El último polvo

Un anciano me pide sexo por dinero, y me sorprenden sus habilidades. también podría ir en la categoría primera vez

El último polvo.

Voy caminando tranquilamente por la calle, pensando en lo lindo del día y lo tarde que se me está haciendo para ir a casa, cuando un caballero mayor se acerca, me saluda y pretende iniciar una trivial conversación conmigo. No lo conozco pero alegre le devuelvo el saludo y le sigo en la charla sobre el clima, el tráfico y la política. El hombre me acompaña hasta donde me dirijo, y al despedirme me pide que por favor le conteste una pregunta.

Sin temor le digo que claro, que lo escucho, y el anciano me dice que hace mucho tiempo no está con una mujer, que es viudo y muy adinerado, que todos los días me ve pasar por esta misma ruta y que soy el tipo de mujer a la que le gustaría volver a llevar a su cama de vez en cuando. Joven, decidida, de su casa, decente y sobretodo, bonita y recatada.

Yo aún sigo perpleja y no logro interrumpirle, lo que el hombre aprovecha para terminar su propuesta. "Lo que quiero proponerle señorita, es que acepte acostarse conmigo. Usted evidentemente no es una prostituta, pero estoy dispuesto a ofrecerle una cantidad que seguro la sacará por un tiempo de cualquier apuro económico.

Yo aún no sé que decir, pero sin palabras niego con mis manos. Sin embargo el desconocido aprovecha y las sujeta, poniendo en mi mano izquierda un cheque por 20.000 dólares, y en mi mano derecha su entre pierna abultada, donde siento un pene erecto y firme, a pesar de lo octogenario de mi interlocutor.

No mentiré. La situación me excita inmediatamente, pero sin querer me retiro del hombre rápidamente. La pose indicaba perfectamente a cualquier bien andante lo que allí se estaba discutiendo, y nos encontramos en una zona donde yo no puedo dar ese tipo de exhibiciones.

Ya un par de pasos lejos de mi caballero me lo pienso mejor. ¡Realmente es mucho dinero! Y sin reflexionarlo dos veces giro y le digo que sí, pero que primero iremos al banco para consignar ese cheque en mi cuenta, y en cuanto verifique el pago, nos iremos para un hotel y haré lo que me pide.

Al instante se me viene el mundo encima. ¡Todavía no puedo creer lo que acabo de decir! Este señor es mayor que mi abuelo, y no me atrae en lo más mínimo. Pero es alto y seguro, y sí aparenta tener clase y dinero

Se acerca, lo tomo del brazo y juntos caminamos hacia el banco más cercano. Al entrar el vigilante lo saluda con respeto y una de las ejecutivas de cuenta deja a un par de clientes y se acerca a nosotros con eficiencia. -Ingeniero, ¡qué gusto verlo de nuevo por aquí! dígame, ¿en qué puedo ayudarlo?- Y mientras habla se las arregla para sonreír coquetamente al venerable anciano; pero en ese instante vemos que un hombre muy elegante se apresura a saludar de la mano a mi acompañante, y resignada la ejecutiva de cuenta le da paso murmurando un saludo al "señor gerente".

Al fin el caballero que me lleva del brazo indica lo que requiere, que es consignar un cheque a una cuenta bancaria. -¡Por supuesto!- y el mismo gerente se ubica detrás de un mostrador de cajero, recibe el cheque y pregunta el número de la cuenta a la cual desea hacer la consignación, mientras diligencia el formato bancario para el efecto. Doy el número de mi cuenta y el gerente me mira inquisitivo, notando en ese instante que no he soltado a mi hombre del brazo en todo ese tiempo y cambiando su faz hacia una mirada comprensiva, en la que adivino que ha descubierto hasta los más lascivos pensamientos de su cliente.

No puedo evitarlo, me gusta sentirme importante y siento que del brazo de este ingeniero todo el mundo me rinde pleitesía. Es una sensación fascinante.

Confirmo la transacción y me sorprendo. En ese momento comprendo que este hombre no iba a pagar tanto dinero por un coito censillo, y me da miedo. Pero soy una mujer de palabra y me dispongo a seguirlo hacia el hotel que elija.

Advirtiendo mi decisión,  el aún desconocido asiente, le pide al vigilante de la puerta que detenga un taxi y sale conmigo del banco con aspecto de ir con prisa. Subimos al taxi y el hombre que pronto me penetrará pide que nos lleve hacia el hotel "Amadeus", el más lujoso motel de la ciudad. Luego gira, y sin más, abre el cierre de mi pantalón, me baja las pantys y mete su mano en mi vulva. -espero que seas virgen como lo imagino, preciosa-, y empieza a masturbarme con fuerza.

El taxista mira por el espejo sin disimulo, y recuerdo que mi papá antes fue taxista, y que prácticamente todos los conductores de la ciudad lo conocen.

Me da temor, pero no puedo hacer nada. El desconocido está sumamente concentrado en su tarea, y no me soltaría ni loco. Me sorprende que logre contenerse para no obligarme a montarle aquí mismo.

Sigue la masturbación, y observo que nos detenemos en un semáforo, y que los automóviles que vienen a lado y lado tienen una vista completa de la situación. OH, me excito y estremezco. Estoy dando la más grande exhibición de toda mi vida, pero es por una buena causa.

Prefiero mirar hacia el frente y encuentro al taxista mirando hacia mi vagina directamente, la cual estaba siendo frotada a conciencia y a dos manos por mi compañero. Empiezo a gemir quedamente, y al lado de mi ventana escucho un "dale viejo, ¡dale duro!"

En ese momento arranca el semáforo y tras algunos minutos llegamos al motel. Entramos hasta el garaje y mi acompañante se retira para pagar generosamente al conductor.

Luego salimos del taxi, la puerta de acceso se cierra al salir el automóvil, dejándonos solos al fin, y de inmediato me espeta secamente. "Desvístete". Bueno, el viejo no se va a ir con rodeos.

-"Mira, tomé pastillas para este momento, así que estoy a punto. No hay tiempo de entrar a la habitación, así que ponte contra la pared".-

Toco obedientemente la pared con mis nalgas, y mi dueño se acerca conmigo. Mete sus dedos y toda su mano de nuevo entre los labios de mi vagina, me mira como pidiendo disculpas, y brutalmente me penetra con fuerza como para cortar mi himen de un solo tirón.

Grito, grito y grito del dolor. Siento que chorrea sangre por mi pierna y no siento nada de placer. ¡Cómo se me ocurrió meterme en este asunto!

Pero el machote es persistente. No se retira y empieza a frotarme con el resto de su cuerpo. Con sus manos estruja mis senos y mis caderas, lame mis orejas y mi cuello, se mueve como un semental y profundiza aún más dentro de mi, de modo que no tengo tiempo de seguirme quejando.

Su actividad es diligente. Sin salirse de mi me sigue explorando, mete algunos dedos en mi ano, aprieta mis pezones y me obliga a cabalgarle de pié. Como es más alto que yo siento que me atraviesa, pero rallos, esto comienza a sentirse bien, muy bien, delicioso.

Gimo y comienzo a sentir espasmos, mientras la potencia de mi amante no reduce en lo más mínimo. Comienzo a sentir orgasmos, a gemir, a gritar, a morder y a moverme inconscientemente para agradarle. Me encanta, ¡me encanta!

Mi hombre delira. No está dispuesto a soltarme, a ceder un centímetro. Terminamos cayendo al piso y lo hacemos dando vueltas en la fría baldosa.

Es mi primera experiencia sexual y siento que estoy aprendiendo de un hombre que lo puede todo en el sexo. Me he venido varias veces pero mi hombre no me suelta. En algún momento saca su miembro de mi vulva, y me obliga a chuparlo. Lleno de sangre y de mis jugos, no me es placentero, pero me obligo a olvidar lo que hago y a recordar que en ese momento estoy mamándole el pene a un desconocido, a un adulto mayor que podría ser mi bisabuelo, que lo hago por dinero y que el hombre podría morir en cualquier instante. Ante estos pensamientos me excito muchísimo y lamo, chupo y aprieto con deseo ese gran pene y esos envejecidos testículos.

Lo hice lo mejor que pude, con más instinto que conocimiento, y seguramente le agradó porque al poco se vino en mi boca y casi me ahogo tragando todo su semen. Tuve algunas arqueadas, pero logré contenerme. Esperaba que mi amo me diera más, y no iba a fallarle.

Ya más tranquilo me pide que entremos a la habitación, donde destapa una botella de vino y saca algunos ricos bocadillos de la nevera. Comemos completamente desnudos y mirándonos con lujuria. No sé qué pasará a continuación porque mi hombre ha dado mucho de sí. Parece imposible que un anciano octogenario pudiese hacer las proezas que acabo de verle hacer conmigo.

El caballero se levanta de la mesa, pone algunos videos pornográficos y se sienta en la cama. Observo que ingiere una pastilla y la baja con vino, tras lo cual se recuesta en la almohada con aspecto de esperar.

Yo sin saber qué hacer me acuesto a su lado, excitándome de nuevo con la película. Allí una mujer es penetrada por delante y por detrás por un par de sujetos, su jefe y uno de los clientes de la empresa para la cual trabaja. Me encanta la escena y me masturbo para desahogarme.

Al terminar el video me giro hacia mi hombre, y observo con alegría que su pene se está poniendo erecto de nuevo y que mi hombre vuelve a mirarme con ánimo de faena.

Esta vez estamos acostados en la cama en una posición muy conveniente. Apunta hacia mi vagina y me preparo para la embestida. Como la anterior, es brutal y súbita, como si no hubiese tiempo para degustar.  Sin aliento trato de moverme para apurar el placer, de modo que pasara el dolor. Esta vez el hombre se deja hacer, y me deja jugar con su pene a voluntad.

El miembro está firme y el desconocido que tengo dentro de mi gime constante. Pronto el ritmo aumenta y frenéticamente aumento la actividad para llegar a los orgasmos rápidamente. Uno tras otro van sucediéndose, y comienzo a sentir que mi amor se relaja. Da un fuerte suspiro, Deja de gemir y se queda quieto, lo que me sorprende. No voy a soltarle ahora, así como él no me dejó ir anteriormente.

Lo rodeo con mis piernas y me apuntalo en su pene para exprimirle entero, lamo su cuello y aprieto sus pezones, lo pellizco como una tigresa y finalmente me vengo extasiada y complacida, pero me extraña que el galán siga quieto como una estatua.

Me aparto un poco y presto atención. El hombre no respira, no tiene pulso y no logro escuchar su corazón. Su pene parece una piedra, pero todo lo demás es flácido y como sin vida.

No sé de primeros auxilios y la verdad me lleno de temor. ¡Estoy desnuda y al lado de un desconocido que acaba de morir! trato de calmarme, de pensar qué hacer, pero solo recuerdo que me vieron con él en el banco, entregándome una gran cantidad de dinero y subiéndome junto a él a un taxi.

Podrían investigarme por su muerte, y no tengo un solo testigo que sepa que este señor vino conmigo a voluntad. Alguien podría pensar que lo maté para quedarme con su dinero, que lo traje hasta aquí chantajeado o abusando de él...

Y si no, ¡me imagino el escándalo! Este señor debe ser influyente, prestigioso e importante, ¡y todos en la ciudad sabrán que murió teniendo sexo con una mujer que se acostaba con él por dinero!

Tuve sexo con un muerto...

¡Me penetró el pene de un cadáver!

Me levanto, me visto, salgo del apartamento, llego a portería, anuncio por el comunicador que mi novio ha quedado dentro y que al salir pagará. Solicito un taxi y me alejo del lugar.

Mientras pienso en lo que ha sucedido, reflexiono en la muerte tan bonita que acabo de permitirle a ese venerable anciano. Y guau, ese pene estaba tan duro… qué delicia… Mientras, mi coño me arde con fuerza y sin darme cuenta pongo mi mano sobre él para consentirlo y que deje de doler, mientras el taxista me mira curioso y yo con cara de satisfacción sexual le doy la dirección de mi casa, recordando también la linda suma que me espera en mi cuenta bancaria.

Fin.