El vagabundo (22)

Todas las despedidas son tristes y la mía no fue menos, las dos mujeres y sobre todo Mariano me emocionaron con su afecto. El viaje hasta Galicia fue horrible, no iba preparado para la aventura y lo sufrí, aunque luego sus buenas personas ayudaron a reponerme.

La despedida que más me emocionó fue la de Mariano y era la que menos me esperaba, pensé que despedirme de las dos mujeres que follaba habitualmente, y más siendo madre e hija, iba a ser un drama pero no, fueron muy comprensivas, cuando me decidí a decírselo al marido de Ana y padre de Gero preferí hacerlo a solas y le invité a dar un paseo en mi coche “nuevo”, le había comprado una caja de puros de los mejores que encontré y le ofrecí fuego dentro del Mini, quise darle gusto a su paladar para suavizar la despedida.

  • Mariano, además de enseñarte mi coche nuevo quiero decirte algo, seguramente tu mujer ya te habrá avanzado de lo que se trata pero creo que debo de contártelo yo.
  • No, no me dijo nada, bueno, sí, simplemente me dijo que tenías algo importante que contarme pero que sería mejor que me lo dijeras tú. La verdad me extrañó mucho, porque siempre me cuenta todos los chismes…
  • No, esto no es un chisme, tu mujer es muy discreta, mira Mariano, no sé cómo decírtelo, todo lo que te diga de lo agradecido que estoy contigo y tu familia se queda corto, además ya lo sabes bien, el caso es que creo que mi etapa en este lugar ya se acabó.
  • ¿Por qué, te tratamos mal, no estás contento aquí?
  • Sí Mariano, sí, no es eso, pero me han ofrecido un empleo en una bodega muy importante, el plan es estupendo, estaré haciendo todo lo que hace el Enólogo, él está enfermo y no puede trabajar, por lo que me lo mandará hacer a mí, o sea que seré sus manos y así aprenderé todo de primera mano.
  • Joder, la verdad es que es una buena oportunidad, pero no hace falta que te vayas, puedes vivir con nosotros y sales y entras cuando quieras, ahora ya tienes vehículo.
  • No Mariano, eso es lo malo, esta bodega está en Galicia, o sea a más de cuatrocientos kilómetros de aquí.
  • ¡Qué mala suerte!, habría sido estupendo, sabes que te aprecio mucho, bueno te apreciamos y nos va a costar mucho acostumbrarnos a tu ausencia.
  • Y a mí por tres veces más, ya sabes que me llevo muy bien con todos vosotros. Estoy muy encariñado con todos.
  • Sí, ya lo sé, no creas que estoy ciego, con Gero te llevas muy bien y la verdad, ya me había hecho ilusiones, no sé porqué no os ennoviabais, lo estaba esperando.
  • Sí que lo siento, pero con tu hija sólo me une una gran amistad, no, me quedo corto, una grandísima amistad.
  • Ya lo supongo, no hace falta que me des detalles, aunque me veas distraído no lo soy pero cuando las cosas se hacen por bien vale más la pena dejarlas correr.
  • Me alegro que lo comprendas, cuando os conocí, vi que Gero estaba un poco desorientada respecto a su identidad como chica joven y me propuse demostrarle que es una mujer tan femenina como la que más.
  • Y te lo agradezco, cuando la veía vestida de chico me preocupaba, estaba seguro que se iba a quedar soltera.
  • No, eso creo que ya está solucionado.
  • ¿Qué quieres decir?
  • No quiero ser chismoso, como tú dices, pero ya hay alguien rondándola.
  • ¿Qué me dices?
  • Sí, pero no quiero adelantarme, tu hija te lo dirá cuando lo crea oportuno.
  • Pues sí que me has dado una alegría, aunque una alegría a medias, hubiera preferido que fueras tú el novio pero…
  • Qué se le va a hacer, la vida a veces… como tú dices, las cosas se hacen por bien…
  • Ya lo sé, también agradezco lo que hiciste por mí, me levantaste la moral y me animaste mucho, me di cuenta de que tenía abandonada a Ana, el viaje a Madrid me cambió la visión de la vida.
  • Me alegro mucho que así fuera.
  • Y también cambiaste a mi mujer, Ana, dio una giro total, me di cuenta poco a poco pero noté la influencia que tenía de ti, lo noté hasta en la cama, como te digo no estoy ciego, sé que hiciste mucho por nosotros, y como sé el motivo no te lo tengo en cuenta, al revés ha sido un gran favor, a mi edad ciertas cosas y actos pierden su importancia según la intención.
  • ¿Me quieres decir que…?
  • Claro Paco, a mi mujer la tenía abandonada, ella es muy fogosa y yo… en fin lo doy por bueno, gracias de todas formas.
  • Tienes una mujer maravillosa y tú no eres menos.
  • Gracias, esta mañana cuando desperté la vi llorosa, se había pasado la noche sin dormir, le pregunté que le pasaba y me contó todo.
  • ¿Todo… todo?
  • Claro, nos queremos mucho y no tenemos secretos, me contó el favor que te pidió, al principio no la creí pero luego cuando me dijo que lo tomaste como una terapia me convenció, ella también lo asimiló así, para ella era un tormento verme así, sin hacerle caso, creyó que ya no era una mujer deseable y tú la convenciste de lo contrario, ahora es como antes, casi como recién casados y todo esto te lo debo a ti.
  • Uf, me quitas un peso de encima, sabes que te estimo y te respeto mucho, esto era como una espina que me martirizaba pero al ver que funcionaba me alegré mucho.
  • Olvídalo, todo está bien, al final se ha resuelto, los detalles no tienen importancia.

Nos abrazamos dentro del coche, los dos teníamos lagrimas en los ojos, noté que todo quedaba claro, me sentí aliviado al saber que Mariano conocía mi trato con Ana, me sentí feliz y miré hacia el exterior, no vi nada, había una niebla que no dejaba ver nada fuera del coche, Mariano se dio cuenta y bajó el cristal de la ventanilla, al momento una brisa fresca llenó el coche y despejó la humareda del puro que causaba dicha niebla, afuera brillaba el sol.

La salida se retrasó más de lo previsto, a última hora Ana me reparó una caja con embutidos de la tierra, me puso de todo, hasta un jamón entero, Mariano por su cuenta trajo una caja del mejor vino, unas botellas que él se reservaba antes de sacarlas a la venta, cuando la cosecha era extraordinaria. Pero el mejor regalo me lo hizo Gero, me ayudó a hacer la maleta, en realidad eran un par de bolsas llenas y otras dos de libros con el material de estudio, ya cuando iba a salir quiso hacerme un detalle para que la recordara siempre.

Me sentó en la cama y se acercó a mí de pie entre mis piernas, se subió la camiseta y me dejó sus pezones para que los chupara por última vez, la abracé por la cintura y los lamí y chupé hasta enrojecerlos, noté como ella temblaba mientras me acariciaba el pelo, luego se arrodilló delante y me sacó la polla, me miró con los ojos húmedos y se hundió la polla entre los labios, con la lengua lamió el capullo sin sacarlo hasta que hizo correrme en ella, yo intenté sacarla pero ella me rodeó con los brazos y no dejó de lamer el frenillo hasta que me vacié del todo, cuando abrió la boca me enseñó la lengua limpia, se había tragado toda mi leche.

Me acerqué a su boca y la besé, nos fundimos en un beso eterno, con sabor a sus tetas y a mi leche, no nos soltamos hasta que su padre desde abajo nos urgió porque el viaje era largo y había salido un día gris y frío.

Llevaba el coche lleno, el poco maletero que tenía estaba atiborrado, delante tenía muchos kilómetros para hacer y salí con el corazón en un puño.  El paisaje castellano era monótono, una meseta llana como la palma de la mano, a poco de pasar por las afueras de Valladolid se cubrió todo de niebla, con la poca experiencia que tenía de conducción aminoré la marcha pegado al cristal del parabrisas, pensaba parar en un pueblo a medio camino y comer tranquilamente los manjares de León pero no pude, la noche se me echaba encima y me faltaba mucho trecho todavía.

La llanura era interminable, campos y más campos, la niebla era cada vez más espesa y tenía que ir muy despacio, esperaba que cuando se terminara la provincia de León se acabaría la pesadilla pero no, cuando pasé por el pueblo de Benavente todo cambió, el paisaje se hizo montañoso y verde, la niebla desapareció, eso sí, dando lugar a la lluvia.

Primero suave y luego más y más fuerte hasta hacerse torrencial, las nubes negras y rápidas venían del Atlántico descargando agua como si tuvieran prisa en llegar a tierra.  Las montañas se sucedían, la carretera se hacía sinuosa con puertos y curvas, la tierra seca de Castilla cambió a la verde y húmeda de Galicia, me habría gustado admirar tanta belleza si no fuera porque estaba anocheciendo y el limpia no daba abasto para apartar tanta agua.

Ya no sabía por dónde iba, miraba las indicaciones pero no las podía leer, ya llevaba unos cuantos kilómetros sin ver ni una casa para preguntar, los pocos pueblos que vi ya se quedaron atrás hasta que pude ver cuatro casas al lado de la carretera, era como un almacén, paré en la puerta y entré a preguntar, me costó adaptarme a la poca luz, dentro habían tres o cuatro hombres, en medio un mostrador que consistía en un tablero apoyado sobre unas cajas de fruta, sobre él unas botellas de vino blanco, los hombres bebían en unos cuencos y charlaban de las vacas, de las remolachas y de todos sus problemas, ajenos al agua que caía afuera.

Les pregunté y se miraron entre ellos, no eran gentes muy habladoras, apenas se les escuchaba, hablaban bajito y con fuerte acento gallego, antes de contestar me invitaron a un cuenco con vino de aquel, me aclararon que era vino “del país”, estaba bueno y con el estómago vacío me hizo efecto pronto.

Hicieron un croquis sobre un trozo de papel de un saco de pienso, no estaba muy claro pero la señal era fácil, encontraría un poste de alta tensión en la entrada del camino, no tenía pérdida según ellos y así salí con nuevos ánimos.

La lluvia lejos de amainar, arreció, ya no se veía los márgenes de la carretera, no había arcén y cuando me desvié al encontrar el poste, en la primera curva del estrecho camino me salí y las ruedas del coche se hundieron en el barro.

Me acordé de la primera norma en Galicia, llevar un paraguas por lo menos, al salir y ver que las ruedas estaban enterradas hasta la mitad y no podía sacar el coche me arrepentí de mi decisión, pero ya era tarde, tenía que seguir adelante y salí… a pie.

Fui andando carretera adelante, con mi abrigo y una bolsa de plástico en la cabeza, de noche y sólo iluminado por los relámpagos.  Anduve más de media hora y después de un largo relámpago vi a lo lejos un bosquecillo, al acercarme adiviné una casa grande de piedra a oscuras, me acerqué, estaba cerrada y la rodeé, por una ventana aparecía un leve resplandor  y llamé.

Tardaron bastante en abrir, una luz sobre la puerta se encendió y la cara de una mujer de mediana edad con el pelo recogido en un moño en el cogote y un delantal recogido a la cintura me preguntó que quería.  La imagen que daba era clara, no me dejó responder y me hizo entrar.

  • ¡Madre, tenemos visita!
  • ¿Quién es hija?
  • No sé, pero parece que está medio muerto.
  • Déjale pasar, por Dios.

Pasé como un robot, más adentro, en una gran cocina la “lumbre” daba calor, unos troncos ardían casi enteros, la madre era una anciana vestida de negro y la hija tampoco era una imagen muy atractiva, parecía joven de cara pero su vestimenta la hacía casi tan vieja como su madre.

  • ¡Pero si es un niño, pasa, hijo pasa!
  • Gracias, yo… voy buscando la casa de…

Les enseñé las señas que me dio la Directora Júlia y…

  • ¿Ah, eres tú? ¡Si eres un chiquillo todavía!, te esperábamos pero la señora, como tardabas pensó que ya no vendrías, se acostaron hace rato, aquí se cena pronto casi con luz, porque la verdad no hay mucho que hacer luego de cenar.
  • Es que me perdí, en realidad es que todo el viaje fue malo desde el principio, ya salí tarde, luego la niebla, después la lluvia y ahora el paseo desde el poste de la luz.
  • ¿No viniste en coche, quién te trajo?
  • Vine sólo en mi coche, pero se estancó en la carretera, en el desvío.
  • ¡Madre mía, si vas empapado! ¿pero habrás comido, no?
  • No comer no, sólo me dieron un tazón de vino, unos hombres en un almacén que hay cerca.
  • ¡Ah, en el bar de Moncho!, es el bar más cercano, no es que sea muy allá pero por lo menos los hombres tienen adonde beber y hablar un rato.
  • Ya me imagino… ¡Uy, que frío hace aquí!
  • Mariela, deja al chico tranquilo y acércalo al fuego para que se caliente.
  • Ya voy madre, pasa rey, esperábamos a alguien más… mayor, ¿entiendes? Me has sorprendido, pero es igual.
  • Venga hija, no hables tanto y pon a secar la ropa del niño.
  • Ya voy madre, ya voy.

Tiritaba como una campana, la ropa me escurría agua por todos lados, el abrigo estaba calado y los camales del pantalón goteaban en el suelo de piedra, la mujer dejó de hablar por un momento y me llevó hacia el fondo, había una mesa de piedra en el centro de la cocina y alrededor un banco corrido de madera apoyado en la pared, tenía unos cojines bastante gastados pero me acercó una silla y me puso delante mismo del fuego.

  • Anda, quítate la ropa, vas a coger una pulmonía doble, la extenderé delante del fuego y se irá secando, lo malo es que no tenemos ropa de hombre, mi madre hace años que enviudó y yo soy soltera, ya ves, aquí en medio de la nada no hay muchos hombres para casarse.

Tímidamente me quité el abrigo y el jersey, todo estaba mojado, vi que la camisa también estaba empapada y la dejé pero ella insistió que me la quitara también, puso dos sillas con el rabo de la escoba sobre ellas, dejando la ropa extendida sobre el palo.  Trajo una bata suya y me la puso sobre los hombros pero aún así seguía temblando.

  • Ya no sé que ponerte chiquillo, si tuviera unos pantalones pero sólo tengo mis faldas, son largas pero no abrigan mucho, espera he pensado una cosa…

Se fue hacia adentro de la casa, su madre estaba planchando en un rincón de la cocina de espaldas a nosotros, solamente daba consejos a su hija guiándose por lo que decía.  Cuando la señora volvió traía una manta, me la echó sobre los hombros y me secó el pelo con una toalla, entonces se dio cuenta.

  • Pero muchacho, ¿cómo puedes haberte calado tanto?, anda, quítatelo todo, no puedes estar así.
  • Es que ya no me queda nada más que el…
  • Jajaja, vaya crío, a ver si vas a tener vergüenza de nosotras, unas viejas que… ¡Oooh, Jesús, María y José, caray con el zagal!, si ya calzas esa talla, no sé lo que vas a tener cuando seas un hombre.

Al bajar los calzoncillos, la manta que me cubría se deslizó por mi espalda y quedé expuesto delante de ella, a la luz de las llamas la sombra de la polla se prolongaba sobre mi pierna dando la impresión que todavía tenía más de lo que colgaba.

La mujer quedó mirando fijamente mi polla con las manos extendidas para recibir mis calzoncillos mojados, se los acerqué pero ella no se dio cuenta, estaba hipnotizada con mi verga.

  • ¿Qué pasa hija?, anda seca al niño que se va a helar.
  • ¿Niño?, madre, lo que tiene no es cosa de un niño, no vi cosa igual.
  • Mira que eres exagerada hija, si no te conociera… lo que te gusta es hablar…

La polla al calor de las llamas se desperezó un poco y subió delante de los ojos de la mujer, el capullo forzó al prepucio a retirarse y no tardó en brillar a la roja luz del fuego.

  • ¡Santísima Virgen de la O!, que cosa más grande tiene el crío, y que…
  • Venga hija, no nombres a nuestra Patrona en balde, sécale la ropa al chico y dale algo de cenar, el pobre tiene cara de desnutrido, yo ya terminé y me voy a la cama, estoy muerta de estar de pie, y… deja de hablar tanto, no seas chismosa.

La mujer se fue como una sombra, ni nos miró, yo quedé de pie en medio de la cocina, ya se notaba el calor de la chimenea en mi piel, al estar sin ropa mojada estaba a gusto, aunque completamente desnudo y con la polla a media asta.

  • Toma, cúbrete con mi delantal, así no puedo hacer nada, no salgo de mi asombro, vaya con el niño…

Me puse el delantal y ella me lo ató por detrás, noté como se entretenía rozando mis nalgas con la excusa de estirarme las arrugas de la tela, luego se metió en la alacena y sacó un pan redondo con un queso inmenso y una botella de vino, además trajo un cazo de leche y la puso a calentar.

  • Toma, come pan y queso, ahora no tengo nada caliente pero te voy a hacer un vaso de leche de la vaca, la ordeñé esta mañana y le pondré vino de éste, es vino dulce de Málaga, con dos yemas de huevo verás cómo entras en calor.

Devoré el queso y el pan, alcancé una botella de aceite de oliva y unté el pan, casi me como todo el pan con aquel queso extraordinario y luego probé el vaso de leche, ¡qué delicia!, era leche de vaca de verdad, nunca había probado leche tan buena, tenia nata y todo y con el resto de cosas que le metió levantaba a un muerto.  Y no sólo a un muerto, con el calor del fuego, el queso, el pan, la leche y el vino dulce malagueño se me puso la polla a un nivel más que alto.

La mujer admiraba el apetito voraz que demostraba y me acercaba la comida para que comiera más, mientras empezó a hablar por los codos.

  • ¿Así es que tú vienes para ayudar al señor en el trabajo?… me alegro, por un momento pensé que vendría otro viejo caduco, aunque el señor no es viejo, no creas, pero está muy estropeado, entre el ictus y la vida que no le trató bien, está fatal. Yo soy la encargada de cuidarle y de llevarle en la silla de ruedas a su despacho.
  • Ah, no sabía que estaba impedido.
  • Sí, bueno, de momento es que no debe levantarse, está flojo, hasta que no se reponga de lo de la cabeza… pero come, tú come.
  • Sí, sí ya como….
  • Bueno mi madre siempre dice que hablo demasiado pero es que aquí no hay con quien conversar y a mí me gusta mucho, perdona si te mareo.
  • Eso es bueno… a mí también me gusta hablar, no se preocupe, hable cuanto quiera.
  • Qué bien… pues te cuento… la señora Carmela es viuda, aunque no hace mucho que lo es, cuando don Anselmo, heredó la hacienda se casó con la señora, así que puso en marcha la bodega y trajo a su amigo, don Ernesto, el Enólogo, también estaba recién casado, entre los dos montaron todo esto y la cosa empezó a funcionar.
  • Qué bien, así los dos…
  • Sí pero, bueno no sé si debería contarte todo esto, vas a pensar que me gustan las habladurías…  en fin, te lo contaré pero no digas nada, si se entera mi madre…
  • Tranquila, no diré nada.
  • Pues los dos matrimonios jóvenes se llevaban muy bien, mi madre está aquí desde pequeña y yo nací aquí, o sea que conocemos bien la historia, el caso es que… ¡pero no digas a nadie que te lo conté!
  • Nooo, tranquila.
  • Te lo digo para que conozcas un poco adonde te metes.
  • Me está asustando, ¿tan malo es esto?
  • Nooo, tranquilo, sólo es para que sepas la historia de esta casa, es interesante.
  • Vaya pues…
  • Como te decía se llevaban muy bien, Don Anselmo, el marido de la señora era muy guapo, y muy… mujeriego, siempre estaba de juerga y de broma, en cambio don Ernesto es muy formal, ya lo conocerás, el caso es que a don Anselmo no se le resistía ninguna mujer.
  • Ah, ya entiendo, así que…
  • Uf, ya te digo, no había ninguna falda que se le resistiera.
  • ¿Quiere decir que… ninguna?
  • Lo que oyes, ninguna.

Lo dijo de una manera que parecía que se incluía a ella pero lo quise asegurar.

  • Lo dice de una forma que hace pensar que a las demás mujeres de la casa….
  • Mmm, me parece que eres muy listo para ser tan joven pero sí, no te lo voy a negar, más o menos éramos casi de la misma edad y ya sabes … aquí a solas, pues…
  • Ya me imagino, la buscó y la encontró.
  • Eso mismo, siempre me gastaba bromas, me hacía cosquillas y me levantaba las faldas, un día que no me había puesto bragas, sin intención ¿eh?...
  • Seguro que sí, continúe.
  • Pues… me pilló ordeñando la vaca, me empujó y me caí del taburete con las piernas abiertas, imagina, toda la leche por mí…
  • ¿Y qué hizo?
  • Lo que nunca pensé, se arrodilló y lamió toda la leche de la vaca.
  • ¿Toda… toda?
  • Todííísima, ¡te lo juro! Yo no supe negarme y hasta me corrí en su boca, te lo juro.
  • No me lo creo, así sin más…
  • ¡Que sí, de verdad!, era la primera vez que me lo hacían y no pude parar a tiempo, le cogí la cabeza y se la apreté contra mi coño, quedé en la gloria.
  • ¿Y luego?
  • Uf, luego… hizo como se enfadaba por obligarle a comerme el coño y como castigo sacó su polla y sin pensar me la metió, al estar tan mojada apenas lo noté hasta que la tuve dentro, así me rompió la flor.
  • ¿La flor, cuál flor?
  • ¡Qué flor va a ser, me desfloró!, ¿cómo te lo voy a explicar?
  • ¡Ah, quiere decir que la desvirgó! ¿Y se corrió dentro?
  • Imagina, cualquiera lo detenía, estaba como loco y no paró hasta que la polla se le bajó, y eso que tardó bastante.
  • Y desde entonces…
  • Ya puedes suponer, pero no fue tanto, luego se casó y ya tuvo otras cosas en que pensar, pero… ¿ya terminaste de cenar?
  • Sí, ya no puedo comer más.
  • Pues vamos a la cama, mi madre me dijo que te preparara un cuarto, pero está helado porque no se usa y la cama no tiene ni ropa, es mejor que te vengas al mío, te seguiré contando, la historia de la casa es larga, ¿tienes sueño?
  • No, nada de sueño.

Seguí a la mujer envuelto con la manta, su habitación estaba al fondo de un pasillo, curiosamente en la habitación hacía un calor bastante ilógico pero ella me lo aclaró.

  • Esta es mi habitación, como sabes soy soltera pero es la mejor porque está encima de los establos de las vacas, tiene calefacción natural, jajaja.
  • Buena idea, pues sí que se nota, sí.
  • Ya puedes quitarte la manta y meterte en la cama, acuéstate en esta orilla, yo lo haré al otro lado, ahora vengo yo.

Me quité la manta deprisa, ella seguía mirando de reojo y cuando ya estuve dentro de la cama salió, las sábanas eran de franela, estaban tibias y me estiré como un gato, la polla se acomodó adonde quiso y me entró una modorra que casi me duermo.

  • ¿Qué no quieres que te cuente lo que sigue? Aunque debes estar cansado, si quieres los dejamos, es que como soy tan habladora…
  • Mmm sí, claro, ¡cómo no!

La mujer se metió por el otro lado, por un momento me había quedado traspuesto y no la oí llegar, vi que se había soltado el pelo y me sorprendió, tenía una larga melena castaño muy bonita, me di cuenta de que no era ni mucho menos vieja, tendría una mediana edad, unos cuarenta y alguno pero con una piel blanca como la nieve y unos ojos gris claro muy lindos, estaba realmente bella, cuando se tapó con la manta apenas pude ver que no llevaba ropa.

  • ¡Oh perdona!, no te lo dije, con estas sábanas no puedo dormir si me pongo camisón, en invierno no llevo nada, ya viste…
  • No importa, yo también agradezco el tacto tibio de estas sábanas, no las había probado nunca.
  • Pues sigo contando… me gusta mucho hablar contigo…

La mujer siguió contando, apagó la luz y se acercó a mí aunque sin tocarme, notaba su calor y la polla también, por lo que se puso bastante cómoda sobre mi vientre.

Me contó que el tal señor Anselmo, no dejaba ningún coño por probar, tanto fue así que consiguió hasta la mujer de su amigo, ésta se deslumbró por la simpatía de Anselmo, tenía don de gentes, en cambio su marido era muy serio y aburrido, tanto o más que la mujer de don Anselmo, la cosa no acabó así, según Mariela a mí lado en la cama, me contó a escuchitas los chismes que sabía, los había vivido pero nadie en la casa hablaba de ellos, ella y su madre eran las únicas que sabían todo aquello pero sus ganas de hablar y contarlo me pusieron al día de todo.

Me enteré que la mujer de don Ernesto se quedó embarazada, la cosa no pasó de ahí hasta que nació su hija Ceitia, ésta era pelirroja como don Anselmo, hubo un gran revuelo en las familias pero incomprensiblemente no pasó de ahí, la señora de don Anselmo no se enfadó, todos pensaron que, o no se había enterado o no quiso enterarse, el caso es que al poco doña Carmela, la señora de don Anselmo también se quedó preñada y la hija que tuvo, Aldara, era morena con el pelo rizado como don Ernesto.

Entonces tampoco nadie dijo nada, todos callaron, nosotras pensamos que sería una venganza de doña Carmela y don Ernesto pero Don Anselmo se calló, no podía quejarse, el caso es que las niñas fueron muy amigas como sus padres, siempre andaban juntas… luego doña Carmela tuvo otro hijo… pero más tarde.

  • ¿Y todos viven aquí?
  • No, Ceitia, al hija de doña Ximena, la mujer de don Ernesto, está estudiando de Vigo, bueno, eso de que está estudiando… es una cabra loca… como su padre.
  • Vaya.
  • La hija de la señora Carmela está en Santiago.
  • También estudiando.
  • No, ésta,  está… en un convento, es novicia pero a punto de tomar los votos.
  • Uf, que contraste.
  • Sí, de la noche al día, y el hijo Xosé está en Puenteareas, internado en un colegio.
  • ¡Ah, Puenteareas!, ahí es adónde tengo que estudiar yo también, mí Directora de la Universidad me recomendó a la escuela de Viticultura, me guardan plaza.
  • Mira que bien, no está lejos y menos si tienes coche…
  • Sí, ya veremos si lo puedo sacar del charco que me metí.
  • Seguro que sí, pero acércate, no te vayas a constipar.

Dijo que me acercara pero en realidad se acercó ella a mí, noté el calor que desprendía su cuerpo pegado al mío, instintivamente le pasé la mano por la cintura y ella al notar que no me asustaba se pegó todavía más a mí, nuestras piernas no tardaron en enredarse y mi polla quedó entre los vientre de los dos, sus tetas quemaban cuando se pegaron a mi pecho y pude oler el aroma a violetas de su cuerpo.

Tenía unas generosas tetas, una se dejaba caer sobre la otra y las dos se apretaban contra mí, su mano no tardó en acariciarme el pelo con la excusa de comprobar si ya se había secado y luego bajó hasta mi pecho, tuvo que apartar una teta para buscar mi pezoncillo y rodearlo con sus dedos.

  • Mmm, ¡Ay rapaziño, hay que ver que dura tienes la pija, y que caliente!
  • Y usted huele muy bien, me gustan las violetas.

No se equivocó, porque la verga dio un latido en su vientre que ella recibió como un buen comienzo, por eso no se quejó cuando rodé sobre ella, sus tetas se repartieron a sus costados y quedé sobre su canalillo, los estómagos se pegaron y los ombligos también, más abajo ya no pasó los mismo, sus piernas se separaron y las mías quedaron entre las suyas.

Mi polla fue rozando sus muslos hasta sentir el calor húmedo de sus labios, apenas empujé sentí como se abrían, luego el calor aumentó y él vaho se transformó en humedad, seguí empujando y entré tan suave que sin apenas roce me encontré en su interior haciendo tope con mis huevos en sus labios menores arrugados.

  • Ooooh, ¡Cuánto tiempo! Tienes una polla muy grande y gruesa, es una delicia.
  • ¿Decías?
  • Nada, que ya no recuerdo la última vez que tuve una polla en el coño y es la primera vez de este tamaño, don Anselmo la tenía muy activa pero pequeña, si tú te mueves como él será una locura.

Procuré no quedar mal, tenía el reto de superar al tal don Anselmo y a los pocos minutos me confirmó que había superado la prueba, me confirmó que era la mejor follada que le habían hecho, de pronto tiró la manta a un lado y quedamos desnudos sobre la sábana de franela, le subí las piernas sobre su pecho y la follé con fuerza, me descargué sobre su coño y lo perforé sin parar.

Ella misma quiso probar a lo perrito, era lógico que no me conociera todavía, aunque lo hizo pronto, ya que la polla mojada, babosa y dura salió de su coño y al volver a entrar se resbaló sobre su perineo, fue un error y me lo advirtió gritando…

  • ¡Cuidado mi niño, por ahí no, te has equivocado!
  • ¡Ah, lo siento, no sabía!
  • Por eso te aviso, por ahí no se puede, es imposible y menos tú.
  • ¿Por qué lo dices?
  • Porque va a ser, esa estaca no cabe en ningún culo.
  • Me gustaría probar, a lo mejor…
  • Nooo, quita eso de ahí, venga, no tengas ganas de jugar.
  • Es que es tan tentador…
  • No te empeñes, métela adonde la tenías, mi coño está que se derrite.
  • Ya lo sé, esta tierno y estrecho, se nota que no lo usas mucho.
  • Desde que don Anselmo no me lo riega, no he vuelto a follar.
  • Entonces a partir de ahora debemos ponerlo al día.
  • Mmm, ya quisiera, pero soy tan vieja y tú tan crío...
  • En la cama no se nota tanto.
  • Desde luego que no, parece la verga de un buey.
  • No exageres, por cierto ¿cómo te llamas?
  • Me llamo Mariela ¿y tú? Creí que ya lo sabías.
  • Yo me llamo Paco, encantado de follarte, jajaja.
  • Y yo también pero por favor no insistas, por ahí es imposible.
  • No lo jures, déjame a mí, sólo tienes que aguantar la respiración un momento y aflojar el culo, el resto es cosa mía.

Las paredes de granito de la casa resonaron al grito de Mariela, su madre debía estar muy dormida pues no la oyó pero ya no pudo gritar más porque se quedó con la boca abierta sin poder articular palabra, y eso que fui con cuidado, si el coño lo tenía estrecho, el culo mucho más y no quise rompérselo, la fui metiendo y sacando con cuidado hasta que pude entrar hasta casi la mitad.

  • Me vas a matar, ya te dije que no me cabía, no puedo moverme, mañana no voy a poder ordeñar a la vaca.

Ella gimoteaba pero a la vez se acariciaba el clítoris duro, se corrió entre estertores mientras me pegaba a su culo quedándome quieto, cuando se fue calmando me acarició los huevos por debajo de sus piernas y me animó a que siguiera metiéndole el resto, y lo hice al mismo tiempo que le agarraba los pezones que colgaban rozando la aspereza de la franela de la sábana.

Continuará.

Si le gustó, su mejor premio es un comentario.

Gracias.