El trío que organiza ella

De escuchar tanto cómo podría ser, quiso probarlo. Lo que no se esperaba es que fuera aún mejor de lo que hubiera podido imaginar.

-Oscar viene esta noche a cenar y a follar con nosotros.

Me quedé inmóvil y fui incapaz de reaccionar ni de articular palabra alguna. Vale que aquel era un tema del que ya habíamos hablado antes, sí, pero nunca pensé que se fuera a iniciar así.

Siempre había fantaseado con eso de ver a otro tío follándose a mi mujer, solía ser una fantasía bastante recurrente durante nuestras relaciones sexuales. Mientras buceaba entre sus piernas y le hacía, la que llaman, “la mirada del cocodrilo”, la imaginaba con una polla en la boca a la vez, compartiendo aquel momento de placer con otra persona. Luego solamente tenía que cerrar los ojos, dejar volar la imaginación, y dibujarle con la lengua en el clítoris el placer que me producían mis fantasías. Y a ella le daban más placer aún, me lo dicen siempre sus gemidos.

En esos momentos de éxtasis ha habido ocasiones en las que he compartido en voz alta con ella mis fantasías y también ha participado. Cuando está desatada no sabe decir que no y, aprovechándome de esa coyuntura, en cierta ocasión le advertí que, cuando menos se lo esperara, iba a llevarle a alguien a casa para montarnos ese trío. Pero nunca me imaginé que mi mujer, no solo me iba a aceptar el reto, sino que además se me iba a adelantar en la jugada.

-¡¿Qué?! –fui capaz de decir finalmente.

-Que necesito caña, Jorge. Que, últimamente, follamos menos y he pensado que igual esto te pone las pilas. ¿No es lo que has querido siempre? Pues hoy toca. ¡Y hasta te dejo que cojas la cámara!

-Igual no son las mejores palabras para empezar pero… ¿Qué me estás diciendo, que esta noche es puta, puta? –asintió- ¿Pero seguro? ¿El sexo por un lado y el amor por otro?

-Hazme el amor ahora y, luego, nos follamos a otro. ¿Te parece?

Que me cogiera por los huevos y se acercara a besarme mientras empezaba a preguntar me dejó claro cuál era la respuesta que había que dar. Y no solo porque la noticia me hubiera puesto muy palote sino porque, además, aquel era un gesto de amor de los que se merecía el más tierno de los polvazos de inmediato.

Empezamos a besarnos y a magrearnos como posesos y nos tiramos en la cama. La desnudé, la miré a los ojos mientras me desnudaba y, acto seguido, empecé a besarle la tripa y ascendí hasta su boca recorriendo toda su piel para volver a fundirnos en un magreo que desembocó en el correspondiente y deseado polvo.

Lo disfruté singularmente. No era un polvo diferente a ninguno de los anteriores pero tenía un sabor especial y lo prolongué instintivamente porque nos estaba gustando mucho a los dos. Y cada gemido de Olga me inspiraba a provocarle otro de mayor intensidad.

-Me tienes loca…

Acerqué la boca a su oreja para jadearle al oído, solía tener un efecto subidón en Olga que la ponía aún más cachonda. Luego le mordí el lóbulo de la oreja y le lamí el cuello.

-¡Fóllame! –para llevarla justo hasta este punto de calentón.

Me incorporé sin sacársela para quedarme erguido y sentado sobre mis piernas abiertas y flexionadas, encajando el culo de mi mujer contra mi pelvis y estimulándole el clítoris con el dedo gordo. Giró la cabeza para ahogar sus gemidos en la almohada y, entre jadeos, volvió a repetirme en voz alta que me la follara.

Olga estaba en ese momento perra que le da cuando la excitación la desborda. El momento en el que responde con aquiescencia a cualquier guarrada que se le diga y Oscar fue lo primero que se me vino a la mente. Lo mismo que me preocupaba el hecho de que Olga le hubiera elegido, también le estaba imaginando ya metiéndole la polla en la boca mientras follábamos y, con el subidón que me estaba provocando aquella extraña mezcla de celos y la excitación, terminé por dejarme llevar hasta donde aquel polvo quisiera llevarnos.

-Me encanta follarte… Hacer que vayas abriendo tanto las piernas que lo siguiente sea que te partas de gusto. Clavarme y apretar el dedo –cosa que hice mientras lo decía-, galoparte… Estás tan buena… Tan perra… ¿Eres mi perra?

-Si… -respondió ahogada en un jadeo.

-¿Mi puta?

-Tu puta…

-¿La zorra que más amo en este mundo? –apoyó las manos contra el cabecero para empujar y me encajó el culo contra la pelvis estremecida por un prolongado espasmo.

-¡Sí! ¡Dios!

-Mírame a los ojos. Enséñame tu amor con la mirada

Me mantuvo la mirada con la boca entreabierta. Cada vez que la recorría un espasmo cerraba los ojos y se mordía los labios pero sin dejar de mirarme. Reconocí en su mirada las caricias que nos hacemos todas las noches para dormir, el ritual de palabras y gestos que nos dedicamos a diario para mantener viva la llamita del amor y todos los buenos recuerdos que guardaba en su memoria. Su mirada me tranquilizó, no manifestaba remordimiento ni engaño alguno, no escondía un doble fondo y, a buen seguro, lo de Oscar no se debía a un desenamoramiento sino a todo lo contrario.

-Te quiero –pronuncié despacito entre susurros, sonriendo y ralentizando el ritmo de penetración durante unos segundos que ambos disfrutamos gustosamente-. Y, ahora, vuelve a sacar la zorra que llevas dentro, quiero vértela en la cara.

Cuando Olga se inyecta los ojos de sexo es capaz de hacer que me corra con solo mirarme. Y entonces puso aquella mirada... Me metí el dedo en la boca y lo saqué dejando que un hilo de saliva se descolgara de mis labios para caer en su clítoris y luego bajé el dedo y comencé a estimularlo mientras volví a follármela en pausadas pero profundas penetraciones

-¿Quieres correrte conmigo? –Olga es muy sugestionable cuando follamos. Puedo dirigir su orgasmo solo con la voz-. ¿Quieres que nos corramos juntos? Pues entonces córrete. No ahogues tus gemidos, quiero oírlos, quiero que tu aliento me diga que me corra, quiero correrme contigo…

A los gemidos le acompañaron unos exagerados movimientos de cadera que pusieron en evidencia la proximidad del clímax. Su placer llenó de sonido el dormitorio y, sin dejar de mirarla a la cara, me corrí con ella. Saboreamos los últimos segundos de aquel desenfrenado movimiento de cuerpos y, poco a poco, fuimos relajando los músculos hasta volver a quedarnos inmóviles mirándonos a los ojos.

-Te quiero –pudo decir con un fino hilo de aliento.

Estiré las piernas poco a poco para poder tumbarme por completo encima suya y la besé en la boca. Me acerqué a su oído a susurrarle otro te quiero y la abracé para permanecer así el tiempo que fuera necesario mientras recuperábamos la respiración. Había sido un polvo magnífico, con las mismas fantasías de siempre pero aderezadas con el puntito de realidad que le confería el hecho de saber que, en un rato, iba a volver a pasar pero, esta vez, de verdad; Con una segunda polla jugueteando con nosotros.

Cuando volvimos a ser personas nos levantamos de la cama y empezamos a preparar la casa para la cena. Había que recoger el salón y el dormitorio, decidir si pedíamos comida a domicilio o si preparábamos algo, elegir la ropa que ponerse y hablar del cómo.

-Deja que fluya –me dijo-. Si algo tengo claro es que, ya que me he decidido a hacerlo, no tengo intención de estructurarlo por fases ni de pararme a pensar en si hay que hacer esto o aquello o lo de más allá. Los tres nos conocemos y sabemos lo que va a pasar, ¿No? Pues que pase lo que tenga que pasar conforme nos lo vaya pidiendo el cuerpo.

-Todavía no me has contado por qué has elegido a Oscar ni cómo se lo has propuesto ni qué te ha dicho ni nada…

-Fue idea tuya… El día que me obligaste a decir en voz alta el nombre de un amigo al que me follaría recordarás que lo nombré a él. Te pusiste a decirme cómo me imaginabas haciéndole una mamada y, si te digo la verdad, de todas las barbaridades que hemos dicho mientras follamos, esa ha sido la que mejor pude imaginarme. Tanto que, ya ves, he terminado por apuntarme –guardó silencio un segundo por si le respondía. No dije nada-. Y, en cuanto a cómo se lo he dicho… Coge mi móvil y busca la conversación. ¡Y cuidadito con lo que me dices!

Se metió en el dormitorio a vestirse y, mientras la disfrutaba desnuda con el rabillo del ojo, cogí su teléfono y busqué la conversación y lo que me encontré fue una charla que comenzaba de un modo totalmente inocente y en la que, poco a poco, iba subiendo la temperatura.

De un modo totalmente elegante y sibilino, Olga había conseguido que fuera Oscar quien empezara a hacer preguntas indiscretas que ella no tuvo reparos en ir respondiendo siempre y cuando él también le contara su opinión. Olga habló sin tapujos de su opinión acerca de los tríos, le confesó que, de hacerlo alguna vez, sería con él y, al final, entre confesión y confesión salió lo de quedar a cenar. Así que Oscar no sabía a ciencia cierta si habría o no habría trío, la cita era una cena, pero, sin lugar a dudas, vendría predispuesto a que sucediera.

Olga seguía desnuda frente al espejo del dormitorio y tenía la oportunidad de verla a la vez por delante y por detrás. Su cuerpo me vuelve loco. No es una escultural mujer de medidas perfectas pero sus curvas son el complemento perfecto para su belleza. Es guapa, muy guapa y su carácter alegre se merece cada una de las maravillosas curvas que dibujan su silueta. Ella se queja de que los años no pasan en balde y que hay carnes que ya no están donde deberían pero, en su imperfecto cuerpo, yo sigo viendo a la Olga que desnudé por primera vez en mi casa hace ya unos cuantos años y de la que me encoñé de por vida.

-¿Ves cómo tus tetas son alucinantes? ¡Hasta Oscar te lo dice!

-Me acordé de ti cuando lo leí -me contestó su reflejo del espejo-. ¿Cuál me pongo? –preguntó mientras me enseñaba dos tangas diferentes.

-El blanco –respondí sin dudar-. Ponte el conjunto blanco, que me gusta más…

Conforme me la imaginé en ropa interior delante de Oscar supe que el blanco era el adecuado. Un color que inspira pureza e inocencia en un momento tan excitante como ese podía ser un contraste excitantemente demoledor.

-¿Seguro? ¿No me queda mejor el negro?

-No, el blanco. Que esos encajes son mortales.

Tanga y sujetador blancos de encaje. El sujetador calado que le recoge el pecho y se lo sube dejando entrever toda la piel y el tanga de tirilla, con una puntillita por todo el elástico y un ridículo forro que tapa justo lo que tiene que tapar y que deja a la vista entre encajes el maravilloso monte de venus depilado del que puede presumir mi mujer.

Estuve a un pelo de meterme en el dormitorio a echar otro polvo pero el inesperado timbrazo del portero automático no solo me detuvo sino que, además, me disparó el pulso del susto. Oscar acababa de llegar.

Descolgué y le abrí el portal y, acto seguido, abrí también la puerta de casa y me fui a la cocina para llevar los aperitivos a la mesa y sacar las primeras cervezas. No podía quitarme de la cabeza la idea de lo del trío pero cambié el chip porque, sobre todo, Oscar era un buen amigo al que hacía algo de tiempo que no veía y con tenía otras muchas cosas de que hablar y que compartir.

-¿Se puede? –le escuché mientras cerraba la puerta.

-Como si estuvieras en tu casa…

Me encontró en la cocina y nos saludamos con un abrazo. Le tenía preparada una lata en la encimera.

-¡¿Dónde te metes que no hay forma de encontrarte?!

-¡¿Yo?! Yo no me muevo de casa, hijo. El puto teletrabajo no es tan maravilloso como nos lo vendieron, te lo aseguro… Coge eso…

Nos fuimos al salón y pusimos los últimos platos sobre la mesita mientras nos poníamos al día de nuestro ahora más inmediato en el plano profesional. Luego la conversación se fue metiendo en puntualizaciones más concretas de esto o de aquello que saltaban de tema en tema conforme surgía la ocasión.

-Ha sido cosa de Olga. Yo me he enterado hace un rato que venías.

-¿Dónde está?

-Aquí –mi mujer entró al salón en ese momento vestida con unos vaqueros y una blusa blanca de escote-. ¿Cómo estás, guapetón?

Se dieron un par de besos y nos volvimos a sentar mientras Oscar le repetía las mismas cosas que me había contado hacía un momento. Olga tenía puesta su cerveza sobre la mesa.

Habíamos decidido pedir comida a domicilio y, una vez que nos pusimos de acuerdo sobre qué nos apetecía cenar, llamamos e hicimos el pedido. La charla se desarrolló por los cauces habituales de una conversación entre amigos. Que si el otro día me pasó esto, que si tengo tal proyecto, me encontré con tal persona el otro día… A mí lo del trío no hacía más que aparecérseme en la mente y me tenía nervioso porque, con el calentón de fondo ese tonto que te provoca la situación, temía meter la pata de algún modo. Hacer o decir algo que nos violentara. Olga se comportaba tan normal, lo mismo que Oscar. No se les veía una doble intención en la mirada, no había huellas que reflejaran que pudieran tener lo del trío en la cabeza en esos momentos. Parecía que el único obseso era yo. Sin embargo, estaba convencido de que el tema estaba en el aire, sobre nuestras cabezas y solo era cuestión de tiempo que terminara por salir. Imagino que Oscar tendría curiosidad por saber si yo conocía la conversación que habían tenido, por poner un ejemplo.

Dejé de pensar en cuál sería el momento en el que la cosa se pondría más íntima y, entonces, comencé a disfrutar realmente de la velada. Llegó el repartidor, pusimos la mesa y cenamos, la recogimos y nos pusimos unas copas y, de nuevo, volvimos al sofá a continuar allí con la cháchara y nos pusimos la tele como runrún de fondo. Estábamos realmente a gusto y fue entonces cuando a Oscar se le ocurrió hacer una foto de las tres copas brindando para subirla a las redes sociales y, a raíz de eso, aprovechamos los tres para mirar nuestras actualizaciones.

-¡Ala! Publicada.

-Acabo de darle al me gusta –dijo Olga.

-Pues sí –añadí-. Ya te digo si me gusta el ratico bueno que estamos echando.

-Si es que no sé cómo dejamos que pase tanto tiempo –intervino Oscar-. ¡Con la alegría que me dio recibir tu WhatsApp! –le dijo a Olga-. ¿Cómo es que te dio por acordarte de mí?

-Porque nos acordamos del día del arroz y, entonces, caímos en la cuenta de la de tiempo que hacía que no nos veíamos ni hablábamos.

-¡Ah! Pero… ¿Qué estabais los dos cuando estuvimos hablando?

-No –le respondió Olga-. Nos acordamos de ti durante la comida y tú y yo hablamos por la tarde, que estaba yo en el despacho.

En ese momento Oscar tenía que estar pensando en lo del trío por cojones. Si tenía la conversación en la cabeza y se estaba acordando de las cosas que se habían estado diciendo, era imposible que no estuviera cachondo, o al menos morboso, en ese momento.

-Ya te he dicho antes que yo me he enterado esta misma tarde de que venías… -intervine.

Y, por fin, Oscar miró de aquella manera a mi mujer. Preguntándole con la mirada si yo conocía el contenido de su conversación. Olga sonrió de un modo tan ambiguo que Oscar pensó que yo desconocía el asunto y, entonces, la perversa sonrisa con que respondió a la sonrisa ambigua de Olga fue el pie perfecto para realizar la primera alusión comprometida de la noche.

-Pero sí que he leído hace un rato la charla que tuvisteis ayer –terminé de decir.

-O sea que… -dudó un instante en si atreverse o no a terminar la frase-. Que a ti también te parece bien eso de los tríos…

-La fantasía, de hecho, es más mía que suya. Siempre soy yo quien habla de estas cosas y quien toma la iniciativa pero, mira tú por dónde, esta vez ha sido ella quien me ha sorprendido a mí.

Mis palabras le despistaron. Parecía como si le hubiera dado por sentado que íbamos a montarnos ese trío y se empezó a poner nervioso. Seguramente eran nervios de excitación como los que llevaba yo sintiendo desde que Olga me dijo el plan que teníamos para la noche.

-Así que si yo…

-Tú lo tienes en mente desde el momento mismo que Olga te dijo de quedar. ¿O me vas a decir ahora que no llevas toda la noche con la idea rondándote en la cabeza?

-¡A ver! ¿Qué sentirías tú si, de la noche a la mañana, una amiga te dice que le molarías para un trío y, al día siguiente, ella y su marido te invitan a cenar a su casa? ¡Llevo toda la noche de los nervios! Si me lo habéis tenido que notar, no digáis que no…

-Pues mira que yo estoy igual que tú –le empecé a contestar-, pero no te he notado nada.

-La verdad es que habéis estado los dos muy prudentitos y os habéis portado muy bien durante la cena. Nadie se habría imaginado que teníamos esta tensión escondida.

Conforme hacíamos los comentarios íbamos sintiendo como el tema sexual dejaba de ser un tabú y podía pasar a tratarse con total naturalidad. Tras estos primeros compases de tanteo, los tres mostrábamos evidentes signos de estar lo suficientemente relajados para abordar el tema abiertamente.

-¿De verdad estáis hablando en serio? ¿No me estáis tomando el pelo y de verdad queréis que nos montemos un trío? ¿Por qué?

-Por probar cosas nuevas –contestó Olga-. Cuando éste me relata las barbaridades con las que fantasea mientras lo hacemos me pone tan cachonda que he sentido curiosidad por comprobar si se goza tanto como me he llegado a imaginar a veces.

-¿Y por qué me habéis elegido a mí?

-Porque ayer me demostraste que podemos confiar en ti –Oscar puso cara de que necesitaba más datos y Olga se lo notó-. A ver… Para estas cosas la apariencia física pasa a un segundo plano y lo más importante son otras cosas. No me acostaría con un buenorro si no le conozco y no sé nada de él. ¡Imagínate que nos pasa una venérea o algo peor! Aparte de que la discreción también es algo que, al menos yo, porque Jorge es de un indiscreto que tira de espaldas, necesito y tú eres una persona discreta, sana y, además, tienes tu puntito. Que el aspecto físico no sea prioritario no quiere decir que no se tenga en cuenta…

No me esperaba aquel ultimo comentario de mi mujer y, aunque durante un segundo sentí el chispazo de los celos y el miedo, enseguida me puse tan cachondo que ansiaba el momento de pasar a la acción.

-¡Ah! Muy bien, muchas gracias. Una cosa más… Esto de los tríos sabemos cómo acaba pero… ¿Cómo se empieza?

-Esa parte se la voy a dejar a Jorge, que es el de la imaginación.

Sentí como se me clavaban sus miradas y di gracias al cielo por escuchar mis suplicas. Mi mujer acababa de dar el pistoletazo de salida y, con sus palabras, me adelantaba su predisposición a dejarse hacer. Yo tomaba las riendas y ella tomaba el rol de sumisa. ¡Genial!

-Descálzate un segundito –le dije a mi mujer-. Ponte ahí de pie.

Los dos nos levantamos del sofá y, tras colocar a Olga en mitad del salón, alargué la mano para coger la cámara de fotos que estaba en el mueble. La encendí y, mientras arrancaba, me senté frente a ella.

-¿Te apetece desnudarla? –le pregunté a Oscar-. Venga, sí… Quítale los vaqueros y la blusa.

Titubeó unos segundos pero terminó por levantarse y acercarse a Olga. Se puso frente a ella y, tras mirarse un momento a los ojos, levantó las manos y las llevó al botón más alto del escote para empezar a desabrocharlo.

Yo también volví a levantarme. Estaban frente a frente y de esa forma no podía sacar una foto que no fuera a Oscar de espaldas. Así que había que moverse para encontrar los encuadres adecuados.

Inmortalicé la mirada de excitación y deseo con que Oscar miraba por el escote las tetas de mi mujer y la suavidad con la que sus dedos iban desabrochando los botones y, “de tapaillo”, acariciando el pecho como sin querer. También capté la mirada seductora con la que mi mujer me miraba mientras eran otras manos las que rozaban su piel. Fotografié la blusa deslizándose por sus hombros y también las manos de mi amigo cogiéndola de la correa para desabrochársela mientras se mantenían la mirada.

Después de quitar el botón y bajar la cremallera, cogió el vaquero de la cintura y empezó a tirar de él hacia abajo extendiendo sus manos por el culo de mi mujer. Cuando la prenda superó la presión de las caderas,  cayó suelta hasta las rodillas y luego, cogiéndola de la costura de abajo, Oscar terminó de liberar las piernas de Olga del vaquero y, cuando se lo terminó de quitar, lo lanzó contra la pared.

Una vez que Olga se quedó en ropa interior, tiré de Oscar para que se sentara a admirarla tranquilamente y, a ella, le alargué las botas para que volviera a calzarse. Yo me quedé de pié y deambulé por el salón cámara en mano mientras me animaba a dejar que la desinhibición y el calentón hicieran fluir mis palabras.

Aquel conjunto de ropa interior era fascinante. Olga es de piel morena y el contraste con el blanco del encaje ya llamaba la atención de primeras. Luego, además, estaba lo bonito y sexy que era el conjunto. Aquel encaje estaba delicadamente cosido para enseñarlo todo sin enseñar nada. Se veía todo el pecho menos los pezones y todo el monte de venus hasta el nacimiento mismo de los labios sobre el clítoris, que quedaban cubiertos bajo un ridículo forrito.

-¿A que está tremenda? –le pregunté a Oscar. Él asintió-. Pues por más que se lo digo, no se lo cree –Olga fue a defenderse pero se calló apenas entendió mi expresivo y determinante golpe de cejas-. Estás muy buena –le dije-. Y no soy el único que lo piensa porque, como acabas de ver, a Oscar también se lo parece. No estás estropeada como dices sino todo lo contrario. Date la vuelta un segundito que terminemos de verte…

¡Qué maravilla de culo tiene mi mujer! Me quedé embobado mirándolo durante unos segundos. Es algo que no puedo evitar porque el culo de Olga es… ¡¿El culo perfecto?, ¿Mi culo ideal?! Seguramente sea esto último, el culo que más me gusta del mundo. Grande y suspendido. Sin estar caído pero tampoco respingón. ¡Su culo!

-Desnúdate sin hacer ruido –le susurré a Oscar antes de continuar hablando con Olga-. Tienes un culo alucinante. Una maravilla excitante que dibuja con tu cintura una silueta que supera con creces la de la más perfecta de las mujeres. Tu espalda, tus hombros… No sé qué más puedo decirte para que entiendas que estás tremenda. Eres el cuerpo que todo hombre querría tener en su cama. ¿A que sí, Oscar?

-¡Fíjate lo que he tardado en venir en cuanto me habéis dado la oportunidad! Si necesitas más prueba que esa…

-¿Lo ves? –continué hablándole a mi mujer-. No es que yo te mire con buenos ojos. Es que, este escultural cuerpo treintañero de mujer, es una auténtica bomba de relojería capaz de hacer explotar a cualquier hombre -Le besé el hombro mientras pasaba de estar a sus espaldas a ponerme delante suya-. Todos follarían contigo –le susurré-, pero solo tú decides a quién te follas. Solo tú… Yo podré decirte esto o aquello, tratarte así o asá pero tú eres quien mandas. Tú eres quien decide. Y me pregunto cómo estás de decidida… ¿Te gusta que te miremos? ¿Te excita saber que nos tienes cachondos?

-Sí, me excita…

-Date la vuelta lentamente...

No pude verle la cara y me habría encantado verla cuando, al girarse, se encontró con Oscar en pelotas y totalmente erecto que la miraba fijamente. Lo mismo que me habría encantado ver qué gesto fue el que le hizo para que, al instante, Oscar no dudara en frotarse la polla.

-Oscar ven. Ponte aquí donde estoy yo –Nos intercambiamos los sitios y yo me senté de dónde se acababa de levantar-. Acaríciala, rózala, haz que se le erice el vello… Y no uses solo los dedos si no quieres… Y, cuando estimes oportuno, termina de desnudarla… Quiero ver cómo se pone cachonda mi mujer…

Situado justo detrás de Olga, Oscar posó las manos sobre su cintura y empezó a hacerle caricias. Luego fue subiendo por los brazos hasta llegar a los hombros y el cuello y, por último, volvió a bajar las manos para acariciarle el pecho primero y agarrarle fuerte las tetas por el contorno después y fue jugando con el encaje hasta que terminó por sacárselas por encima del sujetador.

Me desnudé mientras les miraba. Olga trataba de mantenerme la mirada pero había ocasiones en las que las manos de Oscar le hacían cerrar los ojos y relamerse. Aún así, era fácil verle el sexo en la cara y, en cuanto terminé de quitarme la ropa, volví a coger la cámara.

-Me encanta verte gozar mientras otro te desnuda, que expulses sexo por los poros… Me pone cachondo verte cachonda… ¡Oscar! ¿Y si le metes la polla entre los cachetes del culo?

La cámara capturó una ráfaga de fotos en las que inmortalicé en primeros planos, tanto la cara de excitación que puso mi mujer al escuchar lo que le decía a Oscar, como la que puso cuando sintió la piel del miembro de nuestro amigo rozándole el culo y hundiéndose entre sus cachetes. Olga no buscó mis ojos sino que clavó su mirada en el objetivo, exhibiendo su deseo para la posteridad como una profesional. Y, encima, la cámara la quería…

Oscar le quitó el sujetador y, luego, le cosquilleó las tetas y le pellizcó los pezones, que reaccionaron erizándose del todo. Luego sus manos volvieron a bajar a su vientre y, mientras que una se quedó quieta ciñéndose al hueso de la cadera, la otra se coló decidida bajo los encajes del tanga y le palpó el coño a mano abierta.

Olga no pudo evitar responder a aquel estímulo apretando el culo contra Oscar.

-¿Está húmeda?

-¡Está chorreando!

-Métesela…

Olga volvió a poner la misma cara de deseo de antes pero, esta vez, no la fotografié. Quería verle directamente los ojos, mantenerle la mirada mientras Oscar la penetraba. Y no me equivoqué al tomar esa decisión porque, mirarnos como nos miramos durante esos segundos, fue una de las experiencias más excitantes que he vivido en mi vida.

-Te quiero –le dije sin emitir sonido alguno, solo vocalizando. Y ella respondió del mismo modo.

Cerró los ojos y exhaló un leve gemido cuando Oscar terminó de envainarla. Sin lugar a dudas  esa polla la satisfacía, no había más que ver cómo le apretaba y restregaba el culo mientras que él la continuaba manteniendo sujeta por las caderas.

Entonces sí que volví a coger la cámara y le hice unas fotos, lo que sirvió para que óscar diera por bien supuesto que podía empezar a cabalgarla. A cada pollazo que le daba, mi mujer ponía más cara de sexo. Miraba al objetivo seduciéndolo con la mirada. Mantenía la boca entreabierta y, en una prolongada ocasión, se mordió también el labio lentamente asegurándose de que me daba tiempo a hacerle, al menos, cuatro fotos diferentes de esa cara.

-Ponla a grabar –susurró atrevida y morbosa.

Aunque, al principio, hasta a mí me pareció excesivo, solo con ver la cara de lascivia que puso Olga cuando, para poder soltar la cámara, le monté su trípode, supe que era la mejor idea que había podido tener. Así que busqué el primer encuadre para ponerla y, cuando la tuve, Olga llamó a mi polla asomando la lengua entre los labios.

Se dejó caer hacia delante y apoyó las manos sobre la mesita de té que tenemos delante del sofá. Me acerqué hasta ellos y, sintiendo la tela del sofá en mis gemelos, me planté frente a mi mujer con la polla a la atura de su boca y empezó a chupar.

Había imaginado mil veces esa escena. Cada vez que, en casa, Olga me hacía una mamada. Tenía un culo tan poderoso que era imposible no imaginarse detrás a un tío penetrándola. Quedaba tan espectacular como siempre lo había imaginado. La llenaba de sexo tanto yo necesitaba.

-Ponle el culo hacia la cámara –le dije a Oscar-. Pero ponle el tanga en su sitio.

Oscar la desenvaino y obedeció. Cuando la tuvo colocada me miró para saber qué hacer a continuación. Intervine mirando a cámara.

-Es mi mujer, él es un amigo y, hace un momento, acaba de comenzar nuestro primer trio. Y me apetece que sea Oscar quien os presente, si a ella le parece bien, el único sexo que os falta por ver, el que nos trae a los tres a gozar...

-Voy a añadir algo –intervino Olga para mi sorpresa-. Quiero darle a Oscar las gracias por querer participar en esto y, a Jorge, a mi marido, quiero darle las gracias por convencerme de hacer esto. Se puede estar tan cachonda como lo había imaginado y quiero que veáis lo placentero que es…

Y, justo antes de mover las caderas sensualmente para indicarle a Oscar que la desnudara, me miró a la cara con una desinhibición, una lascivia y un deseo que, al escuchar sus palabras, empecé a temer haber desatado una bestia.

-Encantada de ser tu puta, cabrón…

Y, eso abrió mil posibilidades más.