El último acto

Ültimo acto...

Aún recuerdo cuando te grité “¡¡Vete, vete!! No quiero tu lástima, solo quiero estar sola. Es mí final, y solo mío. No deseo que te quedes para presenciarlo, prefiero que recuerdes los buenos momentos.” Te eché de la cama y tú con lágrimas en los ojos, decías que no querías irte. Tú me querías, sin embargo aceptaste mi decisión de echarte de mi vida por ser una idiota y pensar que ya solo estabas conmigo por lástima. Que tonta fui. Me dejé llevar por el miedo de ver que el final se acercaba, y eché de mi vida lo que más quería. Sin darte otra opción que la de marcharte. Ahora, cuando ya falta poco para que se cierre el telón, me doy cuenta de lo que hice, y de lo mucho que aún te amo. Día tras día he estado lamentando aquello. Pero no quise rectificar, no quería hacerte pasar por este infierno en que se ha convertido mi vida. Siento dentro de mí una vorágine de sentimientos desde que oí la puerta cerrarse tras de ti. Supe que no volverías, por mucho que me amases, si yo no te lo pedía. Supe que respetarías mi decisión por encima de todo, porque pensabas que eso era lo que yo quería realmente. Pero eso no era lo que yo quería realmente, solo que ni yo misma lo sabía. Ya hace algún tiempo que me di cuenta de esto, por eso decidí escribirte esta carta. No puedo marcharme, sin antes decirte lo que has significado para mí, lo que significas para mí. Cada día que pasa el telón baja un poco más, y yo te echo más de menos. Recuerdo cada minuto que pasé a tu lado, desde el primer día en que nos conocimos. Ya hace dos semanas que te fuiste, y el tiempo pasa eterno. La primera vez que nuestras miradas se cruzaron, fue cuando entré por primera vez al restaurante en el que tú eres chef. Entré y quedé hipnotizada por tus ojos claros. Tanto que no dejé de mirarte mientras me dirigía a una mesa con mis amigas, terminé tropezando y cayéndome al suelo. Cuando abrí los ojos, fuiste la primera persona en la que me fijé. Me levanté rápida, mis amigas empezaron a atosigarme preguntándome si estaba bien y tú volviste a la cocina. Al cabo de una hora y media aproximadamente, terminamos de comer y nos fuimos. Pero mientras salía la última por la puerta, como siempre, me dijiste:

-¿Estás bien? ¿Te has hecho daño antes cuando te has caído?-me miraste a los ojos y pude ver tu preocupación, era sincera. No lo hiciste por quedar bien, te habías preocupado de verdad, y ni siquiera me conocías.

-Eh…sí, no ha sido nada. Estoy bien…-tardé varios segundos en reaccionar a tu pregunta, y otros varios en reaccionar tras mi respuesta-. Me tengo que ir-dije señalando a la puerta, pero sin dejar de mirarte a los ojos ni un segundo.

-De acuerdo, me alegro de que estés bien-y volviste a la cocina. Aún seguía embobada mirando como caminabas hacia allí. Hasta que mis amigas me gritaron diciendo que nos fuéramos.

Desde ese día, no he dejado de pensar en ti ni un momento. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Recuerdo cada segundo que pase a tu lado, y lo recordaré toda mi vida. Más teniendo en cuenta que ésta está en su recta final, a pocos metros de la meta. Pero no pienso llegar a la meta aún, no sin terminar de escribirte ésta carta.

A partir de ese día, fui a comer a ese restaurante todos los días. Nos fuimos conociendo y acercando cada día más. Nos cogimos confianza y nos convertimos en inseparables, pero yo quería algo más. Sólo que tenía la certeza casi absoluta, de que tú no. Así que por el momento, preferí acallar a mi corazón. Te hablaba como si nada pasara, como si no tuviese un fuego eterno que me quemaba por dentro. Pero lo tenía, y también un corazón lleno de sentimientos que pedía a gritos ser liberado. Quería dejar de ser preso de esas cuerdas que le ataban y le impedían que dijese lo que tenía en su interior. Unas cuerdas que yo le había atado. Unas cuerdas con las que lo retenía contra su voluntad. Mientras él tiraba para liberarse, haciéndose heridas que no dejaban de sangrar, y que pensé que no sanarían nunca. Heridas que dolían, pero un dolor que no era comparable al que sentía por no tenerte. No dejaba de compadecerme de mi misma, y me daba hasta asco. Era lamentable, renegaba de mi misma. Renegaba de mi compasión, de mi lástima, de mis palabras de consuelo. Había caído a lo más hondo de este foso en el que hoy me vuelvo a encontrar, y del que estoy segura que esta vez, no saldré. Ya solo veía oscuridad, al igual que ahora. Intentaba subir a la superficie, trepando por los muros de la hipocresía y la mentira. Parecía que funcionaba, llegué a creer que lo estaba consiguiendo, que estaba consiguiendo engañar a mi propio corazón. Se estaba empezando a calmar, tiraba de las cuerdas con menos fuerza. Seguí trepando, casi había llegado hasta arriba. Casi estaba consiguiendo vivir al margen de mis sentimientos, aceptando la única relación que podía tener contigo, la de amistad. Pero de pronto, comencé a notar como temblaba todo. Estaba tirando otra vez, con toda su fuerza. No pude evitarlo y caí precipitadamente al fondo de este foso. “Podría soltar las cuerdas que atan a este desgarrado corazón, pero entonces me olvidarías, como una rosa se marchita olvidada por el invierno, como el último haz de luz del día, como el suspiro de un niño abandonado. No, tengo que retenerlo para poder retenerte a ti” pensé.

Había pasado poco tiempo desde que nos vimos por primera vez, y era como si nos conociésemos de toda la vida. Ese sentimiento que todo el mundo conoce de oídas, pero pocos han experimentado. Yo me siento satisfecha de ser una de las personas que lo han experimentado. Aquel día en que hacía un mes desde nuestro primer encuentro en el que yo te miraba desde el suelo del restaurante. No fui a comer allí, ni si quiera me moleste en ir al trabajo. Fui de la cama al sofá, pasando por el baño a coger una caja de pañuelos de las que parecen no acabarse nunca. Me recosté en el sofá, tapada con una pequeña manta, y rompí a llorar como un niño pequeño al que le arrebatan un caramelo. Tú te extrañaste de que no fuese a comer, y llamaste a casa. Pero yo me había adelantado y había desconectado el teléfono. Te preocupaste aún más, y decidiste hacerme una visita por la noche al salir del restaurante. Llovía intensamente, hacía un poco de frío y yo me había pasado el día llorando. Escuché como tocaban a la puerta, pero no abrí. Insistieron e insistieron, pero yo no quería ver a nadie. Volvieron a tocar, hasta que al final me enjugué las lágrimas y fui a abrir la puerta vociferando:

-Es que no se da cuenta de que aunque haya luz, si no le abro es porque no quiero y que…-dejé de dar gritos cuando abrí la puerta y vi que eras tú-.Vete, por favor-dije sin miramientos y cerrando la puerta.

-Espera, ¿qué te pasa? ¿Por qué no has ido a comer al restaurante? Pensaba que te había pasado algo, me he preocupado.

-Pues ya ves que estoy bien-dije mientras me comenzaban a brotar otra vez lágrimas de los ojos-, así que puedes marcharte. Gracias por venir-intenté cerrar la puerta de nuevo, pero pusiste la mano en ella e hiciste fuerza para que no lo consiguiera.

-No pienso irme de aquí hasta que no me digas que te pasa.

-No me pasa nada-dije mientras resbalaban lágrimas por mis mejillas.

-No mientas, estás llorando-abriste la puerta un poco más y entraste. Yo la cerré tras de ti, y volví a enjugarme las lágrimas.

-Quiero estar sola, por favor márchate-decía mientras andaba y te daba la espalda.

-Me da igual que quieras estar sola. He venido para saber como estás y no pienso irme hasta averiguarlo. Me quedaré toda la noche si es preciso-te cruzaste de brazos y te apoyaste de pie en el respaldo del sofá.

-¡¿De verdad quieres saber que me pasa?!¡¿Realmente quieres averiguarlo?!-comencé a gritar mirándote a los ojos y sin caminar.

-Sí-tu cara se tornó seria y tus ojos me penetraban como puñales en el corazón.

-No he ido porque…porque…me sentía incapaz de enfrentarme otra vez a esta lucha eterna, incapaz de mantenerme firme ante mi posición de contrariar a mi corazón. Ya no tengo fuerzas para fingir que no pasa nada-tu cara dejó la expresión de seriedad y fue convirtiéndose en la de comprensión, aunque sin entender yo el por qué-, y no quiero seguir interpretando este papel tan desgastado. Es hora de que deje libre a mi corazón, ya he sangrado bastante. Así que…voy a confesarlo ya. Yo…te quiero, estoy enamorada de ti desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron. Cada noche me abrazo a mi almohada y me duermo recordando tu fragancia... Ahora ya lo sabes, así que por favor, vete. Necesito estar sola, no quiero escuchar tu rechazo, ya estoy bastante herida-me giré de forma que te diera la espalda cuando salieras por la puerta, y cerré los ojos esperando oír la puerta cerrarse tras de ti. Esperé, esperé y esperé, pero no oí la puerta. Me volví a girar para ver si aún seguías allí, y cuando me di la vuelta, me besaste. Mis ojos se cerraron inevitablemente.

-No vas a escuchar mi rechazo-tus ojos brillaban, y tú sonreías.

-¿Qué estás haciendo?-dije extrañada pero sin poder contener mi felicidad.

-Lo que llevaba queriendo hacer desde hace varias semanas-volviste a besarme, y yo volví a cerrar los ojos inconscientemente. Te separaste de mí apenas un segundo, y te  besé fuertemente, dejándote sin respiración.

Nos dirigimos al dormitorio mientras nos seguíamos besando y dejábamos un rastro de ropa a nuestro paso. Nos tendimos en la cama, nos detuvimos unos segundos mirándonos a los ojos, y comenzamos a besarnos otra vez, aún con más pasión si cabía. De nuestras bocas empezaron a salir gritos ahogados de placer. Nuestros cuerpos empapados en sudor, irradiaban tanto calor, que los cristales de la ventana de la habitación se llenaron de vapor.

A la mañana siguiente, abrí los ojos lentamente, con miedo de que todo lo que había sucedido hubiese sido un sueño. Pero sentí un brazo rodeándome, abrí los ojos del todo y te vi frente a mí, durmiendo. Me quedé un rato observándote, embobada con tu preciosa cara. No pude contener una sonrisa de felicidad al ver mi sueño hecho realidad. Había soñado tantas veces con eso, que no podía creer que por fin hubiese dejado de ser ficción. No sabía de donde había sacado el valor para decirte lo que sentía, pero me alegraba haberlo tenido en el momento que lo necesitaba. De pronto unas lágrimas delicadas y puras brotaron de mis ojos, justo en ese mismo momento tú despertaste.

-¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?-dijiste abriendo los ojos de par en par y enjugándome las lágrimas con tus suaves dedos.

-No me pasa nada, solo que…-sonreí y te miré durante unos segundos.

-Solo que….-dijiste para que terminara la frase.

-Me siento la persona más feliz del mundo-entonces te besé.

Recuerdo esos momentos felices como si hubiese sido ayer cuando ocurrieron, pero no lo fue. Ayer fue otro día rutinario en el hospital, otro día de agonía y sufrimiento. Contando las horas que faltan para que acabe de una vez esta obra que parece escrita por el peor de los escritores en un último esfuerzo por hacer de su dolor algo bueno, inspirándose en los más grandes. Aunque, no le ha salido como a ellos.

No hace demasiado tiempo que descubrí mi enfermedad. Los médicos dijeron que era un tumor cerebral, que estaba demasiado desarrollado como para poder operarlo y que crecía muy deprisa. Intentaron darme soluciones, pero no había mas que una. La única solución que podían ofrecerme, era darme quimioterapia. Pero eso no salvaría mi vida, solo la alargaría unos meses, al igual que mi agonía. Por eso decidí no aceptar el tratamiento. Al principio tú no entendías  mi decisión, intentabas convencerme de todas las formas posibles de que aceptara el tratamiento. Pero al poco tiempo, descubriste el por qué de mi decisión, y la aceptaste, por mucho que te doliese. Habías comprendido que yo prefería vivir el tiempo que me quedaba sin mas dolor del justo, a vivir unos meses más deseando que llegará el final. La quimioterapia es muy dura, yo lo sabía y tú también lo supiste después de que los médicos te explicaran como funcionaba. Entonces me apoyaste y te esforzaste para que el tiempo que me quedaba de vida fuera maravilloso.  Al principio todo iba muy bien, dábamos largos paseos por la playa al atardecer, veíamos películas, salíamos… Hacíamos prácticamente la misma vida, solo que más calmada. Pero enseguida empeoré, y a ti te costaba cada vez más enfrentar aquella situación. Yo noté tu esfuerzo, noté como el cansancio se apoderaba cada vez más de ti, como ponías una sonrisa en tu rostro por mí, cuando en realidad por dentro estabas llorando. Escuchaba como por las noches salías de la cama y bajabas al salón a llorar en el sofá. Pensabas que no me enteraba, que estaba dormida y que no te oía. Pero veía como arruinabas tu vida por mi culpa, por eso decidí que tenía que dejarte marchar. Pero sabía que tú no te irías por tu propia voluntad. Me querías tanto, que eras capaz de vivir en el mismo infierno con tal de estar conmigo. Yo también te quería, te quiero; tanto, que sabía que lo mejor era alejarte de mí para que pudieses ser feliz. Por eso te eché de mi vida. Aunque en realidad eso es lo que me está matando, no estoy segura de si me arrepiento. Creo que ahora podrás ser feliz, estoy segura de que encontrarás a alguien que te de todo lo que yo no puedo darte.

Siento tanto haberte hecho pasar por este infierno durante tanto tiempo, debí dejar que te fueras antes. Espero que algún día me perdones por haberte hecho tanto daño. Primero te hice padecer mi enfermedad conmigo, y después te eché cuando tú aún me amabas tanto como yo a ti. Pero ya nada puedo hacer para borrar el pasado, para volver atrás y descubrir la enfermedad a tiempo. Ya no puedo, lo hecho, hecho está.

Estando en esta habitación fría, solitaria, recuerdo el acogedor calor del hogar. Ese hogar ahora es tuyo, es parte de lo que te dejo. Ahora podrás crear nuevos recuerdos en esa casa, nuevos momentos felices que compartirás con otra persona. Y yo me siento feliz de poder tener recuerdos y haber compartido momentos felices contigo. Pero créeme, este no es nuestro final. Yo te voy a amar siempre, y te estaré esperando. Porque cuando volvamos a encontrarnos, sé que tendremos otra oportunidad, y te aseguro que esta vez, nada ni nadie me la arrebatará. Pero hasta entonces, tienes que disfrutar, tienes que vivir la vida por mí. Aprovecha cada segundo de tu tiempo, porque luego no volverá, y te arrepentirás de no haberlo vivido intensamente. Sé feliz, ese es mi último deseo. Por favor, no llores más  por mí, derramarías lágrimas en vano, y tus lágrimas valen demasiado para mí. Ya se ha acabado.

Estoy sola en el escenario, interpretando el último acto de la obra. Ya me sé el papel de memoria. Termino las últimas palabras:

-Te amo…

Se cierra el telón, espero unos segundos para escuchar las ovaciones o los abucheos del público. Pero no escucho nada. Entonces recuerdo que no puedo escuchar nada, puesto que no hay nadie. Aunque ya me da igual, he conseguido lo que quería. He concluido mi interpretación, ya dejo para siempre mi papel. Que como ya dije en su día, está muy desgastado. Tanto, que no puedo siquiera apreciar ni la sombra de la palabra “Fin”.