El tormento de Elsa (4)

Sigo con la subida, sigo introduciendo leves modificaciones

4

Al acabar las clases, Elsa y Silvia salieron juntas del colegio.

No hablaron nada hasta llegar al metro, y sentándose jutas, sin importarle a Elsa que la pudieran ver el coño, ni a Silvia el dolor de sus nalgas, ocuparon el banco del andén y se sonrieron.

  • No puedo creerme esto – susurró Silvia.

Elsa sonrió. Ella sí que no se lo podía creer. Apenas había pensado en su padre, en el director, en su cruel tormento diario desde que había recibido el beso de Silvia.

  • Yo tampoco.

Sus manos se rozaron tímidamente y se sonrieron deseosas de besarse y de meter sus manos por debajo de la falda de la otra.

  • Mañana vendré sin ropa interior – dijo Silvia – Y pasado, y siempre.

Elsa sonrió. Ella no lo hacía por gusto, pero empezaba a pensar que si Silvia lo hacía por ella desde hoy, ella empezaría a hacerlo por gusto incluso si su padre la levantara el castigo, solo por sentir la mano de Silvia directamente en la rajita de su coñito sin tener que preocuparse por la tela de sus braguitas.

  • Yo tampoco volveré a usarla –dijo Elsa, pensando en que ella tenía el coño lleno de vello y su amiga lo tenía rasurado, liso, suave, tierno.

¿Te depilaste tú? – preguntó Elsa curiosa acariciando tímidamente el muslo desnudo de su amiga justo donde acaba la falda del uniforme, y rozando levemente la rodilla.

Silvia sonrió. Recordó como la obligaba su madre a hacerlo al principio, y como poco a poco ella misma descubrió el gozo de llevarlo así.

Un tren se detuvo, pero lo dejaron pasar y se quedaron solas en el andén. Era arriesgado besarse, pero a pesar de todo, una vez se aseguraron de que no les veían, se dieron un fugaz beso y se sonrieron. Elsa dejó de acariciarle la rodilla y el muslo y volvió a darle la mano tímidamente, como dos buenas amigas.

  • Si – dijo Silvia tímidamente – Me lo recorté primero con tijeras y luego acabé con una chuchilla y espuma de afeitar.

¿Vas a depilarte? – dijo sonriendo.

Elsa sonrió. ¿Lo haría? ¿Qué diría su padre? ¿Lo aprobaría, la castigaría por ello? Dudaba en si hacerlo sin más o pedirle permiso. Pero si le pedía permiso… ¿Cómo lo haría, que excusa pondría? Recordó la agradable sensación del suave tacto del coño depilado de Silvia, de su lengua acariciando la rajita rasurada, sintiendo la carnosidad de los pliegues sin más y se decidió. Sonriendo respondió a su amiga.

  • Hoy mismo – y que sea lo que dios quiera, pensó sonriente al ver la cara de felicidad de Silvia.

Se separaron cuando Silvia llegó a su parada con dos tímidos besos de amigas, uno en cada mejilla.

Elsa se quedó con el olor de su cuerpo en la mente, y el deseo de sentir sus bocas conectadas de nuevo, de tener la cabeza de ella nuevamente enterrada en su coño, de enterrar la suya en el de ella.

Se quedó en una especie de ensoñación, sentada en el vagón, hasta que llegó su parada, y salió del metro sonriente, como en una nube, feliz por lo que la había ocurrido hoy en el colegio, sin pensar en que cuando cruzara la puerta de su casa volvería a la horrible realidad del cruel tormento que estaba padeciendo, de su castigo, de su cruel vida.

Entró en casa y se descalzo como cada día.

Su padre llegaría en unas horas, así que fue hasta la cocina y se calentó un poco de sopa para comer con un poco de pan duro y un zumo de fresas.

Comió con ganas por primera vez en mucho tiempo, y repitió hasta quedarse saciada. Después, recogió todo y fue hasta su dormitorio, su antiguo dormitorio, no donde dormía ahora con su padre, y se desnudó mirándose en el espejo. Tras la mata de vello moreno sus labios vaginales estaban abiertos y su coñito hinchado de placer. Todavía estaba excitada. Su falda estaba mojada por dentro. Afortunadamente no había calado hacia fuera y nadie se había percatado de ello. Se agachó y cogiendo la falda olió su corrida. La gustó. Dejó de nuevo la falda en el suelo y tumbándose en el suelo levantó las piernas abiertas y apoyó los pies descalzos en el espejo. Levantó la cabeza y vio su coño abierto, su clítoris latente de lo hinchado que estaba y su vello púbico tapando obsceno la entrada de su virginidad. Sonriendo, empezó a masturbarse metiendo dos dedos, sacándolos, acariciando su clítoris, pellizcándolo, jugando con él con un solo dedo, en círculos, metiendo tres dedos, sacándolos despacio, metiéndolos deprisa, sacándolos deprisa, metiéndolos despacio, sacándolos, metiéndolos, sacándolos, metiéndolos, sacándolos… Hasta gritar de gozo y placer empapándose la mano la cual chupo después, ávida de sí.

Media hora después, de pie en la ducha, Elsa se humedeció el pubis, las ingles y su rajita con la esponja mojada con el agua tibia de la ducha, descubriendo con placer que su sexo de estaba abriéndose e hinchando. Aun lo tenía excitado por el día de hoy, y eso la estaba excitando más, tanto que pensaba volver a masturbarse.

La experiencia con Silvia la había hecho olvidar temporalmente su tormento diario, relegarlo, dejarlo sin importancia.

La joven siguió humedeciendo la zona con el agua, rozando con toda intención los labios del coñito, cada vez más abierto, y con el clítoris cada vez más hinchado. Cuando creyó que era suficiente, cogió las largas tijeras plateadas de su padre y comenzó a recortar el vello púbico con cuidado de cortarse ella por error. El corto pelo moreno caía a sus pies, en el suelo de la ducha, en sus empeines, dejando cada vez más libre su rajita virginal y la suave y blanca piel de su pubis.

Cuando acabó, volvió a pasar la esponja para quitar los pelillos que hubieran quedado pegados. Se miró en el espejo frente a la bañera, aun le quedaba vello, pero cada vez se atisbaba más la carnosa piel sonrosada de sus labios abiertos e hinchados y la hermosa y suave palidez de su pubis.

Con cuidado, empezó a extender un gel por toda la zona hasta formar una pasta jabonosa de color blanco. Cuando acabó, cogió aire, y lentamente, con una cuchilla de afeitar, la pasó despacio por todo el pubis, acariciándose los labios de su sexo para afinar por la zona cuando pasaba, evitando cortarse, sintiendo espasmos de gozo y deseos de meterse de nuevo dos y tres dedos hasta volver a empaparse.

Finalmente, con cuidado, estiró toda la piel para poder terminar de depilar los pelillos del coño y la ingle.

Cuando acabó, volvió a pasar la esponja y después se miró de nuevo en el espejo. Sonrió, su coñito estaba libre de vello, su pubis se vislumbraba blanco, con los sonrosados e hinchados labios abiertos y su clítoris queriendo salir de cuan hinchado estaba.

Sin dudarlo, Elsa cogió la ducha, la abrió al máximo y apuntó el chorro directo a su entrepierna abierta.

La chica gozó de aquello sin recordar a su padre ni director durante cinco minutos, aplicándose fuertes descargas de agua en su coño abierto, corriéndose dos veces pensando en Silvia y en lo mucho que deseaba lamerla el coño mientras ella le lamia el suyo.

Tras salir de la ducha y secarse, mirándose desnuda de cuerpo entero en el espejo, percatándose de la dimensión de lo que había hecho, de lo hermoso que había dejado su pubis, su coñito depilado que empezaba a cerrarse tras un intenso día en el que había gozado como nunca antes y como pensaba no gozaría jamás, Elsa empezó a pensar en cómo reaccionaría su padre, y todo el peso de su pobre vida le cayó encima.

Aterrada, la joven fue hasta su armario y se puso unas mallas y una camiseta negra tapando sus pies con unos ejecutivos negros. Quería retrasar su desnudez ante su padre cuanto antes, para buscar una excusa.

Fue hasta el baño y se aseguró de que no hubiera pelos, y tras pasar de nuevo la ducha por toda la superficie del plato, bajó las escaleras hasta el salón, donde esperaría sentada en el sofá a su padre.

El tiempo se le hizo eterno mientras veía la televisión.

Notaba su pubis liberado, la presión de las mallas en su coñito carnosos y sin braguitas la excitaba y notaba como empezaba a abrirse y a humedecerse. Pensó en Silvia, y eso la excitó aún más. Cerró los ojos y metió sus manos por dentro de sus mallas, subiendo los pies al sillón del sofá, con las piernas abiertas, empezó a acariciarse con las dos manos a la vez mientras se pasaba al lengua por los labios y gemía pensando en Silvia, en su coño, en su boca, en sus pechos, sus manos.

Estaba tan excitada que deseaba más, así que bajándose levemente las mallas, cogió el mando de la tele y empezó a pasar el canto por su raja abierta, cada vez más, notando como segregaba flujos y empapaba el mando. Gemía, sus mano libre ahora acariciaba sus pechos. Siguió pasándose el canto del mando, masajeando sus pechos, su clítoris, sus labios de pubis depilado tan intensamente concentrada y con los ojos cerrados que no se percató de la llegada de su padre y de que este miraba la escena excitado, con la polla empalmada deseando romper el pantalón de su traje y sin dar crédito.

Estaba a punto de correrse cuando su padre la gritó.

  • ¡ELSA QUE DEMONIOS HACES!

Soltó el mando a la vez que abría los ojos asustada y bajaba las piernas, dejándose las mallas por las rodillas y la camiseta por encima de los pechos. Su coñito segregaba tanto líquido que el sofá de tela se había manchado y Elsa, al borde del llanto, miraba fijamente a su padre, que con los ojos llenos de ira, lujuria y excitación, la entrepierna hinchada y las manos apretadas estaba mirando fijamente a su coñito depilado.

  • ¿Qué coño significa eso? – dijo señalándolo.

Elsa, sollozando, trató de taparse subiéndose las mallas.

  • ¡QUIETA SO PUTA!

Levántate y desnúdate.

Elsa, temblando, notando como su coño y su pubis empezaban a tomar su tamaño normal por el miedo, como se cerraba su agujerito virginal del placer y su botoncito se desinflaba, obedeció. Se levantó, se quitó la camiseta y las mallas, después los ejecutivos y se quedo desnuda, con su pubis rasurado con la piel blanca y suave libre al aire, a la vista de su padre.

El hombre se acercó a ella y acarició la entrepierna de la chica con la palma de la mano entera dejando que el dedo medio de su mano pasara por entre sus labios acariciándola sinuosamente y provocándola un espasmo de gozo/asco. El hombre noto su mano húmeda y se la lamió sonriente. Elsa sintió nauseas al verlo. Quería llorar, pero se contuvo. Quizás, todo saliera bien y no la castigara después de todo.

  • ¿Te lo ha pedido el director?

Elsa negó con la cabeza y solo atinó a susurrar una respuesta.

  • Se me ha ocurrido a mí. – dijo asustada - Creí que te gustaría, y al director igual.

Su padre abrió los ojos y abrazó a su hija tras besarla en la boca obligándola a abrirla y jugar con sus lenguas.

  • Me ha encantado, pero tenías que haberme pedido permiso. – dijo volviendo a acariciar su coño como antes y metiendo esta vez dos deditos hasta tocar el himen de su hija. – Te habría ayudado, podrías haberte cortado.

La miró a la cara y la sonrió la vez que sacaba de nuevo la mano del interior de la chica y se la relamía.

  • Ahora sube al dormitorio y túmbate en la cama, con las piernas bien abiertas. Vas a seguir masturbándote para mí en cuanto suba.

Elsa asintió, y temblando, subió lentamente las escaleras hasta el dormitorio, tumbándose en la cama como la habían ordenado y esperando a su padre. Parecía que la cosa había funcionado, se dijo, incluso el hecho de que le gustara a su padre podía ser bueno.

Y sin pensar en nada más, esperó a que su padre llegara pensando en Silvia, para excitarse todo lo posible y masturbarse lo mejor que pudiera, no fuera a ser que su padre la castigara si no empapaba las sabanas.

Subió las escaleras lentamente, con la hermosa visión del depilado, dulce y tierno coñito de su hija aun en la retina, y lleno de lujuriosos deseos de tocarlo, acariciarlo, incluso probarlo, pero también deseoso de darla un escarmiento por haberlo hecho sin permiso, aunque sin duda, si la niña se lo hubiera consultado, él la habría dado permiso, es más, habría gozado hasta correrse sobre ella siendo él quien lo hiciera. Sin duda merecía un castigo, sonrió al pensar en ello mientras se quitaba la corbata, seria leve, y no dejaría marcas en su culo.

Llegó al dormitorio y vio a su hija, como le había dicho, tumbada en la cama, apoyada en las almohadas que había apoyado en el cabecero, y con el culo sobre un cojín para resaltar bien su coño depilado que se veía abierto e hinchado, incluso brillante por el néctar que segregaba. Sonrió complacido y se acercó con la corbata en la mano.

  • Te voy a vendar los ojos. Quiero que estés como antes, en éxtasis, sin verme, que te masturbes, que te corras tantas veces como quieras, que no pares hasta que te lo ordena, que tus manos pellizquen tu coño, lo hurguen, jueguen con tu sabroso y tierno clítoris, que parezca que te meas de lo caliente que estas.

Elsa asintió, con los ojos vendados, muerta de miedo, pero algo excitada por lo que había oído decir a su padre que esperaba de ella. Quizás, su estado de éxtasis previo la había hecho excitarse ahora, jamás le había excitado nada de su padre, no al menos bajo voluntad. El cuerpo de una adolescente se excita y segrega placer sin control en muchas ocasiones, y ella no había sido menos en todo este tiempo de tocamientos y abusos.

  • Si papá. – respondió en un suspiro.

Y Elsa empezó a masturbarse.

Empezó lentamente, acariciándose la rajita de su coño mientras se acariciaba los pechos.

Poco a poco su mano derecha, la mano que tenía en su entrepierna, empezó a moverse más deprisa, a jugar apretando su clítoris y moviendo el dedo en círculos, a jugar con los pliegues de sus labios mientras se pellizcaba suavemente los pezones. Al hacerlo, Elsa pensaba en Silvia, en su boca, sus labios, su coño, en que era ella quien la tocaba, y su mano fue metiendo dedos en su coño y sacándolos, cada vez más mojados, mientras ella gemía débilmente, excitada, cada vez más. Sus manos ya se movían con rapidez, sus dedos entraban y salían de su coñito rápidamente y meneaban su hinchado y cada vez más abultado clítoris que asomaba hermosamente rosado entre sus labios, húmedo, brillante, jugoso, carnoso. Elsa se corrió una vez, gimió para contener el orgasmo y siguió el orgasmo, su padre, satisfecho, estaba ya desnudo ante su hija, admirando el espectáculo y con su cinturón en la mano, la polla tiesa y deseoso de una mamada.

Elsa siguió masturbándose hasta volver a correrse. Su cuerpo se arqueaba cada vez más, estaba gozando, estaba rebosante de placer y éxtasis, el pensar en Silvia la daba alas, sus manos quemaban su sexo, sus pechos, la incendiaban de gozo y placer, y cuando un tercer orgasmo la vino empapando de nuevo su mano y el cojín sobre el que apoyaba su culito su padre la mandó parar. Elsa, lentamente, de tu su mano y la apartó de su coño, tan mojada que parecía que la había metido en un barreño de agua. Su coño estaba empapado y aun rezumaba mientras la respiración agitada de Elsa se ralentizaba. Su padre, sonriente se acercó a ella.

  • Hermoso, muy hermoso. Lo más hermoso que he visto en años.

Y sin dudarlo un instante, con todas sus fuerzas, descargó un correazo de su cinturón de piel en la entrepierna abierta de Elsa.

El azote que asestó acertó de lleno en pleno coñito rosado, hinchado, caliente, abierto, donde el clítoris resaltaba hinchado y el cual recibió el fuerte azote de pleno, como los sonrosados labios húmedos del hermosos coño virginal de Elsa.

El alarido de dolor de la niña fue desgarrador. Inmediatamente cerró las piernas llevándose las dos manos a su entrepierna que la abrasaba. El azote había sido como echar aceite hirviendo en su coño, y este la quemaba tanto que pensaba que la había arrancado el clítoris y los labios.

La joven aullaba y temblaba de dolor mientras lloraba incontrolada. La corbata se había deslizado de sus ojos y ya no la tapaban y sus lágrimas empapaban la cama. Elsa se retorcía, echa un ovillo, con las piernas bien cerradas y sus manos entre ellas tocando su abrasado coño que la dolía como nunca antes la había dolido el culo o los pies tras los azotes.

  • Eres una cerda, y esto es solo el principio. El lunes recibirás diez más igual que este, y el martes… El martes… no esperaré más. El martes subastaré tu coño.

Elsa gemía y lloraba, esa amenaza se había quedado grabada en su mente, pero no podía reaccionar a ella, no, ahora no, ahora solo quería darse una ducha bien fría en su coñito y calmarse, pero sabía que no podría ser así.

  • Tienes cinco minutos para sobreponerte, yo esperaré sentado en mi sillón, esperando a una limpieza a fondo. Si no vienes pasados esos cinco minutos, el viernes no iras a ningún sitio, y esta noche te daré tantos azotes en el coño que no podrás cerrar las piernas durante días.

Miró su reloj.

  • El tiempo comienza ya.

Y Elsa empezó a temblar mientras veía los minutos pasar.

Silvia besó a sus padres en las mejillas y subió hacia su habitación, seguida por BILL, que meneaba su cola mientras estaba con la lengua fuera, mirando fijamente los pies de la chica.

Hoy, al llegar de clase, el perro había vuelto a chupar esos pies, pero Silvia no se atrevió a ir más lejos, como si hizo ayer. Un temor la invadió a ser descubierta, y la pobre, hizo bien, pues su madre llegó mucho antes de tiempo. Sin duda, la hubiera descubierto, y la paliza de ayer le hubieran parecido suaves cosquillas con un pañuelo de seda en comparación a lo que la harían.

No había salido de su cuarto en toda la tarde, estudiando y repasando, y aunque hoy se había librado de ser azotada, estaba segura de que su madre deseaba ponerla de nuevo en su regazo y azotar su magullado culo para amoratarlo más aun. Silvia estaba convencida de que sus padres eran unos sádicos que disfrutaban azotándola, sobretodo su padre, ya que alguna vez había oído como este azotaba a su madre, pero soltando esta gritos más e placer que de dolor, dándola eso incluso miedo.

Dando media vuelta al verse perseguida por BILL, bajó con este las escaleras y salió a la calle a dejarle en el jardín. Sintió el frió suelo de losa del camino y el césped bajo sus pies descalzos, cubiertos solo por calcetines y se le erizó la piel, así que rápidamente volvió a entrar en casa, quitándose los calcetines que se habían manchado y limpiándose los pies desnudos en el felpudo para no manchar dentro de casa. Después subió a su habitación y cerró la puerta, entrando en su baño particular, donde se desnudo y se miró, de espaldas, en el espejo, llorando la ver su amoratado culo, con hematomas rojos, verdes y negros, resaltando en algunas zonas los correazos morados.

Se acarició la zona y gimió de dolor. Recordó como la dolió cuando Elsa la apretó con sus pies, como casi grita cuando tenía su cabeza enterrada entre las piernas de su amiga mientras la comía el coño, como lloró aguantando el dolor y poniendo el placer por encima del mismo, y como la final, a pesar del terrible dolor cada vez que los pies de Elsa tocaban su culo, como su madre ayer, ese placer fue mayor y se sobrepuso al dolor.

Recordar que su madre también había apoyado sus pies en su culo, como Elsa, no la dio asco, como otras veces, pero comparar los pies de una con otra… Al recordar los pies de su madre le volvió a la cabeza como se los tenía que besar, y se preguntó qué pasaría si mañana le besa los pies a Elsa, o incluso se los lame, como BILL hace con ella. Y pensando en eso, acariciando su culo  a pesar del dolor, llorando, empezó a masturbarse, para ver si era capaz de nuevo de correrse a pesar del dolor, poniendo el placer por encima del mismo.  Y encogiendo los deditos de sus pies mientras temblando se iba cayendo lentamente al suelo presa del éxtasis, lo logró, llegando a sentarse en el frio suelo apoyando sus doloridas nalgas en el sin apenas molestias, con la mano empapada, y el gozo en la cara.