El trabajo está muy mal en España.
Nunca hay que rechazar una oferta de trabajo, aunque a veces siempre recibas más de una sorpresa.
Hacía tres años que nadie me llamaba para trabajar. Todavía me sigue haciendo gracia cuando veo el telediario y aparece el presidente del gobierno diciendo que todo va bien y que cada vez se crean más puestos de trabajo. Muchas veces pienso que la culpa fue mía cuando escogí la carrera de traducción e interpretación, debería de haber escuchado a mi madre y estudiar medicina o derecho como mis hermanos.
El último trabajo que tuve, recuerdo que fue en verano en una empresa de comida rápida. Como ésta estaba cerca de la costa, la mayoría de los clientes eran extranjeros, por lo que necesitaban que el personal supiese idiomas. Debo reconocer que pagaban bastante bien, aunque el acoso que sufría por parte del encargado no estaba pagado. Era el típico gordo baboso que solo sabía echarme piropos, cada uno peor que el anterior.
Claudia, mi mejor amiga durante la universidad, le había tocado la lotería. Su hermana consiguió que la admitiesen en la empresa donde ella estaba trabajando, por lo que fue terminar la carrera y empezar a ganar dinero como una loca. Por lo que me contaba Claudia, el trabajo no era para nada difícil; la empresa de su hermana estaba afiliada con una multinacional. Por lo que cada vez que se cerraba un negocio, Claudia recogía en coche a los empresarios y se encargaba de enseñarles los monumentos de la ciudad, los mejores restaurantes y cosas por el estilo. Era como una especie de azafata. Muchas son las veces que le he insistido a Claudia para que me intentase enchufar en la empresa, pero esta siempre me respondía con lo mismo;
-Hazme caso Gloria, no es trabajo para ti.
¿Por qué no es trabajo para mí? Rondaba por mi mente una y otra vez. Nunca llegué a entenderlo, así que cansada de sus negativas seguí buscando trabajo por mi cuenta.
Fue pasando el tiempo y yo seguía sin conseguir trabajo alguno, hasta que estando un día tirada en el sofá viendo la televisión; recibí una llamada de Claudia. Hablamos durante un par de minutos, me comentó que en sus vacaciones se había roto la pierna esquiando y que el lunes tenía que atender a unos empresarios que venían desde Japón, por lo que no podía dejarlos tirados.
Ella sabía que yo me defendía a medias con el japonés, pero que era su última opción, ya que no conocía a nadie más que hablase el idioma y para colmo todas sus compañeras ya estaban ocupadas con otros clientes
-Es muy fácil, no tienes que hacer casi nada. Los recoges del aeropuerto el lunes por la mañana, los llevas a la dirección que te voy a pasar ahora por Whatsapp y cuando terminen con sus asuntos; les llevas a ver lo que te apetezca, les gusta todo de España. Dudé durante un rato si aceptar el trabajo o no, pero teniendo en cuenta que llevaba ya casi tres años en paro y solo por trabajar ocho horas iba a cobrar 600€, disimulé mis ganas y le dije que sí a Claudia.
El domingo por la noche me fui temprano a la cama, debía estar puntual en el aeropuerto y quería estar descansada, por lo que después de cenar una ensalada y repasar un poco los tiempos verbales en japonés, me fui a dormir.
Al despertar a la mañana siguiente, me encontraba desayunando en la cocina mientras veía uno de mis programas matinales favoritos; cuando me di cuenta de que estaban hablando de la llegada de unos importantes empresarios japoneses a nuestro país. No tardé en caer en la cuenta de que estaban hablando de los hombres a los que tenía que recoger; eran más famosos de lo que yo pensaba. Unos cuantos nervios se apoderaron de mi cuerpo, pero enseguida vino a mi mente la frase de Claudia de que solo debía llevarles en coche por Madrid y enseñarles algún monumento que otro. En menos de lo que cantaba un gallo, estaría dejándoles de nuevo en el aeropuerto y con seiscientos euros en el bolsillo. Así que poniéndome una falda, una camisa y arreglándome un poco el pelo, salí de casa con dirección al aeropuerto.
Cuando llegué, dejé el coche en el parking y apuntando el nombre del aquel hombre en un papel, lo esperé en la zona de llegadas. Por un momento me sentí un poco ridícula con aquel cartel colgando en mis manos, parecía una escena cutre de una de esas películas americanas que echan a la hora de la siesta. Al cabo de unos minutos, vi como un grupo de periodistas comenzaron a agolparse alrededor de la gente, los flases empezaron a dispararse cuando dos hombres de apariencia japonesa salieron por la puerta.
Rápidamente me abalancé sobre ellos como pude;
-¿Señor Jian? ¿Es usted? Dije en japonés mientras se escuchaban de fondo los murmullos y constantes preguntas de los periodistas.
-Sí dijo uno de ellos.
-Acompáñenme respondí, soy Gloria, su azafata de este viaje. Tras esquivar a los periodistas, aceleramos el paso hasta llegar de nuevo al coche y dejando a nuestras espaldas a aquellas cámaras y haces de luz, emprendimos nuestra marcha.
La reunión fue más corta de lo que cualquiera de nosotros hubiera pensado. No había terminado de volver a la empresa cuando el señor Jian ya me estaba llamando para que fuese a recogerle. Cuando llegué, tanto él como su guardaespaldas se subieron en la parte trasera del coche. No sabía muy bien qué enseñarles, así que les llevé a ver lo más típico de Madrid. Primero la Cibeles, luego el estadio del Atlético de Madrid, la plaza mayor, el museo del Prado y así hasta que se hizo de noche.
Para rematar el día, quise llevarles a uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Así que fuimos a uno que gozaba de grandes críticas entre los entendidos de la gastronomía e incluso contaba con varias estrellas Michelin. La cena transcurrió tranquilamente, aunque debo de reconocer que los japoneses no son tan estúpidos ni serios como la gente dice. El señor Jian era justamente lo contrario, no paraba de gastar bromas, de comentar lo mucho que le había gustado Madrid y sobre todo repetía lo locos y alegres que éramos los españoles.
Una vez que terminamos de cenar, pagamos la cuenta y cuando nos dispusimos a abandonar el restaurante, el guardaespaldas del señor Jian me agarró del brazo y me dijo;
-El señor quiere ahora su fiesta de despedida.
-Sí, no se preocupe, conozco unos bares que seguro que le encantarán al señor Jian respondí.
Frunciendo este el ceño me dijo con tono serio y en un casi-perfecto español; Él no quiere una fiesta normal y corriente imbécil, él quiere fiesta con mujer española.
Por un momento me quedé pensando a qué se refería con “fiesta con mujer española”, pero haciendo uso de mi inteligencia y de mi español, caí en la cuenta de que lo que quería el señor Jian era una prostituta.
-Lo siento, pero yo no sé cómo contratar esa clase de servicios añadí.
-Llamaré a tu empresa, seguro que ellos lo saben. Nos dijeron que no nos tendríamos que preocupar de nada, prosiguió el guardaespaldas.
Tras un par de minutos, el guardaespaldas colgó el teléfono y le comunicó al señor Jian que su fiesta estaría lista en un par de minutos. Mis ojos y sobre todo mis oídos no daban crédito a lo que estaba sucediendo; la empresa de Claudia se encargaba incluso de contratar prostitutas para sus clientes, no me lo podía creer.
El señor Jian se acercó a mí;
-Te podría pedir un favor; soy muy conocido en este país, y no me gustaría que un escándalo con una prostituta manchase mi imagen, ¿Te importaría que fuese con ella a tu casa? Un hotel es algo muy simple y puede que nos estén esperando para hacernos fotos, por lo que no puedo permitírmelo.
Seguía sin creerme todo lo que estaba sucediendo y para colmo, ahora este hombre sin conocerme de nada, se atrevía a pedirme mi propia casa para follar. Mi respuesta obviamente fue un no, pero ante mi negativa el señor Jian me ofreció cinco mil euros, así que como dice el refrán; cuando el hambre llama a tu puerta, el amor sale por la venta, por lo que acepté el trato.
De camino a casa, paramos para recoger a la chica de compañía. El guardaespaldas y yo íbamos ahora en la parte de delante del coche, por otro lado el señor Jian iba con la prostituta en la parte de atrás mientras ambos reían y bebían champán. Cuando llegamos a mi casa, le enseñé al señor Jian la habitación más grande, que era donde yo dormía, sin embargo, él prefería dormir en la habitación de invitados.
Según la cultura japonesa, es de mala educación dormir en la cama del dueño de la casa; así que sin problema alguno le mostré la habitación de invitados. Era mucho más pequeña y la ventana daba al patio del edificio pero yo creo que no le importaría mucho esos detalles cuando lo que quería era follarse a aquella mujer.
Me dispuse a irme a dormir cuando el guardaespaldas me agarró de nuevo por el brazo;
-El señor Jian quiere que entres.
-¿!Cómo!? ¿Qué pinto yo hay dentro? Dije con tono imperativo.
-El señor Jian no sabe español y necesita que le traduzcas sus deseos sexuales, respondió el guardaespaldas.
-Pues tradúceselos tú, que sabes hablar español le dije a aquella montaña de músculos.
-Mi español es muy básico. Si no obedeces, no hay dinero añadió.
Me resultó curioso ver como el español que hablaba, no servía para traducir los fetiches de su jefe pero si para amenazarme. Así que sin tener posibilidad alguna, tuve que entrar en aquella habitación. Sera fácil decía Claudia…y una mierda.
El señor Jian estaba en la cama con aquella prostituta mientras el guardaespaldas protegía la puerta de la habitación, parecía que estaba esperando a que fuese a suceder algo. El problema no era que estuviera en la puerta, el problema era que estaba dentro de la habitación con nosotros, contemplando aquella escena grotesca. Era curioso ver como la cultura japonesa no te permitía dormir en las camas de los dueños de la casa, pero sí te permitía que varias personas te viesen mientras follabas. Por otro lado, yo era la que se había llevado la peor parte, me encontraba sentada sobre una silla a los pies de la cama al mismo tiempo que iba traduciendo todo lo que el señor Jian me pedía.
Hubo un momento en el que aquella mujer empezó a felarle el miembro al señor Jian, ¿Quién había dicho que los asiáticos la tenían pequeña? Menudo pollón pensé. El guardaespaldas me pilló en más de una ocasión mirándole la entrepierna a su jefe, lo que le provocó alguna risa que otra.
El señor Jian y aquella mujer no tardaron en pasar a la acción, aunque a este hombre parecía que le iba el sexo duro. Me pidió que le tradujese a la prostituta para que esta se pusiese a cuatro patas y que ladrase cada vez que este le asestase un golpe. Cuando me quise dar cuenta el guardaespaldas estaba cerrando la puerta, parecía haber salido de la habitación durante un momento y haber regresado con una especie de maletín. Mi estado de estupefacción por aquella escena me había desinhibido por un momento de todo aquello que me rodeaba. El señor Jian gateó hasta uno de los lados de la cama y susurrándole algo a su hombre, este lo buscó y tras encontrarlo se lo dio.
Se trataba nada más y nada menos que de un látigo de cuero. El señor Jian comenzó a asestarle latigazos al culo de aquella prostituta al mismo tiempo que se la metía sin ningún tipo de piedad. La manera en la que golpeaba el culo de aquella mujer contra el abdomen del señor Jian era hipnótica; por no hablar de cómo se veía entrar y salir el pene de aquel hombre desde mi posición. La piel de esa puta se iba volviendo cada vez más rojiza con cada uno de los golpes que recibía. Sus gemidos también parecían ir en escala, cada vez retumbaban más fuertes sobre las paredes de aquella habitación.
Sin darme apenas cuenta de ello, mi mano fue tímidamente escalando las paredes de mis piernas por debajo de la falda hasta llegar a mi sexo. Mi dedo índice no dudó en aprovechar su fuerza para hacer a un lado el grosor de mi ropa interior, permitiéndole así a mi dedo corazón que empezase a masturbar el clítoris. Un pequeño gemido escapó de mi boca, llamando así la atención del señor Jian.
No sé por qué pero no pude parar. Aquel hombre se iba acercando lentamente hacia mí al mismo tiempo que me apuntaba con su pene y dejaba a medias a esa puta.
-Tu amiga Claudia me dejó bien claro que tú no pertenecías a este mundo, pero ya veo que no te conoce tan bien como parece.
¿Se estaba refiriendo a que Claudia aparte de enseñarles la ciudad a sus clientes se acostaba con ellos...?
En ese momento el señor Jian chasqueó nuevamente sus dedos haciendo desaparecer por completo mis pensamientos. En un japonés que mis oídos llegaron a entender ordenó; Llévate a esa zorra, me quedaré con nuestra anfitriona.
El señor Jian como ya he dicho antes no era un japonés cualquiera. Se notaba que tenía dinero y que le gustaba invertirlo en cuidarse y verse joven; estaba en plena forma, incluso me atrevería a decir que iba al gimnasio. Su pelo negro y liso, sus ojos castaños, sus músculos combinados con su apariencia asiática…lo convertían en un maduro al que cualquier mujer querría tirarse.
Cuando me quise dar cuenta, me encontraba en aquella cama que tanto asco me había dado unos minutos atrás, con la diferencia de que ahora era yo la que estaba acostada y desnuda sobre las sábanas. El señor Jian vaciló durante unos segundos con la punta de su capullo sobre mi clítoris, haciendo que este se fuese humedeciendo por momentos cada vez que su miembro se restregaba desde el punto más alto hasta el más bajo de mi coño. Yo no sé si era el morbo de la situación pero solo recuerdo que mordía las sábanas y me tapaba con la almohada intentando esconder mi placer.
Reservando la satisfacción de introducirme su miembro para más tarde, el señor Jian colocó una barra separadora entre mis piernas, imposibilitándome así que las cerrase bajo ninguna circunstancia. Él quería que mi coño fuese suyo y no estaba dispuesto a que nada ni nadie se lo impidiese. Una vez que aquella barra dominaba mi ser, el señor Jian empezó a hacerme un cunnilingus. Su lengua parecía moverse de arriba abajo sin ningún tipo de pudor, arrasaba con toda clase o trozo de carne vaginal que se encontraba a su paso; por no decir los mordiscos que asestaba sobre mis labios inferiores.
Mis piernas intentaban cerrarse y terminar con aquella fuerza que me estaba produciendo esa sensación de placer y casi al mismo tiempo de inducción al coma, pero la barra seguía haciendo su cometido y todo jugaba a favor del señor Jian.
Cuando unas lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, conseguí darle la suficientemente pena a aquel japonés como para que parase. Fue entonces cuando colocando cada una de sus manos sobre mis caderas, me dio la vuelta y me puso a cuatro patas.
Parecía que la situación iba a repetirse, y fue así, pero de una manera totalmente diferente, el hombre seguía siendo el mismo, pero ahora la puta era yo. Jian no vaciló ni un solo momento en pegar su pecho contra mi espalda y mientras restregaba su ardiente paquete por mi culo y sus manos sobre mis tetas colocó una serie de pinzas en cada uno de mis pezones. Esas pinzas estaban unidas por una especie de cadena la cual pasó por alrededor de mi cuello, así que empujándome hacia delante y cayendo de nuevo sobre mis rodillas y mis manos, la cadena paso por encima de mi cabeza y me convertí en una especie de caballo que el señor Jian se moría por cabalgar.
Ahora su polla sí que deseaba entrar en mi cuerpo, pero primero lo hizo por mi recto. Tal vez sea otra de sus costumbres japonesas, primero se folla el ano de una mujer y luego la vagina. Agarrando la cadena de mis pezones sirviendo como rienda y una vez colocada su polla sobre mi ano, Jian se sirvió de aquellas cadenas para empujar su cuerpo contra el mío y metérmela de un solo golpe.
Las pinzas parecía que iban a desgarrar mis pezones por momentos pero sinceramente eso me daba igual, cada estirón del señor Jian era un sufrimiento y orgasmo para mi cuerpo. Mi yo interno parecía desbocarse por momentos, mientras que yo tomaba ese papel de caballo loco, Jian hacía todo lo posible por domarme. De vez en cuando hacía también uso de su amado y preciado látigo de cuero. Ahora entiendo por lo que estaba pasando hace un rato aquella puta, esos gemidos, aquellas miradas de complicidad entre ambos, aquel líquido vaginal derramándose por todo su sexo.
Es cierto aquello que dicen algunos poetas de que no es necesario hablar ninguna lengua si hablas el idoma del amor. Pero yo cambio la frase por; no hace falta que sepas idiomas si sabes follar como un animal.
Las pinzas se terminaron de desprender de mis pezones, o mejor dicho, acabaron por arrancármelos de cuajo. Salpicando así una sonrisa sardónica en la cara de Jian a la par que unas gotas de sangre sobre las sábanas de aquella cama.
Jian me volvió a dar la vuelta, cualquiera que estuviera en aquella habitación o fuese testigo de aquella noche, sabía de sobra que yo estaba a su merced. Nunca lo he reconocido, pero que un hombre tenga una polla más grande de lo normal, significaba que podía hacer conmigo lo que quisiese. Volvíamos a estar el uno frente al otro, yo acostada sobre la cama, el de rodillas sobre mí; sus pupilas dilatadas se clavaban sobre las mías, su aliento acelerado se mezclaba con mis gemidos entrecortados, su sudor se mezclaba con el mío. Todo era el uno del otro aquella noche hasta que Jian…
Volvió a chasquear los dedos, aunque esta vez dos veces seguidas. ¿Sería alguna especie de señal? El guarda espaldas volviendo a hacer caso a la petición de su dueño, se acercó a este con el maletín, y sin recibir orden alguna susurrada al oído pareció saber lo que el señor Jian le estaba reclamando. Pasaron dos segundos cuando este le entregó al otro una especie de anillo vibrador, el cual él no dudo ni una milésima de su tiempo en colocárselo en el pene.
Al guardaespaldas parecía que a veces todo le daba entre una mezcla de asco y de placer, su mirada transmitía como una especie de sentimiento de repudio hacia todo lo que hacía su señor, pero su alma animal le invitaba a participar en aquella especie de rito.
Tras colocarse el anillo vibrador en la parte central del tronco de su pene, este le dio a un botón que pareció activar una especie de luz blanca. Parece ser que ese japonés le gustaban los juegos a oscuras. Su sonrisa era más grande todavía que cuando me cabalgaba como si de un caballo me tratase, no sabía sus intenciones pero cuando me la metió…
Cada vez que su polla entraba a través de mi coño, el anillo impactaba sobre mi clítoris produciendo así una pequeña descarga eléctrica sobre el mismo. No mis ojos, sino mi coño no daba crédito de lo que estaba sintiendo en aquel momento, era maravillo, como un aparato tan simple podía darme tanto placer. No sé si fue triste o placentero, pero cada vez que ese extraño anillo daba una descarga sobre mi coño, me llevaba hasta el mismísimo paraíso, haciéndome correrme en menos de un minuto.
La luz que desprendía aquella descarga era lo suficiente como para que proyectase sobre el techo y las paredes de la habitación, las sombras de nuestros cuerpos.
Lo más satisfactorio no fue el orgasmo, que también, si no las pequeñas convulsiones que sufrieron mis labios inferiores durante el resto de la noche. Cualquiera hubiese ido al médico de urgencias por miedo, pero me gustaría saber cómo explicas que no puedes dormir porque te están dando pequeños calambres en tu coño y te corres cada cinco minutos. Ese extraño aparato hacía que te corrieses incluso sin estar follando, ya podías estar leyendo o viendo la televisión y haber follado hace horas, que en el momento menos oportuno, tu coño empezaba a vibrar y se corría haciéndote sentir la mejor mujer del mundo.
No me extraña que digan que los asiáticos son la primera potencia mundial, si son capaces de hacer que te corras sin ni si quiera haberte tocado.
El señor Jian seguía con ganas de más, y no era el único en aquella habitación. Cuando desvié la mirada hacia uno de los lados, pude ver como el guardaespaldas se había quitado esa careta que había llevado durante todo el viaje y estaba grabándonos al mismo tiempo que se masturbaba. En aquel momento me sentí la mujer más sucia del mundo, pero me encantaba serlo. Aquella noche no solo gané en orgasmos si no en trabajo, porque después de esta noche estoy seguro de que Claudia me llamaría para más de una ocasión.
El pene de Jian se encontraba flácido, parecía como si el haberse quitado el anillo le hubiera arrebatado toda su energía, así que con ganas de complacerle como él había hecho conmigo, comencé a felarle el miembro. Sus dedos se clavaban en la parte alta de mi nuca cada vez que mi garganta topaba con su capullo, era la forma en la que él me expresaba que le estaba encantado la mamada que mis labios y boca le estaban regalando. Comencé a acelerar el ritmo a medida que las uñas de Jian se iban clavando más y más sobre mi cabeza, al mismo tiempo que escuchaba como el guardaespaldas seguía a lo suyo con su miembro.
Quise demostrarle a mis invitados que los españoles somos muy educados y sobre todo agradecidos, por lo que como me parecía muy feo que el hombre que velaba por la seguridad del señor Jian se quedase sin nada, le indiqué que se acercase, y sin dudarlo por un instante, agarré cada polla con cada una de mis manos y empecé a masturbarlas al mismo tiempo que me las iba introduciendo en la boca.
Hubo un momento en el que un pequeño escozor empezó a emanar de mi clítoris, y yo sabía perfectamente lo que iba a suceder en apenas unos segundos, por lo que acelerando el ritmo de aquellas pajas, los tres terminas corriéndonos.
Yo nuevamente sobre las sábanas de la cama y ellos dos sobre mi cara.