El último encuentro

Acerca de cómo los sueños pueden traer el recuerdo de una experiencia maravillosa que pudo ser reprimida.

Amanecía. Los últimos ecos del bullicio se fueron apagando con la llegada del Sol.

La Señorita M parecía ser la única persona que caminaba a orillas del mar, las olas lamían sus pies cansados y sostenía sus sandalias de tacón en su mano derecha. Se pasó la mano izquierda por su morena y abundante cabellera, esperando, resuelta, lo que parecía ser inevitable: a lo lejos, una silueta masculina comenzaba a acercarse.

El Señor A, cuya sola presencia era abrumadora para la Señorita M, se dirigió hacia ella sin apartarle la mirada. Ella le devolvió la mirada con altivez, arrojando las sandalias a la arena y cruzándose de brazos.