El último luchador
Relato en primera persona del último combate de un luchador de artes marciales mixtas.
Extraído de la autobiografía ‘Cöller: una vida de golpes’, escrita por el campeón de artes marciales mixtas Lukas Cöller.
Mi entrenadora golpea un par de veces la puerta y me grita desde el pasillo que quedan dos minutos. Aprieto aún más fuerte la bolsa de hielo contra mi entrepierna. Es molesto, pero necesario.
Antes de que las normas cambiasen, algunos golpes estaban prohibidos. Ahora vale todo. Durante los cuatro asaltos que dura el combate puedes tirar del pelo. Puedes golpear en la garganta. Puedes pegar en los huevos. Aún así, mientras la competición seguía dividida por sexo, había unas reglas no escritas que seguían respetándose. Entre hombres, respetábamos ciertas normas y evitábamos los golpes bajos. Pero tras la unificación en una única competición mixta, donde hombres y mujeres peleaban unos contra otros, el respeto ante los golpes bajos se dejó a un lado y pasaron a ser algo bastante común. Es normal; si tu rival tiene un punto débil, y las normas lo permiten, lo aprovechas.
Mi entrenadora vuelve a golpear la puerta. Queda un minuto. Estoy a punto de competir en la semifinal del campeonato del mundo. Soy el único hombre que sigue en la competición. Soy el único hombre que pasó de la primera ronda. Al australiano Michael Dunhill, dos veces campeón del mundo, y con quien me enfrenté varias veces en las fases finales de la competición, lo anularon en el primer asalto de una brutal patada que casi le hizo perder un testículo. La joven promesa Yussef Mbago, un titán nigeriano de más de dos metros, no pasó de la ronda clasificatoria, cuando una chica francesa le partió un testículo en un lance que se hizo viral en redes sociales durante varios días. La chavala, de aspecto inocente, propinó al nigeriano una patada en el estómago que le hizo caer sentado y con las piernas abiertas contra el lateral del ring. La chica midió de forma magistral la distancia a la que quedaban las pelotas del gigante negro, levantó la pierna derecha hasta ponerla casi vertical y se dejo caer hacia él. Todo su cuerpo trazó un ángulo de noventa grados en caída libre hasta la lona, donde su talón aplastó de forma violenta los huevos del luchador. Según me contaron, el pobre diablo perdió el conocimiento debido a la incapacidad para respirar que le había producido el golpe. Cuando se despertó en el hospital, sólo tenía un testículo. Desde hace un tiempo, las mujeres reinan en este deporte por razones obvias. Las mismas razones por las que, antes de cada combate, necesito entumecer mi entrepierna con hielo hasta no sentir nada ahí abajo. Es molesto, pero es necesario.
La puerta del vestuario se abre y mi entrenadora espera fuera con gesto serio. Arrojo la bolsa de hielo sobre la camilla y salgo decidido a por la victoria. Es mi sexto combate de la temporada. En mi calzón, relucen las letras “Cöller” . Un nombre que antaño inspiraba respeto. El nombre de un campeón. El nombre del único ganador por tres veces consecutivas del campeonato del mundo de artes marciales mixtas. Pero eso era antes del cambio de normativa y de la unificación. Desde entonces, ningún hombre había conseguido llegar a semifinales. Durante el paseo hasta llegar al ring escucho las cinco mil almas bramando al unísono que llenan el estadio. Silver, Silver, Silver. Es el nombre de guerra de mi contrincante, gritado sin descanso, para dejarme claro de parte de quién está el estadio entero. Las paredes retumban. Antaño, este era considerado un deporte de hombres. Desde el cambio de normativa y la unificación, las mujeres empezaron a multiplicarse en las gradas.
Salto al octógono y espero a mi contrincante. Sé que se llama Chloe Silver y el año anterior sólo consiguió quedar entre las veinte primeras. También sé que su estrategia será intentar pegarme en los testículos tantas veces como le sea posible. La misma estrategia que todas las anteriores a las que vencí. Ese es su punto débil: su estrategia está clara incluso antes de empezar el combate. Chloe sube al octógono y se quita el albornoz mientras realiza pequeños saltos de puntillas para entrar en calor. La trenza en la que lleva recogida su melena rubia se agita de lado a lado. Lleva un calzón ancho y un sujetador deportivo muy ceñido, ambos de color morado intenso. Un vistazo rápido y analizo su físico. Brazos fuertes, piernas fuertes, torso de mármol. Pese al sujetador deportivo, parece tener los pechos bastante grandes, algo que puede jugar a mi favor: cuanto más grandes, más duelen. Me deshago del albornoz y muerdo el protector bucal. Escucho los últimos consejos de mi entrenadora y me preparo para el combate. La estrategia es clara: proteger los testículos, aprovechar un hueco en su defensa y contraatacar para hacer daño. Una victoria más y estaré en la final. Sólo un combate más y podré vengarme de todas las putas que han convertido este deporte en algo tan injusto. La campana suena y comienza el combate.
Ambos comenzamos pivotando sobre el otro. Nos medimos. En otros combates, mi contrincante ya se habría abalanzado sobre mi, pero Chloe espera. Parece más lista que otras luchadoras. Soy el primero en lanzar un golpe. Impacto en su pómulo, pero no causo gran daño. Chloe se repone rápido y lanza un par de puñetazos que consigo esquivar. Aprovecho su movimiento y golpeo la cara exterior de su rodilla con una patada. El público silba y me abuchea cada vez que conecto un golpe. Su entrenadora le grita que se cubra mejor y Chloe lo hace. Vuelve a lanzar un puñetazo, pero me cubro. Realizo un giro y lanzo una patada alta, apuntando a sus costillas. Chloe es rápida, y detiene mi pierna con su antebrazo izquierdo. Se agacha como un relámpago y golpea en mis testículos con el puño derecho. El estadio se llena de vítores por primera vez. Es un golpe rápido y no muy potente. Casi parece un movimiento de marcado, pero me lo tomo como un primer aviso. Es el primero de los que, sospecho, serán muchos. El hielo cumple su función y apenas noto dolor. Aprovecho que su guardia está baja y le asesto un puñetazo fuerte en la nariz. Se duele y retrocede. El público grita de enfado.
Intento aprovechar el momento y me lanzo a por ella. Consigo conectar un par de puñetazos en su abdomen, pero es muy ágil. Esquiva el tercer puñetazo y responde con un gancho en mi mandíbula. Pasa al ataque y amaga con un nuevo puñetazo. Caigo en el engaño y descubro mis testículos, que son pateados con fuerza, haciendo que el público se vueva loco. Esta vez sí noto el impacto, y descubro que el hielo empieza a dejar de hacer efecto. El golpe es fuerte y tendrá consecuencias; en unos minutos, cuando se desvanezca el efecto del hielo, empezará a dolerme como un demonio. Debo tener más cuidado. Retrocedo. Nos medimos el uno al otro. No queremos cometer fallos. Nos enzarzamos en pequeños intercambios de puñetazos que no causan gran daño. Chloe lanza un rodillazo a mi estómago, pero lo detengo. Yo lanzo un gancho de izquierdas, pero ella lo esquiva y lanza una mortífera patada contra mis huevos que consigo esquivar de milagro. De haber impactado, me habría puesto en serios problemas. La campana suena y el primer asalto termina.
Vuelvo a mi rincón, donde mi entrenadora espera con una nueva bolsa de hielo. Me pregunta por la patada y le respondo que está controlado. Aún así, cojo la bolsa de hielo y me la pongo debajo de las pelotas. Necesito esa zona entumecida tanto tiempo como pueda. Mi entrenadora insiste en que me cubra mejor y espere mi momento. Tiene razón.
La campana vuelve a sonar y se reinicia la acción. Apenas han sido un par de minutos con el hielo, pero vuelvo a tener la entrepierna insensibilizada. Chloe empieza atacando y me cubro. Sabe que por el momento no le funcionará dar en mi punto débil e intenta cansarme. Es muy rápida. Lanza una patada giratoria y consigo detenerla, pero se recompone rápido y lanza un rodillazo contra mis costillas que me deja sin aire. Vacilo por el impacto y estrella su puño contra mi cara, haciéndome un ligero corte en la ceja. Cierro los ojos de forma instintiva y siento un nuevo puñetazo, directo en la nariz. Vuelve a lanzar su puño, que esta vez se dirige directo a mi entrepierna, pero consigo desviarlo para que me impacte en el muslo. Sin darme un descanso, levanta su rodilla izquierda como un resorte, de nuevo en dirección a mis pelotas. Lo esquivo por poco. Está realizando un asedio sobre mi ingle. Me defiendo tan bien como puedo, pero tarde o temprano dará en el blanco.
Espero a que vuelva a lanzar un puñetazo para esquivarlo y pasar al ataque. Sin embargo ella también me esquiva. Se agacha y clava una rodilla en la lona. Desde esa posición, lo tiene fácil para usar mis pelotas como punching–ball , y conecta dos potentes puñetazos. El primero hace que el efecto del hielo se desvanezca. El segundo me impacta de lleno en ambos testículos. El movimiento ha gustado al público y así lo demuestra. Me cubro instintivamente la entrepierna y consigo bloquear con las manos un tercer puñetazo. Doy un aso atrás para intentar reponerme y ella se lanza a por mi. Me cubro ante la avalancha de golpes que vienen a continuación. Resisto, mientras me recupero de los golpes bajos, y consigo reponerme y asestar una nueva patada que la desequilibra y me vengo de los puñetazos conectando un buen golpe sobre su seno derecho, del que se recupera rápido, aunque con un visible gesto de dolor. Frunce el ceño y maldice entre dientes. Da un par de pasos atrás y aguarda mi ataque, agarrándose el pecho.
El puñetazo le ha causado bastante daño, pero también se me puede volver en contra. Ahora querrá devolvérmela. No la hago esperar y amago con un puñetazo. Intenta cubrirse y aprovecho para lanzar una patada potente en su costado. Noto sus costillas crujiendo contra mi rodilla, y el público me abuchea de nuevo; buena señal. Conecto un nuevo puñetazo en el mismo pecho de antes y lanzo otra patada contra el mismo costado, pero lo adivina y retiene mi pierna en alto. En esa postura tiene total acceso a mi entrepierna y se resarce de mis puñetazos en las tetas. Las gradas vitorean de nuevo. La patada duele. Mucho. Pero no se llega a la final de un campeonato mixto sin aguantar unas cuantas patadas en los huevos. Doy un par de pasos atrás y recobro el aliento. Ahora es ella quien pasa al ataque. Lanza un rodillazo que detengo fácilmente y aprovecho para lanzarar un puñetazo contra su barbilla. Consigue esquivarlo agachándose y conecta de nuevo un fuerte puñetazo en los huevos, seguido de un potente gancho en mi barbilla y de una fortísima patada, nuevamente, en las pelotas. Tengo que reconocer que ha sido un buen combo. El público piensa lo mismo. Es rápida y pega con todo. Sobre todo cuando apunta a la entrepierna. El dolor empieza a ser considerable, pero estoy acostumbrado. Lo manejo bien y me cubro de los siguientes golpes hasta encontrar un hueco en el que conecto un buen rodillazo seguido de un codazo en la nariz. Chloe contraataca con una patada dirigida a mis testículos, pero consigo esquivarla por poco y contraataco con una patada giratoria en el estómago que la lanza al suelo. La campana da por finalizado el segundo asalto antes de que pueda abalanzarme sobre ella.
Mi entrenadora me entrega la bolsa de hielo tan pronto llego a mi esquina. Mis huevos empiezan a arder. El hielo ya no va a conseguir entumecerlos, pero al menos alivia un poco el dolor. Chloe parece dolorida mientras escucha a su entrenadora. Yo he recibido golpes, pero me encuentro fuerte. Solo quedan dos asaltos. Empiezo a pensar que puedo ganar. Sin embargo comienzo el tercer asalto concediéndole dos puñetazos en el estómago, que empeoran el ardor que sube desde mis testículos.
Chloe se sabe en desventaja y necesita reaccionar rápido. Lo consigue, dos veces seguidas, amagando con un puñetazo y descargando rodillazos en mis costillas, una de ellas directamente en el hígado. Contraataco. Ella lanza un puñetazo que esquivo y agarro con firmeza su muñeca. La hago girar sobre si misma y la inmovilizo por la espalda con una llave sencilla. Se retuerce pero soy más grande y más fuerte. Libero una de sus muñecas y golpeo repetidas veces su pecho izquierdo. Compruebo lo que auguraba antes del combate; tiene las tetas enormes. Que se joda. Le duele, pero la cabrona es dura. Golpeo una vez más, pero me doy cuenta de que he descuidado una de sus manos. Me asesta un codazo en el estómago que me deja sin aire y un pisotón en el pie que me pilla desprevenido. Acto seguido, aún de espaldas a mi, cierra el puño y lo descarga con fuerza en mis testículos, desatando un infierno de dolor. Aún sin girarse, lo empeora al levantar su talón con firmeza y me incrusta las pelotas contra el hueso pélvico. Gira 180 grados sobre si misma, y estrella su rodilla contra mis huevos. Si no estuviera paralizado por el abrumador dolor, habría aplaudido. Nunca me habían destrozado las pelotas con tanta elegancia. Su técnica parece una mezca entre el ballet y el kick–boxing. Hecho de menos el hielo.
El nuevo combo me hace perder mucha fuerza. Los huevos me arden y me tambaleo. Las gradas son un griterío insoportable. Ella lo aprovecha y recibo dos fuertes puñetazos en la mandíbula. Me coge del cuello con ambas manos y me propina dos rodillazos en el estómago. Cambia de pierna, sin soltar mi nuca y repite la acción, esta vez impactando directamente en mis pelotas. No consigo reaccionar. Necesito alejarme y pensar qué hacer. Chloe conecta un gancho en mi barbilla tras el que puedo retroceder un par de pasos y alejarme de ella, pero la hija de puta aprovecha la distancia para saltar y, con un movimiento acrobático de tijera, asestarme dos fuertes patadas consecutivas en los testículos, primero con la derecha, y un segundo después con la izquierda. El público se pone en pié y se vuelve loco con su último ataque. La campana me salva.
Apenas consigo llegar a mi esquina sin caerme. La última patada doble ha sido demoledora. En este último asalto me ha dado demasiadas veces en los huevos, casi no puedo respirar. No puedo pensar. La entrenadora me pone dos bolsas de hielo entre las piernas, pero no sirven de mucho. Tengo un infierno en el vientre. Me dice lo que yo ya pienso. Si vuelve a darme en los huevos, soy hombre muerto. No estoy seguro de poder aguantar mucho más, pero la final de campeonato está muy cerca. Sólo necesito cogerla con la guardia baja una vez. Sin embargo, este último asalto le ha dado una inyección de moral. La campana avisa del comienzo del cuarto asalto.
Los primeros compases del último asalto empiezan de la peor manera posible. Lanzo un puñetazo, ella lo esquiva, y me incrusta la rodilla en los huevos. Me separo, aturdido, pero ella me asesta una patada giratoria en el costado derecho que hace que me crujan las costillas. Me tambaleo y ella lo aprovecha para desplegar una lluvia de puñetazos sobre mi rostro. Me abalanzo sobre ella para abrazarla y detener los golpes, pero es un grave error. Al intentar inmovilizarla se deja caer sobre sus rodillas y su mano izquierda me agarra las pelotas. Aprieta con toda su fuerza y estrella el puño que tiene libre en mis gónadas. Pierdo el control y se me escapa un grito desgarrador, que es celebrado en las gradas. Hago todo lo posible por que me suelte, pero me tiene bien agarrado y los sucesivos puñetazos me están destrozando. La golpeo y araño en el rostro de forma instintiva, agonizando mientras ella no deja de castigarme duramente. Sigo golpeándola de forma desesperada, casi sin respiración. La muy puta deja de golpearme sólo para girar la muñeca y retorcerme las pelotas, culminando con un fuerte tirón hacia abajo. Las piernas me flaquean y no puedo evitar caer de rodillas y emitir un gemido de desesperación. La veo esbozar una sonrisa mientras se incorpora. Zorra. No me deja ponerme en pie y me asesta un fuerte rodillazo en la cara. Creo que ha partido el tabique, pero apenas lo noto. Cualquier otro dolor es tapado por el fuego incandescente que tengo en los testículos y que ya se expande por todo mi cuerpo. No puedo moverme. Se da la vuelta y celebra su ventaja con el público. Camina despacio, sonriendo a las gradas mientras yo intento recobrar el aliento de rodillas, en el centro del ring. Sale de mi campo de visión, y cuando creo que me está dando un respiro, me asesta una traicionera patada en las pelotas desde la espalda que no veo venir. Caigo sobre la lona y empiezo a escuchar la cuenta atrás del árbitro.
Quedo tirado en mitad del octógono. Cierro los ojos y solo puedo notar los tentáculos ardientes que me atenazan las entrañas. No hay nada más en el mundo; sólo existe el dolor inconmensurable que emana de mis testículos. Pero entonces recuerdo quién soy. Recuerdo que estoy en una semifinal. Que si fuera fácil, no merecería la pena. Recuerdo las horas de esfuerzo y los combates librados. Los compañeros que han quedado fuera de forma injusta y que ven en mi la última esperanza del deporte que aman. Consigo levantarme antes del que el árbitro termine la cuenta atrás. Chloe frunce el ceño y se lanza hacia mi como una flecha. Saco fuerzas de donde no las tengo y consigo detener una nueva patada que se dirigía a mis huevos y que habría finalizado el combate en el acto. Consigo que pierda el equilibrio y me abalanzo sobre ella. Inmovilizo sus brazos con mis piernas y descargo sobre su cara toda mi frustración. Pego tan fuerte como puedo, que no es demasiado, puesto que mis fuerzas se han visto notablemente mermadas por los repetidos golpes en la entrepierna. Le hago pagar. Le hago sangrar. El público ha enmudecido. Me hace sentir orgulloso. La tengo contra las cuerdas cuando se revuelve y consigue alzar sus manos para protegerse de mis golpes y zafarse de mi agarre. A duras penas, volvemos a ponernos en pié y adoptamos posiciónes defensivas. Chloe apenas puede abrir el ojo derecho y sangra abundantemente por la nariz. Yo casi no me mantengo en pié, pero tengo que ganar. Como sea.
Es ella quien se lanza primero al ataque, una vez más. Casi no tengo fuerzas. Estoy en el límite. Decido descuidar mi guardia y proteger a toda costa mis testículos. Un golpe más ahí abajo y el combate habrá terminado. Recibo golpes en rostro y abdomen. Chloe intenta engañarme con amagos, pero consigo frustrar todos los golpes que se dirigen a mi entrepierna. Tras unos instantes, veo una posibilidad de atacar y no dudo. Aprovecho un descuido y golpeo con fuerza su abdomen. La dejo sin aliento. No la dejo descansar y golpeo su rodilla. Se tambalea. Conectar un poderoso derechazo directo a su barbilla. Está en las últimas. El combate está en mi mano. Casi puedo acariciar la final del campeonato. Estoy a punto de propinarle el golpe de gracia, pero resbalo al pisar un pequeño charco de sangre sobre la lona. Intengo mantener el equilibrio, pero mis piernas se abren sin control y caigo de rodillas. Mis pelotas quedan totalmente expuestas. Antes de darme cuenta, Chloe ya está lanzando una patada que me hará trizas. El sonido de la patada es espeluznante, pero es tapado al instante por el ensordecedor vitoreo que le sigue. Caigo al suelo de forma agónica, sin poder reprimir un grito de dolor que se pierde entre el griterío del estadio. Pero la campana aún no ha sonado.
Chloe se abalanza sobre mi y me inmoviliza las muñecas. Intento protegerme manteniendo las rodillas juntas, pero no me queda fuerza y consigue separármelas. Utiliza su rodilla para aplastar mis huevos contra la lona. Tras el tercer rodillazo pierdo la cuenta. Estoy a punto de perder el conocimiento, pero la campana pone final al combate. Aún así, la muy puta tiene tiempo de darme un último pisotón en las pelotas al ponerse en pie, alzar los brazos y celebrar su victoria. Mi entrenadora tiene que entrar en el ring para empujarla para que levante el pie y que yo pueda dejar de retorcerme.
Chloe disputaría la final contra una luchadora austríaca, y terminaría ganando la competición. Yo pasaría varias semanas en cuidados intensivos y casi un mes en silla de ruedas, pero me recuperaría del combate. Volvería a probar suerte otros dos años más, aunque en ninguno de los casos llegué a superar los cuartos de final. En el primero, una pelirroja me realizó un agarre en los testículos del que sólo pude librarme al tirar la toalla, casi entre lágrimas. En el segundo, una alemana casi me los revienta de una patada, momento en el que decidí que lo mejor era dar un paso atrás y retirarme del deporte en activo. La ventaja de las mujeres era imposible de igualar. Fui el último hombre que se atrevió luchar contra ellas.
De todas formas, viéndolo con la perspectiva que otorga el tiempo, puedo considerarme un afortunado, teniendo en cuenta lo que vino después. Me refiero, claro, a sucesos como la Revolución de los Burkas , a la llamada Noche de los Gritos, o el Incidente de Munich . Yo pude retirarme cuando lo decidí. Pero aquellos pobres hombres no tuvieron ninguna elección.