El túnel del terror

La experiencia más terrible de una mujer ocurrió en un paso subterráneo.

Desperté lentamente, abrí los ojos y lo vi todo negro, hasta que poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad; mi cerebro aún tardó un poco más en reaccionar y asimilar el entorno hasta que los contornos fueron tomando forma, estaba en un túnel. Sentí un dolor muy intenso e inmediatamente lo recordé todo, asustada me volví y busqué en todas direcciones; estaba sola y las imágenes de lo que había ocurrido poco rato antes volvieron a mí, nítidas, como si lo estuviera viendo ahora mismo delante de mí, y al mismo tiempo lo sentía como algo muy lejano. Aunque no podía saberlo con exactitud, llevaba desmayada apenas 15 minutos, y en ese momento volví a sentir su hedor, como si estuviera allí mismo conmigo, me asusté, pero estaba sola, el olor sólo era un recuerdo de su presencia.

Tres horas antes volvía de trabajar tras terminar mi jornada; trabajo en una tienda de artículos de regalo, un trabajo no muy emocionante, pero que me permite conocer mucha gente interesante e incluso viajar regularmente a nuestras sucursales en otras ciudades. Creo que debería describirme, me llamo Sara y tengo 25 años, tanto mi pelo como mis ojos son de un negro profundo que contrastan con mi piel blanca, mis medidas no son espectaculares, pero me considero resultona y siempre he tenido bastante éxito entre los hombres, aunque continúe soltera, cosa que prefiero actualmente; mis labios son finos y se notan siempre húmedos, y me gusta ir siempre ligeramente maquillada; mis pechos son muy firmes y duros y estoy muy orgullosa de ellos y especialmente de mis pezones, dos pequeñas bolitas sin apenas aureola alrededor; hago ejercicio y como sano, por lo que mi cuerpo está casi libre de grasas, lo que se nota en mi vientre plano y mis caderas y culo, que es redondito y respingón; mi piel es suave y muy blanca, mitad natural, mitad el dinero que gasto en cremas y pomadas de belleza de todo tipo. Visto cómoda, guapa y generalmente informal, me gusta atraer las miradas, pero no me gusta parecer una prostituta, no lo necesito para que los hombres me miren de reojo.

El día en que ocurrió lo que voy a contar, hacía calor, era uno de los primeros días de verdadero calor del año y había ido a trabajar con una falda fina violeta a medio muslo, no me puse medias, además de que tenía las piernas recién depiladas y me apetecía mostrarlas, estaba harta de llevar medias, unos zapatos blancos de tacón alto, y una blusa también blanca, ligera y amplia, aunque muy metida en la falda, con lo que marcaba mis pechos de una manera no exagerada, pero sí muy sugerente y la llevaba desabrochada lo justo para insinuar la línea sedosa entre mis pechos; llevaba un sujetador negro con encaje en los bordes que resaltaba maravillosamente bajo la blusa blanca, y unas braguitas a juego; unos pendientes, algunas pulseras, un toque de perfume y el pelo suelto completaban mi imagen de mujer guapa y moderna.

Ese día tuve que quedarme en la tienda un rato más al terminar mi jornada, clasificando unos envíos en el almacén. Cuando por fin terminé y salí a la calle ya había anochecido y había muy poca gente por la calle. Mi coche estaba en el taller con algún tipo de problema mecánico y me fui andando a casa. Normalmente, si hubiera ido en coche, habría cruzado las antiguas vías del tren por encima, pero si vas andando tienes que cruzar un estrecho paso subterráneo, sabía dónde estaba, pero nunca lo había usado. Al ir andando me di cuenta de lo solitaria que era la zona alrededor del túnel, una zona de aparcamiento para residentes de los alrededores y que a aquella hora estaba casi desierta. No soy una mujer temerosa, pero instintivamente aceleré un poco el paso, quería salir al otro lado del subterráneo cuanto antes, pues al otro lado había tiendas, bares y mucha más vida.

Al llegar a la entrada del túnel, me asomé; su interior estaba completamente negro, los gamberros habrían roto las pocas luces que había dentro. No dudé, era una tontería, era un túnel que usaban cientos de personas diariamente, claro que en ese momento estaba vacío y silencioso, pero no eran más que cien o dos cientos metros, y en seguida estaría al otro lado. Entré y fue como si la oscuridad me hubiera tragado, al principio no vi nada, pero poco a poco mis ojos se fueron habituando a la oscuridad y empecé a distinguir las cosas, se colaba un poco de iluminación del exterior y se podían distinguir las paredes llenas de pintadas, y el suelo lleno de botellas rotas, cartones, latas de cerveza y basura de todo tipo. Pero lo peor de todo era el olor. El túnel apestaba a orines y a basura, de una manera que era casi sofocante.

Avanzaba por el túnel, haciendo resonar los tacones de mis zapatos como si fueran martillazos. Unos metros más adelante me pareció ver a alguien tirado en el suelo, pegado a la pared, entre cartones. Supuse que allí se refugiarían muchos mendigos en busca de calor y protección, especialmente en los días de mucho frío o lluvia. Según llegaba a su altura pude distinguirle mejor, no parecía un mendigo, a pesar de que sus ropas parecían sucias y rotas; el olor por aquella zona era todavía peor, y cuando casi estaba al lado del hombre, soltó un eructo enorme que retumbó en todo el túnel como un trueno. Entonces sus ojos me miraron. No pude evitar mirarle a los ojos y aceleré más el paso. Sus ojos me asustaron.

Al pasar a su lado el desconocido alargó el brazo y me agarró el tobillo con la mano; fue tan repentino que pegué un grito asustada, me solté como pude y salí corriendo. Oí ruido detrás de mí y me aterroricé, intenté correr más rápido, pero era difícil con los tacones, me volví para ver si me seguía y lo vi corriendo detrás de mí, sin emitir ni un solo sonido, sólo el de sus pisadas sobre el suelo de cemento, giré la cabeza de nuevo para mirar al frente, la salida estaba a escasos metros, sólo un poco más…y entonces tropecé. Pisé algo y resbalé, intenté mantener el equilibrio pero caí al suelo, y cuando levanté la mirada el hombre estaba justo delante de mí.

Era muy alto y grande, con una barba espesa y salvaje, tenía el pelo corto y despeinado; a pesar del calor llevaba un pesado abrigo y todo en él parecía sucio y peligroso; apestaba y parecía borracho, pero cuando sonrió, su dentadura resplandeció en la oscuridad, era blanquísima y perfecta; este hombre no era ningún mendigo que se procuraba una cama con algunos cartones al calor del túnel, sin meterse con nadie; este hombre era otra cosa.

Intenté ponerme en pie y él me agarró con las manos y me levantó de un tirón, pegándome contra la pared. Me tenía sujeta por las muñecas y se arrimó a mí hasta que su cuerpo tocó el mío. Sus manos se me clavaban en las muñecas y me hacían daño, y noté su olor en mi rostro. Pegó su cara aún más a la mía, yo intenté apartarla de él girándola y supliqué que por favor me soltara y no me hiciera daño, pero me ignoró, no decía nada, sólo sacó la lengua y la pasó por toda mi cara, llenándomela de babas. Su aliento era lo más nauseabundo que había olido nunca y notar su lengua y su saliva impregnando mi cara era superior a mis fuerzas. Soltándome una muñeca y sin dejar de lamerme la cara, apoyó una mano sobre uno de mis pechos y se puso a amasarlo y apretarlo con fuerza. En ese momento quedó claro que ese hombre no quería robarme, o al menos no simplemente eso, sino algo muchísimo peor. Quise resistirme, pero su fuerza era enorme, me tenía inmovilizada contra la pared. Su mano me abrió de golpe la blusa, arrancándome los botones y rasgándola; tiró del sujetador hasta que mis pechos quedaron al aire. Intenté revelarme, luchar contra él, pero incluso con sus piernas ejercía presión sobre mí. Por un momento dejó de lamer mi cara para bajar hasta mis pechos; notaba su aliento caliente sobre mi piel y cuando su lengua rozó uno de mis pezones, la reacción de mi cuerpo fue inmediata, instintiva y completamente ilógica, los pezones se me pusieron duros, el vello lo tenía de punta. Él notó la dureza de mis pezones y gruñó, como si quisiera mostrar así su satisfacción, o como si sonriera irónico ante la reacción de mi cuerpo. Su lengua se dedicó a golpear con fuerza los pezones, mientras la mano que seguía teniendo libre fue bajando por mi cuerpo hasta llegar a mi vientre; bajó un poco más y me subió la falda; su mano se deslizó entre mis muslos. Intenté cerrarlos como pude, pero su mano me obligaba a separarlos, se deslizaba, hasta rozar mis bragas, yo suplicaba, gemía, lloraba, pero su mano siguió avanzando, sin contemplaciones, acariciándome por encima de la tela. Como si lo tuviera todo planeado hasta el milímetro, sus dientes me mordieron un pezón justo al mismo tiempo que sus dedos se colaban entre las bragas y se introducían en mi raja.

Gruñó de nuevo, con más satisfacción aún, al comprobar lo húmeda que estaba. Yo quería llorar de vergüenza, me sentía humillada, estaba a punto de ser violada, y mi cuerpo reaccionaba como si aquella fuera la situación más excitante y lujuriosa del mundo. El salvaje me mordió con más fuerza, hasta conseguir hacerme gemir de dolor, mientras sus dedos se mojaban dentro de mi coño. Se puso a follarme lentamente con los dedos, mientras su lengua avanzaba ahora en sentido contrario, subiendo desde mis pechos, lamiendo mi cuello, mordiéndolo. Sus dedos se introducían más profundamente en mi interior, al mismo tiempo que sus dientes se clavaban en mi carne, y de repente paró. Por un momento me di cuenta de que estuve a punto de protestar, por dejar de masturbarme de una manera tan increible, y tuve que recordarme a mí misma que aquel hijo de puta me estaba violando. Vi que había parado porque necesitaba la mano libre para abrirse el pantalón y sacarse la polla. Entonces me asusté de verdad.

Su polla tenía el tamaño más grande que había visto en mi vida, pensé que sólo los animales podían tenerla así de grande. Tiró de mí con fuerza por los hombros para que me agachara, forcejeé, pero me dio un golpe en la cabeza, y con una rapidez enorme cogió el cristal de una botella que había en el suelo; me lo puso en el cuello con fuerza y apretó hasta que salió una gota de sangre. No dijo nada en ningún momento, no era necesario, estaba claro lo que quería, y lo que pasaría si no cooperaba y no hacía todo lo que el me pedía sin rechistar. Aterrorizada, con su mano sujetando el cristal pegado a mi cuello, me arrodillé, entre él y la pared, y arrimé la cara a su gigantesco miembro.

Su tamaño me horrorizó y aterrorizó, pero su olor me dio náuseas, como si no se lo hubiera lavado en meses. Lo rocé con los labios, casi llorando, él gruñó, como apremiándome, y saqué la punta de la lengua, lo lamí solo un poco y fue lo más repugnante que había probado jamás. Gruñó más fuerte y presionó un poco más el cristal en mi cuello, así que abrí la boca y engullí aquel pedazo enorme de carne. El olor y el sabor eran tan fuertes y vomitivos, que se me saltaron las lágrimas, mientras se la mamaba, metiéndome dentro de la boca todo lo que podía, que no era mucho, pero tampoco quería más. Por desgracia el salvaje se cansó de mis escrúpulos y soltando el cristal, me agarró de la cabeza con las manos y de un empujón me metió la polla todo lo que pudo dentro de la boca. En un momento tenía la boca llena de carne casi hasta tocarme la garganta; la impresión fue enorme, casi no podía ni respirar. Empezó a tirar de mi cabeza adelante y atrás, con fuerza; me estaba follando la boca de una manera bestial; intenté moverme, pero era imposible, no podía. La saliva me chorreaba por la comisura de la boca, su olor entraba por mi nariz mareándome, hasta que por fin me soltó y me la sacó gruñendo de gozo. Yo no podía aguantarme más, las arcadas que me habían estado dando todo el rato me hicieron vomitar en cuanto me sacó la polla.

Sin dejar que me recuperara y con el vómito colgando de la boca, me agarró de nuevo de los brazos y me tiró al suelo. Sabía lo que iba a pasar ahora, pero ya no tenía fuerzas para resistirme. Se tumbó sobre mí, me separó las piernas con violencia, y arrancándome las bragas de un tirón, me clavó de un golpe su gigantesca polla en el coño. Mi grito retumbó por las paredes del túnel y eso pareció que le gustó aún más. Dejó caer su cuerpo sobre mí, y por un momento creí que me aplastaría, pero sólo quería lamerme otra vez la cara, como lo haría un perro, y que toda la inmensidad de su miembro se deslizara dentro de mí. No creí que mi cuerpo pudiera aceptar tanto, me daba la impresión de que explotaría en cualquier momento, y de nuevo, mi cuerpo reaccionó al contrario de lo que le mandaba mi cerebro.

Mi mente gritaba de dolor y humillación, pero mi cuerpo se había separado de mi mente y de mi cerebro y de toda lógica. Otra vez volvía a humedecerme, pero ahora más todavía; estaba totalmente mojada. Y el salvaje lo notó, igual que la primera vez, y empezó a empujar con fuerza, metiendo y sacando su polla de una manera basta y vulgar, sin ninguna delicadeza, como lo haría un animal, pero disfrutando tanto o más que nadie. Mi coño era un mar de jugos, aquel pedazo de carne tan bestial, era lo más salvaje que había tenido nunca dentro de mí; había follado con multitud de hombres, unos más machos que otros, con pollas y habilidades de todo tipos, pero nunca había encontrado a nadie que revolucionara mis instintos como estaba haciendo ese animal. Y mi cuerpo lo sabía, y por ello disfrutaba, y pronto ese placer se reflejó en mi voz, cuando sin darme cuenta de lo que hacía, me puse a gemir.

El salvaje redobló los empujones, y aunque me dolía todo el cuerpo, no paraba de gemir y jadear, y más cuando tuve el orgasmo que tanto deseaba; me arqueé y exploté en un río de jugos, sin dejar de ser follada salvajemente. Pero el animal aún quería probar más, se salió de dentro de mí, me dio la vuelta y separándome con violencia las piernas, presionó su miembro contra la entrada de mi ano. Todo el placer que sentía hasta ese momento desapareció de golpe, grité y le rogué que por detrás no, que me follara cuanto quisiera por el coño, que se corriera todas las veces que quisiera, pero que por favor no me follara el culo. Lo habían intentado muchos hombres, pero acababan desistiendo por lo estrecho que lo tenía, por lo que se podía decir que era prácticamente virgen. El animal gruñó algo que pareció una risa, y empezó a empujar lentamente su enorme verga. Intenté escapar, pero me tenía muy bien agarrada por las caderas. Cuando su polla empezó a entrar, mi voz se quebró, me quedé ronca de gritar, y la impresión me borró la voz, fue lo más doloroso que había sentido en mi vida. La gigantesca polla avanzaba por mis entrañas, dilatándome hasta extremos inimaginables, el dolor era insoportable, y sin poder resistir más, me desmayé. Tras recuperar por completo la conciencia, me senté y apoyé la espalda en la pared; entonces fui consciente del dolor de mi ano. Grité al sentir el dolor, y tuve que moverme hasta encontrar una postura en que lo aguantara mejor. A la escasa luz que entraba del exterior distinguí restos de sangre donde me había desvirgado el ano, me lo toqué con cuidado y delicadeza, y lo noté dilatadísimo, además de mojado y pegajoso. Me miré la mano y vi que no había sólo sangre, sino también restos de semen. Al pensar en la monstruosa polla de aquel salvaje destrozándome por dentro, instintivamente mi coño se humedeció. Entonces me di cuenta de lo irritado que lo tenía, y también de lo mojado que estaba. Sin pensar muy bien lo que hacía, chupé los restos de sangre y semen de mi mano y me levanté con mucho esfuerzo; mi ropa estaba destrozada, rasgada y repugnante del suelo del túnel, me faltaba un zapato, pero no conseguí encontrarlo por ningún lado, así que me quité el que llevaba y me fui andando descalza y con jirones de ropa en dirección a la salida del túnel. Me quedaría unos días en casa recuperándome de la agresión, y supongo que tendría que ir a un médico para que me examinaran el ano. Pero cada vez que pensaba en mi cuerpo, o en lo que había pasado, recordaba esa gigantesca polla, se estaba convirtiendo en una obsesión. Decidí que era un buen momento para tomarme unas vacaciones. Y luego...bueno, ese paso subterráneo tampoco era un atajo tan malo, después de todo, ¿verdad?