El Último Vuelo del Electra: Cap 2 y 3

Dana llega por fin a Port Moresby. Su marido y su cuñada la están esperando.

2

June observaba desde el borde de la pista como el avión se dirigía a la pequeña terminal tras un aterrizaje no demasiado accidentado. Larry se había quedado en el hotel aduciendo que tenía que hacer algunos cálculos de última hora antes de salir dentro de dos días, pero ella sabía de sobra que lo que quería era que se quedasen a solas, para que se conociesen y lograsen llevarse un poco mejor.

Al contrario de lo que pensaba, su cuñada no se había arrepentido y salía del bimotor, con aire decidido, al calor y la humedad de Port Moresby, destacando en aquel lugar ruinoso con la ropa de marca, los tacones y aquella melena rubia y cardada.

En los segundos que tardó en llegar hasta June, su blusa blanca y su minifalda se habían pegado a su cuerpo por efecto de la altísima humedad, revelando  un cuerpo generoso en curvas, que junto con su melena rubia, sus ojos grandes y azules y la nariz pequeña y un poco chata le habían inspirado el mote de cerdita Peggy desde el primer momento en que la había conocido.

June aun no entendía que coños había visto Larry en aquella mosquita muerta. Comprendía que era una mujer hermosa y tenía un cuerpo  soberbio, con esos tetones y ese culo grandes y prietos, pero por lo demás no tenían nada en común. La chica era un ratón de biblioteca y se movía con torpeza en cualquier sitio que no fuese la gran manzana, siempre encaramada a aquellos tacones kilométricos.

La joven se acercó y saludó a June con su habitual efusividad, haciéndole todo tipo de preguntas sobre su viaje que ella contestaba con monosílabos, cansada tras un mes pilotando aquel precioso, pero nada cómodo avión y sin mucha ceremonia la guio hasta un taxi que parecía tener más años que ellas.

El trayecto fue de apenas quince minutos, por una carretera llena de baches. Mientras charlaban de cosas intrascendentes, June observó el gesto cansado de su cuñada. Solo llegar hasta aquel apartado lugar, una de las ciudades más peligrosas del planeta, era una odisea y aun así, la joven, sudorosa y despeinada, intentaba mantener una sonrisa permanente en esos labios gruesos y rojos.

Todo rastro de cansancio y tensión desapareció cuando entró en el bar del hotel, donde Larry les estaba esperando con una gigantesca cerveza en una mano y un Chester en la otra.

La cerdita corrió hacia su marido y saltó sobre él, abrazándole y pegando su cuerpo contra el de él. La expresión de Larry no dejó lugar a dudas; estaba más caliente que un burro. Resignada, June pidió una cerveza, consciente de que no tardaría mucho en quedarse más sola que la una.

Después de un largo y húmedo beso que llamó la atención de todos los parroquianos, los dos tortolitos se separaron y Larry le contó un par de anécdotas que  hicieron a la joven reírse hasta casi perder el aliento. Dana les contó que también tenía una sorpresa para ellos, pero cuando los dos hermanos le preguntaron en qué consistía, ella respondió cogiendo a Larry por el cinturón y llevándoselo a la habitación.

June resopló y le dio un nuevo trago a la cerveza. Odiaba a la cerdita Peggy. No podía evitarlo. Hasta que ella había aparecido, Larry y ella habían sido inseparables. Después de casarse, su hermano le había prometido que todo seguiría igual, y lo parecía, pero había una diferencia. Tenía que reconocer que envidiaba la complicidad que Larry tenía con su mujer, ella también deseaba tener alguien con quien compartir todos sus anhelos y experiencias, pero no había muchos hombres capaces de enamorarse de una mujer dura e independiente como ella y por si eso fuera poco, ella se sentía tensa y susceptible cuando lograba establecer contacto con uno.

Miró a su alrededor y fijó los ojos en los parroquianos sin soltar la cerveza, haciendo que finalmente todos apartasen la vista. Satisfecha y a la vez un poco triste, apuró su cerveza y se dirigió al gimnasio del establecimiento para hacer unas pesas.


Hacia un mes que no lo veía y en cuanto sus ojos se cruzaron, notó como mojaba las  bragas. Dana se lanzó sobre su marido y lo abrazó, besando su boca y metiéndole la lengua hasta la campanilla. Inmediatamente sintió el pecho musculoso de su marido y el sabor a cerveza fresca de su boca.

Excitada como estaba, se hubiese llevado a su  Larry a la habitación en ese mismo momento, pero por respeto a su cuñada, charló durante un rato con ellos, escuchando un par de divertidas anécdotas, hasta que no pudo contenerse más y se lo llevó a rastras hasta la habitación.

Los treinta y dos grados que había fuera del hotel no eran muchos más de los que había dentro y  el ventilador del techo solo hacía que remover el  aire pesado y caliente, pero nada de eso les importaba. Larry la desnudó con precipitación y en cuestión de segundos estaba lamiendo y mordisqueando su cuerpo pegajoso y brillante de sudor. Los labios de su esposo exploraban su cuerpo con ansia, queriendo recuperar el tiempo perdido en aquel viaje, cerrándose en torno a su cuello, lamiendo sus pechos y sus pezones, provocando en ella gemidos descontrolados.

Controlando su excitación, cogió la cara de Larry entre sus manos, observando su mandíbula cuadrada, los ojos color avellana vivos y profundos, su nariz estrecha y ligeramente ganchuda y sus labios siempre curvados en una perenne sonrisa.

—Podías haberte afeitado, dijo ella acariciando la mejilla rasposa y su pelo castaño largo como el de un rockero.

Tras uno segundos, en que se observaron mutuamente, ajenos al mundo que les rodeaba, Larry se volvió a inclinar sobre ella y la besó con intensidad. En un instante, Dana estaba apremiando a Larry para que la penetrara. Él no se hizo de rogar y casi se le escaparon unas lágrimas de satisfacción al sentirlo de nuevo dentro de ella. Por fin volvía a sentirse completa. Los empujones de su marido fueron rápidos y profundos y estaba tan excitado que  en un par de minutos se había derramado en su interior.

Larry sonrió un poco cohibido, pero Dana le acarició y con suavidad le empujó hasta tumbarlo de espaldas. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Inclinándose sobre él, cogió su polla con las manos y empezó a acariciarla, recorriendo toda su longitud con sus afiladas uñas y besando el glande hasta que el miembro de Larry estuvo de nuevo duro y enhiesto. Mirándole a los ojos se lo metió en la boca y lo chupó con energía sintiéndolo palpitar en su interior.

Con premeditada lentitud, se sacó la polla de la boca y comenzó a avanzar sobre ella con su cuerpo, dejando que sus pechos grandes, con los pezones erizados por el deseo, la golpeasen, haciendo a su marido resoplar de nuevo dominado por el deseo. Contoneando su cuerpo, siguió avanzando hasta que tuvo el sexo a la altura de su polla.

Larry hizo el amago de cogerse la polla para penetrarla de nuevo, pero ella se lo impidió entrelazando sus manos con las de él. Con una sonrisa maliciosa, empezó a rozar su polla con los rizos dorados que cubrían su pubis, volviendo a su marido loco de deseo. Dana tampoco podía contenerse por mucho tiempo, así que en pocos segundos se vio saltando y frotando su sexo contra la polla de Larry hasta que no pudo más y se la metió de un solo golpe.

Sentía como su cuerpo se retorcía fuera de su control asaltada por el placer que le producía la polla de de su hombre. Cuando volvió  a la realidad estaba saltando sobre el miembro de Larry, hincando sus uñas en su velludo torso  y gimiendo y jadeando con su cuerpo bañado en sudor.

Las manos de Larry se cerraron sobre sus pechos, estrujándolos fuerte hasta hacerla gritar. Dana sentía como su placer iba creciendo, obligándola a moverse cada vez más rápido y más profundo hasta que el orgasmo estalló paralizándola y amenazando con desintegrarla.

Su esposo aun se movía dentro de ella y cogiéndola por la cintura, la puso a gatas sobre la cama y la penetró de nuevo. El placer de tener a su marido dentro se unió al de sentir  su cuerpo sobre ella, cubriéndola con su calor y sus abrazos y haciendo que su peso le recordase que aquello no era un sueño. Sus cuerpos pegajosos de sudor emitían ruidos de succión a medida que él se separaba y se dejaba caer sobre ella, llenándola con su miembro. Larry se agarró a ella, hincando los dedos en su culo y aceleró sus acometidas haciendo que se confundiesen unas con las otras hasta que finalmente  eyaculó en su interior. Su coño, estimulado por el denso calor de la leche de Larry, vibró y estalló en un nuevo y espectacular orgasmo que le hizo caer desmadejada sobre las sábanas húmedas y calientes.

3

Resultó que lo que ella creía que era una noticia sensacional, fue acogida con frialdad y escepticismo por los dos hermanos. Al día siguiente, después de haberse pasado toda la noche follando con su marido como una gata en celo, se había reunido con ellos en la habitación de June y les contó la historia de el señor Martin mientras les mostraba el mapa.

Y lo más duro era que en parte tenían razón. No estaba de acuerdo en que aquella historia fuera fruto de los delirios de la mente de un viejo decrépito, atestado de medicamentos y esclerosado por los años pasados en un aburrido geriátrico, pero tenía que reconocer que en caso de que la historia de Martin fuese cierta, lo más seguro es que si realmente Amelia desapareció en las inmediaciones de la isla Gardner, las posibilidades de que pudiesen encontrar algún resto reconocible del Electra o de Amelia, después de casi cincuenta años, eran infinitesimales.

El bajón fue terrible y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no llorar, frustrada por haberse mostrado tan estúpida. Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse corriendo a la habitación cuando June le sorprendió acercándose y abrazándole. La envolvió en sus brazos con suavidad y Dana se dejó arrullar sorprendida. Hasta ese momento su relación había sido tan distante que no se había dado cuenta de lo alta que era June y ahora sentía su barbilla  apoyada contra la parte superior de su cabeza.

Unos instantes después, su marido se les unió haciendo que se sintiese por primera vez miembro de aquella familia.

—¡Qué demonios! —dijo Larry apretando el abrazo hasta que las dos mujeres se sintieron sin aire— Tenemos combustible de sobra. Por lo menos podemos acercarnos para echar un vistazo.

Los tres asintieron sin deshacer el abrazo y en ese momento, Dana se dio cuenta de que gruesas lágrimas recorrían sus mejillas, aunque no eran de tristeza y frustración.

El resto de la mañana estuvieron haciendo los preparativos para salir al día siguiente. June sugirió que debían cambiar el plan de vuelo, pero Larry se opuso a cualquier modificación. Sabía que les costarían dos días de súplicas y sobornos alterar la ruta y  como el origen y el destino del vuelo eran los mismos, nadie se daría cuenta. Su hermana refunfuñó un rato, pero finalmente reconoció que era lo mejor que podían hacer si querían salir en la fecha prevista.


A las cinco de la tarde casi habían terminado y solo quedaba por hacer un pequeño vuelo de prueba para cerciorarse de que todo iba bien en el Electra. De nuevo, Larry prefirió quedarse en la cantina del hotel, bebiendo cerveza bien fría, así que June decidió invitar a Dana a ir con ella.

Subieron al taxi que les llevaría al aeropuerto. Dana tenía pinta de ocultar su nerviosismo con aquella inacabable verborrea y June la dejó hablar divertida, pensando lo distinto en que iba a ser el viaje a partir de aquel momento. Charlaba de todo, hablando rápido con su marcado acento neoyorkino. June miró por la ventanilla y observó  Port Moresby, preguntándose cuánto duraría aquella rubia en manos de los raskols*, los verdaderos dueños de buena parte de la ciudad.

Llegaron al aeropuerto y ayudó a Dana a subir al avión mientras ella se quedaba fuera a hacer las comprobaciones de rutina antes del vuelo. Mientras repasaba con sus manos los resplandecientes remaches del avión sonreía sorprendida de su propia reacción aquella mañana. Al final Larry tenía razón y la cerdita Peggy (no estaba dispuesta a renunciar al mote) se había ganado su aprecio. No podía ser nada fácil para ella salir de la civilización para vivir aquella aventura y la joven no solo se había presentado allí, tal como había prometido, si no que había tenido el entusiasmo y la iniciativa suficiente como para influir en sus planes.

Reconocía que las posibilidades de encontrar una pista eran casi nulas, pero la iniciativa de Dana la había enternecido y por fin había entendido lo que había visto su hermano en ella.  No creía que la relación entre ellas llegase nunca a compararse con la que tenía con su hermano, pero ahora sabía que podrían llegar a ser buenas amigas. —la vida siempre termina sorprendiéndote— pensó June mientras subía a la aeronave y se ponía a los mandos.

Tras unos segundos los motores del avión comenzaron a ronronear. Cuando el sonido se volvió uniforme, June aceleró con suavidad y se dirigió a la pista de despegue a la vez que hablaba por radio con la torre de control. A una señal del jefe de operaciones, enfiló la pista y aceleró al máximo los motores. El viejo avión comenzó a carretear, aumentando poco a poco la velocidad hasta que, a los tres cuartos de pista el tren de aterrizaje se despegó del suelo.

En quince minutos sobrevolaban la isla. June inclinó ligeramente el aparato para que su cuñada pudiera  ver la dorada luz del ocaso, acariciando y tiñendo de rojo las aguas del Estrecho de Torres. Dana, desde el asiento del copiloto, no decía nada, pero su cara reflejaba lo  sobrecogida que estaba por el espectáculo.

Con una sonrisa malvada, cortó el gas y subió el morro haciendo que el avión se suspendiera un instante en el aire antes de  zambullirse en un pronunciado picado. Los estómagos de ambas se subieron hasta sus gargantas. Dana gritó sorprendida y le miró espantada, pero al ver la cara de diversión de June, se relajó y disfrutó de una elegante serie de toneles y guiñadas hábilmente encadenados.

Tras unos minutos en los que ambas, entre risas y gritos, comprobaron que el avión funcionaba perfectamente, June estabilizó el avión y miró a Dana.

—Adelante, toma los mandos.

—¿Yo? —preguntó su cuñada sorprendida.

—No veo a nadie más por aquí. —respondió divertida— No es tan difícil, coge el volante con firmeza y gíralo suavemente.

El avión se inclinó dócilmente y June apartó las manos del suyo para que Dana terminase sola la maniobra. Mientras le daba indicaciones para rectificar el rumbo, observó como los ojos azules de la reportera brillaban de emoción. Tras veinte minutos, con el sol a punto de desaparecer en el horizonte, tomó de nuevo los mandos y aterrizó en el aeropuerto.

—¡Vaya! —dijo Larry ya un poco achispado, adivinando lo que había pasado en cuanto su mujer entró en la cantina con una  sonrisa inconfundible— No me lo puedo creer. Le has dejado los mandos de tu avión. ¿Sabes que eres la primera persona a la que le deja los mandos a parte de mí?

—Ha sido estupendo. —dijo Dana dando pequeños saltitos sin poder controlar su emoción— Creo que este viaje va  a ser una experiencia estupenda.

Dana se acercó a la barra a pedir dos cervezas heladas mientras los dos hermanos se guiñaban los ojos y Larry le daba las gracias a June con un gesto.

Era noche cerrada. Los dos tortolitos seguían trasegando cervezas y poniéndose ojitos. Así que June  apuró la suya de un trago y subió a su habitación. El día siguiente sería largo y ella, especialmente, necesitaba estar bien descansada.

Los gandules de los empleados del hotel ni siquiera se habían molestado en hacer la cama. Se inclinó y tiró de las sabanas para alisarlas.  El tejido de la ropa de cama era algodón de pésima calidad. Mientras se  desnudaba y se tumbaba sobre las ásperas sábanas, se imaginó a su hermano encima de Dana hincándole la polla hasta lo más profundo de su ser, arrasándola de placer. Una ligera punzada de envidia la asaltó. ¿Por qué no era capaz de encontrar ningún hombre como su hermano?

Todos los hombres que había conocido en su vida, o eran gilipollas o eran unos degenerados. Se revolvió en la cama nerviosa y sus manos tropezaron con sus pechos. Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. Sus pechos no eran  muy grandes, pero eran redondos y firmes y bastaba una sola caricia para que, tanto el pezón como la oscura areola, se inflamasen, aumentando de tamaño. Cerró los ojos y se los acarició y se los pellizcó suavemente, imaginando que era un hombre el que lo hacia...

... La oscuridad era total. Apenas podía ver la silueta que se movía a los pies de la cama. Intentó gritar, pero las palabras se quedaban atascadas en su garganta. El desconocido le acarició los muslos. June quería resistirse, pero una fuerza invisible le obligaba a abrir sus piernas, exponiendo su pubis a la vista del intruso. Unos dedos fríos y largos avanzaron por el interior de sus muslos y juguetearon con el  vello que cubría su sexo. Intentó cerrar las piernas y protegerse, pero su cuerpo no respondía. A pesar de la oscuridad, estaba segura de que el desconocido sonreía. Los dedos apartaron el suave y oscuro vello rizado y separaron los labios de su vulva descubriendo su clítoris. Un ligero roce hizo que todo su cuerpo se combase de placer.

El hombre rio. Una sonrisa ronca, lúgubre y vagamente familiar. June se estremeció e intentó infructuosamente resistirse.

¡No! ¡No! ¡No! —pensó la aviadora cuando el desconocido se inclinó sobre ella.

Los labios se cerraron en torno a su sexo con violencia. Se mordió el labio y arañó las sábanas para no gritar mientras su cuerpo reaccionaba con un intenso placer a cada lametón y cada chupada. El hombre introdujo la lengua en su coño a la vez que le acariciaba el botón del placer. June tembló, todo su cuerpo hormigueaba y el placer la recorrió de un extremo a otro paralizándola. Las manos se desplazaban por su piel, desde los muslos hacia el tronco, hasta cerrarse entorno a sus pechos.

El desconocido sacó la lengua de su interior. Un largo hilo de espesos flujos proveniente de sus entrañas colgó de ella unos instantes. Era curioso, podía ver el hilo transparente producto de su excitación, pero no podía ver la cara de su asaltante. El desconocido  recogió los flujos y los usó para lubricase los dedos antes de penetrarla con ellos.

Tres dedos entraron en su vagina, curvados hacia arriba, buscando su punto G, ella cerró los ojos, avergonzada por el placer que sentía y sin poder evitarlo le indicó que lo acababa de encontrar con un largo gemido. Una nueva risa lúgubre y los dedos comenzaron a explorarla con violencia concentrando sus caricias en su punto más sensible. El placer le hizo perder el control. June gritó, gimió y retorció su cuerpo moreno y elástico, se acarició los pechos y el cuello unos instantes más. Estaba  a punto de correrse. Extasiada agarró la cabeza del intruso y la acercó hacia su cara, deseando besarla, cuando la tuvo a la altura de su cara abrió los ojos y...

June se despertó con un grito, el sudor corría por su espalda mientras trataba de borrar de su mente la cara sonriente de su hermano. Intentó despejarse y apartar el sudor que bañaba su cara. Fue entonces cuando se dio cuenta que tenía las manos en su entrepierna. Las sacó empapadas y pegajosas. Miró el despertador, eran apenas las tres de la madrugada. Su hermano y su cuñada hacían en amor en la habitación de al lado.

Respiró hondo, bebió un trago de agua tibia  y se tapó los oídos con la almohada, aun así no pudo volver a dormir hasta que los dos esposos  hubieron acabado.

*Nombre que se le da a las bandas callejeras que hacen de Port Moresby una de las ciudades más peligrosas del mundo. Son famosas por aprovechar cualquier cosa para hacer armas de fuego rudimentarias pero efectivas. Para saber más:  https://www.vice.com/es/article/las-pandillas-de-papa-nueva-guinea-parecen-aterradoras

Esta nueva serie consta de 12 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.