El trato (2)

La degradación de Mónica de la mano de su anciano vecino continua.

Habían pasado algunas semanas desde que Mónica aceptara el trato con su vecino Juan y se acostara con él. Y lo que en un principio le había parecido la cosa más desagradable, repugnante, humillante y degradante del mundo, pronto se convirtió en algo muy diferente. Por supuesto el dinero era lo que la movía a acostarse con ese viejo y a participar de todas sus perversiones, pero tenía que reconocer que más de una vez había disfrutado. Quizá en el fondo a ella también le gustaba todo aquello, quizá había descubierto que degenerarse con aquel viejo podía llegar a ser muy excitante.

Todas las semanas la pagaba una misma cantidad de dinero, no era una cifra exhorbitante, pero a ella le servía para seguir pagando el alquiler. Daba igual el número de veces que se acostaran o las veces que requiriera sus servicios, la cantidad no variaba, algunas semanas se veían con mucha frecuencia, otras no se veían en muchos días. Peo cuando la llamaba, ella debía dejarlo todo y acudir a su casa. No quería reconocerlo, se resistía, pero sabía perfectamente que se había convertido en una puta, en una prostituta, de un solo hombre, pero en una puta, y ni siquiera tenía derecho a elegir o quejarse, el trato lo dejaba muy claro, cobraba, y a cambio debía cumplir todos los caprichos sexuales y perversos de Juan.

Por supuesto una de las cosas que más fascinaban a Juan era la juventud de Mónica y saber que una chica tan guapa como ella se avenía a todos sus caprichos y era complaciente, no importaba lo que le pagaba, exprimía al máximo hasta el último céntimo. La mayoría de las veces la llamaba por móvil y la ordenaba que subiera a su piso, Mónica se vestía sexi, como podía gustarle a Juan y pasaban el rato que a Juan le apeteciera follando y practicando cualquier guarrada que a su vecino le apeteciera ese día. Pero otras veces la pedía que se vistiera muy provocativa y que le acompañara a dar un paseo por la ciudad.

La primera vez que esto ocurrió fue casi peor que la primera vez que se acostó con él. Se vistió y subió a su piso para que le diera el visto bueno. Se había puesto una falda a medio muslo, una camiseta de manga corta y sandalias, y ropa interior. Cuando Juan la vio se enfadó muchísimo, y le preguntó que si es que se estaba burlando de él. Volvió a su piso, se cambió y volvió a subir. Era finales de verano, y todavía hacía calor. Esta vez llevaba una falda muy corta y una camiseta de tirantes, más unas sandalias de tacón. Juan la miró sonriendo, dando su aprovación.

-¿Ves como cuando quieres sabes vestirte como a mí me gusta? Recuerda que parte del trato es que vestirás siempre cuando estés conmigo de forma muy erótica, como la puta que eres, ¿comprendido? Aunque falta un pequeño detalle...

Le hizo quitarse el sujetador y las bragas, y así vestida, salieron a la calle. Mónica se sentía totalmente humillada y vejada. Además, ahora estaban en público, no era como vestirse como él quisiera en la intimidad de su piso, aparte de que cualquier conocido podía verla. No es que nunca se hubiera vestido así, Mónica no era precisamente una monja, y le gustaba ir a discotecas y ligar con chicos, y le encantaba vestir provocativa, no siempre, pero al menos cuando la situación lo requería. Pero esto era totalmente diferente. Al principio Mónica se apartaba todo lo que podía de él, para que no pareciera que iban juntos, pero en seguida Juan la cogía de la mano o de la cintura, y entonces Mónica ya sólo podía pensar en el dinero que estaba ganando gracias a aquello. Juan la iba sobando todo el paseo, con la mano siempre más en su culo que en su cintura. La faldita marcaba perfectamente sus nalgas y la camiseta no dejaba ninguna duda de la ausencia de sujetador. Mónica estaba muy confusa, por un lado miraba a su alrededor constantemente, temiendo ser reconocida, por otro el calor, el aire metiéndose bajo su falda y la mano de Juan por su cuerpo, su lasciva y degradante presencia la tenían mojada y excitada. Juan era consciente pero para él era suficiente saber que la monada que caminaba a su lado, con su cuerpo llamando la atención como la puta más provocativa, era suya. Su mano se apretó más contra una de sus nalgas, sintiendo la carne joven y suave bajo la tela, se deslizó un poco y se acopló entre las dos nalgas con un dedo encajado en la raja del culo; el dedo se iba introduciendo en la raja, masajeándola, según paseaban por la calle.

Los besos llegaron más tarde, cada cierto tiempo, la paraba y la besaba en la boca con lujuria, sobándola todo el cuerpo con las manos. La gente los miraba con deseo unos, con vergüenza ajena otros, con asco algunos, con envidia muchos. Un viejo y una jovencita provocativa dándose el gusto en plena calle y provocando a la gente. Era algo digno de verse. Juan disfrutaba como nunca, no sólo de Mónica y su cuerpo y su boca, sino de la vergüenza que pasaba, de lo humillada que se sentía, eso le hacía sentirse aún más excitado. Una de las veces que estaban parados besándose, sus manos acariciando con gula su culo, lentamente le fue subiendo la faldita hasta que su culo desnudo quedó al aire. La gente que pasaba a su lado y se daba cuenta, se quedaba mirando alucinada, todo el mundo tomando a Mónica por lo que de hecho era en ese momento, una puta. Esa tarde, después de exhibirla por media ciudad, Juan la llevó de vuelta a su piso, con la polla como una roca bajo los pantalones y tantas ganas de follar como no recordaba en mucho tiempo. Sin desnudarla, la apoyó en la mesa del salón y bajándose los pantalones la folló allí mismo, tantas ganas tenía que en pocos minutos se corrió dentro de ella. Esa noche la pasaron los dos juntos.

Mónica se había ido acostumbrando poco a poco a los gustos y reglas de Juan, como el hecho de que no usara nunca condones con ella, y tener su coño o su culo siempre mojados de su semen. A veces él mismo la ordenaba no lavarse para estar sucia para él, o para que sintiera su semen durante más tiempo. Muchas veces Mónica había salido a la calle, sin bragas, como a él le gustaba que fuera, con gotas de semen resbalando de su coño o su culo por sus muslos y piernas. Y poco a poco también se fue acostumbrando a salir de paseo con Juan, a sentirse degradada en público, observada por todos, y arriesgada a ser pillada por algún conocido, o incluso alguien de su familia. Se vestía de forma exageradamente provocativa, Juan ya no tenía que decirla nada, sólo mirarla boquiabierto y babeando, cuando subía a su piso vestida con minifaldas, shorts cortísimos y ajustadísimos, siempre sin ropa interior, tops, camisetas muy escotadas y sandalias, planas o con tacones. Cuando llegó el frío, siguió yendo provocativa, pero con otro estilo: tacones, medias, ligueros a veces, minifaldas o pantalones ajustados, y escotes de vértigo. Mónica cada vez se sentía más puta, y cada vez lo disfrutaba más.

El día que Juan cumplía 75 años, decidió celebrarlo a lo grande. Pasó varios días sin contacto con Mónica y sin masturbarse, quería aguantar lo máximo posible y llegar a ese día con todas las fuerzas y las ganas posibles. La llamó el día anterior para decirla a qué hora la quería en su casa. Cuando se presentó, sexi y provocativa como siempre, Juan le dijo que se desnudara, que iban a salir, pero que él la había comprado la ropa. La entregó una bolsa y sacó un vestido blanco, corto y semi transparente. Se lo puso y comprobó el efecto delante de un espejo. Sin ropa interior, todo su cuerpo se traslucía claramente, era exageradamente provocativo y lujurioso. De una caja sacó unos zapatos también blancos, de tacón alto y con una ligera plataforma. El efecto de todo el conjunto era sencillamente impactante.

Salieron a la calle y ya desde el principio Mónica pudo notar las miradas sobre ella. Era perfectamente consciente del efecto y casi del escándalo que estaba provocando. Era casi como si fuera desnuda por la calle, los hombres, jóvenes y mayores, la miraban con lujuria en los ojos, las mujeres también la miraban, unas con vergüenza, otras con deseo, muchas con envidia; la decían cosas al pasar, la silbaban, y Juan no había disfrutado tanto en toda su vida, porque veía las miradas de envidia y celos sobre él, y él a cambio fomentaba y aumentaba más si cabe esa envidia, con su mano recorriendo la cintura y el culo de Mónica al pasear. De la excitación y la emoción los pezones de Mónica se pusieron erectos, mucho, y el efecto bajo la trasparencia era increible. Pasearon por las zonas más frecuentadas de la ciudad, el centro, e incluso por alguna calle donde había prostitución callejera, en esa zona Mónica llamó un poco menos la atención, pero su líbido aumentó aún más, al pasear entre las putas como una más, de la mano de su cliente.

Salieron de esa zona y tras andar un rato más llegaron por fin al destino que teía Juan preparado. Se pararon ante una puerta de cristal en un edificio y entraron, era un centro de la tercera edad. No había nadie en recepción y pasaron directamente a una de las salas de ocio. La cruzaron, y Mónica se fijó en todos los viejos sentados en los sillones y sillas, jugando a las cartas, leyendo o viendo la tele. Hombres y mujeres muy mayores, algunos de ellos muy ancianos, que pasaban las tardes de calor al fresco de ese centro de ocio. Juan hizo un gesto a algunos de los viejos que estaban por allí sentados, y en seguida tres ancianos se levantarosn y los siguieron hasta una sala vacía del segundo piso. Parecía un pequeño despacho, con una mesa y varias sillas, y un sofa a un lado. Entraron todos y cerraron la puerta. Juan le dijo que hoy era su 75 cumpleaños, y que ella era su regalo de cumpleaños, y que quería celebrarlo y compartirlo con sus amigos. Los tres viejos la miraban babeando de lujuria y Mónica no se creía lo que estaba a punto de pasar. Uno de ellos se acercó y comenzó a sobarla las tetas. Mónica intentó protestar, pero Juan muy serio la dijo que fuera tan complaciente como lo era con él, y que ese día tendría una gratificación. Mónica abrió la boca, cerró los ojos y se dejó besar por el viejo.

Sabía que no había otra cosa que pudiera hacer, así que Mónica se dejó sobar todo el cuerpo por aquellas manos arrugadas y decrépitas, los cuatro hombres, especialmente los tres viejos amigos de Juan la metían mano por todas partes; eran tan viejos como su vecino, alguno incluso bastante más, caras arrugadas, manchas, granos, todos oliendo a senectud. Mónica cerró los ojos y besó aquellas bocas malolientes, con pocos dientes, su lengua repasó encías vacías y lenguas ávidas; uno de ellos llevaba dentadura postiza, y se la quitó para disfrutar más. Lentamente la quitaron el trasparente vestido, y aunque la diferencia no era mucha, verla así, desnuda, solo con los zapatos, joven, suave, delante de ellos, aumentó un millón de veces su excitación.

Siguieron besándola y sobándola, hasta que Mónica se arrodilló entre ellos y se puso a palpar sus entrepiernas, en algunas había manchas de orina, todas olían mal, pero Mónica las lamió todas, una a una, antes de empezar a bajar braguetas y sacar pollas. Los pequeños y arrugados trozos de carne salían mucho más crecidos de lo que ella esperaba, e incluso uno de los viejos tenía una polla realmente aceptable. En cuanto Mónica se puso a lamerlas, la habitación se llenó de suspiros y gemidos. Las pollas iban pasando una a una por la boca golosa de Mónica, que miraba de vez en cuando a Juan, quien le devolvía la mirada con deseo y aprobación. Mónica no sólo buscaba aprobación, sino que Juan viera que lo estaba disfrutando, y que ese día iba a ser la puta más complaciente y caliente que todos estos viejos hubieran disfrutado nunca.

Dos de los ancianos no aguantaron casi nada y se corrieron en seguida, llenándo la boca de Mónica de semen. Ella seguía mamando, pero entre todos la levantaron y la tumabaron en el sofá. Se desnudaron, ofreciéndole sus cuerpos decrépitos y ancianos, y uno a uno se fueron tumbando sobre ella para follarla. Los dos que no se habían corrido en su boca, incluído Juan, lo hicieron ahora, por turnos, dentro de su coño, sudando y jadeando encima de ella. Mónica les animaba sin parar, les decía todo tipo de obscenidades, se tocaba, gemía, lo que ponía a los viejos al borde del infarto. Mónica empezó a disfrutar de verdad de aquella sesión, de aquellos cuerpos ancianos, de los olores, de sus ganas; cada uno de ellos la sacaba más de 50 años, y en algún caso incluso bastante más, y aún así, parcía que fuera ella la mujer madura enseñando a follar a cuatro adolescentes. Así se sentía, y quizá por eso lo disfrutaba tanto, y para ellos era la mejor mujer y el mejor polvo que habían echado en varias décadas, al menos sin pagar. Descansaron un rato, pero Mónica no queria dejarles así como así, quería más, siguió mamando pollas hasta que los fue poniendo a todos de nuevo en disposición, lo que no fue difícil a pesar de la edad. Se colocó de rodillas en el sofá, de espaldas a ellos y ofreció su culo al más valiente. Uno de ellos la cogió de las caderas y la folló entre gritos e insultos. Mónica seguía animando a todos con lo que les decía y con su gemidos y jadeos, mientras el resto se pajeaba.

-¡Vamos cabrones, preparaos, porque quiero que me folléis todos, quiero vuestras pollas dentro de mí, quiero vuestro semen en mi interior! ¡Os voy a dejar secos! Esta puta ha venido para sacaros toda la leche... ¿me la vais a dar toda, ancianitos míos?... ¿me vais a follar toda?

El primero no pudo aguantar y se corrió antes de lo que hubiera desedo, llenando el culo de Mónica de semen, ella se metió los dedos en el ano, los sacó mojados y blancos y delante de todos, mientras se seguían pajeando, se los llevó a la boca y los chupó con exageradas muestras de lujuria. Otro de los ancianos gritó "puta" y se corrió, salpicando con su corrida a la propia Mónica y mojándose las manos, su polla seguía palpitando en su mano y Mónica se levantó del sofá y se arrodilló ante él para limpiársela con la boca.

-¡Pobrecito!... ¿no has podido aguantar?, no te preocupes, yo te dejaré limpito.

Otro de ellos tampoco pudo aguantar y se corrió manchando el pelo de Mónica. Mónica se tumbó en el suelo y dejó que acabaran de pajearse y correrse sobre ella. Mientras ella se iba extendiendo todo el semen por su cuerpo, frotándose de manera erótica, se chupaba las manos y sonreía pícara a todos. Uno de los ancianos no pudo resistir el esfuerzo, su esfínter se relajó tras su última eyaculación, y acabó cagándose encima. Otro de ellos se desmayó por el esfuerzo y la emoción, y hubo que tumbarlo en el sofá para que se recuperara. Mónica se vistió lentamente, sin dejar de mostrar sus encantos a los ancianos, dándole un besito en los labios a uno de ellos, reconoció en alto que había tenido tres orgasmos, y que eso no lo conseguía con cualquiera. Juan se subió los pantalones, se lavó el sudor de la cara y salió del centro de ocio con Mónica, a la que no permitió lavarse.

Durante el camino de vuelta, el vestido se le pegaba en alguna zonas debido a la humedad de su cuerpo, con lo que el efecto era aún si cabe más escandaloso que al principio, pero a Mónica no le preocupaba en absoluto, y mucho menos a Juan, había tenido una sesión de sexo increible, y ahora iban a rematarla en casa de su vecino los dos solos.