El triángulo imperfecto 1
El amor ¿es cosa de dos? Adriana sin querer se involucra en una situación confusa donde puede quedar en el medio
Había llegado a Santiago de Compostela, había salido de Vigo a media mañana, me notificaron que habían dado con el paradero de la partida de nacimiento de mi abuelo. Por fin podía sacarme la ciudadanía.
Realmente no la necesitaba. No ahora, pero sí la había necesitado. Quería hacer todos los tramites, por lo que me iba a quedar hasta el otro día.
Era casi un gusto que me estaba dando, conseguir la nacionalidad por las mías. Había empezado los tramites y si no salía algún inconveniente, al día siguiente podía finalizarlos.
El día estaba feo. No daba para pasear y ya conocía el sitio, por lo que tomé alojamiento en un hotel familiar, y por matar el rato me puse a pensar en cómo habían pasado mis últimos años.
Ya hacía dos años desde que llegué de Nicaragua. Mi vida siempre estuvo comprometida con la política. Mi abuelo cuando emigró se instaló en la parte rural. No era fácil, en ese tiempo estaban los Somoza y el ambiente estaba caldeado. Se metió de lleno en la guerrilla Sandinista, aún sin casarse, reconoció a mi madre cómo su hija. Llegó a conocerla poco, un bombardeo terminó con su vida.
Mi abuela la crio cómo pudo, en esos pueblos se subsistía como se podía, pero era imposible substraerse de ese ambiente de violencia. Acostumbrada a eso, mi madre fue absorbida por el entorno, y aun después de haber terminado la revolución, siguió ocupándose más de la política que de mí.
Con esa genética a cuestas, lo más probable es que yo siguiera sus pasos, y así fue. Estudié el secundario y estuve en los movimientos estudiantiles. Entré en la facultad, pude estudiar y adelantar bastante en informática, pero mi actividad política me llevaba a involucrarme en cuanto lio andaba latente.
Llegó un momento en que no me gustó las actitudes de mi organización, y un poco más, de ser casi abanderada de la causa, pase a ser una traidora.
Mi decepción fue muy grande, gente que consideraba amiga más allá de la política, se convirtieron en enemigos acérrimos.
Mi abuelo había dejado su país buscando nuevos horizontes, yo volvía a ese país buscando lo mismo. Si quería progresar tenía que nacionalizarme.
Y ahí estaba, yo, Adriana Vázquez Sinao, a mis veinticinco años, con mi metro setenta y dos, y un cuerpo que sin sobrarme nada, tenía lo suficiente para atraer a más de un enamoradizo buscando aprovechar mis virtudes.
Cuando llegué, recalé en Vigo. Tuve que salir a buscar trabajo, no tenía esperanza de poder encontrarlo en lo que había estudiado, pero tampoco tenía pretensiones, sin papeles, lo que fuera me iba bien.
Pensé que iba a ser más fácil. Tenía que conseguir la partida de nacimiento de mi abuelo, y eso no era tan sencillo. Había nacido en un pueblo donde en ese tiempo lo registraban en la capilla, el problema es que el pueblo estaba abandonado, y de la capilla, ni noticias. Me aseguraron que iba a aparecer, pero mientras tanto estaba cómo indocumentada.
Buscando trabajo en empresas que se dedicaran a la informática, conseguí trabajo. Para limpiar las oficinas.
Alquilé una habitación de las que había para estudiantes, con la ilusión que cuando me salieran los papeles, por ahí conseguía algo más seguro.
La empresa se dedicaba a hacer animaciones. Tenía un programa que, partiendo de una fotografía, hacía un dibujo con las mismas características y le daba animación, lo utilizaban para propagandas, regalos, fiestas, en fin, para lo que le pagaban. Era algo trabajoso, llevaba tiempo, pero los resultados eran estupendos
Yo entraba a la tarde, a esa hora casi todos los empleados ya se habían ido, a la que siempre encontraba era a Graciela, la jefa de la sección y la creadora (y enamorada) del programa, que seguía dando los últimos retoques.
Era muy amable y me trataba muy bien, no me hacía notar la diferencia por estar fregando pisos. Cuando la veía muy atareada le alcanzaba un café, y me lo agradecía con una sonrisa preciosa.
Era una mujer de cuarenta y más, pero que no los aparentaba, bien cuidada, muy activa y muy tratable.
A veces cuando terminaba con lo mío, ella seguía con su tarea. Le llevaba un café y me quedaba mirando lo que hacía. Me interesaba; mucho para aprender, y mucho para que supiera que algo sabía de eso.
Una tarde, casi noche, me di cuenta que el trabajo la desbordaba, ya nos tuteábamos y me animé a preguntarle.
¿Quieres qué te ayude? – se quedó mirando extrañada
¿Sabes algo de esto?
No cómo tú, pero por lo menos en lo más simple te podía aliviar – creo que me sopesó, se mordió el labio, y aun con duda me indicó
Toma ese ordenador que te voy a pasar una parte, si ves que no puedes, no le des enter – fue la alegría más grande desde que llegué a España.
No es que eso cambiara nada, pero después de tanto tiempo, podía estar en lo mío. Me di cuenta que lo que me pasaba era lo más fácil, pero me esmeré como si la que estuviera programando fuera yo. Al cabo de una hora terminamos con el trabajo, se mostró satisfecha, yo más. Me lo hizo saber.
Gracias, no sabía que te venía bien la informática
Me defiendo, no al nivel tuyo, pero estudie de esto, claro que sin papeles no me sirve de mucho.
- Uhm…a ver si podemos hacer algo. Te invito a cenar y me cuentas algo de tu vida – acepté enseguida, lo que más quería era ganarme su confianza. Me llevó a un restaurant, no lujoso, pero comimos estupendamente. Era tan cálida que no me costó nada a abrirme a ella y de alguna forma fui correspondida. Lo mío no tenía dramatismo, más allá de no haber sentido nunca el cariño de una familia. Estaban ocupados en otra cosa.
Ella había tenido un hijo de jovencita, del cual su pareja se desentendió, dejándola con el pequeño sin ninguna ayuda. Había tenido que luchar, pero no se quejaba, es más, casi que estaba agradecida, porque así su hijo era para ella sola, no tenía que compartirlo con ese desgraciado.
Desde ese día, varias veces me hizo quedar a ayudarle. Me pagaba el tiempo que demoraba y me invitaba a cenar. Ahí nos explayábamos dando a conocer nuestros gustos y me contaba mucho de su vida. Vida que parecía que se reducía a ella y su hijo Carlos.
Era oficial en un barco oceanográfico, por lo que estaba quince días a bordo, y otros tanto en casa. No se cansaba de contarme lo maravilloso que era. Parecía que tenía el complejo de Edipo al revés. La escuchaba y hasta me emocionaba el fervor que ponía; no porque me creyera todo lo que me decía, sino porque notaba la diferencia con mi madre.
Iba todo bien, hasta que dejó de ir. Un día me avisó que no apareciera que había caído migraciones, y aunque no me expulsara iba a tener problemas, que la esperara a las ocho en el restaurant, a ver lo que hacíamos.
La estaba esperando con miedo, cuando la veo llegar con la elegancia que la caracterizaba, pero con una seriedad que no estaba acostumbrada a verla.
Me saludó con dos besos en la mejilla cómo siempre
-Suerte que no fuiste, me parece que alguien te denunció – comentó
Pero ¿quién me pudo denunciar si no tengo problemas con nadie?
No hace falta que los tengas, tú no eres española y hay mucho xenófobo suelto, no sé de qué lado viene, pero también te puede caer donde vives.
Igual, si pierdo el trabajo, si no encuentro otro no voy a tardar mucho en no poder pagar la pensión.
Mira, no vamos a correr riesgos, vamos a buscar tus cosas y te vienes conmigo, ya veremos cómo nos arreglamos en casa.
Graciela ¿pero no es mucho lio para ti? No te quiero meter en problemas.
¡No hay problema que valga! Vamos antes que se haga más noche – fuimos a la pensión, el dueño se sorprendió, pero cuando le explicamos no puso reparos, hasta nos ayudó a cargar lo poco que tenía.
No vivía muy cerca, estaba a la salida de la ciudad, una casa antigua, espaciosa en su sencillez en una parcela bastante amplia. Tres habitaciones grandes de las cuales una la usaba de oficina y quedaba sobrando, una sala dividida recientemente y un hogar que para el invierno debía ser un lujo. No pensaba estar hasta el invierno.
Mira, ahora vas a dormir en la habitación de Carlos, él todavía va a tardar una semana, después ponemos una cama en la mía o en el estudio
Pero Graciela, mira en el lio que te meto, de verdad que me da apuro, que va a decir tu hijo.
Mi hijo no va a decir nada, cuando lo conozcas me vas a decir, como el no hay dos y sé que le vas a agradar.
Bueno, pero igual tengo que conseguir trabajo, aparte que me dejas quedarme aquí, no voy a vivir a tu costa.
No te preocupes que ya pensé algo, tú no puedes ir a trabajar por ahí porque te pillan, y en la empresa, los estoy convenciendo de mandar a hacer algunos trabajos afuera, me los voy a traer cómo para mí porque no puedes aparecer, pero no te preocupes que no te voy a estafar.
Anda, estafar; yo te estoy estafando. Mira en el lio en que te meto – esa y las noches siguientes, dormí en el cuarto del hijo, pero compró una cama que instaló en su habitación, aun así, sobraba lugar.
Lo único que tenía un solo baño, cuando estuviera el hijo tendría que andar con más cuidado.
Me dio un poco de apuro quedarme sola todo el día, me pareció un exceso de confianza hacia mí. No pensaba defraudarla y solamente quería demostrarle que no se había equivocado en confiarse.
Trajo trabajo a casa, y después de algunas indicaciones, aprendí a hacer secuencias completas, y me esmeraba por hacer las labores de la casa, como para que cuando llegara pudiera descansar. Al mediodía almorzaba en el trabajo, llegaba tarde y trataba de tenerle preparada la cena.
Al tercer día, pasé a dormir en la habitación de ella y ahí me quedé.
Ese fin de semana llegaba el famoso Carlos. Graciela estaba exultante, una alegría de adolescente, esperando inquieta. Le había avisado que iba a llegar para la cena y se esmeró en preparar casi un banquete. Yo ayudé lo que pude, hasta que al fin llegó el benjamín de la casa.
Nada más entrar, en un salto, se unió en un abrazo y un beso en los labios, que aun sin abrirlos, daba cuenta de un cariño desmesurado.
Después del morreo, quizá se dio cuenta que estaba yo porque se puso colorada.
-Ven Carlos, esta es Adriana, la chica que te dije – me saludó con dos besos en las mejillas que le correspondí con gusto. Era apuesto y tratable, simpático, me pude dar cuenta que Graciela no había exagerado tanto. A pesar de la especie de adoración que tenía con su madre, no dejaba de tener ciertos detalles conmigo. Me gustó, la verdad que me gustó y mucho. Después de la cena quedamos en tomar un café, me ofrecí para hacerlo yo, y darles tiempo a conversar tranquilos.
Cuando volví con las tazas, estaba Carlos en el sillón y Graciela sentada en sus piernas con la cabeza apoyada en su hombro. No tenía nada de malo, solamente la ambigüedad se la daba el ser madre e hijo.
Hice como que no veía nada de raro y seguimos conversando normalmente. Estuve un rato más y me disculpé con que estaba cansada, para dejarlos conversar sus cosas a solas.
Me fui a la cama pensando si solamente iban a conversar, me extrañó el poder pensarlo sin que me causara ningún tipo de aprensión. Casi me daba envidia ver el amor que se tenían, algo que en mi casa hubiese sido incomprensible.
Me dormí, y no sé a qué hora lo hizo Graciela. A la mañana me desperté y seguía durmiendo. Se debían de haber quedado hasta la madrugada, porque no era de dormir hasta tan tarde.
Me levanté y preparé el desayuno para cuando se despertaran. De Carlos, no sabía las costumbres, pero tanto daba, cuando viniera el desayuno estaba listo
La primera que vino fue Graciela, estaba contenta a rabiar, había disfrutado plenamente los momentos con su hijo, me alegraba, aun sin saber cómo eran esos momentos. Fueran los que fueran, me alegraba por ella.
Nadie podía ser como decía la madre, pero si había alguien parecido, ese era el. Amable, voluntarioso, siempre al tanto de lo que deseara su mamá, y por contagio me daba el mismo tratamiento. Era el hijo perfecto. Era el hombre perfecto.
Esos quince días hicieron impacto en mí. Me gustó y me pareció que le gusté. Estuvimos bastante solos, ya que Graciela estaba todo el día afuera, y en esos momentos me trataba con una amabilidad que me daba a pensar que venía por más, aunque nunca paso la línea.
Para que iba a negarlo; me gustaba y si no fuera por Graciela le hubiese dado más alas. No sabía lo que realmente pasaba entre los dos.
Seguían con la costumbre de besarse en la boca y aunque no fuera un beso de enamorados (por lo menos delante de mí) no dejaba de ser extraño. Cuando estaba en casa, si nos quedábamos a mirar la tele, Graciela siempre se sentaba en sus rodillas. Yo trataba de irme a dormir, no es que me pareciera mal, más bien me daba envidia.
Una mañana lavando la ropa, al agarrar las bragas de Graciela las encontré sucias con semen, eso confirmaba lo que había sospechado.
No me pareció ni bien ni mal, ellos se querían a su manera, no iba a ser yo la que se metiera entre medio. Estaba demasiado agradecida
Pasaron los quince días, se tenía que ir nuevamente y nos quedábamos solas.
Se despidió efusivamente, un buen morreo con la madre y un abrazó para mí.
Quise hablar con Graciela sobre si me buscaba un lugar para vivir ¿podía seguir dándome trabajo? Se puso furiosa; a ver, ¿qué me faltaba? ¿porque ahora que se había acostumbrado, la quería dejar sola nuevamente? Tuve que convencerla que era por no ser una molestia, que estaba durmiendo en la habitación de ella y le quitaba intimidad. A ella eso no le importaba, si era yo la que la necesitaba, pasaba la cama a donde estaba el escritorio que había lugar de sobra, ella podía dormir ahí.
El caso que seguimos como estábamos. Fueron pasando los meses y los viajes de Carlos.
Cada vez se hacía notar más, me invitaba al cine, al mediodía a veces me llevaba a comer, me galanteaba sin disimulo, con respeto, pero sin disimulo. Lo malo, era que mis defensas se estaban cayendo. Me gustaba, y sin tanta exageración como la madre, reconocía sus virtudes; pero por nada del mundo me pondría entre los dos.
Algo tenía que pasar, y pasó. Una tarde apareció con dos entradas para un recital, me pidió que lo acompañara, dentro de dos días se tenía que ir y quería divertirse un poco. A pesar de las ganas que tenía, quería resistirme, pero fue Graciela la que casi me empujó a que fuera, y fui.
El recital era un pandemónium, la verdad que era una locura; empujones; apretones, y hasta alguna mano suelta para el magreo. Carlos casi se pelea y le pedí si nos íbamos antes de llegar a mayores.
-Adriana, no pensé que era así, sino ni te hubiese dicho – se disculpó - ¿te parece si vamos a una disco y pasamos un rato amable? ¿Cuánto hace que no vas a bailar?
- Hace bastante, espero que a donde me lleves sea mejor – tenía ganas de ir. Fuimos a un sitio bastante decente, la música un poco fuerte nos hacía estar pegados si queríamos conversar, después de tomar unas copas, salimos a bailar. Después de unas cuantas canciones movidas, volvimos a sentarnos, estábamos contando algo de nuestros gustos, cuando pusieron los lentos. Me pidió salir a la pista; que iba a hacer, tenía ganas.
Me abrazó y me dejé ir, estaba tan bien con la cabeza apoyada sobre su hombro, parecía que flotaba, sentí sus labios en mi cuello y me estremecí, lo notó y volvió a hacerlo, me estaba seduciendo y no podía hacer nada, buscó mis labios y no me pude resistir, nos unimos en un beso que me llegó a lo más profundo.
- ¿Te parece si nos vamos? – me susurró, pensó que era su tiempo, y en ese momento lo era. No sé porque se le ocurrió ir a casa; en otro sitio quizá hubiese sido diferente. Apenas entramos me abrazó apasionadamente, me sacó la chaqueta y fue hasta mi cuello, el sitio que me desarma.
Me apretó entre sus brazos haciéndome notar su ansiedad, yo estaba más caliente que un horno, pensé donde podíamos hacerlo tranquilos, ¿dónde lo haría con Graciela? Fue cómo un flas, no podía hacer eso, me había prometido no meterme entre los dos, me daba rabia que después de demostrarme tanto cariño, le hiciera eso.
Espera, no podemos, es una falta de respeto y una ingratitud que yo no estoy dispuesta a hacer – se controló, algo que como estaba, era mucho
Perdona si te falte el respeto, no sé de qué ingratitud me hablas, pero te quiero, puedo esperarte, quizá me fui de vueltas, pero es que te quiero demasiado y no me dominé, te amo Adriana.
Ay, calla, esto no puede ser, por favor no insistas – y me fui corriendo a la habitación, entré lo más despacio que pude, no lo suficiente para no despertar a Graciela
Llegaron, que tal la pasaron – me preguntó
¡Uf sí! La pasamos bien, llegó muerta de sueño – me acosté pensando cómo podía arreglar ese desaguisado. Me daba cuenta que quería a Carlos, pero no le podía hacer eso a Graciela, ella adoraba a su hijo, y yo también la adoraba a ella. Me había ayudado, me ofreció su casa, me trato con el cariño que nunca sentí de mi madre, aun ahora, indocumentada me da ese trabajo que me permite hasta ahorrar algo sin tener que arriesgarme a que me detengan, ¿cómo puedo hacerle una cabronada a una persona así? Pasé horas pensando. Como suele suceder, ya se había hecho el día cuando me quedé dormida.
Me desperté tarde, me levanté a la hora del almuerzo, me senté a la mesa tratando de disimular mi disgusto, pero el ambiente no daba para disimular nada. Carlos me miraba con una cara de pena que avinagraba la mía. La madre parecía furiosa, no me decía nada, pero justo ella, que conmigo hablaba hasta por los codos; si no lo hacía, mal andábamos.
Terminamos de comer y cuando quise lavar la vajilla me dijo que la dejara lo iba a hacer ella. No me lo dijo mal, pero noté la tirantez del ambiente. Me fui al escritorio y me puse a adelantar unos trabajos.
Seguramente Graciela o nos vio o nos escuchó, aunque si nos escuchó, podía darse cuenta que yo no había permitido que las cosas se desmadren. A la noche me fui a acostar temprano, ya estaba en la cama, cuando vino a preguntarme
-Carlos mañana se va temprano, ¿te vas a levantar para despedirlo?
- Si claro, cuando te levantes tú despiértame – no me dijo nada más, me quedé sin saber si hacía bien o mal.
Me desperté temprano. Les quise preparar el desayuno a ver si podía suavizar la tensión del día anterior. No suavicé mucho. Carlos con una mirada de angustia y culpa; como si fuera culpable de algo. Graciela con expresión de enfado y pesadumbre, y yo con cara de no saber dónde meterme.
Terminamos de desayunar y nos fuimos hasta la puerta a despedirlo, se abrazaron fuerte, unieron los labios como lo hacían ellos, con la boca cerrada un largo rato, adelante mío se cuidaban, no tenían necesidad.
A mí, me saludo con dos besos en las mejillas, mientras me miraba con cara acongojada. Me dio pena, pero ¿qué iba a hacer?
Cuando nos quedamos solas, noté la humedad en los ojos de Graciela en una mirada de reproche que me calaba muy hondo.
Apenas hablamos antes de irse al trabajo y se fue sin despedirse. Estuve todo el día enfrascada en el programa del que me estaba ocupando, tratando de ocupar la mente en eso, para desocuparla de lo que realmente me preocupaba.
Fue inútil, llegó el momento en que me di cuenta que estaba haciendo las cosas mal. Tenía que ir de frente, seguramente tendría que irme a otro sitio, pero confiaba en hacerle entender a Graciela que nunca tuvo intención de perjudicarla. Tampoco quería echarle la culpa a Carlos, seguro fue cosa del momento y de estar tanto tiempo juntos.
A la noche tenía la cena hecha, nos sentamos en la mesa y quise sacar una conversación sobre el trabajo, algo que estuviera lejos del ámbito personal, las contestaciones eran secas, no tenía ganas de hablar y eso me dolía. Terminó y se retiró a ducharse dejándome sola con mi desasosiego. Sabía que no podría dormir. Espere que saliera del baño y la encare.
-Graciela, por favor, ¿podíamos conversar un momento? – me miró detenidamente.
Tú me dirás de que quieres conversar – le pedí de sentarnos en el sillón
¡Sabes lo que pasó el sábado entre Carlos y yo!
¡Sí lo sé!
Mira, fue algo que no fue a propósito; es que… viste cómo se hace querer, y yo…a mí…se me hizo difícil resistirme, pero nunca quise perjudicarte, créeme, te lo juro, nunca trataría de lastimarte – me miró perpleja
¿Sí? ¿y qué es según tú lo que me lastimaría? – no sabía cómo decirle. Me costaba insinuarle que sabía la relación que tenía con su hijo, más por la actitud ambigua que demostraba.
Graciela, te digo de verdad, no hice nada para enamorarme de Carlos, pero viste como es el, tú lo sabes. Igual, ya le dije que lo nuestro no podía ser y lo mejor es que me vaya de tu casa, ya me la arreglaré.
¿Pero a ver? Si es cierto que estás enamorada ¿cuál es la causa por la que lo de ustedes no puede ser? – ahora la que la miré perpleja era yo.
Es que yo sé lo que se quieren, y por nada del mundo quisiera ser un estorbo en tu vida. Hiciste mucho por mí, no voy a pagarte mal, te quiero demasiado
Adriana no te entiendo, me das a entender que lo quieres, me das a entender que me quieres a mí, y lo que se te ocurre es querer irte de casa. Que mierda de motivo tienes para que tanto cariño lo quieras arreglar de esa manera.
No sabía que decirle, parecía esos novelones que solamente se sostenían por los malos entendidos, pero una cosa es saber que tenía relaciones con su hijo, otra era decírselo directamente. Por más que a mí no me pareciera mal, no sabía cómo seguir la conversación.
Mira, en mi vida… yo…nunca tuve una familia que me quisiese como se quieren ustedes, en casa era cómo un soldadito de plomo, estaba ahí y nada más, ustedes son otra cosa, se aman y lo demuestran, y a mí me parece bien, y por más que yo quiera a tu hijo, nunca haría nada para que dejaran de quererse, por eso, quizá sea mejor que me vaya y se puedan querer tranquilos. Frunció la nariz y me miró intensamente.
¿Y cómo se supone que nos queremos?
Y…no sé…yo no tengo porque meterme, lo que está bien para ustedes, está bien para mí – en ese momento frunció la nariz, la frente y todo lo que podía fruncir
¡Tú! ¡tú piensas que nosotros…tenemos…relaciones raras – a ella también le costaba decirlo directamente, y yo no sabía dónde meterme.
¡No! no que va, yo no pienso ¿cómo voy a pensar eso?
¡Sí, sí, sí! Tú piensas que follamos entre nosotros – no sé si me puse pálida, colorada o verde, si pudiera convertirme en cucaracha, ya me estaría escondiendo en algún rincón.
¡No Graciela! De verdad que no, pero bueno, sé que se quieren mucho y yo a lo mejor molesto – respiro fuerte
Ven para aquí, - me apretó contra su pecho preguntándome - ¿de verdad lo quieres mucho?
¡Y sí! Pero a ti también te quiero mucho, y llegaste primero.
Tienes razón, primero que yo no llegó nadie; tonta, ¿cómo se te metió eso en la cabeza? – no podía preguntarle cómo se metió el semen en sus bragas – dime, ¿si te llegaras a arreglar con Carlos, ya no voy a poder sentarme en sus rodillas ni besarlo como lo beso?
¡Sí! Puedes seguir haciendo todo – en ese momento pensaba que aunque lo negara; todo era todo – tú lo quieres, él te quiere, yo los quiero a los dos pero ya te dije, llegué última y no voy a cambiar tu vida.
Eres un caso, pero yo también te quiero mucho. Cuando vuelva veremos, él también te quiere mucho, más de lo que te imaginas. ¿te molesta que lo bese así? Unió sus labios a los míos, ¡y no! no fue un beso; solamente dos labios que se pegan, no era un beso, pero era mucho más de lo que alguna vez recibí en mi casa.
Los días sucesivos volvieron a la normalidad, nada más que nuevamente volvió a señalarme todas las virtudes de su primogénito. Aunque exageraba un poco, en casi todo estaba de acuerdo, a esa altura no podía negar que estaba enamorada.
La tarde en que iba a llegar me preparé bien elegante. No digo sexi porque estaba mi futura suegra adelante. Creo que algo ya sabía porque llegó sonriente. Saludó a Graciela como siempre, con ese beso que yo quería ver cómo fraterno. Se acercó a mí mirándome a los ojos, me fue a besar las mejillas, pero giré la cara haciendo que se unieran nuestros labios, no llegamos a más, pero bastaba como carta de intenciones.
Cenamos escuchando parte de sus anécdotas, y contestando preguntas de nuestro día a día. Terminamos y les pedí que pasaran a la sala mientras preparaba el café, lo llevé en una bandeja y lo puse en la mesita, Graciela estaba sentada en sus rodillas. No dije nada, me senté en otro sillón y seguí conversando como lo más natural. Es que era lo más natural, siempre lo había recibido así y no iba a cambiar por mí. Como siempre llegó el momento en que, con la excusa del sueño me retiraba. Pero Graciela me paró
- ¡Ay no! porque no le preparas otro café, yo me voy a dormir que hoy tuve un día muy cansador – a pesar de todo lo que habíamos hablado me extrañó el cambio.
Fui a la cocina sabiendo que algo había cambiado, estaba llenando las tazas, cuando lo siento a mi espalda diciéndome al oído.
¿Te molesta que se siente sobre mis piernas? – me di vuelta, estaba casi pegado.
¡No! es tu mamá y tiene derecho, no voy a ser yo quien se ponga en el medio, primero está ella, yo no soy nada.
Adri, no eres nada si no quieres serlo, yo te quiero y me gustaría llegar a algo serio contigo – me quedé mirando cómo se iba acercando a mi boca. Esta vez no pegamos los labios, nos besamos mostrándonos todo el deseo contenido, olvidamos el café y todo fue una fiesta de besos y caricias. Fuimos al sillón, y fui yo la que se sentó sobre sus rodillas. Sentía como sus manos acariciaban mi cuerpo. Quiso pasar a mayores, pero le pedí que por favor no. No era el momento, le di un último beso y me fui a la cama.
Me imaginaba como habría quedado el, porque sabía cómo quedé yo. tenía que asimilar esa situación tan confusa.
El día siguiente fue domingo, nos invitó a almorzar. Nos trató con una amabilidad como si quisiera seducirnos a las dos. Bueno, creo que a la madre siempre la trataba así, pero al estar las dos parecía un jeque con dos esposas.
Terminamos, y pidió tomar el café en casa, mientras lo preparaba puso una caja de bombones en la mesa, abrió una botella de champagne.
- ¿Y eso? Porque va el brindis – preguntó Graciela
-Vamos a brindar por uno de los días más felices para mí – me tomó de la cintura y me atrajo a su lado – mamá te presento a mi novia
¡Qué sorpresa! – sabía que no era ninguna sorpresa, pero para el momento vino bien – cariño los felicito, hacen una pareja maravillosa – me abrazó y me besó en los labios y siguió con Carlos.
Bueno, ahora que se besen los novios – nos pegamos los labios – pero nos regañó – eh…así no, les pedí que se besen, pero de verdad. Y nos besamos tan de verdad que nos tuvo que avisar que paráramos.
Graciela estaba exultante, y yo, en las nubes. Estaba con la gente que más quería y sentía que me querían, pero con unas circunstancias tan confusas, que si no fuera que mis sentimientos adormecían mi razón, me lo pensaba dos veces. Era un encanto como nunca había sentido ¿qué le tenía que dar tantas vueltas?
Como siempre, al otro día Graciela se fue a trabajar, se despidió con un abrazo y un beso como los de ella.
-Me alegro tenerte como nuera, vas a ver que no te vas a arrepentir.
Me puse a trabajar en el ordenador, a media mañana se apareció Carlos
Buen día, ¿no quieres que te ayude?
¿Sabes hacer esto?
¡No! pero a tu lado aprendo a hacer cualquier cosa
Me parece que lo que quieres hacer a mi lado ya lo sabes de sobra. De verdad, déjame adelantar esto, después de comer hablamos. – sabía que no se había acercado para hablar, pero algún nombre tenía que ponerle. Al mediodía me llamó para comer, había preparado la comida, era otra de sus virtudes. Estaba rica, terminamos y me ayudó a lavar los platos.
Ven, vamos a sentarnos un rato en la sala, desde ayer que ni un besito me diste. – pasamos a la sala y tomé mi lugar, fui yo la que se sentó sobre él, empezamos con los besos, pero las manos tenían otro lenguaje, sentía hurgar bajo mi camiseta y como me la iba levantando hasta hacerse de mi seno. Besaba mi cuello haciéndome estremecer, me soltó el sujetador y tiró para arriba haciendo que mis tetas aparecieran por debajo de la ropa, sacó las manos para suplantarlas por la boca. Se hizo dueño de mi pezón arrancándome un gemido de éxtasis, mientras la mano buscaba nuevos horizontes. Tampoco los buscaba lejos, ahí entre mis piernas le quedaba bien. Se tuvo que dar cuenta que humedad no faltaba, porque incursionó por debajo de las bragas hasta llegar a mi pepita.
Era educado, era el momento para decirle que parara ahí, todavía no éramos nada y sabía que iba a parar. Era el momento para decirle que si no paraba se iba a terminar el noviazgo, o para decirle que si paraba se olvidara de mí. No tuve que decirle nada porque no paro, Eso sí, no quiso que me desnudara; me desnudo el, me llevó a su habitación y me acostó, no sé cuándo se desnudó el, pero cuando se subió arriba mío ya estaba en pelota. Me recorrió el cuerpo a besos, se ve que mi cuerpo es como un embudo porque tanto si empezaba de mi boca como de mis pies, siempre terminaba en mi vulva, y ahí hizo campamento. Que bien manejaba la lengua, podía convencer a cualquiera, por lo menos a mí me convenció ¡y como! Las incursiones que hizo en mi raja me produjeron un orgasmo que ni el big bang, “por esto solo, vale la pena vivir” pensaba, me estaba reponiendo, cuando siento que, si antes había sido el big bang, ahora debía ser el famoso agujero negro, algo entraba y daba ganas de absorberlo para que entrara más.
Desde la universidad en Nicaragua, no había vuelto a tener relaciones. Allí más que por enamoramiento, era para reafirmar nuestro derecho como mujeres a tener sexo a la par de los hombres, cosa de estudiantes. No digo que la pasara mal, pero nunca sentí que me estaba involucrando en algo que tuviera que ver con mis sentimientos. Era eso y ahí se terminaba.
Tampoco sabía si con Carlos iba a durar, pero sabía que no estábamos follando solamente. Nos estábamos amando.
Pasamos la tarde entre arrumacos y repeticiones. Me sentía tan bien a su lado que no quería que el tiempo pasara; pero el tiempo pasó.
A la tarde, ya arreglados esperamos a Graciela. Cuando llegó nos observó con una mirada inquisidora. No sé qué habrá visto que una sonrisa se dibujó en su boca. Fue a mirar mi trabajo, no había hecho mucho.
-Uhm…parece que te está costando mucho este desarrollo.
¡No! es que me entretuve conversando con Carlos – volvió a sonreírse
Es bueno que conversen, así la gente se entiende, y parece que se entendieron bien – me puse colorada pero no le contesté.
Los próximos días nos preparamos mejor. Me tomaba mi tiempo para el trabajo, a pesar que cobraba por lo que hacía, no quería abandonarme a mi gusto. Carlos hacía la comida, comíamos apurados para tener tiempo de acostarnos a una siesta, donde nunca pudimos dormir.
Esos quince días fueron de locura. Solamente por respeto no pasábamos la noche juntos. No es que nos estuviéramos ocultando, pero era como si tuviéramos que demostrarle algo más a Graciela para blanquear nuestra relación. Por mi parte, aun sentía esa duda, pero fuera lo que fuera, no pensaba hacer nada para que cambiara. Me conformaba con el cariño que me ofrecían.
El día que se fue, primero besó a la madre y luego a mí con un largo beso que me lleno de nostalgia. Quedamos las dos entristecidas pero felices.
Esa quincena hablamos mucho de nuestro futuro. Tenía un móvil satelital, cuando me lo prestaba podía hablar con Carlos, pero no quería abusar.
Cuatro días antes que volviera, una mañana se quedó en casa, me dijo que le tenían que traer un encargue. Me pidió que fuera al súper a hacer la compra, cuando volví, parece que el encargo ya le había llegado, no me dijo que era y yo no quise preguntar.
Estábamos las dos ansiosas, la tarde que llegó lo estábamos esperando. Cómo siempre besó primero a la madre y después me comió la boca a mí.
-Vete a guardar la maleta y ven a cenar – entró en su cuarto y salió enseguida
Mamá ¿Y esta cama de dónde salió?
Qué importa ¿te gusta?; Mira Adriana si te gusta a ti también porque en mi habitación no te quiero más – entré a mirar y una cama de dos plazas ocupaba el lugar de la anterior. No pude menos que mostrar mi alegría.
Que te coste, que me vengo aquí porque tú me echas.
Pues sí; te echo, a ver si dejan de hacer de día lo que pueden hacer de noche.
Después de eso ya podíamos decir que éramos una pareja formal, pero Graciela nos impulsó a casarnos, así arreglaba mi residencia aun sin tener los papeles. No me gustaba hacerlo de esa manera, pero tampoco me podía arriesgar a que me pillaran, total a la larga me los tenían que dar.
Y nos casamos. Graciela hizo una animación de nuestro casamiento que quedó fabuloso. Era un recuerdo imperdible, estuvimos diez días de luna de miel, donde dimos riendas a nuestro deseo.
Pasábamos quince días de sequía, pero cuando llegaba, la cama sufría de trabajos forzados. Nunca en mi vida pensé que alguien me pudiera excitar de esa manera, pero era así. La Adriana revoltosa y algo asexuada de la universidad había quedado allá.
Tenía sus inconvenientes, cuando Carlos no estaba notaba la falta. Me había traído un móvil satelital como el que tenía mi suegra, por lo que podía conversar las horas en que no estaba ocupado.
Con Graciela nos llevábamos muy bien. no me cansaba de agradecerle todo lo bueno que había influido en mi vida. Si había una persona que quería con toda mi alma, aparte de Carlos, era ella. A pesar de la sospecha que me había quedado, aunque fuera cierto, lo admitiría. Es lo que una vez me dijo, primero que ella no llegó nadie, vivió para su hijo, y si se lo tenía que retribuir de esa manera, felices de ellos.
El verano era caluroso, atrás de la casa teníamos una pequeña pileta de plástico en un patio tapado a miradas indiscretas. En los momentos de sofoco solía tirarme en una colchoneta que según donde la pusiera, podía tomar sol, o disfrutar de la sombra.
Una tarde que me acosté a tomar un poco de sol, dio la casualidad que me llamó Carlos.
-Hola cariño, ¿qué estás haciendo?
Tomando sol y acordándome de ti, me gustaría que estuvieras aquí
No me digas que estás desnuda, no sabes cómo me pones.
Estoy con el bikini, pero si te pone que esté desnuda, piénsame de esa manera.
Y porque en vez de pensarte, te sacas una foto y me la mandas
Carlos, mira si se cuela a las redes, ¿para que la quieres?
No tengas miedo, la uso y la borro.
¿Cómo que la usas? ¿en qué quieres usar una foto mía desnuda?
Mi amor, en hacerme una puñeta, no sabes las ganas que tengo de estar a tu lado comiéndote a besos.
Uhm…bueno, te la mando, pero no exageres que quiero que llegues con ganas, que no te creas que no tengo ganas de masturbarme yo también.
¿Y por qué no te masturbas y me mandas el video?
Me estás haciendo calentar mucho, pero ¿mira si lo ve alguien?
No tengas miedo, cuando terminamos lo destruimos, total eso lo podemos volver a hacer cuando se nos dé la gana. – me daba aprensión, pero el morbo me estaba matando. Me desnudé y le mandé unas fotos, pero me pidió que le mandara el video mientras me masturbaba. Yo ya estaba que no podía más, de la calentura, puse el móvil en voz alta, para aparte de verme que me escuchara. Nunca pensé que una paja pudiera ser tan placentera. Me lo imaginaba mirando el video, dándole a la polla con la misma intensidad con la que yo trataba mi almeja, y llegaba a levitar. Fue un orgasmo que poco tuvo que envidiarle a una follada en vivo y en directo, él también me dijo que se corrió abundantemente, quedamos en eliminar el video después de que lo viera una vez más. yo también quería verlo con más detenimiento.
Quedé con las piernas chorreadas, me di una buena ducha y pasé a mi cuarto a vestirme, cuando salí del baño casi me choqué con Graciela, pegué un grito
-Huy, perdona, no te escuché cuando entraste ¿hace mucho que viniste?
Recién, cuando te estabas duchando, y no veo que te tengo que perdonar.
Tampoco no es cuestión de andar desnuda si no estoy sola. – quedamos en que no era nada, pero me extrañó no haber escuchado el ruido de la puerta, desde atrás podía ser, pero de adentro de la casa, era raro. Me daba vergüenza que me hubiese visto masturbándome, pero ya no había que hacerle.
Después de ese día, hubo un cambio, muy sutil al principio, pero que se iba convirtiendo en agresivo. Ya no me saludaba con su famoso beso en los labios; de a poco se fue distanciando más; siempre estaba cansada si de quedar a hablar conmigo se trataba; me miraba de una manera que no podía descifrar. Cuando llegó Carlos, primero no quise preocuparlo, delante del se portaba diferente, pero aun así se llegó a dar cuenta.
Se me ocurrió que la causa podía ser que no le diera lugar a estar solos. Me volvió a la cabeza, que realmente pudo haber habido algo entre ellos, algo que no iban a reconocer. Los quería demasiado para no entenderlos, siempre juntos, viviendo el uno para el otro, queriéndose como se querían, casi me parecía hasta lógico. No eran como mi familia, si se le podía llamar familia, a la mía. Ellos se querían de verdad.
Había llegado última, y no con ánimo de destruir lo que hubiera entre ellos, sabía que Carlos me amaba, pero por eso no iba a dejar de amar a su madre, ¿de qué manera? Eso lo sabían desde antes de llegar yo a sus vidas.
El sábado siguiente aproveché que estaba la feria del libro, para decirle que me iba a pasar toda la tarde en la feria. Que aprovecharan para conversar entre ellos como hacían antes de llegar yo.
Quería darles su espacio. Con otra mujer me matarían los celos. Con Graciela no, era un asunto íntimo que había que solucionar en familia.
Antes de volver, llamé preguntando si necesitaban algo, por el solo hecho de no pillarlos infraganti, quedé de llevar unos bocadillos para no tener que hacer la cena.
Llegué queriendo demostrar que todo era natural, que no encontraba nada que me hiciera sospechar lo que había pasado. Lo malo, es que no encontré nada para alimentar mis sospechas. Fui hasta el lavadero para ver en el cesto de la ropa; no había bragas ni con semen ni sin semen. ¿Serán tan cuidadosos?
Si había pasado algo o no, solamente ellos lo sabían, el caso que mi suegra siguió igual. Cuando estaba Carlos disimulaba, pero al quedar solas no ahorraba sus malos modos.
Seguía trabajando en las animaciones en casa. me hacía los encargos con profesionalidad, pero a años luz del trato que teníamos antes.
Me tenía preocupada y me dolía. Mi familia era así, pero aquí había encontrado cariño, alguien que me daba ganas de vivir la vida juntos.
Sabía que Carlos era incondicional, pero si Graciela se ponía en esa tesitura, también iba a sufrir el. No me importaba lo que pudieran hacer entre ellos, me importaba que lo hicieran por amor, los entendía.
Una tarde, ya casi noche, había quedado en traerme la tarea de la semana, estaba en su habitación donde había instalado su ordenador, cuando llaman por teléfono, avisando que habían entrado a robar en la empresa. Salió a todo gas. Tenían varios proyectos interesantes, con muchas horas de trabajo y querían chequear, si lo que faltaba era solo dinero o algo más importante.
Estaba aburrida, se me ocurrió buscar la tarea que me tenía preparada. Entré en su habitación, el sitio donde dormí a lo primero.
El ordenador estaba prendido. Podía apagarlo, pero se me dio por ver en qué proyecto estaba trabajando, seguramente después me lo pasaría a mí para que lo terminara de animar. Me quedé sorprendida, en la pantalla aparecía una mujer desnuda (no eran esos el tipo de trabajo que solíamos hacer) acostada en una colchoneta. Era el típico dibujo traspasado de una fotografía, estaba como tomada de cierta distancia, tenía su belleza. Una mujer acariciándose la vagina, abandonada al placer que se estaba dando, me resultaba familiar, el zoom atrajo la figura pudiendo verse con más claridad, me quedé petrificada, esa mujer era yo, los rasgos del dibujo no dejaban la menor duda. Me dio ganas de llorar, ¿Por qué me hacía eso? ¿y qué iba hacer con eso? ¿serían celos? No me importaba compartirlo a Carlos, pero fue ella la que más se interesó porque nos casáramos, no la entendía.
No quise mirarlo completo, no ahí que podía llegar en cualquier momento. Tomé un pendrive y lo grabé para mirarlo cuando no me pudiera interrumpir. Dejé el ordenador en suspensión, que no se notara que alguien había andado, y salí sin mover nada más.
Estaba furiosa y lastimada, no sabía que tramaba, pero no tenía derecho a meterse en mi intimidad ¿qué le había hecho yo para que ahora me odiara?
Llegó como a las dos horas, no hice mucho para disimular mi enojo, pero ya hacía rato que había renunciado a querer ser simpática.
Le pregunté qué había pasado, ella tampoco quiso disimular y me contestó en el mismo tono, habían robado la caja chica, pero no tenía importancia.
Había cenado antes que volviera, así que me acosté. No es que pudiera dormir porque el veneno lo llevaba por dentro. Quería ver todo el video para saber a lo que había llegado, pero lo dejaba para el otro día cuando estuviera sola. A pesar de todo no quería que se armara un follón.
A la mañana antes de irse le pedí que me dejara la tarea.
-Estaba en mi habitación, podías haberla pasado a buscar.
Es tu habitación, no la mía, no tengo porque meterme
Estuviste bastante tiempo metiéndote, no sé qué te asusta
Si me metía es porque me invitaste, no es el caso ahora.
Perdona que no te mandé la invitación – me contestó con ironía, me callé la boca porque íbamos a terminar mal, y a pesar que no la entendía, todavía me sobraban motivos para quererla.
Me dejó las cosas y se fue. Esperé un rato por si se había olvidado algo y puse el video; le di pantalla completa. No me quedaba dudas que era yo, pero aparte le veía algo familiar, parecía el fondo de casa, busqué en el móvil el video que le había pedido a Carlos que borrara (yo no lo había borrado) y sobre ese lo había sacado, ¿Cuándo y cómo pudo entrar en mi móvil? eso era un delito, o a lo mejor Carlos no lo había borrado.
Estuve comparando y no, no era de ese video, tenía otro enfoque, por la posición tuvo que ser desde adentro de casa. Entonces ese día no llegó cuando me estaba duchando, llegó antes cuando estaba en plena tarea, la expresión de lujuria de mi cara, era una copia de mi móvil, pero abarcaba todo mi cuerpo que en mi video no lo podía visionar por la cercanía. Seguí mirando, hasta ese momento era todo lo que había pasado, era todo dibujado, pero no había cambiado nada con la animación. Me acordaba que estaba llegando al momento culminante, cuando aparece en la escena una mujer aproximándose a dónde estaba yo, se la veía de espalda y de ahí en más, era todo animación.
Lo que tenía ese programa de bueno, que se preparaba leyendo el libreto para después darle sonido, por lo tanto, los movimientos de los labios, tenían que coincidir con los textos, era fácil leerlos.
Se notaba claramente que yo decía “al fin llegaste amor” la otra no se sabía lo que decía porque se la veía desde atrás, se acostó arriba mío (o bueno, sobre el dibujo) y empezó a besarme apasionadamente, la boca, el cuello, las orejas, en fin, todo le venía bien. tenía que reconocer la calidad de la animación, a pesar de la cara de vicio que me ponía, la belleza de la producción me erizaba la piel.
Me dibujaba cómo una lesbiana y no sé para qué, pero me daba la idea que si en vez de ser un dibujo, estuviera ahí no lo lamentaría mucho. ¡Mi dios! ¡qué expresión! Era una obra de arte. Cuando baja besando mi cuerpo hasta llegar a mi vulva, abro las piernas para hacerle lugar y veo como mete la cabeza entre ellas, moviéndola con un frenesí que mirándola me da envidia. Se ve cómo levanto la pelvis ofreciéndola a su boca, la sujeto de los cabellos y la aprieto bien contra mi almeja, y en ese momento llego al orgasmo.
No me puedo creer la belleza de mi cara, si hay una forma sublime de plasmar la imagen del placer, ¡esa era la imagen!
Casi me corro nada más que por mirarla.
Puf…la chica que me está comiendo el coño, aunque más no sea por mirar mi cara podía darse por satisfecha (aunque no estaba mirando mi cara) me quedo quieta, casi desfalleciendo, cuando la hermosa que me hizo apasionar tanto, toma el camino inverso, vuelve a trepar por mi cuerpo besándolo, tomando un descanso sobre mis senos, algo que pareciera que me da un placer que duele, y sigue hasta hacerse dueña de mis labios, me vuelve a besar la boca, las orejas, el cuello y se deja caer de costado y puedo leer en sus labios, ¡Adriana te amo! Son los labios de mi suegra.
¿Qué podra hacer Adriana ante esa revelación? ¿esperar una valoración? Tal vez un comentario, un correo es señal que existe