El traje de baño

Confesiones de una trans debutante que descubre su yo sexual

No les puedo decir a que edad me pasó esto que les voy a contar, pero basta mencionar que fue durante mi despertar sexual, sin entender muy bien que era lo que sentía ni por qué.

Mis papas tenían una casa de fin de semana en Cuernavaca, México, que era el lugar ideal para dejarme llevar por mis juegos y fantasías. Mi hermana es tres años mayor que yo, y en la época de esta historia teníamos un cuerpo similar, hasta en el corte de pelo, a los hombros. Ella siempre ha sido delgada y algo plana de tetas, pero con un lindo culito respingón. Siempre me había gustado verla en traje de baño danzoteando de aquí para allá, con amigos o quien fuera y, a la distancia, me doy cuenta que lo que me gustaba de verla era que me imaginaba siendo ella, jugando a ser coqueta con los invitados del fin de semana, y muchas veces mostrando sin querer la comisura de mis nalguitas escapándose del traje de baño.

En Cuernavaca mis papas me dejaban hacer lo que me viniera en gana, comer a deshoras, despertarme igual, y siempre había sido mi costumbre ser el último en salir de la alberca para bañarme. Uno de esos días en los que todo el mundo ya estaba en otra cosa, cenando enfiestados, yo apenas me metía a la regadera para quitarme el agua con cloro. Mi hermana se había metido a la regadera antes y había dejado su traje de baño colgado para secarse.

Casi como si el destino me hubiera puesto delante esa tentación, lo más natural que he sentido en mi vida ha sido la pulsión de meter los pies entre los espacios de ese traje de baño, irlo subiendo hasta que me ajustara en la entrepierna y luego pasar los brazos por los tirantitos para dejarlo puesto como cualquier nenita de mi edad. De súbito me llegó la sensación de haber descubierto algo que no tenía en ese momento definición, pero que me pareció clarísimo, -yo era la nena que habita ese traje de baño-. Y en todo momento durante esta revelación mantuve una erección durísima, como nunca antes, que me confirmaba que mi expresión sexual era femenina. Qué travesura tan deliciosa había descubierto, y las que se venían.

Cada que tocaba un fin de semana en Cuernavaca, lo único que mi mente podía enfocar era el momento de llevar puesto cualquiera de esos trajes de baño y sentir caer el agua calentísima sobre mi cuerpo de nena. Más tarde, detestaba pretender ser el chico normal y funcionar en sociedad como mi familia y amigos me conocían. Al ir a dormir, no podía conciliar el sueño, por el deseo de ponerme guapa con el bañador y empezó a ser mi costumbre a media noche elevar el nivel de mi travesura. La aventura de putita, como así la denominé, ahora consistía en salir de mi cuarto a hurtadillas, robarme el traje de baño, regresar a mi cuarto, ponérmelo, y luego hacer poses sobre la cama como una sexy modelo.

El siguiente paso natural durante estas faenas, era toquetearme las nalgas, que me encantaba dejar expuestas metiendo la tela del traje de baño entre ellas. Había escuchado a mi primo grande de decir que cuando las mujeres se les mete la ropa entre las nalgas, están "comiendo trapo" y me alucinó el concepto. Mis mejores poses eran las de putita comiendo trapo. Sobra decir que mi deseo de comer trapo escondía una inclinación por el placer anal que estaba a por descubrir.

Como todas, comencé por explorarme con el dedo y a reconocer mi colita por dentro, primero con uno y más pronto que tarde con dos. Cuando se trató de explorar mi cola, lo cierto es que desde chica me sentí con mucha confianza. Dos dedos eran siempre mi ritual inicial para pasar a probar con otros objetos. Uno de mis utensilios favoritos era un destornillador de juguete que tenía unos canalitos que disfrutaba a horrores. Entonces, la aventura de putita incorporó una prueba más al repertorio: Hacer poses de modelo en traje de baño con algún objeto nuevo a media estocada, que presumía por todo lo alto a una audiencia imaginaria.

Cuando una nenita tiene vocación de ninfómana, los límites de lo aceptable se borran muy pronto, sobre todo en noches calurosas donde todo el mundo duerme menos una putita en celo. Así, la aventura de putita evolucionó para sumar expediciones furtivas al jardín junto a la alberca. Al llegar, me lucía con un sexy striptease, y completamente desnudita testeaba la disposición de mi colita con uno o dos dedos. Luego, regresaba a la seguridad de mi cuarto donde me amanecía deshaciéndome el culo de placer. Sin embargo, lo que más recuerdo era ese retorno a escondidas y en cueros de putita desquiciada, con el traje de baño de mi hermana en una mano, y en los dedos de la otra, la sensación pringosa de mi salivación anal.

Una noche tenté demasiado mi suerte. 3 am, con mi familia en cama, y yo en modo ninja experimentada, robo el bikini mi hermana. Descarada, me lo pongo en la sala, como retando a alguien a salir a verme. Luego, con la naturalidad que brinda la práctica, me arreglo la tanga para comer trapo. Llego a la puerta, que significaba un riesgo latente de ruido. La abro y camino liberada al jardín. Verifico que solo me griten las cigarras y el viento, nadie humano. Mi respiración jadeante, pero siento confianza, y aunque no la sintiera, ya no hay retorno porque mi colita está salivando. Me dejo el top y me saco la tanga, lanzándola con mi pie muy lejos, me vale. Me pongo en cuclillas porque me encanta abrir así la cola. No tengo que chuparme el dedo, ya sé que estoy empapada, pero por la costumbre lo hago. Con dos dedos adentro me doy el lujo de afinar mi sentido del oído para asegurarme que sí estoy a solas. Pero, pronto dejo de escuchar mi entorno porque la destreza de mis dedos, que saben exactamente como capturar mi mente, me hacen cerrar los ojos. Se que puedo regresar a mi cuarto, pero prefiero abandonarme al gozo de un instante que no quiero que termine. Ciega y sorda por el placer no veo una luz que se prende del otro lado del jardín ni tampoco escucho los pasos que se acercan.

-Julián, mejor haga eso en su cuarto. Oigo muy cerquita de mi y casi me da un infarto. Es Don Ismael, que cuida la casa.

-¡Sí!, perdón, ya me meto. y corro a la casa.

Ya en mi cuarto, se me cae el mundo encima y toda la culpa. Lloro hasta que me vence el sueño.

Al despertar, mi familia e invitados ya están en la alberca, es tardísimo. Me pongo un traje de baño (de hombre) y salgo al Jardín, Pero de camino me encuentro a Don Ismael. Fijo la mirada en el piso y el me aborda. Me dice quedito. -Yo no vi nada, así que no se me agüite-, y me da una bolsa de plástico.

Helada, me regreso a mi cuarto, pero con el paquete. Sonrío al ver que dentro está la tanguita del bikini.