El Último Vuelo del Electra: Cap 9 y 10

June y Dana comienzan a conocerse un poco mejor.

9

Aquel enano cabrón se la había jugado, pero no volvería a ocurrir. Esperaron a la noche antes de volver a intentar pescar y esta vez no iban a volver al avión. Se metieron con la red y a la luz de la luna repitieron la técnica. Todo era más difícil. Apenas veían donde ponían los pies, con lo que en ocasiones golpeaban dolorosamente algún afloramiento del coral en la arena y los peces huían con más facilidad.

Finalmente consiguieron el pescado suficiente para darse un buen atracón. Con el mechero de Larry, hicieron un pequeño fuego oculto entre la maleza y asaron todo el pescado, vigilando por si aparecía el teniente Unemaro, dispuestas a comérselo tal como estuviese antes de que volviese a arrebatárselo.

Comieron el pescado rápido y de una sentada, estaba delicioso. Dana jamás había comido un pescado tan fresco y sabroso.

—Dios, que rico. No me había sentido tan bien desde que aterrizamos en este cochino lugar. —dijo June.

—Ya lo creo. Una barriga llena te ayuda a ver las cosas de una manera distinta. Lo malo es que no podemos arriesgarnos a volver a pescar a la luz del día. —replicó Dana— Me temo que vamos a tener que celebrar el Ramadán mientras permanezcamos en la isla. Tenemos que pescar y comer todo lo que podamos por la noche, fuera de la vista de ese hijoputa y por el día holgazanearemos y hasta le pediremos algo de comida, a ver cómo reacciona.

—Estoy de acuerdo. Que se joda. De todas maneras, por precaución, deberíamos esconder la red, por si intenta quitárnosla. Podemos decirle que fuimos a pescar a mar abierto y un golpe de mar nos la arrebató. No se lo creerá, pero mientras no nos la vea, no podrá decir nada.

Terminaron el pescado y tras chuparse los dedos, hicieron un agujero y enterraron las brasas y los restos de la comida para no dejar huellas. Tras plegar el trozo de paracaídas, se alejaron uno trescientos metros del lugar de la cena  y lo enterraron en el blando suelo arenoso.

Estaban terminando de borrar todas las huellas posibles cuando comenzó una suave llovizna que les ayudó a librarse de la sal que se pegaba a sus cuerpos. Cuando llegaron al avión estaban empapadas, pero limpias y satisfechas. No era que ya tuviesen un plan, pero el ocultar al teniente sus actividades, les hacía sentir que estaban tomando la iniciativa.

Se secaron como pudieron y se abrazaron en el interior del Electra durmiendo arrulladas por el suave repiquetear de la lluvia contra el aluminio del fuselaje.

Al día siguiente la llovizna se convirtió en una furiosa tormenta que hacía temblar su refugio con cada violenta ráfaga de aire. El agua caía sin cesar como un torrente, llenando el depósito de agua hasta hacerlo rebosar. No tuvieron más remedio que refugiarse en la cabina para estar un poco más calientes y secas.

A través de la carlinga observaban como el viento hacía combarse las palmeras, amenazando con arrancarlas del arenoso suelo. Al principio temieron que el oleaje inundase la isla, pero los arrecifes de coral que rodeaban el atolón hacían de rompeolas, impidiendo que lo peor de la tempestad arrasase el minúsculo atolón.

Al japo no se le veía por ninguna parte, pero tampoco se le echaba de menos. La tempestad no tenía pinta de amainar así que se dedicaron a charlar, sobre todo de Larry y a contar anécdotas sobre él. Ambas sentían que hablar de él les ayudaba a mantenerlo más vivo en sus mentes y además les hacía sentirse más unidas.

Poco a poco se sintieron más relajadas y June aprovechó para preguntar a Dana como era haberse criado en las calles de Nueva York.

—Yo vivía con mi familia en un edificio de ladrillo, en la esquina de la 54 con  la novena avenida. Mi padre trabajaba para el servicio de aguas del ayuntamiento y mi madre hacía arreglos de ropa en su casa para completar los ingresos de la familia, de manera que no nadábamos en la abundancia, pero tampoco nos iba mal. Mi padre dice que ya desde pequeña era una jodida metomentodo y la verdad es que en mis primeros diecisiete años no creo que mis padres estuviesen muy orgullosos de mí. Nunca fui una gran estudiante, pero cuando llegué a la adolescencia me convertí en un martirio para mis padres. Con quince años me lie con Remo. Tenía tres años más que yo. Era guapo, fuerte y un cabrón... ya sabes, todo lo que una adolescente puede desear.

Una ráfaga de aire movió el avión haciendo que se inclinase del lado del ala rota. Afortunadamente las dos palmeras aguantaron y el aparato volvió a su posición inicial. Dana apoyó la mano en el muslo de June para poder mantener el equilibrio. Su piel estaba caliente y suave al tacto y gracias al sol tropical estaba cogiendo un atractivo tono dorado. Tras un instante, retiró la mano y tragando saliva continuó su narración.

—El problema con Remo es que era miembro de una de las peores  bandas de Hell´s Kitchen. Nunca había sido una gran estudiante, solo me iba bien en literatura y en historia, pero cuando conocí a Remo, hasta dejé de ir al colegio. Pasaba casi todo el tiempo con él y con sus amigos. Al principio solo quedábamos en edificios abandonados a beber y a fumar, pero un día me llevó a una tienda y me obligó a entretener al coreano de la caja mientras ellos robaban todo lo que se les ponía por delante y a partir de ahí fue a peor. Las discusiones con mis padres eran continuas y cada vez pasaba más tiempo fuera de casa. Luego empezaron las drogas y las peleas con las bandas rivales.

—¿Y cómo lograste salir de todo aquello?

—Un día, aproximadamente dos años después, desperté desnuda, sobre un colchón cochambroso y con un tipo encima de mí que no era mi novio. Me pregunté qué coños estaba haciendo allí, consciente de que probablemente no era la primera vez. Intenté librarme de él y pedí ayuda a Remo, pero este, en vez de echarme una mano, se rio y me pellizcó los pezones. Me revolví, pero no me sirvió de nada. Aquel chico era mucho más fuerte que yo así que tuve que aguantarle resoplando y llenándome de... de aquella inmundicia hasta que con un gruñido se corrió. Aquello fue la peor experiencia de mi vida, pero también fue una bendición.

—Aquella misma noche, cuando llegué a casa, me duché y después le conté todo a mis padres. —continuó Dana mirando al frente, intentando penetrar con su mirada en la tempestad— Al contrario de lo que me imaginaba no me echaron de casa, casi ni hubo bronca. Simplemente me ayudaron, me enviaron con mi tía a Boston, para alejarme de todo aquel mundillo y yo cumplí y me dediqué a estudiar y a limpiar mi cuerpo de toda la basura que me había metido durante casi dos años. Y lo conseguí. Es más, contra todo pronóstico, conseguí una beca para estudiar periodismo en la Universidad de Columbia. El resto más o menos lo conoces y ahora estamos aquí.

—Buff, nadie diría, viéndote caminar con esos tacones y ese aire de mosquita muerta, que has pasado por todo eso. —dijo June admirada— Ahora entiendo porque te comportaste así con el Japonés.

—Ya sabes, lo que no te mata, te hace más fuerte. Después de que asesinara a Larry ya no hay nada que pueda hacer ese gilipollas para someterme.

—Eres fuerte y hermosa, hasta ahora no podía explicarme que había visto Larry en ti. Lamento haber estado tan equivocada. —dijo acariciando la mejilla de Dana.

Sus miradas se cruzaron, una corriente de afecto se estableció entre ellas y como si fuese la reacción más lógica en ese momento, acercaron sus rostros y se besaron con suavidad.

June se apartó despacio, intentando poner sus pensamientos en orden. El contacto había sido leve y fugaz, pero había bastado para ponerle el vello de punta. Azorada descubrió que estaba excitada y que sentía algo más que amor fraternal por Dana.

Dana a su vez se quedó mirándola entre sorprendida y divertida, a veces June la desconcertaba. Aunque parecía madura y segura de sí misma, era muy indecisa en cuanto a  relaciones humanas se refería. Eso, unido a lo que se parecía a Larry, hacía que sintiese una intensa necesidad de protegerla.

Tras unos segundos, cerraron los ojos y cogiéndose de las manos se dedicaron a escuchar el repiqueteo de la lluvia contra el fuselaje del avión.

10

Unemaro sospechaba que se había equivocado al arrebatarles la comida. Dos días después las dos mujeres se presentaron en el bunker pidiendo comida. Cuando les preguntó por qué no  pescaban, ellas le habían dicho que habían intentado pescar en mar abierto el día de la tormenta y que la corriente se había llevado la red.

Estaba claro que era una burda mentira. Teniendo una laguna de aguas claras y tranquilas, no tenía ningún sentido intentar pescar en mar abierto y menos en medio de una tormenta. De todas maneras la isla era demasiado grande para registrarla y estaba seguro de aquellos dos demonios tomarían precauciones, pescarían de noche y lejos del refugio. Valoró la posibilidad de espiarlas y descubrirlas, pero si lo hacía solo estaría siguiéndolas el juego, además si aparentaba tragarse aquella torpe mentira, las obligaba a presentarse ante él todos los días y podía aprovechar para interrogarlas sin tener que molestarse en buscarlas.

—No tenemos nombre ni número de serie. —respondió Dana por enésima vez con aire  de hastío— No somos militares y la guerra terminó hace cuarenta años.

—Está bien, si es verdad que acabó, explícame que ha pasado en estos cuarenta años. —dijo Unemaro cambiando de tema con la intención de confundir a la joven.

—Veamos, sin entrar en demasiados detalles, Alemania se rindió en mayo de 1945 y Japón en agosto. Se crearon dos bloques, el comunista liderado por Rusia y el capitalista liderado por Estados unidos. Europa ha quedado dividida en dos. La parte oriental ha quedado bajo la influencia de la Unión soviética.

—¿Y Japón?

—Perdió todos los territorios continentales, ahora sois nuestros aliados. Tenemos bases establecidas allí para protegeros de  China que ahora es comunista. Corea, tras una guerra en la década de 1950 ha quedado divida en dos, como Europa, una parte norte comunista  y otra sur capitalista.

—Increíble, después de lo de que destruyeseis nuestras ciudades, ahora dices que hemos perdido territorios que nos pertenecen por derecho, como Corea y Manchuria, somos vuestros aliados y dejamos que establezcáis bases en nuestro territorio.

Unemaro las despidió indignado, les tiró un par de peces pequeños y las insultó hasta quedarse afónico. Lo que más le molestaba de toda aquella sarta de mentiras era la seguridad con la que ambas la contaban, relevándose y sin mostrar ningún tipo de vacilación cuando les pedía algún detalle, como si hubiesen adivinado lo que les iba a preguntar y lo hubiesen estado ensayando toda la noche. Finalmente las dejó ir, cada vez más frustrado con su palabrería e intentando que toda aquello no minase su determinación y su fe en el Emperador.

Tras observar cómo se perdían tras unas palmeras, respiró hondo y cogió la caña, con las esperanza de que la pesca le relajase y de paso coger algún pez más. Se sentó en su promontorio favorito y lanzó el anzuelo a la laguna.

Algo tocó el anzuelo y la punta de la caña vibró por un instante, pero enseguida se quedó quieta. En otras circunstancias se hubiese mantenido imperturbable, pero en esa ocasión soltó un gruñido de impaciencia y recogió el sedal volviendo a lanzarlo un poco más a la derecha.

Malditas mujeres, todo lo tenían que complicar...

Le vieron volver de la laguna. Todavía no comprendían cómo  aquel hombre podía pensar en que la guerra pudiese durar más de cuarenta años. Quizás la  estricta disciplina japonesa, unida al largo aislamiento y la edad avanzada del hombre, hubiesen provocado una cierta evasión de la realidad, necesaria por otra parte para poder sobrevivir en un ambiente tan hostil. Cada vez tenían más claro que sería muy difícil devolver a aquel jodido fanático a la realidad.

Lo único que podían hacer por el momento era seguir insistiendo hasta que se les ocurriese algo mejor. Cuando llegaron al Electra hicieron un pequeño fuego y se  comieron el pescado que les había dado el japonés.

El sol aun no se había puesto y con el teniente pescando en el único promontorio de la isla no podían hacer nada, así que Dana sugirió que se diesen un baño en la laguna.

Se alejaron unos cientos de metros más de la posición en que Unemaro continuaba pescando y se quitaron la poca ropa que llevaban. El agua las refrescó y las ayudó a olvidar el sofocante calor y los mosquitos. Hubiesen dado una mano por un poco de jabón, pero no todo podía ser perfecto. Dana dejó que el agua le llegase a los hombros y observó a June internarse en la laguna con elegancia. Su cuerpo esbelto y potente se deslizaba por el agua como si hubiese nacido para ello. Cuando  vio que Dana no la seguía se dio la vuelta y la animó a acompañarla.

La joven dudó un momento, pero al final accedió y se acercó. Se sentía patosa al lado de su amiga. Había aprendido a nadar en el colegio, pero desde entonces solo había visitado las piscinas para meterse en el jacuzzi y beber daikiris.

Finalmente la alcanzó y se agarró a ella, no muy segura de poder mantener la cabeza por encima del nivel del agua mucho tiempo más. June la acogió en sus brazos y Dana se agarró con un poco más de fuerza de la que necesaria. No se sentía segura en un lugar donde no hacía pie. Su amiga lo entendió y la agarró con un poco más de fuerza para que se sintiera más segura. Sus cuerpos se juntaron y sus pechos se apretaron el uno contra el otro mecidos por el suave oleaje.

Dana se tranquilizó en el regazo de June. La miró de nuevo. Era verdaderamente hermosa. Tenía el rostro ovalado, los ojos verdes, los labios no muy gruesos pero deliciosamente delineados y el cabello liso y negro como el ala de un cuervo. Sin pensarlo, colgó los brazos de sus hombros  y la besó varias veces con suavidad. Tras el primer instante de sorpresa, June entreabrió su boca y permitió que sus lenguas se juntaran.

Fue como si la última barrera que las separaba hubiese caído con estruendo. June agarró la cintura de su amiga y sin despegar los labios de ella, pateó el agua con suavidad en dirección a la orilla.

Ahora Dana no necesitaba hacer pie. Había cruzado las piernas en torno a las caderas de su cuñada y se la comía a besos. Se derrumbaron justo al borde del agua. June encima de Dana. Sin otra cosa en su pensamiento, que el placer de su amiga, separó sus labios de los de Dana y le besó el cuello y los pechos haciéndola gemir por primera vez.

Llevada por una excitación que jamás había sentido en su vida, June deslizó la mano por el torso de su amiga en dirección a su vientre.

—¿Qué es esto? —preguntó acariciando un pequeño tatuaje en la ingle izquierda de Dana.

—Un colibrí. Remo me llamaba así. —respondió Dana dándola un empujón y colocándose encima.

—Es bonito, me gusta. Colibrí. —repitió June.

—¿Te gusta más que el de Cerdita Peggy? —preguntó Dana con una sonrisa maligna.

—¿Cómo? —preguntó su cuñada sonrojándose.

—Se le escapó una vez a Larry. —respondió Dana.

—Lo siento, en aquella época yo no...

Dana sonrió y callando a June con un profundo beso, le acarició el muslo con su sexo. June hundió los dedos en  su pelo  y presionó con su muslo contra ella, disfrutando de la expresión de placer de su amante.

Incapaz de estarse quieta, Dana se irguió y comenzó a dar saltos y  a frotarse con energía, mientras June asía sus pechos y los acariciaba provocándole escalofríos de placer.

No sabía cómo había ocurrido, pero Dana se había vuelto a enamorar. Lo que más le gustaba de June era lo parecida y a la vez lo distinta que era de Larry. La seguridad y la tranquilidad con la que hablaba le hacían sentirse igual de protegida que en los brazos de su difunto marido. Y sin embargo su cuerpo era esbelto y elástico, nada que ver con la rudeza de Larry.

A punto de correrse, se apartó y cogiendo a June por las muñecas, acarició su cuello y sus hombros con los labios, le lamió los pechos y le besó el vientre.

Con suavidad las manos de Dana separaron sus muslos y besó su interior, acercándose poco a poco su sexo. June no podía esperar y acariciando la melena  de su cuñada, la guio hasta que sus labios contactaron con su sexo.

Jamás había sentido nada igual. El placer la obligó a combar todo su cuerpo. Gimió y se apretó aun más contra aquellos labios y aquella lengua que la exploraban sin darle tregua.

El sabor de June invadió la boca de Dana excitándola.  A cada beso y a cada caricia, su amante respondía con un gemido y un estremecimiento. Sin dejar de besar el suave vello oscuro que cubría su pubis, introdujo dos de sus dedos en el aquel coño suave y estrecho y buscó su centro del placer. Cuando lo encontró, June gritó y se estremeció de nuevo. Los dedos de Dana no le dieron tregua, asaltándola cada vez con más violencia.

En ese momento Dana se separó solo para entrelazar sus piernas con las de ella. Sus sexos chocaron y las dos jóvenes empezaron a agitar sus caderas llevadas por un placer cada vez más intenso hasta que perdieron la noción de donde estaban y lo que ocurría  a su alrededor.

El orgasmo llegó casi simultáneo atrapándolas y envolviéndolas con un placer intenso y prolongado. El sol del ocaso bañó sus cuerpos abrazados y exultantes unos instantes antes de desaparecer en el horizonte y devolverlas a la realidad.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.