El tren París Madrid

Dos chicos se conocen en viaje en tren de París a Madrid y entre ellos ocurren mas cosas que unas simples relaciones sexuales.

Triste y cansado me disponía a subir al tren en la estación de Austerlitz, París pasaba a convertirse en un sueño que quedaría almacenado en mi memoria.

Después de un año estudiando en la universidad en París regresaba a casa sin billete de vuelta a esta inolvidable ciudad donde tantas cosas hermosas había vivido.

Busqué mi compartimento, el tren no iba lleno, todo lo contrario mas bien vacío, llegué a la puerta del compartimento de coches cama numero siete y la puerta estaba abierta, entré un mediano cubicuelo donde debería pasar mas de doce horas de viaje cruzando Francia y España y que otras veces lo hacia con alegría, esta con cierta tristeza, porque mi aventura parisina acababa.

Todo mi equipaje lo coloqué ordenadamente y ocupé mi plaza, el tren estaba a punto de partir, después de escuchar el segundo silbato del jefe de estación galo, entró por la puerta un chico saludando tímidamente, era un chico alto y delgado, significativo en él un intenso azul de sus ojos, depositó sus pertenencias y se sentó frente a mi, sonriendo amablemente.

Hola me llamo John, soy de New Jersey, Estados Unidos y estoy realizando un viaje por Europa.

Hola John, soy Javier, voy de regreso a España después de estudiar durante un año en París.

Conversamos amigablemente, la verdad que la apariencia de John era bastante atractiva, además de sus ojos azules, tenia un cuerpo delgado y se dejaba entre ver en su camisa que tenia vello en el pecho, yo me fijo mucho en las manos y mi compañero tenia unas manos masculinas y atractivas para mi.

Fue pasando el tiempo y la conversación era de lo mas amena con aquel chico, no nos dimos cuenta cundo ya había oscurecido y el revisor vino a ver si nuestros billetes eran correctos y nos dijo que teníamos suerte, nadie mas vendría a compartir con nosotros, así podríamos estar mas cómodos los dos solos.

Se había creado un clima muy íntimo entre los dos, fuimos al vagón cafetería donde cenamos juntos, tomamos un par de cervezas y volvimos al compartimento.

Al llegar a Burdeos el tren se detuvo, estábamos tranquilos de que no seriamos molestados por ningún pasajero mas, no nos inquietamos por ello, incluso lo comentó mi compañero de viaje, que bien que nadie vendrá a perturbarnos, pasaremos la noche solos la mar de tranquilos.

Sin aviso previo el compartimento se abrió de manera estruendosa y una chica cargada de mochilas hacia por entrar en el, John se apresuró a decirle que se equivocaba en este compartimento no tienes tu lugar le dijo.

No importa, dijo la chica, he entrado en el primero que he pillado, no tengo billete, ahora lo compraré al revisor, dijo la chica.

De eso nada dijo John, aquí no cabes, así que búscate otro lugar porque este está ocupado.

Bueno, chico, no te molesto mas, iré a buscarme la vida, que violencia macho, dijo la chica, yo lo miraba sonriente, mientras que John parecía que se le iba la vida en defender nuestra privacidad.

¿Dónde están los demás ocupantes?, solo veo dos personas, dijo la chica, Están en la cafetería, respondió rápido mi compañero, ah vale dijo ella y comenzó su retirada.

Al poco vino el revisor y nos preguntó que si habíamos visto a una chica cargada de bultos, dijimos que no, haciéndonos los inocentes.

Bueno, si la veis no la dejéis entrar aquí con vosotros, paga un billete de butaca y quiere colarse a dormir en uno de cama. Si viene decid que está completo.

Gracias señor revisor dije yo, para apaciguar a John que se calmaba después del sofoco que había pasado. Cuando se cerró la puerta nos miramos y comenzamos a reírnos como dos crios que mienten al profesor.

Bueno compañero podemos ponernos cómodos, no creo que nadie más nos moleste por esta noche, dije a John, que ya iba tomando confianza y se había descalzado.

Pues si es así podemos quitarnos la ropa, aquí hace algo de calor y a mi no me gusta dormir con los pantalones puesto.

Haz lo que quieras, le dije, por mi como si te quedas desnudo, me miró sorprendido y le sonreí pícaramente.

Organizamos las camas, ya nos habían repartido las sabanas y mantas, así que dada la hora que era podíamos preparar a nuestras anchas la cama y así cuando tuviéramos sueño solo teníamos que tumbarnos dormir.

John se quitó los pantalones, quedándose en boxers y una camiseta, tenía unas piernas peluditas muy bonitas, su piel era muy blanca pero atrayente al máximo. Yo le imité y también me quedé en boxers, nos colocamos con las piernas en alto dándonos la cara, es decir yo tenia sus piernas a mi derecha y el las mías a su izquierda. Así estuvimos conversando durante mucho tiempo, el traqueteo del tren nos fue metiendo en una soñarrera que nos hizo cambiar de posición, también que al tener a John de frente con sus piernas estiradas podía ver sin obstáculos el prominente bulto que tenia en sus entrepiernas.

Me estaba poniendo cachondo de verle a John el paquete y la verdad que el traqueteo del tren ayudaba a que me pusiera más de lo que estaba. Fijándome bien, ya tenía su bulto mas crecido y había comenzado a tocarse suavemente su aparato mirándome con una mirada un poco lánguida.

John, ¿quieres que nos acostemos ya? Le dije a mi vecino de compartimento que estaba musitando palabras sueltas en un español un poco macarrónico.

Si Javier, seria bueno que nos tumbáramos un poco los dos juntos. Sino llegaremos muy cansados a Madrid.

Nos pusimos de pie, uno frente al otro nos miramos a los ojos fijamente, el ambiente era caliente en aquel compartimento, nosotros estábamos más, miré abajo y vi como John tenia su paquete bastante abultado y no tuve otra mejor idea de comenzar a acariciárselo suavemente, mientras mi mano se posaba en las entrepiernas del americano, este acercó su boca a la mía y comenzó a darme suaves besos.

Aquello fue el pistoletazo de salida de una desaforada sesión de besos y caricias descontrolados que nos hizo caer sobre la cama y continuamos restregando nuestros cuerpos mientras nos quitábamos de manera violenta la poca ropa que llevábamos puesta.

Una vez estuvimos completamente desnudos nos ocultamos mutuamente, divisé sus hermosas partes erógenas duras, turgentes hacia ellas me encaminé, comenzando a saborear con mi lengua la punta de su glande humedecido ya por su precum y que al saborearlo tanto me gustó su sabor agridulce. Besé el tronco de su miembro bajando hasta sus testículos peluditos, los ensalivé sorbiendo su aroma masculino y disfrutando de su hermosura, bajé hasta el perineo y ahondé con mi lengua en su ano que cedió gentilmente a mi oscultación soltando un leve gemido mi compañero americano.

Tras un rato de disfrute, John decidió que iba siendo el momento de cambiar, el también se sentía ávido de saborear mis zonas erógenas, pero él a diferencia mía comenzó lamiéndome mis tetillas, las sorbía como si de chocolate se tratasen y tras un buen rato de lametones bajó con su lengua por medio de los pelillos de mi abdomen hasta mi nabo que engulló como niño hambriento y lo frotó con sus labios lleno de pasión.

John fue más allá. Me recostó sobre la cama del tren y alzó mis dos piernas al aire colocándolas entre sus hombros y una vez antes de ello me había enjugado muy ricamente me culito aproximo su blanquito pollón y lo ensartó en mis adentros como si querer la cosa de manera ágil y precisa.

El vaivén que ambos iniciamos acompasados por el traqueteo del tren nos elevó al mayor de los éxtasis placenteros que hasta entonces yo había conocido, mi amigo por su lado hacia muestras de su excitación por medio de diferentes sonidos guturales y quejidos que ayudaban a que yo me sintiera mas y mas excitado, hasta llegar a un orgasmo maravilloso que me hizo correrme con unos efluvios asombrosos.

El gringo por su parte al ver los borbotones de leche que salían de mi polla y caían sobre mi barriga comenzó a acelerar sus envestidas y en breves segundos comenzó a ponerse cada vez mas contraído y sacando su nabo de mi culito se vino sobre mí soltándome su lefa en el mismo lugar donde yo deposité la mía.

Acabamos rendidos, John se echó sobre mi, llenándose de la leche de ambos, pero no le importó, comenzó a besarme tiernamente y así nos quedamos adormilados por un largo rato, hasta que decidimos que sería mejor lavarnos un poco y descansar, la llegada a la frontera española era inminente y aunque a mi no me pedirían ningún documento John al ser americano debía presentar su pasaporte.

Tras los controles aduaneros de rigor y cambios de vías, el tren prosiguió su ruta hacia el sur camino de Madrid adentrándose por las montañas del país vasco antes de cruzar las tierras mas llanas de la castilla mas vieja, durante todo ese recorrido nos unimos en un calido abrazo y así estuvimos durante todo el viaje hasta Madrid, en algunos momentos nos deleitábamos el uno con el cuerpo del otro, prodigándonos en besos, caricias y alguna que otra mamada.

Ocasionada por tanta demostración de cariño y excitación nuestros testículos estaban de nuevo doloridos y deseosos de volver nuevamente a expulsar semen nuevamente fabricado, en esta ocasión fui yo quien me dispuse para darle una buena follada a mi compañero de camino ahora en tierras españolas y humedeciendo con mi saliva su culito hasta dejarlo bien dilatado le ahondé con mi rabo dentro de su preciado agujero negro, una vez que mis testículos chocaron con sus nalgas me dedique a inyectarle todo mi nabo una y otra vez mientras el gringo gemía de gusto y yo estaba delirando de tanto placer como recibía en mis adentros.

Tras una sonora corrida de ambos casi al unísono nos dispusimos a poner orden en el compartimento, dejando todo recogido después de la noche libidinosa que habíamos pasado juntos.

Salimos y desayunamos en el vagón cafetería tranquilamente mientras cruzábamos el macizo central de la península y nos aproximábamos a Madrid nuestro punto de despedida. Volvimos al compartimento y sentados juntos uno al lado del otro veíamos el paisaje que en su languidez invernal pasaba rápidamente frente a nosotros como si de una película se tratara.

John muy entristecido y con voz tímida me preguntó. ¿Ahora cuando lleguemos a Madrid continuará viaje a tu casa?

Bueno, no es que de inmediato me vaya, puedo quedarme contigo y comer juntos, después al atardecer tomaré otro tren que me lleva a mi casa. Respondí a mi amigo.

John sonrió y me agarró la mano dándome un apretón tierno, pero no me soltó, nos quedamos agarrados de la mano hasta que el tren paró ya en seco en la estación de Chamartín de Madrid, acababa nuestro periplo por tierras galas y españolas.

Bajamos del tren, buscamos un carrito y salimos de la estación buscando un taxi que nos llevara al hotel que el gringo había reservado en el centro de la ciudad.

John tenia un hotel en pleno centro, esos típicos hoteles donde los jóvenes americanos se alojaban en sus visitas de fin de estudios a Europa, pensiones u hostales situados en alguna planta superior de edificios antiguos regentados normalmente por una señora viuda o una familia compuesta casi siempre por una madre mayor y un hijo soltero de una edad ya nada juvenil.

Acomodamos nuestras pertenencias en el cuarto del hostal, era amplia y limpia pero con poca iluminación, tenia una enorme cama matrimonial de estas plateadas de cómo mediados de siglo pasado. El hostal estaba regentado por doña Constanza, una señora oronda, viuda de un militar que vivía modestamente de su hostal que se nutria principalmente de jovencitos extranjero y viajantes que asiduamente pernoctaban en dicha casa con aromas de hogar.

Doña Constanza me preguntó que si yo me quedaba allí también, a lo cual respondí negativamente, le expliqué que después de la comida debía salir en otro tren para Andalucía a lo cual la mujer muy amable me dijo que si deseaba me diese una ducha y que no iba a cobrar de mas por usar la habitación de mi amigo.

Siguiendo las indicaciones de la señora Constanza decidimos que seria bueno darnos una buena ducha, estábamos sucios de nuestra noche de sexo y también cansados del largo viaje en tren.

Cerramos la puerta de la habitación y nos desnudamos el uno frente al otro, y sin decir nada nos fuimos al baño, dando por hecho que nos íbamos a duchar juntos.

El cuerpo de John me encanta, es velludito, blanco de piel su anatomía es delgada pero tiene sus formas musculositas, tiene una piel suave y unas manos de infarto, ahora que lo miraba a la luz del día en aquel baño mas me gustaba este americano que iba a desaparecer de mi vida, ¿Cómo podía ocurrir semejante injusticia? Este tío me gustaba y por arte de magia desaparecería esa tarde de mi vida.

John se afanaba en regarme con la ducha teléfono, rociaba todo mi cuerpo con agua calentita y se entretenía en explorar cada una de las partes de mi anatomía, se regodeaba de mis intimidades, su cara mostraba signos de satisfacción al ir paseando la ducha por mi pecho, bajaba a mis partes mas intimas me miraba picadamente y continuaba por mis muslos y piernas hasta llegar a los pies, después subía súbitamente hasta la cabeza y miraba como caía el agua por mi cara y me daba un calido beso en los labios.

Definitivo, ese chico no se iba a escapar así como así, de entrada hoy no me marcho a mi casa, me quedo en Madrid aunque después me caiga una bronca de mis padres.

Todos estos pensamientos silenciosos los tenía mientras enjabonaba el cuerpo de mi amorcito gringuito que se dejaba como le pasaba mis manos llenas de jabón por cada uno de los sitios más secretos de su cuerpo.

Después de darnos esa maravillosa ducha estábamos de lo mas salidos, ambos llevábamos una dureza de polla importante y sin dilación nos fuimos directos a la cama matrimonial donde nos propinamos una maravillosa mamada en plan sesenta y nueve, terminamos y nos unimos en un precioso abrazo y de esa manera nos quedamos dormidos sobre la cama.

Lo tenía decidido, no iría a casa, solo llamar a casa contar una historia creíble y tendría un día mas para estar con John, no quería separarme de este chico, pero tampoco le había dicho a el, quizás él tendría planes para cuando me fuera y no contara conmigo.

John, llamé medo dormido a mi chico.

Hola, ¿has dormido bien?

Si, gracias, me encanta dormir abrazado a ti.

John, ¿Cuáles son tus planes para hoy aquí en Madrid?

Pues déjame preguntarte a ti, estar juntos hasta el momento que te vayas de mi lado, entonces me pondré triste y caminaré por la ciudad y volveré a dormir. Respondió el americano con un tono serio y medio dramático.

Bueno, es que yo estaba pensando, hice un silencio.

Bueno pensaba que si a ti no te importa, me gustaría quedarme aquí contigo hoy.

Volví a guardar silencio.

John, me agarró fuertemente de los brazos y me clavó su mirada azul en mis ojos color avellana.

Si tú te quedaras aquí esta noche, yo sería el hombre más feliz del mundo.

Sin mediar más palabra me besó una y otra vez de manera apasionada.

Bueno, antes que nada tengo que llamar a mi casa decir que no voy a llegar hoy y contar una historia convincente para que no tener problemas mayores. Así que vamos a vestirnos y salir a la calle, después debemos cambiar mi billete para mañana y ya tenemos el resto del día para nosotros dos solitos.

Nos vestimos y una vez ideada la historia que iba a contarles a mis padres, llamé a casa y mis padres muy contentos de oírme ya en tierras españolas accedieron a que me quedase un día en Madrid con unos amigos americanos que estaban visitando España, cambiamos mi billete en la estación de Atocha y nos dedicamos a pasear por el Madrid de los Austrias que yo bien conocía y John admiraba con la boca abierta.

Ideamos que vendría a casa a pasar unos días, pero antes debía yo llegar a casa y planificarlo con mis padres.

Fuimos dos personas muy felices durante todo ese día que pasamos juntos, como dos tortolitos comimos, bebimos y reímos por las calles de Madrid.

Doña Constanza no puso inconveniente en que yo pasara la noche en el cuarto de mi amigo, le dijimos que no había encontrado billete de ultima hora y debía dormir allí.

Pasamos la noche abrazados, saboreándonos, besándonos y por supuesto follando incansablemente, había nacido el amor entre dos hombres jóvenes y ambos queríamos apostar porque perdurara en el tiempo.

Al día siguiente acompañé a John al museo del Prado y después de caminar por esas maravillosas salas de pintura española me acompañó al tren jurándonos que muy pronto volveríamos a estar juntos y pasaríamos unos días recorriendo Andalucía.

Estaba contento, me daba pena dejar solo a John pero me consolaba pensando que en pocos días volveríamos a estar juntos y quien sabe si quizás para no volvernos a separar.