El túnel del terror (2)
Porque toda historia tiene dos caras, y todo túnel tiene dos historias.
Cuando despertó todo estaba oscuro y no se oía nada. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la débil luz del lugar donde se encontraba. Entonces sintió el dolor, y al mismo tiempo, como si el lacerante dolor fuera un interruptor para accionar los recuerdos, todo llegó a su cabeza e inmediatamente supo dónde esta y lo que había pasado.
Tres horas antes, salía de trabajar y se dirigía a su casa como todos los días, sólo que ese día en concreto la ruta debía ser otra, ya que su coche había decidido no arrancar. Lo había intentado casi media hora, hasta que se dio por vencido, llamó a una grúa, pero tampoco tuvo suerte, así que decidió irse a casa andando, después de todo no vivía tan lejos, y llamar de nuevo a la grúa o al taller desde su casa. Tenía que atravesar las vías del tren que separaban la zona descampada donde se encontraba la fábrica donde trabajaba, y la zona habitada. El paso a nivel estaba bastante lejos, pero había un subterráneo mucho más cerca y que le ahorraría casi una hora. Alrededor del paso subterráneo había una zona de aparcamiento, que a esa hora de la tarde estaba prácticamente vacía, y el subterráneo era lo único que lo separaba del solitario descampado en el que se encontraba y la vida de la ciudad.
Miguel trabajaba como encargado y supervisor en una fábrica de componentes electrónicos desde hacía ya varios años. Estaba casado, tenía dos hijos pequeños, una mujer sin atractivo y una vida monótona y gris. Sólo dos detalles llamaban la atención de su insignificante vida: el primero era que desde hacia algún tiempo se encontraba inquieto sexualmente, hacía el amor con su mujer con poca frecuencia, y más como una obligación que como un placer; se quedaba viendo la televisión hasta tarde él solo, y descubrió canales donde la oferta de programas eróticos y porno era tan variada como vulgar. Al principio le divertía ver las películas porno y masturbarse de vez en cuando, las mujeres de esas películas eran todas mucho más atractivas que la suya; poco a poco empezó a interesarse por otro tipo de programas y películas, y pasó del porno más light a todo tipo de perversiones, desde travestismo a sexo con viejas. De vez en cuando iba a un videoclub muy alejado de su casa, para alquilar películas porno, pero de temas de lo más variado, y rara vez convencional, hasta que descubrió internet y sus noches se convirtieron en un placer por lo prohibido, en una constante búsqueda de lo perverso y degenerado, nada se escapaba a su curiosidad, desde zoofilia a gay, pasando por embarazadas y sadomasoquismo, nada le asqueaba, y cuánto más veía, más quería.
El otro detalle que marcaba su vida y su personalidad, era su comportamiento con los demas. Si bien en casa y con amigos era serio y reservado, en el trabajo podía llegar a ser insensible y hasta cruel. Se consideraba con el derecho de tratar a los empleados bajo su supervisión con el máximo rigor y el mínimo de consideración. Con el tiempo, se había convertido en la persona más odiada de toda la fábrica.
Dos semanas antes había pillado a dos empleadas fumando en un descanso; eso no era un crimen, pero en lugar de los diez minutos reglamentarios para descansar, habían vuelto a sus puestos cinco minutos más tarde de lo permitido. A las dos las abroncó y humilló delante del resto de trabajadores, pero a una de ellas, ya que era la segunda falta de ese tipo en un mes, la despidió. Las dos mujeres, con lágrimas en los ojos y los labios temblando, juraron venganza.
Y dos semanas más tarde, la venganza estaba a punto de cumplirse. Habían pensado durante mucho tiempo cuál podía ser la mejor forma de vengarse de aquel cabrón, y después de mucho pensar, llegaron a la conclusión de que lo que más puede humillar a un hombre, es precisamente su hombría, así que decidieron vengarse violándolo. Llegaron a la conclusión de que era demasiado complicado que lo hicieran ellas mismas, además de que no querían que se supiera que habían sido ellas, así que lo mejor era que otro hombre hiciera el trabajo en su lugar. Después de mucho pensar, decidieron que lo mejor era contratar a alguien, quizá varios, para que le violaran brutal, salvajemente. Al final, una de ellas, gracias a un amigo de un amigo, se citó en un bar oscuro y sucio, en una de las peores zonas de la ciudad, con un tipo que apestaba a alcohol y suciedad, grande como un oso, con una barba enmarañada y unos ojos que helaban; no habló en todo el tiempo, sólo emitía gruñidos cuando comprendía o aceptaba algo. Ya le habían explicado un poco de qué se trataba todo aquello, así que las dos mujeres no tuvieron que perder mucho tiempo convenciéndole; por dinero, aquel animal haría cualquier cosa. Le informaron del día que debía esperar a su víctma y dónde, y parecía que él ya conocía ese subterráneo, sonrió enigmaticamente cuando lo mencionaron. Le pagaron la mitad de lo convenido y se fueron, el salvaje mucho más rico de lo que había estado en meses, y las mujeres satisfechas de saber que su venganza se iba a cumplir, pero aliviadas de alejarse de aquel animal.
El día convenido se las apañaron para estropear el coche de Miguel y así conseguir que fuera a casa andando. Por supuesto podían fallar muchas cosas, podía elegir una ruta diferente a la del subterráneo, alguien podía llevarle en coche, podían pasar mil cosas. Pero todo se cumplió según lo habían planeado, y cuando el sol ya había caído y la noche se apoderó de la ciudad, Miguel entró en el subterráneo, sin imaginar lo que le esperaba.
La entrada del paso subterráneo era amenazadora, oscura como un pozo, y apestando a basura y excrementos. Miguel se asomó al interior y arrugó la nariz con repulsión. Por un momento miró atrás y casi pensó en no entrar y dar todo el rodeo, pero al final se decidió; después de todo eran sólo unos doscientos metros y enseguida estaría rodeado de luces, gente, vida. Entró en el túnel y la oscuridad le envolvió. En algún momento habría habido luces allí dentro, pero hacía tiempo que los gamberros las habían destrozado. Tras los primero metros, sus ojos se fueron habituando a la oscuridad y gracias a la luminosidad de la luna, pudo distinguir los contornos del túnel, las paredes totalmente cubiertas de pintadas, la basura por el suelo, los cartones donde seguramente dormían los indigentes; el subterráneo seguramente era un refugio para la gente sin hogar, un lugar donde protegerse del frío y la lluvia, pero en esa época hacía bastante calor, y en ese momento el túnel estaba vacío, lo que lo hacía aún más amenazador. No se oía nada, sólo sus pisadas, que resonaban en el cemento como si fueran cañonazos. Miguel aceleró el paso y se puso a silbar para disimular su nerviosismo.
A mitad del túnel, pasó junto a unos cartones, y en ellos creyó distinguir que había alguien. El olor era mucho más fuerte y apestoso allí, y pensó que sería un borracho durmiendo su borrachera. Al pasar al lado del borracho sintió una mano que le cogía del tobillo y le hacía trastabillar. Todo fue muy rápido, una persona enorme, cubierta con un largo abrigo a pesar del calor que hacía, se levantó y se acercó a él. Miguel echó a correr aterrado, pero tras sólo unos pasos, se le ocurrió mirar atrás para comprobar si el borracho le seguía, y no vió la caja en medio de su camino, que le hizo tropezar y caer de bruces en el sucio suelo de cemento.
Se incorporó con el tobillo dolorido por la caída, y al volverse vio sobre él la figura amenazadora del borracho. No decía nada, en realidad no había dicho nada en todo el rato. Miguel se llevó la mano al bolsillo y se sacó la cartera, se la ofreció con mano temblorosa seguro que era eso lo que quería, robarle; le daría el dinero y volvería a casa con un tobillo torcido y un susto enorme. Pero el borracho se mantenía quieto, sin moverse, su cuerpo gigantesco sobre Miguel. Entonces se agachó con enorme rapidez y agarrando a Miguel por la chaqueta le levantó y le tiró hacia una de las paredes del túnel. Aterrado y con el cuerpo palpitando por el golpe, Miguel vio cómo el gigante se acercaba y le sujetaba contra la pared, manteniendo su cuerpo muy pegado al suyo. Su cara estaba a centímetros de la de Miguel, y podía oler perfectamente su apestoso aliento, era casi mareante. El borracho no hacía nada, solo le mantenía sujeto, los dos cuerpos pegados, sonriéndole diabólicamente; Miguel no comprendía nada y cada vez estaba más asustado.
Entonces el gigante arrimó su cuerpo aún más al de Miguel, de modo que éste pudo notar su miembro presionar contra el suyo. Muy sutilmente el borracho empezó a frotarse contra Miguel. Aquella situación era una locura. Miguel sentía un miembro enorme y cada vez más duro frotarse ligeramente contra el suyo, y la boca del salvaje estaba a milímetros de la suya, casi como si quisiera besarle, pero sin llegar a hacerlo. Miguel estaba aterrado, y lo peor de todo es que no entendía qué era lo que estaba pasando, aquello no era un robo, no era nada, y de repente, su cuerpo reccionó de un modo que le sorprendió, le asustó y le preocupó; mientras el borracho seguía frotándose suavemente contra su cuerpo, su propio miembro reaccionó al frotamiento y empezó a empalmarse. Miguel se puso colorado, aunque en la oscuridad del túnel eso no se distinguía. Era increible, estaba siendo atacado por un borracho en un subterráneo, y lo único que se le ocurría a su cuerpo era excitarse.
El borracho sonrió más al notar la erección de Miguel, como si en el fondo fuera eso lo que había estado esperando y sacando la lengua la pasó por toda la cara de Miguel, dejándosela mojada de saliva. Sin dejar de sujetarlecon una mano, bajó la otra recorriendo su tembloroso cuerpo, hasta llegar a la entrepierna. Cuando Miguel sintió la mano sobre su polla intentó revelarse, forcejear, liberarse, pero estaba demasiado asustado, y carecía de la fuerza para ello; el borracho le mantenía sujeto con fiermeza. La mano se cerró sobre su pene, por encima del pantalón, y se lo masajeó, como si le masturbara. Miguel le insultó, le dijo que era un hijo de puta, un cabrón, pero las palabras salían ahogadas por el miedo, y lo que más rabia le dio, es que su polla reaccionaba al pajeo, y si no fuera porque todo aquello era una locura, habría dicho que lo estaba disfrutando. El gigante le bajó la cremallera del pantalón, se lo desabrochó, y le bajó un poco el calzoncillo; le sacó la polla y se la siguió pajeando, lentamente, disfrutando, tanto de la paja, como de la cara de sufrimiento y angustia de Miguel. Y la angustia no era sólo por lo que le estaban haciendo, sino por la vergüenza que sentía al no poder evitar que su polla estuviera durísima, y que en el fondo, muy en el fondo, la mano de aquel salvaje le estaba provocando un placer increible, y con el que nunca antes había soñado.
Soltando un gemido, Miguel se corrió, con la mano del borracho sin dejar de masturbarle, apuntándola hacia arriba. El semen salió a borbotones, manchándole la camisa y la chaqueta, y llenando la mano del gigante. Se la soltó, y goteó sobre sus pantalones. Miguel jadeaba por el esfuerzo y por el placer que sentía, pero no pudo disfrutar mucho de su goce, pues inmediatamente el borracho le bajó los pantalones de un fuerte tirón y le empujó al suelo. Miguel cayó de bruces, boca abajo, goteando el repugnante suelo con su polla, entrevió que el gigante se colocaba y se agachaba detrás de él, y entonces comprendío lo que iba a pasar. En ese momento se asustó de verdad.
De un fuerte tirón, el borracho casi le desgarró los calzoncillos; los pantalones ya los tenía Miguel por los tobillos, y estaba arrodillado en el suelo, intentando enderezarse, pero el borracho le dio dos fortísimos puñetazos en la espalda que le obligaron a mantenerse en esa postura. Miguel gritó, le ofreció dinero, le suplicó que por favor no lo hiciera, pero lo único que recibía como respuesta era una risa ronca, más propia de un animal, que de una persona. Por supuesto, Miguel era virgen, jamás había tenido relaciones homosexuales, y con su mujer, ni antes, nunca había practicado nada por detrás. El terror que sintió fue indescriptible. Y cuando notó en la entrada de su ano lo que debía ser la cabeza de la polla del borracho, gritó con todas sus fuerzas.
El borracho le introdujo el comienzo de su polla, solo el prepucio, deleitándose con los gritos de Miguel. Se la sacó, y con la mano aún mojada de semen, le lubricó un poco el ano, introduciéndole los dedos con fuerza. Miguel gritaba y se agitaba, pero el borracho le sujetaba con fuerza, y de vez en cuando le propinaba algún puñetazo en la espalda e incluso le llegó a golpear la polla. Cuando tras usar los dedos, volvió a introducirle la gigantesca polla, Miguel ya no tenía fuerzas para seguir gritando ni resistiéndose, ya no podía más, y con lágrimas en la cara, sufrió hasta el final la violación. El borracho consiguió, tras mucho esfuerzo, introducirle toda la polla, lo que parecía casi imposible al pincipio. La saco, de nuevo con mucho esfuerzo, y volvió a introducirla. Miguel nunca había sufrido tanto dolor en toda su vida, quería morirse, que aquello terminara ya, pero no terminaba, sentía la polla de aquel gigante, aquel pedazo gigantesco de carne entrar una y otra vez dentro de su culo, cada vez más rápido. Al borracho cada vez le costaba menos, la primera vez la sacó manchada de sangre y heces, la segunda ya no se notaba tanto, luego fue entrando y saliendo cada vez más fácilmente, sus manos agarrando con fuerza las caderas de Miguel, sus sucias uñas clavadas en su carne. Miguel gemía de dolor, sollozaba, respiraba entrecortadamente, rogando que aquel suplicio acabara ya.
Entonces las sacudidas del borracho se acentuaron, y Miguel pensó que estaría a punto de correrse, y sacando fuerzas de donde ya no le quedaban, consiguió suplicar entre gemidos que no se corriera dentro de él, pero el borracho sólo gruñó su risa con más fuerza, aumentó el ritmo y descargó todo su semen dentro del ano de Miguel. Lo que experimentó fue algo indescriptible, chorros de tibio y espeso semen entrando a chorro dentro de su ano, casi como si llegaran hasta sus intestinos. Tras unos minutos de bombeo y fuertes empujones, el borracho por fin la sacó de su ano, esta vez por última vez. Miguel sintió tal alivio y al mismo tiempo tal vacío dentro de su ano, la adrenalina bajó, el dolor ya no era el mismo, y como si algo también le abandonara, Miguel se desmayó.
Cuando despertó, lo primero que sintió fue el lacerante dolor en su ano, un dolor intenso y horrible, como jamás había sentido. Y poco a poco fue recordándolo todo, dónde estaba y qué había pasado. Miró a su alrededor asustado, pero estaba solo, el borracho ya se había ido. Se tocó el culo para intentar calmar el dolor, y su mano se manchó de semen y sangre. Levantarse fue otra odisea, por fin lo consiguió, y se arregló la ropa como pudo, salvo el calzoncillo, no tenía la ropa rota, pero sí sucia y manchada de todo tipo de suciedades. Andando casi a rastras se puso en marcha, dudando si debería pasar por un hospital para que le curaran el ano, aunque eso le obligaría a dar unas explicaciones que no se veía con fuerzas a dar, o dirigirse a su casa directamente, e inventar alguna mentira para disimular su estado, simplemente que le habían robado valdría.
Esa noche, cuando descansaba tranquilamente en su cama, con su mujer dormida a su lado, revivió todo lo que había pasado escena a escena, como en una película, sin poder quitárselo de la cabeza. Le llevaría unos días a su ano recuperarse. Daba vueltas y vueltas a lo que le había pasado, y si bien odiaba con todo su alma a aquel salvaje por lo que le había hecho, al mismo tiempo no podía evitar sentir cierto cosquilleo en la polla recordándo todo lo que había pasado. Se preguntó si no podría volver a casa alguna que otra vez por ese subterráneo, después de todo se ahorraba mucho camino.