El Último Vuelo del Electra: Cap 11

Dana y June tienen un plan.

11

—A ver si lo he entendido. —dijo Unemaro— Me decís que ahora hay aviones a... ¿Cómo los llamáis? A reacción. Capaces de llevar quinientos pasajeros con sus equipajes, a mil kilómetros por hora, atravesando océanos sin escala y que los americanos habéis llegado a la luna y sin embargo vosotras venís hasta aquí con un avión igualito al que derribé hace cincuenta años...

—¿Cómo? —le interrumpió June—¿Derribaste el avión de Amelia? ¿Dónde cayó? ¿Hubo supervivientes?

—Silencio, perra. —dijo Kai cabreado por el desliz— Aquí las preguntas las hago yo. Tenía órdenes. Nadie podía saber que esta isla estaba habitada y lo derribé. Se deshizo en mil pedazos en la laguna. No sé quién lo pilotaba ni me importa.

—Cerdo, no tienes sentimientos. —le dijo la rubia con una voz fría como el hielo.

—Y vosotras sois unas putas mentirosas. —replicó el soldado haciéndoles señas de que debían abandonar el búnker.

El teniente, enfadado por su desliz, las insultó y les tiró la comida, obligándolas a que la  recogiesen del suelo. Aquellas mujeres eran frustrantes, seguían siendo igual de originales en sus historias. Habían conseguido irritarle tanto que les había revelado sin querer el destino del primer avión.

Recogieron el pescado del suelo y se alejaron rápidamente. Aquellos días habían sido mágicos. Solo la muerte de Larry y la inmensidad del Océano Pacífico rodeándolas, planeaba como una sombra sobre su felicidad. Muchas veces se preguntaban lo que su hermano y marido pensaría de su relación, pero siempre llegaban a la conclusión de que lo que él hubiese deseado era que fuesen felices y lo eran.

Era cierto que seguían en aquella maldita isla, dependiendo de que a aquel pirado no se le cruzasen los cables y les pegase un par de tiros, pero la recién descubierta intimidad las había envuelto en un aura de optimismo que nada podía arruinar. Además, al fin el japo había terminado por confesar que él era el que había derribado a Amelia.

—Deberíamos buscar los restos. —dijo Dana— Sabemos que cayó en la laguna, eso nos da un punto por el que empezar.

—Bueno, —dijo June— esta isla es pequeña pero aun así no parece una tarea fácil. ¿Cuánto tiene de largo esta laguna? ¿Cinco kilómetros? ¿Seis? Nos va a llevar una eternidad.

—Lo que nos sobra es tiempo —replicó Dana— Además, después de estos días, he mejorado bastante mi estilo en el agua. Tu puedes ir por la parte más profunda mientras yo exploro las zonas cerca de la orilla.

June no pareció estar del todo conforme, pero Dana insistió y no paró hasta convencerla, consciente de que la felicidad del enamoramiento no sería eterna. Necesitaban estar ocupadas, si no acabarían desvariando como aquel viejo. Para celebrarlo se metieron en el agua e hicieron una vez más el amor. Luego hicieron carnada con los peces que el teniente Unemaro les había dado y planearon por dónde debían empezar a buscar mientras pescaban.

La mañana siguiente amaneció espléndida. Dana la despertó temprano. No podía aguantarse más. June amaba aquel entusiasmo contagioso y esa energía aparentemente inagotable. Dana se quitó las legañas y a pesar de las protestas de su amante, la abrazó y la besó hasta que se sintió satisfecha.

Dana tenía todo lo que June había buscado sin éxito en los hombres con los que había estado, era todo energía, la animaba y le ponía de buen humor y cuando hacían el amor sabía perfectamente que hacer en cada momento para volverla loca de placer, sin intentar usar el sexo para dominarla. Por primera vez en su vida estaba enamorada.


La tarde anterior habían decidido que empezarían por la parte este de la laguna. June opinaba que lo más probable es que Amelia debería haberse acercado con el sol a la espalda así que, cuando el japonés la derribó, probablemente caería por aquel tramo de la laguna. Por lo menos tenía la ventaja de que era la zona más estrecha de la isla con lo que si habían acertado no tardarían en encontrar los restos del primer Electra.

Sin que pudiera retenerla ni un segundo más, Dana salió dispuesta a obtener por fin pruebas que confirmaran sus sospechas. Se dirigieron al extremo de la isla. Era la primera vez que pisaban aquel lugar. La isla era un anillo de coral con  la forma de la aleta dorsal de un tiburón y la diámetro mayor orientado casi exactamente de este a oeste. Ellas estaban en la punta de la aleta. Allí la laguna terminaba en una zona pantanosa cubierta de un espeso bosque de manglares, así que cuando no pudieron avanzar más, entraron en el agua.

La aguas claras y la poca profundidad permitían una visibilidad casi perfecta. Una miríada de peces de colores las rodeaba y las esquivaba con rápidos movimientos, en aquellas aguas cristalinas, buscando comida entre los sedimentos que levantaban del fondo a medida  que ellas recorrían el ancho de la laguna, buscando un trozo de metal o una cicatriz en los corales que afloraban en el fondo.

Cerca del mediodía, Dana estaba agotada, poco acostumbrada a realizar ejercicio físico tan intenso.  Intentó continuar, pero fue June la que le recordó en aquella ocasión que no había ninguna prisa y marcando el lugar donde lo habían dejado, se alejaron cogidas de la mano.


Cada día que pasaba entendían un poco más a aquel hombre y la admiración y respeto que sentían por su determinación había crecido  notablemente. Después de la primera semana de búsqueda, los días estaban empezando a fundirse unos con los otros y los pasaban en una especie de estado de semiinconsciencia del que cada vez les resultaba más difícil salir, a pesar del irrefrenable entusiasmo de Dana. La ausencia de esperanzas de que alguien se acercase para rescatarlas, al haberse desviado tanto de la ruta,  no ayudaba a June que no era tan optimista.

Cuando el fatalismo la asaltaba, Dana la distraía y aprovechaban esos momentos para buscar una manera de reducir aquel  hombre  y devolverle a la realidad y ambas sabían que debía ser pronto.

Pero no era sencillo,  a  pesar de que el teniente Unemaro debía tener alrededor de setenta años, su estado de forma era excelente y era un soldado adiestrado en varias clases de artes marciales. Además mantenía las armas fuera de su alcance. Jamás las llevaba encima, consciente de que no las necesitaba para reducirlas y las mantenía ocultas, presumiblemente bajo llave.

La respuesta llegó ella sola aquel día. En su exploración habían llegado a unos doscientos metros a la derecha del promontorio dónde Unemaro solía pescar.  A eso de media mañana June dio un grito y le hizo gestos a Dana para que se acercase. Dana nadó tan rápido como pudo así que cuando llegó donde estaba June necesitó unos instantes para tomar aire.

Desde la superficie se veía una mancha oscura y alargada destacando en el fondo claro de la laguna. Se sumergieron. El fondo estaba a unos siete metros así que Dana apenas pudo estar unos segundos, los suficientes para determinar que aquel resto pertenecía a la sección de cola de un avión con su estabilizador horizontal  espantosamente retorcido por el impacto de un proyectil.

La sección de cola del avión, a pesar de estar gravemente dañada por las explosiones y el accidente era inconfundible, pocos aviones tenían una cola similar y además June, que continuaba allí abajo, limpió el lateral del estabilizador de cola descubriendo la matricula, que aunque incompleta, coincidía con la del Electra de Amelia. Dana observó moverse a June como una sirena allí abajo y tras coger una nueva bocanada se unió a ella.

Ambas sonrieron al lado de los restos. Si poder evitarlo abrazó a June y le dio un largo beso intercambiando saliva y oxigeno mientras ascendían hacía la superficie.

Exultantes se besaron de nuevo sin siquiera darse tiempo para coger aire. La excitación las pudo y June, incapaz de resistirse, acarició los pechos y pellizcó suavemente los pezones de Dana que gimió y apretó su cuerpo contra el de ella. En cuestión de segundos estaban enroscadas acariciándose y pataleando a la vez para mantenerse a flote.

—Te quiero. —dijo June sin poder reprimir más lo que sentía dentro de su pecho.

Dana asintió, tiró de la media melena de su amante hacía atrás y le besó el cuello. En ese momento, la vista de June se perdió en el promontorio y entonces lo vio. Unemaro estaba sentado, con la caña tendida, pero sin hacerle ningún caso. Su mirada estaba fija en ellas y no era  la mirada habitual de odio o desprecio.

Rápidamente, June apartó la mirada y dándole la espalda con un giro casual le susurró a Dana que el japonés las estaba observando. Haciendo gala de una sangre fría increíble, Dana ni siquiera miró hacia allí y se dedicó a besar y a sobar a su amante con gestos aun más exagerados. June lo entendió y le siguió el juego mientras se dirigían hacia la orilla hasta que a menos de treinta metros de la orilla fingieron darse cuenta y se alejaron de allí entre risas.

Aquella misma tarde Unemaro se mostró incómodo y les dio la comida sin interrogarlas de nuevo mientras June sonreía y acariciaba la espalda de Dana, siguiendo el plan que habían ideado mientras descansaban a la sombra de las palmeras.

Esta vez no se precipitaron y se dedicaron a observar las rutinas del teniente. Pronto descubrieron que lo metódico de sus costumbres era probablemente lo que había mantenido en él un residuo de cordura. Todas las mañanas se levantaba con el sol, salía de su búnker y realizaba una larga serie de ejercicios y katas de artes marciales, primero desarmado y luego con una katana. A continuación, se daba un largo baño en la laguna, pescaba algo y luego se retiraba a su búnker, para pasar las horas más tórridas del día a la sombra y no salía hasta ya avanzada la tarde. Era entonces cuando de nuevo cogía una caña de pescar y buscaba un lugar adecuado en la laguna para pescar y recoger algo de marisco.

Cada cierto tiempo cambiaba el lugar dónde echaba la caña. Sin embargo, escondidas entre la maleza, observaron como volvía una y otra vez al promontorio que daba a la laguna  y que tenía unas excelentes vistas sobre gran parte de la costa y especialmente de una pequeña y recogida cala a poco más de doscientos metros, que solo era visible desde allí.

Durante los siguientes días le siguieron hasta que por fin volvió a ese lugar. No tenían tiempo que perder así que pusieron en marcha su plan.

Entraron en la playa persiguiéndose y riendo, con el pelo suelto y solamente vestidas con unas braguitas. Finalmente June atrapó a Dana y la tiró en el suelo. Ambas cayeron en la arena riendo. Recurriendo a toda su fuerza de voluntad para no girar la cabeza hacia el promontorio,  se besaron. La verdad es que no sabían cómo se iban a sentir exactamente. Una cosa era besarse delante del soldado cuando les había pillado por casualidad y otra muy diferente era montar un espectáculo especialmente para él. Al principio Dana sintió los nervios de June, pero rápidamente se dejaron llevar por la excitación y se olvidaron del mundo que la rodeaba. Una vez relajadas Dana se separó juguetona y se levantó mientras June se quedaba tumbada sobre la arena con las manos por encima de su cabeza y una sonrisa que hacia aun más seductores aquellos preciosos labios. La figura esbelta y la piel color miel de June hacían que Dana sintiese que estaba en presencia de un bello felino.

Con un gesto perezoso bajó las manos y se acarició los pechos. Dana los observó y los comparó con los suyos. Eran más pequeños y perfectamente esféricos con  pezones y areolas pequeños y oscuros. Se inclinó y colocándose sobre ella dejó que sus pechos pesados y pálidos los golpeasen. Los pezones de ambas entraron en contacto erizándose inmediatamente y trasmitiéndole una cálida sensación de placer.

La mano de June se separó de su pecho y asió y sopesó el de Dana, siguió sus venas azules con la punta de los dedos hasta llegar a sus pezones. Los acarició y pellizcó suavemente hasta que Dana soltó  un largo suspiro, restregando su pubis contra el muslo de su cuñada. La sensación no fue distinta a otras veces, aun sabiendo que  el soldado japonés probablemente las observaba. En cuestión de segundos se había olvidado de los planes y frotaba sus húmedas braguitas contra los muslos del June con movimientos lentos y amplios.

June percibió con claridad la excitación que estaba haciendo presa en el cuerpo de su amante y con un movimiento suave y fluido, apartó las manos de los pechos de Dana y rodeando su torso con los brazos, acarició su espalda y hundió los dedos en su espesa melena rubia.

Con un ligero tirón acercó la boca de Dana a sus labios y la besó de nuevo. Dana respondió con suavidad, sacando la punta de la lengua e introduciéndola en su boca entreabierta. Los dientes de June se cerraron sobre ella con suavidad y  la atraparon juguetones, justo antes de abrir la boca e introducir profundamente su lengua en la de Dana. De repente todo se descontroló, los besos se hicieron profundos y ansiosos, ambas se saborearon la una a la otra. Las manos de Dana se escurrieron por los costados de June hasta acabar bajo su braguita mientras June jugaba y tironeaba la melena de Dana sin dejar de besarla ansiosamente.

June empezó a gemir suavemente al sentir los dedos de su cuñada acariciando su sexo y explorando su húmedo interior. Tras unos segundos, Dana deshizo el beso y con sus labios comenzó a repasar el cuerpo de June chupando, lamiendo y mordisqueando sus axilas, sus pezones y su ombligo hasta llegar a su pubis.

Cuando su amiga le quitó las braguitas y envolvió los labios de su vulva con la boca, un relámpago de placer recorrió el cuerpo de June. Nunca había sido una mujer muy interesada por el sexo, sus relaciones habían sido siempre escasas, fugaces y ligeramente insatisfactorias, pero la sabia lengua y los hábiles dedos de Dana  estaban despertando sensaciones que nunca había experimentado. Sentía como si todas su ingles burbujearan e irradiaran un intenso placer por todo su cuerpo cada vez que su amante la tocaba.

Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, abrió sus piernas y dejó que Dana la explorase mientras jugaba con su melena rubia. Los gemidos se transformaron en gritos y el placer le recorría el cuerpo haciendo que los espasmos atenazasen su cuerpo desde la cabeza hasta la punta de los pies.

Haciendo un supremo esfuerzo por controlarse apartó a Dana y la tumbó sobre la ardiente arena. Sentándose a su lado acarició su cuerpo. Sus manos le parecían más torpes, pero notó que Dana respondía. Su respiración se hizo más rápida y superficial y los gemidos de Dana, más fuertes y desinhibidos espantaron a un par de alcatraces que descansaban en una palmera.

Con precaución, June pasó las piernas a ambos lados de la cabeza de Dana dejando su coño a la altura de su boca mientras enterraba la cara en su entrepierna. Fue como si el placer recorriese sus cuerpos en un circulo infinito. Electrizándolas y desbordándolas. Sus cuerpos sufrían violentos espasmos mientras sus sexos expelían seductores jugos que ambas paladeaban golosamente. Rodaron por la playa sin despegarse, la arena se colaba en sus bocas y se pegaba a sus cuerpos sudorosos, metiéndose en todos su pliegues, pero nada importó cuando sus cuerpos se agarrotaron, casi a la vez, recorridos por un violento orgasmo.

Cuando finalmente June abrió los ojos vio a Unemaro de pie frente a ellas. Conteniendo un gesto de  satisfacción en su cara, se tumbó boca arriba, con las piernas abiertas hacia el soldado para que este pudiese ver como los jugos del orgasmo resbalaban fuera de su coño, haciendo un surco en la arena que cubría su piel.

Unemaro se había acercado al oír los gemidos y ver como las dos mujeres hacían el amor en la pequeña cala. Sin saber muy bien por qué, la curiosidad había podido con él y se había dirigido a la playa para ver a las dos mujeres haciendo el sesenta y nueve hasta que un fuerte orgasmo las dejó exhaustas.

La morena se dio cuenta de su presencia y dejando a su amante tumbada y jadeante, se giró hacia él y separó las piernas para exponer el coño chorreante a la vista de Unemaro que lo miraba hipnotizado.

En ese momento todo ocurrió tan rápido que no tuvo ninguna oportunidad, June le lanzó un puñado de arena a los ojos cegándole y levantándose rápidamente le dio una patada en los testículos con toda sus fuerzas, obligándole a doblarse con el intenso dolor mientras  Dana se levantaba como una flecha y cogiendo un trozo de madera que habían escondido entre la arena,  le arreaba con todas sus fuerzas en la sien dejándole inconsciente inmediatamente.


Cuando despertó era él el que estaba atado de pies y manos en el búnker. La primera sensación fue el dolor de cabeza, la segunda fue la impotencia y el profundo deshonor que suponía que dos estúpidas putas Gaijin se las hubiesen arreglado para engatusarle y noquearle.

Profundamente avergonzado continuó con los ojos cerrados, intentando negar la realidad. Pero era imposible, solo era un viejo necio que se había dejado engañar y ahora pagaría el precio de su estupidez.

Esta nueva serie consta de 12 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

https://www.amazon.es/dp/B06VWK44ZG

Un saludo y espero que disfrutéis de ella.