El tren

Primera entrega del relato de un pobre y humilde joven, que encuentra una nueva vida al subirse a un tren. Poco a poco se convertirá en el particular esclavo de una maravillosa Mujer...

Volvía cansado de una dura jornada, y no había caído en la cuenta de que al subir al tren, el vagón estaba completamente vacío. Estaba agotado y no tenía ganas de pensar en nada, solamente que me quedaban aun 45 minutos de trayecto. Me puse como siempre, sentado en uno de los compartimentos frente a una de las compuertas, con el fin de ver si entraba alguien en las sucesivas paradas del tren. Aquel día, excepcionalmente, volvía mucho más tarde de lo normal, debido a algunos problemas de trabajo, y me provocaba cierta inquietud estar completamente solo en aquel vagón. Si alguien entrase con malas intenciones, yo estaría ciertamente en serio peligro.

Mientras miraba hacia la puerta, absorto y distraído, me di cuenta de que el tren se había parado en la siguiente estación. La compuerta de al lado no se abrió, con lo que nadie entraba en el vagón, pero cuando ya estaba seguro de que nadie subía, escuché el ruido de la apertura de la otra puerta, que no alcanzaba a ver, dado que estaba separado por la pared del compartimento. Un segundo después escuché el sonido de unas pisadas femeninas, dado que era un ruido de tacones altos, y de inmediato se escuchó la puerta cerrarse. Nada más cerrarse la puerta, el tren reemprendió su marcha. La persona que acababa de entrar en el tren había estado a punto de perderlo, y eso sin duda hubiera sido un disgusto para ella, porque era el último tren de la noche. No sé porqué, supongo que por aburrimiento o porque estaba demasiado cansado para pensar, pero la curiosidad me invadió y no me resistí a levantarme del asiento y asomarme desde el compartimento para ver quién era la persona que me acompañaba ahora en mi viaje de vuelta a casa.

Nada más asomarme, mi corazón dio un vuelco. Cuando la ví, nada más volvió a ser como antes. Estaba sentada mirando en dirección hacia mí, pero no mostró ninguna sorpresa al ver que no estaba sola en el vagón. Más bien su mirada reflejó indiferencia en un principio. No obstante, yo había quedado hipnotizado ante aquella mujer. No era extraño pensar que así debieran quedar muchos otros hombres que se cruzasen en su camino. Y es que su elegancia y su belleza eran inigualables. Tendría unos 35 años aproximadamente, y su rostro era tremendamente bello. Sus ojos eran grandes y negros y su larga melena era negra y sedosa. Su mirada dejaba entrever cierto aire de superioridad y de una gran elegancia y distinción, lo que contrastaba con un físico espectacular, esbelto y tremendamente sexy. Como siempre me había considerado un hombre fetichista, no pude resistirme a contemplar maravillado a aquella mujer, no solo por su belleza sino también porque iba muy elegantemente vestida. Era invierno, y pese a que no era una noche muy fría, la mujer llevaba puesto un abrigo largo, de piel brillante, sobre un jersey también negro que cubría todo su cuello. A juego llevaba puesto un gorro y unos guantes negros de cuero. Al mirar de arriba a abajo pude entrever unas espectaculares botas altas, negras y de tacón de aguja, con una ligera plataforma. Cuando vi la figura allí sentada frente a mí, mirándome fijamente con desdén, quedé completamente hipnotizado. Cuando tuve conciencia de que estaba mirando a esa mujer desde hacía unos segundos, me sentí ridículo y volví a mi asiento con la cara sonrojada y pensando que aquella mujer estaría pensando que sería una especie de loco pervertido. Pero cuál fue mi sorpresa cuando de repente escuché el sonido de las pisadas de aquellos tacones acercándose. Quedaban por lo menos 15 minutos para llegar a la siguiente estación, y no entendía porqué la mujer se había levantado de su asiento. Enseguida lo supe.

Cuando la mujer llegó a la altura de mi compartimento, traté de disimular al máximo mi nerviosismo y mi excitación, y lo hice simulando que leía el periódico, haciendo ver que no me daba cuenta de nada. La tenía justo enfrente, y notaba que me estaba mirando, a lo que yo, nervioso, reaccioné pasando varias páginas del periódico de golpe.

De repente, la bella mujer dio un paso al frente hacia mí, y ya no pude evitar levantar la cabeza y mirarla. Al verla, todo se me volvió a nublar. Frente a mí tenía a aquella espectacular mujer, sonriendo con una extraña malicia, mientras me miraba fijamente.

-¿Desea algo señorita? -le dije, nervioso y tembloroso.

Ella no contestó. Su mirada dejaba entrever una aun más irónica y temible sonrisa. Me puse a temblar completamente cuando vi que de su bolso, de repente, sacaba un revólver, y sin dudarlo me estaba apuntando a la cabeza.

Sin mediar palabra, la mujer dio dos pasos más hacia mí, y me encañonó con la pistola en la frente. Todo mi cuerpo temblaba mientras veía aquellas enguantadas manos sujetando firmemente el revólver, y tras ellas, la mirada cruel y sádica de la bella mujer. Pero, ¿qué querría de mí? ¿Por qué se habría molestado en venir a por un pobre desgraciado que solo volvía a casa de trabajar?

Enseguida lo iba a saber.

Mis nervios y el pánico que sentía en ese momento no me dejaron ni siquiera actuar con claridad, y como acto reflejo, no pude seguir mirando su rostro. Mi cabeza se inclinó, como instintivamente, hacia abajo, y mis ojos se posaron en sus largas piernas, cubiertas por aquellas botas altas que le cubrían hasta medio muslo.

-Vaya vaya, parece que te gustan mis botas... -dijo de repente su voz, suave pero irónica y cruel.

En ese momento, mi sonrojo fue todavía más grande, y una sensación de pánico y vergüenza al mismo tiempo me invadieron. No supe qué contestarle, y tan solo me limité a mirarla simulando estar sorprendido.

-Ya veo que sí. -dijo de nuevo, y su sonrisa fue aun más temible.

-Oiga, no sé qué quiere de mí, pero...

-Basta! Cállate, idiota! -dijo de repente, mientras seguía encañonándome. -Vas a aprender a obedecerme desde ahora mismo. Ni te imaginas la suerte que tienes de que no te vuele los sesos ahora mismo. La verdad es que me apetece divertirme un rato, y tú me vas a servir de mucho...

Cuando escuché aquellas palabras no entendí nada, pero supe que aquella mujer era una desequilibrada, una loca o algo así, porque ni siquiera se interesaba por mis pertenencias. Era obvio que no era una ladrona, pero eso no me consolaba precisamente. Mis sensaciones de excitación por ver su increíble belleza contrastaban por el miedo que sentía al ver que podría morir allí mismo y no habría manera de que nadie me ayudase.

-Ahora mismo quiero que te quites toda esa ropa, vamos! -dijo de repente, mientras seguía encañonándome con su revólver.

Ni siquiera me atreví a replicar, y, tremendamente nervioso, me dispuse a obedecer. Pensaba en el tiempo que me quedaba hasta llegar a la siguiente estación, y si tendría alguna posibilidad de tocar la alarma o de que alguien subiera al tren.

-Rápido! Te quiero ver desnudo ahora mismo!

La mujer estaba nerviosa, y parecía dispuesta a disparar si no la obedecía.

Cuando me despojé de toda mi ropa, la mujer esbozó otra sonrisa, mientras miraba con sadismo hacia mis genitales. El frío y el miedo los habían encogido, y eso parecía divertir a la mujer.

-Ahora quiero que abras la ventana y que tires toda tu ropa. Rápido!

Mi reacción ante esa orden fue de sorpresa y pánico a la vez, porque aquella mujer pretendía dejarme desnudo, indefenso en aquel tren sin mi ropa. No podía creer que me estuviera ocurriendo aquello.

-¿No me has oído gusano? Lánzala toda ahora mismo.

No me quedó más remedio que obedecer, y cuando mi ropa ya estaba en la cuneta de aquellas vías, la mujer puso una cara de tremenda satisfacción y crueldad, y sin dejar de apuntarme a la cabeza, comenzó a dar golpecitos con una de sus botas contra el suelo.

-Ahora, pequeño, me toca explicarte lo que quiero de ti... Lo primero de todo es que debes saber que desde ahora mismo voy a esclavizarte. Aprenderás que soy una Diosa a la que debes obedecer siempre, y todos mis deseos serán órdenes para ti.

Pensé en ese momento que era una loca, porque pese a que se trataba de una mujer tan elegante, no podía ser que me estuviera haciendo eso, y menos en un lugar público, expuesta a ser pillada in fraganti.

Pero al llegar a la siguiente estación, nadie subió al tren, y ninguna de las puertas se abrió.

La mujer, sonriente y maliciosa, estaba satisfecha de ello.

De repente, al ponerse de nuevo el tren en marcha, y mientras sostenía el revólver con una mano, la otra mano señaló con su enguantado dedo índice hacia el suelo.

-Ahora te quiero de rodillas, perro!

Obedecí, y quedé mirando hacia el suelo, con una sensación de miedo y de tremenda humillación.

-Quiero ver tu frente y tu nariz pegadas al suelo!

Puse mi cara a escasos milímetros del suelo, pero sin llegar a rozarlo, y de repente noté como una de sus botas se colocaba en mi nuca, obligándome a pegar mi rostro en el suelo.

-Desde ahora serás mi esclavo, me gusta que los hombres adoren mis botas.

Aun pensaba que esto era aun sueño, pero el tacón afilado clavándose en mi cabeza me hacía notar que no era así.

-Ahora vas a besar y a lamer la suela de mis botas, y espero que lo hagas con gran dedicación.

Como sabía que el cañón de aquella pistola seguía apuntándome, no tuve más remedio que obedecer, así que me dispuse a utilizar mi boca para besar y chupar la suela de una de las botas de aquella mujer. Ella levantó levemente la bota y comencé a hacerlo. Mientras lamía, pude ver de reojo como posaba una de sus manos enguantadas en su cintura, en una actitud que reflejaba impaciencia y placer al mismo tiempo. Acto seguido se sentó en un asiento, y levantó su otra bota para apoyarla sobre mi espalda, mientras yo continuaba lamiendo.

-Ahora la otra, vamos!

Obedecí sin dudarlo, mientras observaba su sonrisa satisfecha. Pude ver como se acariciaba sus guantes y la parte superior de sus botas mientras me miraba cruelmente.

Yo pensaba en ese instante en cómo era posible que me estuviera pasando aquello, y si podría hacer algo para escapar de aquella mujer.

-Estírate en el suelo, gusano. -dijo de repente. -Ya has lamido suficiente...

Me puse estirado boca arriba y la mujer posó sus botas sobre mi abdomen, mientras se acomodó en el asiento a leer el periódico. Me estaba utilizando de reposapiés! Yo le daba vueltas a la cabeza sobre cómo podría salir de aquella situación, pero la mujer tenía en su poder un arma temible.

Mientras el tren avanzaba, la cruel dama colocó una de sus botas sobre mi pene, y comenzó a presionar con fuerza.

Grité pidiendo ayuda, pero eso solo hizo que hacerla sonreír aun más, y al mismo tiempo se enfurecía y pisaba con más fuerza. Ahora estaba clavando sus taconazos en mi pecho, en mi abdomen y en mis genitales.

-Pronto aprenderás a guardar silencio ante tu Ama. Por hoy no te castigaré como te mereces, pero desde mañana te enseñaré la disciplina que deberás cumplir ante Mí.

Yo mientras tanto pensaba "desde mañana!" ¿qué pretendía aquella loca? ¿secuestrarme? No daba crédito a lo que me sucedía, pero era evidente que tendría difícil escapar.