El tormento y el extasis.- capítulo 1
A Laura la abandonó su marido dejándola sin un céntimo pero con dos hijos que atender y un piso por pagar. Sin trabajo ni modo de encontrarlo,acaba por prostituírse en un salón de baile de mala nota. hasta que una noche aparece por allí su hermano Juanjo con varios amigos.
EL TORMENTO Y EL EXTASIS
CAPÍTULO 1
A Laura la abandonó su marido a los seis años de casados, cuando ella frisaba en los treinta. Simplemente desapareció. No de la noche a la mañana, sino de la mañana a la noche, pues un día salió de casa para ir a trabajar y nunca más volvió. Luego supo que unos días antes de desaparecer se había despedido del trabajo a cambio de una indemnización de setenta mil euros. Laura quedó con dos hijos, de tres y cinco años, y con sólo los pocos euros que guardaba en casa, pues el hijo de tal de su marido había dejado tras de sí la cuenta bancaria más pelada que el culo de una mona, y las letras del piso al aire: “Arréglatelas tú para pagarlas, Laura, que yo me largo” parece que pensó e hizo.
Desesperada acudió a Marta, su buena amiga y vecina, más que a contarle su desgracia a tratar de compartir con ella su desolación, su impotencia, en innato instinto de encontrar un pecho donde poder desahogarse. Marta fue ese pecho que necesitaba entonces. La atendió, la consoló, juntas pusieron de hoja de perejil a los maridos en particular y a los hombres en general. Por finales, Marta se brindó a ayudar a Laura en cuanto le fuera posible
Pasaron unos días, pocos pues para pocos días daban los euros que guardaba en casa, y se decidió a pedirle a Marta otro favor: Ver si la podía recomendar en la empresa donde trabajaba. Entonces Marta le dio una tremenda sorpresa que la dejó fría. Su amiga, bastante antes que ella, había pasado por lo mismo, el abandono de su cónyuge y en situación parecida, una mano atrás otra adelante y la calle para correr, con las letras del piso corriendo tras de ella más que ella podía correr delante de las letras. Una ventaja sobre Laura encontró Marta, no tener hijos que atender. ¿Qué solución adoptó para salir del embrollo en que su ex la metió? Sencillo, la prostitución de nivel medio-bajo, en una sala de fiestas frecuentada, mayormente, por tíos en busca de una “novia para una noche”, previo pago de lo que la “novia” les demandara.
Como es de esperar, Laura alucinaba en colorines ante la confesión de su amiga y vecina. No, ella eso nunca lo podría hacer. Marta comprendió la postura de su amiga y, aunque le aseguró que, una vez “empezado el melón”, acabar de “tragarlo” no era tan difícil, simplemente le dio dinero, no prestado sino a fondo perdido con aquello de “Me lo devuelves cuando puedas, por eso no te preocupes”, y Laura, con más colores en la cara que un payaso en escena, tomó el dinero y se puso a buscar empleo a lo que saliera.
Pero las semanas iban pasando y ni ella encontraba empleo ni Marta tampoco dejaba de ayudarla con más y más dinero a fin de que Laura pudiera seguir buscando empleo “normal”, por lo que a poco más de un mes de quedar sola en la vida, Laura se decidió a que Marta la introdujera en tan peculiar “profesión”. La desesperación, el verse sola y abandonada, con dos hijos que dependían de ella y sólo de ella y el vencimiento de las letras del piso aproximándose a marchas forzadas la decidieron a dar el paso.
Antes pensó acudir a sus padres, a su hermano Juanjo… Pero se dijo que ese era su problema, no el de ellos: Sus padres vivían en el pueblo alicantino donde todos ellos nacieran, hasta Emilio, el que fuera su marido, y eran jubilados que casi malvivían de la cutre jubilación que al padre le quedara… Juanjo, su hermano, también vivía allí, en Madrid, pues marchó del pueblo, a la ventura, al cumplir dieciocho años, unos tres años antes de casarse ella ya que Laura llevaba unos dos años a Juan José, su hermano Juanjo.
Este, desde un principio, vivió a su “bola” de modo que, si bien pasaba por el pueblo regularmente a ver a los padres, de los que, la verdad, se preocupaba bastante, a ella hacía años que ni la veía. Y no porque ella quisiera mantener esa lejanía, sino porque era él quien parecía tener interés en no verla. La verdad es que, desde que se marchó del pueblo, “pasaba” de ella ostensiblemente; no le faltaba más que decirle a la cara que no quería ni verla.
Luego sintiéndose absolutamente abandonada y sola, se rindió a lo que le causaba un asco y rechazo indecibles, pero, como se dice, “A nadie ahorcan por su gusto”
Dio el paso una noche de la mano de Marta, que en todo momento estuvo pendiente de ella, pues la veterana ya pasó por esa “primera vez” y recordaba muy bien lo que significaba: Odiarse y despreciarse a sí misma con toda el alma. Sentirse sucia, increíblemente sucia y con unas ganas de vomitar inaguantables. Pero también sabía que, al final, todo se asumía y acababa por tomarse “aquello” como una simple “profesión”.
A esa “primera vez” siguieron otras muchas, muchas más… Marta le había dicho que el mal “trago” de las primeras veces acababa por pasar pues el ser humano, antes o después, se acostumbra a todo, pero ella no se llegó a acostumbrar nunca. Aunque tampoco eso significara que con el tiempo no acabara aceptando lo que no tenía remedio. Simplemente logró llegar a “tragar aquello” de forma más o menos insensible y muy, muy “profesional”: Se tumbaba boca arriba, trataba de ignorarlo todo, mantenerse ausente, y dejaba que el “cliente” se “despachara” a su gusto, eso sí, emitiendo algún que otro gritito y jadeo de falso placer, y es que los hombres son como niños, les gusta pensar y creer que causan placer a una puta cuando se la ”tiran” … Tontos de remate desde luego, pero también eminentemente fatuos, fieles creedores del mito del “macho entre los machos”
Cada tarde ambas amigas salían de casa hacia las siete de la tarde y en un taxi se dirigían hacia donde estaba la “boîte” de marras; llegadas allí, pasaban a un bar cercano y se cenaban un “bocata” de calamares o pimientos; o uno de cada, según el hambre que hubiera y las “tragaderas” disponibles. Luego, entre las ocho y las nueve de la noche, accedían al “antro de perdición” para allí aguantar hasta las tres o cuatro de la mañana; claro, ello si no les salía un plan mejor, la noche entera bajo “tarifa plana”
Así fue pasando el tiempo, adaptándose cada día más Laura a la “profesión” y desempeñándola con más “soltura” de día en día, hasta que ocurrió lo que varió su vida. Fue una noche como otra cualquiera, a eso ya de la una de la madrugada. Volvía de atender un “servicio” cuando Marta se le vino encima
- Laura tenemos un grupo de tíos la mar de marchosos. Con ganas de “jarana” y, al parecer, “pasta” larga. La “Pelos”, la “Larga” y la Noemí ya han “cazado” uno cada una de ellas y se los han llevado al “huerto” con más de doscientos “pavos” tía. La Patro y la “Lunares” acaban de unirse al carro y si no espabilas te quedas fuera nena.
Laura se unió a Marta dejándose conducir hacia un grupo de dos o tres mesas de donde provenía bastante barullo
- Están pidiendo botellas de cava a mansalva… Ni sé las que llevarán abiertas ya… Todos están bastante “curdas” ya; claro, es que cuando entraron venían ya bastante entonados. Sólo hay uno que me gusta. Es el único que no está “curda” pues apenas bebe: Allí está con una “tónica” y con una cara de palo que para qué las prisas… ¡Vamos, un “gilipoyas”!
Al fin las dos amigas llegaron hasta las mesas de la bullanga y Marta presentó a su amiga
- Chicos, esta es mi amiga Laura, como veréis un bombón de nena.
“Hola Laura, siéntate guapa” gritaron a coro varios de los curdas. Iba ya a sentarse cuando uno del grupo de “machos” se levantó y Marta dijo, por lo bajinis, a Laura
- Ahí está el gilipoyas, el “cenizo”
Fue entonces cuando Laura le vio por primera vez… Y al punto sintió que la sangre se le helaba en las venas. El hombre se acercó a Laura y Marta, diciendo con suma amabilidad
- Señorita Laura, ¿querría salir conmigo afuera?
Marta se quedó alucinada, viendo pajaritos, ante la reacción del “cenizo” a la vez que decía
- ¡Eso es determinación en un hombre! ¡Nena, aquí te pillo y aquí te mato
El “cenizo” tomó a Laura del brazo y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, la condujo hacia la salida, mientras ella se dejaba arrastrar mansamente y con la cara más blanca que el papel
Salieron los dos a la calle y el hombre llevó a Laura hacia su coche. Entonces la mujer rompió a llorar.
Subieron al coche y el “cenizo” sacó un pañuelo que alargó a Laura
- Deja de llorar Laura, que no pasa nada. Aquí me tienes a mí para lo que sea necesario
- Yo… Yo… ¿Por qué tuviste que venir Juanjo?... ¿Por qué…? ¿Por qué tuviste que verme así?... ¡Dios mío!... Hecha… Hecha una puta
- Calla Laura, hermanita… Calla cariño… No me digas nada… Ni ahora ni nunca… No es necesario… Nunca será necesario…
Los dos callaron y en el coche sólo se escucharon los sollozos de Laura. Llegaron por fin a una de esas urbanizaciones tan modernas, con piscina comunitaria y toda la pesca. El coche dio algunas vueltas por sus calles hasta que frente a un bloque de edificios se paró. El “cenizo”, es decir, Juanjo, el hermano de Laura, aparcó en uno de los espacios del aparcamiento que ante las viviendas se abría. Se bajó del coche y abrió la portezuela del copiloto, dando la mano a Laura para ayudarla a bajarse también ella del coche y, tomándola de nuevo del brazo la llevó consigo hasta uno de los portales y de allí a su piso, en la novena planta del edificio. Entraron y Juanjo la dejó por un momento en el sofá del salón, mientras él desaparecía tras la puerta que llevaba a los dormitorios y el baño. Minutos después regresó con un pijama de hombre, uno de los suyos, que tendió a Laura
- Hermanita, lo mejor es que te des una buena ducha… O, mejor, un buen baño de agua caliente, con muchas sales y mucha espuma… Y mucho rato dentro del agua, tranquila, relajándote… ¡Lástima no disponer ahora de un “yacusi”!... Creo que lo compraré…
Se agachó sobre Laura para darle el pijama y ésta se agarró a su cuello, sollozando todavía más, si es que eso fuera posible.
- ¡Déjame que te explique Juanjo! ¡Que te explique…!
Laura no pudo continuar porque su hermano le tapó delicadamente la boca con una mano, mientras la consolaba pasándole la otra mano por pelo y mejillas
- No me expliques nada, no es necesario. Sé que las tienes que pasar muy, pero que muy mal para hacerlo… Pero no te preocupes cariño, hermanita. Todo se acabó, todo pasó ya… Tu hermano está contigo, para cuidarte; y para cuidar de tus hijos, mis sobrinos… Anda cariño mío… No llores, seca esas lágrimas de Virgen Dolorosa, alma de mis entretelas… Anda, toma el pijama y pasa al baño chiquitina mía…
Laura besó fuertemente a su hermano en ambas mejillas, tomó el pijama que él le tendía y se dejó guiar al cuarto de baño de la casa. Juanjo entró al baño con ella para abrirle el grifo de la bañera y espolvorear generosamente sales de baño en el agua que de tibia iba cambiando a caliente, aunque no al punto de resultar desagradable, sino muy acogedora. El aroma de las sales era, lógicamente, masculino, aunque sin llegar a ser penetrante sino muy ligero. Juanjo le dijo
- Una buena ducha mañana, bien enjabonada, y ni rastro del olor a tío
Al fin su hermano salió del cuarto de baño y Laura procedió a quitarse la ropa, esa ropa de “trabajo”, el “uniforme” de puta… Se metió en la bañera y, como su hermano le recomendara, permaneció allí, sumergida hasta la garganta y con las piernas flexionadas para mantener tal posición durante largo rato. Poco a poco la tensión que la enervaba fue cediendo paso a una sensación de laxitud que a fondo la reconfortaba.
Debió pasar demasiado tiempo allí, dentro de la bañera, pues en un momento Juanjo la llamó, interesado por saber si todo iba bien, si se encontraba bien, vamos.
- Sí Juanjo, estoy bien… Creo que me amodorré un rato quedándome un tanto dormida aquí…
Laura salió de la bañera y se secó. Se miró al espejo y se encontró de asco, con el rostro embadurnado por un amasijo que mezclaba el maquillaje, muy, muy acusado, con churretes más negros que oscuros de la sombra de ojos y el rímel de las pestañas; falsas, claro está. Se lavó y restregó el rostro con la toalla del lavabo hasta levantarse ronchas, en los pómulos especialmente.
Luego miró fijamente la imagen que el espejo devolvía a sus ojos y vio un rostro demacrado, surcado por incipientes arrugas que no tantos meses antes no había en sus cara. Eran los primeros estragos que la putería estaba causándole.
Los estragos del continuo trasnochar hasta bien entrada la madrugada y del subsiguiente mal dormir, acosada por reincidentes pesadillas donde miles de horribles manos manoseaban todo su cuerpo, donde cientos de rostros de hombres babosos, asquerosos, odiosos, la besuqueaban por todas partes… Donde cientos de penes gigantescos, monstruosos profanaban sus oquedades, boca, vagina y ano. Los estragos causados por el creciente consumo de alcohol y las incipientes “rayas” de cocaína que recientemente comenzara a esnifar. Porque si no se “colocaba”, primero con alcohol, después con el maldito “polvo blanco” no era capaz de afrontar el puteo de cada noche.
Dejó de mirarse al espejo y reparó en el pijama que su hermano le dejara en los colgadores fijos a la puerta. Fue allá, se lo puso y se echó por encima un albornoz que también allí tenía su hermano
Salió del baño y vio a Juanjo esperándola a la puerta. El la tomó solícito de una mano y Laura se dejó llevar dócilmente hasta un dormitorio, el principal, con
ancha cama de matrimonio. Allí Juanjo descubrió la cama apartando sábana y manta; luego la despojó del albornoz y la ayudó a entrar en aquella cama, arropándola cuando ella se quedó, inerte, allí dentro.
Salió Juanjo del dormitorio regresando enseguida con una bandeja donde estaba un señor vaso de leche y unas galletas que se empeñó en que ella tomara. Con la leche, su hermano le trajo también una pastilla relajante y otra para ayudarla a dormir. Laura se tomó cuanto él le indicara por lo que se durmió en minutos
Despertó pasadas las doce del mediodía y un tanto aturdida: De momento no recordaba lo sucedido la noche anterior y extrañaba cama y lugar, pero eso duró escasos segundos pues enseguida recuperó la memoria de las horas recientes. La penumbra que tamizaba el dormitorio la ayudaba a aliviar el intenso dolor de cabeza que la atenazaba, con lo que se dio una vuelta en la cama intentando seguir durmiendo un rato más... Pero no pudo. Se levantó, buscó por el suelo algún calzado y, como no lo encontró, salió hacia el baño descalza. Nada más salir del dormitorio se topó de boca con Juanjo que venía al dormitorio a ver cómo seguía.
- ¡Vaya hermanita! Por fin te despertaste… ¿Descansaste bien? ¿Cómo te encuentras?
- La verdad es que he dormido de un tirón… Como hacía tiempo que no dormía… ¿Qué me diste anoche?
Juanjo rió con ganas
- Una mezcla explosiva de mucho cuidado. Un ansiolítico para calmar tus nervios y una pastilla que te ayudara a dormir.
- Pues sí, lo que es dormir, dormí bien… Pero tengo un dolor de cabeza que parece se me fuera a partir de un momento a otro… Me voy a duchar, a ver si puedo hacer carrera de mí…
Laura se alejaba de su hermano cuando se volvió hacia él para decirle
- Muchas gracias por lo que has hecho por mí… No te molestaré ya mucho… Me ducho y marcho de regreso a mi casa…
- De eso ya hablaremos Laura… Ahora dúchate y ya hablaremos cuando salgas… O esta tarde…
- Lo siento Juanjo, pero tengo que irme a casa. A las dos, en una hora más o menos, recojo a los chicos de la guardería y los traigo a casa. Así disfruto de ellos hasta las siete. A esa hora viene una mujer y se queda con ellos, cuidándolos, hasta la mañana siguiente que los deja en la “guarde”.
- Lo sé Laura. Anoche, cuando te quedaste dormida, miré en tu bolso y en el móvil encontré el teléfono de tu casa. Llamé y hablé con la mujer esa. Le dije que soy tu hermano y que tú estabas indispuesta. En fin, que ella recogerá a los niños y los tendrá en casa hasta que lleguemos.
Laura, más tranquila, fue a ducharse. Cuando acabó y salió del baño la esperaba otra sorpresa de su hermano Juanjo: Esa misma mañana había ido a comprarle ropa nueva, quemando la anterior. Ella debía romper con todo lo anterior y empezar a vivir de nuevo. Así que hablaron… O, mejor dicho, habló él, pues Laura no pudo hacer otra cosa que decir amén a cuanto él disponía. Ni una palabra en contra de lo por él planeado le consintió y ella al final se dejó llevar.
Desde ese día ella y sus hijos vivirían allí, con él; y el piso de ella se vendería.
Juanjo le dijo también que si quería trabajar para ser ella quien sacara adelante a sus hijos, él no se opondría y que hasta la ayudaría, pero que si prefería quedarse en casa para dedicarse a sus hijos exclusivamente tampoco habría problema pues él se responsabilizaría de ella y sus hijos; que de cualquier forma, desde entonces no tendría que preocuparse para nada en absoluto pues allí estaba él para que nunca les faltara nada ni a ella, su hermana, ni tampoco a sus sobrinos. Al final, Laura asintió a todo, pero dejando bien claro que de sus hijos sólo ella se responsabilizaría, por lo que desde ya buscaría trabajo.
Aquella noche ya durmieron en casa de Juanjo su hermana y sus dos sobrinos, para lo cual les dejó su habitación, la grande de matrimonio, para que en esa cama pudieran dormir Laura y sus dos hijos. Además en menos de una semana Laura estaba trabajando en jornada de mañana, de ocho a quince horas. Juanjo la había procurado empleo en la empresa donde él mismo trabajaba, una de Seguridad Privada especializada en la custodia y transporte de fondos bancarios, esos furgones blindados tripulados por varios vigilantes jurados armados.
Desde entonces la vida diaria para Laura se tornó plácida y serena. Cortó radicalmente con todo cuanto tuviera que ver con su vida anterior, incluso la que viviera con Emilio, el que fuera su marido y que todavía, formalmente al menos al no estar divorciados, seguía siéndolo; así todo ello pasó a ser como un mal sueño para ella. Un mal recuerdo que consiguió borrar de su memoria, logro al que en forma alguna fue ajeno su hermano Juan José, pues la atención y cariño con que él la rodeara fue piedra fundamental para elevar el nuevo edificio de la vida de Laura.
Para Juanjo, la llegada de Laura a su casa le sirvió de mucho. Para empezar, encontró la compañía que nunca tuvo y las sobremesas nocturnas, cuando no tenía que estar de servicio, se convirtieron para él en el mejor momento del día. Además, Laura le tenía como un pincel. Nunca la raya del pantalón la tuvo mejor marcada ni las camisas mejor planchadas, cuellos y puños incluidos, pues él era adicto a los puños de camisa dobles, con gemelos. Ni la casa tan limpia y ordenada como desde que Laura vivía con él. Tampoco nunca antes disfrutó de comida casera tan bien hecha como la que Laura le hacía. Y todo ello sin ella dejar de atender su diario trabajo…
Mas será conveniente añadir que todo aquello era un poco bastante a pesar de Juanjo, pues él no era de esos hombres “sietemachos” que piensan que parta eso están mujeres, para trabajar en casa y donde quiera que también trabajen, pues el papel del hombre en casa es sempiternamente ver fútbol y pedir a “la sierva”, a “la esclava”, que le sirva una cerveza bien fría mientras ve el partido Mas ante Laura razonamientos no valían y, al menos en esos aspectos, era ella la que finalmente imponía su opinión y ley.
Pero ya podía también guardarse Juanjo de dejar ceniza del cigarrillo por ahí, fuera del cenicero; o de no llevar a la mesita del salón un posavasos que salvara los típicos redondeles que vasos y copas suelen dejar marcados en las mesas; o de dejarse ropa y demás pertenencias tiradas por cualquier parte, pues desde que ella llegó a casa allí había un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Y la ropa sucio en el cesto correspondiente… ¡Que menuda era ella para esas cosas! Esposa más “pejiguera” respecto a todo eso imposible encontrarla…
Por otra parte, el plan de camas en principio ideado por Juanjo pronto se vio que era irrealizable, pues por grande que la cama del dormitorio principal fuera, para Laura y los dos pequeños, Emilio como su padre el mayor, Laurita como su madre la pequeña, la verdad es que no daba. Así que, aprovechando que también la habitación que ahora ocupaba él era bastante amplia, se instaló allí una segunda cama, de 80 cm ésta, para que el mayor, Emilio, durmiera con su tío en tanto Laurita lo hacía con su madre
Aquellas Navidades fueron las primeras que, desde que saliera de casa al casarse con Emilio, Laura volvía a pasarlas allá en el terruño alicantino, con sus padres. Se los trajo consigo Juanjo a los tres, Laura y sus hijos, pues él ni una Navidad faltaba del pueblo natal y la ancestral casa paterna.
Pasaron las Navidades y tras ellas se pasó el invierno dando paso a la primavera, que también fue transcurriendo lentamente, hasta hacerse presentes las últimas semanas de Mayo y primeras de Junio, cuya calidez presagiaba las canículas estivales de la capital de España. Pero se dice que “La primavera, la sangre altera” y para esas fechas de casi fines de Mayo, casi inicios de Junio, la sangre de Laura anduvo un tanto revolucionada, de manera que al aproximarse uno de aquellos “findes” propuso a su hermano que por qué ese sábado no salían a cenar y luego a una Discoteca a ver qué conseguía cada uno, y es que ella llevaba tiempo sin salir, sin bailar, sin divertirse de verdad, y eso ya le volvía a apetecer… Amén de probar si todavía podía gustar a un hombre, que también llevaba sin “catallo” una burrada de tiempo, pues a tal respecto la “putería” no contaba, pues aquello sólo fue asquerosamente “profesional”… Luego tampoco era plan mantenerse cual monja pues, hablando en “Román Paladino”, por ese camino, precisamente, Dios no la llamó…
Llegado el sábado elegido la pareja se arregló cual la ocasión exigía, luciendo ella un vestido bastante más veraniego que primaveral en sedilla artificial que sea como fuere, la verdad es que le caía que ni a medida. Escote delantero que más que generoso resultaba de perdición para hombres “acalorados”, falda de medio vuelo que no cubría más allá de medio muslo pues quedaba casi un palmo por encima de la rodilla, veinte centímetros al menos, en un color más rojo que la sangre y realzando esas espléndidas piernas con que Natura la regalara, un par de zapatos, también rojos, de agudísima puntera e increíble tacón alto de aguja. Por dentro, sujetador en “Palabra de Honor” de encaje negro, braguita-tanga a juego con el sujetador y medias también negras, tupidas, hasta casi las ingles, rematadas en ligas de encaje rojo realzadas con pedrería bisutera en azabache.
El, sencillo conjunto también bastante veraniego; camisa de fino lino en color beige claro con manga larga arremangada hasta pelín debajo del codo y despechugada, presumiendo de “pecho lobo” en mor de la pelambre negra que le cubría casi toda la zona pectoral. Pantalón más que ligero, también en lino, y en color beige piedra. Zapatos marrones que diría reflejarían el rostro de cualquiera de lo lustrosos que estaban, si tal cosa no constituyera una gran exageración.
Cenaron en un restaurante que no estaba nada mal, pues al excelente servicio y viandas que dispensaba, se unía un ambiente la mar de acogedor. La cena discurrió en animada charla, durante la cual más de una vez se entremezclaron las manos de él y ella, hasta tal punto que en un momento dado Laura dijo mientras se reía de su ocurrencia
- Cualquiera que nos vea ahora pensará que somos una parejita de novios
Al instante Juanjo soltó las manos de su hermana, enrojeciéndosele el rostro, lo que hizo que la risa de Laura se acentuara al verle
- ¡Hay Juanjo!... ¡Si hasta te has ruborizado!
Y Juanjo, cuanto más reía Laura, más colorado se ponía, con lo que las risas de ella amenazaron con no cesar nunca.
Acabaron por fin la cena, rematada por suculentos postres y sendas tazas de café, amén de una copa de brandy “Independencia” de Osborne; caro, sí, pero Juanjo opinó que la ocasión lo merecía y total, euros arriba, euros abajo… ¡Qué importaban! Se sentía eufórico, a gusto, luego los euros era lo que menos le importaba en esos momentos en verdad felices, dichosos, como nunca antes lo fueran para él.
Abandonaron el restaurante y se dirigieron a una Discoteca de lo más “in” del momento. No quisieron acomodarse en mesa alguna pues ambos habían ido de “caza mayor” para tales quehaceres mejor era posicionarse en la barra y, desde allí, tratar de otear el panorama en busca de posibles “presas” que llevarse no precisamente a la boca… Aunque, bien mirado, también. En consecuencia, pidieron dos consumiciones, Un “Bloody Mary” para Laura y un bastante más prosaico “cubata” para Juanjo.
Laura sorbió un par de veces de su coctel a través de la pajita al efecto servida y, separándose de la barra, dijo
- Deséame suerte hermano, que allá voy
Juanjo vio alejarse a su hermana directa al centro de la pista, para enseguida ser abordada por un grupo de chavales que empezaron a bailar alrededor de ella, al tiempo que también Laura se arrancaba a bailar en el centro del corro que los chaveas formaron a su alrededor. Pues chaveas eran, con no más de veinte, veintidós años por casi lampiño. Por su parte Juanjo quedó apalancado en su sitio, amarrado a la barra consumiendo el “cubata” a no despreciable velocidad. Cierto que alguna chavala que otra se acercó a “tentarle” de vez en cuando encontrando en él un muro de silencio y desdén
Los niñatos que rodeaban a Laura parece ser que empezaban a tomarse demasiadas “confianzas” con ella pues Juanjo vio claramente cómo ella se deshacía de dos de ellos de un empujón y se alejaba del sitio, perdiéndose entre el gentío del centro de la pista de baile hasta que la perdió de vista. Entonces Juanjo acabó de apurar su “cubata” y empezó con el “Bloody Mary” de Laura, amenazando con acabarlo en un dos por tres a juzgar por el “lingotazo” que por de pronto le arreó.
Apareció a su lado una pechugona algo mayor que él, treinta y bastantes años-cuarenta y muy pocos años, que se empeñó en que bailara con ella, a lo que al fin Juanjo cedió, aunque sólo fuera para quitársela de encima tras tres o cuatro bailes en los que no pusiera el más mínimo interés en meterle mano… y lo que no era la mano, verdadero interés de aquella, en su opinión, casi ninfomaníaca.
No se equivocó Juanjo en sus apreciaciones, pues nada más enlazarla por la cintura la “prójima” se dedicó a restregar con ahincó la más noble zona erógena masculina, con otra de las “maravillas” del universo, el pubis femenino
- ¡Tío!… No te “empalmas´´… ¿Qué te pasa? ¿No te gusto o es que te van más los tíos?
- Será que no me “pones” lo suficiente nena…
- ¡Anda y que te den, maricón de mierda!
Con tales exabruptos, la “ninfómana” plantó Juanjo en mitad de la pista y se largó, momento que el hermano de Laura aprovechó para volver al refugio de la barra. Tanto su “cubata” como el “Bloody Mary” de Laura habían desaparecido, en las tragaderas de Juanjo, claro, por lo que el bueno del muchacho tuvo a bien pedir un segundo “Cuba”
Se lo estaban sirviendo cuando a su espalda sonó la voz de su hermana
- ¿Y mi “Bloody Mary”? ¿Quién se lo ha bebido?
- “Touché”. Culpable del desaguisado…
- Pues ya sabes… Si el que rompe paga, el que se bebe mi cóctel me paga otro.
- Sabia decisión, digna del sabio Salomón
Juanjo pidió un nuevo cóctel para su hermana mientras ésta decía
- Hermanito querido, diría que te estás pasando “pelín de pueblos” pues, o mucho me equivoco, o vas ya por el segundo “cuba” amén de haberte bebido también mi “Bloody Mary”. ¡Que a este paso a lo peor acabas “curdela”, queridísimo hermano!
Juanjo se echó a reír al tiempo que el camarero servía su bebida a Laura
- ¿Qué tal con esa “tigresa”? Hermanito, si te descuidas esa se te come crudito y coleando…
- Pues… ¡Qué quieres que te diga!... Que tanta “atención” en las tías me abruma… O, peor, me aburre y asquea… Por cierto Laura, que ya te veía cometiendo un “infanticidio” con esa panda de “niñatos” salidos…
- ¡Ja, ja, ja!... Lo que es por ellos… ¡Ni uno sale vivo…! Pero ya sabes lo que se dice… Quien con niños se acuesta…
- Ya, apestando a desechos escatológicos se levanta… Pero también te he visto con ciertos tipos que, de “niñatos”, más bien que nada de nada…
- Ya… Un par de “bujarrones” babosos de mucho cuidado… ¡No te fastidia los “donceles”!... Hasta pretendían un “ménage á trois”… ¡Pero pagando yo a los dos tíos!... Hermanito, esto “con Franco no pasaba”… (1)
Los dos rieron de buena gana mientras tanto la tercera bebida de Juanjo como la prácticamente primera de Laura menguaban en los vasos que daba gusto. La verdad es que se hacía difícil hablar porque la música “enlatada” que de continuo atronaba el local apenas si dejaba escuchar palabra. Los altavoces entonces desgranaban ritmos salseros, sensuales, que hacían que los pies se dispararan sin siquiera pensarlo…
- Juanjo, está visto que esta noche no tenemos el triunfo de cara, luego presumo que, o bailamos tú y yo juntos, o nos aburrimos como ostras. Anda hermanito, baila conmigo, que no me aguanto las ganas de “menear el esqueleto” con estas “salsas”…
Y sin esperar respuesta, sin siquiera encomendarse a Dios ni al Diablo, enfiló la pista de baile arrastrando tras de sí a su hermano, prendido de la mano. Cuando la pareja alcanzaba, más o menos, los medios (2) de la pista, se enlazaron uno al otro aunque aquello duró poco, pues enseguida Laura se libró de los brazos de Juanjo para ponerse a bailar separada de él, evolucionando ante él en las formas más imaginablemente sensuales. Laura se daba la vuelta ante su hermano, mostrándole gloriosamente su impresionante “retaguardia”, arrimándosela desafiante y sin dejar de reír…
Así fueron pasando los minutos, aunque si hemos de ser justos debemos reconocer que, en tanto Laura estaba radiante y bailaba cual virtuosa, Juanjo lo hacía como un verdadero “patoso” que a cada paso perdía el ídem y que en más de una ocasión casi, casi, da con su anatomía en el santo y duro suelo, lo que hacía que su hermanase desternillara de risa a cada instante e hiciera mofa de él y su “patosidad” a troche y moche
Por fin aquellos ritmos, que para Juanjo eran “Obras del Maligno”, se acabaron, trocados en música mucho más suave e íntima lo que tampoco quería decir que resultara menos sensual que lo anterior. Lo único, era que estos otros ritmos, mucho más románticos que los precedentes, inducían más bien a la compenetración entre la pareja, a la caricia suave pero intensa, al beso tierno mas lleno de pasión y sensualidad, como si ambas bocas desearan fundirse en una sóla; al abrazo que incrusta ambos cuerpos, el uno en el otro, como si intentaran fundirse ambos en uno sólo…
Juanjo y Laura no eran pareja; Juanjo y Laura no eran novios… Pero Laura se estrechó contra su hermano como una lapa, como quien se ahoga se ceñiría a un ser o una tabla salvadora… Como el ser perdido en el desierto y sediento se aferraría a una fuente de agua, por escasa que ésta sea… Y Juanjo la recibió entre sus brazos, contra su pecho, contra su pelvis con el mismo anhelo que el condenado a muerte esperaría el indulto salvador en el último instante de su vida…
Al poco, Laura notó por allá abajo, donde el pubis terminaba para que su más femenina intimidad empezara a abrirse en vertical, la ya casi olvidada dulzura del empuje de un “ariete” masculino en todo su esplendor dimensional, en todo su esplendor de infinita firmeza y dureza, pues lo vivido en la putería había sido muy, muy penoso y sus recuerdos sólo eran tristes. Pero entonces era distinto. Se sentía electrizada, anhelante por sentir más y más aquel “ariete” que se le hacía amenazaba con taladrarla y una gran dulzura embargaba su cuerpo pero también su espíritu.
En aquellos momentos Laura era feliz, dichosa… Intentó recordar momentos semejantes en su vida, pero no halló ninguno que le hubiera transmitido lo mismo. Ni siquiera cuando, todavía novios Emilio y ella, consintió en que él la hiciera mujer… Tampoco cuando pasó su primera noche con Emilio, recién casados los dos… Hasta entonces, esos habían sido los momentos más bellos y dulces de su vida, los que recordaba con más placidez; pero esto de hoy era muy distinto; ni punto de comparación con aquellos otros. Era como si al fin hubiera encontrado lo que toda su vida buscara, lo que toda su vida hubiera ansiado y por fin lo tenía
Laura se estrechó aún más a su hermano, si es que eso todavía fuera posible, y su boca buscó ansiosamente la de ese hombre que la estrechaba hasta casi asfixiarla. Se unieron ambas bocas y sus lenguas se enlazaron enloquecidas, se acariciaron la una a la otra lamiéndose arriba y abajo y rebuscando cada una en la boca ajena hasta recorrer uno a uno sus más recónditos rincones. Los dientes mordieron los labios ajenos con furia, como fieras salvajes que se buscaran para destruirse la una a la otra, pues tras los labios buscaron morder los cuellos, las nucas, pero sin asomo de intención destructora sino de dar y recibir placer en el paroxismo del cariño, del amor.
La pasión de Laura subía enteros sin fin y su bajo pubis, allá por donde esa su intimidad más femenina latía incendiada e incendiando toda esa región del organismo femenino, ansiaba, demandaba más, mucho más de aquél “ariete” que la sumía en hondísimo placer. Abrió las piernas, los muslos, deseando atrapar entre ellos el anhelado “ariete”, juntito, juntito, a ese punto del cuerpo femenino que también es fértil huerto donde la vida humana germina.
El “ariete” penetró hasta quedar atrapado entre las dos columnas de alabastro que sus muslos eran y rozando su “jardín de vida”. A señalar que, previamente, ese “ariete” había dejado de empujar “allí” por un momento, al tiempo que sentía cómo la mano masculina manipulaba en el pantalón del hombre, deslizando hacia abajo la cremallera, para al momento volver a notar cómo aquella barra de carne, grande, enhiesta, firme y dura cual barra salida de las acerías Krupp, empujaba de nuevo, pero ahora, segura estaba de ello, en su absoluta desnudez.
Así, cuando al fin quedó atrapada, empotrada entre sus muslos, pudo distinguir, sentir en todo su esplendorosa suavidad aquel “ariete” desnudo y las indecibles por gozosas sensaciones que esa desnudez le transmitía a través de la tenue tersura de su falda. El hombre empezó a dar movimiento a su divino “garrote”, en ese típico movimiento adelante, atrás; adelante, atrás; adelante, atrás del coito metiendo sus caderas que empujaban el masculino pubis hacia ella con todo entusiasmo, replicando ella con no menos entusiasmo moviendo al ritmo impuesto por los embates del hombre sus propias caderas saliendo así el pubis femenino al dulce encuentro con el masculino.
Laura gemía, jadeaba, y lanzaba pequeños grititos, moviéndose, adelante atrás, adelante, atrás… Me mordía los labios para no lanzar los alaridos de placer que pugnaban por salir de su boca… Pero quería más, más, mucho, muchísimo más… Quería sentir aquello sin tela, sin falda de por medio… Quería sentirlo dentro de ella, llenándola, anegada su intimidad en el río de germen de vida del hombre, de aquel hombre que para entonces lo era ya todo para ella; su vida si lo tenía con ella, su muerte si se apartaba de ella… Lo sabía, lo sentía, que él era lo que ella desde siempre esperara, su mítico “Príncipe Azul”; ese que en un tiempo pensó que sería Emilio… Su ex marido… Qué error… Qué inmenso error… Ese que toda mujer sueña en su adolescencia, en su primera juventud, pero que nunca llega… Mas ella lo tenía allí, ante ella… Era suyo… Lo sabía… Sabía que era suyo… Suyo y de nadie más…
El cénit de la exaltación erótica había llegado para Laura. Estrechó hasta el paroxismo el cuello del hombre al que se sentía unida de por vida… Su hombre… El único… El definitivo… Balbució más que murmuró al oído de su hombre, de su amor…
- ¡Súbeme la falda, amor! ¡Deseo sentirte, sentir tu carne en mi carne, tu piel en mi piel! ¡Penétrame amor, penétrame, hazme tuya!
La falda de Laura subió y sus muslos sintieron las manos del hombre, el “ariete” del hombre refregándose entre ellos… Las manos abandonaron los muslos para buscar las braguitas, la tanga negra con motivos en rojo… Laura se sintió desfallecer de placer, de intenso placer, de nunca antes sentido placer… Y gritó, gritó pero casi sin voz, porque la tensión, la pasión que se apoderara de ella apenas la dejaba respirar, apenas si la dejaba hablar…
- ¡Por Dios, métemela, métemela amor! ¡Por favor, métemela cariño mío! ¡Métemela, por Dios, Juanjo, cariño mío; métemela, hermanito mío!...
FIN DEL CAPÍTULO UNO
NOTAS AL TEXTO
- Esta era una expresión muy usada en los primeros años de la naciente Democracia española, fines de los 70/inicios de los 80
- Esta es una expresión muy torera, muy taurina: Los medios es el terreno situado en el centro mismo del ruedo. Aquí se usa para decir hacia el centro de la pista de baile.