El último cliente

¿Puede surgir el amor entre una prostituta y su cliente?

La noche estaba siendo aburrida, no demasiado calurosa, bastante agradable, pero sí aburrida. Pasaba la una de la mañana y sólo había tenido dos clientes desde que había empezado su "turno", varias horas antes. Una compañera le comentó que esa noche había fútbol, y cuando el partido es importante, eso se nota en la afluencia de clientes.

No era un mal sitio para "trabajar", teniendo en cuenta que no era el trabajo perfecto, pero en aquel parque hasta ahora no había tenido problemas. La policía no las molestaba demasiado, sabía que se llevaban su parte por no echarlas de allí, pero al menos las dejaban en paz. Incluso había tenido suerte con su chulo, un hombre al que conocía hacía tiempo y que respetaba bastante a las chicas, dentro de lo posible. Controlaba a varias de las que estaban en el parque aquella noche, y algunas más en otros puntos de la ciudad.

Dicen que la suya es la profesión más antigua del mundo, y seguramente seguiría así muchos siglos más. Aunque aquella noche no se podía decir que pudiera sacar suficiente dinero como para retirarse. Desde donde ella se encontraba podía distinguir hasta un total de cerca de diez chicas, aunque sabía que había bastantes más, repartidas por todo el parque. Algunas de las chicas "trabajaban" en ese momento, había oído parar y aparcar al menos un par de coches en la última media hora, casi distinguía cómo los cristales se habían empañado y le llegaba desde lejos algún gemido.

Las chicas en ese parque eran bastante atractivas, no es que fuera un lugar de alto standing, para eso hay locales con camas blandas, sábanas limpias y servicios, pero aun así, no estaba mal, y los clientes no se quejaban de la incomodidad de hacerlo en el coche, una forma rápida e impersonal de hacerlo. A veces algún cliente quería estar más tiempo y más cómodo con una de las chicas, y la llevaba en su coche a su casa o a algún hotel, aunque esto no era muy frecuente. Y por supuesto incluso entre las callejeras hay categorías, y ese parque era de lo mejorcito, comparado con algunas otras zonas, especialmente por el centro de la ciudad, donde las drogas y la violencia campan con total libertad. Una nunca se sentía segura del todo, pero en ese parque había cierta tranquilidad y normas no escritas, que hasta ahora nadie había roto. Al menos no en los escasos tres meses que llevaba trabajando allí.

Con el calor es más cómodo vestir ligera y provocativa, y eso siempre atrae más a los clientes, que gustan pasar en coche por el parque para admirar a las chicas, que posan al borde de las pequeñas avenidas, entre los árboles, como sus compañeras de profesión dentro de vidrieras en el barrio rojo de Ámsterdam. Tacones altos, plataformas, minifaldas, tops, camisetas cortas y ajustadas, cualquier cosa, cuanto más sexi y provocativo mejor, para excitar y atraer a los clientes. Siempre funciona.

Pero aquella noche era muy aburrida. Algunas chicas hacían corrillo para charlar, otras fumaban, y todas simplemente esperaban. Sara quería irse a casa. Sólo dos clientes y estaba aburrida y cansada de esperar. Se dijo que aguantaría un último cliente y se iría a casa. Gerard no había pasado por allí esa noche a controlarlas, y ya no creía que se pasara. Pasaban muy pocos coches para lo que sería normal un día como ese, a pesar de que era día de diario. Desde su último cliente algún conductor la había mirado con interés, pero nadie había parado. No había pasado un solo coche en la última media hora, y Sara estaba a punto de irse, cuando oyó un motor y vio los faros de un coche aproximándose. Decidió darse unos minutos más de margen antes de irse a casa. Suspiraba por un buen baño, algo para comer y unas sábanas suaves entre las que dormir. El coche pasó a su lado, despacio, el conductor estaba dando una ronda para observar a todas las chicas antes de decidirse. Al pasar a su lado, Sara pudo observar que era un chico joven y con cierto atractivo, sin ser precisamente un Adonis. El joven la miró, repasándola todo el cuerpo con la mirada como si en sus ojos hubiera un escáner, y deteniéndose en sus ojos más de lo que suele ser normal, cosa que la extrañó. El coche pasó de largo y al poco se perdió de vista.

Siempre se había preguntado qué hacía que un chico, que no fuera terriblemente feo, buscara una prostituta en un parque. Podía entenderlo de los más jóvenes y adolescentes, pero esos suelen ir en grupo y la mayoría son vírgenes. Pero había algo que la intrigaba en un chico guapo y solo buscando sexo barato en un parque de madrugada. Y al final siempre acababa pensando en su película favorita, Pretty Woman, y suspirando porque algún día su propio Richard Gere apareciera, la montara en su coche y la sacara de aquella vida. Sus fantasías se esfumaron y volvió de golpe a la realidad cuando vio que el coche de antes volvía a pasar. Pero esta vez tuvo el presentimiento de que pararía ante ella. Y así fue.

Entonces comenzó el pequeño ritual de todas las noches: Sara se asomó a la ventanilla bajada de la puerta del conductor, inclinándose para que el futuro cliente tuviera una buena vista de su escote y sus generosos pechos, un pequeño truco que hace que el conductor esté más concentrado en mirarte las tetas que en otras cosas, y acabe montándote en el coche; la serie de preguntas y respuestas típicas y estereotipadas por parte de uno y otro; el acuerdo por el precio a pagar; y el negocio cerrado. Esta vez no fue diferente, todo se ciñó al guión preestablecido, y Sara entró en el coche y se sentó en el asiento del conductor y le indicó al cliente dónde podía aparcar el coche para estar más íntimos. Cuando paró hubo un intercambio de nombres falsos, Sara confiada, segura, dueña de la situación, en su papel de prostituta experta para no dejarse amedrentar por el cliente, y el chico nervioso, sin saber muy bien cómo comportarse, sin saber si ser él mismo, o actuar como un chico duro y canalla que lo sabe todo. El chico aparcó entre los árboles y paró el motor. Se giró y observó a Sara, sus pechos, asomando apetitosos bajo la camiseta, sus muslos, que los corta faldita dejaban completamente al aire, la boca, húmeda y jugosa, y los ojos. De nuevo los ojos. Por un momento Sara se sintió incómoda, no asustada, sino que sintió que no era dueña de la situación, así que desvió la mirada y habló de temas más cercanos y vulgares. Le preguntó qué tipo de servicio quería, y él dijo que le gustaría que se la mamara, y propuso pasar al asiento de atrás para estar más cómodos.

Ya sentados atrás, Sara le desabrochó el pantalón y empezó a acariciarle la polla. Pero algo no iba bien. El chico, que dijo llamarse Juan, parecía no concentrado, como si toda aquella situación le superara. Quizá se arrepentía en ese momento de lo que estaba haciendo. Eso es algo que le pasa a muchos clientes, tanto jóvenes como mayores, que en el último minuto sienten remordimientos de conciencia por lo que están haciendo, y acaban provocando una situación bastante incómoda. El chico estaba nervioso, respiraba agitado, y su pene no se erguía. Sara dejó de tocarle y le miró a los ojos, dispuesta a irse, cuando lo que vio la dejó helada: caían lágrimas por sus mejillas.

Sara nunca se había encontrado con una situación parecida. El chico se disculpó, dijo que había sido una tontería y que sentía haberla hecho perder el tiempo. Sara debería haber salido del coche en ese momento, ya tenía el dinero, y deseaba irse a casa…. Pero… Le acarició la mejilla al chico y le preguntó si quería contarle qué le pasaba. Y Juan se abrió. Había cortado con su novia, y estaba desesperado. Había decidido irse de putas con la intención de vengarse de ella, y ahora que estaba con una, no podía ni empalmarse porque se sentía estúpido y culpable. Sara había tenido muchos clientes que buscaban despechados una puta, tras haberse divorciado o haberles dejado sus novias, pero nunca nadie se le había puesto a llorar. Sara no sabía por qué, pero la tristeza de aquel chico le atraía, no es que le hubieran aflorado sus instintos maternales, pero se dijo que quería animarle.

Hablaron, fumaron, y poco a poco tanto Juan como Sara se fueron sintiendo mejor y más cómodos el uno con el otro. En un momento de la conversación, la mano de Sara se deslizó de nuevo hacia su entrepierna, le acarició mientras le sonreía, y esta vez sí hubo una reacción. La polla empezó a agitarse, ahora sí reaccionaba al contacto de las caricias, se puso dura, y Sara se agachó sin decir nada y la atrapó entre sus labios. Juan sintió la boca caliente engullir su miembro, mamársela como nunca lo había hecho su novia. La acarició el pelo mientras gemía y sentía la maravillosa boca de Sara, sin ni si quiera darse cuenta de que no se había puesto condón. Antes de dejar que se corriera, Sara se irguió, se quitó las braguitas y se sentó encima de él, subiéndose la camiseta para ofrecerle sus estupendas tetas. Juan le dijo que sólo la había pagado por una mamada, y Sara le hizo callar besándole en la boca. Juan sintió cómo su polla se deslizaba dentro de Sara, agarró sus pechos con las manos y los besó, los lamió, los mordió. Sus pezones se convirtieron en todo su mundo, mientras Sara se movía rítmicamente, las paredes de su coño rodeando y frotando la polla dura y tiesa. Juan consiguió tartamudear entre gemidos y jadeos que no aguantaría mucho más, que no podía más, que era lo más grande que había sentido nunca… y se corrió, con los ojos cerrados y jadeando como un animal, sintiendo la lengua y el aliento de Sara en su cuello.

Quedaron así un momento largo, hasta que la adrenalina fue disipándose y la respiración normalizándose. Sara se salió de él, le besó y se arregló la ropa, pero no salió del coche. Juan estaba como en trance, pero poco a poco volvió en sí, miró a Sara a los ojos y le dijo su verdadero nombre. Sara le devolvió la mirada e hizo lo mismo, y se rió como una tonta, pensando que aquella era la situación más tonta que había vivido nunca. Pero aquel chico tenía algo. No era Richard Gere y aquello no era Pretty Woman, pero le preguntó si la quería llevar a su casa. Cambiaron de asientos y se fueron. Ninguno de los dos durmió solo esa noche.