé las sábanas con tanto pesar, estaba agotado y hambriento pero Ana no me dejó más alternativa, me asomé por la ventana y no vi nada, limpié el vaho del cristal y lo mismo, al salir a la puerta vi un espectáculo precioso, de los árboles y plantas salían como dedos de hielo, además había niebla y bajé a casa de Ana tiritando pues la ropa que tenía no era apropiada para aquel clima.

  • ¡Por fin!; ya pensaba que te habías arrepentido de vivir en el campo.
  • No digas eso Gero, es que… en fin nada.
  • Anímate, hace un día precioso, hoy vas a aprender cosas nuevas, ya verás.
  • ¿Precioso?  Si está todo nevado.
  • No, eso no es nieve, eso es la cencellada, es la niebla helada sobre las plantas, no es corriente que aparezca.  Cuando se vaya la niebla se derretirá y lucirá el sol.
  • La verdad es que me sorprendió al verlo, es muy bonito, pero hace un frio…
  • Nada hombre, aunque con esa ropa… espera, ahora te traigo algo mejor, por lo menos no te helarás.

Gero me trajo un chaquetón de pana de su padre y una gorra que se me hundía hasta las orejas, igual me encantó, hasta unas botas usadas que por suerte me vinieron bien.  Con la panza bien llena pues el desayuno me pareció un banquete, me sentí como un príncipe.

Cuando Gero y yo salimos de la casa parecía todo cubierto de harina, yo soñaba con ir a las cuadras, el calor de los animales caldeaba el ambiente mejor que una estufa, pero nos dirigimos a un almacén adónde guardaban la maquinaria y los aperos.  Allí hacía tanto frío como en la calle y cuando Gero se dirigió hacia un tractor con un remolque enganchado, me temblaron las piernas al verlo.

  • ¿No me digas que vamos a salir por ahí con eso?
  • Claro, es un tractor muy bueno, hasta tiene cabina.
  • Sólo faltaba eso, que fuéramos al aire.
  • No te quejes, ya verás cómo nos divertimos.

El tractor, tardó en arrancar, después de llenar de humo todo el almacén empezó a carraspear hasta que por fin arrancó el motor, Gero subió como una gacela y yo me acurruqué sentado en el guardabarros liado con una manta llena de pajas secas.

  • ¿Adónde vamos con este cacharro?
  • Vamos a “sarmentar”
  • ¿A sarmentar, precisamente hoy?
  • Claro, hay que limpiar las viñas de sarmientos para que las puedan labrar.
  • ¿Sí, eso ya lo sé, lo decía por el frío?
  • Jajaja, no seas quejica, luego las quemaremos, así te calentarás.

Lo dijo señalando las viñas que se perdían de vista y sin más arrancó y salimos afuera…

Si en el Land Rover entraba frío por las puertas, en el tractor entraba y salía por cualquier sitio y el motor no daba el más mínimo alivio.

Por un camino de tierra fuimos despacio hacia las viñas que había elegido, la niebla iba elevándose y yo esperaba ver el sol de un momento a otro.

  • ¿Cómo vas, te gusta ir en tractor?
  • Es la primera vez, aunque me muele los huesos, ¿esto no tiene suspensión?**
  • Jajaja, de eso nada, la suspensión son tus nalgas, jajaja.  ¿Quieres llevarlo?
  • ¿Yo? si no he conducido nunca ni un coche.
  • Mejor, así aprendes para cuando te saques el carnet de conducir, mira, es muy fácil y cómo vamos lentos no hay peligro.
  • No sé si yo…

Gero no esperó y con la palanca manual aceleró el motor y se levantó del asiento, el tractor iba sólo por las rodadas del camino y por un momento no lo llevaba nadie, Gero me demostró que si no lo cogía yo, iríamos así.

Con las manos agarrotadas de frío y miedo me senté y cogí el volante, al principio parecía que era él, el que tomaba las decisiones, porque las ruedas iban por donde querían, así cuando ya me cogí fuerte pude cambiar de dirección un poco.

Ella me miraba sonriendo, yo con la cabeza pegada al parabrisas parecía que quería llegar antes que él.  Ya no me importó la escarcha ni la niebla, en cualquier momento saldría el sol.

Desde que salimos no pensé en lo que pasó la noche anterior, ahora tenía cosas más importantes que hacer y cuando giré a un camino a la derecha me sorprendí que saliera bien, hasta el remolque que llevábamos detrás giró sin problema.  Ya me sentía el Fangio de la carretera cuando algo cayó sobre el cristal de delante, no le di importancia, pero cuando ya fueron aumentando las manchas blancas miré a Gero y ella se asomó fuera de la cabina.

  • Vaya, hoy no va a hacer sol, está nevando.
  • ¿Nevando? ¡Y nosotros perdidos en el campo…!
  • Tranquilo, sólo son unos copos, la nieve no es mala y vamos en un tractor…

Gero se equivocaba, el capó del tractor pronto se cubrió de blanco y el camino también, apenas veía por el cristal y me entró el terror.

  • Toma Gero, conduce tú y volvamos a casa, nos vamos a congelar por este desierto.
  • No te preocupes, no pasa nada, sigue un poco más adelante, que hay una era y allí damos la vuelta, de todas formas ya no se ven los sarmientos ni nada…
  • Como quieras, me fío de ti.

Cuando llegamos a la era, giré en redondo y cuando pensé que encaraba el camino de vuelta por las huellas, el tractor se salió del camino y casi vuelca.

  • ¿Qué has hecho Paco?  Te has salido del camino
  • Y yo que sé, no debí de cogerlo, ¿Y ahora qué hacemos?
  • No te preocupes, yo lo sacaré de la zanja.

Eso pensaba ella, el barro y la nieve lo hicieron imposible y Gero empezó a preocuparse.  Yo estaba asustado de verdad.

  • No te preocupes, cerca de aquí hay una choza que usan los trabajadores para guarecerse del sol, iremos hacia allí.
  • ¿Andando?
  • Sí, ¿tienes una mejor idea?…

Bendije la hora que Gero me dejó la ropa, la nieve se posaba en mi gorra y en mis hombros y las botas se hundían hasta la mitad cuando divisamos la choza que apenas eran cuatro paredes y un tejado ruinoso.

Cuando entramos me pareció un palacio, aunque en realidad eran cuatro paredes sin puerta, con una chimenea en una esquina y unos troncos de leña para hacerse la comida en la vendimia.

Nos acurrucamos en un rincón, el aire remolinaba en la puerta y metía cortinas de nieve, por suerte y sin intención me traje la manta vieja, Gero con buen acierto la colgó de unos clavos en la puerta y por lo menos no entraba el viento.

  • Gero, nos vamos a helar aquí, no nos verá nadie, vamos a morir congelados.
  • No seas pesimista, dentro de un rato dejará de nevar y sacaremos el tractor del hoyo.
  • Que Dios te oiga, porque si no…

Con las solapas de los chaquetones hasta los ojos nos pegamos uno contra la otra en un rincón hasta que Gero dijo...

  • Si al menos pudiéramos hacer fuego.
  • Pues yo no fumo, por lo menos tendría algo para encender.
  • Espera, mi padre sí, busca en algún bolsillo de tu chaqueta, por si hubieran cerillas, él fuma a escondidas cuando va con el Land Rover.
  • Sí, te lo puedo jurar, el día que me trajo casi me ahoga.

Cuando metí la mano en un bolsillo y toqué la caja de cerillas me dio tanta alegría que abracé a Gero, me dio la impresión que abrazaba a un árbol, esta se rió con ganas y rápidamente amontonó unas piñas y pajas del suelo y pronto una llama dio luz a la choza, enseguida cruzó unos troncos sobre las astillas y en pocos momentos las llamas llenaron de humo la estancia.

  • ¡Cof, Cof, ahora nos vamos a ahogar de humoooo!
  • Eres un quejica ¿no has oído eso de que más vale humo que escarcha?  Esto es el campo, jajaja.

Cuando las llamas empezaron a calentar las cuatro paredes ya nos sentimos más aliviados, era un consuelo ya que de frío no nos moriríamos, aunque de hambre…  así ya vi la vida más de rosa y me animé a enfrentarme con Gero, era un tema que debía resolver, pero no sabía cómo.

  • Gero, no sé como decírtelo, estoy dándole vueltas, desde anoche no he podido dormir pensando en ti.
  • ¿En mí, por qué?
  • Sí, me sentí muy mal por haberme equivocado, no sé cómo no me di cuenta de que eres una chica.
  • Jajaja, ¡Ah, eso!, no tiene importancia, me pasa a menudo, la culpa la tengo yo porque visto así, no me gustan las faldas, mi madre desde pequeña siempre quiso vestirme de princesita pero a mí no me gustaba, de hecho creo que no tengo ninguna falda ni vestido de mujer.
  • La verdad es que con esa ropa de hombre y el pelo y…
  • Si, lo cierto es que soy muy rara, no me parezco a mi hermana en nada, ella es todo lo contrario,
  • Pero eres muy simpática y abierta.
  • Sí, en eso salí a mi madre pero en lo otro a mi padre, ya ves, visto casi como él.   Mi hermana es al revés, es guapa como mi madre pero tiene una forma de hablar y un genio…
  • Prefiero que seas así, simpática gustarás más a tus amigos.
  • Yo no tengo amigos, por ahí dicen si soy marimacho, algunos dicen que meo de pie, otro que tengo polla y pequeña o cuerpo de tío.
  • ¿Y tú que les dices?
  • Yo nada, ¿qué les voy a decir?, en parte tienen razón, tengo el tipo de hombre, no soy nada femenina.
  • No será para tanto.
  • Y me quedo corta, a los chicos os gustan las mujeres con muchas tetas, con caderas y muchas curvas y yo…
  • No a todos.
  • Vaya que no, seguro que tú has estado con chicas con muchas tetas y buenos culos.
  • Pues… sí, la verdad es que sí (pensé en Puri) pero también estuve con chicas que tenían muy pocas tetas, (pensé en la hija del electricista) y si quieres que te diga la verdad es que me gustó más la que casi no tenía tetas ni culo.
  • ¿De verdad?, no me lo creo.
  • De verdad, apenas tenía un puñado.
  • Un puñado ya es algo, pero yo ni eso, mira…

Me cogió la mano y la llevó por debajo de su chaquetón, abrió un botón de la camisa y la dejó allí.  Con los dedos estuve buscando y me perdí, parecía que estaba acariciando su espalda, apenas rocé algo como una verruga que debía ser el pezón porque creció un poco al tocarlo, ella me miraba esperando mi veredicto y tuve que reconocer que efectivamente no tenía nada de pecho, mucho menos que yo, era como una tabla completamente lisa.

  • ¿No te da apuro que te haya tocado las tetas?
  • ¿Qué tetas?, ya viste que no tengo nada de nada, ¿a ti te importa que te vean las tetas? pues igual, no tengo nada que esconder.
  • Pero… como eres chica…
  • Sí, pero no tiene nada que ver, yo siempre me baño en la alberca con sólo lo de abajo del bikini, no me importa si me ven, algunos se burlan, pero yo no hago caso.
  • Viéndolo así…

La fogata fue cogiendo fuerza y dentro de la choza ya se podía estar, en el exterior el viento había aminado un poco, ya no se llevaba la cortina y nos acomodamos sentados en el suelo.

  • Debes estar muy sola aquí, sin amigos, ni chicos de tu edad.
  • No me importa, los chicos más vale que no vengan, siempre está el graciosillo que se mete conmigo, dicen que me gustan las mujeres.
  • ¡No digas!, de todas formas eso no sería de su incumbencia, a ti te pueden gustar las mujeres y sólo te importaría a ti.
  • Pero es que no es verdad, a mi me gustan los chicos, de verdad, pero no me veo con falda ni tacones.
  • Menos mal que tienes a tu madre, que parece muy simpática… y muy comprensiva.
  • Sí, mi madre es muy simpática, ya la conocerás mejor, según me cuenta, mi padre también lo era, mi padre era muy juerguista, cuando conoció a mi madre estaba haciendo el servicio militar en Artillería, en Valladolid, le costó mucho conquistar a mi madre, que era una chica que no había tenido novio porque no se fiaba de los militares, pero tanto insistió…
  • Si que tendría tesón, jajaja.
  • Ya lo creo, mi padre tenía un amigo íntimo en el cuartel y mi madre era su hermana, por eso transigió, como mi padre era tan loco…, pero un día que estaban de maniobras en el campo de tiro, alguien lanzó mal una granada de mano, el sargento gritó que se echaran al suelo y el amigo de mi padre lo cubrió para que no le alcanzara.
  • ¿Y qué le pasó al amigo?
  • Uf, la metralla le alcanzó de lleno, murió en el acto sobre mi padre.
  • ¡Qué terrible, quedaría en shock!
  • Y tanto, desde entonces sufre una depresión que casi se muere.
  • ¿Y tu madre?
  • Mi madre, aparte del drama de su hermano, tuvo que soportar la enfermedad de mi padre, todos le aconsejaron que lo dejara, que no tenía remedio, pero ella se empeñó en casarse con él y curarlo, se propuso sacarlo de la depresión.
  • ¡Qué mujer! ¿Y lo consiguió?
  • No del todo, ha tenido muchas recaídas, a veces está mejor que otras, ahora por ejemplo está mejor, ya le dejan conducir, pero ya lo ves, no está muy hablador.

Me sentí mal al pensar que era huraño pero también pensé en su mujer, Ana sacrificó toda su vida para cuidarle.  Por momentos me sentía más unido a Gero, su familia no había sido feliz casi nunca y yo no podía juzgar a la chica pues el ambiente que vivió era de lo más triste, me propuse acercarme a ella y ser su amigo, el amigo que nunca tuvo.

Estábamos los dos encogidos en un rincón, las llamas alumbraban el cuarto y nos cogimos las manos para calentarnos mutuamente, con las chaquetas subidas hasta los ojos estuvimos hablando de muchos temas, ella tenía ganas de hablar con alguien que la escuchara y ese alguien iba a ser yo.

La nevada parecía que iba amainando cuando oímos pitar a un coche a lo lejos, se fue acercando y salimos a la puerta, el tractor perecía una bola de nieve, estaba cubierto y sólo se le veían las ruedas y el remolque, a lo lejos unas luces se acercaban cuando distinguimos al Land Rover de su padre.

El hombre cuando le hicimos señas empezó a tocar el pito como loco, estaba muy contento de encontrarnos, nos dijo que sólo nos localizó por el humo de la chimenea, no se explicaba cómo pudimos encender fuego, entonces Gero le explicó que en la chaqueta suya que me dejó encontré cerillas,

Su padre no dejaba de abrazar a su hija y a darme palmadas a mí, estaba contento y enseguida subimos al coche, de la guantera sacó una botella de coñac y nos ofreció.

  • ¡Papá, si tú no puedes beber!, ¿cómo llevas eso?
  • Emmm, verás hija, como hacer tanto frío…. Un traguito de vez en cuando no viene mal.

Nada más cerrar la puerta del coche encendió otro puro y nosotros tuvimos que abrir el cristal para poder respirar.  En casa, su madre nos recibió emocionada, estaba muy preocupada por nosotros, le contamos lo del tractor y la suerte por llegar a la choza y encender, Ana abrazó a su hija y luego a mí, sentí el calor de hogar, sobre todo al notar sus tetas contra mi pecho, estaban duras y tibias.

Estuvimos un día incomunicados, por la carretera pasó una vez la quitanieves, pero no sirvió de mucho, al no tener el tractor a mano Ana coció pan en el horno moruno que tenía en el corral, luego asó con sarmientos unas chuletas de cordero que nos supieron a gloria, eso sólo lo hacía en las mejores ocasiones pues así las chuletas tenían un sabor especial, por la tarde Gero me llevó al almacén y me enseñó a ir en moto, yo sólo había aprendido con una bicicleta en mi pueblo y lo pasamos de maravilla, ella sabía hacer de todo y yo era su aprendiz.

Por la noche el Señor Mariano, el padre de Gero se acostó pronto, estaba contento y cenó demasiado, su mujer se esmeró todavía más en la cena y quedamos los tres alrededor de la mesa camilla, a Ana se le notaba feliz y más al ver que nos entendíamos tan bien, no estaba acostumbrada de verla así, pues con su hermana tampoco congeniaba mucho.

Hablamos de muchas cosas sobre todo de la infancia de Gero, salió a colación que ésta desde muy niña se empeñó en no ponerse vestidos de chica, de chico se encontraba bien, yo le alababa sus ojos, su pelo, sus labios, le decía que no pasaría nada si se arreglaba un poco, su madre vio el cielo abierto, por lo menos su hija no me enviaba a la mierda, como hacía con su hermana, conmigo se justificaba y yo la rebatía.

  • No creo que estarías tan mal con un vestido o una falda, estaría bien probar, a lo mejor ahora te ves en el espejo y ya no te pareces tan horrible, jajaja.
  • Tan horrible como si tú te vistieras de chica.
  • Yo no tendría ningún inconveniente en vestirme de chica, es más te apuesto que si te pruebas un vestido, yo me visto de chica.

Nos reímos a gusto los tres pero a su madre le dio una idea, salió y en seguida trajo ropa suya de joven debajo del brazo, más o menos teníamos la misma talla, yo más corpulento pero no había caso, sólo pretendía que rompiera la aversión y tener un comienzo.

Ana puso más presión y nos retó prometiéndonos un regalo, sería una apuesta más que nada.  Ella conocía bien a Gero ya que eso la provocó, aunque juró que lo hacía para ganar la apuesta.

Yo estaba seguro de que no se atrevería pero no conocía a Gero.

La chica se levantó de la silla y se quitó la camisa a cuadros y a continuación los pantalones vaqueros, a mi me impactó pero a su madre la sorprendió mucho más, había sobrepasado su límite.

  • Hija, tampoco hace falta que te desnudes tanto, Paco…
  • ¿Paco qué?, Paco es como de la familia, mejor que eso, Paco es mi amigo.
  • Eso es verdad, soy su mejor amigo.

La mujer asintió sin creer lo que estaba viendo, su hija, estaba desnuda, sólo con las bragas de color carne, arriba no llevaba nada, estaba tan lisa o más que yo, sólo dos botones como dos lunares señalaban los pezones, el resto era igual por la espalda que por el pecho, la única diferencia era que debajo de las bragas se notaba un bulto de vello, que las bragas no podían disimular, los rizos se le escapaban por la ingle y por arriba, yo me hice el despistado y su madre se apresuró para largarle un vestido de cuando ella era soltera.

Gero estuvo buscando por donde  meterse el vestido y después de unas contorsiones se lo dejó caer sobre su cuerpo, parecía una percha, estaba tan recta que se lo pudo poner al revés y quedar igual de liso.

  • ¿Has visto, decías qué no era capaz?  A ver si ahora te rajas.
  • De eso nada, no me conoces bien.

Entre risas hice lo mismo que ella, me quité la camisa y el pantalón, no  pensé que el bóxer que me regaló mi prima fuera tan pegado y la polla se me marcó claramente a lo largo de la pierna izquierda, Ana me miró y volvió la cara disimuladamente, pero Geno no hizo caso.  Me puse una blusa y una falda corta de punto, casi una minifalda estrecha, aún así se me marcaba la polla y me di la vuelta para que me vieran bien, las dos se retorcían de risa.

  • Jajaja, estás ridículo de verdad, si te vieras, te morías de vergüenza.
  • ¿Yo? de eso nada, mirad como desfilo…
  • Pareces un putón, si al menos tuvieras tetas…

Me miré y me di cuenta de que tenía razón, ahora ya no tenía argumentos para rebatirla, menos mal que su madre pensó rápido y actuó, con una serie de maniobras debajo de su suéter se soltó su sujetador y por una manga lo sacó y me lo dio, estaba caliente y olía de maravilla, sin querer lo olí y aspiré, las dos se dieron cuenta, pero no dijeron nada.

Me lo puse pero quedó tan aplastado que era más ridículo todavía, Ana otra vez vino a mi auxilio y sacó de un cajón unos paños de cocina, me los puso de relleno dentro de las copas del sujetador y así ya parecía casi real, debajo de mi blusa movía las tetas como si llevara dos globos.

  • ¿Te gusta ahora? ¡Quién diría que no son mías, dos buenas tetas! jajaja.
  • Ya lo creo, te sienta mejor que a mí.
  • No será tanto Ana.
  • Ya lo creo, pero tengo curiosidad cómo le sentarían a Gero.
  • ¿A mí?, ni hablar, eso sí que no, ponerme tetas, ¡que ocurrencia!
  • Es sólo para probar, te miras al espejo y te las quitas, es sólo un momento.
  • Vamos hija, no es para tanto.
  • Claro mamá, como tú las tienes grandes no te da vergüenza. Si las tuvieras que enseñar tú, no chulearías tanto.
  • ¿Qué no? Igual, a ver si voy a ser menos que tú.
  • Vale, tú misma lo has dicho, ya veremos si luego te echas atrás, porque también te verá Paco.
  • Eso si que me da apuro, no me he desnudado nunca delante de un hombre, más que de papá y de…
  • ¿De quién, va, dilo?
  • Del médico, ¿de quién iba a ser?

Gero me soltó el sujetador de su madre y se lo colocó ella, yo lo abroché porque ella no tenía práctica y su madre le fue colocando las bayetas hasta dejarle dos tetas con canalillo y todo, hasta Gero se sorprendió de lo bien que le quedaban, incluso cuando se puso el vestido otra vez estuvo buen rato mirándose al espejo de todos ángulos.

  • Está bien, lo reconozco, pero ahora te toca a ti, mamá a ver si te atreves.
  • Uf, pero no vale burlarse ¿eh?, ahí voy.

Delante de nosotros Ana se subió el suéter y lo sacó por la cabeza, las dos tetas se engancharon en la prenda y pesadamente cayeron vibrando, cuando bajó los brazos vimos un par de pechos perfectos, con cierta forma hacia arriba y aunque estaban un poquito caídos no llegaban a pegarse al estómago, los pezones eran claros, pero anchos y entre los dos quedaba un hueco que mostraba una redondez perfecta.

  • ¿Veis como sí?, no sólo vosotros sois valientes, me ha costado, pero si es preciso enseñar las tetas se enseñan, lo hice por ti.  ¿Qué te parecen Gero?

Gero, decepcionada, al lado de su madre era como una pared, su madre pese a haber parido dos veces tenía un par de tetas erguidas y duras.

  • Mamá, ya no me acordaba cómo eran, hace mucho que no las veía, estás preciosa ¿verdad Paco?
  • ¿Y me preguntas a mí? son perfectas, creo que son las más hermosas que he visto.
  • Por favor Paco, no digas eso que me ruborizo.
  • Sólo es justicia.
  • Entonces las mías…
  • ¿Qué dices?, cada una es diferente, las de tu madre son fantásticas, las tuyas seguro que son tan… sensibles como las de ella.
  • Eso seguro, a mí los pezones se me salen por cualquier cosa, por el frio o por… bueno, por cualquier cosa.

Lo dijo mirándome el bulto que se marcaba por la minifalda, lo cierto es que se me había puesto dura ya de ver a Gero y sobre todo de verla a ella, su hija también demostró su sensibilidad sacando dos garbanzos en su “lunares”

Todavía estuvimos un rato con la misma indumentaria, Gero no le dio importancia estar con el vestido con unas tetas falsas, ni a su madre con las tetas fuera y yo… con la minifalda que dejaba ver por debajo de la orilla el bulto del capullo.

Nos fuimos a dormir tarde, era sábado y no teníamos prisa, todos estábamos muy contentos, primero porque la aventura de la nevada acabó bien, luego porque Ana vio a su hija feliz por fin con un amigo y por último de haber conseguido con mi ayuda que se vistiera de mujer y supongo que por algo más…

Si la noche anterior no dormí, ésta casi tampoco, el día fue demasiado agitado para mí, pero pensándolo bien fue positivo, aprendí mucho, y no me refiero a conducir el tractor, ni a pasar frío y miedo en la cabaña, sino a descubrir que Gero era una persona excepcional, además de no tener en cuenta mi falta de vista por confundirla con un chico, porque me demostró que era una persona práctica, con recursos y sobre todo con una sinceridad apabullante.

Yo, que estaba acostumbrado a manejarme bien entre mujeres, me vi cortado como un adolescente cuando la chica con toda naturalidad me demostró que no le daba importancia a su falta de pecho, incluso me hizo tocarle, eso me gustó porque le quitó todo la intención erótica y sin darme cuenta me uní más a ella.

Pero no fue eso sólo, al abrir su corazón y contarme sus problemas con la gente comprendí su retraimiento, pero dentro de ella ardía una muchacha muy interesante.  Cada vez me sentía más cómodo a su lado.  También me contó la triste historia de su familia, comprendí que su padre estaba en un estado lamentable por culpa de un suceso terrible y a partir de entonces la miré de otra manera.

Cuando me dormí lo hice con temor de quedarme dormido y puse el despertador, estuve pendiente de la hora, pero no subieron a despertarme, esperaba agradecer a Ana el haberme apoyado para convencer a su hija, comprendí su valentía al traer sus ropas y sobre todo apoyar a su hija demostrándole que su trauma no era tan importante como ella pensaba.

Para mí también fue una sorpresa, aunque  no puedo negar que sus tetas me parecieron perfectas, no me causaron una sensación especialmente erótica porque comprendí su intención.

Ya era tarde cuando me desperté sobresaltado, me vestí y bajé esperando ver cara largas recriminándome la tardanza pero fue todo lo contrario, en la cocina me estaban esperando para almorzar, tanto Ana como su marido Mariano, estaban sonrientes, se les notaba animados por las emociones vividas el día anterior, Mariano me guardó un sitio a su lado.

  • Buenos días Paco ¿has dormido bien?
  • Sí, gracias señor Mariano, demasiado bien (mentí) , lo siento, se me han pegado las sábanas.
  • ¡Qué va!  Hoy es domingo, no hay que trabajar, un día a la semana viene muy bien.
  • Ya lo creo ¿y Gero?
  • Mi hija ha ido a dar de comer a los animales, ellos también comen los domingos, ¿sabes? jajaja.

Cuando vino la hija también tenía un semblante animado y al sentarse a mi lado me dio una palmada en la espalda.

  • ¡Hola Paco, te veo bien!, después del susto de ayer…
  • No me lo nombres, si no llega a ser por tu serenidad…
  • Jajaja, no lo creas, llegué a estar tan asustada como tú, pero al verte me sobrepuse y al final logramos salir del lío.
  • Gracias a usted señor Mariano, nunca olvidaré su rescate.
  • Nada hombre, sólo fue el susto, aunque cuando vi el humo de la choza ya respiré tranquilo.
  • ¿Y con el tractor, que hacemos?
  • ¡Ah, eso está bien!, me gusta oír que te preocupes por las cosas, había pensado que, si me ayudáis, podíamos intentar sacarlo de la zanja.
  • Claro señor Mariano, por mi ya estoy dispuesto, ¿qué te parece Gero?
  • Jajaja, Paco ya pareces un campesino completo, vamos a por él.

Continuará.

Sin les gustó, valoren y comenten.

Gracias.