El trato
Una chica con problemas económicos cae en las garras de un desaprensivo viejo verde.
Mónica ya se había independizado, llevaba unos meses trabajando y vivía en un piso compartido con otras dos chicas de su misma edad. Había dejado su casa con problemas muy serios y ahora se sentía libre y con ganas de comerse el mundo. El problema era que el mundo había decidido no dejarse comer, al menos no sin bastante esfuerzo, cosa que Mónica descubrió muy pronto. Acostumbrada a vivir en casa de sus padres y tener toda la vida solucionada, ahora tenía que valerse por sí sola, y eso se reveló como algo extremadamente difícil. Había conseguido trabajo en un supermercado y al principio pensó que con su sueldo podría vivir sin problemas, pero a duras penas conseguía llegar a fin de mes, y eso apretándose al máximo el cinturón y compartiendo todas las cosas posibles con sus compañeras de piso.
El otro problema era el orgullo. Mónica había decidido no volver a casa de sus padres nunca más, ni siquiera pedirles dinero, no importaba lo mal que lo estuviera pasando, y pensaba cumplir su promesa como fuera.
En esa época, dos plantas por encima del piso que compartía Mónica, vivía un hombre de 74 años, un viejo decrépito y encogido, con arrugas y venas marcándosele por toda la piel, al que le faltaban varios dientes, pero que se negaba a llevar dentadura postiza, y que pese a los achaques de la edad y la apariencia externa, aún se conservaba en moderada forma física y mental; no tenía ninguna de las terribles enfermedades que se suelen tener a esos años, como alzheimer o parkinson, y si bien sus articulaciones estaban ya bastante castigadas, aún aguantaba el reuma y no necesitaba bastón para caminar.
Había sido conductor de autobús toda su vida, y con la pensión que cobraba vivía con cierto desahogo en el pequeño piso en el que había vivido toda su vida, habiendo muerto su mujer hacía ya varios años. Pocos le conocían a fondo por el barrio, pues si algo destacaba en él era su mal carácter; era arisco y malhumorado, pero sobre todo tenía un defecto que molestaba mucho: era lo que se conoce como un "viejo verde". Le gustaba pasearse a la salida de los colegios, para observar a las niñas, tanto las que vestían de uniforme como las que vestían normal. Alguna vez había sido denunciado por acoso, pero siempre lejos de donde vivía, y nada de eso había trascendido nunca. Por la calle miraba con lujuria a las niñas, a las chicas y a las mujeres, ninguna se escapaba de sus miradas obscenas, no importaba la edad. Las miraba con todo el descaro del mundo, lo que había provocado infinidad de reacciones molestas e incluso violentas por parte de las mujeres. Le habían insultado, le habían llamado de todo, incluso le habían abofeteado en público al tocarle el culo a una mujer, cosa que solía hacer con frecuencia. Pero él no se arrepentía, era un pervertido, y no podía evitarlo, ni quería.
Por supuesto, ya ninguna mujer quería estar con él por gusto, así que tenía que desahogarse yendo de putas. Era conocido en un par de locales donde solía ir con frecuencia, aunque sólo fuera para tomarse una copa y hablar y mirar todo lo que quisiera a las chicas. Luego en su casa, si ese día no tenía dinero, se masturbaba pensando en las chicas con las que había hablado. También recorría mucho las calles donde había putas. Eran más feas, pero mucho más baratas, y el riesgo de enfermedades, a su edad, hacía tiempo que había dejado de preocuparle. Conservaba su vigor sexual; por supuesto ya no tenía 20 años, pero seguía teniendo buenas erecciones, aún follaba con normalidad, y se masturbaba con regularidad, pensando en las chicas o mujeres que había visto durante el día, o con la ropa interior que conseguía robar en tiendas, gimnasios, vestuarios, etc.
Mónica le conocía de vista, de haberse cruzado con él alguna vez en el portal, o haber coincidido en el ascensor, o de haberle visto por la calle. Su impresión no podía ser más negativa. Le parecía un viejo repugnante y pervertido. Odiaba cruzarse con él porque siempre la miraba con una lujuria que le daba asco, y lo que más le molestaba era que lo hacía sin disimulo, mirandole el escote, las tetas, el culo...era repulsivo. Además era sucio, olía mal, a viejo o a suciedad, no lo sabía seguro, pero no le gustaba su olor; y muchas veces llevaba manchas en la ropa, manchas de sudor en las axilas, siempre mal afeitado, su aliento apestaba, y alguna vez le había visto pequeñas manchitas en el pantalón, en la entrepierna, como si no se secara bien la polla después de mear.
Mónica apenas le dirigía la palabra cuando coincidían, y eso que Juan, que así se llamaba, siempre intentaba hablar con ella. A Juan le parecía una chica tremendamente atractiva, y ya se había masturbado más de una vez pensando en ella. Mónica era una chica en efecto muy atractiva, con una larga cabellera peliroja, no era muy alta y sí tenía unas formas redondas y compactas; su generoso pecho era algo que volvía locos a los chicos de su edad, y a los no tan chicos. A Juan le excitaba muchísimo. Todo su cuerpo. Y en los meses de calor, era cuando más le volvía loco, por la ropa tan ajustada, corta y provocativa con la que Mónica gustaba vestir. Y es que a Mónica le gustaba llamar la atención al vestir, siempre le había gustado ser el centro de las miradas; y su cuerpo lo era; y con la ropa que solía llevar, aún más. Pero si había alguien en el mundo a quien no tenía ninguna intención de atraer su atención, era al "viejo verde" de su vecino.
Fue entonces cuando los problemas económicos de Mónica empezaron a agudizarse y a preocuparla seriamente. Llevaba tiempo intentando cambiar de trabajo, encontrar algo mucho más seguro y mejor pagado, pero no encontraba nada. Y se resistía a pedir ayuda a sus padres o incluso a volver a su casa. Empezaba a estar desesperada. Juan, por supuesto, sabía de sus problemas económicos; por muy pervertido que fuera, era muy listo, y los pequeños detalles no se le escapaban, además de que había sorprendido una conversación de Mónica hablando por el móvil en la que hablaba de sus problemas. Mónica se lo estaba comentando a una amiga, con la esperanza de que supiera de algún trabajo, cuando Juan la oyó, estaba hablando según llegaba a casa, y pudo escuchar la mayor parte de la conversación sin que ella se diera cuenta.
Pocos días antes, desesperado por lo mucho que Mónica le excitaba, había llegado a invitarla a su piso para tomar un refresco, pero Mónica por supuesto se negó ofendida, más si cabe, cuando Juan se lo propuso sin dejar de mirarle el escote, casi babeando. Desde entonces no habían vuelto a coincidir, hasta el día en que la sorprendió hablando de sus graves problemas económicos con su amiga. La frase que se le quedó grabada y que impidió que pudiera dormir esa noche, fue cuando dijo que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por ganar dinero, todo antes que volver a casa de sus padres.
Juan empezó a darle vueltas a las palabras de Mónica, pensando si habría sido una frase dicha por decir, o si realmente estaría dispuesta a hacer lo que fuera, y si era así, se preguntaba hasta dónde llegaría ese "lo que fuera". Al final decidió que sólo había una forma de averiguarlo, y era preguntándoselo. Ni que decir tiene que esa noche se hizo una paja fantástica pensando en las tetas de Mónica.
Al día siguiente fue al supermercado donde sabía que Mónica trabajaba, a la hora en que salía de trabajar, y provocó un encuentro casual. Mónica vio a su vecino, le saludó friamente y aceleró el paso para ir a casa, pero Juan la preguntó si podía hablar con ella de algo importante. Mónica, un poco a regañadientes, caminó a su lado, esperando que aquello terminara pronto. Juan empezó a hablar de trabajo, de dinero, de lo cara que estaba la vida, y eso hizo recordarle a Mónica la mala situación en que se encontraba. Juan fue poco a poco conduciendo la conversación a donde le interesaba. Comprendió que la desesperación de Mónica era real y decidió probar suerte. Le preguntó qué estaría dispuesta a hacer por dinero, como en broma, para ver qué respondía. Mónica respondió que cualquier cosa, que estaba muy desesperada y que nunca había tenido muchos problemas de conciencia ni éticos.
-¿Incluso acostarte con un hombre por dinero?
Mónica se paró en seco al escuchar eso, y se quedó mirando fijamente a su vecino. Juan hacía verdaderos esfuerzos para no mirarle descaradamente las tetas, además, ese día Mónica llevaba una camiseta de tirantes que marcaba perfectamente toda la redondez de sus pechos y el bultito de los pezones; unos shorts muy cortos dejaban al aire sus morenas piernas a la vez que mostraban las curvas de su culo. Muy seria, sin comprender a dónde la estaba llevando Juan con esa conversación, le dijo que sí, que como acto de desesperación, sí estaría dispuesta a follar por dinero.
-¿Lo harías conmigo?
Mónica comprendió entonces lo que Juan pretendía. Le miró horrorizada. Él ya no podía contenerse más y le miraba con descaro el cuerpo, con la boca entreabierta, humedeciéndose los labios resecos.
-Podría pagarte muy bien por follar conmigo. ¿Qué me dices?
Mónica le escupió a la cara que era un guarro, un degenerado, un pervertido, que jamás lo haría con él, que era repulsivo y que le daba asco. Se dio la vuelta y se fue corriendo a su casa. Aun así Juan le gritó que se lo pensara.
No volvieron a coincidir en bastantes días. Juan lo intentaba, pero Mónica siempre se escabullía, como si sintiera su presencia. Pero los problemas de Mónica no desaparecieron, al contrario, aumentaron. En el supermercado hubo un recorte de personal y a Mónica le redujeron de jornada completa a media jornada. Ahora, sobrevivir con medio sueldo era prácticamente imposible. Había pedido dinero a los pocos amigos que tenía, que no eran muchos, al menos los que pudieran ayudarla, y ya no podía seguir pidiendo prestado. Y no podía volver a su casa, con sus padres, no, después de lo que había pasado poco tiempo antes de independizarse. Los días pasaban y la angustia de Mónica era cada vez mayor.
Una tarde en que volvía de una nueva decepción en su busqueda de un empleo mejor, se encontró con Juan en el portal. Las miradas de Juan fueron tan lascivas como siempre, pero Mónica ya no tenía fuerzas ni para ofenderse, estaba demasiado deprimida y desesperada.
-¿Te lo has pensado mejor, preciosa?
Mónica había decidido subir por las escaleras para no tener que ir en el ascensor con Juan, cuando oyó esa pregunta. Inmediatamente se quedó quieta, como paralizada. Se dio la vuelta y bajó lentamente los pocos escalones que había subido hasta situarse al lado de Juan. La voz y todo el cuerpo de Mónica temblaban, cuando armándose de valor, le preguntó cuánto dinero estaba dispuesto a pagarle por acostarse con él.
Una sonrisa perversa se dibujó en la cara de Juan, que había esperado ese momento mucho tiempo, sabiendo que al final su vecina caería, que la necesidad de dinero sería mucho más imperiosa que su conciencia sexual. Se acercó más a ella, hasta rozarla con su cuerpo, sabiendo que si jugaba bien sus cartas, podría ser el dinero mejor gastado e invertido de su vida. Alargó una mano y la posó con suavidad en la cintura de Mónica; la mano fue acariciando lentamente su cintura mientras le decía la cantidad que la pagaría. Era una cifra bastante alta y Mónica no pudo evitar pegar un respingo aunque por supuesto no quería de ninguna manera que Juan se diera cuenta de lo mucho que necesitaba ese dinero. Juan, claro, lo sabía perfectamente, y no le pasó inadvertido el temblor de Mónica cuando le nombró la cantidad.
-No sabes lo mucho que me alegra que hayas cambiado de opinión, y que estés dispuesta a acostarte conmigo aunque sea a cambio de dinero; pero como comprenderas, no me apetece pagar por cinco minutos de sexo, eso puedo hacerlo en cualquier momento con cualquier puta. Tú eres especial, y por lo tanto, quiero algo especial. Quiero que te entregues totalmente a mí, o no verás ni un solo céntimo, ¿está claro?
Mónica comprendió que aquello no iba a ser tan fácil como había imaginado, no podría simplemente cerrar los ojos, follar con aquel viejo, hacerle correrse lo más rápido posible y pasar el mal trago lo menos malamente posible, coger el dinero y olvidarse de todo. Juan no iba a permitir eso. Dudó, mientras la mano de Juan le acariciaba el vientre y muy lentamente subía por su abdomen, mientras le llegaba su aliento rancio, y mientras la cifra de euros prometidos bailaba en su cabeza. Al final, tomando la decisión hasta ese momento más dura de su vida, aceptó y entró en el ascensor con Juan.
Juan ya no se reprimió, le puso la mano en el culo a Mónica y se lo sobó todo el camino hasta la cuarta planta, donde vivía. Esa tarde Mónica llevaba una ropa más decorosa de lo costumbre, pues había ido a una entrevista de trabajo, que resultó un desastre; llevaba una falda larga, negra y una camiseta poco escotada. Aún así sentía la mano de Juan sobarle el culo y empezó a ponerse enferma imaginando lo que la esperaba. Salieron del ascensor y entraron en el piso de Juan, y sin retirar la mano de su culo, la guió hasta el salón, al sofá. Mónica temblaba, un par de veces estuvo a punto de echarse atrás y renunciar al dinero a cambio de verse libre de aquel viejo repugnante, pero también sabía que ya no había marcha atrás, había aceptado, y estaba dispuesta a ganarse su dinero, hiciera lo que tuviera que hacer. Ya sentados, Juan no pudo aguantar más y se avalanzó sobre Mónica, sobando casi con violencia y desesperación todo su cuerpo, babeando toda su cara en un intento de besarla y meterla la lengua en la boca. Mónica le apartó como pudo, separándole con las manos, absolutamente asqueada del lío en el que se había metido, y como una forma de ganar tiempo, le pidió que le pagara su dinero. Juan era un pervertido, pero no era ningún estúpido, y le dijo que no pensaba pagarle ni un solo euro hasta que no terminaran y él quedara totalmente satisfecho de su entrega. La cogió de nuevo con fuerza de los brazos y la besó en la boca, y Mónica se dio cuenta de que no había nada que hacer, o aceptaba las condiciones y disimulaba lo mejor que pudiera el asco que le daba aquello, por mucho que le doliera, o cancelaba ahora mismo el trato y se iba a su casa sin el dinero, pero con su cuerpo limpio y puro. Abrió la boca y se dejó besar. Sacó la lengua y su saliva y su lengua se mezclaron con las del viejo, su apestoso aliento entró en su boca, cerró los ojos e intentó no pensar en lo que estaba haciendo.
Las manos de Juan tocaban todo el cuerpo de Mónica con frenesí, las tetas, sus muslos, su piel cálida, suave y morena, pero al final siempre acababan volviendo a sus pechos, los mismos que había tenido en la mente mientras se masturbaba en infinidad de ocasiones. Pero ahora eran suyos de verdad, no era una fantasía. Eran suyos esas tetas grandes, firmes, suaves, con esos pezones tan grandes y duros. Tiró de la camiseta hasta mostrar el sujetador, se apartó para contemplarla y la ordenó quitárselo. Mónica se quitó la camiseta y el sujetador, con vergüenza, casi estuvo a punto, en un acto reflejo, de tapárselos con las manos, pero Juan en seguida se echó sobre ella para lamerlos, llenarlos de saliva, de babas, morderlos, a la vez que una de sus manos se introducía bajo la falda y llegaba al interior de sus muslos. Cerró los ojos y emitío sus primeros suspiros.
Juan se separó, totalmete frenético, y se señaló el bulto que asomaba en su entrepierna. No hacían falta palabras, Mónica ya sabía lo que se esperaba de ella. Se puso a sobarle el paquete, como lo había hecho multitud de veces con multitud de chicos de su edad. Pero esta vez todo era diferente, aunque cerrara los ojos, podría notar que era diferente, la textura, los olores, todo. Al sobar el paquete notó cómo se iba poniendo dura poco a poco, sin dar la impresión de ser una polla especialmente grande, ni con muchas posibilidades de dureza. Sin necesidad de más órdenes, Mónica le bajó la cremallera y le desabrochó el pantalón. Sacó la polla para contemplarla, y en el momento en que su mano tocó la piel de su miembro, Juan emitió un sonoro suspiro, cerró los ojos y se recostó en el sofá. Mónica contempló aquel trozo de carne, pequeño, arrugado, repugnante. Se puso a pajearlo, viendo cómo crecía rápidamente, mientras Juan seguía con los ojos cerrados y gimiendo como si le estuvieran haciendo la paja de su vida. Cuando alcanzó un tamaño aceptable, Mónica se agachó y arrugó la nariz según el olor se hacía más intenso; tenía un olor muy desagradable, pero aún así, abrió la boca y empezó a chuparla. Al principio iba muy rápido, pero Juan le dijo que lo hiciera más lento, que tenían toda la tarde, y que quería disfrutarlo.
Mónica vio que sus tácticas para que aquello terminara cuanto antes no servían para nada, así que se dedicó a mamársela como si fuera la polla más deliciosa del mundo; se dijo que si ese viejo cabrón estaba disfrutando tanto de la situación y ella iba a llevarse el dinero, bien podía intentar disfrutar ella también, por muy difícil que pareciera. Llevaba sólo unos minutos chupándosela cuando Juan la interrumpió y la dijo que se desnudara. Mónica se levantó y lentamente se bajó la falda, las bragas y se quitó las sandalias. Juan la observaba sonriendo embobado. Se sentó y continuó chupándosela, con las manos de Juan acariciando su espalda, sus nalgas, la raja de su culo; las separó un poco con la mano y la introdujo un dedo en el ano, mientras Mónica bajaba la cabeza hasta tocar con los labios el vello púbico de Juan, subía la cabeza y así una vez y otra y otra. Cuanto más a fondo la chupaba, más dentro le metía el dedo en el ano. Mónica movió el cuerpo para acomodarse mejor a la mano de Juan, para que su dedo pudiera meterse más profunda y cómodamente dentro de su ano; Juan lo notó, y sonrió y posó su mano libre sobre la cabeza de Mónica para llevar mejor el ritmo de sus chupadas.
De nuevo la hizo interrumpir la mamada, y sacándola el dedo del ano, se lo ofreció para que lo chupara. Mónica le cogió la mano entre las suyas y chupó el dedo que la había follado el ano de forma tan fantástica. Olía y sabía a su ano, y lo chupó con deleite.
-Veo que te gusta el olor y el sabor de tu culo, puta, mira cómo chupas mi dedo. Pues te voy a complacer.
Se levantó y se desnudó. Mónica pudo entonces contemplar el cuerpo anciano de Juan, sus arrugas, los granos, las manchas en la piel, y se preguntó cómo aquello la podía estar produciendo placer. ¿Era sólo el deseo de ganar el dinero o realmente estaba empezando a disfrutar?
-Si tanto te gusta el sabor de un ano, prueba el mío.
Juan puso una rodilla en el sofá, inclinándose hacia adelante para mostrarle todo el culo a Mónica. Ésta se sintió asqueada. Asqueada de la piel blanca y anciana de Juan, y del sudor y suciedad que asomaban por la raja de su culo. Pero se agachó detrás de él, apoyó las manos en sus caderas, y acercó la cara a su culo. El olor que emanaba de su agujero negro era fuerte y ácido. Mónica pegó la cara, separó las nalgas con las manos, metió la nariz, sacó la lengua y la pasó por el agujero. El gemido de Juan fue de absoluto placer. Y la lengua de Mónica se introdujo todo lo que pudo dentro del oscuro y sucio ano del viejo.
El placer que Juan sentía era enorme; en los últimos años había estado con muchas putas, y con algunas de ellas había podido dar rienda suelta a alguna de sus perversiones, pero lo que estaba gozando con su vecina no lo había gozado con ninguna. La pidió que le metiera la lengua más dentro, todo lo que pudiera, mientras su polla se ponía más dura de lo que lo había estado en años. Mónica, por su lado, no podía explicar cómo podía sentir asco y placer a la vez, pero estaba húmeda, y cada vez se sentía más cachonda. Juan ya no podía aguantar más, bajó la pierna al suelo, casi tirando a Mónica y la ordenó tumbarse en el sofá; inmediatamente se echó sobre ella y la penetró. Cuando su polla se deslizó por su raja mojada, rió.
-¡Puta, lo estás gozando!
Mónica no quería reconocerlo, y cerró los ojos avergonzada, pero ya Juan se movía con fuerza encima suya, subiendo y bajando con frenesí, entrando y saliendo de dentro de ella, arrancándola gemidos, luego algún grito. Sin poder evitarlo se corrió, con las piernas rodeando el cuerpo de Juan y aullando de placer. El corazón de Juan latía desaforado, pero no pensaba parar de ninguna manera, si tenía que morir, lo haría follándose a aquella chica tan tremenda. Mónica de repente tomó conciencia de lo que pasaba y le pidió, le suplicó a Juan que no se corriera dentro de ella, pero Juan no podía parar, y gritando expulsó la mayor cantidad de semen que había eyaculado en muchísimo tiempo. El semen empapó el coño de Mónica, y con la polla goteando Juan la sacó y echó los restos de semen que contenían sus huevos sobre el estómago de Mónica. Se quedó en esa postura, medio arrodillado en el sofá, con la polla en la mano, escurriendo gotas, un buen rato, mientras el corazón poco a poco recuperaba su ritmo habitual, con Mónica tumbada delante de él, gimiendo suavemente, extendiéndose con la mano el semen que había mojado su estómago, y llevándosela a la boca para saborearla. El semen de Juan tenía un sabor algo diferente al del semen de un chico joven, pero no era del todo desagradable. Se metió los dedos en el coño y los sacó mojados de semen, que en seguida se llevó a la boca, repitiéndolo varias veces. Cuantas más veces lo hacía, más se excitaba ella misma, y más excitaba a Juan, que acabó agachándose y hundiendo la cara entre sus muslos para lamer los restos de semen y jugos. Juan siguió lamiendo y chupando el coño de Mónica, animado al oír sus gemidos. Ella le acariciaba el escaso y grasiento pelo y subía a sus tetas para magrearlas, jadeando cada vez más ostensiblemente. Pocos minutos después, la lengua de Juan le provocó el segundo orgasmo, entre temblores y jadeos.
Juan se levantó y fue a refrescarse, dejando a Mónica tumbada, con los ojos cerrados, sonriendo placenteramente y acariciándose suavemente. Juan volvió de la cocina y cogió de la librería la cartera, sacó el dinero prometido y se acercó con él a Mónica. Se sentó en el borde del sofá y pasó los billetes por el estómago húmedo de sudor y semen de Mónica. Finalmente se los metió en el coño.
-Toma tu dinero, puta, te lo has ganado, ya lo creo que te lo has ganado.
Mónica sonrió y se sacó los billetes húmedos, los lamió y los puso junto a sus cosas. Mientras se vestía, Juan se había sentado, aún desnudo y sudoroso, y se encendió un cigarrillo. Le dijo a Mónica que tenía algo que proponerle. Ésta le cogió un cigarrillo a Juan, lo encendió, y a medio vestir se sentó en un sillón en frente de él. Juan le preguntó que le parecería ser su puta de una manera más regular, él estaría dispuesto a pagarle una cantidad todos los meses o todas las semana, a cambio de que ella se entregara a él sin quejas ni contemplaciones, y que estuviera totalmente dispuesta a participar de todas su perversiones. Mónica se fumó el cigarrillo tranquilamente, pensando y sopesando la oferta. Intentó verlo de la forma más objetiva posible, es decir, que había encontrado un viejo que la pagaría, y muy bien, por organizar pequeñas orgías entre los dos, solo tendría que disfrutar del sexo y a cambio tendría un sueldo todos los meses. No era un mal trato, y así se lo dijo.
-¡Estupendo! Bien, pues vuelve a quitarte la ropa y vamos a la cama, esta noche duermes conmigo.
Desde ese día, Mónica pudo olvidar sus preocupaciones económicas, dejó el supermercado y se dedicó con calma a buscar un trabajo en condiciones. En cuanto a su relación con Juan, había visto muchas veces en la tele cómo hombres muy mayores se juntaban con jovencitas, e incluso se casaban con ellas. Todo el mundo sabía que ellas iban detrás de su dinero, y quién podría culpar a un viejo con dinero que decide gastarlo en una jovencita bien atractiva y con un cuerpo de infarto. Visto desde ese punto de vista, Mónica no se sentía tan mal, y cada vez dejó de preocuparle menos lo que opinara su conciencia de su comportamiento y de las perversiones que se dedicó a realizar con Juan, y con el tiempo, incluso lo que opinara la gente que los veía juntos.