El trato

Una chica se ve obligada a pagar la deuda de su novio.

EL TRATO

La cosa se había puesto fea una semana antes. Johny me había dicho que a uno de los gilipollas que trabajaban para él le habían robado medio kilo. En un principio pensó que se lo había quedado y el tipo le estaba engañando pero después de apretarle las tuercas se convenció de que se lo habían robado. Johny, encolerizado, ejecutó el castigo.

Pero lo más complicado era justificar esa pérdida ante El Gordo. El gran jefe no era un personaje de trato fácil y mucho menos en situaciones límites. Johny lo sabía, y le temía al momento en que tuviera que enfrentarse a ese a él. 3.000 pavos era un dinero que no tenía pero había que devolverlo. El Gordo no concedía moratorias. Era aquí y ahora.

Por eso Johny me pidió que le acompañase. Yo aún no entendía el por qué pero estaba enamorada de él y no quería que le pasara nada. Me vestí con una minifalda y un top blanco. Siempre me ha gustado vestir de manera que pudiera lucir todos mis encantos. Así mi culito de jugadora de voley parecía más respingón y mis tetas duras desafiaban a la gravedad de manera casi provocativa. El vientre plano y definido se adornaba con un piercing que a Johny le gusta encantaba inundar lo de semen cuando se corría sobre mí.

Por fin llegamos al despacho de El Gordo. Un habitáculo oscuro y húmedo al final de un antro lleno de personajes imposibles. El tipo padecía un claro sobrepeso. En su juventud había abusado de los anabolizantes y ahora, con más de cincuenta su físico era enorme.

Dos tipos malencardos nos condujeron hasta el gran jefe. Nos sentamos delante de su escritorio y con mirada asesina demandó una explicación. Johny, normalmente tipo frío y convincente, tartamudeaba intentando hilvanar una excusa plausible que al Gordo comenzaba a desesperar. Mandó callar a mi novio y se puso de pie. En persona y en aquella situación su físico impresionaba más aún. Se acercó a mí y me acaricio levemente la cara con la parte externa de sus dedos:

-Así que os robaron...

-Sí, pero te pagaré...

-¿Cuándo?

-No sé, dame una semana.

-Johny, sabes de más que no concedo préstamos....

-Sí, lo sé.

-Sabes que yo las cosas me las cobro al momento.

La mirada de El Gordo se posó en mi pecho antes de mirar a mi chico. Éste le miró a los ojos antes de bajar la cabeza en lo que era una especie de aceptación. Yo no entendí nada. Cuando mi novio se puso de pie le imité pero uno de los guardaespaldas me cogió por los hombros y me volvió a sentar. El otro acompañó a Johny fuera:

-¿Qué coño pasa? Me largo de aquí.

-Tranquila, no te va a pasar nada. -M dijo El Gordo con media sonrisa.

La puerta se cerró tras de mí y en aquella habitación solamente quedamos El Gordo, uno de sus matones y yo. Temí lo peor. El gran jefe se sentó sobre su mesa delante de mí. Comenzó a retirar mi melena negra azabache hacia atrás. Luego me acarició la cara. Delineándola con uno de sus dedos para terminar con su pulgar en el hoyuelo de mi barbilla. Lo acercó a mis carnosos labios y lo introdujo entero en mi boca. Estaba paralizada. El dedo sabía a tabaco. Me dio arcadas. Lo sacó y rió:

-Puto gordo asqueroso.

-Parece que la putita se rebela.

-Gordo cabrón. -Le escupí pero no le di.

El tipo se puso de pie y me cruzó la cara de una hostia con la palma de la mano. Noté como se me enrojecía el pómulo y unas lágrimas afloraron a mis grandes ojos negro. Le miré con rabia y asco. Yo era el pago que Johny iba a hacerle a aquel puto traficante.

El Gordo se puso de pie, agarrándome por la melena me levantó de la silla y me colocó frente a él:

-A ver zorrita. Tu novio me debe 3.000 pavos y el gilipollas no tiene dinero así que te ha vestido de putita y te ha dejado como aval. Por supuesto, lo voy a ejecutar. Además, no sé por qué me da que vas a saber lo que es un tío por primera vez.

Cogió mi mano derecha con la suya y la llevó a su entrepierna. No pude evitar palpar una polla enorme que crecía bajo su pantalón. Su cuerpo me daba asco. Sudaba mucho manchando una de esas camisas guayaberas propias de dictadores y traficantes suramericanos.

Sin soltar mi melena, tiró hacia atrás dejando mi cuello totalmente expuesto. La diferencia de altura y fuerza le daban una ventaja incontestable. Me comió la boca metiéndome la lengua muy dentro. Luego me mordió el labio inferior y comenzó a lamer el cuello. Su saliva caliente iba desde mi barbilla hasta muy cerca de mi pecho. Dirigió su mano derecha a mi entrepierna. La metió por debajo de la minifalda y llegó a tocar el tanga que cubría mi coño. Hurgó con los dedos y echando la prenda a un lado se entretuvo con mi raja. Se sorprendió al comprobar que no lo llevaba rasurado:

-Mmmm, un chochito peludo... Hace mucho que no me como uno así.

Aunque estaba asustada tenía que reconocer que la situación era tremendamente morbosa; un traficante que me doblaba la edad, feo y gordo se iba a cobrar la deuda de mi novio conmigo mientras un matón hacía de voyeur... Mis pezones reaccionaron a mi pensamiento endureciéndose sin que el top pudiera disimularlo. Sentir el dedo de aquel baboso entrar en mi coño fue lo que terminó de derribar mi resistencia.

El Gordo soltó mi melena y liberó mis enormes tetas. Alabó el tamaño y se lanzó a comérmelas con ansias. Sentía sus dientes trillar los pezones hasta el límite del dolor. Sus dedos seguían abriéndose camino entre mis labios vaginales, separando los vellos hasta dar con mi rajita y pasar a explorar cada pliegue interior. Sentí como su pulgar jugueteaba con mi clítoris haciendo estragos en mi libido.

De repente el tipo me soltó y me obligó a arrodillarme ante él. Se desabrochó el pantalón y se sacó una enorme polla erecta. Me pareció impresionante. Su penetrante olor a sexo, sus enormes huevos cubiertos con una frondosa mata de rizos de la que emergía un tronco venoso de más de 20 centímetros coronado por un capullo violáceo en forma de bola.

Entendí lo que debía hacer pero él me lo recordó:

-Cómeme la polla, perra...

Noté como de mi coño manaba gran cantidad de flujo y mi clítoris palpitaba. Más aún cuando el matón se acercó a nosotros y me ofreció su polla también. Estaba en medio de una sórdida oficina, arrodillada ante dos extraños a punto de realizar una doble mamada. Sin pensarlo demasiado agarré aquellas dos pollas y comencé a pajearlas. Me llevé a la boca primero la del matón, mucho más normal, para luego intentar engullir la del gran jefe. Se me hizo imposible.

El Gordo mandó al matón que se alejara. Me quería en exclusiva. Le agarré la polla y comencé a pajearlo al tiempo que llevaba mi lengua a sus huevos peludos. Me empecé a sentir como una puta. Una puta que le estaba saliendo al tipo por 3.000 €.

Con la lengua recorrí desde los huevos hasta el capullo. Abrí todo lo que pude la boca y comencé a tragar rabo hasta que tipo con el final. Aún quedaba más de media por entrar. Empecé un movimiento de delante hacia atrás generando tanta saliva que se me salía por la comisura de los labios. Oí al narco suspirar de placer e intuía al matón pajearse ante la escena que le estaba ofreciendo.

Antes de correrse El Gordo me ordenó parar. Tenía las mandíbulas entumecidas de la tensión generada por el movimiento y la abertura. Me levantó casi en volandas y no pude reprimir un grito de susto. Me inclinó sobre la mesa que hacía de escritorio me levantó la minifalda y dejó al aire mis nalgas, duras y redondas. El hilo del tanga se perdía entre mis generosos glúteos. El Gordo me dio una fuerte nalgada que dejó marcados sus dedos en mi culo:

-Joder, puta, vaya polvazos tienes.

Retiró el tanga a un lado y paseó su polla por mi raja. A estas alturas mis labios vaginales babeaban por una buena follada. El Gordo me incrustó su pollón de un golpe seco de cadera. Mi vagina se dilató al máximo para dar cabida a semejante intruso. A mis 22 años, era la primera vez que me metían una polla de esas dimensiones. Me sentía totalmente ocupada. Con una especie de dolor agudo que me producía un extraño placer.

Me agarró por las caderas y comenzó a follarme sin compasión. No puede (ni quise) evitar gritar de placer al sentirme utilizada por aquel mastodonte de más de 50 años. Me follaba con rabia. Cada empujón hacía que me tuviese que agarrar a la mesa. Puede ver al matón a escasos metros haciéndose una tremenda paja.

El morbo había hecho presa de mí. Me sentía la puta de un narco y eso me excitaba. El Gordo metió un dedo en mi ano lo que aumentó el placer en mi cerebro. De repente salió del coño dejándome una enorme sensación de vacío. Colocó una mano en mi espalda impidiendo que me pudiese mover. Dejó caer saliva sobre mí agujero del culo y comenzó a masajear lo con los dedos. Me intenté resistir y me revelé:

-Cabrón, por el culo no, hijo de puta.

-Cállate puta zorra. O crees que 3.000 pavos se pagan con lo que me has hecho...

-Eres un cabrón, me vas a destrozar, desgraciado.

-Las explicaciones se las pides al gilipollas de tu novio.

En ese momento recordé a Johny. El cabrón me había entregado para pagar su deuda. Me había dejado en manos de este narco para evitar que se lo cargaran. Era un puto cobarde. Y ahora este delincuente me iba a reventar el culo con su pollón de caballo:

-Déjame, hijo de puta. Pégale a él...

El Gordo me dio dos bofetadas viendo que empezaba a estar histérica:

-A ver putita, tienes dos opciones: o te relajas y tratas de disfrutar la enculada o te resistes y sufres un desgarro.

La verdad es que no tenía salida. Aquel mastodonte me iba a dar por culo sí o sí y lo que tenía entre las piernas era una polla descomunal. Intenté tranquilizarme y concentrarme. Noté como acercaba su glande a mi ano y presionaba contra él. Un dolor agudo empezó a inundarme. Mi esfínter intentaba dilatarse para dar paso a aquel trozo de carne. No era la primera vez que me daban por culo pero aquella polla no era normal.

Empecé a gritar y suplicar para que parase pero El Gordo estaba decidido a cobrar hasta el último céntimo de su deuda. Un calor indescriptible en mi ojete fue el preludio a una sensación de rotura. Sentía como que se me había roto cuando el capullo del tipo superó el esfínter y se alojó en el recto. Sin aviso, me dio un puntazo fuerte que me arrancó un alarido de dolor. Imagino que se oiría desde fuera y Johny se enteraría.

El Gordo me había empotrado su polla hasta el fondo. Hasta que sus huevos peludos toparon contra mi coño. Hasta que su barriga quedó apoyada sobre mi espalda. El matón seguía pajeandose disfrutando de mi sufrimiento anal. El gran jefe comenzó una tremenda follada que me estaba desgarrando. Incomprensiblemente mi mente estaba excitada. El roce del clítoris contra la mesa hacía que aquella enculada me estuviera llevando al orgasmo. En mi cabeza las sensaciones eran encontradas. Por un lado estaba excitada por el morbo de toda aquella situación por otro la rabia de ser entregada como pago por mi propio novio.

Todo se aceleró. El Gordo tiró de mi melena y me obligó a incorporarme. Mis grandes tetas pendían y se balanceaban al ritmo que marcaba la polla del gran jefe. El matón se encontraba a escasos centímetros de mi cara a punto de correrse.

Yo gritaba a medias entre el dolor y el placer cuando sentí el impacto de un chorro de lefa en la cara, muy cerca la boca. El puto matón se estaba corriendo en mi cara viendo cómo El Gordo me partía el culo. Dos, tres y hasta cuatro impactos me pringaron del líquido viscoso los labios, el pómulo y una de mis tetas. Mis pezones marrón oscuro quedaron cubiertos de lefa blanca también.

Esto hizo que el narco acelerara los pollazos contra mi culo y con un grito se corriera dentro de mis intestinos. La abundante corrida del viejo sirvió como lubricante para los últimos puntazos que hicieron qué se saliera y chorrear por mis piernas. Por mi parte tuve un orgasmo con el roce del clítoris contra la superficie de la mesa.

Cuando el tipo salió de dentro me quedé rendida sobre la mesa. Sentí como mi ano me ardía y latía tratando de volver a su tamaño normal. Era imposible.

El tipo salió del despacho con su guayabera de dictador abierta, dejando ver su enorme barriga. Llevaba el pantalón abierto y su descomunal polla por fuera. Le dio orden a Johny para que viniera a recogerme. Cuando mi novio entró en la oficina, yo seguía tumbada sobre la mesa, me temblaban las piernas y de mi culo salía una extraña mezcla de semen, sangre y heces. En mi cara, el rímel se había corrido producto de las lágrimas. Cuando Johny se acercó me incorporé:

-Eres un cobarde y un cabrón. El desgraciado está este me ha reventado el culo por tu culpa.

Después de media hora. Salí de aquel antro sin poder andar ante la mirada de todos aquellos personajes de malvivir.