El trío con mi amiga (1)

Mi amiga y yo nos preparamos para sorprender a mi marido con un trio pero, en los preparativos, la cosa se calienta mucho

Carmen llegó a casa a la hora del café. Pedro había quedado con unos amigos para ver el futbol y, según me dijo, volvería alrededor de las ocho y media. Así que teníamos toda la tarde para preparar la sorpresa que íbamos a darle por su cumpleaños. La idea se me había pasado por la cabeza en varias ocasiones pero nunca había encontrado la ocasión. Fallaba la fecha, la persona… No era fácil hacer coincidir todas las condiciones necesarias. Y, por fin, había llegado la oportunidad perfecta.

Era el sábado de un fin de semana en el que no teníamos ningún compromiso, el día de su cumpleaños, y había decidido celebrarlo con sus amigos por la tarde en vez de que saliéramos por la noche. Yo llevaba un tiempo predispuesta a hacer un trío con otra chica y estaba Carmen, que era la chica perfecta. Así que le iba a regalar a mi chico una noche de sexo inolvidable que, si quisiéramos, podría acabar al amanecer. Carmen es amiga mía desde hace años y hace tan solo unas semanas que me ha confesado que se montaría un trío con Pedro y conmigo. Así que os podéis imaginar qué fue lo primero que le dije… "Tía, vamos a montarlo!".

Después de tomarnos el café puse un par de copas y acompañé a Carmen a la habitación que nos iba a servir de improvisado camerino. Nos quitamos los pantalones y nos dispusimos a depilarnos. Me tiré en el sofá y Carmen empezó a hacerme las piernas. Con la sudadera y el tanga estaba muy sexy. Tanto que la tarde no había hecho más que empezar y yo ya estaba poniéndome mala. Primero me depiló las espinillas y los muslos y luego me di la vuelta para que siguiera por detrás. Cuando empecé a sentir sus manos sobre el culo para ponerme la cera en los muslos me dio un escalofrío que me gustó. Iba moviendo las manos para pegar la tira y los dedos se colaban muy cerca de mi sexo. Sentirla ahí, a unos escasos centímetros, me excitaba de tal manera que empecé a humedecer el tanga.

-¡Eah! Las piernas de Noelia listas. Ahora te toca ponerte con las mías-.

Carmen se levantó del sofá y cogió la copa para darle un trago. Yo me incorporé también y, mientras Carmen se tumbaba en el sofá boca arriba, le di un sorbo a mi copa y cogí la primera de las tiras de cera. Me coloqué para empezar la maniobra y me quedé paralizada. Carmen había doblado las piernas para dejarme las espinillas en vertical y las tenía levemente abiertas.

Los labios se le marcaban exageradamente en el tanga y yo era incapaz de mirar a otro sitio que no fuera esa hamburguesa. Extendí la primera tira de cera y me recreé acariciándole la pierna para sentir su piel en mis manos. Más que depilarla, lo que estaba haciendo era darle un buen magreo. Cuando se puso boca abajo me estremecí e, instintivamente, me llevé la mano al pecho y me pellizqué el pezón. El tanga de hilillo amarillo que llevaba puesto se colaba por entre los cachetes de su culito respingón. La ropa siempre le había hecho a Carmen un culo chulísimo pero, ahora que lo veía en una postura tan desfavorable y, aun así, lucía tan perfecto, quedaba claro que la ropa no hacía justicia a un culo como el suyo.

Volví a ponerme manos a la obra y magreé las piernas de Carmen mientras la depilaba. Y, cuando llegué a los muslos, el deseo me hizo acomodar mis manos de manera que mis dedos casi pudieran rozarle la vulva. Inconscientemente amasé su entrepierna con los dedos mientras que ponía y quitaba las tiras de cera jugándome que, en cualquier momento, Carmen me saltara con algún comentario al respecto. No lo hizo. Así que terminé de depilarla y, de paso, de darme un caprichito morboso.

-Antes de meternos en el baño nos tomamos otra copita ¿No?-.

A Carmen le pareció bien, así que fui a la cocina a por hielo. Cuando volví al salón se me quedó mirando el tanga y me dijo que me acercara. No dudó ni un segundo en sacar la mano con la palma hacia arriba para apretarme la vulva.

-¡Nena! ¡¡Estás chorreando!!- y le dio un ataque de risa.

Quise reaccionar preguntándole que de qué se reía pero ella se me adelantó y, abriendo un poco las piernas, se señaló al tanga y se dejó caer de espaldas con las piernas para arriba mientras seguía riéndose.

–Jajaja jaja… ¡No soy la única! Jajajaja. ¡Ay! ¡Qué tontería más grande! Yo que estaba cortada porque me estabas poniendo mala y resulta que tú estás igual… O sea que lo de los dedos amasándome no eran imaginaciones mías... Jajajajjaa… ¡Qué puta! Jajaja…-.

Yo también me eché a reír y me tiré en el sofá. Después de varias carcajadas nos reincorporamos, sentándonos como Dios manda, y cogimos las copas para darles un trago.

–Creo que hoy nos lo vamos a pasar bien- me dijo. La miré y le sonreí sin decir nada. En realidad, me quedé pensando en los por qués que hacían a Carmen la chica perfecta para un trío.

Carmen es genial. Su forma de ser me atrae. Es alocada y divertida pero, a la vez, es responsable y sensata. Se ríe de su sombra y es capaz de comprometerse por las causas que lo merecen. Es una gran amiga y, como amiga, sabe perfectamente cuáles son los límites de nuestra gran amistad. Puedo fiarme de ella

Físicamente tampoco anda nada mal. Es un poco más baja que yo, pero es que yo soy más bien alta, y tiene buen cuerpo. Tiene el pelo largo y rizado, con algún que otro tirabuzón, y los ojos verdes. Por las veces que la he visto en bikini puedo afirmar que tiene un culo respingón que yo lo quiero para mí, que tiene la cintura bien definida, y eso que tiene un poco de tripita, y que tiene buenas tetas.

No os miento si os confieso que Carmen ha sido la protagonista de alguna de mis fantasías en mis ratos de soledad. Por eso, y porque sé que a Pedro también le atraía, es por lo que, cuando me confesó que se montaría un trío con nosotros, no dudé en decirle de hacerlo. Yo estaba receptiva a que pasara y sabía que, sexualmente, le agradaba a Pedro tanto como a mí. Además, el hecho de conocernos tan bien y saber que hacer un trío no perjudicaría a nuestra amistad sino que, seguramente, la afianzaría aún más, era lo que me daba la confianza suficiente para elegirla como la candidata perfecta para hacerlo.

-¿Sabes qué? Que estoy de acuerdo contigo. Hoy nos lo vamos a pasar muy bien. Pero, como no espabilemos, se nos va a echar el tiempo encima-. Y, dicho esto, volví a darle un trago a la copa y me levanté del sofá.

Nos fuimos al cuarto de baño para hacernos las axilas. Nos quitamos la ropa y el sujetador y nos plantamos delante del espejo para continuar con la ceremonia. Examiné con detenimiento el cuerpo de Carmen. Con la de años que hace que nos conocemos y nunca antes la había visto desnuda. Bueno, desnuda no, solamente con ese tanga amarillo que llevaba y que me había puesto tan mala al verlo.

Ya había quedado de manifiesto que el culito respingón de Carmen era envidiable y que tenía una bonita cintura, así que le miré al pecho. Tenía las tetas firmes, un poco más grandes que las mías. Las aureolas y los pezones pequeños y bien alineados y en un tono levemente más oscuro que el resto de la piel. Luego, le eché un vistazo de arriba abajo y comprobé con gusto que su cuerpo en conjunto era una explosión de sensualidad.

Después de las axilas nos entretuvimos unos minutos con las pinzas arreglándonos las cejas. Nos estábamos haciendo una depilación en mayúsculas y solamente faltaba un lugar por depilar. Había llegado el momento de desnudarnos y meternos en la ducha para finalizar la sesión. Si tenemos en cuenta que yo ya me había empezado a poner cuando Carmen me plantó el tangazo en la cara en el sofá es de imaginar que, después de haberla visto sólo con el tanga frente al espejo, mi temperatura sexual estuviera ya por las nubes.

No sé si Carmen estaba igual que yo, imagino que algo sí por el momento "tangas chorreando" que habíamos vivido hacía unos minutos. La cuestión es que, para mí, llegar al momento en el que íbamos a quedarnos desnudas era algo que me excitaba mucho. Así que me metí en la ducha para quitarme allí el tanga y que Carmen no viera que aún lo tenía empapado. Alargué el brazo por encima de la mampara y lo dejé caer sobre el cesto de la ropa sucia. A través del plástico translucido de la mampara vi la silueta de Carmen quitándose el suyo. Volví a sentir un escalofrío de placer recorrerme todo el cuerpo que provocó que se me pusieran los pezones de punta. Estaba excitada y me ponía mucho eso de ver la desnuda silueta difusa de Carmen.

Se dio la vuelta y se acercó a la ducha. Se plantó delante de la hoja abierta y me dijo: "Vamos al lío". Entró en la ducha, cerró la mampara y cogió la alcachofa para probar la temperatura del agua. En ese momento os puedo asegurar que "el lío" al que se refería Carmen y en el que estaba pensando yo eran totalmente diferentes. Cogió el bote de crema depilatoria y se agachó para extenderla por mi vello púbico y mi entrepierna. Sentir sus dedos tocándome me derritió y me flojearon las piernas.

Una vez que terminó de ponerme la crema, apoyó la espalda contra la pared y abrió un poco las piernas para que fuera yo quien le echara la crema depilatoria a ella. Me miró con carita de vicio y se rió a la par que sacudía las caderas apremiándome para que me acercara a untarla de crema. No la hice esperar. Me agaché y me dispuse a coger el bote pero antes me recreé mirándole la vulva. Carmen tenía poco vello púbico y no era tan duro como suele ser lo habitual. Tenía los labios color púrpura y abiertos, o sea que estaba también excitada como yo.

Manché un par de dedos en la crema y los situé justo por encima de su clítoris para, desde ahí, comenzar a extenderla hacia arriba. Unté todo el vello con movimientos suaves y sin prisa. Observando cada reacción de Carmen cuando tocaba su cuerpo. Terminé de prepararla y comenzamos a esperar los minutos que tenían que pasar antes de aclararnos con agua.

El ambiente estaba calentito. Así que di por hecho que podíamos hablar sin ningún tipo de tapujos de lo que estábamos preparando y, por supuesto, de lo que estábamos sintiendo en ese momento. Me daba morbo escucharnos hablar de sexo.

–Venga, cuéntamelo. ¿Por qué te planteaste montarte un trío con nosotros?-.

Era el origen mismo de lo que nos traíamos entre manos y, sin embargo, no lo habíamos hablado nunca. Este era un buen momento para saberlo y esperaba con ansia una respuesta de Carmen.

–Vale, te lo cuento pero no me mates-, se rió. –La otra noche, cuando me quedé a dormir aquí, estuve a punto de hacer una locura. Os escuché follar… ¡Tía! Que las paredes de esta casa son de papel… La cuestión es que empecé a imaginaros y me fui calentando. Me desnudé y empecé a masturbarme. Recordé la de veces que Pedro ha bromeado con lo del trío y hasta me levanté de la cama para ir a vuestra habitación. Pero me eché atrás porque no sabía que te pongo. Me conozco todas tus andanzas pero nunca me habías dicho qué te parecía yo. Así que me di la vuelta y me volví a meter en la cama. Claro que terminé dándome el homenaje porque ese subidón no podía dejarlo escapar-.

Carmen puso cara de pedir clemencia y me eché a reír.

-…Y yo pensando en que tenía que haber dejado la puerta de la habitación abierta… Llevo tiempo con ganas de montarme un trío y, esa noche, eras una posibilidad. Pero me pasaba lo que a ti, que tampoco sabía que te ponía. Lo llego a saber y no armo el jaleo que armé a posta para que nos oyeras sino que, antes de irnos a la cama, ya te habría enganchado en el sofá-.

Nos reímos y no hizo falta decir nada más. Me abalancé sobre Carmen y comencé a besarla en la boca. Levanté sus brazos y los apoyé contra la pared cogiéndola por las muñecas. Fui deslizando mis manos hacia sus hombros y, al llegar a ellos, suavicé el tacto para, casi sin tocarla, dibujar con la yema de los dedos el contorno de sus tetas. Al hacerlo Carmen se retorció de placer y sus pezones se pusieron muy duros. Me separé de su boca y la miré a los ojos mientras le pellizcaba esos pezones.

Sus manos se posaron sobre mis tetas y comenzamos a sobarnos mientras que volvíamos a comernos la boca con pasión. Estaba ansiosa por bajar mi mano a su entrepierna para sentir el tacto de su clítoris en mis dedos. Miré el reloj y ya habían pasado los minutos necesarios así que, en seguida, cogí la alcachofa y dejé correr un poco de agua hasta que alcanzara la temperatura ideal. Dirigí el chorro a la vulva de Carmen y comencé a quitarle la crema depilatoria. En unos segundos apareció ante mí su impoluto coño.

Pasé mis dedos por sus labios para frotarla y quitarle todos los restos de crema. Y, finalmente, dejé mis dedos jugueteando con su clítoris mientras que me levantaba y le daba la alcachofa para que ella me aclarara a mí.

Se acercó sin agacharse. Dirigió el chorro directamente a mi entrepierna y, mirándome a los ojos, comenzó a frotarme el coño para aclararlo. Sus dedos también estimulaban mi clítoris y, casi a la vez, comenzamos a jadear. Volvimos a comernos la boca con fuerza y cogí el bote de gel. Eché un buen chorro sobre nuestras manos y empezamos a sobarnos repartiéndolo por todo el cuerpo. El pecho, la espalda, el culo, las piernas… Nos recorríamos por todos los rincones deslizando las manos con el gel y la espuma mientras que gozábamos sexualmente de esas mismas caricias.

Estábamos las dos disparadas. Nuestras manos se apretaban contra los coños y acariciaban los clítoris en busca del orgasmo. Intercalábamos los besos con los jadeos y los gemidos y, las manos que no estaban en las entrepiernas, acariciaban con pasión el resto del cuerpo. Cualquiera de las dos podría llegar al orgasmo en breve y Carmen fue la primera que empezó a gritar de placer y a correrse.

Me soltó y se echó contra la pared para recuperar el aliento. Mi mano tomó el relevo de la suya y continué estimulándome el clítoris para llegar yo también. Carmen se puso de rodillas y, cogiéndome con fuerza por el culo, hundió su cara contra mi coño para lamerme el clítoris. Apreté su cabeza con mis manos y se me empezaron a doblar las piernas. Por fin, los primeros espasmos de placer dieron paso a un orgasmo que me hizo hasta perder el equilibrio. ¡Pedazo de orgasmo! Mientras lo disfrutaba fui recuperando el aliento. Carmen se puso de pie y me volvió a besar en la boca para, a continuación, dispararme a la cara un chorro de agua y echarse a reír.

Nos enjuagamos el jabón y salimos de la ducha. Me puse mi albornoz y le dejé a Carmen el de Pedro. Salí del baño y me fui a la cocina a rellenar las copas. Me tiré en el sofá, donde ya estaba Carmen con un cigarrito encendido para mí, y nos relajamos durante unos minutos. Acabábamos de darnos nuestro capricho particular pero aún quedaba la sorpresa para Pedro. Así que, tras fumarnos el cigarro, nos pusimos el pijama y nos fuimos a la cocina a preparar la cena. Aun debía quedarnos tiempo después para vestirnos y arreglarnos antes de que Pedro llegara a casa.