El triángulo (2: el novio de mi hija)

Estefania descubre que su amante de la noche anterior es el novio de su hija, ella quiere resistirse a él pero el recuerdo de aquel maravilloso momento vivido le hace volver a caer en la tentación.

EL TRIANGULO (CAP. 2: EL NOVIO DE MI HIJA).

Me pasé media noche pensando en aquel chico y la otra media soñando con él. Me había dado el mejor orgasmo de toda mi vida, y eso es algo que una mujer de 45 años difícilmente puede olvidar. No sabía si volvería a verlo y tampoco estaba segura de querer hacerlo, a fin de cuentas, tenía novia, una chica joven y guapa, y mucho más apetecible que yo, seguro. Probablemente para él sólo fui un momento de debilidad.

Inmersa en esos pensamientos me levanté, me duché y empecé a preparar la comida, ya que mi hija había decidido invitar a comer a su novio para que lo conociera.

  • ¡Buenos días, mamá! – Me saludó mi hija al entrar en la cocina.

  • ¡Bueno días!

  • ¿Cómo fue la noche? – Me preguntó.

  • Bien, bastante bien – le respondí – nos divertimos mucho.

  • ¿Y ligaste? – Me preguntó curiosa.

  • No – le contesté escuetamente, mintiéndole.

  • Bueno, voy a desayunar y luego me iré a buscar a Juan, porque seguro que aún está durmiendo después de la despedida de anoche.

Ángela desayunó, se vistió y se marchó a buscar a su novio, momento que aproveché para vestirme y arreglarme, quería estar presentable ante mi futuro yerno. Me puse una ligera blusa y una falda de tubo que me llegaba por encima de las rodillas.

Mientras les esperaba puse la mesa, y terminé de preparar la comida. Hacía las dos sonó el timbre.

  • ¡Voy! – Dije dando por sentado que serían ellos.

Abrí la puerta y entonces al verle me quedé atónita, mi yerno era el chico con el que me había acostado la noche anterior.

  • ¿Pasa algo mamá? – me preguntó mi hija.

  • No, nada, es que su cara me resulta conocida – mentí.

  • Bueno, este es Juan, esta es mi madre – nos presentó.

Le tendí mi mano temblorosa a Juan y le di un beso en cada mejilla. Seguidamente les hice pasar al salón. Estaba más nerviosa de lo que jamás en mi vida hubiera estado y a la vez estaba feliz por haberle reencontrado cuando pensaba que no volvería a verlo en mi vida.

  • ¿Queréis tomar algo? – les pregunté.

  • No, gracias – respondió él con amabilidad pero mirándome con deseo. Su mirada me hizo temblar y mi sexo se humedeció recordando lo sucedido la noche anterior.

Tras eso nos sentamos a la mesa y empezamos a comer. Cada vez que mi hija estaba distraída en el plato, Juan me miraba como esperando que le diera una respuesta. Yo trataba de pasar de él, hasta que llegó el postre y me levanté para retirar los platos. Mi hija también hizo ademán de levantarse, pero Juan la detuvo diciéndole:

  • Ya lo haré yo.

Así cogió su plato y alguna cosa más y me acompañó hasta la cocina. Dejamos los platos sobre el mármol y sin mediar palabra, Juan me estrechó entre sus brazos y me besó apasionadamente. Al separarnos se disculpó:

  • Lo siento. Pero anoche tuve la mejor experiencia sexual de mi vida y no he podido dejar de pensar en ti – me confesó.

  • Yo tampoco he podido olvidarte.

  • ¡¿Viene ya ese postre?! – Gritó mi hija desde la mesa devolviéndonos a la realidad.

Cogí el postre, un pequeño pastel de chocolate, de la nevera. Le di los platos y las cucharas a Juan y volvimos a la mesa.

Con una enorme tensión entre él y yo que nos obligaba a estar callados, escuchando todo lo que decía mi hija, comimos el pastel. Seguidamente tomamos el café y al terminar tanto mi hija como Juan me ayudaron a quitar la mesa. Tras eso, habían decidido ir al cine y antes de marchar mi hija decidió ir al baño, momento que Juan y yo aprovechamos para hablar.

  • Tenemos que hablar – le sugerí.

  • Sí. ¿Qué te parece esta noche, cuando Ángela esté en la despedida de soltera?

  • Vale. En el bar de abajo. ¿Te parece? – le dije. Prefería que fuera en un lugar público y neutral para no volver a caer en la tentación. Sabía que si nos quedábamos a solas ambos repetiríamos lo sucedido la noche anterior.

  • Vale. A las diez, entonces – aceptó.

  • A las diez.

Se marcharon y me quedé sola pensando. Me sentía muy mal al haber descubierto que el chico con el que me había enrollado la noche anterior era el novio de mi hija, sobre todo porque lo último que quería hacer en mi vida era hacerle daño a mi hija. Estaba dispuesta a decirle a Juan que no volveríamos a vernos nunca más a solas y que lo mejor era olvidar lo sucedido la noche anterior, aunque para ambos hubiera sido algo especial y diferente.

A las nueve decidí tomarme una ducha antes de vestirme para bajar al bar. Tras la ducha, empecé a vestirme y me había puesto sólo el sujetador y las braguitas cuando sonó el timbre. Me puse la bata y salí a abrir. Antes de hacerlo miré por la mirilla y ví a Juan. Durante unos segundos pensé en no abrirle porque sabía perfectamente lo que iba a pasar, y que precisamente había subido, en lugar de esperarme en el bar, para eso, porque él quería que pasara. Finalmente venciendo mi sentido común y dejándome llevar por mi instinto, abrí la puerta.

  • ¿Qué haces aquí? – Le pregunté a mi yerno, nada más abrir.

Él sin mediar palabra, se abalanzó sobre mí, me empujó contra la pared y me besó introduciendo su lengua para buscar la mía. Yo traté de deshacerme de su abrazo, y cuando lo logré salí corriendo hacía el comedor diciéndole:

  • No, esto no puede ser... mi hija...

Enseguida me atrapó contra el respaldo del sofá, que quedó frente a mí, y me abrazó con fuerza. Empezó a besarme en el cuello mientras yo seguía suplicándole:

  • Por favor, Juan. Mi hija es tu novia y esto no está bien.

  • Olvidémonos de Ángela, por favor, ahora sólo estamos tú y yo – me dijo, haciéndome girar hacía él y volviendo a besarme.

Cada vez me resultaba más difícil resistirme a él. Sentí su cuerpo pegado al mío y su sexo creciendo entre sus piernas.

  • Juan, esto no puede ser.

Sus manos recorrieron mi cuerpo y cuando me apretó con fuerza contra él y sentí sus labios sobre mi cuello, dejé de resistirme. Sus manos apartaron la bata y acarició mi culo suavemente. Luego ascendió con sus manos hasta mis senos y los masajeó por encima del sujetador.

De nuevo intenté zafarme de él y huir hacía la habitación, pero me cogió de nuevo, empujándome contra la pared, quedando el uno frente al otro. Me besó apasionadamente, quería seguir resistiéndome, pero no podía, sobre todo cuando su mano se adentró entre mis bragas y acarició mi clítoris con suavidad. Me sentía húmeda y ansiosa por volver a sentirle, así que me dejé llevar una vez más por los sentimientos y sensaciones que me producía aquel hombre. Sabía que aquello no estaba bien, pero el deseo y era más fuerte que cualquier otra cosa y saber que él también sentía aquel fuerte deseo me empujaba a seguir a mi corazón más que a mi mente.

Con sus besos descendió hasta mi cuello y lo lamió y mordisqueó haciéndome estremecer, mientras sus dedos seguían hurgando entre mis piernas. Empecé a gemir y respirar excitadamente. Y él cogió una de mis piernas situándola sobre su cadera. Oí como se bajaba la cremallera del pantalón y enseguida sentí como apartaba la tela de mis bragas y ponía su sexo erecto a la entrada de mi húmeda vulva.

  • ¿Quieres que te folle, verdad? Lo estás deseando tanto como yo, confiésalo. Sé que me deseas – me dijo.

  • Sí, lo deseo – acepté. Y de un solo empujón me penetró hasta lo más profundo.

Juan empujó con fuerza varias veces, haciéndome estremecer y sentir como su sexo surcaba el mio. Sus labios mordisqueaban ahora el lóbulo de mi oreja y sus manos apretaban mi culo con esmero. Yo estaba a mil, deseando más y más.

Ambos gemíamos excitados, hasta que Juan sacó su miembro de mí, me cogió en brazos y me llevó hasta la habitación. Me tumbó sobre la cama y en un arranque de cordura le dije nuevamente:

  • No, Juan, no puede ser.

  • Déjate llevar – me suplicó, quitándome la bata.

Resistirme a sus besos y caricias me era casi imposible, y como él me había aconsejado, me dejé llevar olvidando todo lo que nos rodeaba. Aquel momento era sólo para nosotros, nadie más existía, sólo él y yo y aquel amor que veía dibujado en el fondo de sus oscuros ojos. Así que dejé que me desabrochara el sujetador y me quitara las bragas dejando mi cuerpo desnudo. Él también se desnudó y seguimos besándonos sobre la cama. Acarició todo mi cuerpo, mientras yo también acariciaba el suyo. Mi mano rozó su sexo e instintivamente empecé a masajearlo. Lo deseaba con toda mi alma y él se dio cuenta enseguida, al mirarme a los ojos. Se puso de rodillas a la altura de mi cara y me apuntó con su sexo en la boca. Cogí el miembro con una mano y acerqué mis labios empezando a lamer el glande. Luego seguí introduciéndomelo en la boca y chupeteándolo. Traté de tragármelo hasta la mitad, saboreándolo como el más rico manjar. Juan gemía mientras me observaba. Cada vez estaba más excitado y su sexo se hinchaba más y más, hasta que me pidió que lo dejara.

Se acostó junto a mí entonces y me hizo girar de espaldas a él. Besó mi hombro y acarició mi culo con sutileza, pasó su dedo índice por entre mis nalgas y me susurró al oído:

  • Me encanta tu culo, es tan hermoso ¿Te lo han follado alguna vez alguien?

  • Mi marido lo hizo varias veces, pero después de él nadie ha vuelto a hacerlo - le confesé.

  • Quiero follártelo – declaró él.

La verdad era que a mi también me apetecía que lo hiciera, porque las pocas veces que había practicado el sexo anal habían sido muy placenteras y deseaba mucho repetir aquel placer y compartirlo con él. Me parecía la culminación perfecta del amor y la confianza entre dos personas.

  • Vale. Pero ponte un condón – le aconsejé – y ten cuidado.

Me besó en el hombre y añadió:

  • Te quiero.

Era la primera vez que me lo decía y eso me emocionó, sobre todo porque noté que su tono era sincero.

Juan se puso un condón, luego empezó a masajear mi ano muy suavemente con un dedo, pasándolo por toda la raja de arriba abajo. De vez en cuando intentaba penetrarme con él, hasta que tras un buen masaje lo consiguió. Empezó a moverlo dentro y fuera de mí y excitándome como hacía mucho tiempo que no me excitaba. Tras un rato introdujo otro dedo, al que mi ano enseguida se acostumbró. Empecé a moverme excitada, jadeando y deseando más. Así que Juan me hizo poner en cuatro y con su verga erecta siguió sobando mi agujero trasero. Estuvo un rato manipulándolo para que me relajara, hasta que le pareció que ya era el momento y empezó a penetrarme despacio. Poco a poco fue introduciendo su instrumento en mi ano y cuando por fin me sentí llena, comenzó a moverse, primero despacio y luego acelerando sus movimientos. En pocos minutos su sexo martilleaba contra mí una y otra vez y sus huevos chocaban contra mis labios vaginales. El placer que me hacía sentir fue aumentando gradualmente hasta que empecé a correrme contrayendo los músculos de mi ano y apretando su verga. Gracias a él sentí un éxtasis que hacía tiempo no sentía. Juan siguió arremetiendo con fuerza, sujetándome por las caderas hasta que finalmente también se corrió, cayendo sobre mi espalda y abrazándome con fuerza. Tras eso nos quedamos tumbados, abrazados. Descansamos unos segundos, tras lo cual le dije a Juan.

  • Tenemos que tomar una decisión. No pienso seguir engañando a mi hija.

  • Tienes razón, pero no sé... – Me dijo indeciso – no será fácil decírselo a Ángela.

  • Mira lo mejor será que dejemos de vernos por un tiempo, por lo menos a solas, y te tomas ese tiempo para decidir como se lo dirás y cuando. ¿Te parece?

  • Sí, será lo mejor – aceptó finalmente.

Tras esa pequeña conversación decidí levantarme y le dije:

  • Pues entonces es mejor que te vayas ya.

Él me miró entre incrédulo y sorprendido, a lo que yo añadí:

  • Venga, quiero que te vayas ya, es lo mejor. Mi hija podría volver en cualquier momento.

Sin decir nada más se levantó y empezó a vestirse. Luego le acompañé hasta la puerta y sin ni siquiera darle un beso, ni dejar que él me lo diera, me despedí de él.

Durante toda la semana no nos vimos ni una vez. Pero el viernes por la tarde mi hija me preguntó si dejaba que Juan se quedara a dormir la noche del sábado, después de la boda de sus amigos. Evidentemente, acepté. Más por el ansia de ver a Juan que por sentido común y durante aquella noche estuve muy nerviosa esperando que llegarán. Cuando le oí pensé que ya podía dormir tranquila.

Empezaba a conciliar el sueño cuando sentí que alguien se metía en mi cama. Al principio, puesto que estaba un poco desorientada por el sueño, me asusté, pero luego oí su voz preguntándome:

  • ¿Estás despierta?

  • Sí – respondí- pero... no deberías estar aquí – le dije girándome hacía él. Accidentalmente mi mano fue a parar sobre su sexo desnudo – mi hija puede oírnos.

  • Ya debe estar dormida, estaba muy cansada. Además, trataremos de no hacer ruido – apostilló – Tengo algo que decirte...

  • ¿Qué? – Le pregunté.

  • Mañana le diré a Ángela que lo dejamos y que me he enamorado de ti – me dijo. Al oír aquello me alegré, pero a la vez recobré la cordura por unos segundos y le aconsejé:

  • Es mejor que de momento mantengamos nuestra relación en secreto. Mi hija no puede saber nada, la iré preparando poco a poco, ya que no será agradable para ella saber que su novio tiene una relación con su madre.

  • Tienes razón.

Tras eso me rodeó con sus brazos y me besó apasionadamente. Nuevamente no pude resistirme, llevaba días deseando aquello, así que, me dejé llevar y correspondí a sus besos y caricias, aún sabiendo que mi hija estaba en la habitación del al lado y podía oírnos. O quizás era esa situación de peligro lo que me excitaba y me llevaba a seguir adelante en lugar de rechazarle, como me pedía mi mente que hiciera. Poco a poco fuimos excitándonos. Sus manos recorrieron mi cuerpo y me despojaron del sujetador y las bragas con las que dormía (ya que hacía bastante calor), mientras las mías también le acariciaban.

Empezó a besarme en el cuello y fue descendiendo poco a poco hasta mis senos. Los sobó y acarició suavemente y seguidamente se dedicó a mordisquearlos, besarlos y chupetearlos, logrando que me pusiera a cien, y haciéndome sentir como mi sexo se convertía en una charca de jugos. Siguió descendiendo, lamiendo la piel de mi vientre y llegando a mi sexo. Me abrió de piernas y sentí su lengua rebuscando entre los pliegues de mi vulva. Empecé a retorcerme de gusto y a gemir, aunque trataba de no hacerlo muy alto. Juan movía su lengua muy hábilmente de mi clítoris a mis labios vaginales, introduciéndose entre ellos de vez en cuando. Estaba a punto de correrme cuando se detuvo. Se puso a mi lado y me besó.

Entonces fui yo quien desapareció bajo las sábanas, cogí su verga erecta entre mis manos y empecé a lamerla, chupeteé su glande y masajeé sus huevos, mientras seguía chupeteando su verga y me la introducía en la boca casi hasta la mitad. Me la saqué de la boca y volví al lamer el tronco hasta llegar a los huevos. Lamí uno y me lo introduje en la boca, lo chupeteé y repetí la operación con el otro. Volví a ascender por el tronco y a introducirme la verga que saboreé y chupeteé un poco más. Juan gemía excitado y acariciaba mi pelo. Cuando noté que estaba a punto de correrse, salí de debajo de las sábanas y me puse sobre él, guié su pene hasta la húmeda entrada de mi sexo y me la clavé hasta el fondo. Ambos suspiramos al sentirnos unidos el uno al otro.

En ese momento me pareció oír un ruido en el pasillo junto a la puerta de la habitación, pero no le hicimos mucho caso, ambos estabamos muy ocupados sintiendo aquel deseo quemando nuestra piel...

Cabalgué a mi amante una y otra vez, sin cesar, mientras él acariciaba mis senos y los pellizcaba. Yo subía y bajaba sobre él sintiendo como me llenaba con su verga. De vez en cuando nuestros labios se encontrabas y nos besábamos. Juan se incorporó un poco y me abrazó y me susurró al oído:

  • Te quiero.

  • Yo también te quiero – le respondí.

Aquellas palabras me sonaron a música celestial.

Nos miramos con ternura, pero en sus ojos había algo más, había deseo y picardía, por eso con una sonrisa canalla me suplicó:

  • Anda, ponte de espaldas a mí, quiero verte el culito mientras te follo.

  • Esta bien – acepté obedeciéndole.

Me puse de espaldas a él, volví a clavarme su erecta verga y seguí cabalgándole ligeramente inclinada hacía adelante para que él pudiera disfrutar del panorama. Así mientras yo subía y bajaba sobre aquel instrumento de placer, él acariciaba mis nalgas e intentaba introducir un dedo entre ellas, lo que me puso a mil.

  • Me voy a correr – le anuncié.

  • Pues hazlo, córrete mi vida.

Y así, sin poder detenerme en mi camino hacía el placer seguí moviéndome, sintiendo como su pene resbalaba por las paredes de mi húmeda cueva, hasta que llegué al éxtasis. Entonces él se incorporó abrazándome, dio algunos fuertes empujones y se corrió llenándome con su espesa leche. Tras el orgasmo, ambos nos dejamos vencer sobre la cama. Nos besamos apasionadamente y tras eso le dije:

  • Deberías volver a tu cama y dormir. Mañana tienes algo importante que hacer y no será fácil.

Se levantó, me dio un tierno beso en los labios y se fue a su habitación. Yo me sentía feliz de haberle sentido entre mis piernas y de saber que aquel joven muchacho estaba enamorado de mí.

Erotikakarenc (Autora TR de TR).

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