El traje de baño (III)
Me di una pausa, ensartada, pero dueña de la situación. Tomé un poco de aliento.
El público y la crítica aclamó mi show de debutante en vivo. El público, Don Ismael, que solo le faltó aplaudirme, y la crítica, yo, claro está. El resto de la noche lo pasé reviviendo la escena de mi travesura acuática en vivo y fantaseando sobre nuevos espectáculos. Sentí un poco de nervio porque mis aventuras de putita estaban tomando un nuevo rumbo. no dependían solo de mis atrevimientos. Ahora eran un juego entre dos personas y, si yo solita podía controlar poco mis deseos, ahora menos control tendría con la incorporación de este nuevo cómplice.
Ismael estaba pasando los 40, así que me sacaba al menos 25 años. De joven, fue a trabajar a Estados Unidos, lo que le dotó de un cuerpo recio y compacto, moldeado por el esfuerzo físico diario como jardinero y albañil. Debió haber sido buen mozo en esa época, ya que todavía le quedaba un cierto aire de galán. Me conoció de chiquita y podría decir que me tenía algo de cariño por haberme visto crecer. Hasta antes de mi primer show, nuestras interacciones eran entre un niñato privilegiado y un empleado de la casa, e Isma siempre tuvo una disposición gentil conmigo y particularmente servicial cuando mis papás estaban cerca. Con este giro que dio nuestra relación, tenía que mantener esa dinámica. Es decir, seguir siendo yo la que mandara. Un equilibrio difícil de lograr porque ahora anhelaba su aprobación.
Al día siguiente le escribí la siguiente cartita:
Hola Ismael.
Estás invitado a mi nuevo show.
Lugar: Atrás de la jaula de los pájaros.
Hora: 1 am.
Reglas:
No tocar, solo ver
No contarle a nadie nunca
Ser bueno conmigo
Atentamente, Cami
Doblé la cartita y la guardé en mi bolsillo y bajé a desayunar con mi familia. La esposa de Isma nos sirvió a la mesa y ese día la encontré más linda que antes. Me dieron celos, celos de niña consentida que no quiere ser comparada ni compartir la atención con nadie. No estaba Isma cerca. Cuando terminó el desayuno, lo encontré en una esquina del jardín descansando. Me le acerqué, le di la cartita muerta de vergüenza, me di media vuelta y me retiré a paso veloz. Cuando regresé al patio de la alberca mi mamá me dijo
-¿Por qué estás tan sonrojado Julián, que travesura estás planeando?-
Uy mamá, si supieras-, pensé. A parte de la intuición de madre (que ¿quién puede esa?), mi sonrojo siempre me ha delatado. Cuando me emociono o me abochorno, en seguida se me torna el rostro y el cuello como tomate y todo el mundo lo nota. Algo adorable en otro momento, en ese, lo que hubiera dado por tener una piel menos reveladora.
Pasaron horas que se sintieron como días en lo que dio la media noche. No conté con que mis papás y sus amigos hicieran fiesta y estuvieran a plena rumba a las 12:45. Mi show tendría que retrasarse. Yo ya tenía mi plan listo desde las 10:00. Arrastré un camastro de madera de la alberca y lo puse detrás de la jaula de los pájaros. Con la jaula tapada con una lona durante la noche, me pareció el rinconcito ideal para mi aventura de putita. No estaba alumbrado ni a la vista fácil de nadie. Teniendo el lugar preparado, mi colita impoluta y lista para la faena, mientras se me pasaban los minutos desesperada porque mis papás no tenían para cuando.
Por ahí de las 4 am, se despidieron a dormir todos y me dejaron la cancha libre. Me puse una faldita de jugar tenis de mi hermana, el top de su bikini, y opté por no llevar la parte de abajo pues nada más me iba a estorbar. Con mucho sigilo me puse el labial de mi mamá, me solté el pelo y me lo cepillé un poco. Mas con prisa que con cuidado, salí descalza de la casa y bajé al jardín. Llegué al lugar planeado y me ruboricé cuando noté que la luz de la luna llena no dejaba nada a la imaginación. Ni hablar, the show must go on, me dije.
Me traje dos herramientas. Una era un destornillador de juguete que usaba como buttplug sin saber que era un buttplug en ese momento. La otra era una raqueta de niño también de plástico, de esas chinas del mercado. Lo que me volvía loquita de la raqueta era que se atrancaba perfecto entre las tablas del camastro y quedaba bien ceñida con la empuñadura parada. También me gustaba su forma. La cacha tenía unas honduras leves y terminaba en una bolita. Dejé mi utilería lista y decidí prestarle atención a mi culo, que iba a ser la estrella del evento. Me puse en cuclillas, y me tenté la entrada de la colita que, como se esperaba, estaba mojadísima por la anticipación. Me metí un dedo y todo perfecto. Iba a comenzar a darme gusto con el destornilladorcito, cuando escuché pisadas en el pasto. Mientras se acercaban, sentía que me iba a explotar el corazón.
Cuando vi que era Isma, me paré y no sé por qué, pero me puse muy nerviosa.
-Buenas noches.-
-Buenas noches.- El sonó casual como si nada estuviera pasando, como siempre, y eso me calmó.
Me vio de arriba a abajo y yo me puse derechita para que me observara bien. Nos cruzamos la mirada y le sonreí un poco, como esperando su aprobación. Me respondió de vuelta con una sonrisa completa, franca, que adoré en ese momento. Me puse de perfil y, aunque estaba muy flaquita en esa época, metí la panza, me tapé como pude la erección que tenía debajo y me subí la faldita hasta comisura de las pompis. Me volvió a sonreír.
-Isma. Esto queda entre tú y yo, ¿verdad? ¡Para siempre!
El asintió.
-Cuando juguemos a esto, yo me llamo Cami, ¿ok?-
También asintió, muy acomedido.
-Ok, quédate a esa distancia. Si quieres siéntate en el pasto. ¿Sale?-
Así lo hizo, como a dos metros de mí.
Habíamos empezado de maravilla. Mi preocupación de que se saliera de mi control esta aventura de putita se disipó. Al contrario, me empoderó mucho que, en este juego, yo tuviera el control (A fin de cuentas, tendríamos que reconocer que Isma trabajaba para mi familia y eso me daba una posición de poder).
Le di la espalda, abrí un poquito mis pies, voltee hacia él con mis hombros y la mirada y me alcé la falda para que apreciara bien mis nalgas.
-¿Te gustan?-
Él se talló las manos sobre el pantalón, como un niño con hambre.
Quebré mis caderas, me relamí los labios y tomé mis nalgas con las manos para abrirme rico la cola y volver a tener su aprobación.
-¿Sabías que a mi colita le gustas? Me pidió invitarte. Para enseñarte sus travesuras y que a te vuelvas su fan.-
Me acerqué al camastro, me saqué la falda y se la lancé con el pie. Solamente quedé con el top del bikini de mi hermana. Con mi cuerpo viendo hacia él, bajé mi cadera hasta quedar en sentadilla y separé las rodillas, exponiéndome completamente.
-Isma, a este no le hagas caso, no nos importa. Le dije, mientras señalaba mi pitito erecto. Me acomodé para volver a enfocarnos en mi ortito, me chupé un dedo y me lo metí facilísimo, pues estaba con la cola echa agua.
-Un dedo es de principiante, ¿quieres que me meta dos?-
-Si!- Me contestó.
Me metí el dedo medio e índice, y los empecé a agitar lo más adentro posible de mi cola, primero despacito y luego rápido, como la ninfómana que soy, para que fuera conociendo mis vicios. Sólo rompíamos la mirada si yo cerraba los ojos, mordiéndome el labio inferior cuando me abordaban oleaditas de placer. Lo cierto, es que me tomé el tiempo que quise, y sirvió para que me entendiera y nos conectáramos.
Me saqué los dedos y le mostré la mano, pringadísima de saliva anal.
-Mira. Me salió mucho juguito. ¿Sabías que me encanta como sabe?-
Me lamí los nudillos limpiando toda la flemita que encontré. No podía estar más desatada.
-Lo que a mi colita no le gusta tanto de los dedos, es que no llegan muy a fondo. Para eso está este instrumento. Señalé a la raqueta trabada en el camastro.
-¿Estas listo, para ver lo que puede hacer mi colita?
Isma estaba con la boca entreabierta, los ojos como platos.
Me encaramé en las tablas del camastro, un pie a cada lado de la raqueta erguida y con el mango viendo hacia mi entrepierna. Sonriéndole coqueta, comencé a bajar mi cadera como bailando La Botella. Me quedé a un centímetro de la bolita de la empuñadura.
-¿Ya?- Le pregunté.
-¡Yaaaa!- me contestó
-Primero mándame un besito, ¿sí?- Le pedí muy pícara.
Me mandó un beso tierno en mi dirección, que yo imaginé tocándome los labios. Contentísima, le mandé un besito al aire de regreso, luego cerré los ojos, me abrí las nalgas con las manos y engullí de un solo bocado la empuñadura de la raqueta.
-¡Que delicia de palo, no mames no mameeeeees!- Exclamé sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta-.
Abrí los ojos e Isma seguía ahí, absorto, quietecito, y yo extasiada por el momento que habíamos alcanzado en esta aventura de putita. La mejor por mucho hasta ahora.
Me di una pausa, ensartada, pero dueña de la situación. Tomé un poco de aliento.
-Mira lo que puedo hacer.- Le dije, mientras me engarzaba hasta donde la cacha de la raqueta de juguete terminaba y se conectaba con el aro.
-Ya no se puede más adentro.- Expresé con un quejidito mientras me daba sentoncitos y mecía la cadera en circulitos, como una niña que usa la boca para jugar con el palito de un caramelo.
De pronto, con ese vaivén que se desatora la raqueta y se me zafa de la colita. Con la sorpresa, rompimos un poco nuestra conexión íntima, pero nos causó gracia el incidente.
-Pausa, Pausa.- Dije.
Me bajé del camastro, recogí la raquetita y me volví a subir. Puse el juguete entre mis pies y no sé si por mi peso o mis nervios, pero no conseguía volverlo a atrancar.
-No sé qué pasa, pero ya no se traba. ¿Y si mejor me lo detienes tú, Isma?-
A Isma se le trompicó un latido del corazón cuando escuchó esta propuesta y en santiamén se me puso en frente. El sobre el piso, hincado como sensei a mis pies, yo parada sobre el catre, como una virgencita. Qué estampa para quien nos hubiera visto. Le di la raquetita y la metió de canto entre dos tablitas del camastro. Ambos comprobamos que ya no se atrancaba.
-Vas, chiquita. Clávatela. Yo te la detengo.- Me propuso.
Encantada por la complicidad de Isma, comencé a bajar mi cadera, y cuando mi culo besó el juguete, volvimos a cruzar las miradas, ya casi a la misma altura. Abrí mi ortito pujando como la guarrita que siempre he sido y me enfundé de un jalón toda la cacha hasta la base del aro. Me relamí los labios. Hice una sentadilla profunda hasta el fondo para que nuestras miradas se encontraron a la misma altura. Entonces, Don Ismael decidió tomar la batuta y meneó el juguete con un leve mete y saca. Aunque no me desagradó su iniciativa, esa decisión la tomaría yo a mi tiempo.
Le expresé con un susurro:
-Isma, sin que me cojas, solo agárrala fuerte, ¿ok? A mi hoyito le gusta cogerse solito y que tu sientas cómo lo hace-.
Me obedeció y dejó en paz la batuta. Estaba deliciosamente atravesada, tanto que mis nalguitas ya tocaban mis tobillos y a don Isma le estaba dando el espectáculo de su vida, de nuestras vidas. Volví a mi vaivén y, para poderme dar vuelo en esa posición, con mi ayudante sosteniendo firme el objeto de mi placer, puse mis manos sobre sus hombros, sintiéndome en confianza. Le sonreí como una nena que está aprendiendo a bailar con su papá. Le mandé un besito al aire y él me mandó uno de vuelta.
-Isma, ¿verdad que te gusto, aunque sea una depravada?-
-Más bien, por eso me gustas más.-
Subí mis manos y me colgué de su cuello, acercándole mi cara
Le dije con voz de nenita,
-Isma es que no soy yo, es mi colita la que está loca y me pide hacer cosas. Y tenemos que darle gusto los dos, siempre, de ahora en adelante, lo que nos pida, ¿estás de acuerdo?
-Ahorita mi colita me está diciendo, frótate por dentro. ¿Le hacemos caso?- Le susurré.
Ismael asintió.
-Deténmelo bien, ¿ok?
Hice para atrás la pelvis, para tallarme el mango de la raqueta contra la pared frontal de mi tripita.
-¡Dios, que palo! ¡Está riquísisimo! ¿Sientes cómo me froto en las onditas?- Me refería a las honduras del mango de la raqueta.
Me tallaba con ganas cadereando hacia atrás la pelvis para engancharme bien, mientras rebotaba despacito en un decidido sube y baja que me hacían sentir los canalitos de la cacha de la raqueta en toda su definición.
-Dame .... onditas ... uuuuf ... que onditaaaaaa.- Susurré quedando enfrentito de su cara, ya no escuchando del todo. Me comenzaron a temblar las piernas, una corriente eléctrica desde mi orto me empezó a subir por la pelvis, la columna, llegó a la nuca y me tapó los oídos. Con los ojos en blanco y la boca abierta, me llegaron oleadas de espasmos orgásmicos mientras soltaba trallazos de leche. Eso, sin que en toda la velada me hubiera tocado una sola vez el pito.
Cuando me regresaron los sentidos, noté que había estado dando gemiditos de zorrita en celo, se me había salido la baba por tener la boca abierta, mis piernas seguían temblando como propaladas por un motorcito propio y la camisa de don Isma estaba hecha una sopa por mi leche. Incluso le había llegado un lechazo a la barbilla.
-Sácamela porfas Isma. Le pedí sin separarme de él.
Me sonrió, y me sacó la raqueta despacito. Me gustó su cuidado, seguro intuía que estaba destrozada por dentro. Le limpié el semen de la barbilla con mis labios, y le dije:
-Gracias.-
¡Que conexión tan profunda habíamos creado! Sin darnos cuenta de cuánto tiempo había pasado, ya había algo de luz de la mañana.
Me bajé del catre, encontré la faldita tirada y me la puse. Él se levantó también.
-Tu regresas el camastro a la alberca?-
-Si,- me dijo, -Ya métete.-
-Ok, gracias-, le volví a decir. Me levanté la falda, me paré de puntitas y le mostré mi pompis de nuevo.
Me dio una nalgada de despedida, con la que comencé a caminar hacia mi cuarto, dando brinquitos, encantada de la vida y con mi culito desecho.