El traductor marroquí que me alegró el finde

Acabo de llegar de un fin de semana de negocios en el que he disfrutado de lo lindo con un traductor.

Últimamente me está yendo bien en las relaciones sexuales esporádicas, sobre todo en las homosexuales. No sólo no dejo de pensar en todas mis experiencias, y las comparto aquí para todos vosotros, sino que leo muchas de las vuestras y no dejo de masturbarme con ellas. Además de ello, este verano estoy siendo sexualmente muy activo con hombres. He llegado a plantearme muy seriamente si soy totalmente homosexual o sigo siendo bisexual. Lo cierto es que ya sólo pienso en montármelo con tíos, las tías comienzan a darme igual, disfruto más chupando pollas y siendo penetrado. Es por eso que este fin de semana ha vuelto a ocurrir. He estado en A Coruña cerrando un acuerdo con una empresa de Oriente Medio. En principio iba a ser eso, un viaje extrictamente de negocios, ni siquiera tenía pensado salir a 'desforgarme' un poco como he hecho en ocasiones anteriores. Sin embargo, acabó siendo un fin de semana en el que he vivido mi propia 'pasión turca'. Eso sí, con un marroquí.

Como ya digo, me encontraba en A Coruña cerrando un acuerdo importante. Como yo no tengo ni pajolera idea de árabe y ellos no tienen ni pajolera idea de español, mi empresa contrató un traductor marroquí para poder llevar a cabo el convenio. Nada más llegar, me llamó la atención. Sus rasgos eran claramente árabes, tenía esa mirada enigmática que todos ellos tienen. Era un hombre fuerte y alto. Su piel era morena y sus ojos negros como el carbón. Tenía el pelo corto, casi rapado. Vestía como un occidental y su acento castellano demostraba claramente que llevaba muchos años viviendo en España. Así me lo confirmó en un primer descanso tomando un café de máquina. En esa primera toma de contacto, me habló de varias costumbres de su país y de su religión, así como de las de los responsables de la empresa con la que estaba cerrando el trato. La manera de mirarme, una mezcla entre amenaza y deseo de poseerme, su pose y su atractivo físico me atraían de forma espectacular. Durante la comida no podía dejar de pensar en él, y en la reunión de la tarde no perdía ocasión para mirarle. Me imaginaba su fuerte cuerpo desnudo, miraba su entrepierna para intentar adivinar lo que ocultaba debajo. En el descanso de la tarde, algunos de mis deseos comenzaban a ver la luz.

Estaba mojándome la cara en el baño en el que había dos personas amigas que pronto lo abandonaron. Yo me estaba secando las manos cuando por el espejo veo que entra él. Tenía dibujada una sonrisa en su cara, de complicidad, pero sus ojos se mantenían firmes como esa mañana. Me saludó, fue a un urinario y comenzó orinar. Yo no perdí la ocasión e intenté fijarme por el espejo en cómo era su miembro. Apenas pude descubrir mucho. Hice un esfuerzo y forcé mi secado de manos para intentar fijarme un poco más. Por lo poco que pude apreciar, era gordita, circuncidada y muy morena, casi negra. Cuando levanté la vista, descubrí que me había pillado mirando. Se me cayó el mundo encima. Sabía que eso podía ofenderle. Traté de arrancar una conversación.

-¿Cómo lo estás viendo? ¿Crees que encajarán sus ideas y las nuestras?

-Depende-. Contestó.

-¿Depende de qué?

-Pues que si a ellos les miras sus genitales cuando están orinando probablemente se ofendan mucho y den por cerradas las negociaciones porque no toleran a los homosexuales.

Avergonzado, no tardé en disculparme. El corazón me iba a cien, porque no lo dijo sonriendo, todo lo contrario, lo dijo muy seriamente. Pensaba que me iba a soltar un puñetazo o algo por el estilo.

-Lo siento, de verdad- Dije titubeando. He mirado hacia tí para preguntarte y sin querer he bajado la mirada, no pretendía ofenderte ni mucho menos.

El se guardó su miembro, accionó el pulsador de agua y se dio la vuelta con una ligera sonrisa.

-He dicho que a ellos les molestaría mucho- Comentó mirandome con sus enigmáticos ojos. -No que a mí me moleste. De hecho, yo también me hubiera fijado en tí si hubieras sido tu el que hubiera estado mirando.-Prosiguió.

Mi corazón, pese a saber que no me iba a pegar, se aceleró más aún. Me estaba tirando los tejos ese enigmático marroquí. Se acercó un poco más, me empujó contra la pared y se abalanzó sobre mi dándome un tremendo beso. Yo le agarraba por los brazos, intentándome aferrar a él. Paramos un momento y nos metimos en uno de los pequeños retretes. Comencé a desabrocharle la camisa y a sacársela del pantalón mientras seguíamos besándonos. Él me agarraba fuerte las nalgas por encima del pantalón. Yo le empecé a desabrochar el cinturón y el botón del pantalón. Él sólo se limitaba a acariciarme las nalagas. Me abrazaba fuertemente y notaba su pene erecto sobre mi abdomen. Quería tocarlo. Le acaricié un poco su torso, que poblaban un vello depilado que volvía a brotar. Bajé la mano por su abdomen, un pequeño hilo de pelos anunciaba su pene, cuyo glande comenzaba a sobresalir del calzoncillo. Por fín lo toqué, lo meneé dos veces y en ese momento oímos como alguien entraba en el baño. Paramos y nos quedamos totalmente petrificados, él con sus dos manos en mis nalagas y yo con la mía agarrando su miembro. Nos quedamos callados mientras oíamos como esas personas orinaban, y se lavaban las manos. Dejó de agarrarme y yo solté su polla, que había comenzado a perder erección pero que todavía soltaba algo de líquido preseminal. Cuando les oímos salir, él me apartó un poco, abrió la puerta y comprobó que no había nadie. Se abrochó el pantalón, se metió la camisa por dentro, se peinó un poco y salió del retrete. Yo hice lo propio. No nos cruzamos palabras hasta que, justo antes de salir, me dijo:

-Aquí no, es muy peligroso. Si nos vieran juntos se acabaría tu carrera y la mía. Veámonos esta noche en el Hotel Riazor.

-Perfecto. ¿A qué hora quieres que me pase?-. Pregunté

-Tarde. Sobre las 12 y media o una. Si llegas más tarde mejor. Te esperaré en el bar, tomaremos algo para no levantar sospechas y luego te invitaré a subir con la excusa de darte unos documentos-. Me insistió.

Primero salió el del baño y, tras unos segundos, lo hice yo. Nadie sospechaba ni nadie miraba raro, todo estaba en orden. La tarde pasó, sin miradas, sin nada que hiciera sospechar. Yo en mi interior estaba impaciente. Cené sólo en el restaurante de mi hotel, que estaba a unos 10 minutos del suyo. Me pegué una ducha, me masturbé pensando en lo que sería esa noche, vi un rato la tele, impaciente. El reloj marcó las doce y media, yo me eché algo de colonia, iba vestido con un pantalón negro y una camisa de cuadros. Salí de la habitación en dirección a su hotel. Tardé esos 10 minutos mas cinco más de rigor. Entré en el Hotel Riazor, un recepcionista preguntó si podía ayudarme, yo le dije que había quedado en el bar con alguien. Al llegar, ahí estaba él, también con una camisa, en su caso era lisa y negra, y unos vaqueros. Me saludó efusivamente con un abrazo y me invitó a una copa. Seguía mirándome con sus ojos intimidantes. A la media hora me dijo lo de los documentos, pagó y salimos hacia su habitación. En el ascensor, me acarició un poco la mano, mostrando así su impaciencia, pero no nos decíamos nada. Llegamos al quinto piso, el ascensor se detuvo, mi corazón iba cada vez más deprisa. Comenzamos a andar por el pasillo del hotel, sin decirnos nada. Llegamos a su habitación, abrió la puerta, me invitó a pasar, sonriendo y sin apartar su mirada de mí.

Nada más entrar, me di la vuelta, cerró la puerta y se abalanzó sobre mí con fuerza. Nos besábamos con una pasión interminable. Ahí comenzó a dominarme, y yo me dejé sin ningún miramiento. Me volvió a apretar mis nalgas con fuerza, mientras yo fui desabrochándole uno a uno los botones de su camisa. Jadeábamos, respirábamos con fuerza, con ganas de comernos todo. Fui bajando por su escultural cuerpo, sin parar de besarle, lamí su paquete por encima del pantalón mientras él me agarraba la cabeza con fuerza. Cuando empecé a desabrocharle el cinturón me dijo que parase. Me hizo levantarme me dio otro beso y me tiró con brusquedad sobre la cama. No tuvo piedad con mi camisa, pegó un tiron y me la arrancó, cayendo todos los botontes al suelo. En ese momento no me importó, estaba caliente. No dejó que le quitara el pantalón, se lo quitó él, y también el calzoncillo, dejándome ver, por fin, su preciosa polla completamente erecta, gorda, circuncidada y morena. Mediría unos 18 centímetros, perfecta para mí, pensé.  Se quitó los calcetines, y comenzó a desnudarme con brusquedad, primero los zapatos, luego los calcetines, me desabrochó el pantalón, se deshizo de él y después, más delicadamente mis calzoncillos. Miró fijamente mi polla, con deseo, sin embargo no la tocó. Se tumbó encima mio, comenzó a besarme, nos dimos la vuelta y con las manos fue guiando mi cabeza hasta su polla. Me pidió que se la chupara. Yo quería disfrutarla un poco, ponerme el caramelo en los labios y en la lengua antes de engullirlo. Pero él con brusequedad me la metió en la boca y comenzó a darme embestidas. Yo me atragantaba a veces, y tosía, pero no me importaba, ya me lo habían hecho antes y me ponía aún más caliente.

-Chúpamela, chúpamela, chúpamela-. Decía sin parar de embestirme.

No exagero, estuve así unos 10 minutos, chupando esa pedazo de polla sin parar mientras él seguía guiándome con las manos con fuerza.  Empecé a notar contracciones y que él gemía más fuerte, símbolo de que estaba a punto de correrse. Yo no quería, sabía que si se corría luego a lo mejor no me follaba, y yo quería que me penetrase sin miramientos. En ese momento pensaba que a lo mejor lo único que quería era que se la chupase y que me fuera a mi casa. Intenté dejar de chupársela para preguntarle qué quería, pero no me dejó. Apretó fuerte mi cabeza contra su pene, me embestía al tiempo que decía.

-Trágatela, trágatela toda, perro-. Otra vez estaba siendo un sumiso. No me importaba en absoluto serlo, no me importaba en absoluto tragarme su leche. Algo que hice. Su pene comenzó a expulsar una gran cantidad de leche, la primera sacudida llegó hasta el fondo de mi garganta, el resto poco a poco fue llenando mi boca. Algo se caía porque no me cabía en la boca, él seguía agarrándome con fuerza y gimiendo sin parar. Tras tragarme su corrida, lejos de pedirme que me levantara, siguió embistiéndo mi boca, al menos otros 3 minutos más. Tras esos 15 minutos en los que engullí su verga, me soltó y, sin decir nada, me colocó a cuatro patas sobre la cama. Se puso detrás de mí, yo contento, espectante porque por fin iba a disfrutar de su polla en mi culo. Llevaba 15 minutos chupando sin parar, había perdido mi erección, era un sumiso. Estaba deseoso de ser montado por ese marroquí. Apenas noté como un dedo mojado se paseba por el exterior de mi ano, después introdujo muy de pasada la falanaje de su dedo, la sacó y sin más miramientos, me clavó su pene en mi culo. Pegué un grito descarnado. Pensé que me había desgarrado. Él me mandó callar con brusquedad, así que dejé caer mi cara sobre la cama para acallar mis gritos. No tuvo ni la decencia de dejarla ahí unos minutos para que dilatara. Comenzó a dar ritmo con fuerza, a sabiendas de que a su pene le costaba abrirse camino en mi culo. Cada vez sus embestidas eran más fuertes, sin embargo el dolor fue remitiendo. Ya comenzaba a ser placer. Él gemía, sus huevos chocaban contra mis nalgas. Volvía levantar la cabeza para gemir de placer. Con mi cuerpo intentaba acompansar sus movimientos. Le noté cansado, pero no dije nada. Preferí que fuera él el que me pidiera que me diera la vuelta. Sin embargo, no lo hizo. Me la sacó, se tumbó en la cama, boca arriba, y sin decirme nada ni dejar que me diera la vuelta, me guió con sus manos para que lo cablalgara de espaldas a él.

Ahí ya jugaba en casa, por decirlo de alguna manera. Me encanta esa postura. Me gusta más viendo la cara de placer de la persona que me estoy follando, pero esa también me pone muy caliente. Comencé a cabalgar sobre su pene, no muy rápido, pero sí con subidas y bajadas fuertes y secas que él me iba marcando. Mis gemidos volvían a ser más altos de nuevo. Me indicaba que me callara chistándome y dandome azotes en las nalgas mientras me decía, "cállate perro". Yo me estaba empezando a cansar y le dije:

-Cuando te vayas a correr me avisas y nos corremos mientras tu me la meneas.

-Yo no te tocaré, tocate tu. Me correré dentro de ti-. Dijo él.

Así, que me tiró de espaldas para que me apoyara sobre su pecho y comenzó a taladrarme el culo con su miembro. Yo me la empecé a menear y a los pocos segundos ya estaba corriéndome sobre mi abdomen.

-Trágate tu leche-. Dijo él.

No me había planteado nunca tragarme mi leche, pero en ese momento no lo dudé y comencé a recogerla con mis manos y a chuparla mientras él seguía 'acuchillando' mi culo con su pene. Estaba rebañando las últimas gotas de mi semen cuando noté que derramaba en mi culo su leche. Él gemía y gemía mientras daba los últimos coletazos a mi culo. Tras eso, ni un beso ni nada, me quitó de encima con brusquedad, como arrepintiéndose de lo que había hecho y se levantó para ir al baño. Yo me quedé sobre la cama, exhausto, con el culo dolorido. Sin entender nada. Escuché el ruido de la ducha. Yo me quedé pensativo, mirando a toda la habitación, sin levantarme. A los pocos minutos volvió el con un albornoz blanco.

-Puedes quedarte hasta las seis, así que si quieres dormir un poco puedes quedarte aquí al lado mío, pero sin tocarme. Igual a las cinco o así volvemos a follar si quieres, pero después te ducharás y te irás-. Dijo, de nuevo mirándome a los ojos, con su mirada tan enigmática.

-De acuerdo-. Contesté yo con respeto. -¿Puedo preguntarte por qué no dejas que te mire y tampoco me tocas mi polla?- Pregunté no muy convencido de haber acertado con la pregunta.

-Porque tu para mí eres algo prohibido en mi religión. Lucho todos los días contra esta tentación de acostarme con hombres. Tú eres el segundo con el que me acuesto. No puedo mirarte a los ojos, porque bastante pecado tengo ya, y mucho menos tocarte o chuparte la polla. Es una tontería, pero ya es suficiente el pecado por follarte, por lo menos intento pensar que a quien me estoy follando es a una mujer.

No dije nada durante unos segundos. Él se tumbó en la cama y me dió la espalda sin quitarse el albornoz.

-No te preocupes- dije yo. -Me ha gustado mucho y si quieres follarme luego sin mirarme la cara puedes-. Añadí.

No contestó. Dejé pasar los minutos, hasta que noté que se había dormido. Poco después, lo hice yo. Sin embargo, no me dio la sensación de que había dormido cuando a las 5 y cuarto de la mañana me despertó el ruido del grifo del baño. Miré la hora y luego hacia atrás. Él salió del baño, de nuevo desnudo con su miembro colgando, pero sin estar erecto. Comenzó a tocársela.

-Date la vuelta-. Me pidió.

Yo le hice caso, dejé de mirarle, noté como se acercaba hacia la cama. Se puso detrás de mí me acarició un poco las nalgas y los labios del ano, me levantó un poco el culo para poderme penetrar, calló encima de mí y me volvió a clavar con fuerza ese tremendo aparato. Yo ya estaba preparado, así que esta vez, mi descarnado grito quedó acallado por la almohada. Notaba su aliento y sus gemidos en mi oreja, al tiempo que él empezó a follarme con fuerza, sin miramientos. Me daba fuertes y secas embestidas. Esta vez, no hubo placer, sólo dolor, un dolor tremendo cada vez que su enorme aparato se abría paso en el interior de mi ano. Su huevos volvían a sonar con fuerza cada vez que chocaban contra las nalgas. Tras unos 10 minutos de embestidas en los que yo ya me había olvidado de todo, concentrándome sólo en acallar el dolor, la sacó y comenzó a machacársela hasta que se corrió sobre mi espalda y gluteos, lugar donde terminó de limpiársela. Me dio un pequeño azote y me dijo.

-Ala, ya está. Ya puesdes irte.

Yo no quise mirarle, pero estoy seguro de que tenía cara de felicidad. Me fui hacia la ducha y allí me masturbé pensando en toda esa noche. Él no me dirigió otra mirada más en toda la mañana. Comencé a vestirme y en ese momento me di cuenta de que mi camisa estaba totalmente destrozada. Se lo dije y él me dio una solución.

-Yo me encargaré de tirarla, no te preocupes. Coge la que quieras y no hace falta que me la devuelvas.- Dijo.

La verdad es que todas eran dos tallas más que la mía, pero para 10 minutos sobraba, pensé. Me despedí de él muy friamente y salí de la habitación muy sigilosamente, asegurándome de que nadie me veía. Al salir del hotel, el joven recepcionista se despidió de mí muy amablemente, aunque yo creo que se dio cuenta de que allí había habido algo más que copas y documentos. Caminé hacia mi hotel con un sentimiento de suciedad, pensando en cómo me había vuelto a convertirme en un objeto sexual de un hombre. Poco a poco ese sentimiento volvió a ser de placer al recordar cada poro de su piel y cada embestida que me propinó a lo largo de la noche. Tras haber pasado dos días, recuerdo esta experiencia como algo tremendamente sexual y pasional y me considero afortunado de haberlo vivido. Estoy deseando encontrármelo de nuevo en otra reunión con la empresa árabe, para poder volver a disfrutar de lo que este marroquí que hizo conmigo durante una noche. Una noche que ahora recuerdo mientras me masturbo.